Habitar espacios para el amor: algunas reflexiones sobre cuerpo, género y clase social entre adolescentes

Inhabiting spaces for love: some reflections on the body, gender and social class among adolescents

  • Irantzu Fernández Rodríguez
Desde la antropología feminista como desde la geografía feminista, se han estudiado las interrelaciones entre la sociedad, sus espacios y el género. En este artículo, se analizan los espacios para el amor de las y los adolescentes de entre 12 y 14 años, teniendo en cuenta el género y la clase social. Se ha realizado una etnografía en Bilbao, mediante observaciones participantes, entrevistas y grupos de discusión. Durante la adolescencia, empiezan a moverse por la ciudad de manera más autónoma y a re-significar algunos espacios vinculándolos al amor. Se ha comprobado que el tránsito de estos espacios varía dependiendo de la clase social. Asimismo, las maneras de habitarlos están estrechamente relacionadas con los trabajos corporales que realizan, unas transformaciones que fomentan su identidad de género. Pensar en la ciudad y sus maneras de habitarla nos ha permitido analizar cómo se configuran el espacio, el género y la clase social.
    Palabras clave:
  • Amor
  • Espacio
  • Cuerpo
  • Género
Since feminist anthropology as from feminist geography, the interrelationships between society, its spaces and gender have been studied. This article discusses the spaces for love for adolescents between the age of 12 and 14, considering gender and social class. Ethnography has been carried out in Bilbao, through participating observations, interviews and discussion groups. During adolescence, they began to move around the city more autonomously and re-signify some spaces by linking them to love. It has been proven that the transit of these spaces varies depending on the social class. In addition, the ways of inhabiting them are closely related to the body work that adolescents perform, these transformations foster gender identities. Thinking about the city and its ways of inhabiting has allowed us to analyze the articulations between space, gender and social class.
    Keywords:
  • Space
  • Body
  • Gender
  • Social Class

1 Introducción

Las emociones, los cuerpos y los espacios pueden estar estrechamente vinculados. De este modo lo demuestra la asociación que las y los adolescentes hacen entre algunos espacios de su ciudad y el amor, así como las maneras corporales en que los habitan, que dependen de factores como el género, la edad o la clase social. Este artículo se enmarca en una investigación más amplia sobre el amor, el género y la adolescencia1, donde se llevó a cabo una etnografía con adolescentes de entre doce y catorce años de Bilbao.

Desde distintas teorizaciones feministas, tanto desde la geografía feminista como la antropología feminista, las emociones se entienden como vivencias individuales, pero también como colectivas y sociales (Abu-lughod, 1986; Ahmed, 2004; Esteban, 2011; Lutz y White, 1986; Soto, 2013). Conceptos como “emocionología” (Stearns y Stearns, 1985) o “regímenes emocionales” (Reddy, 1997) ponen el énfasis en la colectividad de las emociones atendiendo a los factores sociales y contingentes dentro de la sociedad. Asimismo, algunas autoras como Catherine Lutz y Georges M. White (1986) subrayan la necesidad de estudiar las emociones dentro de contextos culturales y sociales particulares, para poder acercarse a esas dimensiones públicas y sociales. En esa misma línea, las emociones y los afectos también estarían vinculados con la espacialidad, tal y como menciona Paula Soto (2013), distintas autoras han creado Geografías Emocionales, como Joyce Davidson, Liz Bondi y Mick Smith (2005), donde las emociones y la afectividad se han analizado dentro de las interrelaciones entre la sociedad y sus espacios, o cómo esas emociones o sentimientos son asociados a ciertos lugares (Soto, 2013, p. 200).

Esos aspectos sociales también los encontramos en las teorizaciones sobre el cuerpo. Son muchos los autores que se han acercado al cuerpo desde una perspectiva social (Bourdieu, 1979/1988; Esteban, 2004; Foucault, 1976/1987; Mauss, 1936/1991; Scheper-Hughes y Lock, 1987). Uno de los conceptos centrales en ese ámbito es el de embodiment, o corporeidad, mediante el cual se pretende ir más allá de “la idea de que lo social se inscribe en el cuerpo, para hablar de lo corporal como auténtico campo de la cultura, como «proceso material de interacción social» (Csordas, 1994), y subrayar su dimensión potencial, intencional, intersubjetiva, activa y relacional” (Esteban, 2004, p. 21). En una línea similar, superando las dicotomías entre el cuerpo/mente o razón/emoción, Miguel Ángel Aguilar y Paula Soto (2013) señalan que una los ámbitos que permite acercarnos a los rasgos de esa corporalidad es la ciudad. Siguiendo a estos autores, que se basan en las teorizaciones de Edward Soja (2008), el cuerpo es el primer eje en la producción de la espacialidad o la construcción geográfica, debido que a través del cuerpo los sujetos establecen una relación compleja con su entorno (Aguilar y Soto, 2013, p. 7). La arquitectura urbana influye en un plano corporal, como se evidencia en las maneras de habitar o moverse por la ciudad (Aguilar y Soto, 2013). Para estos autores, pensar en el contexto de la ciudad es una estrategia para reflexionar sobre el cuerpo.

El amor también se enmarca dentro de ese entramado teórico de lo social, y puede estar determinado por factores como el género o la clase social. Basándonos en el concepto de “pensamiento amoroso” desarrollado por Mari Luz Esteban (2011), entendemos que impera en nuestra sociedad una determinada ideología cultural para entender y practicar el amor que se sostiene de forma simbólica y práctica, y que produce símbolos, representaciones, normas o leyes, además de orientar la constitución de las identidades sociales, mediante acciones individuales, sociales e institucionales (Esteban, 2011, p. 47). Esa ideología amorosa también fomentaría las desigualdades de género (Esteban y Tavora, 2008, p. 70), comprendiendo las identidades de género no como “lo que somos” sino como “lo que hacemos”, donde la corporalidad es fundamental (Esteban, 2009, p. 34). De tal manera, afirmamos que el género produce cambios en las vivencias emocionales y corporales, dependiendo del contexto histórico y cultural (Esteban, 2009).

Además del género, la clase social también articula las relaciones entre el amor, el cuerpo y el espacio. Pierre Bourdieu (1979/1988), mediante el concepto de habitus, establece relaciones entre el cuerpo y la clase social. Tomando como punto de partida ese planteamiento, Eva Illouz (1997/2010) analiza las emociones y, particularmente, el amor en el contexto socioeconómico y afirma que pese a estar estrechamente ligado al ideal democrático imperante en el capitalismo, también lo está a los mecanismos de dominación simbólica y económica, reproduciendo así relaciones de clase social. Así, para la autora, en el capitalismo tardío se propaga una utopía romántica vinculada al consumo de algunos bienes, pero también el acceso a distintas identidades de clase social. Siguiendo con las teorizaciones de Bourdieu y tejiendo la diversidad de las prácticas afectivas de las clase sociales con el espacio, María Concepción Castrillo (2015) señala que dependiendo de la clase social los lugares en los que las y los jóvenes se conocen y establecen vínculos varían: las y los jóvenes de clases más populares se conocerían en lugares públicos (la calle, centros comerciales…), mientras que los de clase media alta en lugares reservados o de acceso restringido (asociaciones, discotecas, restaurantes…) (Castrillo, 2015, p. 88). Para la autora, sucede un modo de selección cultural, más que económico.

Estas perspectivas sociales sobre el cuerpo, las emociones o el espacio nos permiten adentrarnos en el análisis de los lugares amorosos y las maneras de habitarlos de las y los adolescentes de Bilbao.

Para poder contextualizar la etnografía, cabe señalar que Bilbao es una de las principales ciudades del País Vasco, con una población que ronda las 350.000 personas. Se caracteriza por la transformación acelerada, de lo rural a lo posmoderno, pasando por lo industrial que hoy permanece en su memoria y en su paisaje. Ese proceso industrial y su consiguiente crecimiento demográfico fueron determinantes durante la construcción de la ciudad (Larrea y Gamarra, 2007), dado que, a consecuencia de ello, los barrios burgueses y los de trabajadores fueron emergiendo hasta finales del siglo XIX (Lorenzo, 1989; Montero, 1990. Así, encajada entre montañas, la diversidad interna de la ciudad se concreta en barrios con memoria histórica propia, podría decirse que sucede una articulación del espacio a través de la diferenciación por clases sociales. Esas diferencias de clase persisten adecuadas al sector económico terciario, que es el principal hoy en día.

En ese contexto geográfico se encuentran las y los adolescentes de esta investigación. Para poder acceder a sus vidas, la etnografía se ha llevado a cabo en distintos centros educativos, debido a que las y los adolescentes bilbaínos de entre 12 y 14 años organizan sus vidas y sus relaciones alrededor de los centros educativos, y es ahí donde transcurren la mayoría del tiempo. Siguiendo a Jone M. Hernández (2005), la escuela es una vía privilegiada para una aproximación a las dimensiones sociales, políticas y económicas de las trayectorias vitales de las y los adolescentes. El trabajo de campo ha tenido lugar en tres centros educativos (un centro educativo religioso, una ikastola2 y un instituto público), situados en distintos barrios de la ciudad (uno céntrico y dos periféricos) y pertenecientes a tres contextos económicos y sociales distintos. Una de las características de esa diferencia socioeconómica se puede comprobar a través de la media de la renta per cápita de cada barrio (Ver Tabla 1). La renta per cápita del barrio del centro religioso está por encima del conjunto de la ciudad, mientras que los otros dos barrios se mantienen por debajo.

2011 2013 2015 2017 2019
Barrio del centro religioso 32.461 31.774 33.958 35.702 37.467
Barrio del instituto público 13.634 13.504 14.069 14.718 15.671
Barrio de la ikastola 14.178 14.058 14.525 15.117 16.090
Bilbao 19.787 19.717 20.313 21.245 22.659
Fuente: Eustat

Tabla 1

Renta per cápita por barrios

Asimismo, durante la etnografía se pudo comprobar, que más allá del capital económico, las desigualdades entre los estilos de vida, el capital cultural o la ocupación de sus progenitores, entre otros, constituyen el factor de la clase social. A pesar de que entre los barrios de la ikastola y el instituto público no haya una diferencia significativa en la renta per cápita, en el diseño de la investigación se partió de la hipótesis que al tratarse la ikastola de un centro concertado el alumnado podría pertenecer a un sector con una adquisición económica superior a la media del barrio (una cuestión que no se ha podido cerciorar). El factor de clase social se ha detectado más acentuado entre el alumnado del centro religioso y del instituto público, por lo que tomarán más voz en este artículo.

Durante el trabajo de campo, se realizaron observaciones participantes, 32 entrevistas en profundidad y 9 grupos de discusión. Pese a que este fuera el punto de partida, guiada por los relatos de las y los adolescentes, las observaciones participantes se extendieron a otros puntos de la ciudad, y son precisamente estos los que se analizarán en este artículo.

2 Cuerpos adolescentes transitando la ciudad

Siguiendo a Anna Ortiz, María Prats y Mireia Baylina (2014), son muchos los estudios sobre la juventud y el espacio urbano donde se subraya la importancia que este tiene para el desarrollo de identidades, para los vínculos afectivos o para la construcción de espacios con el fin de enfrentarse a la autoridad adulta. Estas autoras entienden el espacio público como “un espacio de no supervisión y de libertad que permite el encuentro con otras personas de forma no controlada, o por lo menos no al mismo nivel que dentro del hogar” (p. 39).

Ese particular vínculo con la ciudad, en el caso de las y los adolescentes, se caracteriza por la identidad transitoria que se le da a la adolescencia (Delgado, 2005). Las y los adolescentes no son personas adultas, ni se sitúan en la niñez. Se encuentran en una fase de cambios y de adquisición de algunas libertades y autonomía, casi siempre bajo las condiciones de sus progenitores. Dentro del contexto urbano, muchas de las y los adolescentes comienzan a negociar el uso del espacio público, así como a aprender a moverse por él. Sucede lo que distintos autores califican como una “alfabetización de la calle”:

La misma autora [Cahill] crea el concepto de “alfabetización de calle” que privilegia los conocimientos locales informales que se basan en las experiencias personales en el espacio público urbano. Según la autora, el entorno, y la calle en particular, es un contexto significativo para aprender a fin de explorar las relaciones de la juventud con el barrio. Y en este contexto, los y las adolescentes tienen mucho conocimiento de los protocolos del entorno y adquieren competencias ambientales de negociación a escala de barrio. (Cahill, 2000, en Baylina et al., 2014, p. 140)

Las y los participantes de nuestra investigación se encuentran en una edad en la que comienzan a salir a la calle de una forma más autónoma, solas/os o con amistades. Acudir al centro educativo, visitar a los familiares o estar con las amistades son formas autónomas en la que las y los adolescentes habitan sus barrios, siempre dentro de los límites impuestos por sus progenitores (Prats et al., 2012, p. 119). No obstante, las y los participantes apuntan que buscan espacios para huir del control adulto, buscando lugares por donde no suelen transitar sus familiares (Baylina et al., 2014, p. 142). Este fenómeno estaría ligado a la confrontación que sucede entre la búsqueda de autonomía de las y los adolescentes, y la adultificación del espacio público. Tal y como María Rodó de Zárate y Mireia Baylina (2014) apuntan “el espacio público está adultificado, está construido por y para las personas adultas y está producido como un espacio adulto” (p. 211). Por ello, las y los adolescentes intentan huir de las miradas adultas, a la vez que construyen su autonomía y generan vínculos sociales con sus coetáneos.

Muchas y muchos de las y los adolescentes del estudio tienen como límite su propio barrio. Uno de los lugares por el que más se mueven es el entorno del centro escolar, pudiéndose ampliar a otros espacios del barrio. Durante el trabajo de campo se pudo comprobar cómo las y los adolescentes de la investigación pese a ser de la misma ciudad, apenas compartían espacios comunes, ya que cada cual transcurría el tiempo libre dentro de su propio barrio. Solamente se hallaron algunos lugares compartidos por la mayoría de ellos, como el centro comercial o el paseo colindante a la ría. Esos espacios compartidos tienen que ver con la gentrificación de la ciudad, tal y como se ha detectado en otras investigaciones, jóvenes de distintas clases sociales han comenzado a ocupar espacios de arquitectura posmoderna (Prats et al., 2012, p. 123).

No obstante, al margen de esos espacios gentrificados donde transitan distintos adolescentes procedentes de distintos barrios, el tránsito por la ciudad varía a partir de la clasificación social. Retomando a Bourdieu (1997/2008), esas diferencias serían consecuencia del espacio social establecido a través de la práctica social (p. 35). Esa situación social funciona a modo de espacio simbólico, ya que se trata de un espacio que comparten grupos con formas de vida y habitus similares (Álvarez-Sousa, 1996, p. 152). Según Cucó (1995), esta clasificación social no solamente fomentaría la amistad de dentro de la clase social, sino que también induce en los modelos concretos de amistad, “unos modelos amicales que articulan con relativa congruencia los significados y realizaciones de la amistad, y contribuyen con eficacia al mantenimiento de situaciones privilegiadas.” (p. 112).

Asimismo, las personas que se sitúan cerca en el espacio social tienden a estar cerca dentro del espacio geográfico (Álvarez-Sousa, 1996, p9. 149-150). Las y los adolescentes de la investigación suelen crear sus núcleos de amistad dentro de sus centros educativos. Por lo que podríamos decir qué si la escuela abarca las dimensiones sociales y económicas del alumnado, siendo un mecanismo para la reproducción social, también sería un mecanismo para el sostenimiento de un capital social concreto, dado que es ahí donde las y los adolescentes de clase social similar comienzan a crear espacios para la amistad. Es llamativo cómo el alumnado del centro religioso entabla, por un lado, sus amistades en el centro de la ciudad y, por otro lado, el capital social heredado, subrayando algunas y algunos de ellos que sus padres eran ya amigos desde el colegio. De tal manera, afirmaríamos que estas relaciones de amistad se crean en el colegio y se abren por recorridos concretos por la ciudad. Igualmente, cabe tener en cuenta que, en esos espacios, además de establecerse las relaciones de amistad, también suceden el amor y las relaciones afectivo sexuales.

3 Una cartografía del amor urbano en Bilbao

Las vivencias amorosas de las y los adolescentes se cruzan con la estructura de la ciudad, dado que la ciudad condiciona las experiencias de sus habitantes, y las emociones no quedan exentas de ello. Alicia Lindón (2009) señala que todos los espacios están atravesados por los afectos, porque la afectividad no solamente supone práctica, sino que también interfiere a la espacialidad de ésta. De tal manera que realizar actividades en lugares concretos puede evocar sentimientos y emociones, al mismo tiempo que algunas emociones puedan llevar a hacer uso de algunos espacios (Lindón, 2009, p. 12).

Genaro Aguirre (2008), analizando las trayectorias amorosas de la juventud de la ciudad mexicana de Veracruz, destaca cómo los espacios de la ciudad moldean las experiencias afectivas, así como las biografías sentimentales. Aguirre denomina “amor urbano” a dicha influencia de los factores de la ciudad en las prácticas amorosas de las y los jóvenes (2008, p. 396). Analizar el “amor urbano” es indagar y comprender los lugares donde la experiencia amorosa se construye (Aguirre, 2008). Aguirre (2008) a partir de los relatos adolescentes crea una cartografía amorosa, de los espacios urbanos materializados para el amor, tratándose de un acto de apropiación y de re-significación de esos espacios (2008, p. 396).

En cuanto a nuestra investigación, las relaciones afectivas de las y los adolescentes se articulan dentro de la ciudad, condicionadas por distintos factores (género, clase social, edad…). Como hemos podido comprobar las y los adolescentes re-significan algunos espacios entendiéndolos como lugares para el amor (tanto de amistad, como para relaciones afectivo sexuales). Aguirre (2008) en su investigación crea una cartografía amorosa de las y los jóvenes, señalando cuales son los espacios que relacionan con las emociones y con las experiencias amorosas como parques, calles, centros comerciales, espacios escolares o cafés. Según el autor, en estos espacios sucede una apropiación o territorialización a través de la materialización de las emociones en ellos.

Siguiendo el planteamiento de Aguirre (2008), en este artículo se pretende representar la cartografía amorosa de las y los adolescentes de esta investigación en la ciudad de Bilbao. Basándonos en las vivencias amorosas de ellas y ellos, hemos podido identificar algunos lugares concretos por los que transitan habitualmente tanto con las amistades como con las relaciones afectivo sexuales. Tal y como hemos podido comprobar, esas trayectorias amorosas varían dependiendo de la clase social. Analizaremos aquí cuatro espacios significativos de la geografía afectiva bilbaína donde se entrecruzan los factores de género, clase social y la edad.

3.1 El centro comercial y el paseo colindante

El centro comercial y el paseo a los que nos referimos están situados en un espacio donde ha imperado la gentrificación: arquitecturas posmodernas dejan atrás las huellas industriales. El centro comercial es así un edificio moderno en el que se encuentran multinacionales del sector textil o del sector alimentario, cines, tiendas de caramelos, de deportes y otros muchos comercios más. En su exterior, preponderan los espacios amplios y zonas verdes ornamentados con edificios que simbolizan la transformación de la ciudad (Museo Guggenheim, el Palacio Euskalduna, la torre de Iberdrola, el Hotel Domine…). En ese entorno se encuentra el paseo que rodea la ría, un lugar de encuentro que es considerado propicio, a esa edad, para sacar fotos en esos parajes posmodernos, y posteriormente colgarlas en las redes sociales. Del mismo modo, el centro comercial es un espacio transitado habitualmente por las y los adolescentes, tal y como apuntan otros estudios de otras ciudades:

El centro comercial es el lugar de encuentro por excelencia: donde van, miran, tocan y a veces consumen. Les gusta porque encuentran diversas distracciones (tiendas, bares, bolera, cines) y hay gente conocida de su edad. Allí las chicas miran más las tiendas de ropa y los chicos se fijan más en las tiendas de deportes, los videojuegos y todos/as pasan el rato. Localizar sus cuerpos en estos lugares creados y pensados para adultos representa una exploración física, una representación de su identidad y una forma de transgredir un espacio esencialmente adulto. (Baylina et al., 2014, p. 143)

El centro comercial bilbaíno al que nos referimos se trata también de un lugar de reunión, donde del mismo modo se repiten esas diferencias de género, como se pudo comprobar durante las observaciones participantes: siendo ellas mayoritariamente quienes muestran más atención a las tiendas de ropa, mientras que ellos se mueven más en torno a las tiendas de videojuegos y ordenadores. Ese tránsito abundante de adolescentes promueve un espacio para la sociabilidad, así como para encuentros amorosos. Algunas de las alumnas de la ikastola me confesaban que suelen acudir a este lugar en busca de direcciones de la red social Tuenti. Cuentan que pasean por los pasillos del centro comercial cruzándose con otros adolescentes y cuando éstos son de su gusto, les dicen directamente “¿Me das tu Tuenti?, para poder conversar con ellos cuando lleguen a sus casas. Muchas de ellas admiten que acuden allí “a ligar”.

Este espacio se trataría de uno en los que se encuentran las y los adolescentes de distintos barrios de la ciudad, una realidad que no se repite mucho a esta edad. Estos espacios consecuentes de la gentrificación darían lugar a la utopía romántica del capitalismo tardío analizada por Illouz (1997/2010), diluyendo aparentemente las relaciones de clase social. Esta cuestión podría extenderse hasta lo virtual, como se apuntaba anteriormente el paseo y sus alrededores espacios para fotografiar como para intercambiar direcciones de redes sociales.

3.2 El parque Urkidi

El parque que hemos llamado Urkidi se encuentra cerca del instituto público. A pesar de que entre semana es lugar tranquilo, los sábados a la tarde se convierte en un espacio de encuentro para adolescentes. Este lugar es muy concurrido por los estudiantes del instituto público, sobre todo, pero también alumnado de otros centros cercanos. Envueltos en el consumo de alcohol, tabaco y alguna droga más, las y los adolescentes creen que es un lugar propicio para conocer gente y poder buscar pareja:

Cuando estamos borrachos en el parque no tenemos vergüenza y ahí es cuando intentamos ligar. Nos acercamos y empezamos a hablar. Pero si no estamos borrachos pues no sé, un amigo mío habla mucho con la gente y gracias a él hacemos más amigos. (Asier, 14 años, instituto público, Entrevista en profundidad, junio del 2011)

Cuando estamos con los amigos estamos en el parque bebiendo. Conocemos a gente nueva. Vamos y bebemos cada uno a su bola, e igual un amigo conoce a alguien y te lo presenta. Pasan cosas así. (Ziortza, 14 años, instituto público, Entrevista en profundidad, mayo del 2012)

Ligamos en el parque. Viene gente nueva y entonces empiezas a hablar con uno y luego con otro… y algunos son más guapos… y les pides el Tuenti y tienes conversaciones con ellos… y luego hablas cada vez más… hasta que… [aplauso]. (Mireia, 12 años, instituto público, Entrevista en profundidad, junio del 2011)

De tal manera, las y los adolescentes del instituto público encuentran un lugar adecuado para buscar pareja e, incluso, para mantener relaciones sexuales. Huyendo de las miradas adultas, descubren un espacio para la sexualidad:

A mi edad la gente se da besos, pero también algunos hacen más. Yo he estado alguna vez en Urkidi e igual gente que se va y que le hace la chica al chico alguna paja, y al revés, pero tampoco es muy normal eso, he visto muy pocas veces. Se van a eso al baño público del parque, y se sabe. Algunos del insti. Luego las cosas de ahí se quedan ahí. (Iker, 14 años, instituto público, Entrevista en profundidad, mayo del 2012)

En ese entorno, las y los chicos del instituto público comparten la sociabilidad, pero también aprenden y se entrenan en materia afectiva y sexual. Por consiguiente, construyen, en gran medida, una concepción del amor y la sexualidad común, mientras que se alejan de la concepción más conservadora de la sexualidad de las y los alumnos del centro religioso, donde se han podido comprobar más tabús y restricciones en torno a la sexualidad.

3.3 Patios y plazas del centro de la ciudad

El patio del centro religioso se mantiene abierto el viernes a la tarde, debido a las actividades deportivas, y una gran mayoría de adolescentes de este centro acuden a él. Ese patio, junto a otras plazas del centro son los espacios para la sociabilidad de las y los adolescentes de clases más altas. En esos espacios, las y los más jóvenes y las y los más mayores del centro religioso se relacionan entre ellos/as, pero también con otros colegios religiosos situados en la misma zona de la ciudad.

En esos contextos, se establecen nuevas amistades, así como relaciones de pareja:

Cuando salimos ya tenemos que en la cabeza si tenemos que ir a un sitio o a otro. Por ejemplo, al principio siempre vamos al patio. Pero hasta las seis y media no llega nadie. Hasta que no llega la gente… a las seis y media estamos ya ahí. Cuando es de día estamos todos jugando; entonces no nos hacemos caso ni tú a ellos, ni ellos a ti. Cuando se hace más de noche y la gente para de jugar, vas al baño y te los encuentras, y no paras de hablar. Dices la excusa, a la fuente o al baño, siempre. Siempre te quedas ahí hablando y ya está, te los encuentras. (Natalia, 13 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, junio del 2012)

No obstante, los sábados las y los jóvenes del centro religioso, sobre todo los de primero de la ESO, abandonan el patio para ubicarse mayoritariamente en una plaza del centro de la ciudad. Pese a ser una plaza pública, es transitada habitualmente por las y los adolescentes de los centros religiosos del centro de la ciudad, convirtiéndose en un lugar de encuentro para las y los adolescentes de clases más altas, un lugar para consolidar el capital social del futuro, al fin y al cabo.

3.4 La gala de la Bilbaína

Pese a que hasta ahora nos hemos referido al espacio público, dentro de los espacios privados de la ciudad también se resignifican para el amor. Es el caso del Club Social Sociedad Bilbaína de Bilbao, éste organiza una gala navideña para jóvenes mayores de quince años todos los años. Este club social fue formado por un grupo de ilustres bilbaínos, con el objetivo de la lectura y el recreo. Se trata de una asociación cerrada que para poder acceder a ella se requieren algunas condiciones: ser hombre, tener la invitación de un miembro y la aprobación del ingreso en la junta del club. Este club, muy arraigado en la clase alta bilbaína, organiza un baile navideño para las hijas e hijos de sus miembros. Solamente se puede acceder a este festejo a través de las entradas repartidas por cada miembro del club, del valor de 45 euros. Además, son requisitos de la gala llevar traje, y tacones en el caso de las chicas.

Muchas de las alumnas del centro religioso saben que dentro de uno o dos años van a participar en esa gala. Sofía de trece años afirma que ya ha comenzado a ensayar con los tacones: “Voy a ir con Isabel a ensayar con los tacones a unos soportales, hasta el año que viene porque vamos a tener que estar con ellos tres horas” (Sofía, 13 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, junio del 2011). Sofía ya sabe que va a llevar zapatos de tacón y que estará con ellos desde las once hasta las dos de la madrugada. Además, señala que es un buen sitio para conocer gente nueva, sobre todo, “chicos con traje” y añade que “Porque pasamos de los chicos macarras, nos gustan los chicos con traje porque los chicos de traje son buenos y no son macarras”. Esas palabras ponen en evidencia algunos aspectos de la clase social, como el asociar la elegancia o la vestimenta con una clase social determinada. De todos los espacios amorosos analizados esta gala es la que mayor distinción social representa, ya solamente con una entrada restringida a las amistades de sus miembros, siendo otro lugar de encuentro de las y los adolescentes de clases más altas.

Recapitulando, así, estos cuatro lugares expuestos son algunos ejemplos de los distintos espacios amorosos de las y los adolescentes de la investigación. Pese a que no podamos afirmar que sean determinantes en sus destinos sociales, la influencia en las relaciones amorosas actuales es significativa, ya que comienzan a entrenarse en las relaciones afectivo sexuales con los de su misma clase social.

4 Habitar el espacio amoroso: el aprendizaje y el trabajo corporal

Tal y como apuntábamos anteriormente, la ciudad incide en la corporeidad, guiando los movimientos, las posturas, o las acciones de las personas que la habitan (Aguilar y Soto, 2013). Para poder representar la cartografía amorosa de las y los adolescentes de Bilbao han sido clave sus propios cuerpos y las transformaciones que realizan en ellos. En ocasiones, se han podido identificar los espacios entendidos “para el amor” gracias a esos cambios corporales efectuados para habitar en ellos: por ejemplo, las conversaciones en torno a la ropa que iban a vestir los sábados en parque Urkidi o las de la vestimenta para la gala fueron valiosas para comprender los significados de esos lugares.

Esos cambios corporales los hemos denominado como “trabajo corporal” basándonos en Loïc Wacquant (1995) y en la revisión del concepto que realiza Esteban (2004). Wacquant emplea el concepto para referirse al entrenamiento y al aprendizaje corporal que realizan los boxeadores en Chicago. Asimismo, Esteban lo aplica para un estudio sobre el modelaje, en el que la autora señala que tanto los boxeadores como las modelos tienen el cuerpo como eje central de su trabajo, por lo que tanto en el trabajo como en el tiempo libre interiorizan unas técnicas corporales determinadas (Esteban, 2004, p. 122). En cuanto a las y los adolescentes, las transformaciones corporales están relacionadas con los espacios para el amor.

En el caso de las y los adolescentes esos trabajos corporales a los que nos referimos están vinculados con la representación de la adultez, la sobrerrepresentación de la identidad de género y a la clase social. Por un lado, dentro de esos espacios amorosos, las chicas sobre todo intentan aparentar ser más mayores, evitando todo lo que les pueda acercar a la infancia. Jugar o bailar en público pueden ser razones para avergonzarse, limitándose unas a otras con frases como “No hagas eso que me da vergüenza”. Se apropian de algunas técnicas corporales y una vestimenta de adultos para representar su madurez. Igualmente, esos cambios corporales los relacionan con el éxito en las relaciones afectivo sexuales:

Ella para ligar se hizo un piercing. Ella no dice que es para ligar. Se hizo un piercing porque se lleva mucho, porque ahora tener un piercing es lo más guay. Todo el mundo quiere tener un piercing. Los chicos para ligar se cortan el pelo así, se cortan todo por aquí, se dejan como cresta. Por ejemplo, Miguel tiene así cortado. A la gente le gusta. Luego, las chicas, María, la de Rekalde, todos los viernes salen a la calle con vestiditos súper cortos, por aquí. Con súper escote y con tacones. (…) Yo creo que sí, porque, a veces, si te gusta alguien tú quieres que esa persona te vea bien. Si te arreglas, igual le gustas (Izaskun, 12 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, enero del 2012)

Todo el mundo los viernes se viste mejor, más conjuntadito, para que se fijen en ti, porque sino, no te hacen ni caso. Lo hace todo el mundo, también lo hacen los chicos, el de mi clase me dice: ‘mira este viernes quiero estar con mi novia, quiero ir súper guapo’. (Natalia, 13 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, junio del 2012)

Por ejemplo, mi pueblo no es un sitio donde la gente se arregla, pero yo me arreglo, él no es el típico chulito, pero por si acaso me arreglo, luego igual a él le gusta sin arreglar, pero yo me arreglo por si acaso (Leire, 12 años, ikastola, Entrevista en profundidad, enero del 2012)

En esos casos, el trabajo corporal se realiza para tener éxito en las relaciones afectivo sexuales, muchas y muchos de ellos creen ese cambio corporal es imprescindible para llegar a la persona deseada. Asimismo, ese trabajo corporal sustenta las identidades de género, dado que en consecuencia a la heteronormatividad esas modelaciones corporales hacen a las chicas “más chicas” y a los chicos “más chicos” situándose en esos espacios para el amor. El cambio entre las chicas es más explícito: maquillaje, peinados, ropa de moda… En general, ellas muestran una mayor preocupación hacia el tema; algunas de ellas confiesan estar alrededor de dos horas arreglándose los sábados antes de salir. Otra práctica común es la de que un grupo de chicas se junte en una casa para llevar a cabo esos trabajos corporales en conjunto. Haciendo observación participante en el parque Urkidi, pude comprobar cómo las chicas del instituto público estaban totalmente transformadas de lo que habitualmente solían vestir: maquillaje, vestimenta más provocativa, peinados especiales… Me confesaron que habían estado en casa de una de ellas, peinándose y maquillándose unas a otras. En la investigación coordinada por Esteban (2013) han percibido prácticas similares entre chicas más mayores. Según las autoras, son prácticas de saberes y actitudes que se les asignan a las chicas, pero ellas se reapropian de ello para convertirlo en un espacio y tiempo de diversión, para fomentar la comunicación entre ellas, así como para compartir su identidad (Esteban, 2013, p. 99). Del mismo modo, esos trabajos corporales en grupo pueden interpretarse como ritos de iniciación en el grupo de iguales (Esteban, 2013).

Además del género, los trabajos corporales varían dependiendo de la clase social. En las clases sociales más altas hemos podido comprobar cómo, a la hora de realizar ese trabajo corporal para habitar los espacios para el amor, toman relevancia elementos como: ropa de marca, discreción, repudio a la vestimenta hipersexual, e incluso, las formas de andar (en referencia al aprendizaje de utilizar tacones que anteriormente mencionábamos):

Yo no creo que la gente se vista diferente, pero seguro que intentas estar más guapo, aun así, yo todos los días al colegio intento, me pongo delante del espejo, me peino, intento ponerme ropa bonita para llevar y estar guapo, pero, aunque no le guste a nadie, para quedar bien. Intento ponerme guapo siempre. Sí pero seguro que todo el mundo se preocupa mucho por su imagen. (Javier, 12 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, junio del 2012)

Bueno ahora hay un montón, todo el mundo se está haciendo choni. Hay de otros colegios que alguna va ¡dios mío! Unos pantalones así, con un vestido por aquí. Pintadas un montón… que es en plan tapate un poco. En el cole se intentan hacer, pero no llegan a ser. Lo intentan hacer para hacerse los guays. Es lo que creo. (Janire, 14 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, enero del 2012)

A mis padres les parece bien que salga, no deciden mi tiempo libre. Igual me dicen que no vaya al parque de los patos, porque está muy lejos o porque hay gente que no te conviene … Yo les hago caso. O igual les digo que me voy a comprar ropa y me dicen que me compro cosas no adecuadas, en plan camisetas de palabra de honor. Igual otras madres sí que se lo permiten a sus hijas, pero a mí mi madre no me lo permite. Y yo le hago caso, porque si no me lo confiscan o lo tengo que devolver, y para eso… (Sofía, 13 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, junio del 2011)

Los de este centro podemos ser los que venimos de una familia un poco más pija, gente que como esos que visten de polo. De Tommy Hilfiger, personas que visten caro. Gente que viste de Quick Silver o de Roxy... y gente que viste macarra. (Carmen, 12 años, centro religioso, Entrevista en profundidad, junio del 2012)

Se supone que la gente que viene a este insti, según la gente de fuera, somos unas chonis, que grafitean, que fumamos porros, que somos unos niños un poco macarras (Maitane, 12 años, instituto público, Entrevista en profundidad, noviembre del 2011)

Debido a que la configuración de la feminidad y de la masculinidad varía según la clase social, el trabajo corporal se modifica en cada estrato social. Categorías como “choni” o ropa “no adecuada” interpelan a la distinción, y a los límites de clase social más alta por diferenciarse de las que no lo son. Esas formas de corporalidad entre las clases altas facilitan que se creen “afinidades electivas” (Bourdieu, 1979/1988) entre las y los miembros de una misma clase social. De tal modo que a través de cuerpo pueden identificar a las personas de su misma clasificación social, fomentando las relaciones entre iguales.

5 Conclusiones

Tal y como hemos podido comprobar a través del estudio del amor entre adolescentes, las emociones, los cuerpos y los espacios están estrechamente vinculados. Pensar en la ciudad y sus maneras de habitarla nos ha permitido analizar las articulaciones entre el género y la clase social. Los y las adolescentes bilbaínos comienzan y aprenden a transitar la ciudad de una manera más autónoma, intentando huir de la mirada adulta y enfrentándose a la adultificación del espacio. Durante ese aprendizaje, re-significan algunos de los espacios urbanos para entenderlos como espacios “para el amor”. Se trata de espacios en los que se construye el amor urbano, donde las y los adolescentes se interrelacionan, conocen a otras personas o iniciar relaciones de amistad y relaciones afectivo sexuales. Sin embargo, la ciudad no es un espacio neutro, factores como la clase social influyen en las formas de transitar y estar en ella en ese momento de “alfabetización de la calle”. El parque Urkidi o las plazas del centro, además de situarse en los entornos de los centros educativos respectivamente, simbolizan distintas formas de sociabilidad entre el alumnado del centro religioso y el instituto público. Durante la investigación, las desigualdades consecuentes de clase social han sido representadas mayoritariamente por estos dos grupos, aunque no se trate de grupos totalmente homogéneos en sí, ni opuestos entre ellos.

Esos espacios amorosos son habitados mediante el cuerpo. Entendiendo el género como “lo que hacemos”, al transitar esos espacios muchas y muchos de ellos realizan trabajos corporales a veces con fines amorosos o de seducción, mediante los cuales se evidencian las relaciones de género. Esos cambios corporales fomentan tanto la feminidad como la masculinidad. A pesar de que las chicas den más importancia a esta transformación (maquillándose, eligiendo cuidadosamente la ropa, peinándose…), que muchas veces tiene como fin agradar o enamorar, y aunque los chicos nieguen darle importancia su aspecto físico, ellos también transforman sus cuerpos en estos espacios: pensando en la ropa, el calzado o en los olores corporales. Estos trabajos corporales moldean y llevan a los y las adolescentes a convertirse en “mujeres” o “hombres”, fomentando su identidad de género en una dirección particular, la de la heteronormatividad. Los sujetos del estudio, quizás debido a su edad, han corporizado los mandatos de género, dando poco lugar a la transgresión. Las personas participantes de la investigación se enmarcaban dentro de lo normativo, aunque en sus discursos reconocían otro tipo de identidades (por ejemplo, sexuales) siempre en terceras personas.

Este trabajo corporal de género varía dependiendo de la clase social a la que pertenezcan. Las y los adolescentes de clase más alta valoran la ropa de marca, o en ocasiones especiales, trajes o tacones son claves para estar en esos espacios. Así, las y los del colegio religioso rechazan elementos estéticos como crestas, pendientes para los chicos o excesivo maquillaje, que atribuyen a adolescentes de barrios obreros. La estética corporal también facilita las identificaciones de clase social, y las relaciones entre iguales. Así el trabajo corporal fomenta la feminidad y la masculinidad, pero también la identificación o la pertenencia de clase social dentro de los espacios para el amor. A pesar de la homogeneidad que se haya podido representar durante este artículo, esos marcos normativos de género y clase social pueden ser más frágiles dando lugar a posibles grietas. Un punto interesante para analizar, a posteriori, sería las maneras de transgresión dentro de esos marcos normativos.

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