Intelectuales y psicologización. La contrainsurgencia discursiva en la prensa mexicana durante los movimientos estudiantiles de 1966 y 1968

Intellectuals and Psychologization. The Discursive Counterinsurgency in the Mexican Press During the Student Movements of 1966 and 1968

  • Edgar M. Juárez-Salazar
  • Gerardo Baltazar Mozqueda
El presente artículo aborda la relación entre los intelectuales y las formas de psicologización que fueron utilizadas en la prensa escrita para incidir en la opinión pública en dos momentos de importante agitación estudiantil en México. En el año de 1966 en Morelia y en 1968 en la Ciudad de México, las expresiones represivas del Estado cooptaron las formas en que la prensa escrita generó un estrecho vínculo con la narrativa oficial del poder. Desde esta perspectiva, el artículo proporciona algunas claves para entender la función de la psicología en el discurso sobre los movimientos estudiantiles para intentar frenar el apoyo popular y legitimar la acción contrainsurgente por parte de los discursos de Estado.
    Palabras clave:
  • Guerra psicológica
  • Ideología
  • Intelectuales
  • Movimiento estudiantil
  • Prensa
This article examines the relation between intellectuals and the psychologization used in the press to influence public opinion in two moments of substantial student unrest in Mexico. In 1966 in Morelia and 1968 in Mexico City, the repressive expressions of the State influenced the forms in which the press generated a close link with the official narrative of power. From this perspective, the article provides some clues to understand the function of psychology in the discourse on student movements in an attempt to curb popular support and legitimize counterinsurgent action by the State discourses.
    Keywords:
  • Intellectuals
  • Press
  • Psychological Warfare
  • Student movement

Introducción

Durante finales de la década de los sesenta en México surgieron dos movilizaciones estudiantiles en los años de 1966 y 1968. Estas manifestaciones y sus discursos han sido estudiados desde el análisis político (Álvarez Garín, 1998), en su relación con malestares de las juventudes, sus formas de disidencia (Guevara Niebla, 1988) e incluso en las expresiones artísticas que implicó su emergencia (Draper, 2018). Los estudiantes universitarios de aquellos días encontraban un futuro poco alentador, además de un panorama estatal represivo y conservador. En líneas generales, los “movimientos estudiantiles” mexicanos de esos años son “una de las manifestaciones más inmediatas de los conflictos sociales” que pusieron en tensión “las tensiones económicas, políticas y sociales” del país (Estrada, 2004, pp. 126-127).

La historia de los movimientos estudiantiles durante la década de los sesenta no es exclusiva de la Ciudad México y también presenta algunas referencias en los años previos, como es el caso de las protestas estudiantiles en Morelia en 1966. Las dimensiones políticas del movimiento estudiantil en México requieren, en consecuencia, un examen detallado alrededor de los diferentes actores, discursos y contextos que analice, desde otras perspectivas, la ya vasta bibliografía alrededor del llamado 68 mexicano que tiene en su multiplicidad una ruta de “versiones sostenidas” con “usos permanentes” y “oportunismos transitorios” que “le fueron dando ciertos actores políticos” (Jiménez Guzmán, 2018, p. 34).

Desde el panorama político de los sucesos del 68, Sergio Zermeño (1994) propone entender la creación de una “identidad” estudiantil y la noción de un “adversario” político en la consolidación de la protesta (p. 25). Este antagonismo condiciona la movilización política, sus acontecimientos y sus efectos debido a que pone en evidencia mecanismos discursivos de construcción del adversario o enemigo (véase Schmitt, 1972). El antagonismo fue la base de los procesos políticos y, tanto el 68 como el 66, montaron una férrea batalla en el campo de las formaciones de carácter simbólico, además de la represión policial directa.

Ariel Rodríguez Kuri (2003) plantea, en torno al 68, “la existencia de ciertas prácticas de comunicación y protesta asumidas como legitimas y debidas en las relaciones entre los estudiantes de los bachilleratos y las escuelas profesionales, por un lado, y las autoridades de la Ciudad de México, por el otro” (p. 188). Esta vicisitud pone en tela de discusión la cuantía de los mensajes políticos y su influencia en medio de las operaciones de movilización estudiantil y las de respuesta belicosa y simbólica estatal ante los rijosos. En la misma línea, Julio Scherer y Carlos Monsiváis (2004) esbozaron que “la clase gobernante” edificó a sus “adversarios” y “enemigos” con la finalidad de “cercarlos, cohecharlos, incorporarlos, nulificarlos, destruirlos” desde los más diversos “métodos” (p. 161). Las gestiones estatales, en este antagonismo durante los sesenta, desplegaron, en efecto, dinámicas represivas para la contención de la protesta y, paralelamente, el encauzamiento de la opinión pública alrededor de los diversos enfrentamientos entre los estudiantes y el Estado.

El campo de batalla de la comunicación estaba enfocado en generar un impacto legitimador en la opinión pública. Por un lado, los estudiantes intentaron comunicar sus posiciones políticas y difundir sus ideas como parte sustancial del brigadismo político, las “comisiones de prensa y publicaciones” y las de “actividades culturales” (Revueltas, 1978, p. 62); y, por el otro, el Estado ambicionó reiteradamente la aprobación del uso de la violencia y la represión en contra de los denominados agitadores. Fue en la prensa escrita en donde las columnas de opinión y las notas periodísticas tuvieron una intensa dispersión de discursos en contra (o incluso a favor) de las movilizaciones estudiantiles debido a que las columnas de opinión y las notas dieron cabida a posiciones que la mayoría de las ocasiones presentaban argumentos a favor del régimen. Incluso, paradójicamente, en contadas ocasiones aparecían comentarios críticos u opuestos a las acciones gubernamentales. Es en medio de esos escritos en donde la participación de la intelectualidad tuvo un lugar privilegiado para la estrategia informativa gubernamental de masas (Rodríguez Munguía, 2009).

Desde todo lo anterior, indagamos en las expresiones de la lucha simbólica represiva que el Estado mexicano orquestó en contra de las luchas estudiantiles en los sucesos de 1966 en Morelia y 1968 en la Ciudad de México. Nuestra hipótesis y argumentos iniciales estriban en que, tanto en las luchas estudiantiles morelianas y las de la Ciudad de México, fueron organizadas diversas narrativas intelectuales alrededor de la agitación política en los medios impresos. Es allí, en los medios de carácter popular, en donde comenzó a desarrollarse un uso deslegitimador conducido desde discursos de carácter psicológico o psiquiátrico en contra de las disidencias para afianzar una estrategia discursiva contrainsurgente.

1 La prensa y las columnas del poder

Dos años antes de las conocidas movilizaciones estudiantiles de 1968, en la ciudad mexicana de Morelia, Michoacán, ocurrieron diversas manifestaciones por parte del estudiantado. Durante el mes de octubre de 1966 estalló un conflicto en la Universidad Michoacana, el cual tuvo como detonante inmediato el aumento de las tarifas del transporte en la ciudad y la eliminación del subsidio económico acordado entre empresarios transportistas y la Universidad Michoacana. Por esos azares inexplicables de la historia, el día 2 de octubre del 66, estudiantes de la Universidad Michoacana se reunieron en el centro de la ciudad para difundir propaganda y protestar contra el incremento de la tarifa. Durante el mitin hubo encontronazos con la policía y fue asesinado el estudiante Everardo Rodríguez Orbe.

Después de los trágicos sucesos, la prensa escrita michoacana creó de manera secuencial “cañonazos [informativos] que se repetían no a diario sino a cada instante […] con una puntería extraordinaria”; y fue así como “la tesorería del gobierno michoacano abrió sus arcas para costear una gigantesca campaña periodística, radiofónica y de ‘concentración de masas’ a favor de [el gobernador michoacano] Arriaga Rivera” (Macías, 2016, p. 24). La Voz de Michoacán fue el periódico local más influyente del periodo y jugó un papel relevante durante el conflicto. Su cercanía con el gobierno del estado michoacano y el repudio de la comunidad universitaria —a causa de su uso para legitimar diversas políticas coercitivas en la universidad— lo convierten en una fuente elemental para analizar la narrativa estatal en la prensa.

En el caso del 66 y el 68, la prensa escrita —en su extensión nacional y estatal— amalgamó directrices editoriales y contubernios mediante los cuales el gobierno estatal y federal fue amasando un control sistemático de la información y la tergiversación de los sucesos. Según Jacinto Rodríguez Munguía (2007),

El gobierno tendría una relación más intensa [con los medios impresos] en todos los sentidos. Más allá de las coyunturas, el poder sabía que lo que se publicaba era lo que realmente quedaría registrado para el futuro y que algún día eso mismo se podría evaluar para su ejercicio. (p. 85)

La prensa escrita contó con las más variadas estrategias de difusión y con una vigilancia gubernamental estricta de los alcances de las ideas impresas en las masas populares, con periódicos como La Prensa y La Voz que eran baratos y de acceso generalizado. La Prensa fue un periódico de amplio tiraje que contó con el subsidio no oficial del gobierno mexicano de aquellos días.

Los intelectuales y sus columnas de opinión fueron ejes cardinales en la estructura de la comunicación de masas tanto en La Prensa como en La Voz. Casos como el de la columna Granero político, divulgada cada domingo en La Prensa y con la pluma disfrazada del filósofo Emilio Uranga bajo el seudónimo de Sembrador, dan fe de ello. Esa icónica columna “no solamente sembró ideología coyuntural para un gobierno. […] Sembró las semillas que echarían raíces hondas en una conciencia colectiva para consolidar un sistema político” (Rodríguez Munguía, 2018, p. 32). Así, tanto Granero Político como otras columnas de opinión son recapitulaciones ineludibles para analizar la discursividad del Estado y el intento de control y difusión de información a la opinión pública.

La línea editorial estatal marcaba las pautas por las cuales el periodista debía permanecer alejado de “filias y fobias” y en donde la “jerarquía de la noticia” tomaba tintes morales alrededor del “bien” y sin “perder de vista el conjunto” (Rodríguez Castañeda, 1993, p. 114). Todo esto se realizaba a través del control gubernamental de los insumos de papel y el subsidio económico a periodistas y periódicos (Zacarías, 1996). Fue desde estas latitudes que la prensa y la escritura de los intelectuales manifestaron su carácter concubino y certero sobre las mayorías. La prensa escrita fue un pilar de la contrainsurgencia discursiva sobre las manifestaciones estudiantiles debido a que hicieron confluir la fuerza de las plumas eruditas y las delimitaciones prácticas de la propaganda engarzándolas con los imaginarios, las creencias y las disposiciones morales e ideológicas de las poblaciones.

2 Los intelectuales y sus narrativas oficiales. Nudos subyacentes de la psicologización

La historia de la relación entre la intelectualidad mexicana y los movimientos estudiantiles tiene diversos matices. Desde una perspectiva neutralizadora, Jorge Volpi (1998) manifiesta que la posición de los intelectuales en el 68 logró un efecto ulterior en la “opinión pública”, ya que su acción estaba centrada en la simple expresión de sus “opiniones” (p. 414). Esta reducción de la intelectualidad mexicana es sumamente limitada, o incluso ingenua, ya que las expresiones doctas buscaron conducir a un amplio espectro de la población, configurando de manera repetida y distorsionada la realidad política de las acciones estudiantiles.1

La relación entre la intelligentsia y el poder político en México no puede ser leída sin el fuerte lazo —comercial e informativo— de la prensa con los contubernios y continuidades estatizadas propias de la coerción periodística. La prensa mexicana, como parte de su adecuación a las políticas del régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI), logró contar entre sus filas con diversos intelectuales adherentes al régimen e incluso opositores a este. Desde el conocido término gramsciano de intelectuales orgánicos es lícito asumir que la función de estos pensadores parte de una “especialización” mediante la cual advienen como “gestores” del “grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y el gobierno político” (Gramsci, 1963/2013, pp. 393-394).

El perfeccionamiento del pensamiento instruido acompañó a los medios de comunicación como una herramienta puntiaguda de un sistema de tecnificación comunicativa pormenorizada. Como observó Raymond Aron (1955/2018), “todas las doctrinas […] han tenido y siguen teniendo sus chantres y sus pensadores. Son los intelectuales, en cada campo, los que transfiguran opiniones o intereses” (p. 157). En consecuencia, el uso de la opinión, la metamorfosis y el establecimiento de un discurso comprensible y mundano, necesitaba de diversos ajustes para conducir y esparcir la información de opinión de apoyo y sustento del régimen priista autoritario. La palabra de los intelectuales formalizó, adecuó y reinscribió una narración mitológica comprensible de todas aquellas posturas opuestas al régimen del PRI y su gobierno. Desde lo anterior, durante la presidencia de Díaz Ordaz (1964-1970), fueron fraguándose diversos modos de nombrar y definir a las disidencias políticas. Las palabras y las significaciones oficiales conformaron un discurso regular por el cual quedaron personificados los estudiantes y la oposición. Con una sobrada precisión en medio de los rotativos, los enunciados sobre los disidentes alcanzaron puntos de anclaje comunes y ad hoc a las narrativas oficiales del sistema mediante imágenes y palabras expuestas a las masas.

Los intelectuales, según Michel Foucault (1994/2022), forman parte del sistema de poder y “la idea de que son los agentes de la ‘conciencia’ y del discurso forma parte del sistema” (p. 131). Partiendo de esta perspectiva, debe indagarse cómo es que las condiciones del discurso intelectual se encuentran relacionadas ya no solo con el discurso estatal, sino también con el resto de los discursos (políticos, filosóficos, médicos, psicológicos) que le dan su sustento. Estos discursos, y sus interconexiones, producen una asociación con saberes ya inscritos previamente en las poblaciones cuando son agrupados —por ejemplo— a las nociones de bienestar, de paz, de progreso y de la nación, entre otras.2 La potencia de las palabras en los modos de conocimiento social implica mitos, creencias y condiciones de carácter subjetivo. Estas relaciones dan cuenta del poder de los signos para producir un efecto mítico y retroactivo en los oyentes y en sus circunstancias políticas. Las palabras son eficaces, pues, en medio de los discursos, la dimensión estructural soporta y anuda saberes que inscriben modalidades de verdad mediante las cuales son establecidos criterios de recepción y articulación del sentido común que “impone significados” en la “interpretación” y la “decodificación” (Raiter, 2003, p. 19).

En las producciones de los intelectuales orgánicos prevalece una estructura narrativa que fortalece las ficciones estatales por las cuales un actor es narrado, posicionado y organizado discursivamente en la prensa. Los discursos —esa particular forma de enunciación cifrada en enunciados— difunden, crean, instauran y estabilizan realidades alrededor de los objetos significados que muestran lo que Michel Foucault (1969/2002) denomina como “el halo psicológico de una formulación” el cual “está impuesto de lejos por la disposición del campo enunciativo” (p. 129). Son los enunciados y sus regularidades descriptivas y clasificadoras quienes instalan los modelos sistemáticos y psicológicos mediante los cuales quedan de manifiesto las formas estructurales que modulan narrativamente el actuar subjetivo disidente. Es decir, la enunciación de la representación psicológica de los sujetos y sus experiencias sociales subsisten asignadas bajo los registros de sentido y de “la producción de ‘efectos de verdad’” mismos que se encuentran vinculados a “una amplia gama de dominios, sitios, problemas, prácticas y actividades que, en última instancia, se ‘volvieron psicológicas’” (Rose, 1996/2019, p. 100), y proporcionan así una estructura privada que determina el relato restrictivo y psicosocialmente “ideologizador” de sus acciones, experiencias colectivas y posiciones políticas (Fernández Christlieb, 2019, p. 58).

Para Foucault (1970/2005), en las sociedades se encuentran “producidos” varios “discursos” en medio de los cuales advienen dimensiones “controladas”, “seleccionadas” y “redistribuidas” mediante “número de procedimientos” que intentan “controlar el acontecimiento” (p. 14). La disposición de los discursos científicos, filosóficos o incluso médicos y psicológicos buscan posicionar, dividir, encauzar y domeñar las diversas expresiones de la actividad humana como si en ellas habitaran dinámicas y posiciones que debieran ser sustancialmente delimitadas. Es por esta disposición del discurso que los efectos de orientación logran manejar estructuralmente dimensiones de sentido que conjeturan la adecuación de la verdad en aras de distribuir y acrecentar las formas de exclusión y, sobre todo, de direccionalidad de las masas para afianzar, gracias a las creencias sociales, la legitimidad gubernamental.

Lo anterior puede lograrse igualmente reduciendo las acciones políticas radicales a través de un “soporte técnico-científico como supuesto sustento objetivo” proporcionado por la ciencia psicológica (Jimeno, 2004, p. 229), que conlleva también una “psicologización coercitiva de la experiencia” subversiva (De Vos, 2013a, p. 65). Esta determinación de la experiencia psicologizada ha sido diseminada por diversos factores de índole social y, sobre todo, ha sido propuesta por los “círculos artísticos e intelectuales” que terminan, de una u otra manera, haciendo el trabajo directivo de las sociedades normalizadas (Álvarez-Uría, 2006, p. 110).

En este sentido, la psicologización —discurso profundamente dependiente de la medicina y en especial de la psiquiatría— constituye uno de esos grandes entramados ideológicos que intentan delimitar la existencia política disidente. La psicologización está vinculada a los modos reduccionistas por los cuales puede ser tratado un hecho o la actividad humana en sí misma y, en esencia, consiste en “reducir los comportamientos a causas psicológicas internas de la fuente y no tanto en asignarlos a una nueva definición del objeto” (Mugny y Papastamou, 1984/1986, p. 525). En otras palabras, el mundo suele ser interpretado muchas ocasiones desde caracterizaciones individuales y psicológicas mediante las cuales quedan desplazadas las dimensiones políticas, sociales, históricas y económicas del quehacer de los sujetos en la cultura. “La psicologización supone […] un giro en el proceso moderno de subjetivación y autonomización”. De esta forma, la psicologización de las sociedades “supone de una parte, una individualización de lo social y, de otra, considerar que el núcleo explicativo de ese sujeto son procesos psicológicos, entendidos como procesos de una mente individual, intrapersonal y asocial” (Crespo y Serrano Pascual, 2016, p. 275).

La psicologización involucra también llevar la realidad ideologizada del sujeto al espectro de lo íntimo para buscar hacer coincidir su realidad particular e ideológica con una materialidad deformada y maniatada por los alcances personales y no por las expresiones de orden político, económico o social, es decir, “reforzando la alienación del individuo a su sociedad” (Ratner, 2012, p. 332). Esta manifestación discursiva resulta ser un reducto incisivo de las dinámicas modernas del poder para reducir los fenómenos sociales en busca de responsabilizar a los individuos mediante la superestructura ideológica (Martín-Baró, 1998, p. 84). Asimismo, la psicologización es una suerte de “colonización del mundo de la vida” engendrada “por los psi-expertos” misma que “se extiende en nuestra subjetividad y en la manera en que nos percibimos a nosotros mismos, a otros y a la causa y solución de problemas tanto individuales como sociales” (McLaughlin, 2018, p. 4). Es por esto que la exploración de la psicologización resulta trascendental en el armado de las dimensiones de la propulsión de discursos sobre las disidencias políticas, ya que implica discursos oficiales y determinaciones reduccionistas sobre el sujeto por parte de los discursos mayoritariamente institucionales y, por el otro, desde las formas de acepción de la sociedad civil ante las representaciones densamente politizadas sobre las acciones estudiantiles disidentes. La “concepción psicologizadora” en la “historia de las sociedades” suele estar, como consecuencia, en oposición a las luchas colectivas y su forma contrahegemónica de narrar los sucesos (Seoane y Rodríguez, 1988, p. 78).

Las columnas de los intelectuales orgánicos pretendieron anidar en el sentido común —ideológico y psicologizado— mediante las más heterogéneas insinuaciones de anormalidad, discordancia y prejuicio a través de significados que coexistieron en las notas buscando aniquilar toda posibilidad de apoyo hacia la oposición estudiantil. Igualmente, la psicologización alrededor de los fenómenos políticos de los años sesenta implicó cuando menos tres problemas sustanciales: a) la limitación ontológica de la acción política en su sentido reproductivo de nociones ideologizadas sobre el ser político; b) la adecuación de las consignas políticas a la regularidad del sentido común mediante el supuesto del orden y la normalidad; y c) la recepción contingente o resistente a las determinantes ideológicas del Estado. En efecto, la lectura político-intelectual de las actividades de grupos radicales o de agitación política fue encasillada en las expresiones individuales que devienen expresiones fijadas en el gobierno normalizado de la subjetividad.

Los enunciados de la psicologización, su caracterología y significación o sentido, son diseminados paulatinamente en el conocimiento popular. Debido a esto es posible que, en el conocimiento y el sentido común, aparezcan representaciones narrativas claramente definidas e incluso naturalizadas para poder describir, señalar y determinar a los sujetos disidentes. Este armado psicológico y narrativo es susceptible de instaurarse en las sociedades pues hay un saber y control simbólico de lo indeterminado en la vida cotidiana ya ideologizada de forma “interpasiva” (De Vos, 2013b; 2018).3 En otras palabras, el soporte de la regularidad y la norma en la conducta sugiere paulatinamente una especificidad descriptiva del agente político radical que será eficaz y que terminará siendo parte de un estigma o una naturalización a nivel político (González Fernández, 2012).

En este sentido, Umberto Eco (2012/2021) reconoce, en medio de las exposiciones del fascismo, que “las conductas aberrantes se potencian por el hecho de que los medios de comunicación dan noticia de ellas” (p. 113). Con esta adecuación, y como suele observarse en las expresiones del estado mexicano, las noticias toman un carácter alarmante y enunciador en medio del cual las representaciones de la radicalidad suelen difuminar un mensaje certero de dominación ante la opinión pública. La “psicologización”, desde esta disposición, tiende también a generalizar las “actitudes, solidaridades y oposiciones” de designación de las acciones políticas en la insistencia de una “razón” de Estado que reprime las actividades disidentes (Rose, 1990/1999, p. 39).

En el caso mexicano, la psicologización fue uno de los elementos legitimadores de la acción coercitiva del Estado, ya que logró difuminar con ideas sencillas y conceptualizaciones de carácter general las ideas de normalidad, exigencia intelectual, organicidad institucional ya sea familiar o estatal, y las formas opuestas al régimen, como la extravagancia, el delirio y los extremismos realizados por los agitadores. Por todo ello, es posible puntualizar a la psicologización producida por los intelectuales orgánicos como un camino efectivo de categorización de las movilizaciones estudiantiles por parte del gobierno mexicano.

3 Conformación del corpus textual y delimitaciones metodológicas

El corpus de archivos periodísticos quedó conformado por diez entradas de la columna del Granero Político durante los meses de julio a octubre, realizadas por el filósofo Emilio Uranga, quien colaboraba en el periódico La Prensa y utilizaba el seudónimo de Sembrador. La columna de Granero Político fue de gran popularidad y contó con buen recibimiento por parte de los lectores y apareció durante todo el movimiento estudiantil los días domingo en el periódico La Prensa. Asimismo, el corpus de documentos periodísticos fue nutrido esencialmente por las notas y opiniones de los intelectuales de La Voz, cuyo número de notas fue 27. Hemos limitado la exploración primeramente a las expresiones de Emilio Uranga, quien, en todo su alcance como intelectual orgánico, diseminó sistemáticamente una opinión docta sobre los estudiantes en los años mencionados y de otros pensadores menos reconocidos en las notas de La Voz.4

Para la elucidación de las codificaciones seguimos una estructura analítica centrada en los códigos cercanos a las características psicológicas: sus alcances a nivel de las prácticas que indican “modos”, “pensamientos” y “conceptualizaciones” (Gibbs, 2007/2012, p. 69). Esto determinó una codificación axial cuyo eje rector fue el espectro psi de determinantes evaluativas, normativas y descriptivas en las significaciones, el cual consideró, de igual forma, el contenido “retórico” que organiza “términos específicos” y el intento de “persuasión” mediática (Rapley, 2007/2014, p. 150). Es decir, descripciones, conceptos y afirmaciones cercanas a términos estudiados por la psicología y la psiquiatría esencialmente. Este análisis axial consistió también en despejar las “relaciones” y depurar las “categorías más relevantes” para anudar la exploración sistemática de los discursos y sus alcances para interpretar la realidad político-psicologizada de los estudiantes en la prensa (Flick, 2002/2018, p. 198).

Entre los códigos analíticos observamos, con mayor ahínco, las dimensiones de la familia, las condiciones irracionalidad, locura, paranoia y la limitación e incapacidad intelectual como manifestaciones reduccionistas de la agitación estudiantil, así como la cobardía, el desahogo, el ingenio, la libertad, el ocio, la paranoia y la dimensión inexpugnable de la amenaza comunista. Asimismo, las características psicológicas dotaban de validación todas las representaciones caracterológicas de los estudiantes, ya que determinaban y fijaban diversos sentidos interpretativos de sus acciones. Adicionalmente, además de presentar la información, nos permitimos analizar críticamente los discursos expresados en las citas recuperadas en aras de lograr aproximaciones reflexivas y críticas sobre el camino que siguió la psicologización en tanto estrategia discursiva del Estado mexicano.

Para la realización de este análisis crítico, más allá de la mera descripción, utilizamos una mirada estructuralista de veta foucaultiana que parte de la idea de que “vivimos en el interior de mundos codificados” los cuales determinan “categorías que nos regulan” (Gordo-López, 2008, p. 217). Estos sistemas son modos de enunciación que determinan lógicas de poder, objetivación y clasificación que reflejan modalidades históricas de saber (Foucault, 1966/2008). Los cuales, a su vez, expresan la “semiosis” cuya “representación” produce “los discursos” (Fairclough, 2001/2003, p. 182). De esta manera, abrimos y analizamos el discurso con una mirada crítica ante las modalidades de significación y de la reducción narrativa psicologizante de las prácticas informativas de los medios de comunicación. Finalmente, analizamos un conjunto de enunciados que coinciden parcialmente en su orientación general o en ciertos repertorios teóricos, simbólicos e imaginarios (Bruner, 1994/1998). Y, a su vez, buscamos comprender la circulación de determinados “lenguajes políticos”, entendidos como un modo de producir enunciados de carácter represivo (Palti, 2005, p. 70).

4 Extremismo: entre el comunismo, el delirio y el rendimiento en el 68

En la columna de Granero Político existieron significaciones de carácter psicológico alrededor de la condición del extremismo estudiantil y a esta representación fueron asociadas otras dimensiones significativas que reproducían el bucle informativo propuesto a interpretación de la opinión pública. Una de esas dimensiones radica esencialmente en la afirmación psicologizante del delirio. Este término de talante psiquiátrico-psicológico fue instituido como categoría común para designar lo irracional, lo apasionado o incluso lo carente de normalidad u orden. En una de las entregas de la columna puede leerse lo siguiente:

Al releer los exaltados manifiestos y panfletos pro comunistas y los lemas delirantes que sus ‘guías’ les habían enseñado a escribir (aunque con muchas faltas de ortografía) sobre papeluchos, pancartas y autobuses, los estudiantes verdaderamente mexicanos empezaron a comprender lo absurdo de las posiciones a las que fueron empujados. (Sembrador, 1968b, párr. 7).

El comunismo en México usualmente fue emparentado con la contrariedad, la herejía, el desacato, el antagonismo y la oposición a la realidad normal dominante. Es decir, la denominación del significado comunismo fue un terreno fértil en el cual podrían agolpar y asociarse muchas de las significaciones que describirían la situación inestable del comunismo. Es por esto por lo que en el apartado se remarca que la “exaltación” es propia de aquellos que realizan o creen en un proselitismo propio del “comunismo”. La carencia de orden puede incluso leerse en el énfasis por las “faltas de ortografía” y, como corolario, este ímpetu de seguimiento al comunismo es, por demás, “absurdo”.

En un momento paralelo, debe resaltarse que una de las características más convenientes y singulares del discurso intelectual de esta columna era explicar de manera directa y con un lenguaje comprensible a cualquier tipo de audiencia las complejas dimensiones de la vida política. El fenómeno de la psicologización tiene, en este punto, uno de sus más sólidos pilares. No resulta indispensable tener amplios conocimientos de conceptos políticos, sino confrontarlos con el terror, la desaprobación o los juicios morales. En consecuencia, la dominación de un discurso técnico-científico cuenta con mayor raigambre y concatenación a partir de su vínculo con una realidad cotidiana. La efectividad de estos vínculos iba de lo académico hacia un discurso mundano soportado en el sentido común. Esta amalgama incrementó la injerencia de un discurso válido, lógico, inteligente y, sobre todo, hondamente cercano a la lectura poco especializada.

En otra entrega de Granero Político se presenta una afirmación sobre una supuesta indagatoria a diversos estudiantes sobre las finalidades y aspiraciones del movimiento estudiantil del 68 y de la cual recuperamos lo siguiente:

Todavía no hemos encontrado un sólo jovencito estudiante de los muchos que hemos interrogado que nos haya sabido contestar la pregunta que la mayoría de los mexicanos tienen en mente: ¿Cuáles son los propósitos del llamado “movimiento estudiantil” que desató una ola de disturbios? (Sembrador, 1968a, párr. 1)

Aquí es descrita la incapacidad para saber los fines de la lucha estudiantil de 1968 por parte de los estudiantes. Esta determinación cognitivista y de cualidad psicológica declara cierta incapacidad por parte de los estudiantes para explicar los porqués de sus movilizaciones y acción política. Este argumento es sumamente general e incluso incorrecto, pues en su mayoría, y como consta en muchas de las marchas, los talleres de formación política y los debates de aquellos años, los puntos del pliego petitorio tenían una sobreexposición clarísima para la mayoría de los estudiantes e incluso para sus familias y otros sectores de la sociedad. El elemento de incapacidad intelectual también ha sido un factor común para describir cierta limitación de los estudiantes agitados. En palabras concisas, la inscripción de una falta de inteligencia intentó deslegitimar mediante la torpeza los alcances políticos estudiantiles.

Afinando esto último, en otra entrega del Granero pudimos localizar este párrafo: “sujetos al dominio casi terrorista de los grupos ‘ultras’: marxistas trotskistas y maoístas […] que propiciaban no solamente su bajo rendimiento académico sino un relajamiento total entre las relaciones entre los alumnos, los maestros y las autoridades” (Sembrador, 1968c, párr. 11). Aquí acontece nuevamente la poca capacidad intelectual. Los estudiantes pierden su rendimiento académico cuando entran o participan de la praxis del marxismo y sus modalidades. En este sentido, el “bajo rendimiento” es asociado a las dimensiones de la relajación y la falta de comprensión del orden institucional más conservador. Esto propone específicamente dos caminos claros en la descripción de los estudiantes. El primero de ellos es de carácter evaluativo, pues se considera a los estudiantes con poca capacidad intelectual y como elementos con desempeño limitado y, como segundo punto, existe también una delimitación normativa que los considera esencialmente carentes de reconocimiento de las normas y jerarquías de las prácticas institucionales.

Después del cuestionamiento y la “bochornosa” y poco razonada respuesta de los estudiantes supuestamente entrevistados en la penúltima columna mencionada, aparece igualmente la inferencia de Sembrador en el siguiente párrafo:

Nos dieron pena los muchachos. Vimos en ellos la representación de idealismo ingenuo, de la acción irreflexiva, pero apasionada, un vago e informe deseo de convertirse en héroes, de cambiar las cosas, pero una ausencia absoluta de la conciencia de aquello por lo que dicen luchar. Los más despiertos repiten los lemas agresivos e irrespetuosos que otras manos les enseñaron a garabatear […] No se necesita recurrir a Octavio Paz, a Santiago Ramírez o a Samuel Ramos para entender la sicología de los jóvenes estudiantes que son mañosamente arrastrados a un artificial conflicto […] la violencia por sí misma, aunque no conduzca a nada, ayuda en los primeros momentos al individuo a liberarse de cargas internas e impulsos reprimidos lo que le produce un curioso alivio, al que sucede generalmente una depresión moral, un estado de inseguridad y remordimiento. (Sembrador, 1968a, párr. 4)

El amplio apartado despliega con mucha claridad las determinaciones intelectuales y la interpretación psicológica realizada por Sembrador alrededor de la conducta y el quehacer de los jóvenes estudiantes del 68. Es trascendente que la columna realice un juicio-interpretación psicológica centrada en la “inseguridad” y el “remordimiento”. En un primer nivel analítico, Sembrador parece desligarse de los intelectuales y ofrecer un análisis comprensible y sin demasiada exigencia que resulta de fácil entendimiento. Más allá de la validez de los juicios, lo verdaderamente interesante es el uso del término “sicología”. Esto determina la condición de validación y contubernio entre la ciencia psicológica y el escrutinio mundano e individualizante de la movilización política. En términos generales, los estudiantes quedan definidos como entes individuales e inferiores, “reprimidos” que no pueden resolver sus “pasiones” de una manera adecuada. Son, según la columna, seres con “inseguridad” y “remordimiento” que individualmente buscan simplemente convertirse en “héroes” o simples entes “depresivos”.

Una interpretación del párrafo anterior puede seguir la línea inversa. Es decir, plantear por qué y cómo es que puede reducirse un activismo político a una circunstancia tan específica e interior como la psicológica. En un primer momento, la noción de juventud parece exhibirse, como en general y a nivel mundano ocurre, como un momento de inadecuación que es presa fácil de dirección “mañosa”. La incapacidad y libertad de los jóvenes hacen articulación con el sentido común de aquello que padecen los jóvenes. En consecuencia, las juventudes estudiantiles dependen de sus “instintos” internos y “reprimidos”, y no de las inquietudes e injusticias políticas. Es esta una forma muy oportuna de producir y adecuar un discurso psicologizador para aminorar la acción estudiantil en las claves de lo esperable y los lugares comunes por los que se determina a los jóvenes.

El nudo central del discurso aquí ya no es la violencia, un camino que en términos generales suele ser profundamente juzgado por la opinión pública. En el momento de quitarle brillo a la violencia son puestas en realce las características regulares más cercanas a las formas de entendimiento de la normalidad psicológica de las personas en la sociedad civil y con ello toda acción “impulsiva”, “depresiva” o “irreflexiva” puede ser rechazada con mayor facilidad. Los estudiantes son exhibidos como algo más que violentos; ellos representan diversas formas inadecuadas a lo que simbólicamente fue inscrito alrededor de la normalidad de las poblaciones. Como vemos, la eficacia de la significación reside aquí en ajustar nuevamente los saberes anquilosados en las poblaciones para poder reinscribir caminos de resolución de las acciones contrarias a la normalidad.

5 Psicologismo antes, durante y después del conflicto universitario moreliano de 1966

Como anticipamos, los primeros días del mes de octubre de 1966 estalló un conflicto que enfrentó a miembros de la Universidad Michoacana con el gobierno del estado de Michoacán, entonces encabezado por Agustín Arriaga Rivera. El conflicto escaló llegando a enfrentar a las autoridades universitarias con el gobernador del estado. Entre el 8 y el 9 de octubre, el ejército ingresó al Colegio de San Nicolás, que se mantenía tomado por los universitarios y allanó las casas del estudiante, realizando múltiples detenciones (Rangel, 2022, p. 293). Con la intervención del ejército y con las posteriores modificaciones en la legislación universitaria, se puso fin violento al movimiento que había comenzado a gestarse. En el marco de este conflicto —que fue una antesala de la política represiva que acontecería dos años después— se desplegaron discursos intelectuales desde los cuales se criticó la rebeldía y la participación política de la juventud michoacana. Algunas notas, columnas y artículos que aparecieron en La Voz de Michoacán antes, durante y posteriormente al conflicto dan cuenta de ello. Como se verá, el valor de estas notas radica en la reiteración que distintos colaboradores del periódico plantearon, con argumentos y enfoques similares.

Días antes del estallido del conflicto, Guillermo Hinojosa Morales (1966, 22 de septiembre, pp. 3-15) planteó algunas encomiendas para combatir la delincuencia juvenil en su artículo “El desquiciamiento moral de la juventud”. En primer lugar, recomendó, “mucho deporte para ‘consumir las energías naturales’”; a los padres les aconsejó “extremar la vigilancia” de sus hijos; y a los procuradores, jueces, jefes de policía “ponerse de acuerdo para no permitir que los jóvenes deambulen por las calles, asistan a los incubadores de delincuentes tales como billares, cafés y salones de baile”. Algunos días después, Blanca Lydia Trejo (1966, p. 3) planteó que ante la agitación estudiantil los “buenos maestros” debían “orientar y saber como (sic) conducir a los jóvenes” para poder formar “generaciones sanas y útiles a la patria”. Por su parte, los padres no solo debían enviar a sus hijos a la iglesia, además había que implementar otras medidas para “frenar la disolución del hogar”, causante de la actitud rebelde de los estudiantes. Ambas notas, publicadas en la antesala del estallido del movimiento estudiantil, dan cuenta de una particular lectura sobre el estado de agitación juvenil y de los estudiantes.

La explicación psicologista no solo fue empleada como interpretación de la rebeldía juvenil, también fue esgrimida, días antes, para explicar el surgimiento del Movimiento Revolucionario del Pueblo, agrupación guerrillera de inspiración socialista. El periodista y escritor José Santos Valdés cuestionó a quienes veían, en aquel grupo, a individuos “enfermos de psicastenia y por eso capaces de matar presidentes y de armar a muchos al estilo Castro Ruz”. Por el contrario, Santos Valdés (1966, pp. 3-15) dijo conocer a tres de los profesores encarcelados integrantes del grupo guerrillero y aseguró que estos no eran “enfermos de neurosis obsesiva”, los definió como entusiastas profesores, “personas conscientes, trabajadores, y además, leales a sus principios políticos, a sus ideales humanos”.

Una vez que estalló el conflicto, el día 8 de octubre apareció en primera plana el texto titulado “Los cerebros tras bambalinas”. En esta nota se acusó a los profesores de la Facultad de Altos Estudios de la Universidad de manipular a los jóvenes estudiantes. Siguiendo con la columna, la institución estaba funcionando como “refugio de reprimidos con complejos de subversión”, para luego enlistar los nombres de Jaime Díaz Rozzoto, Ludovic Osterc y Arturo Meléndez, destacando sus nacionalidades extranjeras. Los profesores “utilizan a la juventud mexicana […] aprovechándose de su inexperiencia y de su corto alcance de la dinámica nacional” (“Los cerebros tras bambalinas”, 1966, pp. 1-15).

Unos días después, desde la misma columna Marginal, se criticó el pronunciamiento de la Junta de Gobierno, en el que se posicionó contra ocupación de la Universidad por el ejército. El escritor del texto dirigió sus críticas a la Junta por respaldar la acción de “extremistas”, “agitadores extranjeros”, “fósiles y anarquistas”. Además, apuntó al presidente de dicha Junta, Pablo G. Macías, quien

Se considera individuo de extrema izquierda, sin percatarse de que más bien identifica con el anarquismo, se dice marxista y entiende a Marx en razón de panfletista. […] su extremismo lo confunde con la impotencia, con el coraje y la desilusión de aquel que llega a la senectud sin haber hecho nada laudable en su vida. (“La insolente Junta de Gobierno”, 1966, pp. 1-12)

Son varias las ideas que se deslizan en esta columna; por un lado, se identifican a las voces críticas al gobierno del estado y al uso de la fuerza en la Universidad con agentes externos a la vida de la institución. En el caso de Pablo G. Macías, se le desprestigia como un torpe lector que no entiende los postulados teóricos que dice defender y finalmente se “explican” sus posturas políticas como el resultado de estados de ánimo “coraje”, “desilusión” e “impotencia”. Hacia el final del conflicto aparecieron más textos que pretendieron “explicar” lo que había ocurrido en la capital michoacana. La interpretación psicologizante del carácter de algunos personajes se le sumó un discurso que ahora enfocó el funcionamiento de las masas estudiantiles. En la columna de Rubén Salazar Mallen (1966, pp. 3-15) se planteó que los jóvenes inexpertos y poco avezados eran víctimas pasivas de la obra de agitadores profesionales, los cuales:

Con sólo caldear los ánimos ya podían ocultar la realidad y ya podían impedir el discernimiento. Las veces (sic) de la razón no serán escuchadas por los apasionados, mientras los agitadores, fríos y calculadores, iban hacia sus propósitos, sin apasionarse, aunque fingiendo pasión. […] lo primero que los agitadores hicieron fue cegar a los estudiantes, sustituyendo la razón o siquiera una lógica elemental por la pasión.

De este modo lograron que los estudiantes se entregaran “a los impulsos primitivos, elementales, de la pasión. Destruir o paralizar la inteligencia de aquellos de los que se sirven es un paso inicial de los agitadores” (Salazar Mallen, 1966, pp. 3-15). Con este argumento se buscó reducir a los estudiantes movilizados a contingentes irracionales, manipulables, convencidos por agitadores a través de argumentos más pasionales que lógicos y ecuánimes.

Una vez concluido el conflicto, las columnas de opinión y artículos fueron cambiando de tema. Sin embargo, esta visión sobre la juventud y la rebeldía siguió circulando por el periódico. Antonio Magaña Esquivel (1966, pp. 3-15), en su columna “Genio y Figura”, abordó el tema de la juventud rebelde y activa. Ahí señaló alarmado cómo “Todos los progresos de las ciencias han logrado reducir la mortalidad infantil y dominar mil enfermedades: pero no han logrado dar la cifra exacta del problema de la juventud rebelde que pronto pasó de la travesura a la delincuencia”. Para posteriormente concluir que un congreso reciente “de pediatría abordó esta cuestión, y repitió lo que han señalado sociólogos y economistas, o sea que las causas de la delincuencia juvenil radican frecuentemente en la organización familiar”.

Sostenemos que, así como en el plano político los sucesos acaecidos los primeros días de octubre —el incremento en la tarifa y la muerte de Everardo Rodríguez— fueron solo el detonante último de dinámicas más profundas relacionadas con el autoritarismo gubernamental, auspiciado con la propaganda psicológica que denostó la acción política. Del mismo modo, en el plano discursivo el análisis de las notas de La Voz de Michoacán previas, durante y posteriores al conflicto muestran cómo las enunciaciones psicologizantes con las que se buscó desacreditar a los estudiantes ya estaban circulando previo al estallido formal del movimiento estudiantil, en una tensión narrativa con las significaciones estables de la opinión pública. Dicho de otro modo, no solo es que estos discursos resulten útiles durante el estallido de estos conflictos políticos, sino que es precisamente porque están circulando de modo cotidiano en la prensa, alineando un sentido común regulador, que son aceptados y circulan exitosamente durante los conflictos.

6 Conclusiones

Después de lo revisado, podemos plantear que hay una secuencia narrativa de Estado en 1966 y en 1968 concentrada en la psicologización del estudiantado. Más allá de las tesis sobre la antesala de un movimiento a otro, lo que resulta evidente es la configuración de una narrativa gubernamental que cuajó de buena manera con los alcances de la prensa y sus intelectuales anclados en las características de índole psicológica. Estos elementos generaron narrativas heterogéneas concentradas en pensar a los ciudadanos desde una óptica psicológica anquilosada en los valores dominantes de aquellos días y en las determinaciones capacitistas y de normalidad. Los discursos psicológicos que tendieron a deslegitimar la acción estudiantil estaban centrados en una serie de manifestaciones enfocadas en el rendimiento, la patologización y la oposición a los valores instaurados por las formas de sentido común.

De esta manera, las acciones y manifestaciones estudiantiles fueron conceptualizadas bajo el espectro de la amenaza comunista, bajo los lineamientos de las formas de incapacidad y, de igual forma, redujeron la acción de las juventudes a sus pasiones. Todos estos elementos encontraron interconexiones en los discursos oficiales y de las disciplinas psi para someter la realidad a un designio de los criterios normales y esperables para la sociedad civil. Desde esta mirada, las características psicológicas fueron determinantes, en tanto discurso, para intentar contrarrestar el apoyo a las movilizaciones estudiantiles y los intelectuales echaron mano de ellas como una suerte de fortalecimiento científico y culto de la denostación a la disidencia estudiantil.

Luego de rastrear los discursos que circularon en la prensa durante estas emblemáticas movilizaciones estudiantiles, resultó evidente que las disciplinas psi permearon el espectro mediático. Los movimientos estudiantiles no solo fueron combatidos con la violencia represiva característica del periodo en México, también se presentaron relatos que, retomando nociones disciplinares, buscaron desprestigiar a los jóvenes. Es pertinente preguntar: ¿En qué medida estos discursos fueron creídos por los lectores? Esta interrogante podría ser abordada en investigaciones posteriores, resarciendo así algunas de las limitaciones de este artículo.

Contribución de autoría

Edgar Miguel Juárez-Salazar: Conceptualización, curación de datos, análisis formal, investigación, supervisión, visualización, redacción del borrador original, redacción, revisión y edición

Gerardo Baltazar Mozqueda: Conceptualización, curación de datos, análisis formal, investigación, visualización, redacción del borrador original.

7 Referencias

Álvarez Garín, Raúl. (1998). La estela de Tlatelolco: Una reconstrucción histórica del movimiento estudiantil del 68. Ítaca.

Álvarez-Uría, Fernando. (2006). Viaje al interior del yo: La psicologización del yo en la sociedad de los individuos. Robert Castel, Fernando Álvarez Uría, Jacques Donzelot y Guillermo Rendueles (Eds.), Pensar y resistir: La sociología crítica después de Foucault (pp. 101–134). Círculo de Bellas Artes.

Aron, Raymond. (1955/2018). El opio de los intelectuales. Página Indómita.

Bruner, Jerome. (1994/1998). Realidad mental y mundos posibles. Los actos de la imaginación que dan sentido a la experiencia. Gedisa.

Camp, Roderic; Hale, Charles, & Vázquez, Josefina. (1991). Los intelectuales y el poder en México. El Colegio de México/UCLA.

Cansino, César. (2020). Del intelectual orgánico al pseudointelectual crítico. Hacia una nueva tipología de los intelectuales en México. TLA-MELAUA, 13, 208–230. https://www.apps.buap.mx/ojs3/index.php/tlamelaua/article/view/1639

Crespo, Eduardo, & Serrano Pascual, María. (2016). La psicologización del trabajo. La desregulación del trabajo y el gobierno de las voluntades. En Rafael Rodríguez (Coord.), Contrapsicología. De las luchas antipsiquiátricas a la psicologización de la cultura (pp. 273–296). Dado.

Draper, Susana. (2018). México 1968: Experimentos de la libertad. Constelaciones de la democracia. Siglo XXI.

De Vos, Jan. (2013a). Ahora que lo sabes, ¿cómo te sientes? El experimento de Stanley Milgram y la psicologización. Aesthethika. Revista Internacional sobre Subjetividad, Política y Arte, 9(1), 48–75. https://www.aesthethika.org/Ahora-que-lo-sabes-como-te-sientes

De Vos, Jan. (2013b). Psychologization and the subject of late modernity. Palgrave Macmillan.

De Vos, Jan. (2018). Fake subjectivities: Interpassivity from (neuro)psychologization to digitalization. Continental Thought & Theory: A Journal of Intellectual Freedom, 2(1), 5–31. https://doi.org/10.26021/267

Eco, Umberto. (2012/2021). Construir al enemigo. Lumen.

Estrada, Gerardo. (2004). 1968. Estado y universidad. Orígenes de la transición política en México. Grijalbo.

Fairclough, Norman. (2001/2003). El análisis crítico del discurso como método para la investigación en ciencias sociales. En Ruth Wodak & Michael Meyer (Eds.), Métodos de análisis crítico del discurso (pp. 179–204). Gedisa.

Fernández Christlieb, Pablo. (2019). Psicología social como ciencia de la comunicación. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 34(131), 47–64. https://www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/article/view/70909

Flick, Uwe. (2002/2018). Introducción a la investigación cualitativa. Morata.

Foucault, Michel. (1966/2008). Las palabras y las cosas. Siglo XXI.

Foucault, Michel. (1969/2002). La arqueología del saber. Siglo XXI.

Foucault, Michel. (1970/2005). El orden del discurso. Tusquets.

Foucault, Michel. (1994/2022). Microfísica del poder. Siglo XXI.

Gibbs, Graham. (2007/2012). El análisis de datos cualitativos en investigación cualitativa. Morata.

González Fernández, Rafael. (2012). Más allá de la psicologización: Estigmatizaciones naturalizadoras individuales y colectivas. Teoría y Crítica de la Psicología, (2), 49–62. https://www.teocripsi.com/ojs/index.php/TCP/article/view/83

Gordo-López, Ángel. (2008). Análisis del discurso: Los jóvenes y las tecnologías sociales. En Ángel Gordo & Alfonso Serrano (Coords.), Estrategias y prácticas cualitativas de investigación social (pp. 213–243). Pearson.

Gramsci, Antonio. (1963/2013). La formación de los intelectuales. En Antonio Gramsci, Antología (pp. 288–396). Siglo XXI.

Guevara Niebla, Gilberto. (1988). La democracia en la calle: Crónica del movimiento estudiantil mexicano. Siglo XXI.

Hinojosa Morales, Guillermo. (1966, 22 de septiembre). El desquiciamiento moral de la juventud. La Voz de Michoacán.

Jiménez Guzmán, Héctor. (2018). El 68 y sus rutas de interpretación. Fondo de Cultura Económica.

Jimeno, Myriam. (2004). Crimen pasional. Contribución a una antropología de las emociones. Universidad Nacional de Colombia.

La insolente Junta de Gobierno. (1966, 11 de octubre). La Voz de Michoacán, [Editorial].

Lévi-Strauss, Claude. (1958). Anthropologie structurale. Librairie Plon.

Los cerebros tras bambalinas. (1966, 8 de octubre). La Voz de Michoacán, [Editorial].

Macías, Pablo. (2016). Octubre sangriento en Morelia. UMSNH-IIH.

Magaña Esquivel, Antonio. (1966, 25 de noviembre). Juventud rebelde y activa. La Voz de Michoacán.

Martín-Baró, Ignacio. (1998). Psicología de la liberación. Trotta.

McLaughlin, Kenneth. (2018). La psicologización y la construcción del sujeto político como un objeto vulnerable. Teoría y Crítica de la Psicología, (3), 3–18. https://www.teocripsi.com/ojs/index.php/TCP/article/view/50

Mugny, Gabriel, & Papastamou, Stamos. (1984/1986). Los estilos de comportamiento y su representación social. En Serge Moscovici (Ed.), Psicología social II (pp. 507–534). Paidós.

Palou, Pedro. (2007). Intelectuales y poder en México. América Latina Hoy, (47), 77–85. https://doi.org/10.14201/alh.1367

Palti, Elías. (2005). De la historia de “ideas” a la historia de los “lenguajes políticos”: Las escuelas recientes del análisis conceptual. El panorama latinoamericano. Anales, (7–8), 63–81. https://hdl.handle.net/2077/3275

Pfaller, Robert. (2017). Interpassivity: The aesthetics of delegated enjoyment. Edinburgh University Press.

Raiter, Alejandro. (2003). Lenguaje y sentido común: Las bases para la formación del discurso dominante. Biblos.

Rangel, Lucio. (2022). El movimiento estudiantil en la Universidad Michoacana, 1956–1966. Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo.

Rapley, Tim. (2007/2014). Los análisis de la conversación, del discurso y de documentos en investigación cualitativa. Morata.

Ratner, Carl. (2012). Macro cultural psychology. Oxford University Press.

Revueltas, José. (1978). México 68: Juventud y revolución. Era.

Rodríguez Castañeda, Rafael. (1993). Prensa vendida. Los periodistas y los presidentes. 40 años de relaciones. Grijalbo.

Rodríguez Kuri, Ariel. (2003). Los primeros días. Una explicación de los orígenes inmediatos del movimiento estudiantil de 1968. Historia Mexicana, 53(1), 179–228. https://hdl.handle.net/20.500.11986/COLMEX/10007031

Rodríguez Munguía, Jacinto. (2007). La otra guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poder. Debate.

Rodríguez Munguía, Jacinto. (2009). Prensa y poder político en México: Una historia incómoda. El Cotidiano, (158), 43–49. https://elcotidianoenlinea.azc.uam.mx/index.php/numeros-por-articulos/prensa-y-poder-politico-en-mexico-una-historia-incomoda/viewdocument/1199

Rodríguez Munguía, Jacinto. (2018). La conspiración del 68. Los intelectuales y el poder. Debate.

Rose, Nikolas. (1990/1999). Governing the soul: The shaping of the private self. Free Association Books.

Rose, Nikolas. (1996/2019). La invención del sí mismo. Poder, ética y subjetivación. Pólvora.

Salazar Mallen, Rubén. (1966, 15 de octubre). Los sucesos de Morelia. La Voz de Michoacán.

Santos Valdés, José. (1966, 28 de septiembre). Víctor Rico Galán. La Voz de Michoacán.

Scherer, Julio, & Monsiváis, Carlos. (2004). Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia. Aguilar.

Schmitt, Carl. (1972). La notion de politique. Calmann-Levy.

Sembrador. (1968a, 18 de agosto). Granero político. La Prensa.

Sembrador. (1968b, 25 de agosto). Granero político. La Prensa.

Sembrador. (1968c, 22 de septiembre). Granero político. La Prensa.

Seoane, Julio, & Rodríguez, Ángel. (1988). Psicología política. Pirámide.

Trejo, Blanca. (1966, 27 de septiembre). Irresponsabilidad estudiantil. La Voz de Michoacán.

Volpi, Jorge. (1998). La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968. Era.

Zacarías, Armando. (1996). El papel del papel de PIPSA en los medios mexicanos de comunicación. Comunicación y Sociedad, 25, 73–88. http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/comsoc/pdf/25-26_1996/73-88.pdf

Zermeño, Sergio. (1994). México, una democracia utópica: El movimiento estudiantil del 68. Siglo XXI.