El estudio partió de la siguiente pregunta: ¿Qué es y cómo viven el anarquismo en Chile quienes lo protagonizan autodefiniéndose como anarquistas? Con aquello, construimos la investigación en torno al testimonio de 21 participantes asentados en 9 ciudades del centro, sur y norte del país (Puerto Montt, Osorno, Valdivia, Temuco, Chillán, Concepción, Valparaíso, Santiago y Antofagasta), interesados en conocer, por tanto, cómo estos individuos comprenden su propia práctica anarquista y el anarquismo en general, analizando el relato que nos compartieron sobre su experiencia personal y social en el mundo ácrata.
Y este aspecto revela nuestro trabajo como una obra inédita en el país, porque resulta imposible encontrar literatura publicada sobre subjetividades anarquistas del siglo XXI en centros académicos y entre las propias redes libertarias. Sí, es vasta y muy valiosa la literatura historiográfica elaborada por investigadores con identificaciones anarquistas (Godoy, 2011, 2014, 2016, 2019, 2020, 2024; Lagos, 2012, 2013, 2015, 2021, 2022; Margarucci y Godoy, 2018; Muñoz, 2009, 2011, 2013; Palomera y Pinto, 2006) y algunos de la academia (Goicovic, 2003; Grez, 2007, 2010), pero la mayoría construye conocimiento en torno a experiencias particulares de fines del siglo XIX e inicios del XX, relevando historias de vida de insignes personajes libertarios, el contexto social, político y económico que vivía el país cuando se propagó la idea anarquista, o la relación del movimiento obrero chileno con anarquistas y anarco-sindicalistas de primera huella. Y al respecto, Felipe Del Solar y Andrés Pérez (2008), señalan:
Lo cierto es que la historiografía chilena no es del todo adicta al ejercicio de la historia en tiempo presente, ya sea por su positivismo predominante o por la falta de documentación. Por su parte, las ciencias sociales, que podrían dar cuenta del fenómeno ya que poseen los métodos para ello, tampoco dan señales satisfactorias. Quizás sea el monopolio del estudio de los movimientos sociales por intelectuales de tendencia marxista, con todos sus nombres y diferencias, el motivo por el que no se ha estudiado el tema, ya que este sujeto diverso y multidimensional, no encaja en ninguna de las categorías preferidas de esa corriente de pensamiento militante. (pp. 14-15)
Frente a aquello, acá no presentamos un trabajo historiográfico, sino más bien una sociología experiencial y, en este sentido, optamos por el método de la Teoría fundamentada porque releva una construcción de conocimiento inductiva apoyada en la comparación sistemática de la información suministrada por los/las participantes, cuya aplicación impacta en dos planos inmediatos: Uno, que tiene que ver conmigo, y otro, que tiene que ver con el lector. El primero, remite al proceso de vigilancia epistemológica (Bourdieu, 2008) que, en mi calidad de agente productor de conocimiento, procuré tener desde el inicio hasta el final de la investigación con mi propio arraigo personal y social con el conocimiento que quería construir; y el segundo, que, al no partir por teorías ni prenociones generales sobre el tema, el lector que se enfrente a este artículo no tiene que esperar en ningún caso un símil con la información que posea sobre el denominado anarquismo histórico o la filosofía política de Piotr Kropotkin, Mijaíl Bakunin, Errico Malatesta o Emma Goldman, como tampoco con las y los anarquistas de la Comuna de París, la guerra civil española o el anarco-sindicalismo de finales del siglo XIX en Chile. No. Acá se construyó conocimiento desde abajo, y entre otros aspectos, hace emergente una característica descrita previamente por Peter Marshall (2016), Jim Mac Laughlin (2017) y Carlos Taibo (2013, 2019), referida a la no-existencia de vertientes doctrinales que se autodefinan nominalmente bajo el alero de los autores con los que se identifican ideológicamente, como sí ocurriría, por ejemplo, en otras corrientes de pensamiento crítico o de acción revolucionaria como el marxismo. Es decir, en nuestra investigación no existen anarquistas que se llamen a sí mismos bakuninistas, kropotkinianos, malatestianos o goldmanianos, como sí es posible identificar al interior de la vida social en general a actores marxistas autodefinidos como trotskistas, maoístas, leninistas, gramscianos, luxemburguistas, guevaristas o allendistas, entre muchos más. Y si queremos hacer un intertexto con la literatura histórica, baste el ejemplo de la alborada ácrata que nos recuerda George Woodcock (1979), tendiente a que los primeros, al identificarse con las ideas de Proudhon, se llamaron a sí mismos mutualistas y no proudhonianos, y que, tras la escisión de la Primera Internacional, los afines a Bakunin lo hicieron como anarquistas y nunca como bakuninistas.
Y según nuestro estudio, esto ocurre porque las y los anarquistas desacralizan y quieren desaprender todo lo que el mundo es, partiendo por la crítica del sí mismo, la crítica a la idea anarquista y la crítica al anarquismo en general. Con aquello en cuenta, las/los actores con los que trabajamos no quieren mandar ni obedecer, pero todavía más importante, no quieren seguir a nadie ni quieren convertirse en referencia para que otros/as se articulen como séquito a espalda suya. Y así, la cuestión del poder quizá sea el principal interés de estos individuos. La inservidumbre voluntaria de la que hablan Michel Foucault (1988, 1992) y Tomás Ibáñez (2014, 2024), que no sería otra cosa que la obstinación de la voluntad de libertad de sujetos que se niegan a ser modelados, controlados y vigilados, y que reivindican su actuar en la vida social tanto en planos fugaces como en recorridos temporales de mediana y larga duración. En suma, nuestro proyecto investigativo trata, como dice Pedro García Olivo (2014), de vivenciar desde los márgenes, y con ese afán disponemos nuestra caja de herramientas metodológicas para indagar el anarquismo como el trabajo del sujeto sobre sí mismo, como crítica y deriva de la experiencia instituida (Castoriadis, 2006, 2007) y como configuración subjetiva de prácticas móviles y creativas de libertad.
Articulamos una investigación cualitativa con diseño exploratorio, descriptivo y relacional, con el afán de comprender desde abajo el conocimiento experiencial que las/os actores protagónicos de las prácticas anarquistas en Chile poseen acerca de su propio quehacer.
Optamos por el Método de la Teoría Fundamentada o Grounded Theory (Flores y Naranjo, 2013; Glaser y Strauss, 1967; Salinas, 2009; Strauss y Corbin, 2002), porque se propone como un conjunto de orientaciones procedimentales útiles para la construcción de teoría derivada de los datos —y no al revés—, y porque sus estrategias para la selección de los participantes, las técnicas empleadas para levantar información y sus procedimientos analíticos son las más pertinentes para responder nuestra pregunta de investigación, pues al tratarse de una metodología de carácter inductiva, no parte por una hipótesis.
Trabajamos con 21 participantes y aplicamos dos estrategias para su selección. En una etapa inicial, una emergente aplicada como muestreo en cadena en que identificamos y agregamos a los primeros actores que posibilitaron el contacto, acceso e incorporación de los siguientes, en función de criterios de inclusión y de exclusión, como sigue. De inclusión: a) actores/as individuales o colectivos autodefinidos como anarquistas que participen o hayan participado en alguna práctica ácrata, libertaria o antiautoritaria; b) que tales prácticas estén basadas en los principios de la autogestión, la acción directa, el apoyo mutuo y la horizontalidad; y c) que se desarrollen o se hayan desarrollado en la región chilena. De exclusión: a) actores/as autodefinidos como anarquistas que participen en organizaciones que aspiren a la consecución de cargos de representatividad política (como el Frente de Estudiantes Libertarios); b) anarquistas en situación de reclusión carcelaria al momento de realizar la investigación; y, c) periodistas, escritores e investigadores institucionalizados por la academia, la policía y los medios de comunicación. Luego, y derivado del análisis de los datos proporcionados por los primeros sujetos, sucesivamente aplicamos una estrategia de muestreo teórico con el propósito de satisfacer nuestros requerimientos de comprensión o profundización de conceptos que emergieron en el proceso de recolección y análisis mismo, pues, de acuerdo con Roberto Hernández et al. (2006), en este muestreo “se eligen las unidades porque poseen uno o más atributos que contribuyen a desarrollar la teoría” (p. 569). Así, modificamos nuestros criterios de inclusión incorporando perfiles que definieran explícitamente su práctica como antagónica a la organización de la cultura dominante, y cerramos la estrategia de muestreo con el logro del punto de saturación de categorías. Es decir: cuando ya no fue posible identificar datos novedosos que aportaran al análisis del fenómeno.
La técnica empleada para levantar información fue la entrevista semiestructurada y, coherente con el carácter emergente del método de comparación constante propuesto por la Teoría fundamentada (Flores y Naranjo, 2013; Glaser y Strauss, 1967; Salinas, 2009; Strauss y Corbin, 2002), construimos el análisis en torno a los procedimientos de codificación abierta, axial y selectiva, apoyados con el uso del software Atlas.ti y la revisión de nuestras notas de campo (Coffey y Atkinson, 2003), que además complementamos con una estrategia de retroalimentación con algunos participantes del estudio con el propósito de asegurar nuestra adecuada interpretación de los datos en función del contexto en el que fueron expresados.
En la tabla 1, “Anarquismo como diversidad y contradicción” emerge como fenómeno central de un contexto general configurado por las percepciones que los participantes de nuestro estudio tienen sobre el anarquismo actual en Chile, y que ahora desarrollaremos consecutivamente en torno a cada ítem de sus dos dimensiones paralelas: diversidad y contradicción.
| Diversidad | Contradicción |
|---|---|
| No existe el anarquismo, sí muchos anarquistas: autodefiniciones | Deriva con lo obrerista y la asamblea vs. Rescate del anarquismo histórico y la asamblea como método de discusión |
| Relación no-autoritaria con el resto de los seres | Presos anarquistas como fetiche vs. valoración de experiencia carcelaria |
| Anarco-comunismo como expresión económica y no política | Relevo de acción violenta vs. Acción violenta no sirve al anarquismo |
| Anarquismo como desarrollo integral de cada persona | Punk y “come-plantas” no son anarquistas vs. El punk es tan diverso como la anarquía |
| Anarquismo como proyección social | Crítica al anarquismo organizado y federado vs. No creemos en los individualismos |
| Más que autores, prácticas |
Tabla 1
Anarquismo actual en Chile como diversidad y contradicción
El enunciado “No existe el anarquismo en Chile sí muchos anarquistas: Autodefiniciones” relaciona dos cuestiones fundamentales: primero, que aun cuando en los últimos 25 años es posible reconocer la existencia de muchos anarquistas con características diversas en Chile, del mismo modo, resulta imposible identificar alguna práctica aplicada del anarquismo en este período, principalmente, porque la multiplicidad de individualidades infravaloraría la diferencia como motor necesario para la construcción de trabajo colaborativo entre “afinidades”; y, segundo, que parte de esa diversidad se reflejaría en las autodefiniciones que sobre sí realizan los participantes de nuestro estudio, cuyas relaciones emergentes, son:
1) Algunas veces estas se reivindican con adjetivos y declaraciones diferentes (como anarquista, antiautoritario o anarquista sin los anarquistas), pero los elementos de sentido que las articulan se basan en las mismas premisas generales, manifestando, por un lado, que la anarquía no existe, pero que los anarquistas relevan la construcción de su camino desarrollando prácticas relacionales antiautoritarias integrales y no dogmáticas; y, por otro, que esa situación de anarquía que no existe, pero a la cual se aspira, no es sino el anhelo de una sociedad libre de relaciones coactivas de poder, sin Estado, sin explotación capitalista, basada en el principio de la autogestión y también en la construcción de relaciones de solidaridad, de fraternidad y de cooperación entre toda la diversidad humana.
2) Las autodefiniciones reivindican un adjetivo por oposición a otro. Y así, por ejemplo, se declara que lo anarquista es más complejo que lo antiautoritario, por considerar que esto último solo remitiría a la idea de resistir a la autoridad y no necesariamente al afán por construir una sociedad futura, como sí perseguiría lo primero.
3) En ocasiones se reclama lo antiautoritario, lo libertario y la dimensión feminista-libertaria como una disposición actitudinal inmediata frente a las diversas manifestaciones relacionales e institucionales del poder; y lo anarquista, como la mera identificación con un modo de organización social ideal o la inspiración ética para la construcción de espacios de autonomía personal.
4) Otras veces, ser anarquista emerge como reivindicación de una trilogía en que lo anarquista, lo antiautoritario y lo libertario asoman como ideas, anhelos y prácticas indisolubles, pero también como una situación en construcción, pues esto traería consigo una elevada carga ética que necesariamente exige a los actores un comportamiento cotidiano muy difícil de concretar en la única sociedad que conocen, que es la sociedad autoritaria.
5) Algunas y algunos anarquistas se definen como libertarios homologando el sentido; otros, como estrategia de comunicación frente a actores no anarquistas con la pretensión de no alejarlos producto de los prejuicios negativos que socialmente se construyen sobre lo anarquista; y algunos más, como resguardo de las operaciones de vigilancia policíaca y el castigo legal que pudieran sufrir al convertirse en enemigos del Estado. Y en este plano, los participantes afirman que el uso de la noción libertario/a se torna ambigua y polisémica, se puede interpretar de muchas formas y, en definitiva, no dejaría claro a qué se refiere como sí ocurriría con lo anarquista, ligado a la identificación con un movimiento social y político presente en un momento particular de la historia.
En cualquier caso, todas las autodefiniciones emergen como deriva explícita con la organización social en torno a jerarquías, las relaciones coactivas de poder, el capitalismo global, el Estado, la cultura occidental heredada y la normatividad hegemónica, pues se conciben como manifestaciones que agreden la dignidad del ser humano, excluyendo la posibilidad de que sujetos individuales o colectivos se conviertan en actores protagónicos de la construcción de sus propias vidas. Es decir, se reivindican las autodefiniciones como deriva explícita con el modelo de existencia y todas las situaciones relacionales e institucionales de opresión.
Por otra parte, “Relación no autoritaria con el resto de los seres” suma a las preocupaciones anarquistas por la dignidad humana el respeto equivalente hacia toda la diversidad de especies animales y la Naturaleza en general. Y así, lo antiautoritario se propone como una ecología política que comprende las acciones de cada individuo como afectación inmediata sobre el resto de los seres vivos y también sobre las generaciones venideras.
La diversidad anarquista en Chile también se revela en el tópico “Anarco-comunismo como expresión económica y no política”. Primero, porque aun cuando los participantes del estudio afirman que una de las corrientes que gozan de mayor visibilidad pública en este país son las autodefinidas como comunistas libertarias o anarco-comunistas (como el Frente de Estudiantes Libertarios, FEL), inmediatamente declaran una distancia irrenunciable con su quehacer, por una parte, por considerar que se configurarían como organizaciones autoritarias cuya táctica uniforma el pensamiento y la acción de los individuos que se hacen parte de ellas y, por otra, porque tales corrientes aspirarían incluso a la consecución de cargos de representatividad en el sistema de partidos políticos, con lo que se cree, no serían anarquistas. Segundo, porque alejado de esa visión política dominante, se concibe lo anarco-comunista como una expresión económica que plantea, fundamentalmente, que todo es de todos, a cada quien según sus necesidades y de cada cual según sus capacidades. Y, tercero, porque toda vez que lo comunista se comprenda desde esta premisa, en ningún caso excluiría identificaciones anarco-individualistas, pues si estas se plantean como la búsqueda autónoma del desarrollo integral de cada persona, perfectamente pueden devenir relaciones de reciprocidad e intercambio desprovistas de coacciones sobre la libre voluntad individual como las impuestas por un proyecto político unificante.
En este sentido, “Anarquismo como desarrollo integral de cada persona” da cuenta de cómo las y los actores más identificados con lo individualista conciben el anarquismo como una invitación abierta y permanente a que cada individuo se construya a sí mismo objetivando todos los arraigos autoritarios sociales, afectivos, económicos, históricos y culturales que pudieran impedir la liberación del sí en la producción de su vida cotidiana, explicitando dos cuestiones fundamentales: una, que implica el afán irrenunciable por no subordinar la libre voluntad individual a cualquier tipo de imposición normativa de otro individuo u organización del carácter que fuere, incluyendo también, la propia idea anarquista; y otra, que esta mirada en ningún caso emerge como una expresión individualizante que convoque la exclusión o el egoísmo entre los seres humanos, pues, según afirman los actores, lo individual es mucho más rico que el individuo competitivo y atomizado del capitalismo dominante.
“Anarquismo como proyección social” emerge en una vereda distinta, pues aun cuando reivindica la individualidad como elemento de primacía en la construcción anarquista, esta se comprende de modo inexcusable en torno a la acción organizada para transformar la realidad, cuyos elementos más críticos veremos luego en el plano de la “contradicción”.
Por último, “Más que autores, prácticas”, revela el valor que las anarquistas otorgan a una multiplicidad inasible de experiencias que orientan su actuar en el mundo, no restringido a la literatura clásica o contemporánea del pensamiento ácrata. Este aspecto es clave y de modo recurrente se manifiesta como sigue: por una parte, se comprende lo anarquista como una epistemología antiautoritaria cotidiana, cuya forma de conocer parte por la objetivación personal, la objetivación de todo lo anarquista y la objetivación del mundo en general; por otra, se complementa la teoría de los clásicos con la experiencia biográfica de figuras históricas para configurar un sentido común solidario adecuado a las necesidades contextuales de cada práctica; y, algunas veces, se plantea una deriva explícita con toda la literatura para relevar solo el aprendizaje que se construye con la experiencia y el diálogo con otros quehaceres situados del anarquismo.
No obstante, los participantes afirman que una práctica compartida por todas las corrientes anarquistas está ligada a la autogestión editorial en papel, cuyo quehacer es clave en la configuración del carácter ácrata autodidacta y el afán por socializar las ideas, y se manifiesta en la publicación autónoma, flexible y descentralizada de libros, periódicos, revistas o panfletos con identificaciones que van desde lo más comunista hasta lo más insurreccional. En esta dimensión, también emerge el interés en la lectura y reedición de autores postestructuralistas y, sobre todo, se afirma que habría una relación de afinidad entre el anarquismo y la antropología política y económica de los pueblos sin Estado, en torno al trabajo de autores clásicos y contemporáneos como Marcel Mauss, Pierre Clastres, Brian Morris, Harold Barclay, Marshall Sahlins, Beltrán Roca, David Graeber, y algunos más, que de esta y otras disciplinas utilizan métodos o fuentes etnográficas para elaborar exegéticamente una reflexividad crítica de las prácticas de domesticación cultural en torno al interés común por la cuestión del poder, no porque los anarquistas imaginen ilusoriamente una sociedad con ausencia de él, sino más bien porque los estudios antropológicos demuestran la existencia de formas de sociabilidad humana que lo descentran con el propósito de extinguir su dimensión coercitiva.
Estas posibilidades son infinitas. Pero, sea cual sea la identificación que los anarquistas establezcan con los autores y su literatura, lo común es que primero los critiquen y, en ningún caso, determinen su actuar en función de su teoría aunque se trate de Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin, Emma Goldman, Max Stirner, León Tolstoi o Alfredo María Bonanno.
De acuerdo con nuestra tabla, ahora disponemos un conjunto de relaciones emergentes para la comprensión del anarquismo actual en Chile como contradicción.
En esta línea, “Deriva con lo obrerista y la asamblea vs. rescate del anarquismo histórico y la asamblea como método de discusión”, aglutina dos grandes tópicos anclados a su vez en 2 dimensiones oposicionales:
a) Sobre lo obrero: por un lado, algunas/os participantes más identificados con lo individualista consideran que la reivindicación que de aquello hacen otros anarquistas es una descontextualización histórica y socio-económica. Primero, porque lo obrero hoy se configuraría solo como un conjunto de intereses reformistas y en ningún caso como una crítica o deserción del modelo de explotación. Y, segundo, porque aquello no permitiría elaborar una política que objetive las múltiples coacciones de la normatividad hegemónica contemporánea y, simplemente, reproduciría una visión romántica que idealiza un momento particular de la historia, sacraliza personajes, dogmatiza lo que es y debe ser el anarquismo coaccionando la identificación con una clase, y, en suma, ve sujetos revolucionarios donde no los hay. Por otro lado, algunas/os anarquistas que explícitamente reclaman su práctica como social, reivindican una mirada de clase que, lejos de proponerse dogmática o descontextualizada, comprende el anarquismo histórico protagonizado por los anarco-sindicalistas como una fuente de aprendizaje basada en los principios integrales del autodidactismo y la autoeducación, y esto, como una herramienta emancipatoria con la que cada individuo puede cuestionar las múltiples relaciones de poder en las que actúa, haciendo hincapié en el binomio asalariado-capital y la reflexividad que desde ahí pueda emerger para abolir no el trabajo, pues se reivindica, sino el modelo de explotación en su totalidad.
En términos generales, ambas visiones se prejuzgan y clasifican arbitrariamente en sentido negativo. Pero hay matices. Y desde los relatos de los participantes queda claro que lo clasista no es sinónimo de dogmatismo obrero, y que lo individualista, tampoco lo es de nihilismo apático o desinteresado por el mundo y sus problemas.
b) Sobre la asamblea: Por una parte, se considera que reproduce juegos de poder que subordinan el libre cuestionamiento flexible y cotidiano que exige la realización individual, a una toma de decisiones anclada en las nociones de “masa” y “popular”, que se configurarían como totalizaciones que unifican la diferencia. Con aquello, lo asambleario emerge como un simulacro de libertad dispuesto para la clausura del devenir individual en torno a una decisión convertida en jerarquía, en cuyo ejercicio, además, intervienen la desigualdad de capitales culturales y los complejos mesiánicos manifiestos en las capacidades oratorias o la persuasión carismática de líderes de opinión. Por otra parte, desde perspectivas sociales más identificadas con lo libertario, la asamblea se reclama como método de discusión abierto y sistemático que apoya un proceso identitario configurado por la libre voluntad de afinidades, que se aleja drásticamente de la construcción autoritaria de consensos y de la coacción colectiva sobre lo individual. Pues se reitera, se trataría de una práctica permanente de conversación horizontal.
Otro ámbito contradictorio emerge con la relación, “Presos anarquistas como fetiche vs. valoración de experiencia carcelaria”, con dos visiones muy claras:
a) Una que critica la reivindicación idílica, que, en parte del anarquismo, existiría sobre algunos presos solo por haber cometido actos violentos contra instituciones o investiduras representativas del Estado y del capitalismo que, en ningún caso, objetivaría otras dimensiones básicas de su vida cotidiana como el comportamiento autoritario entre pares o su identificación con organizaciones de izquierdas y no con el anarquismo y su proyecto social.
b) Otra que reclama la experiencia carcelaria de los presos definidos como anarquistas como fuente de aprendizaje, respeto y admiración, primero, porque la reclusión es producto de la consecuencia extrema, y segundo, porque tal instancia enfrentaría a todo anarquista al peor acto represivo que puede sufrir, que es el arrebato de su libertad.
Sin embargo, ambas visiones comparten la creencia de que el ítem “prisión” es complejo. Por una parte, porque aun cuando para todo anarquista la cárcel sería vista como una instancia liberticida por excelencia, para algunos, primero es necesario definir qué es un preso político y qué un preso común, para evaluar recién ahí cuál es el aporte que las prácticas castigadas con cárcel hacen a la revolución y a las proyecciones sociales del anarquismo. Y, por otra parte, porque los participantes afirman que, incluso estando en desacuerdo, un anarquista jamás podría juzgar la conducta de otro, pues el actuar de cada cual es producto de lo más preciado de cada individualidad, que no es otra cosa que su diálogo racional y afectivo personal.
En la misma línea del ítem anterior, “Relevo de acción violenta vs. acción violenta no sirve al anarquismo”, contrapone dos perspectivas inmediatas:
a) Una mirada antagónica a todas las formas de dominación de la vida real y afectiva del mundo contemporáneo que, desde la creatividad antisistémica, erige la propaganda por el “hecho violento” como una acción igual de válida que la autogestión alimentaria o la liberación animal —entre otras—, con el propósito de subvertir la relación capitalismo-democracia y todos los mecanismos sociales, políticos, económicos y culturales que dispone para la represión del cuerpo, la mente y la espiritualidad humana, y para la destrucción del ecosistema global en general. En esta dimensión también se afirma que, aunque a los anarquistas les duela ejercer la fuerza, la realidad objetiva del poder es violenta, y por lo mismo, su respuesta no puede relegarse solo a la lectura de los clásicos, la autogestión de la salud o la vida poética de una casa okupa.
b) Una mirada más social que concibe la violencia como una manifestación inútil para la divulgación de la idea anarquista entre todos los actores de la sociedad, y por lo mismo, como una expresión que no aporta al intento de construir un mundo nuevo. Sin embargo, en esta mirada hay matices, pues aun cuando la violencia se rechaza de modo explícito como método de acción propio y se critica drásticamente en la acción de otras y otros anarquistas, en ningún caso se censuran los actos cometidos por terceros. Además, se considera que un momento revolucionario legitimaría la vía violenta incluso con hechos de muerte, pero se objetiva de inmediato que, como el anarquismo no transita por aquello, su aplicación resulta injustificada.
El enunciado, “Punk y ‘come-plantas’ no son anarquistas vs. el punk es tan diverso como la anarquía”, discute lo siguiente:
Por un lado, se relaciona el punk con excesos autodestructivos individuales y una actitud colectiva apática con la producción y consumo de conocimiento útil para la construcción de un proyecto anarquista, explicitando que solo se lo respeta como corriente musical y que, por ese motivo, urgiría objetivar que, al igual que otras prácticas populares en el ámbito ácrata como la permacultura, tiene diferencias políticas insuperables con el anarquismo y su exigencia situada y corporalizada en el aquí y el ahora. Por otro lado, se considera que lo anterior es una clasificación arbitraria que descalifica un quehacer muy diverso, pues si algunas veces deviene enajenación hedonista que explícitamente no se interesa por el comportamiento de la sociedad en su conjunto, otras veces deviene práctica política-cultural de propaganda y socialización de la idea desenvuelta en relaciones de cooperación y solidaridad con actores e intereses que van más allá del punk.
Complementariamente, se afirma que existiría una construcción estereotipada sobre hábitos, gustos y prácticas anarquistas articulada por discursos y acciones internas y externas al propio anarquismo. Con ello, se cree que, aun cuando la sociedad autoritaria fabricaría percepciones estandarizadas sobre los anarquistas, ellos mismos no escaparían a la cultura contemporánea de la ficción y la apariencia e irían reproduciendo, también, ideas comúnmente aceptadas entre anarquistas y no anarquistas, como que todos son vegetarianos, todos son animalistas, todos visten de negro, todos se movilizan en bicicleta, todos son Okupas o todos escuchan música punk. Esta meta-crítica considera que para muchos jóvenes el anarquismo hoy pasó a convertirse en una suerte de mentirilla exagerada, algunas veces pequeñoburguesa, que no haría sino proyectar una sátira de lo anarquista y todo lo que es y debiera ser, construyendo así una caricatura que no aportaría en nada a la lucha social.
En cualquier caso, el punk articula una tensión real y afectiva entre los anarquistas. Pues mientras sus críticos relevan su afectación negativa como un ítem importante y necesario de dilucidar, sus afines se la restan, considerando que hoy no representa un ámbito significativo como sí lo fue en décadas pasadas cuando muchas individualidades iniciaron su exploración personal en el anarquismo gracias al encuentro que primero tuvieron con el estilo musical. Con todo, desde los datos queda claro que un anarquista puede ser punk como muchas otras cosas al mismo tiempo, y que el punk, es un ámbito diverso y contradictorio no solo homologable con la adoración del caos y los problemas de configuración del anarquismo, pues en términos generales, así como existe punk comunista o nacionalsocialista, también existe punk explícitamente anarquista.
Por último, “Crítica al anarquismo organizado y federado vs. No creemos en los individualismos”, hace emergente lo siguiente:
a) Desde una visión antagonista, en específico, y desde arraigos individualistas, en general, se concibe al anarquismo organizado y federado como un conjunto de prácticas de burocratización autoritaria que promueven un discurso dogmático sobre qué es el anarquismo y cómo deben comportarse sus actores, dispuesto para obliterar sobre todo aquellas diferencias anarquistas que reclaman la acción desde la espontaneidad y la imaginación y no desde recetas totalizantes, que se afirma, son propias del anarquismo social, las reivindicaciones anarcosindicalistas y lo colectivo en general. Pues se cree que, ahí, lo organizativo funciona como máquina de control que subroga la autodeterminación individual, y esto es el punto de partida desde el que un anarquista propone su relación con otros, sea para colaborar o no colaborar, o para entrar y salir de cualquier práctica sin obligatoriedad de ningún tipo.
b) Por otro lado, desde posiciones sociales identificadas de diferentes modos con el anarquismo histórico, su carácter de clase y su proyección como sociedad futura, se rechaza enfáticamente lo individualizante por considerar que no tendría interés por lo común, por la sociedad en la cual estamos insertos ni por la articulación de cualquier proyecto que supere la mera crítica estéril y excluyente de su experiencia de gueto. Así, desde el anarquismo social se concibe la individualidad como el sustento de la vida, pero siempre disponiéndola en relación con otro/as, pues se cree que por sí sola su afectación sobre la realidad es mínima mientras que de modo mancomunado accionaría creativamente para renegar de todo lo instituido, pero también para transformarlo.
Lo anterior configura dos generalizaciones muy claras: por un lado, que lo organizativo oblitera la individualidad, y, por otro, que lo individualista solo gira sobre sí mismo. En efecto, la discusión del ítem se centra en cómo se comprende lo individual para su operatividad en el actuar anarquista, dejando claro que, mientras la primera mirada reivindica el escrutinio personal como motor productivo para cometer o no prácticas del tipo que fueren; la segunda reclama lo común en torno a prácticas que critican el presente inexcusablemente haciendo cosas para cambiarlo.
De modo complementario, la objetivación permanente de las/os actores explicita la existencia de prácticas autoritarias, que al interior de prácticas definidas como antiautoritarias, proyectarían jerarquías coactivas, competitivas y excluyentes entre los propios anarquistas. Ejemplos hay varios, pero se reitera la mención a la violencia con la que algunos veganos voltean la comida de los carnívoros; la reproducción patriarcal en relaciones románticas; el afán pontífice de actores que degradarían la calidad anarquista de otros por no vivir un dogma alejado de la producción y consumo burgués vinculado a trabajar asalariadamente, estudiar en la universidad o beber alcohol; la configuración gueto-cofrade de actores de centros sociales okupados que segregarían a quienes no forman parte de sus círculos de visibilidad social; o la soberbia con la que algunos anarquistas menospreciarían a los que no cometen acciones que ellos sí, como robar para confeccionar y vender su propio alimento o incurrir en delitos que impliquen castigos de cárcel.
Todos los resultados propuestos deambulan, diversa y contradictoriamente, entre la búsqueda de una sociedad anarquista futura y variadas formas de vivir y comprender la anarquía en el ahora, contextualizando un panorama complejo que discutiremos a continuación.
De acuerdo con la metodología propuesta, lo reconocible en todos o la mayor parte de los hallazgos emergentes es la comprensión de que, para los anarquistas, el anarquismo actual en Chile es un conjunto de prácticas de conocimiento en tensión permanente entre sí y con todas las relaciones de poder en las que interactúa.
Así, la diversidad y contradicción podrían ser comprendidas como resultado de un proceso sistemático, personal y social, de objetivación permanente; y también, como resultado de ejercer lo anarquista como un conjunto de prácticas de libertad basadas en la autoconstrucción cotidiana. Siempre móvil y difusa, y con relevo irrestricto de la dignidad locutoria e imaginativa que cada diferencia busca para sí. Con ello, las formas de comprender y relacionarse con el mundo varían, pero siempre se articulan en torno a 2 dimensiones: una, relacionada con un proceso de reflexión interno en el que los participantes del estudio se objetivan a sí mismos; y otra, relacionada con un proceso de reflexión externo en el que objetivan a otros anarquistas y al anarquismo en general. Y es precisamente esta epistemología crítica la que los lleva a considerar otras dos situaciones inmediatas sobre su quehacer: primero, que ocurre como contradicción cotidiana porque tienen claridad de que forman parte de la misma cultura que critican y de que poseen sus mismos vicios, cuyas manifestaciones los convertirían en seres dependientes programados para producir, consumir, imponer y obedecer; y segundo, que lo anterior no hace sino movilizar en ellos una férrea voluntad analítica para desaprender en el día a día cada aspecto naturalizado por la cultura dominante.
Esta objetivación también afecta el plano de las identificaciones y el plano de las prácticas. Y así, otro elemento común a la diversidad de participantes es que su identificación con lo anarquista parte siempre por la reivindicación de la propia individualidad. Pero mientras para unos/as esto asoma como devenir permanente que puede o no tener que ver con otros/as sin obligatoriedad de ningún tipo (a veces sí, a veces no); para otros, pasa necesariamente por la acción organizada que permita modificar la realidad objetiva que se critica, aunque rehusando siempre cualquier tipo de instancia coactiva al interior de la dimensión colaborativa que aglutine su esfuerzo común.
Por otra parte, todos los participantes coinciden en que la herramienta con la que construyen su actuar anarquista es la autogestión, que en términos generales se comprende como un conjunto de prácticas de conocimiento que posibilitan ciertas intervenciones en el mundo real y afectivo, cuyo denominador común podemos ligar a la siguiente premisa: los anarquistas quieren librarse de todo, pero, para conseguirlo también quieren saber, aprender y hacer de todo. Y así, más que criticar la educación, la salud o los medios de comunicación del Estado y del capital, quieren tener sus propias formas de educación, sus propias formas de salud y sus propios medios de comunicación. Es decir: su autoeducación, su autosalud, su autocomunicación y, en definitiva, su auto-todo. Y esta consideración es muy importante porque revela al anarquismo como una invitación permanente a la exploración personal, para que cada individuo al interior de la vida social autodetermine su existencia alejada de las modelaciones que de ella hacen las instituciones del mercado, del Estado, las relaciones coactivas de poder y cada aspecto de la normatividad hegemónica en general.
Con todo, la diversidad y contradicción anarquista emerge como una matriz antiautoritaria holística y no dogmática dispuesta para la autodeterminación social, reivindicando un individuo crítico, sociable y creativo que apuesta por la construcción de relaciones horizontales entre todos los seres humanos y el resto de las especies, y que establece cuestionamientos radicales sobre su propio quehacer: objetivando, como afirman las y los actores, a ese pequeño fascista que llevamos dentro.
Pues, como señala David Graeber (2012), en definitiva “no existe, evidentemente, ningún programa anarquista único, ni jamás podrá existir” (p. 60).
Este artículo forma parte de los resultados del proyecto Fondecyt de Postdoctorado N°3200741 de ANID, Chile.
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