Mapas políticos del cuerpo. Una propuesta metodológica no visual basada en la relación sensorial entre cuerpo y espacio

Political Body Maps, a Non-visual Methodological Proposal Based on the Sensory Relation Between Body and Space

  • Alicia Ramajo Falcón
El cuerpo y las subjetividades que lo atraviesan suelen ser abordados desde aproximaciones paradójicamente desencarnadas, basadas en el pensamiento positivista y arraigadas en el ocularcentrismo, que centra en la visión el acceso al conocimiento. Partiendo de la noción de conocimiento situado de Donna Haraway, (1991/1995), y considerando las aportaciones de Sara Pink (2009) sobre la antropología sensorial, presento el concepto de “experiencia ubicada”. Esta idea teórica converge en la propuesta metodológica de los “mapas políticos del cuerpo” (MPC), diseñados para explorar de forma grupal los relatos sobre la experiencia corporal mediante texturas asignadas a conceptos y etiquetas sonoras que recogen las voces de las participantes. He puesto en práctica esta herramienta en dos talleres con sendos grupos de autodefensa feminista de Madrid, y en este artículo ofrezco una reflexión sobre sus fortalezas y debilidades, situándome como investigadora ciega.
    Palabras clave:
  • Cuerpo
  • Multisensorialidad
  • Experiencia
  • Ocularcentrismo
  • Espacio
The body and subjectivities that cross it are often considered from paradoxically disembodied approaches, based on positivist thinking and rooted in ocularcentrism, which trusts the access to knowledge in the vision. Starting with the concept of situated knowledge (Haraway, 1991/1995), and considering the contributions of Sara Pink (2009) on sensory anthropology, I present the concept of “emplaced experience.” These theoretical ideas converge in a methodological proposal called “political maps of the body” (PMB), designed to explore in groups the narratives on the body experience through textures assigned to concepts and sound labels that contain participants’ voices. I’ve implemented this tool in two workshops, each with a feminist self-defense group from Madrid, and in this article I discuss its strengths and weaknesses, situating myself as a blind researcher.
    Keywords:
  • Body
  • Multisensoriality
  • Experience
  • Ocularcentrism
  • Space

1 Introducción

Los estudios del cuerpo tienen una gran relevancia en ciencias sociales y en las últimas décadas viene dándose toda una crítica a aquellos paradigmas que habían abordado lo corporal desde posiciones esencialistas. El dualismo cartesiano, que establece una división epistemológica entre mente y cuerpo, privilegiando la primera (Scheper-Hughes y Lock, 1986), o el orden sensorial propuesto por John Locke, según el cual la vista es el sentido a través del cual se puede establecer un pensamiento crítico (Schillmeier, 2006), son ejemplos de cómo se ha entendido habitualmente el acceso al conocimiento hasta bien entrado el siglo XX. Esta investigación se acerca a la cuestión del cuerpo desde una aproximación sensorial, epistemológicamente crítica y con una metodología acorde, como propone Sara Pink (2009). Soy una mujer ciega, y desde esa ceguera asumo el reto que plantea Bárbara Biglia (2014) cuando habla de que los conocimientos situados no se queden en el discurso y formen parte transversal de la investigación.

En estas páginas muestro el potencial de metodologías que sitúan lo visual en segundo plano, tanto en las técnicas de investigación como en la forma en que se trabajan los datos. Incluso la redacción de este artículo está mediada por la voz sintética de mi ordenador, y no por el ojo, y las correcciones de mis directoras de tesis han sido insertadas directamente en el texto, y no en formatos menos accesibles como documentos en línea. A su vez, haber participado entre 2021 y 2023 en un grupo de autodefensa feminista me conectó con las complejidades de la experiencia corporal, y con la riqueza de los relatos que allí se movilizaban. De estas experiencias emana mi investigación, y los dos talleres realizados en enero y abril de 2023 que dieron lugar a los testimonios que analizaré en este artículo.

Dichos talleres tuvieron como resultado la elaboración de lo que denomino “mapas políticos del cuerpo”, una herramienta para abordar la experiencia corporal a través del tacto y la voz y, en este artículo, el principal objetivo es mostrar el potencial de esta herramienta, inspirada en la actividad “Líneas de la vida” de Marisa Ruiz Trejo y Dau García Dauder (2023, p. 43). El diseño de estos mapas es un proceso vivo, dinámico y abierto a modificaciones, y encontré algunos fallos tanto en la forma material como en la propuesta de fondo, que también mostraré. Toda esta discusión se encuentra del capítulo metodológico en adelante. El siguiente objetivo consiste en proponer epistemologías críticas partiendo de esas formas no hegemónicas de vivir la experiencia corporal, y desde ahí, realizar una lectura crítica de los mapas. El concepto de “experiencia ubicada” sostiene este objetivo y abarcará el capítulo teórico. Este artículo no busca operacionalizar los resultados más allá del contexto limitado de los grupos participantes, pero ofrece algunos principios generalizables y aplicables como se muestra en las conclusiones.

Para guiar este proceso, me hice la siguiente pregunta: ¿qué oportunidades emergen de poner otras sensorialidades en el centro para construir conocimientos? Y aterrizando en prácticas específicas, ¿cómo plasmar estas epistemologías críticas a través de mapas? Mostraré cómo acudir a formas sensoriales no hegemónicas de construir conocimiento, lejos de ser una desventaja, posibilita una mejor comprensión del cuerpo y su experiencia.

2 Experiencia ubicada

Hablar de experiencia ubicada nos remite a lo que Donna Haraway denominó conocimientos situados: “Una práctica crítica capaz de reconocer nuestras propias tecnologías semióticas para lograr significados y un compromiso con sentido que consiga versiones fidedignas de un mundo real, que pueda ser parcialmente compartido” (Haraway, 1991/1995, p. 321). Esta propuesta señala que la forma en que los conocimientos se construyen depende de cómo los cuerpos se sitúan con base en múltiples variables en constante cambio e interacción. Para Haraway no hay una esencia, sino una situación. La pregunta no es quién habla, sino desde dónde lo hace y cómo se relaciona. La experiencia ubicada da un carácter sensorial a esta propuesta y observa las metáforas espaciales de Haraway, incluyendo, como mostraré más adelante, la crítica al ocularcentrismo y considerando la relación cuerpo-espacio y su significado cultural.

La experiencia es especialmente relevante para comprender el conocimiento en su sentido más corporal. Es la vía por la que un cuerpo pasa de vivir a conocer, el encuentro entre lo que un día sentimos y pensamos, que hoy nos hace sentir y pensar diferente, diluyendo la división entre razón y emoción, entre mente y cuerpo. El movimiento del cuerpo, que absorbe, refleja y acompaña esa experiencia, solo sería un desplazamiento despreocupado, de no ser por los diversos significados que sobre él recaen, por ejemplo, lo recto y lo curvado adquieren significados en cuanto a orientación del deseo, pero hasta llegar a esas implicaciones se ha construido todo un imaginario alrededor de lo “correcto” y lo torcido (Ahmed, 2006/2019); y la socialización en cuanto a género nos lleva, para determinadas acciones como arrojar un objeto, utilizar todo o parte del cuerpo, a partir de cómo se nos educa para ocupar los espacios (Marion-Young, 1980). La experiencia es ese acumulado de aprendizajes que movilizan o desmovilizan nuestro cuerpo en función del lugar que se nos asigna social y culturalmente, de la agencia que podamos tener frente a lo asignado.

Los sentidos filtran esa experiencia y constituyen el acceso por el cual el mundo permea en nuestro cuerpo, haciendo personal lo político. Y esta relación es bidireccional, ya que concebir los sentidos como receptores pasivos es un producto cultural occidental y moderno fruto de la separación cuerpo/mente; y en otros lugares y momentos el habla o la respiración han sido considerados como sentidos (Howes, 2014). Tomo el concepto de ubicación, del inglés emplacement, del libro Doing sensory ethnograpy de Sara Pink (2009), para mostrar esa conexión entre lo sensorial y la experiencia. Para David Howes (2005), igual que el concepto de embodyment cuestiona la separación cuerpo/mente, la ubicación o emplacement recoge la relación sensorial entre cuerpo y entorno. Una etnografía ubicada [emplaced ethnography] es aquella que concibe la experiencia integrando la relación entre cuerpo, mente y la materialidad y sensorialidad del entorno (Pink, 2009, p. 26). Así, utilizamos el concepto de ubicación para comprender la experiencia no solo como producto de una trayectoria social, sino también del aprendizaje corporal en entornos determinados. Esta idea será fundamental a la hora de leer los resultados de esta investigación.

Si la experiencia es conocimiento hecho cuerpo, añadirle el componente de ubicación hace que la relación sensorial con el entorno emerja. Otras formas de colocar nuestros sentidos frente al mundo nos brindan oportunidades de pensarnos en torno a lo que nos rodea, y esta propuesta busca situar los conocimientos desde otro lugar, a que lo sensorial esté presente en el acceso al saber, aproximándonos a la idea de experiencia con otro punto de contacto.

2.1 Crítica al ocularcentrismo

La ceguera siempre fue el mayor de mis temores en la vida. (…) porque como escritor, además, uno tiene que tener capacidad de observar (…) al mundo con la mayor minuciosidad posible.

Rushdie, 2024

Esta cita pone en relieve dos cuestiones importantes: ¿por qué la ceguera representa un miedo tan atroz y a la vez tan compartido?, ¿por qué Salman Rushdie piensa que quedarse ciego afectaría tan negativamente a su labor como escritor? Hay algo que trasciende el miedo comprensible a perder un sentido como la visión, y es que existe todo un sistema cultural que otorga a esta un valor especial, y a la ceguera el estatus de desgracia. Ese estigma se sitúa en lo que los estudios críticos de la discapacidad denominan como “modelo médico” (Sanmiquel, 2020). Este constituye un marco cultural mediante el cual las personas discapacitadas somos percibidas y definidas con base en nuestro déficit (Arnau, 2013) y este se sobredimensiona hasta ocupar un lugar central en nuestra identidad.

Una propuesta epistemológica corporal debe ser crítica con el dispositivo que culturalmente sitúa unas capacidades por encima de otras, por eso, la crítica al ocularcentrismo es la base de la experiencia ubicada. El ocularcentrismo, según Donncha Kavanagh (2004), es el paradigma mediante el cual, en las culturas occidentales y occidentalizadas, la visión es considerada como el sentido predominante. Aunque no podemos negar el valor de la visión en la experiencia humana y el acceso al conocimiento, la centralidad de lo visual se sostiene culturalmente y determina cómo nos relacionamos con el mundo. Para Juhani Pallasmaa (2014), la hegemonía de la visión se construye en paralelo a la consolidación del pensamiento positivista, desplazando epistemologías más corporeizadas. Es así, a través de la visión y de la distancia con el objeto de estudio que esta genera, como se ha construido el paradigma de pensamiento central en ciencias sociales hasta nuestros días.

En esta línea, Michael Schillmeier (2006) muestra cómo la experiencia de las personas ciegas evidencia el valor epistemológico de prácticas no visuales, mientras que el ocularcentrismo se sostiene negando el valor de esas prácticas. Considerando la performatividad del lenguaje y los significantes de la expresión lexicalizada “dar palos de ciego”, encontramos un ejemplo de la violencia simbólica (Bourdieu, 2011) que desde el lenguaje estigmatiza la ceguera. No solo es una expresión que alude a que alguien está perdido, sino que cuando la utilizamos con ese significado, olvidamos que es la forma para muchas personas de conocer su entorno. Propongo articular esa crítica al ocularcentrismo poniendo en valor la experiencia ciega, pero no solo la de las personas que la habitamos, sino aquella a la que se puede acceder atendiendo a la relevancia de lo que le cuenta su cuerpo.

2.2 Espacio simbólico y Mapas Políticos del Cuerpo

La experiencia ubicada pone en relieve la importancia del espacio a la hora de configurar las corporalidades y sensorialidades, por lo que es necesario prestar atención a cómo ese espacio es construido culturalmente. Según Emmánuel Lizcano (2006, p. 172), las metáforas del lenguaje producen una “sensorialización de la cultura”, al tiempo que la cultura determina la forma en que vivimos lo sensorial. Entonces, cultura y lenguaje, como sistemas simbólicos, condicionan la experiencia corporal y, a su vez, esta constituye el marco que sostiene nuestra comprensión de esos sistemas simbólicos. Fijémonos en las metáforas espaciales; decir que algo está arriba, abajo, cerca o lejos, tiene distintas implicaciones y significados culturales, y no refiere únicamente a realidades materiales, sino, por ejemplo, a jerarquías.

En ese espacio simbólico, Haraway despliega sus metáforas, mediante las cuales defiende “políticas y epistemologías de la localización, del posicionamiento y de la situación.” (Haraway, 1991/1995, p. 334). Esas políticas de la localización son lo que Rosi Braidotti (2002/2005, p. 26) entiende como una toma de conciencia de nuestra posición en el juego de las relaciones de poder que nos atraviesan, y propone hablar de figuraciones como metáforas que no son políticamente neutras y hacen referencia a lo material del cuerpo (Braidotti, 2002/2005, p. 15).

Llevando estas ideas al concepto del mapa, y según Julia Risler y Pablo Ares (2013), los mapas fueron concebidos originalmente como representaciones naturalizadas a través del discurso dominante, construcciones ideológicas utilizadas para dominar y apropiarse de los territorios. Elaborar cartografías críticas es una forma de reapropiarse de esos territorios; en los mapas políticos del cuerpo, el territorio es la experiencia, y para representarla necesitamos trabajar no con un cuerpo o territorio físico, sino con un espacio simbólico.

Si, según la idea de ubicación, la relación cuerpo-espacio está mediada por lo sensorial, y todo este conjunto está atravesado por sistemas simbólicos que se presentan en forma de metáforas, propongo definir los Mapas Políticos del Cuerpo (MPC) como un soporte físico en el que los sentidos enmarcan la narración de la experiencia corporal, y donde lenguaje y espacialidad funcionan desde lo táctil y auditivo. En los MPC, aunque no se represente un espacio físico, las metáforas espaciales materializan el discurso y nos evocan las figuraciones de las que hablaba Braidotti. Los MPC son una forma de sensorializar ese espacio simbólico para desarrollar una etnografía ubicada (Pink, 2009). No solo hablamos del cuerpo, sino que este está involucrado directamente en el proceso investigador y de acceso al conocimiento. Al tocar, los tamaños, distancias y texturas tienen una mayor permanencia, mientras que un formato visual puede estar condicionado por factores de luz o distancia, lo cual facilita un contacto más directo, menos mediado por factores externos.

2.3 Seis regiones para seis conceptos

Las regiones que se tocan en los MPC corresponden a seis conceptos que pretenden abarcar la experiencia corporal en su amplitud. Para delimitar estos conceptos nos basamos en el ensayo The mindful body (Scheper-Hughes y Lock, 1986) en el que las autoras hablan de tres esferas interconectadas en la experiencia corporal. Tenemos, por un lado, un cuerpo individual que sufre, goza, enferma y siente. Por otro lado, un cuerpo social, atravesado por simbolismos como la estética, el arte o el hogar. Y, finalmente, un cuerpo político sujeto a opresiones y privilegios, y al poder entendido en su sentido más amplio.

Los MPC recogen la idea de Judith Butler según la cual “estamos constituidos políticamente en virtud de la vulnerabilidad social de nuestros cuerpos” (2004/2006, p. 36). Dicha vulnerabilidad se traduce, según Butler, en una paradoja que aquí se manifiesta en la tensión entre violencias y agencia, por lo que estos dos espacios servirán para proyectar los tres cuerpos antes mencionados, constituyendo seis conceptos, los cuales aparecerán en cursiva en este texto. Para el cuerpo individual hablo de autocuidado como expresión más cercana, cotidiana y palpable de su agencia, y de violencia directa como aquella manifestación más perceptible de las violencias. El cuerpo social puede ser explicado desde la autonomía como la capacidad de decidir sobre el cuerpo, como esa parte más simbólica de la agencia; y desde la violencia simbólica, como aquellas formas menos evidentes en que operan las violencias limitando precisamente esa autonomía. Para el cuerpo político propongo dos conceptos liminales que nos remiten a la multiplicidad de efectos y significados que tiene el poder en nuestra experiencia corporal. El primero es la interdependencia, que alude específicamente a situaciones y escenarios en los que nos sentimos atravesadas por la necesidad de apoyar o ser apoyadas por otres. Al otro lado está el privilegio que se ejerce a partir de una posición de poder. Este concepto de privilegio ha sido el más complejo de tratar, ya que, como señalaron algunas participantes, puede quedar diluido en el autocuidado o la autonomía, por lo que decidí renobrarlo como incomodidad para futuras ocasiones, aunque el concepto con el que trabajaremos, ya que fue el utilizado en los talleres, es el privilegio. En el apartado “Lo que cuentan las regiones”, muestro con ejemplos la pertinencia de este cambio.

Los conceptos se ordenan en el mapa para que cada uno de los tres cuerpos esté enfrentado con su correspondiente, por ejemplo, la autonomía (cuerpo social/agencia) en el lado opuesto a la violencia simbólica (cuerpo social/violencia). Además, se han situado de forma que aquellos que hacen frontera comparten características o pueden a veces solaparse. Este sería el orden y, al tratarse de un formato circular, no hay primero y último, por lo que esta lista podría empezar por cualquiera de los conceptos: privilegio, violencia simbólica, violencia directa, interdependencia, autonomía, autocuidado. Hablando de opuestos, no pretendo replicar una lógica binaria, sino más bien de complementariedad y coexistencia. El mapa ofrece una estructura simplificada a la que las participantes, como muestro más adelante, aportan profundidad. Estas regiones son a la experiencia corporal lo que las categorías de género son a las identidades cuir, marcos que hacen inteligible lo potencialmente infinito.

3 Desgranando los MPC

Los mapas, físicamente, consisten en un círculo de cartón pluma de 48 cm de diámetro, dividido en seis partes iguales, como los quesitos del juego de mesa “Trivial”. Para cada región utilicé materiales distintos: más rugosos para las violencias y agradables para la agencia. Todas las regiones son de color blanco, para evitar condicionantes visuales, y tampoco hay un arriba y un abajo, ya que el mapa puede leerse en cualquier dirección, difuminando así las implicaciones culturales de colores y orientaciones (Ahmed, 2006/2019).

3.1 Talleres de mapeo corporal colectivo

Los dos talleres donde se construyeron los mapas fueron conducidos cada uno con un grupo de autodefensa feminista de la periferia de Madrid, en Vallecas y en Aluche, ambos con una identidad política transfeminista, y con conexiones con otros colectivos ecologistas, anticapitalistas y comunitarios de la ciudad. Formé parte del primero durante dos años, y en aquellas asambleas y conversaciones empecé a entender hasta qué punto la actividad deportiva en contextos feministas genera debates y reflexiones muy interesantes sobre el cuerpo.

Participaron un total de catorce personas, trece mujeres y una persona no binaria, de entre treinta y cuarenta años, españolas y sin discapacidad, sin un perfil profesional definido. Aunque en talleres posteriores participaron otros perfiles, como identidades cuir y racializadas, no han participado hasta la fecha personas discapacitadas. Si bien estas están presentes en colectivos feministas, cuir y de autodefensa, incluidos algunos con los que contacté y que finalmente no pudieron participar, esta ausencia muestra cómo la discapacidad sigue siendo un tema pendiente para muchos colectivos y espacios politizados, y supuso desde el principio una contradicción para mí como investigadora discapacitada, y una tarea pendiente para el futuro.

Cuando empecé a entrenar autodefensa estaba arrancando con mi tesis doctoral, y las experiencias y reflexiones que allí emergían fueron lo que me llevó a pensar en esa tensión entre violencias y agencia, en cómo estas pasan por el cuerpo, y cómo ese cuerpo es individual y a la vez dependiente y vulnerable. Según Claire Martin (2014), la autodefensa feminista incluye tanto la defensa como la prevención de las agresiones, aplicando estrategias transversales: físicas, emocionales, individuales o colectivas, de ahí que ese me pareciera un terreno excepcional para desarrollar mis talleres, no solo por lo que estos grupos me aportaron, sino porque allí también se movilizaron sentires y reflexiones importantes para las personas participantes. Aunque los seis conceptos tienen un trasfondo teórico, beben directamente de experiencias no solo en los entrenos, sino en los talleres y actividades compartidas con mi grupo y con otros grupos.

Los talleres, de dos horas de duración, comienzan con un calentamiento articular para conectar con el cuerpo, en el que propongo pensar en si hay alguna parte específica donde se noten tensiones. Continuamos con una dinámica de comunicación corporal, a través del tacto y sin palabras. En esta dinámica, por parejas, voy introduciendo los seis conceptos y, para cada uno, elijo una forma de comunicarlo, por ejemplo, “Dibuja en la espalda de la otra persona una idea, experiencia o sentir sobre autonomía”, o “Solo con las manos, sobre las de la otra persona, habla sobre interdependencia”. Finalmente, introduzco una dinámica por grupos de 3 a 4 personas, en la que una persona esculpe una escena estática relacionada con uno de los conceptos, utilizando el cuerpo de sus compañeras y, en común, reflexionamos sobre la escena y sobre lo que las personas que la conforman sienten en esa performance, desvelando al final cuál era el concepto representado. El orden de las dinámicas responde a la idea de llevar lo corporal desde un plano individual hacia lo colectivo, y así facilitar la indagación personal y la puesta en común. Para elaborarlas, me formé durante 2022 y 2023 en teatro social con la compañía “La Rueda” y en facilitación de grupos con “Altekio”. Los talleres responden a la idea de articulación comprometida (Ruiz Trejo y García Dauder, 2023, p. 46), ya que rompen con formas de recogida de datos basadas en la distancia con el objeto de estudio, y con ellos he podido tener un contacto cercano y de calidad con las participantes y acompañar en sus procesos, aportando un espacio de indagación colectiva.

Tras estas dinámicas llega el momento de construir el mapa. Nos sentamos en círculo y reparto cuatro etiquetas sonoras a cada persona. Estas etiquetas adhesivas sirven para grabar pequeños clips de voz en un aparato con forma de lápiz grueso llamado Lector de Etiquetas ONCE (LEO) (más información en ONCE, s. f.). Pido a las participantes que en esas notas de voz describan alguna experiencia, idea o sentir en relación con los conceptos, y que las peguen en el mapa con base en dos criterios espaciales:

Centro/márgenes de un concepto: Si perciben que claramente una experiencia se ubica en uno de los conceptos, la pegan en la parte central, mientras que si dudan entre dos conceptos, pueden colocarla cerca de la frontera o directamente sobre esta.

Centro/márgenes del círculo: Todas las partes del relato son importantes, pero las participantes pueden colocar su etiqueta más hacia el centro si la consideran más relevante, o hacia los márgenes si entienden que no tanto.

Las participantes van grabando sus notas de audio y pegándolas en el mapa por rondas. No es obligatorio intervenir en cada turno, de hecho, algunas personas no utilizan todas sus etiquetas. Cuando terminamos con el mapeo, realizamos una ronda de palabra en la que compartir impresiones y sensaciones para cerrar el taller.

3.2 En contacto con las experiencias

He definido dos fases para leer los MPC. En la primera realicé una lectura individual de cada mapa y en la segunda una lectura comparada, identificando patrones en todos ellos.

3.2.1 Lectura individual

Inicialmente exploro dónde se ubican las etiquetas, observando su concentración, cantidad y centralidad. Este primer contacto también es útil para familiarizarme con el material: imperfecciones, etiquetas mal pegadas, etc., algo importante para poner consciencia en cómo tocarlo y conservarlo adecuadamente. Aquí emerge una característica importante de esta metodología, y es que todo lo que implica contacto, implica también atención y cuidado. Las imperfecciones de un mapa hecho con las manos son una proyección de la materialidad y vulnerabilidad de los cuerpos que hablan en él.

Seguidamente, escucho con el LEO las etiquetas por regiones, y en paralelo clasifico esos archivos de audio en el ordenador. A cada región le asigno un número, seguido de una letra de la A a la C, siendo la A lo más cercano al centro y la C lo más alejado. Si la etiqueta está en una región, pero muy cercana a otra, le añado el número de la región cercana entre paréntesis y precedido de un guion, y si está justo entre dos regiones, a ese primer número que definía la región, le añado seguidamente el número de la siguiente región con una barra entre los dos. Esta etapa es útil para fijarme más detenidamente en qué zonas existe mayor dispersión o presencia de etiquetas.

Me siento removida al escuchar algunas etiquetas de violencia directa, y aquí las emociones emergen como un recurso interpretativo (Ruiz Trejo y García Dauder, 2023, p. 83), que me conecta profundamente con lo que cuentan las participantes a través del mapa. Al tocar esa región rugosa, mi cuerpo retoma esas sensaciones, como anticipándose a lo que sabe que puede volver a oír, y mis dedos quieren irse a autonomía o autocuidado, como buscando lugares seguros. Esto también conecta con la idea de multisensorialidad (Pink, 2009, p. 3), ya que aquí, habla, tacto y oído convergen en una misma sensación.

Unas pocas etiquetas se han caído de sus mapas, por lo que solo están disponibles como archivo de audio en el ordenador. Esto implica que no pueda asignarles una ubicación, perdiendo así información y densidad de datos. La ausencia de algo subraya aquí el valor de su presencia, y esto también conecta con la importancia de la agencia de las participantes en la investigación (Biglia, 2007, 2014). La investigadora puede dar una base teórica y delimitar aproximadamente lo que entiende por cada concepto, pero son las participantes las que lo llenan de significado. Ubicar es definir, y aquí comprobamos cómo el espacio simbólico puede materializarse en una acción física y tangible como es pegar una pegatina, y esa acción retoma de nuevo esa conexión con lo simbólico al ser determinante para llenar de contenido un concepto.

Finalmente, a los códigos con números y letras añadí categorías que resumen el contenido de la etiqueta. Identifiqué si se trata de un relato general o específico, lo cual es útil para detectar si cuesta concretar cuando se habla de ciertos temas. En paralelo, asigno temas como Movilidad, Familia, Educación, Pareja, etc., los cuales aparecerán con la primera letra en mayúscula en este texto.

En general, los temas aparecieron claramente y fueron fáciles de clasificar, como los ya mencionados. Sin embargo, para delimitar algunos temas tuve que analizar las palabras empleadas en los microrrelatos, por ejemplo, encontré expresiones como “Escucharme, estar conmigo, cuidarme, defenderme”. Aquí hay cercanía entre palabras adyacentes, pero no tanta entre la primera y la última. Considerando esta limitación del lenguaje, ha supuesto un esfuerzo detectar temas que, siendo concretos, también sean generalizables para componer categorías. Algo útil aquí fue acudir al primer mapa cuando estaba en esta fase de lectura con el segundo, ya que esto me ayudó, por ejemplo, a detectar una categoría y nombrarla como Salir/decir que no.

3.2.2 Lectura conjunta

El solapamiento entre mapas facilita la identificación de los temas, integrando información de talleres separados. En esta segunda fase, al trabajar con una mayor cantidad de datos, acudí a una hoja de cálculo para volcar la información. Primero, terminé de definir los temas y los coloqué en mi hoja de cálculo, obteniendo 25 temas organizados en filas y 7 columnas para los seis conceptos y las etiquetas sin ubicación. Después, tema por tema, en las regiones en que aparecía ese tema, asigné tres números, uno por cada grado de centralidad en el mapa. Por ejemplo: Salud mental - autocuidado: 0,5, 1, 1.

Seguidamente, filtré los temas por ubicación y especificidad. Encontré que algunos están dispersos por todo el mapa, otros más centrados en unas pocas regiones, y algunos sólo en una región. Por otro lado, algunos están dispersos en el espacio, pero sus relatos son más específicos, y viceversa. Anoté estos valores por tema, y después por región, fijándome en si la forma en que articulamos el discurso varía entre conceptos.

Finalmente, dejé atrás los números y tomé un último contacto con el mapa. Esta última fase tuvo la utilidad de reconectarme físicamente con el material, sin buscar hallar nada nuevo, simplemente como cierre del círculo y vuelta al inicio.

4 Resultados

Los mapas pueden ser leídos de diversas formas, y lo que muestro a continuación, además de mi lectura particular de los relatos de estos grupos, es un ejemplo de cómo se construye la experiencia ubicada. En estos resultados muestro primero el contenido de las regiones y, posteriormente, ofrezco una discusión acerca de los temas principales que emergieron. La manera en que se distribuyen las etiquetas responde al concepto de ubicación que presentaba al inicio de este artículo, por lo que estos resultados deben leerse atendiendo a ese concepto y a la forma en que los MPC trascienden el plano espacial. Esto responde a lo que Clifford Geertz denominó como descripción densa (1973/2003), ya que detrás de lo que observamos inicialmente existe un entramado complejo de construcciones de significados. Ubicar un tema en una u otra región aquí parte de haber pasado previamente ese tema y esa región por el cuerpo en las dinámicas de los talleres, por lo que las ubicaciones que describo incluyen todo un proceso de reflexión corporal y sensorial.

4.1 Lo que cuentan las regiones

Retomemos la propuesta teórica de los tres cuerpos (Scheper-Hughes y Lock, 1987). El cuerpo individual se proyecta en la violencia directa y el autocuidado, conceptos ubicados en lugares opuestos en nuestro mapa. Los relatos sobre el cuerpo individual en el lado de la violencia están muy definidos y centrados: “que todo tu entorno te llame gorda y la pediatra te paute una dieta teniendo un peso completamente normativo” (1. 5A)1 o “defenderme de la agresión física de un familiar y que acabe porque intervienen otros dos atacándome y diciéndome que soy una loca” (1. 5A). Por su parte, aquellos que refieren a la agencia del cuerpo individual, representada por el autocuidado, son más generales y dispersos: “poder escucharme, legitimarme y poner límites” (1. 2B). Así, en el plano individual, hay más claridad en la enunciación, en contextos tan claros como la violencia médica o familiar y, si bien existe un interés y un discurso sobre la agencia, este está menos definido y es menos central para la experiencia.

Para el cuerpo social tenemos autonomía como expresión de la agencia y violencia simbólica en el lado opuesto. Aquí también aparecen diferencias entre regiones, pero, al contrario del caso anterior, los relatos sobre la agencia están más definidos, y se diluyen en la violencia, donde son más generales y menos centrales: “me he construido mi propia casa, con mis propias manos y una motosierra” (2. 1A), frente a “la publicidad” (2. 4B). Cuando ya no es un cuerpo individual del que hablamos, sino un cuerpo social, el discurso pasa a ser más directo en la agencia y al contrario en la violencia, lo cual nos lleva a pensar que tenemos más claros nuestros recursos corporales fuera de la intimidad del cuerpo individual, y, sin embargo, no tratamos tan directamente con las violencias que nos atraviesan en ese mismo plano.

En el cuerpo político, las diferencias residen en la vaguedad del privilegio, frente a la mayor centralidad y especificidad de la interdependencia, y en la mayor cantidad de relatos en este último caso: “después de ser extranjera toda mi vida me doy cuenta de que soy blanca” (2. 3A), o “poder defenderme en casi todos los aspectos de mi vida sin miedo a una consecuencia muy grave” (1. 3B), frente a “toda la red de apoyo y cuidados que estoy teniendo ahora después de esta última ruptura” (1. 6A), o “la red de cuidados que hemos hecho a una amiga para apoyarla” (2. 6B). Esto reafirma la pertinencia de renombrar la región de privilegio como incomodidad, ya que es donde he hallado más dispersión y generalidad en los relatos, es decir, más dificultad para verbalizar las experiencias. Esta región representa la otra cara de la interdependencia, la contraparte de ser personas que dependen mutuamente, en cuyas relaciones siempre está presente el poder, de forma activa o pasiva.

Observando esta distribución de las etiquetas encontré una mitad, constituida por autonomía, interdependencia y violencia directa, en la que el discurso es más específico, central y abundante, mientras que, en la otra mitad, formada por violencia simbólica, privilegio y autocuidado, existe una mayor dispersión y generalidad, además de una menor cantidad de relatos. La línea divisoria entre estas dos nuevas mitades es perpendicular a la que divide agencia de violencias, y retrata las partes de la experiencia corporal en que estos grupos articulan el relato con mayor o menor facilidad. Como señalaba en el apartado “Espacio simbólico y Mapas Políticos del Cuerpo”. el espacio simbólico del mapa alberga un carácter encarnado, y esto se muestra aquí, al revelarse las distintas formas en que exteriorizamos la experiencia. Después de llevar al cuerpo por igual los seis conceptos en las dinámicas del taller, estos se filtran con distintas intensidades en los mapas. Los MPC permiten recoger la experiencia corporal lo más ampliamente posible, pero también la canalizan revelando cuáles de sus partes emergen más fácilmente y cuáles se quedan en lugares más escondidos.

4.2 Los temas que nos tocan

Como se ha señalado, las ubicaciones de cada tema se apoyan en el ejercicio previo de ubicación de cada participante, es decir, en la frecuencia e intensidad con que apareció ese tema al encarnar los distintos conceptos/regiones en las dinámicas del taller. Por tanto, este apartado no solo recoge un ejercicio racional de clasificación, sino sobre todo la reflexión corporal de las participantes a partir de haber pasado por el cuerpo las seis regiones y haber identificado qué evoca cada una y la relación con su experiencia. Lo que nos permiten los MPC es recoger información corporal y sensorial en códigos espaciales, y condensarla en el marco de la experiencia ubicada, lo cual, en la práctica de estos resultados, se traduce en cómo ubicar temas en regiones.

Los temas sobre los que las participantes aportan más relatos son: “educación”, “salud mental”, “red” y “familia”. Tanto “educación” como “familia” aparecen dispersos por todas las regiones y los relatos tienden a ser específicos, por lo que estos emergen como los elementos más transversales en la experiencia de estos grupos. Un relato muy significativo sobre “educación” aparece entre privilegio y violencia simbólica: “poder ir a un colegio en el cual me hicieron sentir especial… cuando no era así” (2. 3/4B). Asimismo, la siguiente reflexión muestra la complejidad de un tema como “familia”, entre violencia directa e interdependencia: “no alejarme de mi familia cuando sería lo más sano para mí” (1. 6/1A). Hay muchas implicaciones en estas frases, y más cuando se ubican en zonas fronterizas, mostrando así las múltiples caras de un mismo concepto. Pensemos cómo la familia es una de esas instituciones en las que se manifiesta la vulnerabilidad de la que habla Butler (2004/2006, p. 41), cuando señala cómo nuestros cuerpos se exponen a la violencia al tener que relacionarse con otras personas que no elegimos, pero que, en tanto que seres sociales, nos sostienen de una u otra forma, y la educación, en tanto que capital simbólico, necesita a su vez de la violencia simbólica (Bourdieu, 2011, pp. 205-211).

La “salud mental” aparece en tres regiones, aunque principalmente en autocuidado y con una notable dispersión dentro de esta, por lo que es un tema importante, especialmente para la agencia del cuerpo individual, pero no tan central como otros: “cuando decidí hace cuatro años ir a una terapia y empezar en serio a mirar por mí” (2. 2B). Más adelante mostraré cómo esta transversalidad no se encuentra solo en la dispersión de los relatos, sino en cómo la “salud mental” se aborda desde distintas estrategias.

En relación con los vínculos personales, aparecen tres temas cuya distribución resulta interesante. La “red” aparece exclusivamente en interdependencia y, en este sentido, es llamativo cómo se establece una diferencia entre “familia” y “Red”, como temas distintos y con distintas ubicaciones. También es llamativo el claro contraste entre “red” y “pareja”, ya que, en la primera, además de localizados, los relatos son más generales, mientras que, en la segunda, los relatos son mucho más específicos y ubicados en las violencias: “poder contar con una red de gente para apoyarnos en los momentos de malestar” (1. 6A), frente a “que me rompa la ropa que llevo puesta, me la arranque y me diga que o salgo desnuda o me ponga la ropa que él diga” (1. 5B). Igualmente, relatos tan breves y precisos como “entrenar con este grupo” (1. 6A) muestran cómo el contexto en que se desarrolla el taller sitúa la forma en que se construye el mapa y explican por qué esta distribución de los relatos en referencia a los vínculos y no otra.

El mapa es un retrato táctil parcial de un momento específico, y es que, siguiendo a Haraway: “no buscamos la parcialidad porque sí, sino por las conexiones y aperturas inesperadas que los conocimientos situados hacen posibles” (1991/1995, p. 339). En este caso, un taller en este contexto concreto nos aporta una aproximación desde el cuerpo a los vínculos interpersonales que no obtendríamos de otra manera. La pareja no es siempre foco de violencias, y la red no siempre sostiene, pero estos mapas muestran la importancia de unos y otros temas en relación con posibles violencias y estrategias de agenciamiento.

Hay temas claramente localizados. “Estar conmigo” aparece presente en autonomía y autocuidado, pero no aparecen relatos asociados a la soledad no elegida. Del mismo modo, un tema similar como es “salir/decir que no” aparece en las mismas regiones: “abandonar espacios y proyectos aunque fueran muy importantes porque no eran un lugar en el que me sintiese bien” (1. 2C) o “una de las primeras veces que me he atrevido a decir que no a un plan que ya me había apuntado” (2. 2A). De aquí entendemos que la soledad y el poder abandonar espacios o proyectos forma parte más de nuestra agencia que de las violencias que recibimos, en un contexto como Madrid en que abundan las relaciones sociales, pero donde también tenemos esa agencia para elegirlas, donde salir y estar con una misma puede ser igualmente deseable. Al contrario, el tema laboral aparece en todas las regiones, menos en estas dos, por lo que de alguna manera podría ser entendido como la contraparte de “poder salir” y “estar con una misma”, asociado a la obligación y a una serie de violencias relacionadas con estar en lugares no deseados. Otros temas exclusivos de las regiones de violencias son, además de la pareja, autopercepción y visibilidad cuir, aunque en ambos casos solo hay una etiqueta.

Algunos temas están asociados, pero elegí separarlos porque no en todos los relatos aparecen solapados, y, de hecho, esta proximidad también arroja información. Al paralelismo ya señalado entre “estar conmigo” y “salir/decir que no”, podemos añadirle el que encontramos entre “salud mental” y “terapia”, o entre “movilidad” y “privilegio blanco”. De los cinco relatos asociados a Salud mental, uno habla de “sanar en comunidad”, otro de “tener herramientas propias para gestionar las crisis”, y tres hablan de “ir a terapia”. En espacios críticos con la cultura terapéutica y la individualización de los problemas sociales, la terapia sigue siendo una herramienta que identificamos como importante para la salud mental, ya que, además, los relatos sobre esta se concentran principalmente en el cuerpo individual.

Por otro lado, a diferencia de una de las problemáticas identificadas por los feminismos, relacionada con el miedo a volver sola a casa, aquí la “movilidad” aparece asociada a la agencia, y esto probablemente se deba a que una de las razones de ser de los grupos de autodefensa es, precisamente, vencer el miedo a moverse libremente por la calle. Este miedo a movernos se desplaza hacia el privilegio al compararnos con otras personas que no disponen de la libertad de moverse con tanta facilidad por el espacio público, al exponerse a la violencia racista y policial: “ocupar el espacio público sin un miedo específico a que me paren autoridades” (1. 3B). Observamos aquí una correlación entre el impacto sobre el cuerpo de una actividad como la autodefensa feminista, y cómo esto se traduce en algo tan político como es, no solo la pérdida del miedo a ocupar el espacio público, sino la capacidad de reconocernos como privilegiadas.

Finalmente, “cocina” y “alimentación” son temas que, aunque no aparezcan tan relacionados, merecen atención. Cocina aparece dentro de la agencia, y los tres relatos abarcan una amplitud interesante, ya que van desde cocinar sola hasta cocinar en colectivo, pasando por recibir ayuda para cocinar. A su vez, “alimentación” aparece bastante disperso, con dos relatos en agencia y dos en violencias. Tener agencia sobre lo que comemos aparece como un tema relevante, y muestra la importancia de la alimentación en nuestra experiencia corporal.

5 Conclusiones

Como he mostrado, la experiencia corporal se reconfigura al añadir el componente de la ubicación, y es que los microrrelatos, además de estar literalmente ubicados en un mapa, proceden de talleres en los que el cuerpo y los sentidos se activan y toman especial relevancia. Esta es una de las oportunidades que emergen al poner otras sensorialidades en el centro, ya que no se hubieran dado las mismas conexiones entre testimonios, de no haber texturas con significados, o de haber habido colores en los mapas. La experiencia ubicada ofrece otros lenguajes y puntos de contacto con los que articular la investigación, y mediante los MPC muestra cómo es posible tomar, desde lo teórico, nociones sensoriales y espaciales, y aterrizarlas en la práctica específica de un taller, en el quehacer de una investigadora, y en la lectura de los datos, plasmando la crítica al ocularcentrismo y tornándola en propuesta.

Aunque la muestra reducida de esta investigación no obstaculiza su objetivo principal, remarca la necesidad de un gran número de participantes, si lo que buscamos son resultados operacionalizables. Adicionalmente, la descripción densa que ofrecen los mapas implica la selección de algunas variables y el descarte de otras, como aquí ha sucedido con las formas en que se manifiesta la voz, o un análisis lingüístico más profundo. Esta supone otra limitación importante, ya que para optimizar esta metodología necesitamos manejar una gran cantidad de variables. Estas constituyen las que considero como dos debilidades que, en suma, hacen de los mapas una herramienta que, para generar resultados sólidos y generalizables, requiere de un esfuerzo analítico considerable.

Podemos abordar estas limitaciones adaptando la metodología a cada objeto de estudio, modificando el número de relatos por persona, cambiando algunos conceptos del mapa o el formato del taller, fijando el foco en aspectos concretos de la experiencia, o acompañando la información de los mapas con entrevistas. Lo que sí nos muestran los MPC con claridad es el relato situado y específico de un grupo, por lo que resultan muy útiles en contextos en que no busquemos una generalización de resultados. Lo relevante es que esta metodología puede aportar reflexiones profundas no solo sobre temas específicos, sino sobre la forma en que el cuerpo se relaciona con ellos, facilitando estrategias transversales de acceso al conocimiento en muy diversos planos. Podemos aplicar esta herramienta para conocer cómo la experiencia corporal se construye en determinados perfiles profesionales, desde enfermeros a actrices, o en el caso de estudiantes universitarios racializados, por poner algunos ejemplos.

En cualquier caso, una metodología como los MPC debe mantener una coherencia con su carácter encarnado y, por ello, en este trabajo he puesto un énfasis transversal en lo corporal. He mostrado cómo lo que inicialmente podría ser entendido como una necesidad específica de accesibilidad para mí, ha sido aprovechado como un marco muy sugerente desde el cual desarrollar la investigación. Las sensaciones que he vivido en esta investigación me han acercado muy profundamente a eso que llamamos “datos”, y que aquí ha emergido con la rotundidad del estómago revuelto cuando literalmente toco la violencia y esta habla. Trazar una continuidad entre mi lugar de enunciación como mujer ciega, los talleres corporales y los mapas ha posibilitado generar relatos muy particulares que invitan a seguir pensando en que existen muchas formas poco exploradas desde las que podemos hablar y crear.

La perspectiva que aporto como persona ciega es un ejercicio de honestidad, no del todo cómodo para mí, porque una no siempre quiere exponerse, una quiere ser algo más que su gran etiqueta, pero es ese acto de situarse el punto de partida para, precisamente tomar agencia sobre esa exposición y poder ser otra cosa. Propongo, sencillamente, que perdamos el miedo que tantos intelectuales antiguos y modernos tienen a la ceguera, porque basta con un cuerpo para conocer lo que nadie ha puesto en palabras.

6 Agradecimientos

A mis compañeras de Malahierba con las que compartí dos años de entrenos. Gracias por haber estado ahí y por haber sido parte de un camino increíble. Gracias también a las Rudas por participar en el otro de los talleres que dieron lugar a estas páginas. 

A mis directoras de tesis, Carmen Romero y Lucas Platero por el acompañamiento y las correcciones.

7 Financiamiento

Esta investigación ha sido llevada a cabo gracias a la beca Santander Investigación, Contratos Predoctorales Santander UCM 2021, código CT58/21.

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