Desigualdades persistentes: configuración de la vejez de mujeres indígenas a lo largo de la vida

Persistent inequalities: shaping the old age of indigenous women throughout life

  • Yolanda de Jesús Hernández Delgado
  • Blanca Estela Pelcastre Villafuerte
Este trabajo analiza las desigualdades sociales que enfrentan las mujeres mayores indígenas en entornos urbanos, destacando cómo la pobreza, la exclusión educativa, la discriminación étnica y de género, así como la precariedad laboral configuran un racimo de desventajas acumuladas a lo largo de sus vidas. Desde una perspectiva cualitativa, de diseño narrativo, se examinan las trayectorias de vida de estas mujeres desde la Teoría de la Desventaja Acumulativa, considerando factores estructurales como la falta de acceso a servicios básicos, vivienda digna y seguridad social. Los resultados reflejan la condición de desigualdad social que viven las mujeres mayores indígenas, la inseguridad económica y la desigualdad territorial, que es producto de condiciones estructurales relacionadas con la pobreza durante su infancia, la falta de acceso a educación y una trayectoria laboral precaria.
    Palabras clave:
  • Desigualdad Social
  • Pueblos indígenas
  • Vejez
  • Exclusión social
This article explores the structural inequalities faced by older Indigenous women living in urban settings, highlighting how poverty, limited access to education, ethnic and gender discrimination, and precarious employment generate a cluster of cumulative disadvantages over the life course. Based on a qualitative narrative approach, the study analyzes their life trajectories through the lens of the Theory of Cumulative Disadvantage, focusing on structural barriers such as restricted access to essential services, adequate housing, and social security. The findings reveal enduring social inequalities characterized by economic insecurity and territorial marginalization, rooted in early-life poverty, educational exclusion, and unstable labor histories.
    Keywords:
  • Women
  • Indigenous peoples
  • Social inequality
  • Social exclusion

1 Introducción

De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina (CEPAL, 2013), las personas mayores indígenas enfrentan condiciones críticas de pobreza y vulnerabilidad, producto del acceso limitado a salud, educación, bienes y servicios. Esta situación se agrava en el caso de las mujeres indígenas mayores, quienes viven una triple o cuádruple opresión vinculada a su pertenencia étnica, clase social, condición de pobreza y género. Esta interseccionalidad produce y perpetúa desigualdades sociales y restringe sus oportunidades (Hughes, 2004; Rea-Ángeles, 2021). Además, la interacción entre etnicidad y edad genera una doble vulnerabilidad, al confluir factores de identidad cultural con procesos de exclusión estructural, como la marginación (Reyes-Gómez, 2014; Sánchez-Moreno et al., 2021).

Las investigaciones destacan que las mujeres indígenas enfrentan desigualdades y altos niveles de pobreza, menores ingresos que los hombres no indígenas, dependen de programas de combate a la pobreza, así como exclusión sistemática de servicios de salud y seguridad social, lo que impacta en su capacidad intrínseca en la vejez (Barrera-Rojas et al., 2019; Paredes et al., 2020; Pinto, 2023; Salinas-Rodríguez et al., 2024). La CEPAL (2013) señala que el 54,1 % de las mujeres indígenas en México reside en áreas urbanas, donde enfrentan vulnerabilidades por ser mujeres, indígenas, viejas y migrantes. En comparación con sus pares no indígenas, enfrentan desigualdades significativas vinculadas a la discriminación racial, acceso desigual al trabajo y servicios básicos, residiendo en asentamientos precarios e irregulares en las periferias (Brooks-Cleator et al., 2019; Castillo y Schenerock, 2020; Olivares y Guerrero, 2023).

Las mujeres indígenas que trabajan se insertan en el mercado laboral en empleos informales e inestables, como el trabajo doméstico, comercio informal o en hoteles y fábricas, caracterizados por una alta explotación, bajos salarios y ausencia de prestaciones (Castillo y Schenerock, 2020; Olivares y Guerrero, 2023; Salazar, et al., 2020). Además, enfrentan racismo, exclusión y rechazo en espacios públicos, laborales y educativos (Castillo y Schenerock, 2020; de Souza e Silva Mulinari y dos Santos Pinho e Silva, 2019; Olivares y Guerrero, 2023).

1.1 Marco Teórico-Conceptual: Teoría de la Desventaja Acumulativa

La Teoría de la Desventaja Acumulativa sostiene que las desigualdades a lo largo del curso de vida se amplían con el tiempo, profundizando ventajas o desventajas producto de factores estructurales e institucionales, a través de los cuales hay una asignación desigual de recursos (Saraví, 2020). Esta desigualdad trae consigo la acumulación o carencia de recursos clave que pone en riesgo a quienes carecen de ellos.

De acuerdo con Jonathan Wolff y Avner de-Shalit (2007, como se citó en Wolff, 2009), la noción de “desventaja” se refiere a la ausencia de oportunidades genuinas para un funcionamiento seguro, afectando áreas clave como la salud, el empleo, la educación y las relaciones sociales. Este enfoque trasciende la pobreza monetaria al abarcar múltiples dimensiones que limitan el bienestar de las personas. Las desventajas se agrupan en racimos, donde una desventaja en un área suele desencadenar otras, reforzando la vulnerabilidad. Además, algunas desventajas corrosivas agravan significativamente otras limitaciones (Wolff, 2009).

Reconoce que las desigualdades sociales no surgen únicamente de condiciones iniciales en la infancia, sino también de dinámicas que operan en la adultez, siendo resultado de procesos sociales endógenos persistentes de los sistemas sociales. Estas operan a diferentes niveles: desde interacciones cotidianas (micro), organizaciones y roles sociales (meso), hasta llegar a las estructuras económicas y políticas (macro) (Dannefer, 2020). Las pequeñas diferencias iniciales se amplifican, lo que provoca que quienes parten con ventajas tiendan a acumular más, mientras que aquellos en desventaja ven disminuir sus oportunidades, profundizando las desigualdades (Dannefer, 2020).

La teoría identifica cómo la acumulación de riesgos y recursos, junto a la agencia, moldean las trayectorias de vida y el proceso de envejecimiento. Esta perspectiva resalta el cruce de la discriminación por edad, género, etnia y clase social, que configura resultados diversos en la vejez (Holman y Walker, 2020; Saraví, 2020). Identifica los sistemas sociales como centrales en la generación de desigualdad y no las decisiones o acciones individuales (Ferraro y Shippee, 2009).

Esta teoría permite explorar los procesos sociales que crean y sostienen las desventajas de las mujeres indígenas a lo largo de su vida —como la pobreza, la discriminación por género y la falta de recursos—, cuyos efectos se exacerban en la vejez. Comprender los mecanismos de acumulación de riesgos y desigualdad es crucial para revelar las fuentes de las disparidades específicas por edad y las inequidades en la distribución de oportunidades y recursos (Castañeda y Díaz, 2020). Este estudio busca identificar aquellos factores que configuran la desigualdad social en la vejez de mujeres indígenas, desde una perspectiva de acumulación de ventajas y desventajas.

2 Metodología

Este estudio cualitativo siguió un diseño narrativo, el cual permite comprender una sucesión de hechos o procesos a través de las vivencias contadas por quienes las experimentaron (Czarniawska, 2011). Este enfoque posibilita conocer, en palabras y explicaciones de los informantes, la realidad social que han vivido, a partir del sentido que para ellos tienen sus acciones, situaciones y las otras personas con quienes interactúan, a partir del recorrido de su historia de vida. Ello cobra relevancia al considerar que la vejez se construye vinculada socialmente al proceso biológico del envejecimiento y al resultado de la acumulación de los años y condiciones de vida que le anteceden, con referentes simbólicos contextualizados y socioeconómicamente determinada (Hernández-Delgado, 2020). Las historias de vida son recolectadas para describirlas y analizarlas (Salgado, 2007).

Aunque la Convención Interamericana sobre Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores establece como “mayor” a una persona de 60 años o más (Organización de los Estados Americanos [OEA], 2015), se seleccionaron mujeres desde los 58 años, considerando la menor esperanza de vida en la población indígena de México, que puede ser hasta 20 años menos en municipios más pobres (Secretaría de Salud, 2007; Torres et al., 2003). Los criterios incluyeron ser hablante de una lengua indígena y vivir en la zona urbana de Zapopan, Jalisco. De ocho mujeres contactadas, seis participaron, con edades entre 58 a 83 años.

Las características sociodemográficas de las participantes (ver tabla 1), como trabajo, nivel educativo, estado civil y enfermedades, reflejan condiciones de desigualdad. La actividad económica muestra inserciones laborales informales, sin seguridad social (Morales et al., 2022), vinculadas a bajos niveles educativos. El estado civil destaca la dependencia económica de sus parejas, cuyo fallecimiento reduce drásticamente sus ingresos (Pochintesta, 2015). Las condiciones de salud expresan las inequidades en el acceso a servicios de salud y efectos acumulados de trabajar en contextos adversos.

ID Edad Trabajo actual Edo. Civil Escolaridad Pertenencia étnica Años de vivir en la ciudad Enfermedades
Participante 1 61 Bordado de blusas Viuda Sin estudios Tarasco*
Michoacán

36 años Diabetes
Participante 2 60 Venta de ropa usada Casada Sin estudios Tarasco
Michoacán

37 años Sin enfermedades
Participante 3 83 No trabaja Viuda Sin estudios Tarasco
Michoacán

+30 años Dolor crónico
Participante 4 58 No trabaja Casada 2.º primaria Tarasco
Michoacán

38 años Dolor
Participante 5 74 Venta de dulces Casada Sin estudios Mazahua**
Estado de México

30 años Sin enfermedades
Participante 6 65 Venta de hilos Casada Primaria Tarasco
Michoacán

25 años Sin enfermedades
* La familia lingüística es conocida oficialmente como tarasca, mientras que sus hablantes la nombran p’urhépecha. La mayoría de las lenguas originarias de México tienen denominaciones dadas por los primeros misioneros llegados a este país o por grupos indígenas ajenos a las propias. No obstante, las mujeres entrevistadas nombraban su lengua como tarasca, por ello se usa esa denominación.
** Dicho nombre es la forma castellanizada de mazahua, que en náhuatl significa poseedores de venados. Los hablantes de mazahua llaman a su lengua jñatjo que significa lengua.

Tabla 1

Características sociodemográficas de las mujeres mayores indígenas participantes

2.1 Recopilación de los datos

Las entrevistas se realizaron entre noviembre de 2022 y marzo de 2023; la investigación se llevó a cabo entre octubre de 2022 y febrero de 2024. El acceso a la colonia El Rehilete, en Zapopan, Jalisco, fue facilitado por una lideresa comunitaria, quien permitió establecer el contacto con las personas mayores, tanto del grupo organizado como fuera de este. Se utilizó una guía basada en la revisión de la literatura sobre desigualdades en población mayor, y las entrevistas se llevaron a cabo en los domicilios de las participantes en dos visitas de 45 a 60 minutos. Todas firmaron un consentimiento informado donde autorizaron la grabación de las entrevistas. La transcripción y codificación inmediata permitió un análisis simultáneo al trabajo de campo, lo que aseguró la saturación y profundidad de las categorías.

2.2 Análisis de los datos

Las entrevistas fueron transcritas por la investigadora principal y codificadas con el software Atlas.ti (v. 22). Se realizó un análisis temático para identificar, analizar e interpretar patrones o temas dentro de un conjunto de datos, con el objetivo de descubrir aspectos significativos (Braun y Clarke, 2006). El proceso analítico siguió la propuesta de Moira Maguire y Brid Delahunt (2017): lectura exhaustiva, identificación de temas preliminares basados en la literatura y las preguntas de investigación, y creación de una lista inicial de categorías analíticas. Tras dos ciclos de codificación, se consolidaron temas principales relacionados con las condiciones de desigualdad y acumulación de ventajas y desventajas en la vejez. Finalmente, se refinaron los temas para garantizar una interpretación coherente y significativa de los datos.

2.3 Consideraciones éticas

Se obtuvo la aprobación del Comité de Ética e Investigación del Centro Universitario de Tonalá de la Universidad de Guadalajara (F-2022-002). Para garantizar la confidencialidad se utilizaron seudónimos y se omitió información personal en los resultados difundidos. Se informó a las participantes que podían retirarse del estudio en cualquier momento. Todas firmaron una carta de consentimiento informado que detallaba el objetivo del estudio y medidas de protección de datos.

3 Contexto de la investigación: la colonia El Rehilete

En México, según el Censo de 2020, hay 15 142 976 personas de 60 años o más, de las cuales 1 244 624 hablan una lengua indígena. En Jalisco, de las 990 085 personas mayores, 4 559 son hablantes de lenguas indígenas. Los municipios con mayor presencia de esta población incluyen Mezquitic y Bolaños, mientras que, en la Zona Metropolitana de Guadalajara, destacan Zapopan y Guadalajara por su concentración.

Zapopan ha registrado un crecimiento en su población indígena, impulsado principalmente por el comercio ambulante y la venta de artesanías (Valencia, 2000). Es el municipio con mayor número de personas indígenas en la zona metropolitana, distribuidas en 18 colonias. Según el Diagnóstico de la Población Indígena en Zapopan, en 2020 había 273 mujeres mayores indígenas, lo que representa el 1,89 % de la población indígena del municipio (Carrillo et al., 2023).

Estas mujeres enfrentan condiciones de desigualdad que reflejan su marginación económica y social. El 10,35 % es analfabeta y el 4,82 % no tiene educación formal. Solo el 2,46 % está afiliada al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), mientras que el 30,91 % cuenta con IMSS-Prospera o IMSS-Bienestar, y el 1,24 % carece de acceso a servicios de salud. En el ámbito laboral, apenas el 0,68 % está empleada, y el 1,59 % recibe pensión, con un 4,66 % dedicado a labores domésticas, ver tabla 2. Además, las carencias en vivienda y servicios básicos son graves: solo el 1,90 % tiene acceso a electricidad y el 1,83 % al agua potable (Carrillo et al., 2023).

Indicador Porcentaje
Analfabetismo 10,35 %
Sin escolaridad 4,82 %
Acceso a IMSS* 2,46 %
Acceso a IMSS-Bienestar 30,91 %
Sin acceso a salud 1,24 %
Empleadas 0,68 %
Pensionadas 1,59 %
Dedicadas a labores del hogar 4,66 %
Acceso a electricidad 1,90 %
Acceso a agua pública 1,83 %
* Instituto Mexicano del Seguro Social.
Fuente: Elaboración propia a partir de Carrillo et al. (2023).

Tabla 2

Condiciones socioeconómicas de mujeres mayores indígenas en Zapopan, Jalisco<

La investigación se llevó a cabo en la colonia El Rehilete, que concentra menos de 120 habitantes indígenas y enfrenta múltiples desafíos. Esta colonia irregular, formada por migrantes rurales, carece de servicios públicos básicos como agua corriente y saneamiento. La precariedad en la infraestructura se manifiesta en calles deterioradas y problemas con las aguas residuales, exacerbados por la especulación de terrenos en la periferia urbana.

4 Resultados

Este apartado presenta los resultados del análisis cualitativo de las entrevistas, que permitieron, a través de los testimonios, destacar las singularidades de la vida de las mujeres mayores indígenas que habitan en la ciudad. El objetivo fue comprender cómo la situación de desigualdad que viven en la vejez se ha ido configurando a lo largo de su curso de vida, desde una perspectiva de acumulación de ventajas y desventajas.

A partir del análisis temático, se identificaron algunos factores de desventaja: la pobreza en la infancia, desigualdad en el acceso a la educación, trayectoria laboral precaria, desigualdad territorial y discriminación étnica y de género. Estos factores se fueron identificando en una lógica de curso de vida, que para fines metodológicos se dividió en: la infancia, su vida productiva y la vejez, revelando cómo estos elementos se entrelazan y perpetúan la desigualdad. Los resultados se presentan de forma cronológica, conectando el pasado con el presente.

4.1 La desigualdad social en la vejez de mujeres indígenas

Las mujeres mayores indígenas participantes de esta investigación enfrentan una situación de desventaja social que se refleja en las condiciones de vulnerabilidad en las que viven. En primer lugar, experimentan inseguridad económica, ya que su poder adquisitivo depende de tres fuentes principales: los ingresos generados por trabajos informales, como la venta de ropa usada, bordado, pelado de cebollas o venta de dulces; las transferencias familiares de hijos o nietos; y el apoyo gubernamental a través del programa de pensiones para adultos mayores:

Sí, salgo [a vender] allí en la avenida México. (Participante 5, 74 años, mazahua, entrevista personal, diciembre de 2022)

Ya no trabajo. Mi hija la grande trabaja y ella es la que vende y me da de comer. (Participante 1, 61 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

—¿Quién le da dinero? —Mis nietos, pero nomás son cuatro. Y por parte del gobierno, ¿recibe apoyo? —Ah sí, pero no me alcanza. (Participante 3, 83 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

Sin embargo, estas fuentes de ingresos resultan insuficientes para cubrir sus necesidades básicas, como alimentación y salud. Además, los ingresos derivados de su trabajo son irregulares y dependen de factores externos, como las fluctuaciones en la cantidad de productos vendidos o la capacidad física para continuar trabajando, afectada por enfermedades o por efecto de la discriminación:

No, no voy diario [a vender]. Ya me cansé, por eso solo voy un ratito, aunque Dios quiera [salga] para la tortilla. (Participante 5, 74 años, mazahua, entrevista personal, diciembre de 2022)

El apoyo familiar que reciben las mujeres mayores depende tanto del tipo de trabajo de quien lo proporciona como de sus posibilidades económicas. En algunos casos, las hijas enfrentan una mayor escasez de recursos, lo que limita su capacidad de apoyar a sus madres. Además, la capacidad de brindar apoyo está vinculada al ciclo de vida familiar: en los núcleos familiares donde los hijos son pequeños, los recursos suelen ser más limitados, lo que reduce la posibilidad de ayudar económicamente a las madres. En cambio, en familias donde los hijos ya son adultos o jóvenes trabajadores, hay más integrantes contribuyendo económicamente, lo que facilita el apoyo a las mujeres mayores, y en muchos casos, los nietos también se convierten en una fuente de ayuda.

Y todos [los hijos e hijas] andan por allá y uno está en Michoacán y una, —ay pobrecita mi hija—, cómo sufre su esposo, trae chingaderas y no trabaja, nomás está en la calle sentadito, dormido, dormido y mi hija trabaja. Por la droga, anda colgando la pinche cobija y mi hija tiene dos [hijos], un niño y una niña. Ella trabaja para mantenerlos, en casa. Ella también, no puede acá ayudar, ayudarme en nada. Porque está manteniendo a sus hijos. (Participante 1, 61 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

En segundo lugar, enfrentan restricciones en términos de movilidad en la ciudad y acceso a servicios y recursos, ya que cuentan con un conocimiento limitado sobre cómo desplazarse dentro de la ciudad y sobre la existencia de instituciones de apoyo dirigidas a mujeres, personas mayores e indígenas. Esta falta de conocimiento les impide aprovechar los programas y recursos disponibles.

¿No tiene apoyo de gobierno? —No, no. Por eso estoy pidiendo, pero no sé dónde porque aquí solo platico en la esquina con mis paisanos. También le pregunté a una señora y me dijo —sí, yo te voy a avisar a ver cuándo van a empezar [el trámite para la pensión del gobierno para las personas mayores]— pero no me dijo. Y no sé dónde es. (Participante 6, 65 años, tarasca, entrevista personal, enero de 2023)

En tercer lugar, las mujeres mayores indígenas enfrentan desventajas habitacionales, como viviendas inacabadas con servicios irregulares de agua y electricidad y la falta de documentos oficiales que acrediten su propiedad, lo que les impide acceder a programas de regularización.

Además, comparten su hogar con familiares, reduciendo su autonomía, y las propiedades en sus lugares de origen, cuando las tienen, no les generan ningún ingreso.

Con mis hijos compré este terreno, y tengo [otro terreno] allá en mi pueblo, pero todavía no está viviendo nadie allá. Allá mi papá me heredó un pedacito de [tierra], ahí pa’ vivir. Pero allá todavía no estoy haciendo nada, bueno ya no voy a hacer, ya le dije a mis hijos —pos ya no vamos a hacer, al cabo ya estamos viejitos, pa’ qué vamos a hacer para otra persona—. (Participante 6, 65 años, tarasca, entrevista personal, enero de 2023)

En cuanto al entorno físico y social, habitan una colonia fundada hace poco más de 15 años en terrenos irregulares, falta pavimentación y alumbrado público y tienen servicios básicos deficientes. Las calles están llenas de basura y hay una sobrepoblación de perros callejeros. Enfrentan riesgos de inundaciones y deslaves; a esto se suma un entorno afectado por la violencia y presencia del crimen organizado.

Sí pagamos [por la casa], ajá. —¿Y les dieron papeles [escrituras] o no? —No, no tenemos papeles. Todos estamos así, casi todos. (Participante 1, 61 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

Yo casi ya no salgo al mandado, le digo, porque por aquí, pues andan esos [maleantes]. Y los matan y los dejan, los tiran. Por eso me da miedo. (Participante 3, 83 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

La vejez agrava la situación de desventaja de las mujeres, marcada por la pérdida progresiva de salud. Aunque no todas padecen enfermedades graves, enfrentan la pérdida de piezas dentales, disminución auditiva y visual, y sufren dolores persistentes. El impacto más significativo es la reducción de su capacidad funcional, que limita su trabajo y actividades cotidianas.

Sí, ya cuando hago quehacer, ya cuando hago las cosas pos ya me canso mucho, ya me canso mucho y ya no puedo hacer más, ya [se] me cansan las piernas, el cuerpo, así todo. Yo siento dolores, [el cuerpo] dolorido, adolorido. Me siento cansada y ya así, cuando no siento nada, sí siento como una niña, pero, ya cuando se cansa uno ya ahí quisiera, ya no me voy a levantar. (Participante 5, 74 años, mazahua, entrevista personal, diciembre de 2022)

Además, ser identificadas como mujeres viejas las pone en el imaginario social en una situación de mayor riesgo de caídas o accidentes que se vuelve una limitante para poder encontrar trabajo.

Porque ya no me quisieron [dar trabajo]. Pos dijeron que (…) me voy a cortar. —Que te vayas a cortar—. Que sí, porque uno se agarra así con cuchillo pues. Y casi yo también no puedo andar sola en los camiones. (Participante 1, 61 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

4.2 Y trabajábamos y trabajábamos: trayectoria laboral

Las mujeres que participaron en esta investigación comenzaron a trabajar desde temprana edad en sus comunidades de origen, desempeñando diversas actividades como el cuidado de animales, trabajando en la milpa junto a sus padres, elaborando artesanías, y, en algunos casos, laborando como jornaleras. Además, también asumían responsabilidades domésticas, como hacer tortillas y cuidar a sus hermanos menores.

Nomás andaba trabajando cuando era niña. Nosotros ahí estábamos trabajando para mantener a mi madre, me fui a Sinaloa, me fui a todas partes, hasta Lázaro y Morelia, México. Yo trabajé en limpieza, en Sinaloa me fui a cortar jitomates, pepinos, chile y zacate. Me fui con doce años, trabajando pa’ mantener. (Participante 4, 58 años, tarasca, entrevista personal, marzo de 2023)

Durante su adultez y ya con su familia conformada trabajaron en su lugar de origen, el recurso económico que proporcionaba su pareja era el recurso más importante y los ingresos generados por ellas eran considerados como “un apoyo”; las actividades que realizaban era el bordado de blusas (huanengos) o la elaboración de artesanías de barro o popotillo, pero que no vendían directamente al público en general, las ventas se realizaban a través de intermediarios, quienes obtenían siempre las mayores ganancias, así que ellas trabajaban a destajo.

¡Ay! Porque que, según ya, ya era bien trabajoso de vender el material de ese. ¡Bien barato! Y trabajábamos y trabajábamos, nos levantaba a las dos de la mañana pa’ hacer eso. Sí, ¡Te lo juro! La gente no cree pues, no cree o no sé, pero ahí era de levantarse a las dos de la mañana y si tú no hacías eso de levantarte a las dos, no terminabas la tarea que tenías que hacer, tenías que hacer veinte campanitas para que amaneciera a las cinco de la mañana. Todo eso y bien barato, entonces tenías que volver a completar veinte campanitas cuando amaneciera. Y ya para que estuvieras lista para que lavaras el nixtamal para ir al molino y, y ya este, pos ya, darle pecho a la niña pa’ que lo dejaras ahí. Y ya ir al molino y llegar y hacer las tortillas para que otra vez volvieras a, a volver a sentarte ya cuando almorzaras a volverte a sentar a hacer otra vez esas campanitas. […]

—¿Y en cuánto se las pagaban?

—Creo que estaban a veinte centavos o sabe, la campanita, pero baratísima, yo creo que fue subiendo treinta centavos. (Participante 2, 60 años, tarasca, entrevista personal, enero 2023)

La vida en su comunidad de origen se caracterizó por la falta de recursos económicos, producto de lo poco redituable que resultaban las actividades del campo como la agricultura o la pesca, o la disminución de estas actividades por la sequía o la reducción de los recursos naturales, así como las jornadas largas que tenían que dedicarles a dichas actividades, al igual que a la elaboración de artesanías, lo que las motivó para que ellas y sus familias migraran.

Pos vine por, no hay [pesca] pues, allá en Janitzio ya no sale pescado; salen, pero nomás un kilito ya pa’ comer, ya no salen, antes cuando yo estaba juntando con, este, con mi marido, sí salen dos, este, baldes de pescados. Salen, este, charales, salen, este… ¿cómo se llama? Ese… sardinas, pero horita ya no salen. (Participante 4, 58 años, tarasca, entrevista personal, marzo de 2023)

El proceso de migración se da en un momento del ciclo familiar donde tenían a sus primeros dos o tres hijos, siendo persistente la escasez de recursos económicos y un incremento en los gastos para el sustento de sus hijos. Durante la migración se observan dos diferentes rutas, una implica que sus parejas migraron primero a otro lugar (Ciudad de México, Sinaloa o Estados Unidos) y después llegaron a Guadalajara donde ellas los alcanzan, la otra ruta implica, que ellas vienen junto a su pareja o solas directamente a Guadalajara.

Pues si uno sí quiere, uno sí, sí puede vivir así con mis chiquititos, porque estaban chiquititos, el bebé, el este… el que está en el norte ahorita, tenía como dos años cuando su papá se fue. Y ahí estaban conmigo todos, pues y cuando vino [su papá] ya tenía, este, el muchacho quince años, pero no aquel, el más grande. […] yo me vine acá sola con mis hijos. Y ahí estaba con mi suegra. (Participante 6, 65 años, tarasca, entrevista personal, enero de 2023)

En la ciudad, ellas se integran a trabajos de manera intermitente de veladoras, como trabajadoras domésticas, pelado de cebolla en la central de abastos o para ciertos restaurantes, venta de dulces en las avenidas y, en un caso, en la construcción. Actividades a las que llegaban a través de sus redes de paisanos que las vinculan a ese sector del mercado laboral donde enfrentan una barrera idiomática, ya que a su llegada ninguna de ellas hablaba español, además de su limitado conocimiento y su baja o nula escolaridad, que no les permite acceder a otro tipo de empleos.

Allá en Michoacán no hay trabajo. Y cuando vinimos aquí yo andaba trabajando acá por la calle abastos a pelar cebollas. (Participante 1, 61 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

La inserción de las mujeres en el trabajo estuvo determinada por la insuficiencia de recursos económicos proveídos por parte de sus parejas o ante la incapacidad de sus parejas de brindar el sustento necesario, producto del alcoholismo, estar en la cárcel o tras su muerte. Este ingreso al mercado laboral no lo contemplan en un principio, ya que lo consideran un espacio masculino.

Yo no tengo para comprar y por eso no vendí aquí, preferí salir como hombre para trabajar pa’ darle de comer a los otros, preferí salir para no vender, este, porque en un rato iba a comer y luego para comprar de nuevo ¿de dónde? (Participante 3, 83 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

Las mujeres mayores indígenas se insertaron en un mercado de trabajo precario, caracterizado por bajos sueldos, sin prestaciones sociales, en los últimos eslabones de los sistemas de producción, por ejemplo, en la construcción ellas eran las que ayudaban a cargar botes de mezcla, o en la central de abastos ellas se dedicaron a pelar cebollas, recibiendo un pago por cada arpía de cebolla que pelaban.

4.3 No alcanzaba el dinero: los primeros años de vida

Las participantes nacieron en una comunidad indígena, durante esta etapa sus condiciones de vida se caracterizaron por la escasez de recursos económicos de su familia de origen, que corresponde a las personas que las criaron (p. ej., los padres), que se manifiesta en sus narrativas y se ejemplifica al indicar las condiciones en las que vivían, experimentan hambre, no tienen acceso a servicios y poseen limitados recursos materiales.

Nosotros sí, y la otra hermana y trabajamos mucho para igual, levantarnos temprano, yo me acuerdo de que me daba mucha hambre, yo me acuerdo de que íbamos y hacíamos lumbre de así, hacíamos una como fogata. Y allí aventábamos la tortilla de harina y nos la comíamos. Porque pues se tardaba mucho en almorzar, a las once y a nosotros ya se nos hacía tarde. Luego me acuerdo de que no teníamos comida, íbamos y le robábamos a mi abuelita nopales. (Participante 2, 60 años, tarasca, entrevista personal, enero 2023)

—Y de chiquita usted ¿alguna vez se quedó sin comer?

—Sí porque mi pobre papá ya estaba grande, ya no podía casi hacer nada, pero pobre, sí hacía; una vez, pobrecito, ay, le pido a Dios que lo perdone, dijo —voy a hacer leña para mañana ir a los Reyes—, fue allá al tronco grande a hacer leña, al poco rato llegó, pobrecito, le brincó una astilla y se le encajó en el ojo. (Participante 3, 83 años, tarasca, entrevista personal, noviembre de 2022)

No tuvieron la oportunidad de ir a la escuela o cursaron solo algunos años de educación básica, debido a que no había dinero para mandarlas o se consideraba que eran prioritarias otras actividades del hogar y la familia. Pero también, indican ellas que no tenían interés por acudir a la escuela o preferían jugar.

Sí, me gustaba ir, pero no me mandaron porque tenía que cuidar a los animales. (Participante 5, 74 años, mazahua, entrevista personal, diciembre de 2022)

5 Análisis y discusión

Las mujeres indígenas mayores en entornos urbanos enfrentan múltiples vulnerabilidades, como la falta de educación formal, barreras para acceder a información, servicios y programas sociales, y restricciones de movilidad. Aunque algunas tienen vivienda, estas suelen carecer de servicios básicos y documentación oficial que acredite su propiedad, lo que impide su regularización. Además, envejecen en contextos donde la infraestructura es deficiente, hay violencia y presencia del crimen organizado, exacerbando su vulnerabilidad. Esto es consistente con hallazgos que muestran mayores tasas de analfabetismo y menor acceso a servicios básicos en poblaciones indígenas (Gomes et al., 2022). En su mayoría, tienen un nivel educativo básico incompleto o nulo, lo que limita significativamente su acceso a información, servicios y empleo formal (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social [CONEVAL], 2020). Esta falta de oportunidades educativas, combinada con las restricciones económicas, las ha relegado a trabajos informales, precarios y mal remunerados, como el servicio doméstico, la venta ambulante o la producción artesanal, lo que perpetúa su exclusión del sistema de seguridad social (Seid, 2021). Estos empleos precarios responden a estereotipos étnicos y de género, como lo evidencia María de Jesús Ávila y José Alfredo Jáuregui (2021), quienes señalan que el 54 % de las mujeres indígenas en Monterrey son contratadas en labores domésticas, frente al 11,8 % de las mujeres no indígenas.

Por otra parte, el no contar con las escrituras de sus viviendas y la falta de servicios básicos agravan su situación habitacional. Esto se suma a un entorno urbano marcado por la violencia y la marginación, lo que aumenta su vulnerabilidad y dificulta su integración social. Estas condiciones estructurales, lejos de brindar apoyo, penalizan severamente a las mujeres indígenas mayores, quienes, en su vejez, deben enfrentar una triple opresión por su género, etnia y edad.

Diversos estudios evidencian las desigualdades que enfrentan las personas mayores indígenas. En Ecuador, factores como residencia, educación, servicios y género acentúan estas brechas (Waters et al., 2019). En Colombia, se observan altas prevalencias de problemas de salud y condiciones socioeconómicas adversas (Paredes et al., 2020). La Organización Panamericana de la Salud (Hughes, 2004) destaca las vulnerabilidades estructurales, especialmente de las mujeres indígenas, en pobreza, educación, violencia doméstica y acceso a derechos básicos.

Desde la infancia, estas mujeres han enfrentado barreras estructurales que generan un efecto cascada: la pobreza inicial limita el acceso a educación, lo que condiciona el empleo y perpetúa la precariedad económica en la adultez y la vejez (Schafer et al., 2011). Además, las normas culturales y de género han restringido su participación en actividades educativas y laborales, relegándolas al ámbito doméstico (maternidad, cuidado y manejo de siembra de subsistencia) (Mercado y Cuestas, 2019).

Las mujeres mayores indígenas enfrentan un racimo de desventajas que se han acumulado y reforzado a lo largo de sus vidas, fragilizando sus trayectorias de vida desde la infancia, como “una madeja de condiciones de las que parece imposible salir” (Flores et al., 2022, p. 47). Estas mujeres han experimentado violencia y desigualdades persistentes, agravadas por recursos limitados, discriminación de género y falta de apoyo familiar, factores que perpetúan su vulnerabilidad (Flores et al., 2022). Las desventajas iniciales, como la pobreza, exclusión educativa y la precariedad laboral, tienden a reproducirse y amplificarse con el tiempo, creando un ciclo de vulnerabilidad que se agrava en la vejez (Saraví, 2020).

Las mujeres mayores indígenas enfrentan desventajas derivadas de factores económicos y sociales, marcados por el racismo y la desigualdad de género. Estas condiciones determinadas históricamente, tienen su origen en el sometimiento, despojo territorial y la construcción de una distinción étnica que permea estructuras sociales y políticas en América Latina (Solís y Guémez, 2021). Según Alicia Puyana (2018), esta matriz de desigualdad, instaurada en la época colonial, continúa reproduciéndose y perpetuando el rezago de estas mujeres.

La discriminación de la que son objeto, por ser indígenas (étnica) y por ser mujeres (de género) es, al mismo tiempo, causa y efecto de su posición en el entramado social, donde históricamente ocupan los últimos peldaños de la estructura y padecen el impacto de la distribución desigual de una variedad de recursos materiales y simbólicos (Gall, 2004; Todorov, 1987). La desigualdad es una cuestión de poder, ya que no todas las personas tienen la misma capacidad para construir y sostener sistemas de privilegios dentro del entramado social. Los procesos simbólicos desempeñan un papel crucial en su construcción, al mediar la distribución de bienes y servicios mediante filtros culturales. Estas dinámicas de “valoración, clasificación, jerarquización, distinción, contra-distinción, equiparación y diferenciación” influyen en la cantidad y calidad de los beneficios que cada persona o grupo recibe en la sociedad (Reygadas, 2008, pp. 37-38).

La limitación y la dependencia económica en la vejez no son consecuencia de esta etapa en sí, sino del acceso restringido de recursos clave como la educación, la salud, prestaciones sociales, seguridad social y trabajo digno a lo largo de la vida. Estas carencias derivan de una estructura social imperante en México sostenida por ideologías discriminatorias basadas en racismo, clasismo y sexismo. Además, las valoraciones, actitudes y prácticas de exclusión y maltrato que enfrentan las poblaciones indígenas se han normalizado en todos los ámbitos de la vida social (Pelcastre-Villafuerte et al., 2020). Esta triple capa de vulnerabilidad, etnia, pobreza y género ha marcado la trayectoria de las mujeres participantes.

6 Conclusiones

Los resultados evidencian cómo la pobreza, la exclusión educativa, la precariedad laboral, la discriminación étnica, de género y la desigualdad territorial conforman un racimo de desventajas acumuladas que afectan a las mujeres mayores a lo largo de su vida. Estas desigualdades, consolidadas desde la infancia, condicionaron su acceso a recursos materiales y educativos, limitando sus oportunidades laborales y perpetuando su dependencia económica en la vejez.

El análisis muestra que la falta de acceso a educación formal, junto con barreras lingüísticas y culturales, relegó a estas mujeres a empleos informales y mal remunerados, sin estabilidad ni prestaciones sociales. Además, el apoyo familiar, aunque relevante, se ve restringido por la precariedad económica de sus hijos e hijas.

La discriminación de género y etnia ha sido central en sus trayectorias, configurando roles tradicionales que limitaron su participación económica y educativa, y perpetuaron su marginalización en el mercado laboral. Estas desventajas, intensificadas en la vejez, reflejan lo planteado por la Teoría de la Desventaja Acumulativa: las desventajas iniciales no solo persisten, sino que se agravan con el tiempo.

Finalmente, la triple discriminación —por ser mujeres, indígenas y mayores— profundiza las barreras en el acceso a derechos básicos, como la salud y la seguridad social. La vejez, entendida como una construcción social, actúa como una “desventaja corrosiva”, al agravar las condiciones de vida, de por sí deterioradas por la falta de oportunidades acumuladas en el curso de vida, y al ser interpretada como una etapa de incapacidad y dependencia, refuerza las estructuras de exclusión que ya estas mujeres habían experimentado.

7 Financiamiento

Este trabajo se realizó en el marco del apoyo otorgado por el programa de Estancias Posdoctorales Nacionales de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI) del Gobierno de México.

8 Contribución de autoría

Yolanda de Jesús Hernández-Delgado participó en la conceptualización del estudio, el trabajo de campo, la curación de los datos, el análisis formal y la redacción del borrador original del manuscrito.

Blanca Estela Pelcastre-Villafuerte contribuyó a la conceptualización del estudio y la metodológica, así como a la revisión, edición y supervisión del trabajo.

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