Reseña de Hernández (2025). El nuevo espíritu del mundo

Review of Hernández (2025). El nuevo espíritu del mundo

  • David del Pino Díaz
Portada libro

Esteban Hernández (2025)
El nuevo espíritu del mundo. Política y geopolítica en la era Trump. Planeta.
ISBN: 978-84-234-3803-7



Se acaba de publicar El nuevo espíritu del mundo, el más reciente ensayo del periodista y analista político Esteban Hernández. En un escenario global marcado por el desconcierto, la zozobra y la falta de imaginación política, donde las certezas y seguridades políticas, económicas e internacionales parecen resquebrajarse, la figura exultante de Donad Trump se ha presentado como catalizador de una transformación histórica de grandes dimensiones. La onda expansiva de su figura no solo ha alterado el equilibrio geopolítico, sino que ha abierto un ciclo de movimientos impredecibles donde las claves tradicionales son insuficientes.

El autor, considerado uno de los observadores españoles más lúcidos en la interpretación de los cambios socioeconómicos e intelectuales contemporáneos, busca descifrar los orígenes y proyecciones de las fuerzas políticas que emergen al calor del trumpismo, tanto en Estados Unidos como en Europa. Con un estilo claro y en algún punto provocador, compone una cartografía de las líneas ideológicas, culturales y económicas que están delineando el nuevo mundo, y plantea una serie de interrogantes necesarios para pensar una época convulsa que, pese a no estar claro su desenlace, exige de mentes atentas y atrevidas que plantean nuevas lecturas.

En este contexto, Hernández subraya que uno de los fenómenos más significativos de la política contemporánea es el crecimiento electoral de las fuerzas vinculadas a la extrema derecha. Frente a la interpretación habitual que atribuye su auge a la manipulación de los votantes mediante consignas simplistas, desinformación o la apelación a sus pasiones más bajas, el autor propone una lectura distinta. Según su análisis, este fenómeno responde menos a engaños coyunturales que a transformaciones de fondo: la centralidad adquirida por las grandes urbes globales, junto con el incremento de las desigualdades económicas, ha reconfigurado el mapa social y político. De allí la necesidad de análisis más profundos, estructurales y de una mirada larga para comprender en qué punto histórico nos encontramos.

Desde esta perspectiva, el libro plantea que la viabilidad de los proyectos democráticos depende de la cohesión social, un valor que se ve permanentemente erosionado por el horizonte neoliberal impuesto desde la hegemonía neoconservadora estadounidense a partir de la era Reagan en los años ochenta. Para desarrollar esta tesis, Hernández estructura su obra en una breve introducción seguida de siete capítulos, en los que despliega un análisis que combina historia, economía y teoría política para iluminar los dilemas del presente.

En el primer capítulo (pp. 17-42), Hernández expone el shock mundial que provocó la nueva victoria electoral de Donald Trump en las últimas elecciones norteamericanas. El autor sostiene que Trump no es una anomalía del sistema, sino el resultado lógico de la deriva de una época. Su llegada a la presidencia de Estados Unidos responde a un contexto nacional e internacional muy complicado para el país. Trump ha sido el líder político que con mayor insistencia ha denunciado la situación en la que se encontraba Estados Unidos y quien presentó una reacción y un cambio de rumbo. Entre la población norteamericana se había gestado un deseo de transformación, pues las fórmulas políticas y económicas aplicadas en los últimos años no habían sido bien recibidas.

En este sentido, resulta interesante reproducir de forma íntegra un párrafo especialmente sugerente del autor:

Trump recogió varios aspectos presentes en la política occidental que subrayan que el juego tiene nuevas reglas: el sentimiento anti statu quo, el deseo de cambio, el malestar hacia los gobiernos y una rearticulación de la política a partir de la variable geográfica, y todo ello envuelto en una crisis de hegemonía estadounidense. Hay una nueva política que surge a partir de estos elementos, frente a la que una coalición amplia sonaba débil, porque funcionaba con las ideas del pasado (p. 22).

En las últimas elecciones presidenciales, los republicanos explotaron los mensajes habituales del conservadurismo: la advertencia sobre la erosión de las costumbres y tradiciones, la necesidad de reducir impuestos y recortar el gasto, complementado con un fuerte proteccionismo y la lucha contra la inmigración y la delincuencia. El eje nacional/global se convirtió así en el elemento más importante de la campaña de Trump. A esto debemos sumarle una retórica antiestablishment y la afirmación de que el orden neoliberal clásico había muerto, planteando que Estados Unidos debía poner fin a la externalización de sus capacidades.

Hay distintos factores que ayudan a que la decadencia sea percibida de un modo más intenso. Las poblaciones occidentales, desde el inicio del siglo, han vivido turbulencias que no han terminado de asimilar. Por más que la macroeconomía, las grandes y frías cifras pueda arrojar saldo positivo, las economías privadas occidentales han visto cómo menguaban los recursos de los que disponían y cómo los bienes necesarios para su reproducción (vivienda, energía, alimenta, sanidad, educación) han incrementado sus costes; les han dejado mucho menos disponible, ya sea para el ahorro, para ese pequeño extra que permite mantener la ficción de un nivel de vida cómodo, o para llegar a final de mes (p. 24).

Donald Trump se dirige políticamente a un nicho específico de la sociedad: aquellos que consideran que sus condiciones de vida se han deteriorado. Al igual que políticos como Berlusconi (del Pino, 2024), Trump es mediático, sus mensajes resultan populares y carece de cualquier rasgo de distinción, lo que hace que sea percibido como uno más. Al mismo tiempo, exhibe su riqueza como ejemplo de un lugar al que aspirar socialmente. De este modo, sus cualidades se apartan de la distinción clásica de las autoridades del status quo, lo que genera simpatías entre las clases medias y trabajadoras del país: “La mirada de superioridad que soportó le fue útil electoralmente porque le permitió comprender de forma diáfana el malestar del hombre común con esas clases ricas de las costas de Estados Unidos” (p. 29).

En el segundo capítulo (pp. 43-67) se presentan las características más importantes de la transición del modelo industrial, que fue determinante en los Estados de Bienestar, hacia el modelo postindustrial marcado por la globalización. La sustitución de productos de calidad por cantidad, de masas de trabajadores por mentes creativas y de organizaciones sólidas por estructuras flexibles ha generado enormes cambios en la composición de clases, en las mentalidades colectivas, en los valores prioritarios, en la demografía de los países y en el papel que desempeña el ser humano común.

El mundo sólido y confiable del industrialismo —aunque no todo lo que reluce en él es positivo, como bien identificó Foucault y posteriormente retomó Mark Fisher (Cano, 2023; del Pino, 2023)— ha sido reemplazado por otro marcado por la incertidumbre. Los hijos e hijas de las clases medias, que aspiraban a mejorar la posición social de sus padres, se encuentran ahora con menos posibilidades de éxito en unas sociedades más competitivas, donde los elementos de distinción de clase se vuelven más complejos, pasando por la obtención de másteres o el dominio de varias lenguas.

Solo desde estas coordenadas se pueden comprender los discursos de Trump y su éxito electoral. Trump promete reindustrialización, proteccionismo y la apuesta por una nación fuerte y robusta. Abre los brazos de la nación a los perdedores y expresa la necesidad de fortificarla como forma de mitigar el derrumbe de las clases medias y trabajadoras. Desde este punto se entiende mejor la cercanía de estos nichos de población hacia su figura y cómo, en Estados Unidos, el clivaje electoral fundamental es el geográfico: los espacios deprimidos frente a las zonas ricas del país.

En el tercer capítulo (pp. 69-91) se analiza cómo el retorno del nacionalismo y el peso de la cercanía geográfica han sido interpretados por las élites liberales como un abandono de las dinámicas globales y de la financiarización de la economía. Sin embargo, las políticas de la globalización no han beneficiado a toda la población, y Trump aparece como consecuencia de ese fracaso. Los grandes beneficiados han sido tanto Wall Street como el Partido Comunista Chino. Los productos baratos provenientes de China generaban beneficios para los accionistas de las grandes empresas, que a su vez se reinvertían en la esfera financiera de corte anglosajona. Pese a todo, las primeras políticas de la administración Trump ponen de manifiesto que la recuperación estadounidense no se está produciendo a costa de China, sino de sus propios aliados.

Dicho de otra manera, la idea de “América primero” significa, ante todo, que las políticas económicas, financieras y comerciales de Trump buscan afirmar su poder absorbiendo el de sus socios. En la medida en que no conviene enfrentarse de manera directa con China, se opta por crecer por otro lugar. Las tensiones con Europa provienen directamente de esta idea: los países occidentales deben situarse bajo la órbita estadounidense de una manera mucho más firme, de modo que afronten el peligro ruso, reduzcan su relación con China y aumenten los vínculos económicos, energéticos, tecnológicos y financieros con Washington. Esto puede causar un daño significativo a la economía europea, pero es el precio que se debe pagar, señala Washington, para defender el mundo libre (p. 91).

Por otro lado, en el cuarto (pp. 93-143) y quinto capítulo (pp. 145-175) se expone detalladamente la historia moral del conservadurismo norteamericano. Desde mediados del siglo XX, señala el autor, no es posible comprender las sociedades occidentales sin atender a las nuevas visiones del mundo, la imposición de valores culturales, las orientaciones ideológicas, los cambios estructurales y la transformación en la composición de clases. De ahí la importancia de comprender la dinámica del conservadurismo clásico desde principios del siglo XX, para observar con mayor claridad su hegemonía actual.

A comienzos del siglo XX, la sociedad norteamericana experimenta cambios y tensiones de una magnitud histórica sin precedentes. Una parte sustancial del país percibe estos cambios de forma negativa, pues los nuevos valores no encontraban acomodo en la mentalidad clásica americana. Esa mentalidad, tal y como rastreó Max Weber en La ética protestante (1905/2016), se basaba en el trabajo, la sobriedad, el ascetismo y el ahorro.

Esta mentalidad capitalista no puede entenderse sin la relación de simbiosis con la ética calvinista, que exigía a sus fieles una vida disciplinada y coherente, fundamentada en el trabajo duro y en la represión de los instintos más primarios: “Ideología y religión terminaban por convertirse en mutuamente funcionales: el hombre rico lo era por su carácter, que provenía de la condición de predestinado a la salvación, lo que le permitía no apartarse de la laboriosidad, lo que a su vez generaba ganancias continuadas” (p. 102).

Tras la crisis de la bolsa y el desplome de los valores bursátiles en 1929, la situación interior en los Estados Unidos se complicó, aflorando la pobreza, las dificultades económicas y problemas sociales como el suicidio o alcoholismo. Esta es la coyuntura en la que gana las elecciones el demócrata Roosevelt, impulsando un conjunto de políticas no conocidas hasta el momento: la reorientación del capital hacia el entorno productivo. Es decir, el dinero debía servir para impulsar la industria, el comercia y la agricultura. Otra medida muy sonada fue que el dinero dejase de pertenecer a Wall Street y se situase en Washington. En suma, Roosevelt puso fin a las políticas darwinistas que habían reinado durante mucho tiempo en el continente.

Roosevelt era un hijo de las clases afortunadas estadounidenses, de sus élites, y estaba muy lejos del socialismo y del comunismo. Y comprendió perfectamente las dos opciones con las que, en realidad, contaba: o incrementaba las diferentes entre estadounidenses, con lo que las capacidades del país se vendrían abajo y la democracia se destruiría, u optaba por limitar los deseos de su aristocracia económica y la reconducía hacia el interés nacional (p. 116).

Esto implicó la derrota del Partido Republicano, cuyo programa y planteamientos ideológicos no lograban conectar con la sociedad. Con el paso del tiempo, las iniciativas de Roosevelt comenzaron a ganar popularidad en el continente europeo. El Plan Marshall representó la culminación de ese proyecto, que se mantuvo hegemónico hasta 1973. Sin embargo, con la crisis del petróleo se optó por transformar los cimientos económicos que sostenían a los Estados de Bienestar, colocando en el centro la financiarización de la economía y devolviendo al conservadurismo un lugar protagónico en la escena política.

La amenaza que sufría Estados Unidos en el terreno de la producción la sofocó asentando su hegemonía en las finanzas. Las consecuencias fueron sustanciales, en la medida en que fue el comienzo del fin del sistema instaurado en Bretton Woods, desplazó el equilibrio de poder desde las burguesías productivas hacia el capital financiero, e inició la apertura de los mercados mundiales de capital. El tercer elemento que puso en juego fue el de la energía. La crisis que se vivió en 1973 a partir del notable incremento de los precios del petróleo benefició mucho más a Washington que a Europa o Japón, sus rivales comerciales de la época (p. 135).

De este modo, el inicio de la globalización exigió la adaptación de todas las organizaciones existentes a las nuevas necesidades financieras. En el terreno laboral, la mano de obra debía encajar en una nueva división social del trabajo, ya que las fábricas industriales se estaban relocalizando en Asia. Esto suponía, de facto, que los trabajadores industriales tuvieran que readaptarse a un escenario más competitivo y complejo, donde se demandaban perfiles cualificados de alto valor añadido, algo que no estaba al alcance de todos.

Paralelamente, se imponía la vigilancia de las agencias de calificación, cuya función consistía en actuar como los guardianes de empresas y Estados. Organismos internacionales como el FMI exigían una serie de condiciones para garantizar la estabilidad macroeconómica o impulsar reformas estructurales, cuyo rendimiento supervisaban directamente.

Lo realmente relevante es que, en esta coyuntura, el neoconservadurismo se convirtió en la ideología hegemónica, resquebrajando la mentalidad capitalista imperante en Estados Unidos: la unión entre economía y ética protestante. Según Weber (1905/2016), esa fusión entre religión y economía se dio en Occidente de una forma inédita y cristalina. La ética protestante desencadenó un conjunto de valores y prácticas que resultaron determinantes para el desarrollo y la viabilidad del capitalismo como sistema histórico. El capitalismo libertario vigente en la actualidad representa, en este sentido, el límite y la ruptura entre protestantismo y economía.

En el sexto capítulo (pp. 177-197), el autor insiste en que comprender nuestro presente requiere volver al pensador alemán Carl Schmitt. El 23 de noviembre de 1932, Schmitt pronunció una conferencia clave para entender las dinámicas actuales. Allí sostenía que el Estado se había totalizado, es decir, que estaba demasiado presente en la vida cotidiana de los ciudadanos y en la economía, como consecuencia de la ampliación de derechos y la consolidación de la democracia. Su propuesta pasaba por reducir el peso del Estado en la vida económica: bajar impuestos, disminuir la deuda, recortar políticas de protección social. Sin embargo, advertía que ello solo sería posible con un Estado fuerte capaz de sofocar cualquier revuelta o respuesta. Dicho de otro modo, Schmitt demandaba un Estado robusto en lo político y militar, para compensar la reducción de su papel económico.

En este sentido, Trump aparece como continuador de las recomendaciones de Schmitt: para ambos, una economía sana requiere de un Estado fuerte. Según Hernández, Trump exhibe su poder político y militar para mitigar la crisis interna y trasladar sus costes a los aliados, en gran medida México, Canadá y Europa. El tono de Schmitt —para quien el Estado colapsa cuando asume demandas excesivas— resuena en Trump, que considera que países con superávits comerciales como China o Alemania se están aprovechando de la situación de Estados Unidos.

En el séptimo y último capítulo (pp. 199-219), el autor retoma el espíritu con el que abrió el libro: una de las causas más comunes del declive de las grandes potencias radica en que sus élites impulsan estructuras económicas que favorecen el precio de los activos, alejándose de la economía real. Esta última está vinculada a la producción, al territorio, a lo sólido, a la inversión constante de capital, a la regularidad en el funcionamiento económico, a la estabilidad de los mercados y a una mínima cohesión social. En las últimas décadas, las élites de Washington apostaron por el capitalismo financiero: ya no generaban sus fortunas a partir de la economía productiva, sino del valor de los activos, de la subida de acciones, de dividendos o de fondos de rentabilidad.

Ante esta situación, una mayoría creciente en los países occidentales reclama condiciones estructurales y de vida dignas. En otras palabras, buscan reconducir la economía desde la lógica de los activos hacia la economía real. Lo que se demanda es un trabajo estable, con un salario que permita emprender un proyecto de vida. En un momento de incertidumbre, es comprensible que las clases medias y trabajadoras golpeadas por las políticas de financiarización busquen espacios de certidumbre, pues el futuro aparece incierto y oscuro. Estas son las coordenadas desde las que se plantean los debates políticos actuales, y a través de las cuales se deben comprender las dinámicas en distintas regiones del mundo.

El libro concluye regresando a Roosevelt, quien supo domesticar a las élites de su tiempo, dispuestas a desvincularse del territorio. Esa perspectiva permitió la construcción de los Estados de Bienestar en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En última instancia, la lección de este ensayo —que traza una de las cartografías históricas más lúcidas de los últimos años y sirve de brújula para no perderse en un mundo convulso— consiste en advertir que, cuando una parte de la población decide romper con el resto, se destruyen las bases sociales que hacen posible la convivencia:

Occidente sufrirá significativas perturbaciones internas con este giro aceleracionista, que sólo podrán encontrar solución cuando se deja atrás un modo de gestión de la sociedad y de la economía que tiende a separarnos en lugar de acercarnos. Será muy complicado cambiar el paso y exigirá grandes esfuerzos, así como una transformación significativa en la mentalidad y en los programas políticos, pero será la única manera de que perduren la democracia, el Estado y la misma Europa (p. 219).

Referencias

Cano, Germán (2023). Mark Fisher: los espectros del tardocapitalismo. Gedisa.

del Pino Díaz, David (2023). El campo de lo popular en nuestra encrucijada histórica: una lectura a partir de Antonio Gramsci y Pierre Bourdieu. Revista de Estudios Políticos, (199), 73-100. https://doi.org/10.18042/cepc/rep.199.03

del Pino Díaz, David (2024). Javier Milei y el populismo empresarial en Argentina: “el empresario exitoso es un benefactor social”. Revista de Comunicación de la SEECI, (57), 1-21. https://doi.org/10.15198/seeci.2024.57.e882

Weber, Max (1905/2016). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Alianza Editorial.