Zoopolítica: las redes sociales como zoológicos humanos. Capitalismo y colonialismo en las nuevas formas de subjetivación

Zoo-politics: Social Networks as Human Zoos. Capitalism and Colonialism in the New Forms of Subjectivation

  • Wissam Yatim Harkous
  • Joan Carles Bernad i García
  • María Medina-Vicent
En el siglo XIX y XX proliferaron zoológicos humanos donde se estudiaba, exhibía y encerraba a personas de pueblos colonizados. En este trabajo, pensamos el poder, las redes sociales y el mundo como un renovado zoológico humano. Construimos el concepto de zoopolítica para explicar cómo las actuales formas de ejercer el poder generalizan la animalización, gestionando así la vida y la muerte humana. Exploramos las (dis)continuidades del zoológico digital a través de cuatro dimensiones: 1) el laboratorio que transforma la relación del conocimiento con el poder; 2) la reconfiguración de la intimidad en extimidad y espectáculo; 3) las paradojas del encierro y la adicción; y 4) el colonialismo en su síntesis de psicopolítica y necropolítica. Concluimos reivindicando nuestra agencia en el zoológico digital, insistiendo en la necesidad de construir lo humano desde significados más inclusivos, que incorporen nuestra interdependencia ecológica.
    Palabras clave:
  • Conocimiento
  • Redes sociales
  • Poder político
  • Necropolítica
  • Psicopolítica
The nineteenth and twentieth centuries saw a proliferation of human zoos in which people from colonised nations were studied, exhibited and imprisoned. In this article, we think of power, social networks and the world as a renewed human zoo. We coin the concept of zoopolitics to explain how ongoing forms of exercising power generalise animalisation, thereby managing human life and death. We explore the (dis)continuities of the digital zoo through four dimensions: 1) the laboratory that transforms the relation of knowledge to power; 2) the reconfiguration of intimacy into extimacy and showmanship; 3) the paradoxes of confinement and addiction; and 4) colonialism in its synthesis of psychopolitics and necropolitics. We conclude by affirming our agency in the digital zoo, insisting on the need to construct the human from more inclusive meanings that incorporate our ecological interdependence.
    Keywords:
  • Knowledge
  • Social networks
  • Political power
  • Necropolitics
  • Psychopolitics

1 Introducción1

En los zoológicos humanos (siglos XIX y XX) se estudiaba y exhibía a miembros de culturas subalternas que eran sometidas a la mirada eurocéntrica y colonial, base del racismo moderno. El último zoológico humano se cerró en 1958 en Bruselas (Ventura, 2022). Estas instituciones tenían principalmente dos funciones: por un lado, eran laboratorios para la experimentación científica y, por otro, servían para la instrucción del público lego a través de la exhibición de los animales humanos y de sus conocimientos sobre ellos. Estas instituciones mezclaban conocimientos científicos y divulgación, a través del espectáculo en una industria del entretenimiento de la que se beneficiaba el sistema colonial. Su objetivo era enfatizar las diferencias entre lo primitivas que eran ciertas culturas “bárbaras” y lo civilizadas que eran las culturas occidentales, para que desde el darwinismo social y el racismo científico se elaborara una teoría racial que justificase la necesidad de los imperios coloniales (Sánchez, 2010). Es muy conocido el caso de Ota Benga, un hombre del Congo Belga que fue encerrado en una jaula con un orangután. La etiqueta de la celda tenía por nombre: el eslabón perdido. O el caso de Sarah Baartman, una mujer de Sudáfrica que fue explotada en los circos como la “Venus Hotentote”, su cuerpo con esteatopigia (el desarrollo grande de las nalgas) era exhibido, fetichizado y estudiado como una curiosidad exótica por parte del público y de los científicos y científicas de su época. (Sánchez, 2010; Ventura, 2022).

En este trabajo, desde los estudios de la gubernamentalidad (Foucault, 2004/2006, 2004/2007, 2008/2009; Han, 2014; Preciado, 2022; Rose, 1996/2022), pretendemos explorar y pensar el mundo como un renovado zoológico humano, entendiendo que hay ciertos fenómenos en las redes sociales y en la sociedad actual, con marcadas continuidades respecto a los zoológicos humanos de antaño.

Siguiendo la perspectiva biopolítica de Michel Foucault (2004/2006, 2004/2007, 2008/2009), el encierro y la vigilancia se convirtieron en formas predominantes de control social. Dicho encierro no se limita a las cárceles, sino que se extiende a otras instituciones como hospitales, escuelas, fábricas, etc. El filósofo francés entendía el poder en su faceta positiva, generativa, en cuanto que el poder produce subjetividades, crea adherencia hacía ciertas normas y valores sociales, a través del diseño de los espacios, tiempos, normas y castigos en dichas instituciones, a la vez que la producción de formas de ser y estar en el mundo también es construida por el conocimiento. De esta forma, las verdades científicas están imbricadas en complejas relaciones de poder y control, para mantener y legitimar un cierto orden social. Podemos entender los zoológicos humanos (ss. XIX y XX) desde la óptica biopolítica en cuanto que fueron una institución de encierro que disciplinaba, vigilaba y controlaba los cuerpos de los pueblos colonizados, pero también de otras formas, a la población colonizadora. Un lugar donde se producían y difun

dían verdades científicas acerca de la raza, donde se construía la normalidad corporal a base de reafirmar la blanquitud y su ensamblaje tecnológico.

Pensamos que para entender a los zoológicos humanos contemporáneos es necesario reflexionar acerca de las mutaciones y adaptaciones que hace el neoliberalismo en sus tecnologías de gobierno. Existen perspectivas teóricas interesantes (Han, 2014; Preciado, 2022; Rose, 1996/2022) que han tratado de reformular la perspectiva biopolítica para actualizar sus enfoques a las formas actuales de ejercer el poder en nuestra sociedad. Hemos preferido hablar de psicopolítica (Han, 2014) por el protagonismo que le da este concepto al gobierno y control de los procesos psicológicos y emocionales que, desde el origen del neoliberalismo, creemos que están en el centro de la política y de la realidad social. La mirada psicopolítica pone el énfasis en la relación que tienen los individuos consigo mismos. En cómo las técnicas de seducción, autoexposición y autoexplotación se ponen al servicio de la sociedad del rendimiento, haciendo que la vigilancia se convierta en autovigilancia, el control en autocontrol y la disciplina en autodisciplina y auto-optimización.

Desde este marco analítico exploramos cuatro2 dimensiones que creemos son fundamentales para entender las redes sociales como zoológicos humanos y que al mismo tiempo estructuran las secciones de este artículo. En primer lugar, el laboratorio, esto es importante por el lugar que tiene la producción y divulgación de conocimiento y su revinculación con el poder. En segundo lugar, la vulneración y la exhibición de la intimidad. En tercer lugar, el encierro y su metamorfosis. Y, por último, la dimensión colonial-militar que explora la intersección entre psicopolítica y necropolítica. Siguiendo a Achille Mbembe (2011), la necropolítica amplía la perspectiva biopolítica afirmando que en la modernidad no se ejerce el poder solo gestionando la vida, sino que también se hace política de la muerte. Es decir, la soberanía reside en decidir quién puede vivir y quién debe morir o ser expuesto a la muerte. La zoopolítica que proponemos se estructura a través de las dimensiones mencionadas, hace alusión a las renovadas formas de ejercer el poder que gestionan y optimizan la vida y la muerte de los animalizados cuerpos del zoo digital de nuestro tiempo. Es en dicha síntesis de psicopolítica y necropolítica donde reside el principal interés de nuestra propuesta en este trabajo.

2 Laboratorios, conocimientos y poder

A diferencia de la educación formal, de las escuelas o de otras instituciones de encierro, tanto los zoológicos humanos como las redes sociales expanden sus formas de conocimiento a través del entretenimiento.

Los zoológicos humanos del pasado fueron muy importantes en cuanto que se utilizaron como un laboratorio para la experimentación de profesionales de la investigación occidentales, cuyas aportaciones fueron muy relevantes para perpetuar y justificar el orden colonial (Sánchez, 2010). Desde la perspectiva biopolítica (Foucault, 2004/2006, 2004/2007, 2008/2009), podemos entender al zoológico como una institución de encierro para administrar la vida. Todas las instituciones disciplinarias funcionan en buena medida como un laboratorio, en el sentido de que proporcionan unas condiciones de control, posibilitan la reunión, clasificación y experimentación, teniendo un lugar importante en la invención de regímenes de verdad y de tecnologías de gobierno (Rose, 1996/2022). Los zoológicos humanos, por tanto, eran un lugar de experimentación y de producción de conocimiento, pero también un lugar de expansión, divulgación y esparcimiento del saber entre el público lego. Era así como esas investigaciones racistas llegaban al público colonial y justificaban su superioridad moral respecto al resto del mundo.

En cambio, en los renovados zoológicos humanos de nuestro tiempo, el proyecto de la psicopolítica se manifiesta en estructuras temporales y espaciales que se individualizan, ajustándose al movimiento de los sujetos en procesos de personalización y perfilación digital (Han, 2014; Rodríguez, 2018). Las redes sociales funcionan como laboratorios de transformación personal, es decir, como espacios donde los conocimientos participan en procesos de automejora ligados a parámetros de productividad en la recreación de uno mismo. En este contexto, florecen multitud de contenidos que promueven una cultura terapéutica, donde los discursos psicológicos y empresariales, de autoayuda, divulgación científica y coaching, llegan a millones de personas (De Haro, 2006; Illouz, 2007, 2010; Martínez, 2020; Rodríguez, 2016). Un conjunto de conocimientos científicos y pseudocientíficos que ofrecen herramientas para que cada individuo intervenga en su atención, emoción, concentración, orientación, inteligencia y un largo etcétera, en pos de optimizar sus procesos psíquicos, su cuerpo y sus relaciones. De este modo, casi toda acción, capacidad y tiempo humano, pasa a ser optimizable e intervenible. Con ello podemos hablar de una transformación de las tecnologías psicológicas de gobierno, de una mercantilización terapéutica y una psicologización de la cultura, donde los conceptos de la disciplina se van a popularizar y la gente los va a aplicar constantemente en su vida cotidiana para explicarse el mundo. En otras palabras, los conocimientos psicopolíticos de las redes sociales ofrecen tecnologías del yo (Foucault, 1990; Amigot y Martínez, 2022) para intervenir en una personalidad neoliberal que está en el centro de los procesos de producción y de consumo (Alonso y Fernández, 2020, 2024).

Pero en estos laboratorios no hay solo agencias humanas. Además de ser laboratorios de trasformación personal que producen subjetividades neoliberales autodisciplinadas, las redes sociales también funcionan como un laboratorio que opera a través de la gubernamentalidad algorítmica que Antoinette Rouvroy y Thomas Berns (2016) definen como un tipo de racionalidad anormativa basada en la recolección, agrupación y análisis automatizado de datos para modelizar, anticipar y afectar por adelantado los posibles movimientos. Existe una individualización de la estadística que se alimenta de la perfilación constante que realizan los individuos con su actividad.

La gubernamentalidad algorítmica se suele pensar como una forma de gobierno que no produce subjetividades, formas de ser, ni reflexividad. Aunque aparezcan nuevas formas de ejercer el poder, las anteriores no desaparecen, se recontextualizan. Desde nuestra perspectiva, creemos que las nuevas formas de gobierno, la psicopolítica o la gubernamentalidad algorítmica, conviven y transforman las formas de establecer un orden social determinado. Por ejemplo, el contenido que consumimos, pero también que producimos en redes sociales, es fruto de la interacción de agencias humanas y no humanas. Muestra de ello, es que la mayoría de youtubers analizan sistemáticamente las métricas de sus videos para optimizar sus resultados, y los consumidores visualizan el contenido en función de sus intereses y de los procesos de perfilación digital elaborados por las redes neuronales de la plataforma, que personalizan el orden en el que aparece el contenido y las recomendaciones a sus usuarios.

Esta mezcla de recopilación masiva de datos, perfilación digital y personalización del conocimiento, tiene un lugar central en la constitución de las identidades contemporáneas y en las formas de socialización. Lo vemos en nuestro alumnado, donde las teorías feministas, pero también las estadísticas racistas de la ultraderecha, llegan traducidas a través de estos medios a sus vidas.

Las redes sociales, al igual que los zoológicos humanos de los siglos pasados, funcionan como industrias de entretenimiento, que sirven para divulgar y esparcir unos conocimientos imbricados con formas particulares de gobierno. Se presentan como renovados laboratorios donde la recopilación de los datos es fundamental (Rodríguez, 2018). Los zoológicos del siglo XXI se alejan de las instituciones de encierro y sus formas de gobierno y empiezan a ser lo que Francisco Tirado y Miquel Doménech (2001) llaman extituciones, donde el control es abierto y continuo, produciendo relaciones flotantes y variables con unas formaciones sociales en constante movimiento. A diferencia de los conocimientos disciplinares, las verdades de las extituciones se basan en una autoridad difusa y producen subjetividades de formas más inestables y provisorias.

3 Vulneración de la intimidad, espectáculo y extimidad

En los zoológicos humanos del pasado, la intimidad de los pueblos colonizados era vulnerada de forma constante, la vida cotidiana y los aspectos íntimos del cuerpo colonizado se volvieron un espectáculo para la mirada colonial. Su deshumanización se manifiesta de manera clara en la etiqueta de la jaula de Ota Benga (El eslabón perdido), refiriéndose a que esos pueblos colonizados pertenecían a un estadio evolutivo intermedio entre los animales y los seres humanos. Por tanto, una de las facetas fundamentales de los zoológicos humanos fue la exhibición de cuerpos deshumanizados (Sánchez, 2010). Esta forma particular de vulnerar el derecho a la intimidad también es clara en otros contextos actuales. Es frecuente encontrar a periodistas o a distintos miembros de ONG fotografiando y mostrando a niños y niñas (sin ningún permiso) en países empobrecidos del sur global. La intimidad del subalterno es de forma frecuente violentada por la mirada colonial.

La espectacularización de la intimidad que se daba en los zoológicos humanos, hoy está en el centro de las formas de gobierno. Paula Sibilia (2008) habla de extimidad, un concepto lacaniano que trató ampliamente Jacques Alain Miller (2010), para referirse a una creciente espectacularización de la intimidad cotidiana, a la exposición constante de nuestra personalidad al mundo. Los diarios íntimos que antes se guardaban bajo llave, hoy se publican en internet. Pero, ¿qué nos hace ser los propios artífices de la vulneración de nuestra intimidad? ¿es el narcisismo?, ¿son las redes sociales las que nos hacen narcisistas?

En 1979 Christopher Lasch (2023) publicó su clásico ensayo sobre La cultura del narcisismo, donde defiende que el capitalismo y los medios de comunicación fomentan que los rasgos narcisistas se conviertan en características adaptativas del ciudadano promedio. Lo cual nos indica que las redes sociales no forman parte de las causas del narcisismo en nuestra cultura, ya que este era anterior a su aparición. Otros autores como Byung-Chul Han (2023) ponen el foco en el narcisismo de las redes sociales afirmando que el smartphone hace que nos escuchemos solo a nosotros mismos o que las stories son narcisistas, autoexhibicionistas y autoreferenciadas. Tal vez esta acusación despectiva a la cultura narcisista se muestra poco comprensiva con la precariedad afectiva a la cual nos ha sometido el neoliberalismo.

Puede que sea más acertado señalar que existe una gran crisis de reconocimiento y que cada vez es más difícil encontrar fuentes estables de estima (Honneth, 2011; Rosa, 2016; Sadin, 2022). El avance de la individualización (Beck y Beck-Gernsheim, 2003) genera cada vez más necesidades sociales y afectivas insatisfechas. Las redes sociales, al acaparar buena parte de la interacción social, se vuelven imprescindibles para satisfacer dichas necesidades. Por tanto, el narcicismo, más que la causa, puede ser uno de los síntomas del (des)orden afectivo que supone el orden neoliberal. Desde esta perspectiva, la autoexhibición narcisista tiene más que ver con la indiferencia y el desprecio que disciplinan las subjetividades contemporáneas.

En la misma línea, podríamos preguntarnos ¿en qué medida nuestra obsesión por nosotros mismos y su exhibición en redes no es consecuencia de nuestra obsesión por la producción? En las formas psicopolíticas de gobierno, las narrativas y discursos del emprendedurismo que inundan las redes y las subjetividades de nuestro tiempo, configuran el mandato moral de un yo expandido. La explotación se muestra también a través de la autorrealización y el entusiasmo (Han, 2014; Zafra, 2017). La colonización del tiempo de vida por parte de las redes sociales se vincula directamente con el imperativo de rendimiento. Eudald Espluga (2021) nos recuerda que las ingentes horas que pasamos en YouTube, Instagram o TikTok (en contacto con las tecnologías del yo) implican un trabajo cognitivo, una inversión en formación, la acumulación de capital cultural y la expansión de nuestra red de contactos. En otras palabras, actualmente, utilizamos las redes para producir, a la vez que las redes sociales y el neoliberalismo nos producen.

En los zoológicos humanos del pasado, los cuerpos encerrados y exhibidos eran obligados a ser “ellos mismos”. Por ejemplo, si en una población se comía eventualmente a un perro en un ritual sagrado, en el zoo humano se les obligaba a comer perro todos los días delante del público. El espacio de encierro, la jaula, trataba de reproducir los entornos de los cuales venían esas personas (Machado Koutsoukos, 2020). La representación colonial de la cultura del pueblo colonizado destruía la cultura y los rituales que decían representar. En nuestro tiempo, este imperativo de autenticidad se expande y se muestra de manera clara en las redes sociales (Espluga, 2021). Pero también pasa en el centro de las ciudades turísticas, donde cierran los pequeños negocios familiares que conforman la memoria colectiva de los barrios y en su lugar proliferan tiendas de souvenirs, la representación de la ciudad amenaza la supervivencia de su identidad cultural (Mansilla, 2019; Yatim et al., 2025). Con lo cual no solo las redes sociales se convierten en un zoológico donde somos exhibidos en un espectáculo de autenticidad, sino que el conjunto de la ciudad se manifiesta con la forma del zoológico humano.

4 Zoopolítica y las paradojas del encierro y la adicción

Los zoológicos humanos eran cárceles donde los barrotes eran sustituidos por vitrinas étnicas donde se exhibía a cuerpos animalizados para el espectáculo y el entretenimiento de la mirada colonial (Sánchez, 2010; Ventura, 2022).

Desde que se inventó, la prisión siempre fue un lugar de infrahumanización y animalización; sin embargo, hoy en día, las cárceles adoptan cada vez más la forma del zoológico. Lo vemos con las megacárceles y el populismo punitivo de Bukele en El Salvador, que le han llevado a ser uno de los presidentes mejor valorados del mundo (Sanahuja y Mila, 2024). No solo la animalización de los presos, sino la amenaza constante con la privación de los alimentos o la luz del sol, la exhibición de su humillación en las redes sociales con imágenes de presos semidesnudos, rapados, descalzos y apilados (igual que se exhibía la humillación de Ota Benga y de Sarah Baartman) y la experimentación de políticas y de técnicas de gobierno con los reclusos, la utilización constante del estado de excepción, que militariza la sociedad en su conjunto, permite el allanamiento de todas las moradas, la intervención de todos los teléfonos, el uso de la fuerza letal o los arrestos masivos (Ernesto y Nateras, 2023), demuestran su carácter zoopolítico. Este modelo carcelario se está erigiendo como la principal referencia para combatir la inseguridad en buena parte de América Latina y del resto del mundo (Estrada, 2023). El presidente (que cuenta con más de ocho millones de seguidores en TikTok) sube a sus redes sociales e invita a numerosos y reconocidos influencers a generar contenido a la prisión, transformando la cárcel en un espectáculo que expone al conjunto de la sociedad a la posibilidad de ser encerrada y animalizada. Las vitrinas étnicas de los zoológicos humanos del pasado se desplazan a las pantallas de los móviles del presente. En este contexto, ¿cuál es la relación de las redes sociales con el encierro?

Frente a las jaulas de hierro frías y grises del capitalismo industrial, Eudald Espluga (2021, p. 112) evoca la metáfora de la jaula de purpurina: “jaulas que solo existan cuando estén adheridas a nuestros cuerpos y nosotros seamos el dispositivo a través del cual existen; jaulas que no puedan llamarse jaulas sin que la palabra jaula pierda su sentido”.

A diferencia de la propuesta psicopolítica de Han (2014) pensamos junto a Espluga (2021) y Paul B. Preciado (2022) que el encierro y su relación con el poder solo se pueden entender actualmente bajo la forma de la paradoja, al menos en dos sentidos: por un lado, las instituciones de encierro se abren digitalmente, se exhiben a la sociedad, se convierten en un espectáculo de la animalización. Por otro lado, el encierro muta en adicción, se adhiere a nuestra piel, transformándose en un encierro abierto y autoadministrado. Acariciamos y desarrollamos una relación íntima con nuestro teléfono móvil, convertido en un objeto mítico central de nuestro tiempo, a la altura del automóvil en el capitalismo industrial (Preciado, 2022). Con lo cual, ¿podemos entender la adicción como una jaula abierta, íntima y autogestionada?, ¿Las redes sociales sustituyen el encierro por la adicción?, ¿somos realmente adictos? Preciado (2022) afirma que internet y las redes sociales son las principales tecnologías de gobierno y de producción de subjetividades. Los nuevos dispositivos de poder funcionan a través de dispositivos de adicción, que se establecen como heroína electrónica; aparatos de poder que actúan como drogas que sujetan a la vez que subjetivan. Entregamos constantemente nuestros datos y permanecemos conectados a cambio de nuestra dosis:

La materia que constituye internet no es algo externo e inerte, sino un flujo que nos atraviesa, una sustancia electrónica que el cerebro contemporáneo consume, como en el siglo XVII aprendimos, con la extensión de la educación a la lectura, a consumir ‘textos’ y a partir del siglo XX consumimos imágenes fijas y en movimiento, pero también como aprendimos, durante los siglos del colonialismo industrial, a consumir azúcar, carne, tabaco u opio. (p. 67)

El giro afectivo (Ahmed, 2004/2014; Crespo, 2018) nos recuerda que las formas de organizar y desorganizar los afectos determinan en buena medida el orden social. La adicción supone una forma de gobierno que ordena e instrumentaliza la vida afectiva. El auge del neoliberalismo pone en el centro del poder la producción y el consumo de los sentimientos y las emociones. Los sentimientos tienen dimensiones narrativa, expresiva, normativa y ética, que se regulan socialmente a través de las reglas del sentimiento (Hochschild, 2008). En cambio, las emociones tienen un carácter menos narrativo, momentáneo e irreflexivo. La adicción a las redes sociales, como tecnología de gobierno, funciona instrumentalizando nuestros sentimientos y capturando nuestras emociones. Este doble mecanismo debe ser contemplado conjuntamente. Las redes abusan de nuestro tiempo a través de la cultura terapéutica y empresarial que gobierna nuestros sentimientos (Illouz, 2010; Serrano y Fernández Rodríguez, 2018), produciendo narrativas y dispositivos que los regulan; pero también gobiernan nuestras emociones los videos triviales desvinculados de la producción, del conocimiento y la narración. Ambos colonizan nuestra vida afectiva y canalizan el malestar social, produciendo subjetividades en constante autoexplotación y huida de sí mismas.

Pero si somos adictos, ¿a qué somos adictos? La adicción a las redes sociales es una adicción a la autoproducción, a la autopotenciación, y al autocontrol —ejemplo de ello es todo ese contenido audiovisual de los conocimientos psicopolíticos—, pero también es fruto de la depresión. Maggie Nelson (2022) explora la paradoja del placer de la drogadicción, que consiste en el placer de perder el control, de escapar de la propia agencia, de sujetar y producir sujetos que huyen de sí mismos. Somos adictos a las redes sociales para cumplir con el imperativo neoliberal de ser nosotros mismos, pero también porque estamos hartos, cansados y enfermos de serlo.

5 Zoopolítica, necropolítica y colonialismo del Estado de Israel

La característica más importante de los zoológicos humanos fue su dimensión colonial, este era su principal propósito, el sentido último de su existencia (Sánchez, 2010; Ventura, 2022). Su función como laboratorio producía conocimientos que servían para reforzar el colonialismo. Sus vitrinas étnicas —además de encerrar, exhibir y animalizar a cuerpos colonizados, transformando en espectáculo su sufrimiento— servían de espejo para moldear la percepción de las culturas dominantes sobre sí mismas. Construyendo alrededor de su ensamblaje tecnológico un significado excluyente de lo humano. La animalización del cuerpo colonizado legitimaba la necropolítica de la administración colonial (Mbembe, 2011).

La dimensión colonial del zoológico digital se muestra de manera clara en el ejemplo de la guerra israelí en Oriente Medio. El ministro de defensa de Israel, Yoav Gallant, se refirió a los habitantes de Gaza así: “Ordené un asedio total sobre la Franja de Gaza. No habrá electricidad, ni alimentos, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia” (“El ministro de Defensa de Israel…”, 2023). Desde esta perspectiva, el derecho a matar y la industrialización de la muerte están en el centro del proyecto colonial de la modernidad, y la ocupación y el apartheid israelís, según Mbembe (2011), son su mejor exponente.

Los intereses de las grandes plataformas (Srnicek, 2018) y de los Estados coloniales siguen siendo muy relevantes para el desarrollo de la tecnología digital. Por ejemplo, la proliferación de las cámaras de seguridad en el espacio público, la tecnología de reconocimiento facial, el control total del ciberespacio a través de la inteligencia artificial, la perfilación y el monitoreo de los ciudadanos en su vida cotidiana, son procesos que optimizan la vigilancia y el control de la población sin necesidad de encerrarla (Zuboff, 2020). Hoy en día, las redes sociales están jugando un papel fundamental en dicho conflicto, los palestinos y las palestinas que le dan “me gusta” o comparten contenidos mínimamente activistas o críticos, son perseguidos, despedidos e incluso encarcelados por el ejército y autoridades israelís (Monetta, 2023). La censura y la persecución también están presentes en países como Alemania o Francia, donde los migrantes árabes tienen miedo de ser deportados si protestan (Nachawati, 2023). Además, numerosos activistas han denunciado el bloqueo de sus cuentas, o su invisibilización en redes como Meta, Instagram o X (Ibáñez, 2023). Es problemático que las redes sociales estén intervenidas por los Estados y las grandes corporaciones, ya que eso les otorga nuevas formas de dominación y apropiación de lo social. El ciberespacio permite expandir nuestros sentidos, nos permite escuchar y ver más allá del alcance de nuestra vista y nuestro oído, pero también implica la conquista y el control de nuestra realidad sensorial.

Paul Virilio (2009), en Velocidad y política, analiza el funcionamiento del mundo a través de las dinámicas de la guerra. Concluye que la aceleración social atenta contra cualquier forma de democracia. En la misma línea, Hartmut Rosa (2016) habla de formas autoritarias impersonales instauradas por la política temporal del neoliberalismo. Con el objetivo de ser más veloz, el ejército israelí tiene sistemas de inteligencia artificial (The Gospel, Lavender entre otros) para generar (más y más rápido) objetivos militares en tiempo real. Han delegado en la IA su necropolítica estatal, y ahora este software decide qué objetivos o personas atacar y asesinar. Por ejemplo, según un informe de la revista +972 y Local Call (Abraham, 2024) Lavender clasifica al conjunto de la población palestina y le otorga a cada civil un porcentaje de probabilidad de que pertenezca o esté vinculado a algún grupo enemigo, en función de su actividad en redes sociales, sus contactos, la videovigilancia, sus movimientos, usos del teléfono móvil, etcétera. Una vez marcadas las personas como suficientemente sospechosas, son clasificadas y posteriormente bombardeadas.

La franja de Gaza es conocida como la cárcel a cielo abierto más grande del mundo. con ello se revela la faceta paradójica del encierro en la zoopolítica, ya que son formas de encierro abiertas. Desde el 2007, el ejército israelí controla y bloquea las entradas y salidas en tierra, mar y aire de personas y mercancías, generando graves problemas de inseguridad alimentaria, pobreza y cortes de suministros. Esta prisión al aire libre es controlada por drones, tecnologías de video vigilancia y escuchas, combinadas con la vigilancia y control del ciberespacio. En este contexto, la población civil vive un exilio domiciliario, en cuanto que son refugiados en su propia tierra (Rabinovich, 2015).

Además de ser una cárcel, la franja de Gaza, al igual que los zoológicos del pasado, es un laboratorio. Antony Loewenstein (2024), en su libro El laboratorio palestino explica cómo Israel exporta al mundo la tecnología de la ocupación, cómo esta región es un lugar donde la industria militar experimenta y pone a prueba su producción de muerte. Al igual que pasaba en los zoológicos humanos europeos de los siglos anteriores, el pueblo colonizado es utilizado para el desarrollo de la investigación científica. El territorio es reducido a un campo de pruebas para producir armamento y tecnología de vigilancia masiva a través de la experimentación. Sin este laboratorio, todo el orden geopolítico mundial no se sostendría bajo sus actuales formas. No hay que olvidar que el Estado israelí exporta estas armas con el sello “testado en combate” y que son un valioso instrumento de diplomacia. Por ejemplo, a cambio del software Pegasus (una herramienta digital de espionaje y vigilancia masiva) varios países árabes reconocieron al Estado de Israel (Loewenstein, 2024).

El zoológico digital está tan generalizado que alcanza a figuras como presidentes de gobiernos y a empresarios como Jeff Bezos. Incluso las personas que dirigen la sociedad no son ajenas a la zoopolítica. Nayib Bukele y Víctor Orbán han sido acusados de utilizar Pegasus contra periodistas críticos, activistas y la oposición. En Estados Unidos se ha utilizado este programa para vigilar a activistas universitarios a favor del movimiento Boicot Desinversiones y Sanciones. Las dictaduras del golfo utilizaron el software israelí para hackear los teléfonos de periodistas de críticos de Al Jazeera, difundiendo fotos íntimas de las mujeres para su escarnio público (Loewenstein, 2024).

Esta arma digital ha sido utilizada por más de veinte países y ha servido para perseguir, reprimir e incluso asesinar a activistas, periodistas y defensoras de derechos humanos alrededor del mundo (Álvarez, 2022). En otras palabras, Israel exporta su particular zoológico humano al resto del mundo y los distintos Estados los utilizan contra sus enemigos e incluso con su propia gente. Según Mbembe (2011), después de la Segunda Guerra Mundial los estados coloniales empiezan a tratar a su población como antiguamente trataban a los cuerpos colonizados, con la misma necropolítica. De igual modo, la zoopolítica actual empieza siendo testada con el pueblo colonizado, pero su deshumanización se expande al resto del mundo. Tal es el punto que algunos ciudadanos israelís han sufrido también esta tecnología de hipervigilancia, incluso su ministro de finanzas Yair Lapid, quien fue infectado con Pegasus con la finalidad de presionarle para cambiar sus políticas fiscales.

Hoy en día Gaza, al igual que los zoológicos del pasado, también es un espectáculo. La extimidad de los soldados israelíes les lleva a mostrar en las redes sociales las humillaciones, crímenes y abusos hacia la población civil palestina. Multitud de videos bailando, torturando y ridiculizando a personas indefensas prolifera en las redes. El zoológico está tan incrustado en la piel de esos militares que llegan incluso a contrariar las órdenes de sus altos mandos, perjudicando la reputación y la propaganda de su proyecto colonial (Sáez, 2024). Dicho espectáculo, bajo formas más controladas, es exhibido por la propia industria militar sionista con la finalidad de llegar mejor a potenciadores compradores de armamento (Loewenstein, 2024).

Del mismo modo, recientemente uno de los líderes del denominado eje de resistencia afirmó que el espía más importante en esta guerra ya no es humano, señalando al smartphone y a las redes sociales occidentales como un actante clave en el desarrollo del conflicto (“Nasrallah: ‘Mobile phones…’”, 2024). El ejército sionista usa los sistemas de geolocalización de los móviles para eliminar a sus enemigos. Los adversarios de Israel también son adictos. Las órdenes de abandonar los teléfonos móviles son desobedecidas por los combatientes, sus familiares y vecinos. La extemidad y la adicción son tan fuertes que los propios pueblos colonizados, a pesar de ser advertidos, siguen publicando información que alimenta las bases de datos de sus enemigos, haciendo más eficiente el trabajo de la IA israelí en la fijación y eliminación de nuevos objetivos. Más adelante, este grupo de resistencia libanes dejó de utilizar los móviles para comunicarse, volviendo a utilizar dispositivos de tecnologías desfasadas más difíciles de rastrear. Este movimiento de huida tecnológica fue instrumentalizado también por Israel para colocar explosivos en miles de dispositivos, hiriendo de gravedad a miles de personas, entre ellas civiles y combatientes de la organización. Desde entonces los móviles y los dispositivos de comunicación significan otra cosa para los habitantes del Líbano, este objeto mítico del actual capitalismo, que acariciamos en nuestro día a día, este aparato íntimo del zoológico digital con el que nos reímos, lloramos y relacionamos, con el que nos autoproducimos, puede hacernos explotar.

6 Algunas reflexiones finales

El título de este artículo pareciera decir que las redes sociales nos deshumanizan. Lo que realmente queremos defender es el agotamiento del proyecto humanista. Siempre se ha negado la humanidad del subalterno. Lo que nos infrahumaniza es el orden neoliberal, patriarcal y colonial, no las redes sociales. Los zoológicos humanos de nuestros días son las redes sociales, pero también la sociedad en su conjunto. Lo novedoso es que experiencias como la infrahumanización, la incertidumbre por el futuro, la explotación y la precariedad ahora se generalizan a buena parte de la población (Preciado, 2022). La zoopolítica nos afecta a todos y a todas, pero no por igual. Los cuerpos que nunca han ocupado del todo lo humano, los subalternos, viven con violencias diferentes y mucho más intensas en el zoológico actual.

A lo largo de este trabajo hemos introducido el concepto de zoopolítica para explicar cómo las actuales formas de ejercer el poder convierten la bios en zoé, animalizando a buena parte de la población y administrando así la vida y la muerte humana. Partimos de la historia de los zoológicos humanos de siglos pasados para pensar el poder, las redes sociales y el mundo en el presente, entendiendo que hay cuatro dimensiones fundamentales que definen los zoológicos humanos y la zoopolítica contemporánea: 1) el conocimiento psicopolítico; 2) la gestión de la intimidad/extimidad; 3) el encierro y la adicción; y 4) la síntesis entre necropolítica y psicopolítica en la dominación colonial.

Hemos analizado las redes sociales como un laboratorio del zoológico digital que hace mutar la relación entre conocimiento y poder. En dichos espacios el control y la vigilancia cobran nuevas formas atravesadas por las tecnologías del yo y la gubernamentalidad algorítmica, reconfigurando así la producción, distribución y consumo del conocimiento y sus implicaciones en la configuración de nuestras formas de ser y estar en el mundo. A continuación, hemos examinado cómo la vulneración de la intimidad ahora no solo recae sobre los pueblos colonizados, sino que afecta en buena medida al conjunto de nuestra especie. Explorando cómo la extimidad y adicción generalizada a las redes sociales se relaciona más con una crisis de reconocimiento y estima que con unos medios tecnológicos que nos vuelven narcisistas.

Hemos dibujado la forma del zoológico alrededor de la cultura empresarial y terapéutica y su implicación con el gobierno de nuestros sentimientos, pero también hemos visto cómo los contenidos triviales, sin prácticamente narración, administran nuestras emociones y colonizan a través de la adicción nuestra vida afectiva, gobernando el imperativo de autoproducción y también sus respectivas fugas. Hemos reflexionado acerca de las mutaciones del encierro a través de las mega cárceles de El Salvador, que animalizan y exhiben la humillación a los reos en las redes sociales, transformando la prisión y la necropolítica en espectáculo. Por último, hemos explorado las relaciones entre la necropolítica israelí en oriente medio y la zoopolítica, indagando en la animalización del pueblo palestino, su encierro a cielo abierto; su invisibilización, censura y persecución en las redes sociales; así como la innovación de la IA en las tecnologías de muerte y su vinculación con la extimidad del ejército colono y de los pueblos colonizados. La zoopolítica hoy conforma en mayor o menor medida el mundo. Cada vez más lugares toman la forma del zoológico humano. Pero que estemos dentro del zoológico no significa que no tengamos agencia, que esté todo perdido, que no podamos luchar por un mundo más libre y justo.

Paul B. Preciado (2022) cita a William Burroughs cuando nos anima a utilizar la tecnología para sabotear las estructuras dominantes. Habla de una guerrilla electrónica, de un ejército de jóvenes usando grabadoras y cámaras contra los poderes políticos, militares y culturales que abusan de su posición de poder. También nos recuerda que, en muchas luchas sociales recientes, las redes sociales tuvieron un papel fundamental: la grabación y difusión del asesinato de George Floyd a manos de un policía dio pie al Black Lives Matter, un movimiento internacional que removió las conciencias contra la brutalidad policial y el racismo institucional. Del mismo modo, las redes sociales fueron importantes en la aparición y coordinación de movimientos como el Me Too y el auge de multitud de movimientos feministas a nivel global. Estos activismos articularon una respuesta pacífica a la necropolítica imperante. Preciado se refiere a ellos del siguiente modo:

Miles de adictos digitales, cuerpos disfóricos armados con semillas y móviles, salieron de sus jaulas cibernéticas, dieron la vuelta a sus teléfonos y filmaron a la policía que les acorralaba. En Hong Kong, mientras la policía utilizaba los móviles “privados” como cámara portátil de autovigilancia a través de aplicaciones de reconocimiento facial, seguimiento y geolocalización, estos mismos usuarios comenzaron a utilizar las aplicaciones de reconocimiento facial para filmar los rostros de los agentes que los agredían y exponer sus identidades públicamente. (p. 76)

El activismo digital también está siendo determinante en el escenario del genocidio israelí actual. Los mismos Smartphones que recopilan datos y alimentan las tecnologías de la muerte de la potencia colonial permiten a los colonizados denunciar los crímenes y abusos del ejército contra la población civil, influyendo a la opinión pública de los estados y presionando a los dirigentes políticos a cesar su masacre. En la misma dirección, las personas que se solidarizan con el pueblo palestino están jugando un papel importante, fomentando el movimiento de boicot, sanciones y desinversiones contra las corporaciones cómplices del genocidio, con importantes consecuencias sociales, económicas y políticas.

Es necesario cuestionar los procesos deshumanizadores de los dispositivos de poder, pero también creemos importante confrontar los dispositivos de humanización que dejan fuera al resto de animales sintientes, y las violencias que conlleva dicho proceso. La humanización excluyente tradicionalmente ha negado la inteligencia, la cultura y los afectos de los animales no humanos, legitimando así su exclusión de la vida política, su explotación y maltrato. Coincidimos con Miguel Zapata (2016) al reafirmar la necesidad de convertir la zoé en bios, y representar a los animales no humanos en democracias que contemplen nuestra interdependencia con el resto de la biosfera. En la misma línea, Silvia Federici (2021) reivindica construir un cuerpo político más allá de los límites del individuo y la especie humana. Lamentablemente, el neoliberalismo, reinventado, a través de las grandes plataformas digitales y la inteligencia artificial, está llevando el camino contrario convirtiendo la bios en zoé, conformándose así en zoopolítica. La IA como construcción cultural participa en un proceso de animalización de la inteligencia humana que legitima su violencia. Al igual que sucedía con los primeros zoológicos humanos, las culturas y cuerpos que no se articulen con la IA serán negadas y despreciadas, desplazadas y animalizadas. La alternativa pasa por una zoopolítica ética consciente de su interdependencia, donde los animales humanos y no humanos seamos tratados dignamente y construyamos juntos una cultura de la paz.

Durante mucho tiempo, el alma humana fue negada a mujeres, disidentes sexuales, clases trabajadoras y pueblos colonizados. La mirada colonial veía a los subalternos como seres desalmados. Hoy en día, la psicopolítica se basa justamente en el proyecto neoliberal de gobernar el alma (Han, 2014; Rose, 1996/2022). La zoopolítica pone el énfasis en el hecho de que esa operación de desalmar que hacemos con los animales y con las minorías sociales es condición de posibilidad para gobernar el alma. La cibervigilancia del zoológico digital en el caso de Pegasus empezó con el pueblo palestino, pero se ha generalizado al conjunto de la población mundial, incluso a la israelí. Después de los numerosos escándalos relacionados con la videovigilancia masiva, solemos mirar al smartphone con cierta sospecha, pensando que, si no cruzamos una línea roja, aparentemente lejana, nadie lo usará en nuestra contra. Esa sensación de seguridad es muy frágil. En México el gobierno usó esta tecnología contra un conjunton, 2024), es decir, cualquier movimiento por moderado que sea puede volverte una víctima de la zoopolítica digital. Las redes sociales están en el centro de la producción y la interacción social. Actividades tan cotidianas para muchas generaciones como el sexting pueden ser utilizadas por los Estados y las corporaciones en nuestra contra, como demuestra el caso de las periodistas de Al Jazeera. En Palestina, llamar a tu vecino puede hacer que la IA te marque como un objetivo militar (Loewenstein, 2024). El peligro de la actual zoopolítica es que, si no hacemos nada al respecto, todos podemos acabar siendo animalizados como el pueblo palestino, encerrados como el pueblo salvadoreño, objetivos militares de la IA en alguna guerra que emprenda nuestro Estado. Si bien la necropolítica es la expresión de la racionalidad colonial como síntesis entre la burocracia disciplinaria y la masacre (Mbembe, 2011), la zoopolítica es producto de la fusión entre plataformas digitales, industrias militares, inteligencias artificiales y psicopolítica.

7 Contribución de autoría

Wissam Yatim-Harkous: conceptualización; redacción del borrador original; redacción, revisión y edición.

Joan Carles Bernad i García: conceptualización; redacción, revisión y edición

María Medina-Vicent: conceptualización; redacción, revisión y edición

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