Reseña de Zafra (2024). El informe

Review of Zafra (2024). El informe

  • Clarissa Pepe Ferreira
Portada libro

Remedios Zafra (2024)
El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática. Anagrama.

ISBN: 978-84-339-2426-1



Algo está pasando en las universidades. Hay un profundo malestar y lo sabemos. Nos llega desde los pasillos, hablamos de ello en las cafeterías. Remedios Zafra, en su ensayo recién publicado, lo ha nombrado oficialmente y le ha dado notoriedad. Con ello, abre las puertas a la posibilidad de que se produzca un debate público necesario y que afrontemos la cuestión de manera colectiva.

Jornadas diarias de más de doce horas vía teletrabajo; demandas laborales que están ya habitualmente invadiendo los fines de semana, días festivos, incluso periodos de vacaciones; contratos temporales, mal pagados y con elevada carga docente e investigadora; trabajo no remunerado; numerosas exigencias laborales no remuneradas ni reconocidas, evaluaciones y competencias por doquier, papeleos interminables, métricas definiendo las personas y sus futuros, recortes, cese y/o reducción de financiaciones de proyectos, y un larguísimo y tenebroso etcétera. Esta es la actualidad del trabajo académico, y es posible afirmar que así es en casi todo el mundo.

Es de ello lo que va a tratar Remedios Zafra en su obra, llamando especial atención al sufrimiento y la alienación que este escenario está suponiendo. Ella va a discurrir particularmente sobre agotamiento y pérdida de sentido. Va a referirse a este escenario como producto de un modo de vida tecnoliberal. De este modo, la obra de Zafra se une a otras en el panorama internacional que también se han dedicado a pensar las consecuencias dramáticas de la neoliberalización de las universidades. Son ellas: Dark Academia: How Universities Die, publicada en 2021 por el autor australiano Peter Fleming, y Neoliberalismo e Sofrimento Psíquico: O Mal-Estar nas Universidades, publicada en 2024 por el brasileño Heribaldo Maia.

La portada de El informe. Trabajo intelectual y tristeza burocrática, elegida por Zafra al dedillo, exhibe una obra de la artista Marta Azparren. Tras grabar a varias trabajadoras de fábrica para observar con detenimiento la reiteración de los movimientos que hacen a lo largo de una jornada operando en máquinas, la artista enfunda sus manos en guantes con uñas de grafito y los reproduce en una gran lámina de papel. Como resultado, son confeccionados dibujos, y Zafra pide permiso para utilizar uno de ellos en su libro. Así que lo que vemos representar a su obra es nada menos que la repetición que marca la rutina de unas trabajadoras fabriles.

Eso dice mucho sobre el libro. Bajo el régimen tecnoliberal, nos hace ver la autora que los cuerpos se convierten en las propias máquinas del proceso de producción, pese a la ilusoria idea propalada de que la evolución tecnológica nos liberaría en muchos aspectos. Este hecho, no menos perverso, es quizás poco sorprendente en otros ámbitos del mundo laboral, considerando que el capitalismo, desde sus primordios, ha hecho de los cuerpos engranajes de la maquinaria fabril. No obstante, supone un impacto fundamental en la naturaleza misma de los trabajos intelectuales y creativos, puesto que establece una serie de obstáculos que les apartan de la consecución de sus finalidades de creación y construcción de pensamiento crítico-reflexivo. Así, ya en las primeras páginas, la autora expone su preocupación, marcando así el tono de las reflexiones que va a promover:

¿Qué potencia tiene el trabajo intelectual en el futuro del trabajo? ¿Qué está en juego si el trabajo intelectual no se rebela y cede a este desafecto de un hacer obediente, burocrático, hiperproductivo y de cualquier manera? ¿Quiénes perturbarán a las personas para recordarles que son personas? ¿Quiénes intentarán cambiar pesimismo por crítica, resignación por lazos con otros? ¿Quiénes recordarán que apagados servimos mejor a la inercia de un mundo que favorece a los ya privilegiados? ¿Quiénes escribirán los poemas, los libros, las obras capaces de romper la coraza de un espíritu endurecido por fuerzas deshumanizadoras que se normalizan? ¿Quiénes descubrirán soluciones para las enfermedades y males que nos aquejan? ¿Quiénes educarán con pasión? (Zafra, 2024, p. 16).

La manera como Remedios Zafra narra su obra es de por sí inesperada y singular. La ocasión lo amerita, porque ella se depara con una petición absurda. Al solicitar a la institución en la que ejerce sus labores un ordenador nuevo para trabajar porque el suyo estaba ya muy viejo, le exigen presentar un proyecto que fundamentara la necesidad de tal requerimiento, a fin de poder empezar el trámite. Un proyecto de investigación al uso, con su introducción, objetivos, justificación, méritos del proyecto, avances futuros, etc. Estupefacta, y una vez segura que no lo había comprendido mal, Zafra decide entonces redactar un “informe inefable”, que no sólo inspira el título de la obra, sino que se transforma en la obra misma. Una escritura rebelde en la que problematizará el escenario de hiperproductividad, precariedad, competición, violencia burocrática, tristeza administrativa y deshumanización tecnológica que están convirtiendo en territorio árido y miserable los trabajos intelectuales y creativos, y que a la vez reivindica un cambio.

No podemos cambiar la vida si no amamos la vida. Un informe inefable es un mecanismo de las palabras contra todo lo que en el trabajo dificulta la vida. (Zafra, 2024, p. 10).

[…] si desperdiciara la oportunidad de elaborar este informe inefable, las palabras seguirían taponadas en mi boca. […]. No valdría nada, nada. […] ocurre que lo que me trajo aquí lo era todo. […]. […] el delirante ritmo de días sostenidos por la tentación de abandonar mi trabajo, la incansable rutina burocrática y la obediencia callada eran nada. […]. Desde mi agotamiento y disconformidad, me agarro a esta escritura rebelde […]. […] lo que me trajo aquí era un poder hacer con sentido, lo que me trajo aquí lo era todo. (Zafra, 2024, pp. 18-24).

La estructura de la obra se constituye como si la autora estuviera rellenando los apartados de su “informe inefable”, donde cada uno es una sección temática en la cual ella se dirige a la burocracia institucional en un tono íntimo y personal. De este modo, comunica sus inquietudes y reflexiones a través de coger a los y las lectoras de la mano, y hacer que poco a poco vayan sumergiéndose en sus aflicciones cotidianas como trabajadora intelectual y creativa. Su escrita es visceral y delicada a la vez. En el prólogo del libro y de la mayoría de los capítulos, Zafra emplea trechos de obras de Albert Camus y Simone Weil, que, aunque no estén identificadas nada más que por las fechas de publicación, parecen tratarse respectivamente de El hombre rebelde (Camus, 1951/2016) y La condición obrera (Weil, 1951/2014). Ambas alumbran la esencia de la cuestión de fondo de la obra de Zafra y el trayecto argumentativo de su manifiesto.

Camus quería entender su tiempo, reflexionar sobre la condición humana, bajo los auspicios de la historia y la política convulsas de su época. Weil necesitaba sentir en carne propia cómo se vive bajo la opresión. Camus argumentaba que la rebeldía surge como una afirmación de la dignidad humana frente a la opresión. Weil, partiendo de su vivencia como obrera, ha analizado las condiciones laborales que conducen a la alienación. Weil ha visto de cerca cómo el sistema industrial reduce a los trabajadores a piezas de una maquinaria que prioriza la producción sobre las necesidades humanas, destruyendo la autonomía y el sentido de propósito de los obreros. Desde la inmersión, pudo comprender las dimensiones físicas, emocionales y espirituales de la opresión. Camus consideraba que una época –su época– que desarraiga, somete y mata a millones de seres humanos merecía ser juzgada. Definió la rebelión como un acto en el que el individuo dice “no” a la opresión, pero también “sí” a un conjunto de valores que considera universales e innegociables, como la justicia y la libertad. La rebelión, para él, surge cuando los seres humanos se enfrentan a la absurda falta de sentido de un modo de existencia, pero deciden no rendirse al nihilismo.

Además de los trechos de obras de Camus y Weil, tanto en el prólogo como en el cuerpo de varios capítulos, Zafra emplea trechos de cartas recibidas de sus lectoras(es), casi todas académicas y mujeres. Eso nos llama la atención a que el sufrimiento sobre el cual discurre la autora tiene una dimensión de género que merece una investigación aparte. En otras palabras, es posible que en el profundo padecimiento existente en las actuales condiciones vitales de producción de conocimiento y cultura haya una marcada desigualdad de género. De hecho, la autora nos advierte que “no debiera pasarnos desapercibido el curioso paralelismo entre la infravaloración de los trabajos intelectuales y del ámbito humanístico y su feminización” (Zafra, 2024, p. 39).

Advertir que allí donde las mujeres hemos ido llegando se ha respondido con el empeoramiento de las condiciones laborales es una deducción que no puede quedar al margen de los balances sobre igualdad, cuando a menudo se limita a meros porcentajes. Sin embargo, no solo se trata de que haya un excedente de personas formadas en áreas de Humanidades y Ciencias Sociales, ni de su feminización; se trata también de la subestimación de los trabajos intelectuales, culturales y académicos, alentadas por visiones mercantilistas y extractivistas que desprecian todo valor que no sea monetario y acumulable. (Zafra, 2024, p. 39).

Sobre este punto de discusión, merece mucho la pena destacar algunos datos. En España, las mujeres son el 67% del total de personas analfabetas y el 38% de las personas con un doctorado, según datos del primer semestre de 2012 del Instituto Nacional de Estadística Español (INE). El sistema educativo, aunque parece más accesible para las mujeres y menos sexista que otros ámbitos, sigue siendo sensible por su papel reproductor en la sociedad. Persiste una contradicción entre los valores igualitarios que se promueven y las prácticas que a menudo no los reflejan. Aunque las mujeres representan la mayoría en las estadísticas educativas en niveles no universitarios, solo constituyen el 39% del profesorado universitario, según datos del curso 2009-2010. Esta proporción disminuye a medida que se avanza en la jerarquía académica, donde el prestigio, el poder y la gestión universitaria permanecen dominados mayoritariamente por hombres. (Ruiloba, 2013).

El informe Científicas en Cifras 2021 (Unidad de Mujeres y Ciencia, 2021), del Ministerio de Ciencia e Innovación de España, revela que las mujeres constituyen aproximadamente el 41% del total de investigadores en el país. Aunque esta cifra ha crecido, persiste una significativa segregación vertical, especialmente evidente en posiciones jerárquicas como la de catedrático, donde solo el 24,1% son mujeres en universidades públicas españolas. Este porcentaje mejora ligeramente en ciertos organismos públicos de investigación. A nivel global, según la UNESCO (Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico, 2021), las mujeres representan apenas el 30% de los científicos, reflejando una disparidad de género notable. Por su parte, un análisis de Elsevier en 2017 (Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico, 2021) indica que los hombres producen el 70% de los artículos científicos y ocupan la primera autoría en el 66% de los casos. Además, solo el 13% de las investigadoras figuran entre los autores más citados, y su representación varía significativamente entre disciplinas, desde un 3,7% en ingeniería hasta un 31% en ciencias sociales.

Y, asimismo, se trata de que quien busca rentabilizarlo presupone que el trabajo se hará de todas maneras, cobrando poco o incluso pagando para “lograr méritos”. Estas visiones ponen a competir números y palabras, amañando sesgadamente los caminos del prestigio hacia la hegemonía laboral del éxito capitalista. El hecho de que muchas personas sigan luchando por un puesto académico se alimenta de la expectativa y la pasión intelectual, e incluso activista, que proyectamos sobre ellos. Al mismo tiempo, la economía tecnocapitalista escupe y tergiversa lo que significa la “excelencia” de unos resultados que se sostienen en unos sueldos bajos, en la exigencia de competición permanente y, cada vez más en el riesgo de desafección si gran parte del tiempo de trabajo se ve apropiada por justificaciones, concursos, adaptación de currículo y preparación de informes, es decir, por crear “apariencia de sentido” y no necesariamente “sentido”. (Zafra, 2024, p. 39).

Se observa en el pasaje anterior que Zafra vuelve sobre una cuestión que le preocupa desde El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Se trata de la perversidad que hay en la explotación del entusiasmo como producción de desigualdad en el plano de los trabajos intelectuales y creativos. Veamos a continuación lo que nos cuenta de ello una reseña de la referida obra, que, por cierto, parece haber tenido más resonancia en mujeres que hombres. Eso se nota en el universo de recensiones académicas que ha producido, cuyas firmas son mayoritariamente femeninas (Zafra, 2017), y dice mucho sobre la condición desigual de malestar padecido en la academia en términos de género.

No se trata de una crítica al entusiasmo como actitud, sino al entusiasmo utilizado como opresión, al peligro que sufren –que sufrimos– los entusiastas de vivir en la más insospechada precariedad por aceptar las reglas de un juego en el que el trabajo se disfraza de hobby o de preparación y la nómina digna se disfraza de retribución simbólica, de visibilidad o simplemente de un certificado necesario para alimentar ese currículum siempre insuficiente, siempre en formación. Habitamos, por tanto, este libro nosotros, los creadores culturales que regalamos nuestro trabajo a cambio de visibilidad, de un mínimo reconocimiento, de una hipotética oportunidad futura; nosotros, los becarios, profesores interinos, profesores asociados, que intentamos encontrar un lugar en el mundo universitario y estamos dispuestos a aceptar todos sus sinsentidos, las condiciones más irrisorias; nosotros, los idealistas que hemos olvidado la necesidad de lo material; nosotros, los precarios que no construimos una resistencia colectiva porque estamos demasiado ocupados rellenando burocracia y, sobre todo, porque estamos evaluándonos entre nosotros, compitiendo; nosotros, los prosumidores, los conectados; nosotros, los entusiastas. (Corral, 2018, p. 1).

En los relatos verídicos que nos hace llegar Zafra en El informe aparecen narrativas desesperadas, exhaustas, sin esperanza, a punto de desistir, incluso aquellas que lo han hecho porque no han podido más. Asimismo, está el caso paradigmático de una científica que, para mantenerse en la profesión, trabaja la mitad del año en un proyecto de investigación en España y la otra mitad se dedica al pastoreo de cabras, realizado además en otro país, a fin conseguir sostenerse materialmente, una vez que, con dicha actividad, en otras partes de Europa se puede cobrar igual o más que una postdoc española. La autora, así, nos hace reflexionar sobre el fracaso social y la devaluación de los trabajos académicos, advirtiéndonos de “la complejidad de una época que hace posible que una mujer pueda trabajar unos meses en un centro de investigación en Bilbao y otros como pastora en el sur de Francia” (Zafra, 2024, p. 38).

Respecto a ello, Zafra nos hace meditar sobre el desbarajuste hodierno entre la materialidad del trabajo y el cuidado de la vida, en medio de un planeta enfermo, en plena transformación de los trabajos con o sin sentido, más o menos mediados por la tecnología. Nos recuerda que una fallida meritocracia sigue alentando vocaciones que luego van a taponarse de frustración por la presencia ineludible de la temporalidad de los contratos de investigación y docencia, que obliga a que se busque ocupaciones compatibles con eso, o directamente por el desempleo. O entonces que estas ocupaciones se van a buscar como decisión de dar coherencia y sentido a una posición existencial en el mundo, fuera de una práctica expuesta a la precariedad, hiperproductividad y la rivalidad competitiva desde una rueda insaciable de gestión administrativa y el desapego absoluto con lo que se hace.

[...] ¿cuántas personas tendrán que plantearse otros trabajos acotados para disponer de tiempo liberado y así recuperar amor y sentido por el estudio y la creación? ¿Cómo revertir el riesgo de devaluación y ahogamiento del ámbito intelectual que en lo académico termina por beneficiar a aquellos criados u orientados para el “alto impacto” y no para el mejor y más honesto “hacer con sentido”? (Zafra, 2024, p. 40).

Aún a principios de la obra, Zafra nos comunica una ocasión en que ha hecho un ritual para enterrar el tiempo perdido. ¿Por qué lo ha hecho? ¿A qué se refiere por tiempo perdido? Ella afirma: “[…] nos han matado el tiempo. Lo han dejado sangrando aún caliente y fluyendo como sombra pegada a nuestro cuerpo. Y, muerto el tiempo, trabajamos y parece que vivimos […]” (Zafra, 2024, p. 26). El tiempo perdido tiene que ver con el imperativo de una hiperproductividad que está asesinando el tiempo de descanso y el tiempo de ocio. Tiene que ver también con los innumerables actos preparatorios y administrativos que dominan el trabajo intelectual y creativo alejándolo de su finalidad, que es producir un saber con sentido. La autora realiza un ritual fúnebre por la necesidad de encontrar un sitio de paz donde depositar el tiempo caído en combate. Entierra el tiempo para poder hacer el duelo e intentar frenar así la aniquilación que le fluye. Porque leer, reflexionar, enseñar, escribir, crear, demandan tiempo. Y este tiempo ni se está valorando, ni se está respetando en la actualidad del modo de vida neoliberal.

Porque las cosas que me parecen significativas logran un efecto, son escuchadas o leídas, no se diluyen entre la maquinaria de lo que simplemente se mueve de un lado a otro. Lo significativo posee algún valor, crea algún bienestar, estimula no solo nuestro trabajo, sino una vida con trabajo. Tan ridículo me parecería un trabajo construido exclusivamente de certidumbres como inquietante uno en el que todo se me haga incierto. El afecto que me vincula al trabajo también me une a un hacer significativo y con sentido, y además me conecta al mundo. (Zafra, 2024, p. 129).

Zafra nos habla en El informe de cuerpos y almas sobrecargados de dolores de todo tipo, físicas y psíquicas, además de una culpa constante, que no cesa, anclada en una sensación permanente de estar haciéndolo todo mal y estar tirando la vida por la borda. Porque cuando se busca hacer un trabajo con sentido, pero lo que se valora es, a secas, cantidad de producción de impacto, el resultado no puede ser otro que el que describe la autora con mucho desconsuelo. Zafra nos habla de la cronificación de dolencias producidas por las actuales exigencias del trabajo y la medicalización de cuerpos-máquina para que estén siempre aptos para rendir. Y habla de instituciones que se eximen de responsabilidades frente a eso, pese a que digan que no, que les preocupa nuestra salud. Si ya no hay espacio para calidad de vida en la actualidad de los trabajos intelectuales y creativos, y poco queda de calidad de trabajos con sentido en este ámbito, ¿cómo seguir adelante? No cambiaremos esta triste realidad si la conformidad y la falta de sentido colectivo nos impide decir basta.

“¿Por qué ese sí y yo no?”. Eficacísimo ardid que navega en los desafectos y conflictos de la clase trabajadora. Malicia que ahuyenta y difumina la responsabilidad de quienes manejan poder y recursos, y propician que los más vulnerables o precarios sean el parapeto, focalizando entre ellos mismos esos afectos negativos. Antes de cuestionar el sistema, se cuestionan íntimamente al compañero o al vecino. Ahí las enemistades, ahí la soledad para los “hechos a sí mismo” que el tecnoliberalismo ensalza. (Zafra, 2024, p. 128).

Respecto al agotamiento laboral, ya existen algunos datos apuntando a un contexto generalizado bastante grave, con siete de cada diez trabajadores(as) habiendo padecido burnout en España en 2023 (Calero, 2023). A modo general, el 96% de los(as) empleados(as) en España afirma presentar síntomas síndrome de burnout y el 60% se siente incapaz de desconectar del trabajo. Un 47% asegura haber sufrido burnout por trabajar demasiado y un 53% teme sufrir este síndrome en el futuro. Entre las causas, están el haber asumido más responsabilidades después de despidos o de la marcha de personal (44%), y la falta de apoyo del liderazgo de la organización (44%). España ocupa la sexta posición en un ranking internacional, donde por delante se sitúan Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Australia y Suiza. Respecto a los(as) profesionales más vulnerables, desde hace tiempo se tiene información de que estos son los(as) docentes, el personal sanitario, los cuerpos de seguridad del Estado, los(as) del sector de servicios, y los(as) trabajadores(as) sociales (UNED, 2016).

Las medidas sobre la mesa para mejorar esta situación hablan de la necesaria redefinición de los conceptos de éxito y productividad, de enfrentarse a la burocracia, de la redistribución del trabajo y la creación de empleos con mayor valor social, pero también de la reducción de la jornada laboral y de una urgente revalorización del tiempo propio, de los cuidados y la creatividad en la sociedad. […] Sería deseable anteponer el valor social al valor financiero como respuesta obligada. (Zafra, 2024, p. 130).

No solo los cuerpos son afectados en el proyecto de neoliberalización de las universidades, sino también las subjetividades del personal docente e investigador, y Zafra nos lo comunica muy bien. Somos reducidos a los méritos cuantificables que hay en nuestros currículums. Nuestra valía profesional está supeditada a los puntos que logramos obtener en las evaluaciones, sin importar si dichos méritos han sido interiorizados, aprendidos y sostenidos en un hacer motivado y real. A fin de cuentas, se rivaliza mejor con un número que con un ser humano. Evaluamos y somos evaluados constantemente, por “expertos sin demasiado tiempo y también compitiendo; atrapados en el falso impacto del impacto del impacto…” (Zafra, 2024, p. 136). Poco o nada importa lo cualitativo de nuestros cotidianos y circunstancias, quehaceres reales y hojas de vida. En la evaluación de humanos, donde el futuro de personas pende y donde debería descansar la garantía de la igualdad social, no hay pago por tan exigente actividad, se alienta el desapego con el trabajo, y quienes cuentan con recursos económicos y asesorías precisos consiguen comprar más méritos y acumular más beneficios. La autora zanja el tema con las siguientes cuestiones: “¿qué somos para este mundo?, ¿qué vínculo se genera entre nosotros? […] un producto con precio, un valor en una lista ordenada, carne suspendida, alma aprobada, parte del algoritmo humano de una máquina planetaria…” (Zafra, 2024, p. 137).

Chris Lorenz (2012) analiza cómo la ideología neoliberal ha reformulado el papel de las universidades desde la década de 1980, sustituyendo su relevancia social por una lógica de mercado orientada hacia la competitividad y la autofinanciación. A través de la Nueva Gestión Pública (NGP), el sector público se ha redefinido como un sector de servicios que, según esta visión, funciona mejor cuando opera bajo los principios del libre mercado. Esta transformación ha impuesto un fundamentalismo de mercado sin precedentes, en contraste con el liberalismo clásico, que defendía la autonomía del sector público frente a la interferencia del sector privado.

El desarrollo de la NGP comenzó en los Estados Unidos en los años 1980 y pronto fue adoptado por países como el Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, los Países Bajos y Suecia. En Europa, la NGP se ha impulsado a través del Proceso de Bolonia, promoviendo la mercantilización de la educación superior, y se ha expandido a América Latina mediante la influencia de la Unión Europea. Su aplicación ha buscado reformar el sector público a través de recortes en el gasto y la introducción de modelos de gestión empresarial.

En el ámbito educativo, el gobierno de Thatcher introdujo tablas de clasificación basadas en indicadores cuantificables para evaluar la calidad de la enseñanza y la investigación. Esta política debilitó progresivamente la autonomía universitaria, ya que “la pérdida de confianza del gobierno en sus universidades lo ha llevado a crear una maquinaria burocrática y fórmulas para gestionarlas externamente”. Como consecuencia, ha surgido un régimen de burócratas, inspectores, comisionados y reguladores que ha erosionado la autonomía profesional y distanciado a las universidades de sus disciplinas tradicionales, que solían ser el pilar del conocimiento académico. En este contexto, la interdisciplinariedad se ha convertido en un objetivo central de la política de la NGP (quizás para que se “sepa” un poco de “todo” y nada de nada…).

Lorenz argumenta que la NGP combina la retórica del libre mercado con un control gerencial excesivo, distorsionando conceptos como eficiencia, rendición de cuentas y calidad. Además, denuncia que la definición económica de la educación impuesta por esta ideología ignora los aspectos fundamentales del proceso educativo, representando una amenaza para su esencia misma. El gerencialismo de la NGP con su control burocrático, evidencia cómo la imposición de criterios de mercado sobre la educación superior no solo transforma su estructura, sino que también restringe su misión crítica y social.

Dirigiéndonos al final del libro, encontramos a Zafra definiendo trabajos con sentido, situando la reapropiación de los tiempos propios en ello, y el significado del trabajo intelectual y creativo en la reversión de la sentencia de una vida sin espesura ni propósitos en nuestras acciones cotidianas. Ella nos habla de la búsqueda de sentido como forma de rebelarnos ante un mundo en apariencia irracional y destructivo. Nos habla de compromiso y solidaridad. Nos hace ver que en el “hacer bien un trabajo” debe haber libertad y autonomía para que este “hacer bien” no sea el cumplimiento obediente y acrítico de las instrucciones dadas o la respuesta previsible a una expectativa educada, sino un hacer propio, que adquiere sentido y puede activar el bienestar personal y social.

[…] un hacer significativo y atento capaz de proyectar sobre todo lo hecho concentración e inteligencia. Un hacer que, por tanto, tiene valor para uno mismo y para otras personas y que está relacionado con una suerte de amor que en algo nos espolea y motiva, llamándonos a volver. Pero también un hacer que nos permita intervenir, innovar y pensar lo que se está haciendo. Un hacer siendo responsables de nuestras decisiones, no respondiendo mecánicamente y que, por ello, pueda animarnos a desobedecer cuando nos amenaza el desafecto que roba valor y sentido a esa práctica. […] en cada hacer con sentido los demás andan involucrados en lo que hacemos y nosotros en lo que hacen ellos, que estamos interconectados. […] favorecer que no solo uno mismo, sino también los demás, podamos hacer bien nuestro trabajo. […] nada seríamos sin la solidaridad que exige mirar más allá de nuestro desempeño, si no facilitáramos dinámicas buenas y significativas para la comunidad. […] soy consciente de que la tarea de pensar o resolver problemas colectivos, coyunturales o sistémicos, puede percibirse como una carga añadida. Lo sería si esto no fuera un trabajo integrado en lo que ya hacemos. […] quienes, desde el pensamiento, la investigación, el arte o la cultura, nos dedicamos a buscar palabras que ayuden a comprendernos o a movilizar nuestro espíritu. […] necesitamos otras condiciones de trabajo para otros tiempos. […] esta apropiación del tiempo implica una distinta apropiación o vivencia del planeta. […] estamos salvando un concepto de vida y del cuidado de uno, que implica el cuidado de todos. (Zafra, 2024, pp. 166-168).

Para meditar algo más sobre la cuestión que tanto preocupa a Zafra en El Informe, sobre los “trabajos con sentido”, nos parece oportuno hacer mención del siguiente fragmento: “Trabajo: aquello que es susceptible de introducir una diferencia significativa en el campo del saber, bajo cierto esfuerzo para el autor y el lector, y con la eventual recompensa de un cierto placer, es decir, de un acceso a otra figura de la verdad” (traducción nuestra). El trecho indicado aparece en la colección Des Travaux inaugurada en 1983 por Michel Foucault, Jean-Claude Milner, Paul Veyne y François Wahl, por Les éditions du Seuil (Orlandi, 2022). La colección se caracteriza por su apertura a investigaciones rigurosas y originales que desafían las fronteras entre disciplinas como la filosofía, la historia, la lingüística, la sociología y otros campos de las ciencias humanas y sociales. Refleja el enfoque en el trabajo intelectual como una actividad en proceso, orientada al análisis profundo y a la producción de nuevas formas de conocimiento, que contribuyen a la renovación del pensamiento crítico y la comprensión de fenómenos culturales, políticos y sociales.

Para pensar sobre otra de las materias primas del trabajo académico –la educación– es menester traer a colación otra reflexión más. En su obra Escuela de Aprendices (2020), Marina Garcés critica los proyectos educativos concebidos como grandes negocios, donde la educación deja de ser el fundamento de la convivencia y el espacio para experimentar formas de vida orientadas a la emancipación. Para ella, educar no consiste en seguir un programa rígido, sino en promover la experimentación, dar cabida a la existencia, fomentar la reflexión consciente y abrir debates sobre el futuro. La educación, según Garcés, es una invitación a asumir juntos el riesgo de aprender, enfrentando la servidumbre impuesta por nuestra época. La educación, nos lo recuerda Garcés (Pujol, 2022), necesita tiempo, espacio y atención.

Asimismo, vale comentar que El informe de Zafra es una obra que incorpora elementos propios del “giro emocional” en las Ciencias Sociales y las Humanidades y está alineada a los dictámenes de la Sociología de las Emociones. Estos elementos suelen estar presentes en textos de autoras feministas. El “giro emocional”, propuesto por Sara Ahmed (2004/2015) a principios del siglo XXI, toma muy en serio la noción de cuerpo para el análisis de situaciones locales y se sitúa en el cruce entre emociones, feminismo y decolonialidad del saber. Las emociones, lo vemos en Ahmed (2004/2015), son elementos articuladores de suma importancia social, de modo que abogar por la recuperación de lo emocional pone en jaque la tradición epistemológica cartesiana que entroniza la razón a expensas del cuerpo. El “giro emocional” reivindica las emociones como horizonte de análisis, planteando retos teóricos, metodológicos, éticos y políticos. Porque sabemos algo cuando lo sentimos en carne propia, nos dice Ahmed (2004/2015), y este conocimiento está inducido por las estructuras sociales. Es por ello por lo que, desde los años ochenta, las feministas vociferan que “lo personal es político”.

La Sociología de las Emociones, nos enseña Ariza (2020), considera que la razón y la emoción no son ni contrincantes ni excluyentes, sino facultades mutuamente implicadas que pueden autorreforzarse. La razón y la racionalidad requieren de una guía emocional. Las emociones ofrecen criterios de discriminación en función de lo que tiene relevancia para los sujetos. Sin ello, la racionalidad sería incapaz de decidir entre la multiplicidad de opciones a las que se enfrenta. Es necesario rescatar las bases emocionales de la acción racional. Las emociones son una parte medular de la acción. Hay limitaciones en los modelos de acción racional para explicar la emergencia de la acción colectiva por la restringida noción de racionalidad.

Zafra escribe un “informe inefable” con su cuerpo en escena, un cuerpo femenino exhausto, padeciendo dolores crónicos de naturaleza física y psíquica, hasta arriba de una amplia variedad de pastillas, repleto de culpa, frustración e indignación. Su cuerpo, que se muestra moribundo en el texto, es quien a todo momento nos coge de la mano y nos hace sumergir en el cotidiano de la dura actualidad precarizada de los trabajos intelectuales y creativos. La acción racional de Zafra, al producir un “informe inefable” como lamento y denuncia ante dicha realidad, es movilizada por una potente emoción ante un orden de cosas absurdo e insostenible que le producen, a ella y a muchas otras personas, un profundo sufrimiento. Su escritura rebelde es una forma de resistencia y lucha ante la tristeza, el temor y la impotencia que se están proyectando frente a la corrosión y posible muerte anunciada del sentido de los trabajos intelectuales y creativos.

Consideramos, finalmente, que hay algunos problemas subyacentes a las cuestiones planteadas por Zafra. El más evidente es la calidad de la producción de conocimiento, en especial si consideramos los desafíos planteados por la inteligencia artificial. Asimismo, una lectura de su obra en clave feminista nos hace pensar sobre la posibilidad de que, en medio al deterioro del trabajo académico, las mujeres, personas racializadas y LGBTQIA+ se vean más afectadas que otros individuos, considerando que la pobreza y la precarización laboral en todo el mundo tiene rostro de mujer, además de raza, etnia y género muy bien definidos. Eso tiene consecuencias tanto sociales como en términos epistemológicos. Nos vamos a detener en estos dos aspectos, que son a priori menos obvios, para tejer algunas breves consideraciones sobre epistemología feminista y, en seguida, la teoría feminista marxista de la reproducción social (TRF).

Con respecto a la epistemología feminista, nos explican Evelyn Fox Keller, Sandra Harding y Helen Longino (Rocha et al., 2022) que, en las décadas de 1970 y 1980, la convergencia entre los estudios sociales de la ciencia y la segunda ola del feminismo permitió una comprensión crítica de la ciencia desde una perspectiva feminista. Esta corriente rechazó la idea de la ciencia como un “punto de vista desde ningún lugar” y argumentó que, como actividad humana, la ciencia es producto de contextos específicos de tiempo y espacio. Lejos de debilitarla, esta perspectiva enriqueció la ciencia al incluir voces y puntos de vista previamente ignorados, fortaleciendo el conocimiento al hacerlo más diverso y objetivamente fuerte. La producción de conocimiento colectivo, en diálogo con múltiples actores, supera las limitaciones de la ciencia tradicional, dominada históricamente por hombres blancos y de clase media (en muchos contextos, de clase media alta, además de heterosexuales y heteronormativos), cuyas experiencias restringidas moldearon un saber excluyente y parcial.

Los “conocimientos situados”, desarrollados por Donna Haraway (1988), se refieren a perspectivas que son necesariamente parciales y están siempre marcadas por las posicionalidades y ubicaciones del sujeto. En el ámbito de las epistemologías feministas, estas nociones han adquirido protagonismo, especialmente al criticar y deconstruir el carácter androcéntrico y generizado de la ciencia. Estas epistemologías ofrecen una alternativa frente a la oposición entre posiciones universalistas y relativistas, desplazando el concepto de objetividad hacia el reconocimiento del carácter contextual y localizado de todo conocimiento. A través de la exploración de las relaciones entre distintas ubicaciones, se establecen redes y conexiones que fomentan prácticas de diálogo, siempre considerando las dimensiones éticas y políticas implicadas.

Las críticas a las dicotomías en el conocimiento, como la asociación de la racionalidad con la masculinidad y de la irracionalidad con lo femenino, desafían las formas tradicionales de pensamiento. En este sentido, los ideales de objetividad y neutralidad, así como el conocimiento universal, son cuestionados, destacando la necesidad de reflexividad. Esto implica que el/la investigador/a/x asuma su propia posicionalidad y valore la experiencia personal como parte integral del proceso de producción del conocimiento. Eso lo vemos suceder en El informe de Remedios Zafra, ya que a lo largo de toda la obra la autora parte de sus experiencias personales para reflexionar sobre sucesos que están acometiendo los espacios de producción de saber y cultura en los tiempos que corren, añadiendo además testimonios de otras personas, mayormente mujeres.

Para Haraway (1988), un “ser” contradictorio e inacabado es aquel que tiene la capacidad de cuestionar de manera crítica y responsable, construyendo redes y conexiones parciales entre diferentes situaciones y posiciones. Desde este posicionamiento crítico, es posible alcanzar una objetividad que reconozca las tensiones, continuidades y discontinuidades entre las diversas ubicaciones, sin tratarlas como fijas o aisladas. Esta postura crítica está orientada hacia la resonancia, en lugar de la dicotomía, permitiendo la creación de redes entre diversas localizaciones.

Desde esta perspectiva, Haraway (1988) aboga por la construcción de conocimientos que no solo deconstruyan las relaciones de poder existentes, sino que también otorguen visibilidad a los grupos marginados. En este proceso, es fundamental considerar las dimensiones de clase, etnicidad, género y sexualidad. El “sujeto dominante” no es monolítico, esencialista ni ahistórico, sino una construcción social y cultural, definida como una posición relacional y procesual. Así, la objetividad, lejos de ser universal y neutral, debe entenderse como situada y contextual, entrelazada con las experiencias y ubicaciones específicas de los/as/xs sujetos/as/xs.

Para finalizar, nos gustaría destacar algunos puntos clave de la teoría de la reproducción social (TRS), por su potencial de diálogo con las reflexiones de Zafra en la obra en comento. Tithi Bhattacharya (2023), en la introducción de su obra sobre la TRS, destaca una frase de Karl Marx presente en “Manuscritos económico-filosóficos” (1959), que se refiere a cuando la vida misma, en todos sus aspectos, se presenta tan sólo como un medio de vida. Es una potente y durísima cavilación que sintetiza mucho de lo que vemos en El informe. Pero, si bien Marx se refería a la opresiva realidad de los(as) obreros(as) en las fábricas, Zafra se refiere a la opresión hodierna que embrutece el trabajo intelectual y cultural.

Nos enseña Tithi Bhattacharya (2023) que la TRS, en lugar de preguntar simplemente “¿Quién enseña al profesor?”, plantea otra cuestión al marxismo: si el trabajo de los trabajadores genera toda la riqueza de la sociedad, entonces, ¿quién produce al trabajador? Es decir, ¿qué procesos permiten que una trabajadora llegue cada día a su lugar de empleo para seguir produciendo riqueza? ¿Qué papel desempeña el desayuno en su preparación para rendir en el trabajo? ¿Y qué importancia tiene una buena noche de sueño? La pregunta se vuelve aún más compleja si ampliamos la perspectiva más allá del hogar. La educación que recibió en la escuela, ¿no contribuye también a “producirla”, al hacerla empleable? ¿Y qué decir del sistema de transporte público que la lleva a su trabajo, o de los parques y bibliotecas públicas que le ofrecen momentos de ocio, ayudándola a recargar energías para continuar con su labor?

La Teoría de la Reproducción Social (TRS) busca explorar y responder preguntas como estas. Al hacerlo, desafía los “hechos visibles” y pone en primer plano los procesos que los sostienen, revelando así las dinámicas ocultas que hacen posible la producción de la fuerza de trabajo. Y El informe de Zafra nos abre la posibilidad de empezar a reflexionar sobre ello, desde la perspectiva concreta de los trabajos intelectuales y culturales, y más allá de su precarización. La obra nos muestra toda una cadena invisibilizada de trabajo no remunerado, feminizado, que coincide en tiempo y forma con la neoliberalización de las universidades, señalando sus consecuencias nefastas en la salud y las subjetividades, en particular de las trabajadoras intelectuales y creativas (porque están especialmente más vulnerabilizadas en este proceso), y en la calidad misma de la producción y transmisión de conocimiento, que es algo esencial para el buen vivir de la sociedad.

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