Germán Navarro Espinach (2025) El árbol genealógico como máquina del tiempo. Los Espinach en Perú y Costa Rica. McGraw-Hill / Aula Magna. ISBN: 978-8410458680
Además de tratarse de un interesante estudio sobre las posibilidades académicas y educativas del árbol genealógico, este libro nos habla de la familia Espinach, que pasó de ser un linaje asentado en la pequeña población agrícola de Solivella, en Cataluña, a convertirse en un peculiar apellido que llegó a dominar la región de Cajamarca, convirtiendo incluso a uno de sus miembros en presidente del Perú, para después continuar, como estirpe, a transformarse en acaudalados propietarios de plantaciones cafeteras en Costa Rica (Chacón Trejos, 1938). El libro nos traslada desde Cataluña hasta diversos países de Iberoamérica, relatando una verdadera epopeya de aventuras y logros que en numerosas ocasiones suponían conflictos con los habitantes de los territorios donde dominaron y ejercieron su poder. Y es que, como afirma Francisco Hidalgo Fernández en su reseña de este mismo libro publicada en la revista Emblemata Revista Aragonesa de Emblemática, la historia de la familia “se ha posicionado como una de las perspectivas de análisis más prolíficas de la historiografía española de las últimas décadas”. Según Hidalgo, las décadas de 1970 y 1980 se asumieron los planteamientos de las escuelas europeas, de modo que los estudios se multiplicaron con rapidez, destacando la francesa de Annales, tanto en su vertiente cuantitativa (Demografía Histórica) como cualitativa (reconstrucción de familias). A partir de entonces la historia de la familia se reconoció como un gozne gracias al cual es posible conectar diferentes perspectivas de estudio, siempre bajo el paraguas de la historia social, de la que era inmediata heredera. Desde entonces se han ido renovando los métodos de aproximación a la problemática, que pretende acercarse así a las dinámicas sociales, estudiando su evolución. La familia se convierte en un laboratorio de observación, por lo que tanto el debate metodológico como los conceptos analíticos que se han sucedido son resultado de la dialéctica entre la crítica al estudio de caso o la dirigida hacia trabajos excesivamente estructurales, ajenos a la capacidad de acción del agente histórico, sea éste individual o colectivo. Mientras los estudios transversales aportan una visión amplia y general, los de tipo longitudinal parten de perspectivas intergeneracionales, como la aplicada en el caso del libro que nos ocupa. En las historias donde predominan las relaciones de consanguinidad, y a pesar del poco reconocimiento de que goza por limitarse a describir los vínculos de parentesco, la genealogía se reconoce como la historia de la familia. A través de la genealogía reconstruimos los lazos que dan consistencia a la familia, paso previo para su análisis y para unirla con otros grupos sociales con los que se relaciona.
El profesor Germán Navarro Espinach, Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza, empezó a interesarse por sus ancestros desde que era un adolescente, cuando descubrió que su bisabuelo había sido campanero de la Catedral de Tarragona. Lo que viene a defender en su trabajo es que la curiosidad y el deseo de saber son las fuerzas que alientan el espíritu académico, convirtiéndose así en resortes que dan sentido al esfuerzo por conocer y contrastar, algo que caracteriza al mundo universitario y al profesorado en general. A lo largo de las páginas de este libro se van desgranando los pasos que conviene dar para llegar al máximo de complejidad humanística cuando nos interesamos por un tema, en este caso el árbol genealógico, de manera que vamos indagando hasta llegar a unas conclusiones que, sin ser definitivas, arrojan luz sobre aquello que hemos estudiado. Este prestigioso historiador nos cautiva y nos convence con su lenguaje atractivo, formalmente sencillo, pero lleno de fuerza y argumentos. Los siete apartados del libro (donde se incluye el último, de referencias) nos van transportando a cada momento vivido y experimentado por el autor, quien es capaz de mantenernos atentos a cada paso, dando testimonio del proceso y evaluando cada prueba aportada, descubrimientos con los que va encontrando las explicaciones a sus interrogantes y respondiendo a cada una de las preguntas que plantea, utilizando también la perspectiva antropológica (Godelier, 2014).
En este trabajo las imágenes toman una importancia inusitada (Huerta y Rodríguez-López, 2024). La oferta generosa de fotografías que inundan el volumen nos ayudan a tener una lectura paralela de los argumentos analizados, de modo que vemos constantemente ilustraciones donde aparecen documentos originales, edificios, personajes, carteles, facturas, tumbas (Sáenz Sousa, 2000), y todo tipo de artefactos visuales que construyen un relato muy especial (Burke, 2005). Tal y como recalca su autor, en la didáctica de la historia se ha implantado la imagen como recurso esencial para transmitir saberes humanísticos y académicos que resultan muy efectivos para el alumnado actual (Huerta y Rodríguez-López, 2025). Educar con imágenes supone asumir la importancia que tiene la representación visual en el mundo actual, en nuestra vida diaria, en todo aquello vinculado al universo digital, y por supuesto plantearse la exigencia de alfabetizar visualmente a la ciudadanía (Huerta, 2024). Se trata de comprometerse con el uso que hacemos de las imágenes, acercándose al escenario de lo visual, analizando lo que vemos, lo que imaginamos, lo que no vemos, y lo que somos capaces o no de representar. Educar con imágenes significa dar importancia a la cultura de la imagen, algo que todavía está pendiente de ocupar el lugar que le corresponde en los entornos educativos, en todos los niveles de la educación formal e informal (Huerta, 2023). Se puede educar con imágenes en todas las materias curriculares, por tanto, pensamos que el libro de Navarro Espinach puede resultar muy útil para cualquier docente de historia, incluso de otras áreas de conocimiento, ya que educar con imágenes significa actualizar las necesidades urgentes que afectan a los recursos pedagógicos con los que estamos llevando a cabo nuestra labor como docentes. Vale la pena dar cabida a la imagen como entorno comunicativo y espacio de interacción, ya que la mayoría de la ciudadanía nunca ha tenido una educación en imagen que le permita conocer las verdaderas posibilidades de este medio tan global. El universo digital ha impulsado el manejo de imágenes a unos niveles que no podíamos imaginar hace unas décadas, y es el momento de tomarse en serio la cuestión, formando al profesorado, y ofreciendo a la ciudadanía la posibilidad de conocer, disfrutar, leer y crear imágenes desde un posicionamiento crítico y creativo. El uso que se hace de las imágenes en este libro nos ayuda a comprender mejor la evolución de la familia Espinach, ya que nos permite visualizar el modo como se peinaban y vestían personas de todas las edades y condiciones, ambientando así el texto mediante figuras que nos trasladan a una estética y a un momento histórico. Especialmente en el capítulo dedicado a sus tías Teresa y Amparo, a quienes el autor compara con el personaje de la novela La hora de la estrella de Clarice Lispector (2013), podemos detectar una gran cantidad de elementos estéticos y de usos sociales con los que las fotografías nos ofrecen un memorable catálogo de realidades históricas.
Para Germán Navarro Espinach, el historiador autor del estudio, hay que reconocer que nunca somos objetivos, que lo imparcial es imposible. Decir esto no solo es una declaración de honestidad, sino también el primer paso para superar los efectos negativos existentes en la subjetividad de todo discurso sobre la historia (Burke, 2012). Todo producto historiográfico es obra de una persona que vive en sociedad, con todo lo que ello comporta, todo producto historiográfico es un producto social. El historiador se acerca al conocimiento del pasado a partir de su propio presente y es el protagonista indiscutible de la historia, entendida como proceso de conocimiento, desde el momento en que se convierte en el catalizador de la relación sincrética entre presente y pasado. En el libro el autor nos alerta de algo importante que debemos valorar, ya que, si bien la rama de los Espinach que viajó a América se caracteriza por su acumulación de poder y riquezas en unas pocas manos, lo cierto es que los Espinach que quedaron en la península ibérica fueron campesinos que vivieron durante siglos en el mismo pueblo. El autor desciende de dicha rama familiar, la que se quedó en Cataluña, y de la que es junto a su madre uno de los últimos exponentes. En ese sentido, ha querido dar voz a quienes fueron antecesores suyos, especialmente a sus abuelos maternos y a sus dos tías fallecidas siendo muy jóvenes en Tarragona en plena guerra civil española. Así las cosas, este es un libro de contrastes que se devora con avidez, ya que cada dato va enlazándose con el resto de informaciones que nos ayudan a comprender la complejidad de las distintas capas de un árbol genealógico familiar a lo largo de varios siglos.
A través de los pleitos y actas notariales que describen cada momento histórico de los Espinach, vemos que esta familia catalana, al emigrar hacia países americanos, utilizó numerosas estrategias legales para conseguir aumentar su poder y sus negocios, algo que resulta muy evidente en su asentamiento en la zona minera de Cajamarca. Descubrimos de qué modo fueron avanzando estas maniobras y tácticas para defender sus negocios, hasta el extrermo de que Miguel Iglesias, del clan de los Espinach, llegó a ser presidente de la nación (Espinach, 1948, 1963), dato relevante que incorpora elementos decisivos en el relato. El autor recoge cada documento encontrado y lo convierte en texto analizado, para de ese modo dotar de significado a cada momento histórico estudiado. Como cuando se refiere a la documentación que ha descubierto sobre Pablo Espinach. Las últimas voluntades de Pablo Espinach no fueron las que expresó en el testamento mancomunado con su esposa, sino las que estableció en un codicilo posterior fechado el 2 de octubre de 1825. En una primera nota al margen se dice que con fecha del 7 de octubre de ese mismo año se comunicó a su esposa la condición de albacea que se le asignaba. Una segunda anotación en la última página del documento indica que el escribano dio testimonio de la publicación del testamento a la viuda albacea con fecha 15 de abril de 1826. Y gracias a esta detallada y minuciosa observación de los documentos, nuestro autor puede aclararnos que Pablo Espinach falleció a los 67 años de edad. De hecho, figura en este testamento individual como coronel retirado, declarando en estas últimas voluntades que el legado de su difunto tío se veía afectado entonces por dos pleitos sobre la hacienda de Udima, denuncia promovida por Josefa Castañeda, reclamando parte de la propiedad de dicha hacienda, cuyos autos estaban pendientes de apelación ante la Junta Superior de Justicia de la ciudad de Bolívar.
En los distintos relatos, en las relaciones que se establecen entre lugares y personas, detectamos un hilo conductor que nos acerca a elementos tremendamente curiosos, como es el caso de la Madre Espinach, vidente y profetisa (Puga de Losada, 1950). Cada personaje va relacionándose con el resto de la saga, de manera que, a pesar de la dificultad que entraña en ocasiones el hecho de que coincidan apellidos y nombres, lo cierto es que al final encontramos en el texto de Navarro Espinach un poso de orden que nos reconforta y nos atrae, al tiempo que nos perturba. Uno de los personajes importantes del libro es Miguel Espinach, cuya trayectoria fulminante se describe del siguiente modo:
La llegada de Miguel Espinach a América se produce al comienzo del reinado de Carlos III y diez años después del nombramiento de Amat como virrey del Perú. Resulta llamativo que ya fuese propietario de una hacienda llamada La Comarca en la provincia de Cajamarca solo un año después de arribar al puerto de Buenos Aires, según se desprende de ese documento del 23 de septiembre de 1771 en que los indios de Chota solicitaban al virrey que les concediera la exención de pago de tributos y prestación de trabajos forzados en dicha propiedad. Es muy probable que la compra o arrendamiento de tierras fuera en paralelo al desarrollo de actividades vinculadas a la explotación minera. A finales del siglo XVIII ya era uno de los personajes más importantes del complejo minero de Hualgayoc, interviniendo como empresario y habilitador. Un habilitador era quien «aviaba» o habilitaba a los mineros con dinero y bienes para la explotación de las vetas de plata. El acceso a la propiedad de esas vetas era gratuito si se denunciaba su abandono o bien alegando haberlas descubierto. Las donaciones de vetas también eran frecuentes para saldar deudas que no podían pagarse con dinero. En teoría, todas las minas eran propiedad del rey de España, por tanto, los súbditos españoles podían considerarse poseedores, pero nunca propietarios, aunque en la práctica se llamaban a sí mismos dueños y las vendían, alquilaban o donaban según sus intereses. Quienes ocupaban los puestos militares o políticos más importantes fueron quienes tuvieron más posibilidades de enriquecerse con el negocio minero. La asociación de un minero y un habilitador en una compañía era la forma de empresa más rentable, el primero ponía la mina y el segundo todos los recursos para su explotación. En el caso de Miguel Espinach, todo apunta a que su actividad inicial fue terrateniente y minero, y tras alcanzar el poder suficiente se convirtió en habilitador de otros mineros. El ejercicio simultáneo de los roles de minero y habilitador era la culminación habitual de todo hombre de negocios próspero. Para ello debió ser fundamental que fuera un militar comisionado al servicio del virrey y además ocupara el cargo de alguacil mayor de la Inquisición en la villa de Cajamarca. La ostentación de cargos relevantes como el de alcalde de la villa, diputado de minas y otros más que desempeñó fue una estrategia económica clave para reforzar su posición social privilegiada, utilizando en su beneficio a la población indígena como mano de obra esclava. Durante 29 años de actividad minera en Hualgayoc entre 1775 y 1803 logró fundir 343.830 marcos de plata (un marco equivalía a 230 gramos, por tanto, 79.080,9 kg), a una media de casi doce mil anuales (2726,8 kg), lo que venía a suponer un 20% de la producción total de todo el complejo minero de Hualgayoc durante ese tiempo. Entre las 33 personas que fundieron barras de plata en la Real Callana de Trujillo en 1790 solamente había tres habilitadores y uno de ellos era Miguel Espinach, el único de los siete mineros que explotaban el cerro de Hualgayoc. (Navarro Espinach, 2025, 56-57)
Del mismo modo que el autor nos relata las peripecias de sus antepasados cuando viajaron a Perú y se instalaron en la región de Cajamarca, también podemos conocer lo ocurrido después por los descendientes de esta rama familiar, quienes tuvieron que emigrar de nuevo tras la catástrofe de la guerra con Chile, un grave conflicto que supuso la pérdida de buena parte del territorio del sur del país, zona que pasó a manos chilenas. Entre las informaciones atractivas que ofrece el estudio encontramos el caso del mausoleo de los Espinach en el Cementerio de Cartago (Moya Gutiérrez, 2019; Huerta, 2021). Esta ciudad fue capital de Costa Rica hasta que el terremoto de Cartago, también conocido como terremoto de Santa Mónica, ocurrido en 1910, uno de los más destructivos en la historia del país, arrasó la ciudad, convirtiéndola en un cúmulo de muerte, devastación y ruinas. Gracias al asesoramiento de un grupo de arquitectos catalanes, que llegaron a Cartago invitados por los Espinach, se construyó un mausoleo a prueba de movimientos sísmicos (Fernández Piza, 1978). De hecho, tras el desastre, el único edificio que quedó en pie tras el terremoto fue precisamente el Mausoleo de los Espinach. Estos hechos provocaron que se trasladase la capital a la ciudad de San José. En el capítulo dedicado a los Espinach en Costa Rica encontramos numerosos escritos encontrados por el autor, quien ha querido destacar el valor de estas cartas familiares, ya que conducen hacia una interpretación más cercana de los hechos, al ser narrados en primera persona por cada persona que escribía. En algunos casos se trata de textos recopilados por descendientes, que fueron publicados en ediciones muy difíciles de encontrar, pero que Germán Navarro Espinach, como historiador ávido de saber, ha sabido detectar en librerías de saldo, colecciones en venta y anticuarios. El hecho de contar con esta documentación nos abre todo un mundo de posibilidades para la interpretación, ya que acaban desgranando las relaciones entre los miembros de la familia, que van más allá de las meras expresiones de afecto o cordialidad, demostrándonos conductas que han derivado en decisiones importantes, incluso para la historia del país.
Buenaventura Espinach Gual fue a trabajar a las explotaciones mineras del Aguacate en Costa Rica en 1822. Sin embargo, puede que su objetivo inicial fuera México. Cuando navegaban a la altura de las costas de Centroamérica el barco estuvo a punto de naufragar y se refugiaron en el puerto de Corinto en Nicaragua, otro país que estaba en plena guerra civil. Fue allí donde les aconsejaron a él y a sus compañeros de viaje, Francisco Giralt y Manuel Vidaorreta, que marchasen al territorio de Costa Rica, en vez de ir a México, porque era un oasis de paz y tranquilidad. Costa Rica se había independizado del imperio español el 15 de septiembre de 1821. Tras la aprobación de una primera constitución para la nueva república, se reconocieron los derechos civiles de los habitantes, se abolió la esclavitud y se proclamó la libertad de comercio. Costa Rica se consolidó como uno de los centros de operaciones comerciales más importantes de Centroamérica, en beneficio de un grupo reducido de hombres de negocios en su mayoría extranjeros. Tras la independencia del país, se fue conformando un verdadero estado oligárquico que fundamentaba su riqueza en un modelo de desarrollo agroexportador basado en el café, lo que permitió el despegue y fortalecimiento de una oligarquía cafetalera de gran influencia sobre los asuntos del estado. Buenaventura Espinach obtuvo la carta de naturaleza como ciudadano de Costa Rica el 17 de junio de 1830 y el 18 de agosto del año siguiente ya era nombrado diputado de la junta del gremio de mineros (Chen Mok et al., 2010). Su primera fortuna surgió, por tanto, de las minas de oro del monte del Aguacate. Buenaventura volvió a Cataluña en 1835 después de 19 años sin noticias suyas en la familia. Aseguró sus fondos bancarios en Inglaterra y llegó al puerto de Barcelona el 12 de octubre de ese mismo año.
Este libro ofrece un ejemplo práctico de cómo la confección del árbol genealógico de una familia común acaba por desembocar en un viaje impredecible al pasado. No se trata de hacer un cuadro descriptivo de los grados de parentesco de sus distintos componentes representados en forma de árbol. El reto que plantea el autor consiste en aprender a formular hipótesis, interrogar los datos recabados e intentar interpretar los hallazgos y resultados obtenidos para divulgarlos y debatirlos con otras personas. Tirando del hilo de una pista tras otra, el árbol genealógico se transforma al final en un tren de alta velocidad que transporta a lugares y tiempos desconocidos, un verdadero ejercicio de memoria (Le Goff, 1991). Mediante este ensayo también se pregunta qué se puede aprender con una autobiografía familiar desde el punto de vista de la didáctica de la historia. Y es que la historia de los antepasados pone a prueba nuestra capacidad de comprensión del pasado, de pensar históricamente. Estudiar la familia catalana de los Espinach de Solivella y su instalación en Perú y Costa Rica durante varios siglos pone en evidencia problemas fundamentales que también afectan al mundo presente como son la emigración, la interculturalidad, la globalización y el diálogo intergeneracional.
En Europa, los libros parroquiales para la población cristiana desde el siglo XVI, así como los registros civiles desde el siglo XIX, consignaron nacimientos, bautismos, matrimonios y defunciones, facilitando el ingreso de la mayoría de la sociedad en la historia. Comenzó entonces la era de la documentación de masas que ha ido en aumento hasta el día de hoy. Por otro lado, no existe nada más curioso que el álbum fotográfico de una familia creado a partir de imágenes que nos recuerdan las etapas de la vida de cada miembro de la familia a lo largo de los años. Los reportajes de fotos en redes sociales virtuales han sustituido a esos antiguos álbumes, pero la función de memoria personal sigue siendo la misma.
Uno de los apartados del libro se centra en las figuras de Teresa y Amparo, las tías del autor (hermanas de su madre, y por tanto pertenecientes también a la rama familiar de los Espinach), a quienes rinde homenaje, al tiempo que destaca la importancia de los cementerios para recuperar el patrimonio más cercano. Los cementerios acogen una gran cantidad de noticias familiares que se apoyan en toda una serie de documentos producidos a raíz de la muerte de cada persona: certificados de defunción, partes médicos acreditativos, títulos de uso de las tumbas y nichos, facturas de entierros, esquelas, recordatorios, fotografías. Una sepultura contiene una memoria escrita paralela que amplía más el concepto de patrimonio, conectando el cementerio con fondos archivísticos relacionados, como los registros civiles, las administraciones de las empresas funerarias o los propios archivos familiares. Todo esto permite convertir los cementerios en talleres de historia sobre nuestros antepasados, recuperando noticias de tiempo lejanos, como si fueran hilos de mensajes en las redes sociales que se amplifican en relación con lo que creíamos saber. En el caso de Tarragona, la Fundació Hospital de Sant Pau i Santa Tecla es la propietaria del cementerio desde que se hizo cargo de la gestión en 1825. Durante la Segunda República, el 18 de marzo de 1933, la junta administrativa del Hospital de Sant Pau i Santa Tecla cedió al matrimonio formado por Vicent Espinach y Amparo Damián el nicho 115 de la isla de Sant Oleguer, en la parte inferior de la Via de la Mare de Déu del Claustro del Cementerio General de Tarragona. Por el derecho funerario, el matrimonio entregó una limosna de 160 pesetas, como acredita el título expedido a su favory que se reproduce en el libro. En el registro de inhumaciones de dicho nicho se inscribieron únicamente dos sepulturas. La primera a nombre de Teresa Espinach Damián, hija primogénita del matrimonio, fallecida a los 16 años. La segunda sepultura fue la siguiente hija, de nombre Amparo, que murió en 1939 a los 20 años. La única hija que sobrevivió del matrimonio de Vicent y Amparo vive todavía y es Núria Espinach Damián, nacida en Tarragona el 2 de octubre de 1938 en plena guerra civil, madre del autor del libro.
Partiendo de la importancia que adquiere la transmisión de saberes, desde el inicio del libro, además del interés en el ámbito estrictamente académico, se está pensando en el uso que se hará del trabajo en las aulas universitarias de Historia. La obra funciona como una herramienta que ayuda a rastrear el método de quien pretende dedicarse a la Historia, descubriendo las fases que aglutina la investigación. Trata de aproximar la Historia a los intereses del alumnado como paso previo a la formación de historiadores e historiadoras. Ya en el primer capítulo se abordan cuestiones fundamentales del oficio de historiador/a, tales como la objetividad o la propia concepción del tiempo. Asimismo, en el resto de capítulos, incluyen numerosas referencias a la variedad de fuentes utilizadas: documentos escritos, pinturas, fotografías, lugares patrimoniales, cementerios, y numerosas imágenes de fondos archivísticos. Entre los objetivos del libro, el autor destaca la tarea del profesorado en el aula universitaria, abogando por generar experiencias docentes y por romper el aislamiento que caracteriza tradicionalmente a ciertos colectivos excesivamente especializados. En ese sentido, y desde el estudio de la historia, el libro trata de responder a problemáticas y preguntas del presente.
Numerosas aplicaciones que encontramos en Internet ofrecen recursos para rastrear nuestro árbol genealógico y conectarse con posibles familiares en cualquier parte del mundo, enlazando con documentos históricos que pueden acreditar el origen de antepasados comunes. La genealogía está considerada en ámbitos académicos como una disciplina más entre las ciencias y técnicas historiográficas, dedicada casi siempre a recuperar los linajes nobiliarios y la historia familiar de las élites. Para el resto de la humanidad queda la prosopografía, una estrategia de análisis histórico que consiste en someter a un mismo cuestionario a un número representativo de personas pertenecientes a una población predefinida. Se utiliza la prosopografía para resolver el problema de la escasez de documentos históricos conservados para abordar la historia de una sola familia. De ese modo, se reúnen todos los datos biográficos relevantes de determinados grupos sociales de forma sistemática, para que esos datos del colectivo adquieran relevancia adicional al ilustrar su influencia en los procesos históricos estudiados. La prosopografía y la genealogía son herramientas que utiliza la historia para interpretar las trayectorias familiares que conforman cada clase social, rastreando la movilidad de las personas y su evolución a lo largo del tiempo en perspectiva intergeneracional. El exceso de datos y noticias indica que somos gigantes de la información, pero eso no supone adquirir conocimiento, ya que lo importante es rastrear lo ocurrido para sacar conclusiones que nos conduzcan hacia una sociedad más justa, formada y equitativa (Vilar, 2004). Un viaje al pasado familiar como el que nos ofrece Germán Navarro Espinach en este volumen, constituye una oportunidad para reflexionar sobre lo que significa actualmente la enseñanza de la historia, algo que debe encajar dentro del interés por mejorar el papel de la educación en el sistema social (Freire, 1967). Relatar los acontecimientos desde lo más cercano, remitiéndonos a las personas que nos han precedido, sin dejar de lado a quienes ahora comparten con nosotros los momentos de nuestras vidas, nos permite averiguar hasta qué punto formamos parte de los acontecimientos que configuran aquello que llamamos Historia. Este libro nos ayuda a reconocer el poder del árbol genealógico como instrumento social, educativo, histórico y cultural.
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