Reseña de Sáez del Álamo (2024). Biopolítica del armario

Review of Sáez del Álamo (2024). Biopolítica del armario

  • Rosa María Medina Domenech
Portada libro

Javier Sáez del Álamo (2024)
Biopolítica del armario. Bellaterra Edicions.
ISBN: 9788419160690



Cuando la disidencia sexual atraviesa nuestras biografías, acercarnos a pensar sobre el armario, después de haber sufrido sus espinosos fondos, no es tarea confortable. Quienes en la España postfranco vivimos lejos del circuito, aparentemente triunfante, de la movida madrileña, experimentamos de forma encarnada muchas de las cuestiones que plantea Javier Sáez en este estimulante libro.

El autor nos invita a un viaje de ida y vuelta, entre teoría y experiencia, que enriquece los dos puntos del viaje. Es un enriquecimiento que no ensimisma en el regodeo de situaciones vividas. Más bien se trata de un viaje que ayuda a comprendernos mejor como colectividad disidente, y consolida en nuestra memoria experiencias que con frecuencia hemos minimizado, soterrado, bromeado o ignorado incluso. Vivir en la disidencia al sistema heteronormativo, en tiempos de dictadura y postdictadura, es un dolor, pero ¡cuidado!, tanto o más que una creación; y aquí uso el término creación como producción artística o artesana y acto político de intervención en la realidad. Así vivimos mucha gente las prácticas de armario: recorriendo el amplio espectro que va del encierro solitario a la liberación y politización colectiva. Muchas veces también haciéndonos excursiones de ida y vuelta al armario.

Poner a dialogar la experiencia del armario con aportaciones teóricas recientes que tratan de explicar el mundo —he de decir — produce mucho alivio y placer. Uno de sus placeres principales, al menos para mí, es la clara ubicación que adopta Javier Sáez al situar su reflexión sobre el funcionamiento político del armario desde una base feminista. Otro placer es compartir con el autor la idea del valor de la teoría para pensar experiencias vitales no normativas, incluso como mecanismo de auto-reparación. Lo normativo ofrece itinerarios encajonados en la obediencia pero que, afortunadamente, son constantemente subvertidos incluso gracias a diálogos, como este, entre teoría y experiencias vitales, muy humanas y cotidianas para ciertos colectivos, como la gente LGTBIQ+.

El enfoque general de Biopolítica del armario consiste en articular un desvelamiento del armario, a través de la teoría contemporánea, enmarcándolo en el sistema sexo/género/sexualidad. Es decir, explorar cómo funciona la dominación de la disidencia a través de este dispositivo. Al igual que el dispositivo de feminización, del que nos hablaba hace unos años la también foucaultiana Julia Varela (1997), el “armario” busca cerrar el mundo en un sistema binario (sexo/género, mujer/hombre, homo/hetero…) muy costoso y represivo como procedimiento de sujeción. El objetivo del libro es complejo, porque pretende hacer un repaso a la teoría contemporánea (del monstruo o el fantasma a la solidaridad internacional), con el objetivo de acercar teóricamente una experiencia común colectiva a audiencias más amplias.

El libro de Sáez del Álamo al responder a la pregunta ¿qué “hace” la teoría queer?, en cierta forma facilita la respuesta a la cuestión ¿quién teme al género?1 Tema quien tema a la teoría, ella nos ha ayudado a entendernos como parte de un cuerpo colectivo que ha menoscabado el poder biopolítico con agencia polifónica y construyendo alianzas desde los márgenes teóricos, experienciales y vitales. Ese cuerpo colectivo mantiene la lucha por el reconocimiento de la disidencia a la norma (y no para implantar otra forma de normatividad obligatoria como defienden los sectores tránsfobos). Aquí me interesa señalar la manera en la que el autor descifra las formas queer de mirar la propia teoría para descodificar su significado vital y encarnado, y mostrar el valor de la teoría para comprender experiencias no normativas. Encuentro este juego de desvelamiento particularmente ágil en el capítulo que mira el armario desde la óptica zombie, ayudando a descarrilar, muy útilmente, los itinerarios —también los teóricos— normativos (capítulo 6).

En ese viaje de ida y vuelta, entre teoría y experiencia, el humor cementa el empedrado teórico de Sáez del Álamo, la experiencia florece con dulce ironía, como guiño entrañable hacia nuestras vidas disidentes. Así me lo parece, por ejemplo, en la mención de la vivencia sobre “la paz navideña” una experiencia tan… reconocible y con la que podríamos escribir ese manual normativo para “gentes de bien” sobre cómo afrontar a un sujeto LGTBIQ+ en tu familia (p. 50).

Javier Sáez sigue los planteamientos foucaultianos sobre las nuevas formas de dominación que surgen con la modernidad y que encuentran en los saberes y sus instituciones su mano ejecutora. Esta dominación, para Foucault, tiene un eje de intervención individual y otro sobre el cuerpo colectivo. La novedad es su forma de acción, actúa a través de normas ejecutadas mediante alianzas entre poder y saber. Este planteamiento tan fructífero nos ha ayudado a entender la diferencia histórica en el control sobre la vida a partir del siglo XVII. Sáez del Álamo propone que leamos el armario en esa clave biopolítica, sin que la aplicación de la teoría sea una imposición, sino una sugerencia a abrir la caja negra, con frecuencia muy, muy negra, del armario.

En el marco biopolítico, el poder se entiende con efecto productivo, es decir la norma produce sujetos, nos constituye para hacernos socialmente reconocibles. El armario sería, por tanto, una tecnología de producción de sujetos identificables dentro de los binarismos de sexo/género/sexualidad. La cuestión peliaguda de esta forma de entender el poder es que pone el énfasis en la docilidad y la obediencia de los sujetos, más que en la resistencia o disidencia. Pero lo que es importante destacar, por incómodo que resulte, es que el armario no actúa como dominación externa, sino que configura nuestras subjetividades. Este aspecto sobre la relación entre el poder y la fabricación de lo subjetivo está quizá presente, pero de forma más tenue, en el trabajo de Javier Sáez, aunque invite a reflexionar sobre los mecanismos psíquicos del poder, ese aspecto tan espinoso que trató en profundidad Judith Butler (2001). Quizá, como planteé al analizar los lenguajes del yo lesbiano en la obra juvenil de Ana María Moix, Julia (Medina-Domenech, 2018), el significado de la subjetividad y los procesos de subjetivación son un terreno resbaladizo porque es fácil deslizarse y hacernos creer que lo subjetivo es preexistente y universal. Desde la psicocrítica feminista Margot Pujal y Patricia Amigot (2010) también han planteado esta capacidad productiva doble del dispositivo “género”, tanto en la producción de binarismos de sexo y subjetividades como en la de desigualdades entre mujeres y hombres.

Como tecnología, el armario puede también verse, desde el marco del panóptico, como un sistema de vigilancia y auto-vigilancia (p. 31) para producir cuerpos “normalizados”, es decir, sin pluma, sin expresión no normativa del género (p. 56), “como una máquina de producción de heterosexualidad, de producción de cuerpos normativos, de imposición de un espacio público, cisheterosexual” (p. 28). Merecería la pena en el futuro tirar de este hilo y preguntarse por los contextos específicos que hacen del armario un vigilante opresor o productivo, es decir cómo los contextos generan funciones diferentes del armario. Sin olvidar que esta maquinaria de vigilancia se asienta en la desigualdad radical: la amenaza siempre funciona en un sentido (“No se puede amenazar a alguien desvelando su heterosexualidad” p. 49).

Es frecuente percibir el encarcelamiento en el armario como propio de otros tiempos históricos o dictaduras, pero Sáez nos advierte de las formas futuras de su acción represiva. Los armarios distópicos futuros vienen preñados de prótesis correctoras: implantes, vacunas etc., que la cultura visual ya está representando (en el film XMen, por ejemplo). Mirar al armario desde la óptica futurista termodinámica (capítulo 8) le permite a Sáez reflexionar sobre el desgaste energético de mantener el armario, jugando con el análisis de la película Monstruos S.A. (2001). Muestra así algunas proyecciones culturales que hacen del armario un dispositivo al servicio de la reproducción de la heteronorma, incluso mediante la manipulación emocional del miedo y el juego cruelmente variopinto del llamado “pánico homosexual”, tan contagioso y necesitado de nuevos estudios para poder protegernos de su capacidad de enfermarnos. Este capítulo usa una argumentación interseccional y a autoras marxistas como Silvia Federici que ha tenido mucha repercusión en círculos feministas en nuestro contexto. También hace recuperación histórica del activismo LGTBI para reflexionar sobre los siniestros ensamblajes de los sistemas de opresión.

En este sentido, dos ideas me han interesado particularmente. Por una parte, la de que acceder al armario puede, en ocasiones, constituir un privilegio de clase, un aspecto que percibí al analizar la diversidad sexual en la España de los sesenta (Medina-Domenech, 2023). Por otra, que el armario tiene privilegios de género ya que el machismo se infiltra en el propio funcionamiento del armario. De eso podríamos hablar de forma extensa las mujeres que a duras penas descubrimos que éramos disidentes sexuales pues carecíamos de imaginarios para identificarnos así. Ni siquiera estábamos ocultas en nuestros armarios, simplemente no podíamos situarnos de forma no heterocentrada. Son reveladoras, en ese sentido, las tiernas y honestas palabras de Empar Pineda en la entrevista que le hace Lucas Platero mediada por la publicación de su libro Por un chato de vino (Platero y Garrido, 2015). Empar Pineda (2015) nos descubre que en 1964, con unos 20 años, una compañera de militancia política le abría la puerta de su armario: “Déjate de ‘amigas íntimas’ tú lo que eres es una lesbianona de tomo y lomo”, situándola ante la posibilidad de identificarse en la disidencia y “elegir” (o no) la homosexualidad, aún más clandestina que la militancia política que estaba viviendo.

Echo de menos, sin duda por razones biográficas, una mayor profundidad en las diversidades del armario según colectivos y vidas, particularmente su modus operandi entre mujeres lesbianas, algunas de ellas des-generadas, como también indica Empar Pineda en su testimonio. Es cierto que en la sección sobre fantasmas se recogen aportaciones (Monique Wittig, Fefa Vila, Barbara Ramajo, Adrianne Rich) que denuncian la violencia patriarcal que supone el vacío y la invisibilización de las mujeres con sus diversos contextos históricos. Creo que la peculiaridad del armario en los colectivos de mujeres lesbianas va más allá de la cuestión espectral que apunta el texto.

En el desmontaje teórico que lleva a cabo Javier Sáez también plantea el armario como un espacio (posible) de libertad para poder vivir la disidencia, “vivir prácticas sexuales o afectivas diferentes y alternativas ese sería el poder de la clandestinidad” (p. 79) mencionando planteamientos de Paco Vidarte. Pero lo que quizá subraya con más énfasis Sáez del Álamo es la ambivalencia del propio armario como lugar de opresión y normalización, a la vez que refugio. Esta ambivalencia se refleja bien en la observación del armario como un productor discursivo de silencios (capítulo 7) porque la dinámica dentro/fuera del armario genera “el juego de oposiciones en el que se emplaza a existir a las personas LGTBI-Q” (p. 123). Sáez del Álamo recoge dos de las experiencias en las que, dolorosamente, puede cristalizar ese silencio: el matrimonio y el sacerdocio, particularmente, creo, en el caso de los (bio)hombres gays. Pienso que quizá estas dos fórmulas no son tan frecuentes entre (bio)mujeres y, menos aún, entre mujeres u hombres trans. Estas cuestiones abren la puerta a futuras indagaciones interseccionales de las diferencias en la diversidad sexo/género/sexualidad.

Esta “diversidad” del propio armario también atañe a la clase social. Quizá sea en el capítulo 10 (“Armarios sin fronteras”), donde el autor aborde con más profundidad la diversidad de los armarios. Desde la homogeneidad que pueden representar ciertos llamamientos a salir del armario como “mandato de liberación” para encajar en una normalidad al estilo hetero-clase-media-alta (matrimonio, hipotecas, hijes…), o donde la virtualización (ciberarmarios, “el armario de hoy en día viene con wifi incorporado”, p. 168) pueda esconder otras formas generizadas de armariarse y alejarse del trabajo político colectivo. El enfoque racial está iluminado con las lecturas de la activista gitana lesbiana Vera Kurtic e Iñaki Vázquez quienes han denunciado no sólo las tensiones de pertenecer a un lugar donde se cruzan las opresiones, sino las dificultades de asumir las definiciones hegemónicas de armario e identidad.

Los diálogos interseccionales (raza, discapacidad, clase…) hacen más compleja la visión sobre este dispositivo de normalización social y permiten lecturas críticas del cruising (capítulo 9, “Armarios al aire libre”), poner en evidencia las formas diferentes (no siempre a gusto de todes) de la disidencia sexo-genérica en muchos lugares, y plantear los vínculos entre la “capacidad corporal obligatoria”, la heterosexualidad obligatoria y el racismo, o denunciar la pervivencia de la serofobia. El capítulo desgrana y pone en diálogo trabajos tan diversos como los de Robert McRuer, Riley Snorton, Jasbir Puar, o Melania Moscoso. Pero, sobre todo, mantiene como telón de fondo la necesidad de la activación política, de construir comunidades y alianzas transversales. Una necesidad cada vez más urgente con el ascenso transnacional de los fascismos postmodernos u obsolescentes y la política del resentimiento como eje emopolítico (Fernández-Cebrián y Pueyo-Zoco, 2022).

Javier Sáez no olvida que poder y resistencia son inseparables y que, por tanto, el armario no ha sido sólo una cámara de tortura, como he comentado. Pero echo de menos en la obra el ahondar en las diversidades del armario, según colectivos y vidas, particularmente las formas en las que el armario puede ser, incluso, resignificado como un liberador ambivalente. No es que este aspecto quede completamente olvidado en el texto, pues las palabras de Paco Vidarte son una apertura a entender cómo la ocultación misma pude ser resistencia, “vivir prácticas sexuales o afectivas diferentes y alternativas ese sería el poder de la clandestinidad” (p. 79).

Se pueden sugerir aspectos que podrían haber sido diferentes en este libro, particularmente sobre cómo organizar el texto menos guiado por lo que dice la teoría o, incluso, hacerlo más didáctico y orientado a prácticas que suscitan o parten de las vidas cotidianas. Quizá, por mi condición de historiadora, he echado de menos una contextualización histórica mayor del armario, incluso dentro del marco contemporáneo o de la propia dictadura franquista, aunque quizá esa sea una propuesta de investigación que sugiere el propio texto. Sí sugeriría, en el caso de próximas ediciones, desarrollar un índice de materias atento con quien lee para facilitar la entrada en el libro por zonas de interés.

Hubiera sido útil cierta reflexión sobre cómo vivir éticamente en una vida atravesada por el biopoder que vaya más allá de una sexualidad desinhibida, y que, como apuntó Foucault, genere una ética erótica del otro que no funciona como un código sino como una ampliación del espacio de existencia (Huffer, 2013). Pero Javier Sáez no olvida por completo esta tarea y muestra tácticas de acción política cotidiana a lo largo del texto. Por ejemplo, cuando recoge la idea de “nunca hay que responder al poder” (pp. 51-52), que conecta con algunas propuestas locales como las de Ricardo Llamas desde la radical Gai, o cuando recuerda la saludable advertencia de Paco Vidarte de no olvidar que “Nadie es culpable de estar dentro del armario”.

Me parece clave que Javier Sáez opte por cerrar el libro con las memorias de la disidencia sexual (capítulo 11), también como testimonio de las reivindicaciones colectivas memorialistas que han venido manifestándose en la última década en nuestra geografía y que incluso han dado pie a ficciones fílmicas muy bien acogidas como la de Te estoy amando locamente (2023). Este film recoge la resistencia del MHAR (Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria), iniciado en 1977 por Mar Cambrollé, también fundadora de la Asociación de Transexuales de Andalucía (ATA) - Sylvia Rivera. Este movimiento memorialista LGTBIQ+ busca su especificidad pública (y diversa), bastante alejada de la historia anglosajona que a veces nos coloniza, a pesar de que su construcción de identidades colectivas tiene rutas muy diferentes a los del estado español.

Aunque el capítulo quizá adolece de cierta sobrecarga teórica —incluyendo la heterotopia y la institución total— que no queda del todo bien trabada, a gusto de esta lectora, el núcleo fundamental está muy bien elaborado. Sáez se adentra en el giro archivístico que desencadena el “Mal de archivo” de Jacques Derrida. Se centra en la relación entre armario, archivo y trauma, debatiendo los planteamientos de Anne Cvetkovich sobre el archivo y las culturas públicas lesbianas del trauma. La discusión sintetiza las “múltiples dimensiones traumáticas del armario”, es decir, trauma histórico y herida y olvido de memoria colectiva, personal, familiar, sexual, psicológica, diaspórica, colonial… (pp. 229-230). El armario concentra, por tanto, “la huella mnémica del contrato heterosexual”, el trauma no es el resultado de una identidad o autopercepción sino de la percepción del conflicto que esa disidencia genera (pp. 226 y 228). Sáez cierra con el apunte biográfico de su propio armario, pero conectando con la estela feminista que guía este viaje de ida y vuelta entre la experiencia y la teoría. Este libro no nos permite olvidar el placer que produce la teoría cuando nos abre el armario y vemos todo el ropero que oculta. Lo más hermoso a destacar tras su lectura: la relación con nuestros armarios queda definitivamente tocada, se transforma.

Referencias

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