En el 2021 se cumplieron treinta años del fallecimiento de José Ferrater Mora, uno de los autores menos convencionales y más ilustrados e inquisitivos de entre todos los que pertenecen al ámbito filosófico hispano. Aunque decirlo sea ya un tópico, el Diccionario de filosofía (Ferrater Mora, 1979a), probablemente su obra más conocida y utilizada, da buena cuenta de ello. Pero, en otro orden de cosas, su interés continuado por las matemáticas, las ciencias y la tecnología también lo confirman (Ferrater Mora y Leblanc, 1955; Ferrater Mora, 2018), sin olvidar sus incursiones en la narrativa y la cinematografía —donde asumía personalmente prácticamente todas las etapas del proceso—. Asimismo, se cumplen cuarenta de la publicación de su libro Ética aplicada. Del aborto a la violencia, escrito juntamente con Priscilla Cohn (Ferrater Mora y Cohn, 1981). Dicha obra tardía desarrolla en la introducción (Hacia una noción de “ética”) lo que en su momento Ferrater Mora entendía por ética, y continua con siete ensayos sobre cuestiones contemporáneas de ética aplicada (el aborto, los derechos de los animales, la eutanasia, la igualdad sexual, el paternalismo, la pornografía y la violencia), que pasarían a ser ocho cuando la segunda edición (1988) incorporó el ensayo titulado El medio ambiente. Este último fue pionero en la reflexión filosófica en español sobre cómo habría de ser nuestra relación con la naturaleza, teniendo en cuenta la situación a la que ya se había llegado y las graves amenazas que se cernían en el horizonte. Además de las publicaciones sobre la filosofía de Ferrater Mora que se citan más adelante, cabe destacar el reciente estudio de Carlos Nieto, El mundo desde dentro: El pensamiento de José Ferrater Mora (Nieto, 2021) con prólogo de Victoria Camps, así como las tesis doctorales de Carla Isabel Velásquez, La relación entre filosofía y ciencia en la obra de José Ferrater Mora (Velásquez, 2015) y de Roberto Dalla Mora, De Catalunya al mundo. Trayectoria intelectual de José Ferrater Mora (Dalla Mora, 2016). Desde noviembre de 1989, la Cátedra Ferrater Mora de Pensamiento Contemporáneo (https://www.catedraferratermora.cat/es), adscrita a la Universitat de Girona, acoge y mantiene vivo su legado.
El ensayo que aquí se desarrolla no se centra en el análisis de algún ámbito específico de la extensa propuesta filosófica elaborada por Ferrater Mora, sino que, de forma menos ambiciosa, recoge y describe los aspectos que consideramos principales respecto a la forma en que dicha tarea fue llevada a cabo. Una manera de proceder, la suya, que el autor denominó integracionismo y que no es tan solo un procedimiento o un esquema metodológico. A partir de cierto momento en su evolución personal (Ferrater Mora, 1962), y de manera explícita o implícita, las características de este enfoque aparecen repetidamente en sus obras principales, unas obras que —como es notorio en las sucesivas ediciones publicadas— siempre quedaban abiertas a la posibilidad de posteriores aclaraciones y, si era menester, reformulaciones. Así pues, nuestro objetivo es explicitar lo más destacable en los perfiles, los supuestos y las implicaciones de su manera de entender y desarrollar la tarea filosófica. Una manera que, en la actualidad, sigue siendo muy apropiada y, como se explicita más adelante, en algunos aspectos hasta puede decirse que necesaria. Para ello se han seguido, principalmente, tres escritos de Ferrater que, si bien pueden ser considerados como complementarios en el conjunto de su obra, resultan muy apropiados al enfoque aquí asumido. Por orden cronológico, el primero es el libro La filosofía actual (1969); el segundo, el artículo La filosofía entre la ciencia y la ideología (1976); el último, el apéndice Las cartas sobre la mesa, con el que concluye De la materia a la razón (1979b).
Para empezar en sintonía con el pensamiento de Ferrater, puede ser útil recordar que, en su opinión, no es del todo claro en qué consiste la actividad filosófica: “Por lo dicho se ve cuán difícil es delimitar nítidamente, y no digamos de una vez por siempre, la índole de la actividad filosófica” (Ferrater Mora, 1969, p. 112). Decir de ella que analiza, critica, revisa, explica o propone, es cierto, pero ni es decir mucho ni con ello se describe algo exclusivo de la práctica filosófica. Es quizás por esta razón que la pregunta metafilosófica sobre la naturaleza de la filosofía aparece, de forma recurrente y con más o menos agudeza, a lo largo de todas las épocas. Si bien Ferrater no está muy interesado en la metafilosofía y, a fin de cuentas, lo más importante parecen ser los resultados y la forma en que se han obtenido (Ferrater Mora, 1969, p. 113) considera que, además de su indefinición constitutiva, hay otra explicación que justifica dicha pregunta: a saber, el hecho de que ocuparse de la filosofía es también parte de la tarea filosófica, por ser esta una disciplina con un alto grado de recursividad. Siendo así, él mismo lo ha hecho, de forma extensa, en varios momentos y lugares, tales como los tres indicados anteriormente. De todas formas, una buena aproximación a su concepción de la filosofía dice así: “La especulación en detalle —que supone lo que Ernest Nagel ha llamado imaginación disciplinada—: he aquí una expresión que podría usarse para describir el tipo de filosofía que propongo, el tipo de filosofía que prefiero por razones estrictamente filosóficas” (Ferrater Mora, 1967, p. 89, cursivas del original).
Por lo que respecta a la forma de hacer filosofía de Ferrater, debido a su originalidad y transversalidad, ha sido adjetivada de diversas maneras. Por ejemplo, algunos autores (Bonete, 1987; Giner y Guisán, 1984; Nieto, 1985) la vinculan estrechamente a las cuatro características (continuidad, “seny”, mesura e ironía) que Ferrater atribuye a la forma de vivir y pensar de los catalanes en una de sus primeras obras, Las formas de la vida catalana (Ferrater Mora, 1944). Aquí se han escogido otros cinco calificativos que no desmienten a los cuatro anteriores, sino que más bien los complementan, y que se hallan muy presentes en casi todos sus escritos. Así, decimos que la suya es una forma de proceder dinámica, interdependiente, abierta, diáfana y razonable. A continuación, estos aspectos son presentados con cierto detalle.
Puede decirse que su perspectiva es dinámica desde el momento en que nuestro autor concibe la filosofía como un movimiento continuo destinado a revisar, aclarar, corregir o ampliar lo propuesto anteriormente en forma de conjetura. En filosofía no hay un punto de partida único y esencial que fundamente todo el proceso, ni un punto de llegada preestablecido que permita darlo por completado definitivamente. Considera que, con contadas excepciones (como puedan serlo los análisis de la lógica formal), los resultados obtenidos son siempre parciales, provisionales y falibles (Ferrater Mora, 1985). Caso contrario, daríamos carta de validez a los dogmatismos y absolutismos que siempre están al acecho en la filosofía, y no solo en ella. Tampoco hay una lista de temas propiamente filosóficos a considerar, ni cabe delimitar las posibles maneras de examinarlos: “La vastedad y vaguedad de la empresa filosófica se incrementan cuando, además de los posibles temas, se tienen en cuenta los muchos modos como pueden ser tratados” (Ferrater Mora, 1979b, p. 193). Por su parte, quien filosofa no es un autómata que ejecuta un algoritmo, sino que adopta una determinada perspectiva porque es un ser vivo que también “está en marcha”: con el tiempo adquiere más información, puede madurar porque resulta influido por sus experiencias vividas y, finalmente, resulta afectado por un determinado contexto social que se transforma mediante descubrimientos, creaciones, conflictos, usos y prácticas. En particular, “Ninguna orientación filosófica moderna […] puede situarse al margen del desarrollo de la ciencia” (Ferrater Mora, 1976, p. 30). Es por lo que la actividad filosófica, siendo una tarea humana, no puede quedar estancada en una cierta concepción o comprensión final de las realidades, de “lo que hay en el mundo”. Así pues, “Es mejor seguir andando, vacilar, tropezar, cambiar de ruta o de marcha, inclusive dar algunas vueltas de noria, que quedarse parado en una vuelta del camino, oteando por los siglos de los siglos el mismo paisaje” (Ronzón et al., 1981, p. 54).
Cabe recordar, aunque sea de paso, que la ontología de Ferrater tiene un carácter claramente dinámico. En síntesis, la realidad viene estructurada en cuatro niveles ordenados y relacionados entre sí (físico, orgánico, social y cultural), de manera que cada uno de ellos aparece como condición necesaria, pero no suficiente, del nivel que se constituye a continuación, el cual incorpora nuevas propiedades que, si bien antes no habían aparecido, emergen de las que se daban en el nivel precedente. Así pues, se manifiesta una continuidad en movimiento que no admite “distinciones tajantes entre diversos órdenes o […] niveles de realidades” (Ferrater Mora, 1979b, p. 204, cursivas del original), de manera que podemos pensar en un continuo (global) de continuos (entre parejas de niveles consecutivos). Este continuismo filosófico no reduccionista (no pretende llegar a explicarlo todo a partir de la materia, o lo físico) es otra de las características más evidentes en su forma de comprender los fenómenos, los procesos y las situaciones, “Continuismo y emergentismo no son incompatibles, sino congruentes” (Ferrater Mora, 1979b, p. 205).
“La filosofía no es equiparable a una ciencia particular […] Pero sigue siendo, o aspira a ser, una disciplina que proporciona algún conocimiento, o que está ligada de algún modo al conocimiento que proporcionan otras disciplinas” (Ferrater Mora, 1979b, p. 191). En una primera forma de entender la interdependencia de la actividad filosófica, se propone que la filosofía ha de asumir o, por lo menos, no ha de negar, los conocimientos presentes validados por la comunidad científica. Al mismo tiempo, puede haber una confluencia entre filosofía y ciencia si la primera tiene en cuenta tres clases de condicionantes: el tipo de disciplina filosófica elegida, la orientación filosófica que se siga y la rama científica que se considere (Ferrater Mora, 1976, p. 29). Así, por ejemplo, la ética puede ser pertinente para sacar a la luz determinadas implicaciones sociales en los proyectos de ingeniería genética. Por otro lado, no resultaría sensato pronunciarse sobre las teorías de la física de las partículas a partir de consideraciones estéticas sobre sus ecuaciones. No obstante, aunque en algunos casos pueda darse la viabilidad de dicha confluencia, no significa que haya de ser inmediata o rutinaria. Por el hecho de que se ocupa de cuestiones que afectan a todos los ámbitos y a todos los modos de racionalidad, no únicamente los científicos, la filosofía no puede eludir un componente “ideológico” (Ferrater Mora, 1976, p. 28). Siendo así, el aspecto valorativo que la acompaña en sus conjeturas y conclusiones puede chocar frontalmente con los procedimientos utilizados para la obtención y la formulación del conocimiento científico. Este sería el precio que pagar por la amplitud de miras que la filosofía detenta y desea mantener, por su interés en ocuparse de “los lenguajes en los cuales se han definido las cosas, se han descrito los procesos, se han expresado las emociones” (Ferrater Mora, 1967, p. 201).
Una segunda manera de poner de manifiesto la interdependencia de la actividad filosófica consiste en saber discernir y sopesar las interrelaciones, los vínculos y las complementariedades, en lugar de querer ahondar en las singularidades, las diferencias y las incompatibilidades conceptuales. Como oportunamente nos recuerda Moulines, “las distinciones conceptuales no las descubrimos, sino que las forjamos” (Moulines, 1982, p. 34). Las estructuras, categorías o propiedades que detectamos en nuestro objeto de estudio, sea la naturaleza, la sociedad o cualquier otro, corresponden a la elección interesada de un determinado tipo de exploración junto con un marco de análisis previamente establecido. Es por lo que uno de los posibles rasgos distintivos de quien filosofa es que:
Analiza a fondo todas las relaciones existentes entre los lenguajes que usamos y lo que pretenden describir estos lenguajes. De paso, traza un plan, lo más completo posible, de la realidad entera, y pone de relieve las articulaciones de ella sin ocurrírsele por un solo instante excluir de su cuadro las intenciones humanas. (Ferrater Mora, 1967, p. 89)
Con ello se tiende a unificar críticamente toda realidad, “Mostrar cómo, y por qué, los mundos descritos por la ciencia, por el arte, por el sentir y el pensar religiosos, por la experiencia común se hallan entretejidos en el mismo mundo, a eso lo llamo hacer filosofía.” (Ferrater Mora, 1967, p. 90). Las contraposiciones entre conceptos no tienen una validez absoluta, así, no puede establecerse una distinción absoluta entre materia y conciencia, entre sujeto y objeto, o entre sentido y referencia, por citar algunos ejemplos. Para Ferrater, estos términos son “conceptos-límite”, polaridades con un valor epistemológico que permiten establecer una línea de continuidad entre los dos extremos considerados. No corresponden, pues, a realidades, sino que “sirven para circunscribir el área dentro de la cual se efectúan las distinciones pertinentes” (Ferrater Mora, 1979b, p. 205). Este es el corazón del integracionismo, el procedimiento filosófico introducido por Ferrater a la hora de enmarcar y analizar las parejas de conceptos que inicialmente se presentan en oposición. Sin embargo, ello no significa que tengamos que situarnos siempre en una indefinición inevitable que impida establecer distinciones claras. Lo que significa es que las distinciones pueden ser relativas a un cierto punto de vista adoptado. Así, por ejemplo, si consideramos un sueño que tuvo Juan y luego cuenta a María, en ese momento el sueño aparecerá como algo ficticio para los dos; sin embargo, le aparecía como real a Juan mientras lo estaba soñando. Entendemos que un sueño es algo ilusorio, no decimos que es real e ilusorio a la vez, sino que la distinción no es absoluta (sin matices e independiente de todo contexto).
La de nuestro autor es también una perspectiva filosófica inclusiva (integradora) y conciliadora, sin caer en la indiferencia o el eclecticismo, tolerante y crítica a la vez, no dogmática ni tajantemente escéptica (Terricabras, 1993, p. 211). Esta apertura connatural también la convierte en un discurrir provisional, inconcluso e inacabable por necesidad, por lo que puede resultar poco satisfactorio para quienes tengan prisa por zanjar los debates o busquen transformar sus dudas en certezas completas y definitivas:
Reconozco que es típico de la empresa filosófica —y, al límite, de toda empresa cognoscitiva— el dejar cabos sueltos, unos porque no hay de momento manera de atarlos, y otros porque conviene no atarlos prematuramente si se quiere evitar cualquier forma de dogmatismo. (Ferrater Mora, 1979b, p. 194)
En buena parte de sus escritos, Ferrater da la impresión de no estar especialmente interesado en obtener unas conclusiones bien definidas, aunque sean provisionales, sino más bien en mostrar la dificultad de alcanzarlas ante la complejidad propia del asunto abordado. Así, no es infrecuente que a un párrafo que empieza con un “cabe” le siga inmediatamente otro párrafo que arranca con un “sin embargo”. Muestra así una resistencia casi sistemática a pasar por alto las posibles objeciones a lo dicho, a detener el juego de contrapesos propio del pensamiento que está vivo, en movimiento. Según sus propias palabras, el suyo es “Un modo de ver que puede tener un radio muy amplio, porque consiste en ver relaciones más bien que rupturas” (Giner y Guisán, 1994, p. 334). Parece que su tarea consiste primeramente en reconocer, para luego comprender y dilucidar, más que en establecer nuevas opiniones. En sus escritos intenta reflejar con serenidad las tensiones existentes en cada caso y las razones (o sinrazones) que las justifican o alimentan, sin que ello sea obstáculo para que, cuando se tercie, finalmente pueda preferir una posición determinada de entre las consideradas hasta el momento. Otra forma de decirlo es que está muy atento a las alternativas y a las enmiendas que pueden presentarse, en lugar de acumular argumentos destinados a convencer al lector de que una determinada posibilidad es la más plausible. Habiendo renunciado a la verdad absoluta como un lugar al que se pueda llegar, aprovecha todas las aproximaciones pertinentes que, en forma de verdades relativas, contribuyan al propósito de conocerla más de cerca, pero sin precipitarse a acotarla.
Para Ferrater, la claridad en el pensamiento y en la expresión son siempre concomitantes, se complementan y enriquecen mutuamente. Considera que el filósofo, además de pensar, ha de saber comunicar adecuadamente lo pensado. Sin embargo, no pretende que esa haya de ser una condición sine qua non en el filosofar:
No me avergüenza confesar que trato de exhibir un estilo de escribir que sea paralelo a un estilo de pensar […] En todo caso, los diversos estilos son perfectamente legítimos cuando, sin desleír o tergiversar, lo que se diga —y, por descontado, lo que se quiera decir—, resultan ser lo menos que puede pedirse de ellos: legibles. (Ferrater Mora, 1967, p. 16)
De hecho, lograr esta armonía constituye una finalidad constante y central en su quehacer filosófico, “En lo que toca a la forma, creo que he venido aportando crecientemente una manera limpia y límpida, de pensar y de expresarse” (Giner y Guisán, 1994, p. 334, cursivas del original). Este propósito no resulta sorprendente si tenemos en cuenta su admiración reconocida por Wittgenstein (Ferrater Mora, 1949, p. 129, 1953, p. 89), su interés por las ciencias —ya aludido anteriormente—, y el hecho de que estuvo a punto de elegir las matemáticas, en lugar de la filosofía, en sus estudios de licenciatura en la Universidad de Barcelona. En sus escritos, la claridad, el rigor y la precisión adecuada colaboran de una manera natural y simple, para lograr una expresión en la que forma y contenido resultan indisociables. Una simplicidad tan solo aparente, nada fácil de conseguir, hace falta “que no se preste a la ambigüedad inútil, a la imprecisión gratuita, a la vaguedad patética y vagamente persuasiva” (Ferrater Mora, 1967, p. II, 201). Por una parte, reconoce sin ambages que hay ocasiones en que la complejidad inherente a lo que se analiza dificultan la claridad y la concisión. Pero, por otra, declara que la dificultad en el texto no ha ser nunca un artificio. Las ideas, los argumentos, los análisis y las explicaciones requieren una expresión precisa, que sea acorde con el uso que se les quiere dar, “Lo que no se puede hacer es engendrar galimatías, que a menudo son el resultado de la pereza que da la idea de poner las cosas en claro” (Ronzón et al., 1981, p. 57). A su entender, esta (auto)exigencia de rigor y seriedad —sin caer en la rigidez, la oscuridad o la vanidad— ha de permitir a la filosofía ser científica, en el sentido de poder ser comparable a otros ámbitos del saber que promueven la búsqueda de conocimiento científico (Ferrater Mora, 1976, p. 27).
Todo lo recogido aquí respecto a su vocación de rigor, transparencia y modestia, nos recuerda la influencia que Wittgenstein ejerció sobre Ferrater con su manera de entender y desenredar la filosofía. En su estudio Wittgenstein, symbol of troubled times (Ferrater Mora, 1953) nuestro autor pone de relieve cómo Wittgenstein no tan solo fue un genio, sino el genio que mejor representó los tiempos tan convulsos que le tocó vivir. Efectivamente, puede decirse que su aproximación a la filosofía supuso una enmienda a la totalidad a toda la tradición filosófica occidental. En su crítica muestra que el lenguaje no se halla en condiciones de fundamentar ideas generales que vayan más allá de la especulación. En consecuencia, el pensamiento conceptual propio de la filosofía no puede producir nada más que ilusiones y confusión. Plantear problemas filosóficos no tiene sentido alguno porque dichas preguntas ya son gratuitas, vacías en sí mismas, de manera que dichos pseudoproblemas no pueden ser resueltos, sino que han de ser disueltos. La filosofía tiene que renunciar a las teorías y convertirse en una actividad que requiere inteligencia, habilidad y capacidad de observación. Pero no para producir conocimiento, sino para deshacer toda pretensión de ir más allá de un análisis del modo en que funcionamos ante las cosas. Ciertamente, Ferrater no siguió esta senda al pie de la letra, ni mucho menos. Sin embargo, la huella wittgensteiniana puede ser reconocida en la gran capacidad que nuestro filósofo demuestra en sus ensayos a la hora de ver y defender los asuntos desde ángulos muy distintos. También, en la honradez con que suele reconocer, al final de sus análisis, que las cosas quedan incompletas y que tal vez podrían ser de otra manera. No busca, pues, acabar con la filosofía que razona, argumenta e intenta iluminar los asuntos humanos, pero sí que asume que tal labor resulta siempre parcial y provisional, dado que viene condicionada de forma inevitable por los paradigmas y los diversos factores sociales, culturales y políticos que predominan en cada época y sociedad.
Puede decirse de Ferrater que es muy liberal a la hora de aceptar que existen maneras muy distintas de hacer filosofía, sin que ello signifique que unas son superiores a otras. No obstante, ello no equivale a sostener que se pueda hacer filosofía de cualquier manera; que no se puedan precisar los límites de lo aceptable no implica que no haya de haber límite alguno. “Conviene respetar la libertad de expresión. Conviene, asimismo, sin embargo, respetar la libertad de no prestar atención a quienes se complacen […] en lo que consideran aventurado y es con frecuencia meramente inepto” (Ferrater Mora, 1979b, p. 194). Es más, nuestro autor está de acuerdo con la máxima —que atribuye a Ryle— según la cual en el filosofar conviene, “discutir temas que son más que acertijos, es decir, temas que nos interesan porque nos preocupan: no meros ejercicios, sino vivas inquietudes intelectuales” (Ferrater Mora, 1969, p. 184). En este sentido, reconoce que dentro de las posibilidades que contempla la actividad filosófica, algunas ofrecen mayor margen para la especulación que otras, o bien puede decirse que necesitan ser abordadas más imaginativamente. Al mismo tiempo, quien hace uso de esta libertad de vuelo no ha de perder de vista el suelo desde el cual ha partido y, además, el vuelo en sí ha de conducir en último término a algún lugar significativo (no puramente imaginado), de manera que el viaje no acabe siendo un mero ejercicio acrobático en el aire. La filosofía, pues, no puede ocuparse de la creación de nuevos “problemas filosóficos” sin ningún interés ni necesidad, que después pasan a ser rumiados y desmenuzados profusamente sin otro objetivo que ocultar su inanidad.
A partir de las críticas a las derivas de la Ilustración (Adorno y Horkheimer, 2016) hemos tomado conciencia clara de que las exigencias de la razón, de la racionalidad, pueden convertirse en una dificultad en lugar de ser una guía fiable para orientarse, progresar o simplemente facilitar la resolución de conflictos. Ciertamente, determinados usos o concepciones de la razón son susceptibles de crear un problema, —en particular, cuando la razón deja de ser razonable (Toulmin, 2003), es decir, adecuada en forma, uso y medida—, “pero uno que puede ser dilucidado racionalmente. La crítica de la razón es, al fin y a la postre, una empresa racional” (Ferrater Mora, 1979b, p. 196). Se reconoce, pues, que la razón convertida en un absoluto deja de ser servidora y se convierte en tirana del pensamiento. Sin embargo, estos temores no han de llevarnos a abandonarla, dado que forma parte de nuestras facultades humanas esenciales y ha contribuido decisivamente a desarrollar muchas posibilidades valiosas que ahora están a nuestro alcance. La vía que seguir —la crítica de la razón— es mucho más laboriosa que renunciar a ella. Resulta más ardua y exigente porque requiere una atención despierta, buen juicio y verificación constante de la validez de sus movimientos. Concebida así, entendemos que la perspectiva filosófica ferrateriana pueda ser reconocida también como un racionalismo relativista y empirista.
La obra filosófica de Ferrater Mora es ingente y diversa. A lo largo de seis décadas ininterrumpidas, sus trabajos exploraron la lógica, la ontología, la historia de la filosofía, la filosofía de la historia, el lenguaje, la antropología y la ética. Por otra parte, y de forma no menos notable, su particular perspectiva sobre la filosofía —naturaleza, requerimientos y finalidad—, resulta especialmente útil y no ha perdido vigencia con el paso del tiempo. Más bien puede decirse, como veremos, que ha ganado relevancia y actualidad a medida que el mundo que su autor conoció se ha ido transformando profunda y aceleradamente.
Existe ya un amplio consenso en que la complejidad, la incertidumbre, la globalización, el poder de la tecnología y las múltiples derivaciones sociales, ecológicas y económicas de la crisis del sistema capitalista, aparecen entre las características más destacadas de nuestra época. El resultado es un futuro en el cual coexisten grandes desigualdades y amenazas muy serias —con un potencial de destrucción enorme—, junto a unas posibilidades inauditas de transformación y de avances potencialmente beneficiosos para toda la humanidad. Nunca habíamos tenido a nuestra disposición tanto poder de actuación sobre el planeta y los seres que lo habitan, no únicamente los humanos. En este contexto tan ambivalente observamos que el olvido, cuando no la burla, de toda noción de sabiduría, unido a la degradación pública del conocimiento en simple información, y a la sustitución progresiva de las fuentes de información solventes por las ubicuas redes sociales, facilitan que se extienda la confusión y la desinformación por doquier, sea a través de la saturación de nuestra capacidad de asimilación informativa o de la manipulación más o menos encubierta de las palabras y los hechos en todos los ámbitos de la vida social. En conjunto, estos aspectos de nuestro día a día, entre otros que se podrían añadir, ocultan y entorpecen en el ciudadano de a pie la posibilidad y la necesidad de pensar por su cuenta. Esta consideración nos permite introducir la posición de un filósofo contemporáneo que, en estos aspectos señalados, mantiene una propuesta que parece estar en sintonía con la visión de Ferrater. Se trata de Gianni Vattimo y su obra Adiós a la verdad (Vattimo, 2024). En ella señala la superación de la noción de verdad como totalidad (cuyos orígenes se remontan a Aristóteles), así como la alternativa neopositivista de considerarla como la descripción fiel de las cosas, la correspondencia formal con los hechos. En ambos casos, argumenta Vattimo, son caminos que nos han conducido a la violencia y al totalitarismo, caminos que hoy transitan las corrientes tecnocráticas. La alternativa que reclaman las democracias pluralistas posmodernas pasa por entender la verdad como una interpretación condicionada por un paradigma compartido, consensuado. Y subraya que no se trata de una mera opción, sino de una necesidad para la subsistencia de la democracia. Así, la tarea actual de los filósofos correspondería a:
Una figura que tiene mucho que ver con la historia y con la política, en alguien que hace ontología mientras reúne las experiencias actuales con las pasadas, en una continuidad que es el sentido fundamental del propio término logos, discurso, y que construye continuidad también en la comunidad, ayudando a la formación de nuevos modos de entendimiento. (Vattimo, 2024, p. 40, cursivas del original)
Es por todo ello que son tan necesarias aquellas voces que puedan contribuir de forma lúcida, serena y compasiva, al análisis y la comprensión de los retos de nuestro presente y a iluminar de alguna manera las posibilidades de nuestro futuro. Que pongan en evidencia la sustitución interesada de los argumentos y las explicaciones racionales por eslóganes y juegos de palabras tan ingeniosos como hueros. En este sentido, las cinco características que hemos reconocido aquí en el pensamiento de nuestro autor (dinámico, interdependiente, abierto, claro y razonable) pueden ayudar a configurar un modelo del tipo de pensamiento y de actitud, tanto personal como colectiva, que necesitamos con urgencia. Un modelo que invite a cultivar la tarea de pensar lúcida y críticamente sobre lo que hay, sus causas, razones e intereses, junto con las consecuencias y posibilidades que de este presente podemos esperar. Es esta una actitud que incorpora la capacidad de “asombro ante lo conocido” que Manuel Cruz desarrolla en La tarea de pensar (Cruz, 2004, p. 110). La misma actitud que puede acoger la “insatisfacción positiva” que defiende Javier Muguerza (1989, p. 237) al final de su ensayo crítico sobre una de las obras más ambiciosas de Ferrater Mora, De la materia a la razón (1979b). Dicha forma de insatisfacción ante cómo son, o nos parece que son, algunas cosas en nuestra sociedad, y ante nuestra forma de actuar en ella, es el resorte que nos abre la posibilidad de hacer algo para corregir el funcionamiento de ciertas cosas o transformar determinados comportamientos humanos.
Acaso una manera de sintetizarlo en un lema podría ser “escruta todos los supuestos y movimientos del pensar”. Porque, al fin y al cabo, lo que a menudo damos por natural o por evidente y conocido, no es mucho más que un supuesto o un resultado que se deriva de la articulación de determinados supuestos previos que no siempre han sido examinados cabalmente. Ello favorece, entre otros errores y perjuicios, la formulación de todo tipo de inferencias erróneas o no justificadas, el uso inconsciente de prejuicios, la introducción de sesgos y distorsiones, la falta de rigor en la argumentación y, finalmente, una visión estrecha, fragmentada, de los elementos que interactúan en aquello que se debate. Dicho de otro modo, es todo lo contrario de lo que podemos entender por pensamiento crítico. Todo lo contrario del pensamiento dinámico, interdependiente, abierto, claro y razonable que aparece como modus operandi en la obra de Ferrater Mora.
El autor desea agradecer a las dos personas que evaluaron la primera versión de este trabajo sus observaciones y sugerencias. Tenerlas en cuenta le permitió enriquecerla en diversos aspectos.
Adorno, Theodor W. & Horkheimer, Max (2016). Dialéctica de la Ilustración. Trotta.
Bonete, Enrique (1987). La teoría ética de J. Ferrater Mora. Cuadernos Salmantinos de Filosofía, 14, 349-371. https://doi.org/10.36576/summa.846
Cruz, Manuel (2004). La tarea de pensar. Tusquets.
Dalla Mora, Roberto (2016). De Catalunya al mundo. Trayectoria intelectual de José Ferrater Mora (Tesis doctoral sin publicar). Universidad Autónoma de Madrid. https://repositorio.uam.es/handle/10486/677576
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Ferrater Mora, José (1953). Wittgenstein, A Symbol of Troubled Times. Philosophy and Phenomenological Research, 14(1), 89-96. https://doi.org/10.2307/2104018
Ferrater Mora, José (1962). El ser y la muerte: Bosquejo de filosofía integracionista. Aguilar.
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Nieto, Carlos (2021). El mundo desde dentro: El pensamiento de José Ferrater Mora. Renacimiento. Iluminaciones.
Ronzón, Elena; Hidalgo, Alberto & Lorenzo, Manuel Ángel F. (1981). Entrevista a José Ferrater Mora. El Basilisco, 12, 52-58.
Terricabras, Josep Maria (1993). José Ferrater Mora: An integrationist philosopher. Man and World, 26(2), 209-218. https://doi.org/10.1007/BF01273200
Toulmin, Stephen (2003). Regreso a la razón. Península.
Vattimo, Gianni (2024). Adiós a la verdad. Gedisa.
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