En este texto llevo a cabo una reflexión teórico-metodológica que surge de mi investigación en el ámbito de las políticas y los procesos de securitización de las personas musulmanas en el contexto español. Desde la puesta en marcha y globalización de la guerra contra el terror por parte de Estados Unidos en el post-11S, asistimos a un establecimiento del paradigma securitario en las formas por medio de las que los agentes sociales, políticos e institucionales miran e intervienen sobre o con las personas musulmanas. Como parte de los resultados de mi investigación, constato que existe un régimen de saber que dota de sentido y contenido a las políticas securitarias (especialmente aquellas que se centran en la prevención de la radicalización y el antiterrorismo). Esto se da a través de los procesos de colaboración académico-institucional y de la injerencia de agentes del campo de la seguridad en los espacios de producción de saber. Las políticas violentan a los musulmanes a través de la securitización de sus vidas en forma de criminalización, estigmatización y precarización.
En mi propia investigación, en el campo de la antropología, con un enfoque feminista decolonial y militante que busca no solo entender las formas de securitización dentro de un contínuum del sistema racial-colonial-patriarcal y de clase, sino que pretende también encontrar las estrategias para desmantelarlas, me doy cuenta de que las formas a través de las que producimos conocimiento son un campo importante para este deseo de descolonización. Entiendo que, más allá de las colaboraciones y encuentros entre las políticas estatales y el saber, lo que posibilita la existencia de un régimen que legitima las políticas analizadas es la islamofobia epistémica y la colonialidad del saber inherente a la investigación antropológica dominante. De ahí surge la necesidad de repensar las formas en las que hacemos investigación en el ámbito de la seguridad y de las personas musulmanas.
Este texto se alimenta de reflexiones sobre el papel de la investigación y de la universidad surgidas a partir de las entrevistas/conversaciones, los grupos de debate y la (auto)etnografía próxima y de la dominación que he realizado para mi tesis doctoral. Las personas con las que he trabajado, especialmente las personas musulmanas de entidades sociales, activistas o con un perfil público han participado en investigaciones, han sido entrevistadas por antropólogas y sociólogas o han sido invitadas a participar en espacios de formación y discusión sobre antiterrorismo o prevención de la radicalización. Yo misma he tenido experiencias similares. Opto por no aportar datos ni de contexto de las conversaciones y grupos de debate ni de las personas que participaron en ellos por protección. Lo nombro porque quiero dejar constancia de que el proceso de construcción de conocimiento fue compartido y comunitario.
En cuanto a la estructura del texto, en el primer apartado que sigue a esta introducción sitúo los marcos que me permiten identificar la colonialidad del saber y específicamente la islamofobia epistémica en las formas de investigar. En el siguiente apartado señalo aquellas formas de reproducción de la colonialidad del saber que he podido identificar en el marco de la securitización del islam y de las vidas musulmanas. Finalmente, termino el texto con ejemplos concretos por medio de los cuales desmantelar dicho marco. La reflexión girará alrededor de tres cuestiones clave: tener siempre como brújula el horizonte decolonial o descolonizador del islam y los musulmanes, entender que las metodologías se adecuan a la posicionalidad de quien investiga, y siempre en relación con las comunidades y grupos con los que investiga, y la necesidad de virar la mirada hacia la dominación. En mi caso, esto se concreta en poner el foco hacia las políticas y prácticas institucionales de securitización de las personas musulmanas y el islam.
En primer lugar, voy a analizar cómo se lleva cabo la producción colonial del saber en la maquinaria de securitización de la vida de las personas musulmanas. En esta ocasión me voy a centrar en el conocimiento experto de diferentes actores que informan y guían las políticas públicas mientras dotan de sentido y contenido a los dispositivos de vigilancia y deshumanización de las personas musulmanas. Se trata de un conocimiento que legitima y refuerza los diferentes mecanismos de dominación que se han puesto en marcha en los países occidentales y, en concreto, en el Estado español, enmarcados bajo el paraguas del “antiterrorismo” y la prevención de la radicalización. No obstante, hay que entender este conocimiento experto dentro de un marco global influenciado por la colonialidad del saber y la islamofobia epistémica que, bajo la pretensión de neutralidad, universalidad y objetividad, ha permitido el ocultamiento, negación y silenciamiento de los saberes de otros pueblos y la ocultación de la historia de dominación de Occidente sobre esos pueblos (Dussel, 2001).
Para el tema sobre el que investigo, es importante señalar que uno de los marcadores raciales fundamentales del conocimiento se inaugura con la islamofobia a través de la racialización y deshumanización de los musulmanes durante el siglo XV (Adlbi, 2016; Grosfoguel 2011). En este momento se empieza a producir al otro musulmán como irracional, a negar los saberes islámicos y a privilegiar el conocimiento cristianocéntrico como universal y el único válido y posible. De esta forma, se instaura en el marco del saber la cárcel epistemológico-existencial que impone quién, cómo y desde dónde se tiene la validez para hablar, ser, estar y saber en el mundo (Adlbi, 2016). En el campo de saber, se manifiesta a través de qué se investiga, cómo se investiga, quién lo investiga y para qué o para quién lo investiga. Más adelante, analizaré la islamofobia epistémica, o la dimensión epistémica de la islamofobia en la construcción del problema del “terrorismo y la radicalización” desde las ciencias sociales.
Como mujer musulmana, desde la experiencia de la diferencia colonial, me reafirmo en la necesidad de prácticas de conocimiento y de relación con el saber, con un horizonte de sentido propio y situado. Por lo tanto, es necesario revisar las prácticas concretas y las herramientas con las que conocemos. Como nos enseña la perspectiva decolonial, el método en las ciencias sociales participa y es constitutivo de los patrones de dominación colonial, ya que la violencia y la explotación sobre los cuerpos está vinculada a la forma en cómo se mira y se construyen esos cuerpos. En la colonialidad del saber-poder (Quijano, 2000) los “otros” son considerados como seres incompletos, ontológica y epistemológicamente. Las estrategias para inaugurar esta idea de la superioridad intelectual son: negar la racionalidad del otro, afirmar la propia objetividad y neutralidad; señalar la particularidad y la subjetividad del otro, así como invisibilizar el propio lugar de enunciación (Castro-Gómez, 2007).
Como antropóloga, me sitúo en la heterogénea crítica a las formas dominantes de investigar que ha suscitado importantes debates en el seno de la disciplina desde los años 70. Ya sea por la influencia de la teoría poscolonial y sus cuestionamientos a los efectos del colonialismo europeo en las sociedades que estudiaban y sus propias prácticas, o por la crítica iniciada por la antropología feminista que ha señalado el carácter patriarcal de la antropología dominante. Llevando el análisis más lejos, Leila Abu- Lughod (1996) señaló la incapacidad de los y las antropólogas para ver cómo la colonialidad estructura sus propias investigaciones y miradas hacia las mujeres y las sociedades colonizadas. Le siguieron y siguen numerosas voces de antropólogas y etnógrafas que forman parte grupos indígenas históricamente estudiados (Leyva y Speed, 2008; Segato, 2015; Suárez-Krabbe, 2011; Vasco, 2007), que señalan lo problemático de una investigación colonial que ahonda en el sexismo, racismo y capitalismo que caracterizan las relaciones en “el campo” (Arribas, 2022; Smith, 2016/1999). La dominación colonial europea permitió a los y las antropólogas trabajar y construir a los pueblos y territorios colonizados y dominados por los europeos como “el campo” por el que podían moverse de forma segura para observar y participar de la vida “nativa” y producir descripciones y análisis de esas vidas desde la perspectiva europea y para consumo europeo (Asad, 1979).
El enfoque tradicional de la investigación etnográfica se ha caracterizado por una transferencia unidireccional de conocimiento, donde el poder reside en el investigador que interpreta la información proporcionada por los sujetos investigados. Esta dinámica perpetua un desequilibrio en el que el investigador detenta la voz dominante, decide qué aspectos investigar y qué datos son relevantes (Abu-Lughod, 1996; Hale, 2008; Restrepo y Escobar, 2005). Estos sujetos son interpretados desde una posición de superioridad, dentro de un marco relacional extractivista, negando su humanidad y capacidad de producir saber. Por lo tanto, la colonialidad inherente a la disciplina demanda no solo reconocer el colonialismo, sino trabajar de forma activa por descolonizar sus metodologías y sus teorías sobre el otro no occidental.
El conocimiento antropológico surge de la interacción con el otro, pero se distingue del conocimiento que aporta el otro (Suárez-Krabbe, 2011). No obstante, para desmantelar el orden colonial hay que romper la dicotomía sujeto-objeto (a partir de la inclusión de otros saberes que la ciencia tradicional ha considerado periféricos o no válidos), en la dicotomía praxis-teoría (elaborando propuestas con el objetivo de investigar para incidir en la transformación de las jerarquías raciales-coloniales) y en la necesidad de descentrar la figura del investigador como experto para dar lugar a procesos de investigación más participativos y colectivos. Todo ello lleva a comprometerse con procesos artesanales, orgánicos, localizados y flexibles (Katzer y Álvarez, 2022), así como con la utilización de distintas técnicas reconociendo el carácter tentativo y localizado de las propuestas y a reconocer que el proceso investigativo no está exento de conflictos, retos y dificultades (Arribas, 2022).
Desde esta posición, como antropóloga musulmana —que reconoce el carácter colonial de la investigación antropológica dominante y quiere ensayar otras formas de producción de saber que incidan en la descolonización de mis prácticas, pero también de mi comunidad— el reto es doble: entender cómo se manifiesta la colonialidad en el ámbito de la securitización de las personas musulmanas para no reproducirla, y pensar estrategias y procesos de investigación que ayuden a desmantelarla. A lo largo de los siguientes apartados del texto presento aquello que he identificado como problemático en la producción de saber sobre el islam y los musulmanes y algunas formas en las que estoy desarrollando mi investigación.
A partir de la llamada “guerra contra el terror” iniciada por Estados Unidos en 2001, se da una renovación internacional de los discursos coloniales sobre el islam y los musulmanes. Esto se produce a través de un régimen de representación que ha acompañado e implicado al conjunto de políticas y transformaciones llevadas a cabo a nivel global. A partir de las mismas, se ha producido el paradigma securitario y un campo de estudio asociado al mismo, fenómenos con unos conceptos y marcos de análisis propios que presentaré a continuación y que se alimentan de la islamofobia epistémica global.
El ámbito de estudios y publicaciones sobre terrorismo y sobre radicalización vinculados al islam ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, a menudo respondiendo a intereses políticos de Estado y de las élites políticas y económicas, pero también de los propios expertos (Stampnitzky, 2014). En el caso español, esto ha sido así especialmente después del 11M (López, 2016). En muchas ocasiones, se trata de agentes sociales, políticos, económicos o policiales que se erigen como expertos y que están vinculados a institutos e instituciones gubernamentales de los académicos del campo que trabajan desde la sociología, la psicología y el derecho. Sus trabajos dotan de sentido y contenido a los dispositivos y las políticas securitarias, así como de una supuesta “evidencia científica” sobre la vinculación entre islam y terrorismo, así como entre musulmán y terrorista. Los límites de este campo son difusos y cambiantes, su discurso y esquema argumentativo suele coincidir con el de los cuerpos de seguridad y de inteligencia y su audiencia suele ser el público general y el Estado. Véase, como ejemplo, los trabajos de investigadores como Carola García-Calvo, Fernando Reinares o Álvaro Vicente (todos vinculados al Real Instituto Elcano y a la Universidad Rey Juan Carlos).
No obstante, este campo de estudio y estas perspectivas están cada vez más presentes en las universidades (véase como ejemplo la proliferación de másteres y postgrados sobre prevención de la radicalización en las universidades públicas españolas). En este texto argumento que lo que facilita esta incursión es precisamente la colonialidad intrínseca a los espacios de producción de saber convencionales o, en mi caso, a la Antropología dominante, que no ha sabido integrar de forma definitiva la propuesta de la descolonización.
Propongo, a continuación, presentar brevemente algunos elementos centrales de la producción de conocimiento sobre el islam en estas políticas securitarias: la terminología usada que crea categorías criminalizadoras, la securitización como herramienta para analizar cualquier cuestión que tenga que ver con el islam y los musulmanes, la negación de los saberes islámicos y las voces de las personas musulmanas y la legitimación del conocimiento técnico y experto como ejercicio de externalidad y distancia.
En primer lugar, hay que tomar en consideración la terminología usada en esta producción. Conceptos como “terrorismo” o “radicalización” se sitúan en la frontera entre academia y Estado buscando incidir en ambos espacios. El discurso sobre el terrorismo necesita contemplar y producir a los “terroristas” como malvados e irracionales (Fadil, 2019; Fadil et al. 2019; Stampnitzky, 2014) para legitimar la violencia institucional y de los poderes políticos, sociales y económicos, así como para respaldar un proyecto político específico. Se trata de un discurso que también se inscribe en el legado colonial y marca la permisividad o no de la violencia a partir de las categorías raciales-coloniales. A su vez, surge de la vinculación de la violencia no permitida con los movimientos emancipatorios de los pueblos del sur global y las luchas por la descolonización. Desde esta perspectiva, ciertos proyectos políticos de emancipación son considerados impermisibles, lo que justifica la aplicación de violencia permitida de los Estados en su contra (Louati, 2015). Además, los expertos en terrorismo vinculado al islam y los musulmanes reproducen ideologías orientalistas que perciben a los musulmanes como seres irracionales que recurren a la violencia. Para ellos, el terrorismo se conceptualiza como un acto vinculado a la identidad musulmana.
Cuando se vincula con el islam, la terminología está marcada por la deformación de los conceptos y saberes islámicos que se vinculan con violencia y peligro. Sin embargo, los términos religiosos no son los únicos deformados. La securitización de las vidas musulmanas implica que la “radicalización” se convierte en el marco analítico para leer cualquier situación vinculada a las personas musulmanas o al islam. En los protocolos y dispositivos que se ponen en marcha en el Estado español, y en Cataluña, en particular, se usa el término radicalización para hacer referencia a dinámicas sociales y psicosociales de “no-integración” de los jóvenes musulmanes. En el discurso de los agentes sociales, educativos y policiales llamados a “vigilar para prevenir” se pasa del “no se integran”, más vinculado a la gestión de la inmigración, al “se han radicalizado”, vinculado a la gestión de la seguridad. Este cambio en la gramática de la problematización de las prácticas sociales y culturales de los musulmanes implica un cambio en los dispositivos que se ponen en marcha para el control, ya que mediante este proceso se produce la securitización de las vidas de las personas musulmanas.
El dispositivo discursivo de la “guerra contra el terror” tiene dimensiones tanto políticas como epistemológicas y ambas están entrelazadas y se condicionan. Es decir, la situación política de los musulmanes en la “guerra contra el terror”, en relación con Occidente, está vinculada a la misma construcción del conocimiento sobre los musulmanes y a las posibilidades de cómo son y pueden ser conocidos en Occidente (Jamil, 2014). Este discurso refuerza la idea de que islam y Occidente son incompatibles al asociar a los musulmanes con una naturaleza violenta, por lo que deben ser temidos y controlados. Esta argumentación ha posibilitado y legitimado las intervenciones militares exteriores de las grandes potencias occidentales, la política de ocupación de Palestina, las políticas securitarias internas que señalan a los musulmanes como peligro doméstico y, también, la producción académica, mediática y cultural orientalista e islamófoba que la acompaña y da sentido.
En lo que respecta a la dimensión epistemológica, el discurso contra el terror produce la expansión de un paradigma científico securitario que construye a los musulmanes como peligro y que marca las preguntas que se deben hacer sobre ellos, a las que subyace una idea del otro musulmán que no es capaz de hablar por sí mismo ni responder a ellas. Todo lo que dice, hace y es una persona musulmana está siempre sujeto a la sospecha por su naturaleza irracional y propensión a la violencia. Desde esta forma de islamofobia epistémica, los musulmanes solo pueden ser vistos y escuchados si son mediados por Occidente a través de la forma en que establece los términos del discurso de la “guerra contra el terror”.
Estos términos encierran las posibilidades de ser/subjetivas de los musulmanes que están intrínsecamente ligadas a la manera en que se aborda el terrorismo como un fenómeno exclusivamente “islámico”, insinuando que todos los musulmanes poseen una supuesta predisposición “innata” a ser potenciales terroristas por el hecho de ser musulmanes. Además, se deshecha e invalida el conocimiento interno de las comunidades musulmanas, las interpretaciones que otorgan a sus identidades y las vivencias que experimentan según sus propios enfoques, señalándolas como expresiones de victimismo, o son integradas dentro del mismo aparato discursivo para convertirlas en pruebas de fundamentalismo, especialmente cuando denuncian la islamofobia estructural. En cualquier caso, la capacidad de agencia y saber de los musulmanes es negada. La agencia de las personas musulmanas para definirse como sujetos en sus propios términos significa crear un espacio para una lectura diferente de lo político, al mismo tiempo que se habla desde dentro de él. Esto requiere que los musulmanes nombren la contingencia del discurso de la “guerra contra el terror” y lo desafíen, señalando cómo los procesos de securitización funcionan para estigmatizar y estereotipar a los musulmanes como unos “otros peligrosos” (Jamil, 2014).
Como hemos señalado, más allá de los estudios sobre terrorismo, hay que situar estos estudios en un marco general de producción colonial de saber sobre el otro musulmán como parte de su dominación histórica y actual. Para ello hay que prestar atención no solo a quien investiga específicamente sobre radicalización, terrorismo, etc., sino a cómo funciona la colonialidad del saber inherente a las investigaciones que se realizan sobre el islam y los musulmanes que no atienden a su carácter inherentemente colonial y que, por lo tanto, reproducen las relaciones y prácticas coloniales en sus teorías y metodologías. Sería el caso de lo que en este artículo he presentado como antropología colonial o dominante. Es importante señalar cómo, desde una posición académica clásica, se diferencia quien está en el lugar legitimado para la producción de conocimiento sobre el tema que nos ocupa y qué tipo de conocimiento es el válido, y cómo eso contribuye a la legitimación y mantenimiento de las jerarquías coloniales-raciales, patriarcales y las condiciones materiales de precarización de las vidas que estas provocan.
Este posicionamiento también nos habla de la relación extractivista que estas investigadoras establecen con las comunidades con las que trabajan. No hay ningún proceso de escucha y de trabajo por la liberación de las comunidades en cuestión. Las visiones de las comunidades son supeditadas a las necesidades de los investigadores que, con su formulación de las preguntas, de los problemas de investigación, dirigen las investigaciones y sus técnicas de extracción para llevarse sus datos sin preguntarse nada sobre cómo viven esas comunidades o por qué les dicen una cosa y no otra (Segato, 2015). Este paradigma lo encontramos en nuestro contexto en gran parte de los trabajos sobre las migraciones de confesión musulmana, especialmente en aquellos que se centran en analizar las políticas de gestión de la migración musulmana, la relación entre tradición y modernidad, o las formas de organización y asociación de las comunidades musulmanas, especialmente de los jóvenes. Este binarismo se enmarca en los discursos fundamentales de la islamofobia epistémica y de la cárcel epistemológico-existencial en la que se inscriben, por un lado, las metodologías de investigación sobre el islam y los musulmanes, y los límites a la afirmación de saberes y subjetividades musulmanas en la Modernidad, generando su esencialización, naturalización, estatización y homogeneización (Adlbi, 2016).
Para recapitular, los saberes producidos sobre el islam y los musulmanes vinculados a procesos de securitización fijan categorías que responden a imaginarios coloniales que construyen y deforman las realidades, experiencias y subjetividades de las personas musulmanas para dotar de contenido y legitimidad a las políticas de seguridad que las violentan y criminalizan. Estos saberes surgen tanto de un campo de estudio creciente de expertos en terrorismo e islam como de la producción colonial de conocimiento sobre “el otro” musulmán desde posiciones y prácticas de objetivación, externalidad y neutralidad. Todo ello nos presenta un panorama en el que se vuelve prioritario una práctica vigilante por parte de las personas investigadoras para no reproducir marcos y prácticas de deshumanización y negación de grupos marcados por la diferencia colonial.
Varios de los elementos mostrados en el epígrafe anterior han marcado mi propio proceso de investigación, obligándome a buscar desplazamientos para intentar deconstruir las lógicas coloniales de producción de conocimiento. Los desplazamientos epistémico-metodológicos en clave decolonial pueden ser muy diversos y dependerán de cómo se articula la colonialidad en cada contexto y proyecto. A continuación, muestro algunos de ellos en forma de aportes para una investigación decolonial en el ámbito de la securitización del islam, centrándome en tres aspectos relevantes: la posicionalidad, el objeto de investigación y el horizonte político.
En una investigación con voluntad descolonizadora es necesario superar el principio de externalidad/objetividad que construye a las otras como objetos de estudio sin capacidad de producción de saber o cuyos saberes no son válidos. Por lo tanto, la investigación se convierte en una oportunidad para la descolonización del ser para todos los sujetos implicados. En el caso que me ocupa, esto implica un doble ejercicio reflexivo que tiene que llevar a desplazamientos en la práctica. Por un lado, la pregunta es qué lugar ocupan las personas musulmanas y sus saberes en nuestro trabajo y, por el otro, qué vamos a hacer para descolonizar nuestra propia subjetividad colonial, que nos ha educado en una mirada desde arriba y externa sobre lo islámico. Este no tiene que ser un proceso completo o acabado, sino que, al menos en la relación con el “problema de investigación”, sus formulaciones, categorías, etc. podamos dar cuenta de un desplazamiento significativo con la intención de dirigirnos hacia un horizonte en el que desmantelar la colonialidad intrínseca al proceso de investigación.
La complejidad de posiciones y subjetividades que crea el mundo colonial nos obliga a supeditar las propuestas metodológicas a la posicionalidad. Por ello, algunas autoras apuntan hacia la necesidad de un conocimiento de la proximidad para contrarrestar la distancia y la desconexión que promueve el método científico (Suárez-Krabbe, 2011). Es decir, solo desde el conocimiento encarnado (Anzaldúa, 1988) y situado (Haraway, 1988) podemos huir de la pretensión de objetividad y exterioridad de la producción de conocimiento colonial y dominante, y a la vez plantear una investigación alineada con las necesidades comunitarias y las agendas políticas propias, como veremos más adelante.
Otra de las manifestaciones de la subjetividad colonial inherente al proceso de investigación es la secularización como mecanismo de desconexión. Esto es importante para el tema que me ocupa, puesto que es preciso para poner en marcha los mecanismos de violencia epistémica que deforman el islam. Esta deformación se materializa en el silenciamiento de las voces musulmanas. En este contexto de investigación, según mi experiencia y las de otras compañeras musulmanas que investigan sobre el mismo tema en diferentes países europeos, este silenciamiento se produce de varias formas. En primer lugar, través del miedo a ser demasiado crítica y, por ello, a convertirse en objetivo de las políticas de vigilancia. En segundo término, como efecto de la deslegitimación de cualquier producción de saber elaborado por personas musulmanas, siendo etiquetado como saber “activista” y “victimista”, bloqueando así la posibilidad de articular críticas. Finalmente, cuando lo que decimos es rápidamente situado dentro de las dicotomías coloniales que encierran a los musulmanes en dicotomías sin escapatoria, tales como moderno-tradicional, machista-feminista, y en las dicotomías de buen/mal musulmán.
En mi caso, soy una mujer musulmana formada en la universidad occidentalizada y con herramientas que demandan una vigilancia constante para no caer en la reproducción de las relaciones coloniales en el proceso de investigación. No es lo mismo llevar a cabo una investigación en este ámbito siendo una persona musulmana que siendo una persona no musulmana. Esta posición determina una diferente ubicación frente a los centros de producción de conocimiento, así como frente a la maquinaria securitaria. Además, hay que añadir que, siendo musulmana, llamar la atención de estos mecanismos significa poner a tu entorno personal y comunitario bajo sospecha. Esta posición, por lo tanto, no es un lugar individual, es siempre colectivo y comunitario, porque mi mirada y conocimiento sobre el tema parte de la experiencia compartida y acumulada sobre cómo impacta la violencia institucional en las comunidades, como veremos en el siguiente punto.
En mi experiencia como asistente de investigación en proyectos de investigación sobre radicalización y políticas de securitización siempre se me ha insistido en la obligatoriedad de dar cuenta de los ataques y de las muertes en el contexto español. Se me ha pedido enmarcar los trabajos partiendo de los ataques terroristas producidos en el país haciendo un recuento de los muertos y señalando quién ha hecho el ataque. Esta maniobra se enmascara como un posicionamiento moral (e ideológico) que crea consenso sobre la necesidad de las políticas securitarias mientras se reproduce el relato sobre el otro musulmán. Además, teniendo en cuenta que soy una mujer musulmana, a menudo se me ha pedido un posicionamiento más explícito sobre ello, lo que denota la sospecha que se establece hacia nosotras.
Por lo tanto, se vuelve primordial en la investigación encontrar estrategias de afirmación de los saberes y perspectivas de las personas musulmanas. Como mantengo en el apartado anterior, el marco colonial de producción del musulmán peligroso no es posible sin el silenciamiento y deformación de los saberes y subjetividades musulmanas. Es necesario tener en cuenta las prácticas que generan un proceso de silenciamiento de las personas musulmanas mediante la objetivización y la criminalización. La criminalización, en particular, se alinea con los intereses de los dispositivos de securitización, ya que los intentos de buscar explicaciones históricas, sociales y políticas a los actos violentos se interpretan como justificación de estos cuando quien busca esas explicaciones es una persona musulmana. Para investigadores musulmanes, por lo tanto, iniciar un proyecto sobre políticas de securitización puede implicar un riesgo real de caer en la maquinaria securitaria (Zine, 2022).
Señalaba anteriormente que una opción es desplazarse, al menos, de las formas por medio de las que se presenta el “problema de investigación” en la producción dominante sobre el tema de la securitización y el islam. He defendido que el mayor problema de las investigaciones sobre islam, musulmanes y seguridad es que dotan de contenido y se alinean con los relatos securitarios institucionales aportando datos sobre cómo son, cómo piensan y qué hacen los musulmanes, que los lleva a ser violentos o que los hace potencialmente violentos. Cuando empecé a investigar sobre este tema, partía con la negativa a trabajar con metodologías extractivas de datos de las comunidades y los sujetos para ver qué piensan de la violencia o el terrorismo. Esta negativa me llevó a plantear una etnografía de la dominación a partir del análisis documental y del discurso institucional. Pretendía dotar de contenido las propuestas políticas comunitarias, investigando cómo son, cómo piensan y qué hacen las instituciones y agentes que los violentan. Por lo tanto, investigamos los dispositivos y discursos de dominación, no a los sujetos de comunidades que resisten a dicha dominación. El Estado es el único objeto posible de etnografía (Curiel, 2013).
Esta forma de etnografía implica análisis documental de las políticas de prevención de la radicalización y el antiterrorismo, asistencia a fórums y congresos sobre radicalización y seguridad donde la mayoría de los ponentes son agentes de cuerpos de seguridad o investigadores vinculados a agencias de seguridad, trabajadores públicos de centros penitenciarios, autoproclamados expertos en terrorismo e islam. Esto me permitió entender el marco europeo del que se desprenden las políticas de vigilancia a la población musulmana y analizar el discurso que ampara dichas políticas con sus conceptos e inconsistencias.
Sin embargo, a pesar de que esta mirada hacia arriba me ha proporcionado información valiosa, las políticas institucionales en este ámbito se caracterizan por ser cada vez menos transparentes. Ha sido a través de recorrer las huellas que deja en las comunidades en forma de desapariciones, detenciones, procesos policiales y judiciales, vigilancias en centros de culto y espacios comunitarios, como he podido recomponer los dispositivos y estrategias como se estaba desplegando la securitización. Este proceso de reconstrucción solo fue posible de forma comunitaria y a través de procesos de activación política con las preguntas: ¿qué está sucediendo en los barrios que responden a este marco de securitización?, y ¿existen violencias islamófobas en nombre de la seguridad que hemos normalizado?, entre otras. Estas preguntas surgen de la necesidad de entender qué está sucediendo y de ampliar la visión de lo que “me pasa a mí como individuo” a lo que nos pasa a todas como comunidad para después identificar de dónde nace esta violencia. Para ello, herramientas como la observación y el registro (escrito o de voz) de lo que sucede en el día a día de los centros de culto musulmán, el compartir con otras lo que se ha detectado (en los grupos de discusión, en las charlas, encuentros y debates (algunos organizados por mí como investigadora, otros con organizaciones musulmanas antirracistas) posibilitó ir resituando y politizando la experiencia y construir un conocimiento compartido sobre la maquinaria de securitización de las vidas de las personas musulmanas en el contexto español.
Por lo tanto, parto de llevar los recursos y las herramientas de la academia a la comunidad para contribuir a la activación política, lo cual es especialmente relevante, ya que estas políticas se centran en criminalizar la capacidad política y crítica de las personas musulmanas. Además, para una metodología decolonial, el horizonte político de transformación como motivación última de cualquier investigación es, a mi parecer, el centro.
En mi campo, hay un conjunto de construcciones sobre qué formas e interpretaciones del islam y la musulmanidad son aceptables y cuáles no. En la dialéctica entre musulmanes y Estado o instituciones, se dan procesos de colonialidad interna e internalización de ciertas deformaciones sobre lo islámico o lo “verdaderamente islámico” que hay que saber situar sin legitimar o re-producir el orden colonial. Teniendo en cuenta lo que hemos mostrado sobre la deformación de los conceptos y saberes islámicos para construir la idea del islam como peligro y vincularlo con la violencia irracional, hay que abandonar el uso acrítico de conceptos como “yihadismo” o “salafismo”, que deforman realidades mucho más complejas. Sobre todo, teniendo en cuenta que impactan de forma directa en cuerpos y subjetividades que son deshumanizados a través de estas categorías, categorías que en el imaginario social se vinculan, en última instancia, con el “terrorista”. Por este motivo, opto por hablar de procesos de securitización de las vidas musulmanas, lo cual implica poner en el centro el paradigma securitario como productor de estos conceptos y violencias.
Mi posición epistemológica, política y ontológica no me permite mantener la ficción de que es posible trazar a priori un proyecto decolonial cerrado, con métodos y técnicas que se diseñan fuera del campo, puesto que dichas prácticas responden a las pretensiones de desconexión, externalidad y objetividad de la producción de conocimiento (Borsani, 2014). Lo que ha guiado mi caminar ha sido precisamente encontrar las estrategias para afirmar, imaginar y construir otros mundos y contrarrestar la negación y deformación de lo islámico o lo musulmán. El diseño es un ejercicio de insubordinación al método y una apuesta por relatar los procesos de investigación, buscando no perpetuar el régimen de poder colonial inherente a la producción de conocimiento. Dichos procesos son siempre contextuales, artesanales y orgánicos (Katzer y Álvarez, 2022). El conocimiento se produce desde la realidad y no sobre ella, puesto que aquello que sucede y se necesita para dar lugar a esos “otros mundos” o “mundos negados” pasa a un primer plano, por encima de lo que el proyecto de investigación necesita que suceda para llegar a responder unas preguntas formuladas a priori.
En mi caso, fue prioritario poner las herramientas del proyecto al servicio de las necesidades de las personas y grupos con los que estaba trabajando. Esto implicó, por ejemplo, presentar parte de mis resultados de investigación en forma de audiovisuales, informes para organizaciones de la sociedad civil o seminarios de discusión con personas musulmanas a las que todo ello les sirviera en su trabajo de denuncia de la securitización. Sin embargo, esto me obligó a tener en cuenta los discursos religiosos, cuestión de la que quería huir. Me resistía a describir o situar la enorme diversidad en la que se dan estas vidas musulmanas y sus múltiples debates político-teológicos, puesto que actualmente no es posible superar la cárcel epistémico-existencial (Adlbi, 2016) en la que se encuentran los musulmanes. No quería hacer un ejercicio de incorporación de los saberes musulmanes que pudiese caer en prácticas de extractivismo colonial y de negación de las voces diversas de las personas musulmanas, así como de privilegiar los discursos y las voces que reproducen o parafrasean el discurso colonial, ya sea externo o interno.
Las epistemologías feministas decoloniales nos enseñan que hay que incorporar la complejidad de posiciones epistémicas y políticas dentro de las comunidades mientras se descoloniza —en este caso se descristianiza— el lenguaje religioso y se des-securitiza. Es decir, es primordial des-velar los fundamentos o los criterios en los que se constituye la matriz de poder colonial de dominación frente a los musulmanes y el islam. No se puede empezar una investigación académica con comunidades musulmanas sin antes revisar los supuestos coloniales que guían la producción de saber sobre el islam y sin comprobar hasta qué punto estos supuestos pueden estar inscritos en la propia práctica de investigación. Para ello es importante revisar qué categorías usamos, cómo se han construido y hasta qué punto participan de los procesos de esencialización y deshumanización del otro a partir de la producción de saber.
En el epígrafe anterior de este artículo, he mostrado algunos elementos de este paradigma. Tal y como he subrayado anteriormente, en mi campo existe un conjunto de construcciones sobre qué formas e interpretaciones del islam y la musulmanidad son aceptables y cuáles no. Por lo tanto, una metodología decolonial que pretenda superar el principio de externalidad/objetividad tiene que implicar un proceso de descolonización del ser para todos los sujetos implicados, también para el investigador o investigadora. Todo ello implica que la investigación se traduce en un proceso que es siempre incompleto, que está siendo y que es un deseo, una pulsión de hacer las cosas de otra forma, más que una receta cerrada de prácticas.
Para concluir, he defendido la necesidad de re-pensar las prácticas de investigación en clave decolonial en el campo de los estudios sobre el islam y los musulmanes, especialmente cuando se vinculan con cuestiones de seguridad. El proceso de descolonizar las metodologías de investigación conlleva profundas implicaciones ya que, desde el punto de vista de los sujetos colonizados, la investigación está vinculada a la empresa colonial. Igual que ha habido una resistencia a la dominación colonial por parte de los pueblos colonizados, ha habido también una resistencia a la dominación epistémica o colonialidad del saber. Esta resistencia se puede manifestar en forma de negarse a ser investigados u obligar a los investigadores a pasar por determinadas pruebas o mecanismos de control por parte de las comunidades y pueblos (Smith, 2016/1999; Vasco, 2007). En contextos más actuales, marcados por el racismo y la islamofobia, se siguen dando prácticas coloniales de investigación que hay que revisar. Aunque la correlación de fuerzas y las dinámicas raciales del contexto español y del propio proceso de investigación no permiten aun proyectos horizontales de investigación, he mostrado varias propuestas/tentativas de descolonización metodológica que parten de propuesta en el seno de la etnografía y la antropología.
Teniendo en cuenta el marco en el que se da la producción de conocimiento en la universidad occidental y occidentalizada, cualquier proceso de investigación sobre el otro o la otra se puede convertir en un proceso de extractivismo y dominación colonial que legitime procesos de dominación. Los factores determinantes de ello son varios y complejos: la poca o nula presencia de subjetividades postcoloniales en esos espacios; las relaciones de poder que se establecen entre ellas y la subjetividad colonial; las dificultades de huir de las dinámicas de objetivación del otro; así como la capacidad de rearme de la colonialidad del saber-poder en el seno de las investigaciones, si no se identifican y se trabajan los patrones de dominación que la re-producen y que responden tanto a cuestiones epistemológicas como metodológicas y teórico-políticas. Al mismo tiempo, hay que preguntarse si la investigación incide en una agenda política situada que tiene en cuenta las dinámicas que se dan en la “guerra contra el terror” como violencia colonial. Con este texto quiero contribuir a empezar a pensar y buscar resquicios para contrarrestar dichas dinámicas.
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