La conversación inventiva y su condición poética y política: el habla y el ejercicio de la libertad

Inventive conversation and its poetic and political condition: speech and the exercise of freedom

  • Raúl Ernesto García
En este artículo intento construir un esbozo filosófico-conceptual de la denominada conversación inventiva, de sus implicaciones poético-políticas, así como de sus contrastes con la conversación convencional o reproductiva, para lo cual se acude, como una vía fundamental para el análisis, a la noción de rizoma, de Gilles Deleuze y Felix Guattari, por el potencial heurístico que tal reflexión entraña y por las posibilidades abiertas de conexión interpretativa que se generan con relación a otras ideas provenientes de diversas fuentes. Recupero previamente algunos elementos básicos de la perspectiva pragmático-discursiva en el estudio de la conversación como figura primaria de la oralidad, para reflexionar posteriormente sobre los elementos definitorios de una conversación inventiva (minoritaria, creativa o imprevisible) relacionada necesariamente con ámbitos de libertad, mediante los caracteres y principios de lo rizomático, y finalizar con la breve conjugación de un enlace político de naturaleza anti-fascista.
    Palabras clave:
  • Conversación inventiva
  • Rizoma
  • Poética
  • Política
  • Libertad
In this article, I set out to construct a philosophical-conceptual sketch of so-called inventive conversation, with its poetic-political implications and contrasts to conventional or reproductive conversation. To this end, I turn to Gilles Deleuze and Felix Guattari’s notion of rhizome as a fundamental via for the analysis, due to this reflection’s heuristic potential and the broad possibilities for interpretative connection it generates in relation to ideas that emerge from diverse sources. First, the approach recovers some basic elements of the pragmatic-discursive perspective in the study of conversation as the primary figure of orality, before continuing to reflect on the defining elements of an inventive conversation (minoritary, creative, or unpredictable) necessarily related to ambiences of freedom through the characters and principles of the rhizomatic. The article ends with a brief conjugation of a political linkage that is anti-fascist in nature.
    Keywords:
  • Inventive conversation
  • Rhizome
  • Poetics
  • Politics
  • Freedom

1 La perspectiva pragmático-discursiva en el estudio de la conversación

La oralidad o discurso oral cotidiano constituye, junto a la escritura, el modo en que el lenguaje humano logra materializarse y, con ello, concebir, realizar y comunicar el mundo en su diversidad, en su complejidad y en su dinamismo indetenible. Co-existen, como se sabe, múltiples y variadas formas de oralidad que se distinguen de acuerdo a las diferentes condiciones, situaciones sociales e interacciones que enmarcan, inciden en, o determinan su propia producción. Pero en cualquier caso, la oralidad, el habla o la palabra dicha, se asocian consustancialmente a la función de establecer, dar curso, proyectar o desarrollar vínculos sociales de toda índole. Tal como señalan Helena Calsamiglia y Amparo Tusón (2018):

El habla es en sí misma acción, una actividad que nos hace personas, seres sociales, diferentes a otras especies animales; a través de las palabras somos capaces de llevar a cabo la mayoría de nuestras actividades cotidianas: desde las más sencillas (…), hasta las más comprometidas. (p. 43)

En este sentido, será la conversación la figura fundamental o primaria de realización de la oralidad (Tusón, 1995/1997) y la que describe las situaciones de enunciación prototípicas caracterizadas por la presencia y participación simultánea de individuos o interlocutores y por la realización concreta de alguna forma de relación interpersonal y/o social en términos amplios y diversos. Es decir, la conversación funciona, habitualmente, como el ámbito en el que residen, por así decirlo, y van transformándose, otras muchas actividades socio-discursivas más o menos extendidas y dominantes.

Desde luego, las conversaciones tendrán distintas maneras de articularse y funcionar, e implicarán reglas de producción variables y una serie de características interlocutivas que han sido estudiadas con detalle, entre las que se encuentran, por ejemplo, la reiteración del cambio de hablante mediante un ejercicio de alternancia de turnos como mecanismo de organización interna del trasiego de palabras en cuestión; la frecuente condición dialogal del intercambio; los solapamientos en las intervenciones; lo inconstante de las transiciones, del orden de participación y de la duración, tanto de los turnos de palabra como de la conversación en su conjunto, entre otras (Sacks et al., 1974, pp. 696-735). En estos términos es que la conversación cotidiana puede asociarse a un carácter espontáneo, indefinido o improvisado, lo cual, obviamente, no suprime la presencia de asimetrías, desigualdades y relaciones de poder específicas que pueden codificar tales intercambios discursivos de una u otra manera.

Aun así, desde una orientación pragmática en los estudios del lenguaje y en particular desde los trabajos de Paul Grice (1975/1991, pp. 511-530), se ha reflexionado sobre los aspectos reguladores de la conversación tácitamente aceptados por quienes conversan: aspectos que constituyen en su conjunto lo que se ha denominado principio

de cooperación, el cual se refiere a una condición de racionalidad elemental (de carácter dialógico) para que ese intercambio discursivo implique (alguna) inteligibilidad y tenga determinado sentido.

De hecho [añade al respecto Lupicinio Íñiguez (2003)] las conversaciones que mantenemos no son una mera secuencia de informaciones, descripciones o datos inconexos, sino que constituyen, en cierto modo, un esfuerzo de colaboración o reciprocidad en el que los/as interlocutores/as nos involucramos. Se podría decir que los/as participantes en una conversación son conscientes o se hacen conscientes de que el intercambio comunicativo en el que participan está, de alguna manera, vertebrado por un propósito o conjunto de propósitos comunes o, cuando menos, posee una orientación recíprocamente aceptada por los/as hablantes. (p. 59)

El principio de cooperación de Grice (1975/1991) promoverá entonces que las contribuciones a la conversación sean en cada momento las requeridas para el propósito o la dirección del propio intercambio de palabras y se constituirá en una condición previa que se supone, se espera, se asume que los participantes en una conversación habrán de considerar. Pero, además, el principio habrá de implicar también otras normas y máximas específicas, relacionadas con la cantidad, la calidad (veracidad), la relevancia y la claridad de lo expresado en la conversación en su vínculo indisoluble con las actividades sociales que sobrelleva (pp. 516-517). En cualquier circunstancia, los aspectos de la cooperación se incorporan de manera desigual al ejercicio de la conversación coloquial o cotidiana, la cual no suele prepararse ni planificarse por los hablantes, sino que se produce abiertamente de acuerdo con las interacciones socio-discursivas e intersubjetivas que la conducen.

Es también por ello que la conversación, a pesar del inevitable rasgo de dialogicidad que la constituye, y a pesar de que su emergencia se vincule, como veremos más adelante, a prescripciones mayoritarias de funcionamiento social sostenido, se distingue del diálogo formal por no tener un orden específico, explícitamente preestablecido en consciencia y que se vincule sustantivamente a unos u otros fines, intenciones u objetivos epistemológicos, argumentativos, éticos, institucionales, organizativos o políticos, determinados en ese instante. La conversación corriente:

Puede contener ideas accesorias o de valor desigual; hay improvisación, digresiones, pausas y tiempos muertos; puede ser aburrida y albergar frases cíclicas o inconclusas, anacolutos, rupturas, inconsecuencias gramaticales y sintácticas. La conversación no tiende normalmente a un desarrollo determinado, ni profundiza de modo orgánico en un argumento. Carece de unidad porque opera sólo por asociación. (Ana Vian, en Gómez, 2000, p. 19)

En efecto, la conversación suele carecer, en su consecución, de un orden previo en aras del seguimiento de algún tema más o menos definido, y no suele asociarse a ella el ejercicio de la profundización en uno u otro asunto o argumento. Es decir, la conversación, en contraste con el diálogo formal, pierde unidad, se dispersa. Si el diálogo exige tácita o explícitamente que haya más o menos pertinencia, relevancia, claridad y orden en las intervenciones, la conversación parece aceptar, más flexiblemente, muchas (otras) formas de participación verbal sin que tales desplantes puedan desvirtuar su condición de conversación. Acepta desvíos, acepta que se suplante el asunto o tema original o central (si se hubiese concebido) por cualquier otro tema, asunto secundario u ocurrencia de los participantes.

Un diálogo formal parece orientarse, en tanto tal, a la realización de un sentido más o menos explícito, configurado en un intercambio que se apoya en una presunta igualdad de condiciones y que se dirige, sobre todo, hacia una finalidad aceptada y compartida. Si la conversación inicia en cualquier momento, sin tener necesariamente la pretensión de prosperar, el diálogo, en cambio, requiere del reconocimiento previo, relativamente consciente, de su propia condición de diálogo en aras de prosperar en la persecución de su propia finalidad.

La conversación remite, en su despliegue, a un momento crucial de cierta iniciativa y/o capacidad personal-subjetiva: se dice que es un(a) buen(a) conversador(a) aquel o aquella que sabe hacer amena o interesante una conversación (sin embargo, claro está, es posible también tener conversaciones desagradables o aburridas, así como tener diálogos más o menos divertidos). Saber conversar entonces, parece implicar determinadas cualidades intrínsecas del sujeto que conversa en la interlocución. Remite a determinadas competencias y expresividad del sujeto. El diálogo, en cambio, remite a determinada actitud o disposición para realizar una actividad específica con su finalidad concebida como tal y a mantenerla en esa interlocución compartida de carácter estratégico (Bobes, 1992, pp. 104-116).

La conversación no suele concebir ni avalar requisitos previos para su emergencia y se puede asociar a cierta improvisación de los hablantes. Si el diálogo tiende a cerrar la figura temática, la conversación parece ser en esa dirección, más abierta y también más libre, en el sentido de estar menos sujetada a condiciones inherentes del proceso dialogal. Acepta, sin exigencias de forma, digresiones, pausas, rupturas o cambios repentinos. No suele aspirar a un desarrollo determinado con anterioridad ni extenderse metódicamente en argumentos o ideas expresadas.

Walter Mignolo (1987) ha planteado por su parte que la conversación no necesariamente coincide con la introducción explícita de un tema y su agotamiento, o con la introducción de un problema y su solución. Por tanto, la conversación parece definirse más en relación con un ámbito básicamente pragmático, mientras que el diálogo parece definirse en relación con un ámbito predominantemente semántico (p. 12). En efecto, el diálogo señala con mayor o menor carácter explícito un tema central y, con ello, involucra la exigencia semántica de mantener cierta unidad de tema y de desarrollo en progresión. En la conversación, en cambio, tiene mayor importancia la actividad interlocutiva misma que el tema en cuestión; o sea, resalta más el intercambio en sí, que las informaciones producidas. Por eso se dice que las personas pueden “cambiar de conversación” pero no se dice que puedan “cambiar de diálogo” sino, en todo caso, “cambiar el tema del diálogo”.

Si el diálogo formal es proclive a la trascendencia por cuanto adquiere cierto carácter intencional al servicio de una finalidad extrínseca, la conversación propende a la inmanencia del momento presente. Si la condición dialógica tiende a la objetividad, o a la búsqueda de algún acuerdo temático-conceptual en los participantes, en la condición conversacional es más importante la expresividad intersubjetiva de los que hablan, su capacidad intuitiva, su habilidad intrínseca para el uso de palabras. El diálogo, al presuponer un orden para el proceso de intercambio, remite a un cosmos. La conversación, en cambio, tiene la vocación subterránea del des-orden y remite a un caos. Ello sugiere la idea de que en el diálogo se piensa o se calcula más lo que se dice, mientras que, en la conversación, más bien, se comparten acontecimientos y experiencias en el habla de la vida social cotidiana. En todo caso, podemos afirmar, sin pretender aquí realizar una discusión más profunda de esta idea, que la condición conversacional y la condición dialógica se imbrican discursivamente en algo así como un trance permanente.1

Aunado a todo lo anterior, en el estudio específico de la conversación cotidiana o coloquial en castellano, se ha distinguido, adicionalmente, la conversación prototípica de la conversación periférica (Briz, 1998). Desde tal perspectiva, la conversación prototípica es en efecto aquella que no se prepara previamente, que tiene carácter informal, que tiene para las personas involucradas una significación meramente interactiva entre iguales sociales o funcionales en algún ámbito familiar o más o menos conocido, y en la que se comparten experiencias comunes de las actividades y escenarios de la convivencia cercana. La conversación periférica sería entonces cualquier otra que no cumpla con estos indicadores. Ahora bien, más allá de la concreción pragmática en el estudio de la figura conversacional, esta última distinción sugiere la posibilidad de pensar las conversaciones en términos de una diferenciación más amplia, relacionada con los efectos sociales y político-poéticos de su emergencia y realización. En este sentido, es posible sugerir la distinción cualitativa entre una conversación convencional, mayoritaria, funcional-reproductiva, previsible u ordinaria (propia de lo extenso, de lo reiterativo y de lo prototípico) y una conversación inventiva, minoritaria, poético-productiva, imprevisible o extraordinaria (propia de lo intenso, de lo creativo y de lo periférico). Y, desde luego, es posible comprender también que la emergencia irrepetible de cualquier conversación inventiva tendrá lugar, ineludiblemente, bajo las condiciones y el contexto diverso de las conversaciones convencionales u ordinarias que van configurando y entretejiendo las relaciones sociales en todo momento.

En aras de contribuir a la construcción de un esbozo filosófico-conceptual de la conversación inventiva, de sus implicaciones poético-políticas y de sus contrastes con la conversación convencional o reproductiva, se acude, como una vía para el análisis, a la noción de rizoma, de Gilles Deleuze y Félix Guattari (1980/1994) por el potencial heurístico que tal reflexión entraña y por las posibilidades abiertas de conexión interpretativa que se generan con relación a otras ideas y enlaces provenientes de las fuentes revisadas.

2 Una perspectiva filosófica para el análisis de la conversación inventiva

La conversación, aún bajo las ineludibles prescripciones del imperativo dialógico-funcional, no ha de implicar forzosamente, siempre, el análisis de un objeto o de una situación, ni el despliegue de una reflexión mediante objeciones y refutaciones lógicas. En el momento en que la conversación deviene creativa (y podremos decir también, a partir de ahora, rizomática) dejará de tener un objeto y uno o varios sujetos fijos y bien anclados a sus respectivas y presuntas predeterminaciones identitarias. En ese momento la conversación fluye y se arremolina en una concomitancia o yuxtaposición de materias y velocidades imprevisibles que van marcando vínculos provisionales y desigualmente impactantes en el ámbito global o de conjunto (si lo hubiese) de la conversación misma. En la interlocución —al igual que en algún libro— “hay líneas de articulación o de segmentariedad, planos, territorialidades; pero, también, líneas de fuga, movimientos de desterritorialización y de destratificación” (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 8).

La presencia diferenciada y dinámica de flujos de ideas y planteamientos corporeizados y socializados van a generar distintas composiciones más o menos caóticas o alineadas a unos u otros vectores de ordenamiento, pero siempre nuevas e inaprehensibles, produciendo ámbitos de circulación y de expresión inéditos. La conversación inventiva (creativa, rizomática) es entonces una multiplicidad alterada que se integra conflictivamente con el mundo físico y social involucrado para des-hacer el mundo mismo como unidad cerrada y dispersarlo en partículas e intensidades de carácter poético. Las nuevas composiciones conversacionales implicarán, por lo tanto, también, la presencia-participación de otros elementos del cosmos que se disgregan y brillan abiertamente.

No se trata entonces de saber de qué es de lo que se habla en una conversación, cuál es su objeto, su propósito o su sentido de congruencia, sino, en cambio, se trata de ubicar, detectar, resaltar, apreciar las conexiones de juego, los paisajes intensos y las metamorfosis que va generando esa interlocución, al calor de los plexos existenciales articulados y producidos por el mismo acontecimiento. Y es precisamente, a partir de la condición anterior, que podemos preguntar qué derivaciones pueden aparecer entre la conversación inventiva y los efectos político-amorosos y revolucionarios de tales composiciones.

En este sentido, el conversar no ha de asociarse al ejercicio de delinear significaciones convencionales, sino a inventar y reinventar diferentes planos de la existencia individual y social. La conversación creativa o rizomática no es la que busca llegar a la “raíz” de las cosas, ni la que concibe y atiende los planteamientos en términos de sus ramificaciones más o menos previsibles, moviéndose bajo la lógica binaria de la disyunción o de la dicotomía. La conversación creativa (o de invención) no puede pensarse entonces como una línea que se bifurca y nos lleve a esa imaginaria fuente primordial, pivote o nodo que soporte, originalmente, las ramificaciones ulteriores. La conversación creativa vive de injertos y/o brotes no previstos que provocan-implican la condición de la multiplicidad, de la complejidad y de la emergencia sorpresiva de tales o cuales elementos inusitados (o caóticos) del cosmos.

La conversación inventiva tampoco puede pensarse ni realizarse en términos de una obra total, plenamente integrada en su presunto sentido estratégico, sino que ha de concebirse y realizarse como proliferación selvática, expansiva e imprevisible de plexos existenciales en movimiento que van a escapar, en acto, de cualquier unidad u objeto de integración cognoscitiva o política prefijada y completa. O, dicho de otra manera, la conversación inventiva eclosiona en la medida en que puede restar o substraer el sentido de unidad estratégica, e incluso temática, de dicha interlocución. Esto es: conversar a n-1 (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 12). Una conversación así se habrá de articular simultáneamente, de diferentes formas, muchas veces contrapuestas o de signo distinto, en virtud de lo cual pueden reverberar las ideas al tiempo que se fugan y, eventualmente, se recomponen imprevisiblemente. Al igual que los caracteres aproximados del rizoma, la conversación creativa involucra de manera desigual, determinados principios, nunca concluyentes, pero que sobrellevan un dinamismo y un temple propios.

Tenemos, ante todo, los principios de conexión y heterogeneidad (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 12) mediante los cuales, cualquier punto (tesis, planteamiento, consideración, descripción, caracterización o asunto) puede ser vinculado con otro cualquiera, sin la subordinación a un orden previamente establecido como un asentamiento sedentario. En otros términos, las codificaciones acaecen de forma heterogénea, variada, libre, dispersa, aún y cuando se converse todavía al interior de los marcajes prescriptivos propios de determinadas esferas o ámbitos de discursividad (y dialogicidad) dispuestos por las relaciones de saber y poder imperantes. Se establecen conexiones a través de uno u otro pliegue semiótico, inédito o inesperado. Lo heterogéneo del diablo desplaza o se impone, aunque sea fugazmente, a lo homogéneo de Dios. Así, en el contexto de una dialogicidad mayoritaria o propensa al dominio de la existencia, la conversación creativa resiste con sus variaciones, y realiza el asalto político y poético de la intersubjetividad para una momentánea y rebelde toma del poder en los territorios colonizados por la gran metrópoli del lenguaje. La resistencia conversacional se articula en términos de descomposición y recomposición creativa (y anti-sistémica) de los vectores de funcionamiento, validez y estabilidad del sistema-lengua-mundo dominante en ese momento.

A continuación, tenemos el principio de multiplicidad, el cual remite a la desintegración de lo “uno como sujeto o como objeto, como realidad natural o espiritual, como imagen y mundo”. Es decir, que en la conversación creativa, produciéndose como interlocución de lo múltiple, no habrá unidad “que sirva de pivote en el objeto”, porque la multiplicidad no tendrá “sujeto ni objeto, sino tan solo determinaciones, grandezas, dimensiones que no pueden crecer sin que ella cambie de naturaleza” (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 14). Así, esta conversación múltiple no remite tampoco a la voluntad consciente de quienes produzcan tal conversación, como si la eclosión de creatividad que se desborda en el habla fuese consecuencia de los giros previamente concebidos de un timonel experto. El desbordamiento de creatividad acontece como producto de corrientes diferenciadas de ideas, deseos e intuiciones conectadas a mundos socio-materiales diversos que convergen y se contraponen desesperadamente, para golpear la nave de la conversación que, ante semejantes embates, parece mezclarse o confundirse con el mar encrespado de la multiplicidad misma, “como si el navío fuese un plieguen del mar” (Deleuze, 1986/1987, p. 129). La composición, descomposición y recomposición creativa de los ordenamientos del sistema-lengua-mundo dominante, mediante la presencia de la multiplicidad, implica cambios en la naturaleza del propio sistema. Cambios continuos, variaciones imprevisibles, más o menos impactantes, de carácter micro-político y micro-poético, que van borrando en la conversación puntos o posiciones fijas (criterios arraigados de diversa índole) para convertirlos en líneas de re-creación y/o de invención de realidades, cuya sorprendente aparición extiende aquella proliferación (selvática) de plexos existenciales en movimiento, sobre los asentamientos civilizatorios del lenguaje de la reiteración y la estabilidad. Dicha proliferación significa que cada idea, cada deseo, cada intuición habrá de constituirse dinámicamente como una multiplicidad en sí que se va entrelazando con otras multiplicidades concomitantes para participar en el curso indetenible de la subjetivación compleja que tiene lugar en la conversación creativa. Así, van articulándose las vivencias, las determinaciones biográficas, las creencias y conceptos, las percepciones y las relaciones interpersonales a la manera de “un encadenamiento destrozado de afectos, con velocidades variables, precipitaciones y transformaciones, siempre en conexión con lo externo” (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 16).

Otro principio rizomático de la conversación creativa será el de la ruptura asignificante (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 17) en virtud del cual esa interlocución puede ser fracturada en cualquier momento, pero podrá también volver a brotar mediante la re-generación-recuperación y potenciación emergente y cambiante de alguna de sus vías previas de expresión o líneas de invención de realidades nuevas. Es decir, la conversación creativa comprenderá “líneas de segmentariedad” que de algún modo organizan, integran, territorializan dicha conversación; pero también, simultáneamente, comprenderá “líneas de desterritorialización” por las que tal conversación se fuga de sí misma, ocurriendo así una ruptura que, sin embargo, siempre puede recomponerse hacia la nueva integración conversacional para volver a comenzar, sin ceñirse forzosamente a ningún efecto de significación anterior. Ruptura, desterritorialización, reterritorialización distinta, otra ruptura, y así hasta el infinito. La conversación creativa implica entonces comunicaciones transversales inesperadas y devenires específicos que rompen con la integridad de un modelo genealógico o arborescente (que organizaría los temas y asuntos a tratar en la interlocución en términos de subordinación de unos conocimientos respecto de otros y establecería un ordenamiento jerarquizado de los planteamientos). La conversación creativa hace, por tanto, rizoma (por ruptura) con el mundo, ella desterritorializa el mundo, pero al unísono, el mundo reterritorializa la conversación que a su vez se desterritorializa a sí misma en el mundo.2

Veremos ahora cómo la conversación creativa no responde a un modelo estructural ni a ningún “eje” de desarrollo a propósito de lo cual se siga una lógica de la reproducción (pasiva) del mundo. La conversación creativa no reproduce el mundo, sino que lo fractura al tiempo que lo re-crea, lo inventa, lo constituye. Hace no un calco del mundo, sino un mapa con el mundo. Un mapa abierto, cambiante, reversible, modificable, de carácter activo. De esto es de lo que trata el principio de cartografía y de calcomanía (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 21). La conversación inventiva se opone a cualquier pre-determinación del calco (es decir, rechaza la “fatalidad calcada” en la comprensión de las cosas, sea esta de orden “divino”, “histórico”, “económico”, “estructural”, “hereditario” o “sintagmático”), porque así lo que ocurre es que se reiteran y propagan elementos redundantes, y reivindica, en cambio, la posibilidad de dibujar un mapa productivo con el mundo, de múltiples conexiones cartográficas y alternativas de acción, afectividad y pensamiento, en aras de otros trazos de intensidad y ejercicios de transformación existencial (más allá de referentes teóricos propensos a imponer marcajes universales).

La conversación creativa, entonces, impugna el planteamiento según el cual, entender el mundo debe ocurrir a partir de algún criterio o idea superior o central que se pretenda investir como núcleo validado de significación, memoria prestablecida, y prescripción de subjetividad. Ante dicho planteamiento, la conversación creativa se constituye como un sistema a-centrado (o bien, excéntrico), donde los canales de transmisión no preexisten a las participaciones de los interlocutores, y donde la comunicación no será jerarquizada y prescriptiva, sino plural y recreativa, y donde objetos y sujetos resultan intercambiables y no se determinan por ninguna instancia estructuralmente central o dominante. Se trata, por tanto, de una “multiplicidad acentrada” o bien de una “organización acentrada de una sociedad de palabras” (Rosenstiehl y Petitot, citados por Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 29), que no reduce el mundo como plexo existencial (ni lo interpreta, ni lo hace significar) de acuerdo con determinado modelo de saber-poder exclusivo, instalado como núcleo dominante de comprensión y acción humanas. Al contrario, la conversación inventiva tendrá precisamente que re-crear, inventar, producir el mundo y, en consecuencia, inaugurar otras formas de decir, otros deseos y otros entendimientos de la vida y de las relaciones sociales.

La conversación inventiva puede pensarse, así mismo, en términos de lo que, análogamente, Michel Serres (1968/1996) plantea como el diagrama en red de la comunicación. Se trata del encuentro comunicativo que se constituye por una pluralidad de puntos o tesis, unidos simultáneamente por una pluralidad de vías, caminos o relaciones, que implican cierto “flujo de determinación” específico, en cierto momento concreto. Así, “ningún punto se privilegia con respecto a otro, ninguno se subordina unívocamente a tal o cual; cada uno tiene su propio poder (eventualmente variable en el curso del tiempo), su zona de irradiación y también su fuerza determinante original” (Serres, 1968/1996, p. 9). Esto significa que dicho encuentro comunicativo se materializa y acontece como una red compleja y dinámica de intercambios verbales, corporales y sociales tan irregular como posible. Una conversación inventiva, entonces, no tendrá carácter dialéctico, sino diagramático, porque involucra una infinita y compleja pluralidad de vías de relación entre una tesis y otra, con distintas mediaciones posibles, que podrán cambiar de naturaleza y de fuerza y que además estarán produciéndose por el dinamismo del propio juego generado en semejante interlocución: imprevisibilidad y “pluralismo infinito de lo acontecional” (Serres, 1968/1996, p. 18) en lugar de la consigna o mandato implícito del encadenamiento y jerarquización congruente y reiterada de los aspectos, acciones o contenidos de la conversación convencional o mayoritaria.

En efecto, la promoción y realización de conversaciones convencionales suele asociarse a esfuerzos prescriptivos diversos, más o menos naturalizados, dirigidos a lograr (por separado o en combinatorias diversas) cierto tipo de objetivos adicionales o alternos, tales como: poder obtener información; conducirse adecuadamente en unas u otras situaciones sociales; poder establecer vínculos de una u otra índole con otras personas; comunicarse bien o mejor según tal o cual contexto; cambiar o desarrollar algún aspecto de la vida; saber interactuar; compartir algo; promover aprendizajes varios; hacer entender ideas o afectos a otras personas, etcétera. Así, en la conversación convencional o mayoritaria existe un sentido más o menos consciente y más o menos articulado de cálculo y despliegue organizado de planteamientos, una dialogicidad que se sostiene con una estructuración de contenidos predominantemente arborescente, jerárquica y conservadora (es decir, que minimiza u omite los atrevimientos). Se trata aquí de una conversación que se desarrolla en la reivindicación de una memoria de ordenamiento que siempre, de una u otra manera, logra recuperar, recapitular, (explícita o implícitamente) una trayectoria de avance a partir de unos u otros centros dominantes de significación de carácter pertinente y también, de algún modo, relevante para las situaciones que lo requieren3. Esta condición conversacional mayoritaria se extiende y domina reiteradamente las formas interactivas de nuestras realidades sociales en Occidente. Tiene carácter regular y establece, por volumen y frecuencia, las formas globales de vinculación interpersonal cotidiana, que además propenden a la integración ilusoria del sujeto individual a partir de la congruencia y el sentido identitario de su propia trayectoria conversacional, con lo cual, se busca-establece la tan idolatrada condición-razón de la trascendencia.

Muy diferentes cosas ocurren con la conversación imprevisible o creativa: en ella no se trata de interpretar, condensar, gestionar y/o reducir algún segmento de la realidad social, sino de producirla, de inventarla, de recrearla en términos de nuevas formas del decir, que implican un abrirse al deseo, a la risa y a los descubrimientos inusitados de la existencia, que, por su parte, propenden a una especie de fragmentación que revitaliza la subjetividad individual compartida, con lo cual, se subraya-reivindica la condición-razón de lo inmanente.

Desde luego, podemos comprender que la conversación convencional, mayoritaria u ordinaria, lleva en sí el impulso de la conversación inventiva, minoritaria o imprevisible, lo mismo que esta última puede producir, a la vez, nudos de conversación estructurante y de gestión social mayoritaria: “Hay en los rizomas nudos de arborescencia e impulsos rizomáticos en las raíces” (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 32). No obstante, la conversación inventiva será la que habrá de conectar “un punto cualquiera con otro punto cualquiera, y cada uno de sus trazos no remite necesariamente a trazos de la misma naturaleza, pone en juego regímenes de signos muy diferentes” (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 33). Así, en la conversación creativa, pueden abrirse simultáneamente diferentes dimensiones que participan a su modo en la permanente metamorfosis de la interlocución y, por lo tanto, del mundo. Esa metamorfosis de la interlocución y del mundo implica, efectivamente, una manera de fugarse de lo (previamente) establecido. Es por ello por lo que la conversación inventiva no puede ser objeto de algún ejercicio de reproducción o repetición sin que pierda su condición poética. La conversación creativa se produce necesariamente en contra de “sistemas centrados (incluso policentrados) de comunicación jerárquica y vínculos prestablecidos” y, por lo tanto, se trata (tal como el rizoma) de “un sistema acentrado, no jerárquico (…) sin memoria organizadora o autómata central, definido únicamente por una circulación de estados” (Deleuze y Guattari, 1980/1994, p. 34).

Obviamente, la conversación inventiva no pretende constituirse como referente de uno u otro conocimiento certero (aún y cuando, eventualmente, pudiese ocurrir así). La conversación poética genera en principio “composiciones maquínicas del deseo, así como composiciones colectivas de enunciación.” Deleuze y Guattari (1980/1994) agregan: “Una composición en su multiplicidad trabaja a la vez forzosamente sobre flujos semióticos, flujos materiales y flujos sociales (independientes de la recuperación que puede hacerse en un corpus teórico o científico)” (p. 35). Una composición conecta entonces determinadas multiplicidades provenientes de ámbitos diversos de lo real, de los plexos existenciales involucrados y de tales o cuales contextos específicos de la intersubjetividad concomitante a la conversación misma. Esto quiere decir que la conversación creativa es nómada, polimorfa, delirante, abierta y, de algún modo, reivindica la bellísima presencia del entusiasmo del mundo, o sea, la incorporación vibrante, en cada palabra compartida, de los dioses de todos los tiempos y lugares.

3 Un enlace político: conversación inventiva y anti-fascismo

La conversación creativa desata una máquina de guerra de composiciones errantes y heterogéneas en contra del aparato de Estado (Deleuze y Guattari, 1980/2002, pp. 359-431) constituido por la conversación sedentaria y reproductiva que permanece apegada a los vectores de la consigna: es decir, la conversación del funcionario eficiente (o del individuo competente y operativo) que ha interiorizado y re-territorializa un orden de dominio. En la conversación creativa se trata, por el contrario, de reivindicar las invenciones libres que por su propia condición escapan de la captura, del registro y de la instalación consistente de un sentido estratégico de funcionamiento, desarrollo y trascendencia para el asunto abordado; conversación imprevisible que va olvidando sin remilgos lo que ha producido hasta ese instante, en aras de procrear nuevos momentos de di-versión y plexos existenciales inéditos, inmanentes y des-ordenados.

Es por ello que la conversación inventiva, de vigor psicopoético, también se opone, por naturaleza, a cualquier ascetismo militante, más o menos virtuoso o elevado, y a cualquier ejercicio que pretenda llevar el mensaje de la “lucidez” o de la “salvación” por medio del dogma o la doctrina: aquel que quiere, tal como señala Michel Foucault (1983) “preservar el orden puro de la política y del discurso político” (p. xii) y, desde luego, la conversación creativa se opone a los clérigos competentes, a los activistas ultra y a los predicadores de la santidad; intelectuales “de La Revolución” o defensores de “La Verdad”, que se regodean de pronto en cierta religiosidad distante4 o aureola de pureza, que anuncian el camino de la redención teórica, política, ética o social y que ostentan su “iluminación” en términos de una u otra mojigatería de carácter ideológico, marcada casi siempre por la duplicidad o el fingimiento, y de talante profundamente autoritario. Por el contrario, la conversación inventiva es libertaria y, en su sentido más profundo, es anti-fascista.

Precisamente, al preguntarnos qué derivaciones pueden aparecer entre la conversación inventiva y los efectos político-amorosos y revolucionarios de tales composiciones, podemos percatarnos de que semejante interlocución impugna, en acto, el espíritu del fascismo. No solo el de la experiencia desoladora del fascismo histórico (el de los regímenes europeos de mediados del siglo XX), sino el espíritu del “fascismo en todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota” (Foucault, 1983, p. xiii). En este sentido, la conversación poética es intrínsecamente anti-fascista porque se contrapone a los fundamentalismos teórico-políticos y al sacrificio del placer en la vida, para abrir paso a la exuberancia, a la diversidad y al hedonismo vitalista de la palabra y de las acciones implicadas. Es anti-fascista también porque rechaza la tecnificación y las imposiciones sutiles o groseras del despotismo que se extiende sobre aquellos saberes propios de ámbitos institucionales o académicos y que propenden a subyugar o a excluir la multiplicidad del pensamiento y de los afectos. Pero, además, la conversación creativa impugna el fascismo porque, en tanto arte y apertura de vivir, quiere liberarse de toda paranoia de atrincheramiento totalizante, promueve los deseos de proliferación selvática y concomitancia de ideas y comportamientos, exalta el valor de la diferencia, se fuga del mandato de la uniformidad, reivindica la posibilidad del nomadismo existencial, de la imaginación, de la alegría y de la risa como fuerzas revolucionarias, de la des-sujeción de los individuos y de la producción inusitada de subjetividad como vía de resistencia (en un contexto y en un instante determinado) contra las consignas globales del saber-poder dominante y sus líneas de determinación socio-discursiva.

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