La dominación social en Annie Ernaux: la experiencia de ser para otros

Social domination in Annie Ernaux: The experience of being for others

  • David del Pino Díaz
  • Tania Brandariz Portela
Objetivo. El objetivo de este artículo es realizar un análisis original de la obra de Annie Ernaux (1940, Lillebonne). La producción de la autora, que se está traduciendo al castellano y que goza de popularidad en España, se inscribe en la intersección entre la sociología, la literatura y la historia. Metodología. El marco desde el que nos planteamos el estudio es la interrelación entre la sociología crítica y la teoría feminista, atendiendo a los conceptos que vertebran el pensamiento de sus dos referentes: Pierre Bourdieu y Simone de Beauvoir. Desde el método deductivo, ahondamos en su condición de tránsfuga de clase y en la socialización femenina, que la comprometen a contar, a partir de su experiencia, toda la verdad de los dominados. Conclusiones/discusión. En las conclusiones, destacamos la articulación de su subjetividad en un constante conflicto entre la asimilación de los mandatos de género y su proyecto político: la escritura. En su relato se antepone la memoria a la complacencia: el ‘ser para otros’ que recorre su obra.
    Palabras clave:
  • Experiencia
  • Feminismo
  • Clase social
  • Dominación
  • Desigualdad social
Objective. The aim of this article is to write an original analysis of the work of Annie Ernaux (1940, Lillebonne). The author’s production, which is being translated to spanish and is enjoying popularity in Spain, is inscribed at the intersection between sociology, literature, and history. Methodology. The framework from which we approach this study is the interrelation between critical sociology and feminist theory, taking the concepts that structure the thinking of its two referents: Pierre Bourdieu and Simone de Beauvoir. From the deductive method, we delve into her condition as a ‘declassed’ and female socialization, which commit her to tell, from her experience, the truth of the dominated. Conclusions/discussion. In the conclusions, we highlight the articulation of her subjectivity in a constant conflict between the assimilation of gender roles and her political project: writing. In his story, memory takes precedence over complacency: the fact of ‘being for others’ that articulates all her work.
    Keywords:
  • Experience
  • Feminism
  • Social class
  • Domination
  • Social inequality

1 Introducción

El proyecto literario de Annie Ernaux (1940, Lillebone) nace de su experiencia, enmarcada en la “auto-socio-biografía” (Ernaux y Jeannet, 2003, p. 21). Sin embargo, para Ernaux, el yo está condicionado por la inserción dialéctica con estructuras de las que depende: la autora se analiza atendiendo a la dominación de clase y de género. En su obra busca contar la verdad con palabras, coincidiendo el relato veraz con la toma de conciencia social: “Tenía que hacerse la verdad para que yo escribiera. Pero no hay más verdad que antes, simplemente cambio de creencias” (Ernaux, 2001/2011, p. 796). De esta forma, Annie Ernaux relaciona su biografía literaria con el socioanálisis de Pierre Bourdieu, resultando un trabajo a medio camino entre la literatura, la sociología y la historia (Ernaux, 1987/1988, p. 90).

El objetivo de situarse entre la literatura, la sociología y la historia conduce a Annie Ernaux a escapar del yo autosuficiente, para ahondar en la gramática de los contagios y relaciones con las estructuras. La práctica social no es el resultado de la lógica proveniente de un sujeto capaz de regularse a sí mismo, debe ser entendida dentro de unas relaciones estructurales aprehendidas en la historia: “es un cuerpo socializado, un cuerpo estructurado, un cuerpo que se ha incorporado a las estructuras inmanentes de un mundo o de un sector particular de este mundo” (Bourdieu, 1994/1997, p. 146). En este sentido, es pertinente mencionar un concepto clave en la obra de Ernaux que hace referencia a la relación entre el yo y las estructuras, que es lo que Pierre Bourdieu denominó como habitus: “sistemas perdurables y trasladables de esquemas de percepción, apreciación y acción que resultan de la institución de lo social en el cuerpo” (Bourdieu y Wacquant, 1992/2012, p. 167).

Por otro lado, la socialización de Ernaux en la opresión, presa de la alienación, le impide contar la verdad si no es a través de la literatura: “Evitar también lo que, aun siendo verdad, pudiera dar de mí una imagen poco gratificante. La sombra de la verdad solo puede darse en la escritura, no en la vida” (Ernaux, 2001/2011, p. 716). Asimismo, siendo fiel a su relato veraz de los hechos, toma la estética de su origen, la necesidad: “Para contar una vida sometida por la necesidad no tengo derecho a tomar, de entrada, partido por el arte, ni intentar hacer algo ‘apasionante’, ‘conmovedor’” (Ernaux, 1983/2020, p. 20).

Annie Ernaux no busca únicamente limitarse a “reunir y a transcribir las imágenes que conservo en la memoria, sino tratarlas como documentos que se aclararán los unos a los otros al estudiarlos desde diferentes ángulos. Ser, en pocas palabras, etnóloga de mí misma” (Ernaux, 1997/2020, p. 35). Es así como se introduce una de las cuestiones centrales en su obra: la memoria. La autora entiende que “no existe una auténtica memoria de uno mismo” (Ernaux, 1997/2020, p. 34) ajena a las estructuras sociales, salvo una excepción: la memoria afectiva, que “nunca miente” (Ernaux, 2001/2011).

El propósito de Ernaux es perpetuar lo vivido: escribir es retener la vida (Ernaux, 2011, p. 62). Para Ernaux, ver con la imaginación o mediante la memoria se produce en el preciso instante en el que constata la sensación de reunirse con la otra vida, de volver a vivir “la vida pasada y perdida; una sensación que la expresión: ‘es como si todavía estuviera ahí’ traduce de una forma muy exacta” (Ernaux, 2000/2020, pp. 59-60). La autora pretende ahondar en la recuperación de la memoria colectiva desde la individual, “reflejar la dimensión vivida de la historia” (Ernaux, 2008/2011, p. 1082). El transcurso de su obra se relaciona con su progresiva toma de conciencia. En los inicios refleja sus orígenes familiares atravesados por la clase social (Los armarios vacíos, 1974/2011; El lugar, 1983/2020; Una mujer, 1987/1988) y la subordinación de las mujeres en los hogares (La mujer helada, 1981/2019). Más tarde, se centra en la socialización diferencial entre mujeres y hombres, con especial hincapié en la sexualidad y el amor, así como en la influencia que esta espera tiene en los proyectos de las mujeres (Ernaux, 1991/2011, 2001/2011).

Además, la autora relata en ocasiones los hechos —su experiencia— en el instante en que sucede, como el caso de Perderse (2001/2011) escrito en forma de diario. O también la enfermedad de su madre, Alzheimer, relatada en No he salido de mi noche (1997/2011), que se convierte en un hecho determinante para su percepción de la memoria. El título de la obra se corresponde con las últimas palabras que la madre de Ernaux escribió; y el diario en su conjunto muestra a una Ernaux que se enfrenta a la posibilidad de olvidar lo vivido: de no recordar lo experimentado.

Las obras de Annie Ernaux se articulan sobre el marco de la conceptualización de la vergüenza —social y de género— inherente a la opresión; y la posición política y ética de contar toda la verdad sobre esto: “Lo peor de la vergüenza es que uno cree que es el único en sentirla” (Ernaux, 1997/2020, p. 103). Se define el tabú como la forma única de señalar las estructuras, describiendo concienzudamente cómo funcionan. La conceptualización de la vergüenza trae un alejamiento de los orígenes, y un intento constante por ser parte de la cultura legítima (Ernaux, 2000), así como los conflictos internos, y las contradicciones, producidas por la dominación masculina.

El trabajo de Annie Ernaux no es ajeno a la cuestión ética asociada a la verdad explorada por Michel Foucault en los últimos años de sus cursos en el Collège de France. Foucault se piensa a sí mismo para intensificar la libertad: lo que denominó como “estética de la existencia” o “cuidado de sí mismo” (Foucault, 1984/2001, p. 263). Su especial atención a los cínicos antiguos, tras realizar una genealogía de los valores éticos, le conduce a destacar el coraje de decir toda la verdad en un ejercicio de parrhesía como cuidado de sí (Foucault, 2009/2010, p. 170). Esta cuestión no es ajena a la producción literaria de Annie Ernaux, que entiende el decir la verdad sobre el deseo por un hombre y la espera a este como una apuesta decidida por un “estética de la existencia”, citando explícitamente a Foucault (Ernaux, 2001/2011, p. 829): “Y preferiría cambiar el orden del mundo antes que mis deseos, esa es la clave” (Ernaux, 2001/2011, p. 853).

El objetivo de este artículo es el análisis original de la obra de Annie Ernaux desde el método deductivo. Para esto, partiremos de los marcos conceptuales de la sociología crítica y la teoría feminista, específicamente de sus dos referentes: Pierre Bourdieu y Simone de Beauvoir. Se ha tomado esta decisión metodológica por la importancia que guardan las obras de Beauvoir y Bourdieu en el proyecto de Ernaux, autores que siempre ha reivindicado. En la investigación ahondaremos en su condición de tránsfuga de clase y en la socialización femenina, con la intención de reflexionar sobre los límites de la literatura en la construcción del relato sobre las clases populares, por un lado; también para continuar en el avance del conocimiento de los estudios feministas, estableciendo cómo se conceptualizan el conflicto y las contradicciones de una autora que se debate entre la constante fuerza de la socialización femenina, la necesidad del reconocimiento masculino y su proyecto político: la escritura.

El trabajo literario de Ernaux guarda una estrecha vinculación con la política y la sociología, pues la autora no comparte la postura de quienes pretenden hacer literatura al margen de significarse políticamente (Ernaux, 2017). Esto nos conduce a hacernos algunas preguntas: ¿Qué relación mantiene la literatura con la sociología? ¿Es la literatura una herramienta útil para acercarnos y complejizar las realidades sociológicas? ¿Puede caer la literatura en la cárcel del populismo al tratar de relatar las vivencias de las clases populares? ¿Podemos reducir un análisis empírico de las experiencias de las clases populares al relato literario? A lo largo de la investigación responderemos las cuestiones planteadas. El objetivo que persigue la literatura de Ernaux se hace cargo de las críticas que Claude Grignon vierte sobre las descripciones que realiza Émile Zola o Gustave Flaubert del pueblo en el siglo XIX, dado que ambos tienen una idea de las clases populares estrictamente literaria “por sus orígenes, por sus estudios y por sus aspiraciones, a los medios populares que intenta describir, y que carece del tiempo y del gusto para conocerlos desde el interior” (Grignon y Passeron, 1989/1992, p. 266).

2 “Ser para otros” en la dominación masculina

La articulación del “género” en la obra de Annie Ernaux debe entenderse en su contexto social, político y económico. Su producción literaria está atravesada por el lema feminista de los 70: Lo personal es político (Hanisch, 2016). Más tarde, se vería reflejado en su forma de concebir la escritura: como una cuestión pública (Ernaux, 1997/2020). Para comprender la conceptualización feminista de su experiencia debemos reparar en el encuentro de su gran maestra, Simone de Beauvoir, de quien dice que le cambió la vida (Ernaux, 2016/2020).

El marco teórico desde el que se piensa en el presente para comprender su experiencia como mujer nos permite atender a sus problemas personales en clave social; ya no se trata de cuestiones individuales que sufren las mujeres por motivos aislados, por el azar, sino de fenómenos que se explican por el sistema patriarcal: las relaciones de poder que subordinan a las mujeres (Millett, 1970/1995). Sin embargo, las experiencias personales, que son tangibles, son las que permiten articular la injusticia —que es memoria— en clave colectiva: “Las señales de cambios colectivos solo son perceptibles en la particularidad de las vidas, salvo quizá cuando el asco y el cansancio hacen pensar secretamente que ‘nunca cambiarán las cosas’ a miles de individuos a la vez” (Ernaux, 2008/2011, pp. 970-971).

La experiencia del “género” en la autora se articula sobre dos ejes. Por un lado, la violencia coercitiva del patriarcado y la dominación de clase, que se manifiesta en su aborto clandestino en la Francia de los 50 (Ernaux, 2000/2020) así como el intento de asesinato de su padre a su madre (Ernaux, 1997/2020). Este último acontecimiento se convierte en un recurrente miedo a la falta de garantías de un futuro en paz. Sin embargo, la autora conceptualiza este fenómeno en clave de disociación: como una situación para otras personas, que no le ha sucedido a ella (Ernaux, 1997/2020, pp. 27-28). Annie Ernaux y su madre son, después del intento de asesinato, víctimas de la violencia machista.

En esta experiencia cobra una importancia central el único interlocutor al que consigue relatar la verdad: los hombres a los que ha querido. Sin embargo, al contarles este día en el que su padre estuvo a punto de asesinar a su madre, se encuentra con el silencio de la fratría, de los hombres que se ayudan entre sí (Beauvoir, 1967/2015).

A partir de entonces, les he dicho a varios hombres: “cuando yo estaba a punto de cumplir doce años, mi padre intentó matar a mi madre”. El hecho de haber necesitado decírselo demuestra lo unida que me sentía a ellos. Sin embargo, todos se quedaron en silencio después de oírlo. Y yo me daba cuenta de que había cometido un error, de que no estaban preparados para escucharlo. (Ernaux 1997/2020, p. 13)

Además de la dominación masculina y la violencia coercitiva del sistema patriarcal, Ernaux construye su experiencia en la socialización del género, relatando la infelicidad inherente a la opresión (Ernaux, 2001/2011). La autora realiza una crítica a la división patriarcal público-privado que oprime a las mujeres, no solo haciendo hincapié el lastre que supone para su realización en el espacio público (Ernaux, 1981/2019), sino también ahondando en lo que Kate Millett (1970/1995) denominó como colonización interior: la asunción de los mandatos y roles de género en los que se educa a las mujeres, que la propia Annie Ernaux definiría como la “naturaleza femenina que le da pena, esa tentación que ella ha conocido de perderse en un hombre (véase la foto del instituto, cinco años antes), de lo que se avergüenza” (Ernaux, 2008/2011, pp. 979-980).

La autora crece en un contexto de prohibición caracterizado por la reputación sexual donde sus padres temen que los hombres la alejen del estudio y del trabajo (Ernaux, 1974/2011). Annie Ernaux interpreta que el hecho de que haya salido de sus orígenes puede ser, incluso, la justificación de la existencia de su padre (Ernaux, 1983/2020), pero a la vez genera una distancia con él —y su madre— que produce la recurrente tensión: “Y siempre el miedo O QUIZÁS EL DESEO de que yo no lo consiguiera” (Ernaux, 1983/2020, p. 72, mayúsculas en el original).

El proyecto literario de la autora se articula en la tensión entre el relato veraz de su socialización y de las imposiciones sexistas, lo que Ana de Miguel (2009), tomando a Simone de Beauvoir, denomina como “la fuerza de las cosas” y, como contrapartida, su propuesta política: la escritura. Ese constante desequilibrio en la búsqueda del yo inmerso en la situación (Beauvoir, 1949/2017) desde la conciencia de la infelicidad en la opresión, se refleja en Los años (2008/2011): “De cara al futuro, coexisten en ella dos proyectos: 1) Volverse delgada y rubia, 2) ser libre, autónoma y útil al mundo. Soñándose como Mylène Demongeot y Simone de Beauvoir” (Ernaux, 2008/2011, p. 973). Es este punto de partida el que nos permite articular los dos grandes temas que traban su proyecto político (la escritura), que son la sexualidad y el amor: “el amor, la espera, aleja del trabajo” (Ernaux, 2001/2011, p. 712).

Asimismo, una de las críticas de Annie Ernaux, en el señalamiento de la subordinación de las mujeres por el trabajo doméstico, es la institución del matrimonio, pero también, de forma recurrente en su obra, el estigma de la soltera: “De un lado las amas de casa, horripilantes; de otro, las solteras, una existencia que se me hace vacía. Obligada a pensar que me llevaba la mejor parte” (Ernaux, 1981/2019, p. 216). Las mujeres quedan así relegadas a la inmanencia (Beauvoir, 1949/2017) en el mito de la libre elección (De Miguel, 2015) sin capacidad de acción por esa fuerza de las cosas, de la socialización: sin proyectos personales, en el espacio privado, cuidando a los hijos y atendiendo las labores del hogar. “El matrimonio es, pues, para ambos cónyuges una carga y un beneficio, pero no existe simetría en sus situaciones; para las muchachas, el matrimonio es la única forma de verse integradas en la sociedad, y si se quedan para vestir santos se convierten en desechos sociales” (Beauvoir, 1949/2017, p. 499).

A la vez, Annie Ernaux analiza la forma en que Philippe, su marido, continúa creciendo laboralmente fuera del hogar: “No me incordies más, vete a esquiar, eres libre, ¿no? Claro, dejando aparte la comida, el crío y las tareas del hogar, soy metafísicamente libre” (Ernaux, 1981/2019, p. 212). La autora, en su conciencia de estar cayendo en una vida carente de sentido, dice perseguir desde el inicio del matrimonio una igualdad que, constantemente, se le escapa de las manos (Ernaux, 1981/2019). Este fenómeno nos evoca a una temprana Betty Friedan (1963/2017) en su obra La mística de la feminidad: “estoy cansada, no tengo cuatro brazos, hazlo tú si quieres, la melopea doméstica me viene espontáneamente y él la escuchaba sin inmutarse. Como un lenguaje normal” (Ernaux, 1981/2019, p. 209).

Después de la II Guerra Mundial, la psicóloga social Betty Friedan (1963/2017) realiza un estudio de la situación de las mujeres en EE. UU., que de nuevo quedan relegadas a los hogares, encontrando la explicación de esa subordinación en la maquinaria cultural —los agentes de socialización— que construyen un imaginario de las mujeres alejado del espacio público: la sensación de insuficiencia, las enfermedades mentales y físicas, forman parte de lo que la autora conceptualizó como “el malestar que no tiene nombre”. Esta sensación se acentúa por la propia mirada del entorno, que desde una óptica de la doble moral ve en la ambición de las mujeres fuera del hogar un acto de egoísmo: “Y yo qué. Decir el agobio, la asfixia, inmediatamente la sospecha, otra que no piensa más que en sí misma” (Ernaux, 1981/2019, p. 201).

Por otro lado, en el relato de su experiencia en la socialización femenina, Annie Ernaux señala que, en su relación con los hombres, necesitaba ser constantemente agradable a sus ojos, no decir nunca nada que les pudiese molestar (Ernaux, 2001/2011). La cultura se convierte en su forma de huir del dolor: su venganza (Ernaux, 1974/2011). De esta forma, se genera una distancia con su origen familiar y, a la vez, con sus compañeras de la escuela, con quienes pugna por la excelencia académica, su forma de reafirmarse huyendo: no le importaba tanto aprender como ser la mejor (Ernaux, 1974/2011).

Asimismo, en la misma línea que Simone de Beauvoir (1958/2020), encontramos una fuerte presencia de la madre en su obra. Específicamente, se puede percibir la dicotomía naturaleza-cultura. Beauvoir relata cómo cobró conciencia, en su infancia, de que el universo de la razón —la cultura— era un tema que trataba únicamente el padre, mientras que la religión, los cuidados del hogar y de la propia Beauvoir, la madre (Beauvoir, 1958/2020). Mientras Beauvoir reconoce la cultura legítima en casa, con su familia, Ernaux lo hace en la escuela privada: “Que los maestros y las personas instruidas no creyeran en nada parecía una anomalía” (Ernaux, 2008/2011, p. 951). Annie Ernaux se convierte a ratos, en el seno de su familia, en una “enemiga de clase”; su madre “estaba dividida entre la admiración que le inspiraba la buena educación, la elegancia y la cultura, el orgullo de ver a su hija formar parte de él, y el miedo a, bajo la experiencia de una exquisita cortesía, ser despreciada” (Ernaux, 1987/1988, p. 59).

Es precisamente la muerte de su madre la que acentúa, según sus propias palabras, la necesidad de la mirada del hombre en términos románticos: “Cuanto más mayor me hago, más me entrego al amor. La enfermedad y la muerte de mi madre me han revelado la fuerza de la necesidad del otro” (Ernaux, 2001/2011, p. 707). En este sentido, el amor en la obra de la autora se concibe en términos de “situación”. “El amor en la mujer es una tentativa suprema de superar asumiendo la dependencia a la que está condenada; sin embargo, la dependencia, incluso aceptada, solo se puede vivir con miedo y servilismo” (Beauvoir, 1949/2017, p. 766). Asimismo, Annie Ernaux entiende que su “libertad” se encuentra condicionada por la estructura: “Todo mi drama reside en eso, en mi incapacidad de olvidar al otro, de ser autónoma, soy prosa a las fases, e incluso mi cuerpo absorbe el otro cuerpo” (Ernaux, 2001/2011, p. 708).

La obra de Ernaux puede conceptualizarse, en términos generales, como el relato de un “ser para otros” (Beauvoir, 1949/2017). La propia autora reconoce que la falta de amor en su vida es “el abismo” que la conduce a escribir: “Confesar: nunca he deseado otra cosa que el amor. Y la literatura. La escritura ha servido para llenar el vacío, permitir decir y soportar el recuerdo del 58, el aborto, del amor de los padres, de todo lo que ha sido una historia de carne y amor” (Ernaux, 2001/2011, p. 713). Su “situación” de “Alteridad” la conduce a una subjetividad condicionada, siempre, por la mirada ajena (Beauvoir, 1949/2017). “Insistió en que volviera a escribir este diario. Comprendo bien su truco: intenta devolverme el interés por mí misma, restituirme mi identidad. Pero para mí nada más que Maurice cuenta. Yo, ¿Qué es eso?” (Beauvoir, 1967/2015, p. 271). Es esta misma condición la que la conduce a una recurrente fijación, relatada en obras como Perderse (2001/2011) y La ocupación (2002/2011a), con mujeres que le producen profundos celos, siempre en relación con los varones y, sin embargo, no con otras cuestiones como, por ejemplo, lo válidas que sean en sus proyectos.

De este modo, el decir veraz en la obra de Ernaux, su ejercicio de parrhesía (Foucault, 2009/2010), no consiste en una búsqueda autocomplaciente y de justificación por la irresistible pasión que siente por algunos hombres, pues esto implicaría considerarlo un error o un desorden, sino de exponerlo tal y como lo ha vivido (Ernaux, 1991/2011, p. 667). Ir hasta el fondo de los hechos, contar toda la verdad, le conduce a verse a sí misma ocupada por la continua presencia de los celos hacia otra mujer. La escritura le permite dotar de materialidad su obsesión desde un ángulo alejado de la catarsis; escribir los celos a partir de su propia experiencia (Ernaux, 2002/2011a, p. 893).

3 Una etnología del yo: la experiencia de una tránsfuga de clase

La obra de Simone de Beauvoir, antes de convertirse en un vehículo de reapropiación y reinterpretación para la comprensión de la dominación masculina, había representado en Ernaux un camino de desidentificación con los valores e idiosincrasias de sus padres (Eribon, 2013/2017, p. 114). El descubrimiento de El segundo sexo (1949/2017) fue fruto de las relaciones personales que había forjado en una escuela privada y, por lo tanto, en ambientes alejados de su origen social (Ernaux, 2000, 2016/2020). Se comenzaba a constatar así la disociación con su familia y la búsqueda del yo lejos de sus orígenes: “En el momento de la comunión solemne, de la entrada en sexto, se acrecentó esa sensación extraña, ese no estar bien en ninguna parte” (Ernaux, 1974/2011, p. 91).

La corroboración de su peculiar situación, la de ser una tránsfuga de clase (Hoggart, 1957/2013), esto es, empezar a habitar un espacio social que era inimaginable porque su horizonte no trascendía la topografía del barrio de origen (Ernaux, 1997/2020) llegó durante la década de 1960 tras leer Los Herederos (Bourdieu y Passeron, 1964/2003) y La Reproducción (Bourdieu y Passeron, 1970/2022) de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, representando un “choc ontologique” [“Choque ontológico”] (Ernaux, 2002/2011b, p. 912). La lectura de estas obras había transformado su visión del orden social y la de su lugar en el mundo (Baudelot, 2004, p. 165). La lectura de Pierre Bourdieu, como la de Simone de Beauvoir, quince años antes (Ernaux, 2002/2011b, p. 913), presenta una toma de conciencia sin vuelta atrás sobre las condiciones estructurales que experimentan las mujeres, así como la distribución jerárquica y desigual de la estructura social: “Ser como todo el mundo era el objetivo general, el ideal que debía alcanzarse. La originalidad pasaba por excentricidad, incluso como la señal de estar chiflado” (Ernaux, 1997/2020, p. 62, cursivas del original).

Con el objetivo de arrojar luz en los espacios de la dominación de clase, Annie Ernaux hunde hondo sus raíces en la búsqueda del momento en el que comienza a detestar su mundo de origen (Ernaux, 1974/2011). El desgarro que experimenta la autora al verse inserta en lo que otro tránsfuga de clase como es el británico Richard Hoggart (1957/2013) denominó “el síndrome del becario”, a saber, no sentirse parte ni del mundo de origen ni del mundo de llegada, comienza con el descubrimiento de la vida de los dominantes y la irremisible sensación de vergüenza: “Para mí, la vergüenza se convirtió en una forma de vida. En el peor de los casos era algo que ya ni siquiera percibía: la llevaba dentro de mi propio cuerpo” (Ernaux, 1997/2020, p. 124).

Sin embargo, la inmigración al mundo de los dominantes implica un primer choque: el aprendizaje de la lengua escolar, que está completamente determinada por el lugar que uno ocupa en el sistema productivo, como bien demuestran estas palabras referidas a su padre, que se contraponen con su distancia: “Porque a él siempre le había parecido imposible que se pudiera hablar correctamente de una forma espontánea, natural” (Ernaux, 1983/2020, p. 56) así que “de niña, cuando me esforzaba en hablar con un lenguaje pulido, tenía la impresión de lanzarme al vacío” (Ernaux, 1983/2020, p. 57). Mientras que para Ernaux la cultura, aprehenderlo todo, se convertía en su vía de escape a la vez que acentuaba su alejamiento del origen, su padre y su madre tomaban, a la vez, su distancia propia: “Él decía que yo aprendía bien, nunca que trabajaba bien. Trabajar era algo que se hacía únicamente con las manos” (Ernaux, 1983/2020, p. 73).

Asimismo, para Bourdieu (1982/2016) los discursos encuentran su eficacia simbólica porque se inscriben en situaciones sociales e históricas concretas, en procesos y conflictos en los cuales el lenguaje adquiere sentido. Las prácticas lingüísticas se miden sobre las prácticas legítimas, y es mediante esta negociación donde se define el valor real de las producciones lingüísticas de los diferentes locutores. La entrada de Ernaux en los espacios reservados para la producción, circulación y usos de la lengua legítima, le parapetó la posibilidad de observar, desde su posición de dominada, la materialidad de la lengua y su distribución desigual en función de los universos sociales.

Lo que rescata Annie Ernaux de la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu y que obras como Los armarios vacíos, El lugar, La vergüenza o Una mujer muestran, es el sentido práctico que rige las vidas de las clases populares. De esta idea del sentido práctico cabe rescatar la noción de habitus. El habitus, definido como “sistema de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones” (Bourdieu, 1980/2007, p. 86), funciona por lo general como el principio de sumisión al orden social.

Por otro lado, no debemos obviar que el habitus como estructura prerreflexiva e infraconsciente que del orden social adquieren los agentes como consecuencia de una inmersión duradera en él (Wacquant, 1992/2012, p. 45) tiene una dimensión corporal evidente: es el lugar donde se interrelaciona y conecta el pasado, el presente y el futuro. “Pero ni la reválida ni la licenciatura en letras habían conseguido alejar la fatalidad de una pobreza heredada cuyos emblemas eran el padre alcohólico y la madre soltera” (Ernaux, 2000/2020, p. 31).

La interiorización de la lengua de los otros, del mundo burgués representado por la escuela y la universidad, impone una mirada sobre sí misma y los suyos a partir del estilo de vida dominante (Mauger, 2004, p. 197). Esto le provoca una fuerte sensación de vergüenza y de no formar parte de ninguno de los dos mundos, aquello que se dio en conocer en los círculos de la sociología de Pierre Bourdieu como habitus laminado: “Ella vendía patatas y leche de la mañana a la noche para que yo pudiese estar sentada en un anfiteatro oyendo hablar a Platón” (Ernaux, 1987/1988, p. 54).

Si ya Pierre Bourdieu trataba de dar cuenta de su condición de tránsfuga de clase: “Esta experiencia dual solo podía contribuir al efecto duradero de un marcadísimo desfase entre una alta consagración escolar y una baja extracción social, es decir, el habitus laminado, sede de tensiones y contradicciones” (Bourdieu, 2004/2006, pp. 137-138), el trabajo de etnóloga de sí misma que lleva a cabo Annie Ernaux pone en liza la necrosada herida de quien sufre la huida y desidentificación de su familia a raíz de la adquisición de capital cultural: “En la distancia, había despojado a mis padres de sus gestos y sus palabras, cuerpos gloriosos. […] Me sentía dividida, lejos de mí misma” (Ernaux, 1983/2020, p. 88).

La literatura de Annie Ernaux nace de la exigencia política de restituir la memoria de los olvidados de la Historia, toda vez que, como aseguraba Walter Benjamin (1942/2018) en sus Tesis sobre el concepto de historia, esta ha sido escrita por los vencedores: “Me doblegué a la exigencia del mundo donde vivo, que se esfuerza por hacerte olvidar los recuerdos del mundo anterior como si fueran algo de mal gusto” (Ernaux, 1983/2020, p. 65). En suma, la herencia familiar de prácticas, gestos, sentimientos, lugares de reunión, gustos y perspectivas de vida se rompía súbitamente en la figura de Annie Ernaux. Consciente de su situación, la de tener la posibilidad de abandonar las inercias larvadas de su entorno familiar, Ernaux se compromete a ser su archivera: “Este saber, transmitido de madre a hija durante siglos, se detiene en mí, que no soy más que su archivera” (Ernaux, 1987/1988, p. 20).

Sin embargo, Annie Ernaux se encuentra en las antípodas de un psicologismo y un narcisismo literario fascinado por su singularidad como tan profusamente había criticado Pierre Bourdieu (1986, 1992, pp. 457-458). Arrancando de un profundo rechazo de la posición del “ethnocentrisme de savant” [“etnocentrismo académico”] (Bourdieu, 2022, p. 54), y de un profundo convencimiento “antinarcissique” [“antinarcisista”] (Bourdieu, 2022, p. 51), Ernaux se dirige a desvelar los mecanismos o los fenómenos estructurales, que son colectivos (Ernaux y Jeannet, 2003, pp. 43-44). El objetivo es, pues, reencontrarse con la vastedad de una cultura, una condición, una pérdida y un dolor (Ernaux y Jeannet, 2003, p. 22). Asimismo, su proyecto intelectual como tránsfuga de clase se articula sobre la posibilidad de rescatar la cultura del mundo dominado:

El único modo seguro de comprender mi realidad de entonces es investigar las leyes y los ritos, las creencias y los valores que definían los distintos medios, la escuela, la familia, la provincia, en los que me hallaba atrapada, y que dirigían, sin que yo percibiera sus contradicciones, mi vida. (Ernaux, 1997/2020, p. 34)

Retomando la idea que rescata Annie Ernaux de Pierre Bourdieu, para quien las clases populares experimentan su cotidianidad con base en el sentido práctico de una vida basada en la necesidad: “Es la elección de lo necesario lo que define a la clase dominada” (Ernaux, 2013, p. 35), la experiencia que los dominados tienen del espacio se hace imperiosa (Bourdieu, 1993/2013, pp. 119-124). La matriz material y simbólica de los medios de vida y transporte asegura una ubicuidad social, esto es, la traducción de la objetividad del lugar geográfico en procesos subjetivos por los que se asume un orden de cosas dado, ya que se cree en la inexistencia de otras realidades sociales: “lo que, haciendo un amplio gesto con el brazo para señalar el horizonte, llamamos allá, expresando con ese término la indiferencia y la extrañeza que nos produce la idea de que alguien pueda vivir allí” (Ernaux, 1997/2020, p. 36, cursivas del original).

El sentido práctico de la vida de las clases populares en La distinción (Bourdieu, 1979/2017) está basado en la categoría de “necesidad”. En suma, la necesidad impone una especificidad en el gusto de las clases populares, que implica la adaptación a su inevitabilidad y, por todo ello, a la resignación y aceptación sumisa de lo dado e injusto del orden social: “El dominado percibe al dominante a través de unas categorías que la relación de dominación ha producido y que, debido a ello, son conformes a los intereses del dominante” (Bourdieu, 1994/1997, p. 197).

Este esquema que desarrolla Bourdieu en algunas de sus obras más significativas alcanza un lugar relevante en la obra de Annie Ernaux, pues le ayuda a componer una topografía de lo social con base en la distinción entre los modos de vida de las clases dominantes económica y culturalmente, respecto de las clases medias y las clases populares: “Reconocí las formas invisibles a través de las cuales se ejerce la dominación” (Ernaux, 2013, p. 24). Asimismo, lo que Annie Ernaux encuentra en La distinción no es solo una brújula para explicar sus experiencias personales, sino que se erige en una herramienta necesaria para el desvelamiento total del mundo social.

De la misma forma que Pierre Bourdieu fue duramente criticado por sus antiguos colaboradores, Claude Grignon y Jean-Claude Passeron (1989/1992), tildándole de “dominocentrismo” y “dominomorfismo” por su radiografía de las clases populares realizadas en La distinción o por la etnografía titulada Le Bal des célibataires sobre las transformaciones cotidianas de los campesinos de su pueblo natal, Béarn; Annie Ernaux ha tenido que salir en varias ocasiones al paso para justificar que su obra no cae en la cárcel del miserabilismo o populismo.

Lo que autores como Grignon y Passeron o autoras como Jeannine Verdès-Leroux (1998) le achacan a Bourdieu es que, al concentrar toda su atención en la dominación/distinción, deja de lado o desprecia el concepto de cultura popular, valor que, por otro lado, Bourdieu manifiestamente rechaza (Bourdieu, 2015/2020, p. 309). De esta manera, definida la cultura popular negativamente, a saber, en referencia al gusto dominante, la cultura popular en la óptica de Bourdieu aparece como un conjunto informe de ausencias e indiferencias subyacentes a la estructura de la necesidad, lo que le conduce a una posición miserabilista (Grignon y Passeron, 1989/1992).

En este mismo sentido, se han dirigido algunas críticas a Annie Ernaux. A colación de los feroces comentarios que recibía Édouard Louis por su libro En finir avec Eddy Bellegueule (2014), la propia Annie Ernaux se pronunció afirmando que aquella situación que estaba viviendo Louis era enormemente similar a la recepción crítica que tuvo Los armarios vacíos por parte del Partido Comunista en Francia, atribuyéndosele la etiqueta de miserabilista (Ernaux en Cervera-Marzal, 2016). No obstante, el objetivo de Ernaux está determinado por escapar de este ecléctico maniqueísmo para tomar en cuenta “la culture du monde dominé” [“La cultura del mundo dominado”] (Ernaux y Jeannet, 2003, pp. 78-81), en virtud de describir cómo la vergüenza sexual está indisociablemente vinculada a la vergüenza social: la dominación de clase y la dominación sexual se retroalimentan y se refuerzan mutuamente (Charpentier, 2005, p. 122).

De este modo, cabe hacerse algunas preguntas: ¿El comienzo de la trayectoria ascendente y la sensación de sentirse una traidora de clase no es el motor de la literatura de Annie Ernaux? ¿El compromiso de clase y feminista de escribir para “vengar a su raza” no es su manera de buscar el perdón y la reconciliación con su medio de origen? ¿No se trataría de reconstruir la experiencia de las múltiples vidas que no han tenido los medios de expresarse mediante las formas culturales legítimas y, por lo tanto, relegadas al olvido de la Historia?

La literatura de Annie Ernaux como gramática para la liberación de las clases dominadas explora la profundidad de la historia y de las experiencias compartidas de aquellos que permanecen relegados en las crónicas históricas. A pesar de ello, la posición de distancia privilegiada de alguien que ha salido del medio popular de origen, pero que no termina de estar en su lugar entre las clases dominantes, le ayuda a buscar nuevas maneras éticas de pensarse y pensarnos y, de este modo, trabajar por la transformación de un mundo atravesado por fortísimas desigualdades.

4 Conclusiones

El compromiso literario que emprende Annie Ernaux de contar la verdad está íntimamente vinculado con una cualidad esencial: la generosidad (Eribon, 2013/2017, p. 110). Una cualidad que encontramos en las dos mujeres que marcan fuertemente el devenir de su existencia: su madre y Simone de Beauvoir: “Mi madre murió ocho días antes que Simone de Beauvoir” (Ernaux, 1987/1988, p. 90). A pesar de las enormes diferencias que separan a su madre de Simone de Beauvoir, ambas le permiten convertirse en la figura que conocemos, una escritora reconocida internacionalmente. ¿No es, entonces, la escritura de Annie Ernaux una respuesta de dar todo lo que recibió de estas dos mujeres? En efecto, este es el objetivo de la obra de Ernaux: hacer que la literatura se erija en una herramienta de transformación social: “¿Acaso escribir no es una manera de dar?” (Ernaux, 1987/1988, p. 90).

Como reconoce Ernaux (2017), mientras el encuentro con la literatura y, en concreto, la lectura de las obras de Simone de Beauvoir le alejaron del hogar familiar, también le permitió poner nombre al desgarro que experimenta desde su ingreso en un colegio privado (Ernaux, 1997/2020). Pese a que la madre de Ernaux ejemplificase el contrapunto con la vida de Simone de Beauvoir y que Ernaux lo tuviera claro (Ernaux, 2000), sus proyectos de vida le permiten atisbar una matriz que está presente en toda su producción teórica: la infatigable búsqueda de alcanzar un mayor grado de independencia dentro de los intrincados muros de la dominación masculina (Ernaux, 2000).

La obra de Annie Ernaux se comprende en la intersección de la dominación social y masculina, con el marco conceptual de Simone de Beauvoir y Pierre Bourdieu. La vergüenza social y de género, de entenderse en la “situación” de la socialización femenina y como tránsfuga de clase, la llevan a un constante intento de habitar una cultura legítima de la que nunca llega a sentirse parte. Es precisamente ahí donde nace su proyecto político: relatar toda la verdad sobre su condición. Esta realidad solo la encuentra en la literatura, pues en la vida se encuentra presa de la fuerza de su propia socialización en la opresión: de la complacencia y el silencio. El proyecto de la autora se articula en el conflicto entre su relato veraz y el “ser para otros”, que la conducen a una constante encrucijada: el amor aleja de la cultura; la cultura aleja del amor.

En relación con las preguntas de investigación que se presentaron en la introducción, cabe destacar que la literatura de Ernaux nace de su propia experiencia, de sentir la dominación masculina y de clase. Si bien Annie Ernaux no hace sociología empírica, asume desde un principio una posición intelectual dentro del campo literario “por debajo de la literatura”, a saber, el distanciamiento de toda posición individual de escribir a partir de la constatación de los dones personales. De esta manera, Ernaux busca esquivar la problemática que Grignon y Passeron plantean a la sociología cuando se trata de hacer literatura, escapar de los intrincados muros del yo autorreferencial: “sino que además la asociación mística del yo y de la obra, unidos en el mismo culto debido a la concepción romántica del genio, incita de una manera todavía más insidiosa a concebir y a abordar la producción científica” (Grignon y Passeron, 1989/1992, p. 278).

Annie Ernaux se analiza en la incapacidad de ser autónoma, de verse a sí misma sin la necesidad de la mirada ajena, una situación que la hace sentir muy sola. El proyecto literario y político de la autora se convierte, así, en un legado generoso en el que se antepone la memoria, la lucha colectiva, a la fuerza de las cosas (De Miguel, 2009). Annie Ernaux relata la angustia por la necesidad de ser agradable a la mirada masculina, articulando a la vez en su escritura un relato que apunta a todos los resquicios en los que la dominación de los hombres opera. Articular la experiencia desde la premisa de contar la verdad de los oprimidos se plantea como la única forma de señalar, y conocer, las estructuras: el primer escalón para armarnos de herramientas teóricas y conceptuales que nos permitan, definiendo la cultura popular, transformarlas.

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