Cuerpos, espacios y emociones en una investigación feminista: trabajo sexual en la zona transfronteriza

Bodies, spaces and emotions in a feminist research: sex work in the cross-border area

  • Pilar Albertín Carbó
La siguiente investigación pretende aportar desde una perspectiva feminista el estudio de las emociones y la corporalidad como elementos materiales que se articulan con discursos sociales. La metodología es de carácter etnográfico (2017-2020 y 2022) sobre el trabajo sexual en la zona transfronteriza catalana-francesa, junto con la realización de 34 entrevistas a mujeres que hacen trabajo sexual, profesionales del escenario y otras personas relacionadas. A partir de una práctica reflexiva por parte de las investigadoras se detectan dispositivos de sujeción y desujeción que conectan narrativas corporeizadas o experiencias afectivo-emocionales con discursos y estructuras sociales que nos performan y afectan. Estos discursos son el de la legalidad, el capitalista, el heteropatriarcal y discursos de resistencia.
    Palabras clave:
  • Cuerpo
  • Emociones
  • Práctica reflexiva
  • Discurso
  • Prostitución
The following research aims to contribute from a feminist perspective the study of emotions and corporality as material elements that are articulated with social discourses. The methodology is ethnographic in nature (2017-2020 and 2022) on sex work in the Catalan-French cross-border area, together with 34 interviews with women who do sex work, stage professionals and other related people. Based on a reflective practice by the researchers, subjection and desubjection processes are detected that connect embodied narratives or affective-emotional experiences with discourses and social structures that perform and affect us. These discourses are legality, capitalist, heteropatriarchal and resistance.
    Keywords:
  • Body
  • Emotions
  • Reflexive practice
  • Discourse
  • Prostitution

1 Introducción

A partir del giro afectivo1 (Clough, 2008) las reflexiones epistemológicas de algunos estudios feministas contribuyen a producir conocimiento “desde” la emoción, a través de incorporar afectos y emociones —en tanto que experiencias— a la producción de conocimiento (Enciso y Lara, 2014). Se trata de reconocer el orden simbólico-material representado por el cuerpo y su relación con el espacio y las emociones. El cuerpo de las mujeres y sus emociones siempre ha sido un conocimiento subalterno, considerado de segundo orden frente a la razón y objetividad que ha caracterizado el discurso heteropatriarcal. Hoy día, el cuerpo y la corporalidad intrínsecamente ligada a los afectos son concebidos fuera de binarismos sexuales, como una forma de resistencia a ese discurso. El énfasis en los afectos, las emociones y los sentimientos desafía las complejas dicotomías razón-emoción y público-privado, además, el reconocimiento de los afectos y las emociones en la performación de los sujetos constituye una apuesta feminista para conseguir transformaciones frente a las desigualdades por razón de sexo-género y otros ejes de vulnerabilidad. Como apuntan Dau García y Marisa Ruíz (2021), las emociones no solo son centrales en la producción de conocimiento, sino también en la movilización política, “auténticos motores de transformación social” (p. 27).

Las personas que interaccionan y comunican en el marco de una investigación, lo hacen en calidad de agentes encarnadas, corporizadas en contextos concretos, localizados y parciales (Esteban, 2009; Langarita, 2019). A partir de las experiencias reflexivas entre las personas que investigan, y especialmente las mujeres que ejercen trabajo sexual, así como otras personas informantes, intentaremos conectar lo material con lo discursivo (Feely, 2019), es decir, cómo los cuerpos y sus afectos-emociones constituyen parte de los discursos sociales y viceversa. Al interconectar lo material con lo simbólico o discursivo, el énfasis se desplazará de las cuestiones internas del individuo, de su subjetividad, al campo de la interacción, y a lo institucional-contextual (Lazar, 2007).

Nuestro objetivo será doble, por un lado, incorporar estos constructos en una metodología feminista. Es decir, cómo las narrativas emocionales corporeizadas son constituyentes y performativos, tanto a la investigación como a la comprensión de las prácticas sociales. Por otro lado, cómo estos constructos conectan con una forma de organización o discursos sociales (Feely, 2019). En el artículo, una de las investigadoras partirá de sus propias narrativas corporeizadas, los afectos y emociones, para analizar y comprender cómo están vinculadas a dispositivos de poder, y cómo se articulan para movilizar las acciones y los discursos sociales que organizan el contexto social de la prostitución. Ello se realiza desde una posición situada, concretamente desde una posición de proderechos en relación con el trabajo sexual. Partiendo de un conocimiento en la que el trabajo sexual, mayoritariamente es una práctica social condicionada por cuestiones de clase social, condición migratoria, género e identidad sexual, edad, espacios diferentes donde se ejerce el servicio sexual, etc., mi posición al aproximarme al tema no puede ser más que desde una posición proderechos, la cual recoge desde el saber y experiencia de las propias mujeres que lo ejercen, sus necesidades básicas para vivir en una sociedad donde la violencia proviene del sistema capitalista, colonial y heteropatriarcal, donde la precariedad se sobrelleva con el trabajo informal y subalterno, el cual a la vez es estigmatizado (Federici, 2018).

A continuación, presento una definición de los conceptos principales del marco teórico: corporalidad, afecto-emoción, reflexividad y discursos sociales, después, describiré brevemente el contexto de estudio, el procedimiento de recogida de información y los resultados.

2 Algunos conceptos teóricos-metodológicos: Cuerpos, afectos, reflexividad y dispositivos de sujeción/desujección en relación con la agencia

En este apartado se abordan conceptos y procesos que constituyen la perspectiva teórica desde donde se sitúa el análisis y comprensión de la información. Las epistemologías a las que hago referencia conviven indisociablemente con una metodología que corresponde al campo de las narrativas corporales, emociones, reflexividad y su alineación con dispositivos y discursos sociales. Recoger estas narrativas o itinerarios corporales (como diría M. Luz Esteban, 2004) constituye la aproximación y el marco metodológico de la investigación.

2.1 Corporalidad

El cuerpo es el sitio o espacio por excelencia de la experiencia emocional, en inglés se utiliza el término embodiment, que corresponde a la corporalidad. Se articula con las emociones (Davidson y Milligan, 2004). Para M. Luz Esteban (2004), pensar en cuerpos es pensar en representaciones, imágenes y concepciones concretas, en relación con formas también muy concretas de entender el sujeto y el género. Como apuntábamos anteriormente, hay además una conexión íntima entre los cuerpos y los contextos históricos y geográficos en los que se configuran y viven dichos cuerpos.

El cuerpo ha sido y es un dispositivo fundamental de regulación y control social, pero también de denuncia y reivindicación, lo que sería su capacidad de agencia. Incorporar una manera de mirar y hacer conscientes las configuraciones y usos feministas del cuerpo resultará útil, en tanto que indaga en nuestras emociones paradójicas en torno a la identidad, la agencia, el empoderamiento; así como para repensar las transformaciones de las personas implicadas. Se trata de fundir el sujeto emocional con el sujeto racional diferenciado:

Desencializar la experiencia relativa también a ámbitos como la sexualidad y el amor. Estaríamos hablando de actos básicamente corporales (maneras de sentir, andar, expresarse, moverse, vestirse, adornarse, tocar-se, emocionar-se, atraer-se, gozar, sufrir…), siempre en interacción con las otras personas; actos que van modificándose en el tiempo y en el espacio y que constituyen itinerarios corporales donde contexto social y económico, corporalidad y narratividad quedan estrechamente articulados. (Esteban, 2009, p. 5)

2.2 Afecto-Emociones

El affective turn o giro emocional pone en valor los afectos y las emociones como elementos que operan en el ámbito de lo social y cultural y que dan forma a prácticas colectivas (Ahmed, 2004/2015). La autora señala, además, que los sentimientos no residen primero en los sujetos y después se mueven hacia los objetos, sino que están en espacios de convivencia compartidos. Es la articulación de sujetos-objetos los que crean impresiones, y eso se hace manifiesto a través de los sentimientos. Su vinculación con el feminismo y el género consiste en evidenciar cómo la recuperación de lo emocional pone en jaque la tradición epistemológica cartesiana que entroniza la razón a expensas del cuerpo y la emoción (López, 2015).

La autora se centra en la relación entre emociones2, lenguaje y cuerpos. Muestra cómo se nombran las emociones en los actos de habla, y cómo involucran sensaciones sentidas, evidenciando lo que denomina “política de las emociones”. Entender la reivindicación de las emociones como horizonte de análisis no implica la cancelación de los regímenes discursivos, sino que se trata de un ensamblaje de elementos, que sobrepasa el reducirlos a algo exclusivamente discursivo. De esta forma, dolor, vergüenza, miedo, asco, amor, odio son algunos de los anclajes emocionales que Ahmed identifica para deconstruir las figuras retóricas sobre afectos o emociones y mostrar las políticas textuales de racismo, sexismo y homofobia (López, 2015).

Como dice la autora, supone una crítica a modelos psicológicos de interiorización que hacen de las emociones propiedades que tienen los sujetos para convertirlas en procesos insertos en una amplia red de actores humanos y no humanos. Se trata de una desontologización afectiva que conduce a una heurística más performativa que representacional.

2.3 Reflexividad y discursos sociales

En este trabajo, pretendemos utilizar el potencial de las emociones como herramienta reflexiva. La reflexividad nos invita a atender cómo el papel que juega la persona investigadora, sus condiciones de género, edad, clase social, raza, etc., y su posicionamiento epistémico-ético-político intervienen en el trabajo de campo, en las relaciones que se establecen con los sujetos con los que se investiga y en la construcción del conocimiento, así como en las posibilidades de transformación personal (Albertín e Iñiguez, 2010). La reflexividad contempla los ejes de desigualdad que están en juego en diferentes situaciones prácticas, lo cual implica que quien investiga debe observarse desde sus condiciones de privilegios y de vulnerabilidades, lo que de alguna manera indica afectación de malestar o bienestar y las emociones conectadas a estas experiencias3. Sara Smith (2016) muestra cómo, estudiando la “espacialidad de la intimidad”, se entrelazan ideologías coloniales e ideologías de género a través de las emociones. La autora habla de repensar la investigación de esta manera, como un espacio de poder racializado desordenado, afectivo y contingente, donde los sentimientos tienen repercusiones significativas para la autoridad, la legitimidad y el acceso a las investigadoras. Sara MacKian (2004) utiliza metáforas espaciales impregnadas de emociones cotidianas como “distanciarnos”, “involucrarnos”, “unirnos”, “sentirnos separadas”, “abrazar”, que desarrolla a través del análisis de entrevistas en profundidad.

En todo caso, la reflexividad nos permitirá conectar, como comenta Sara Ahmed (2004/2015), los afectos-corporalidad con los discursos disponibles en lo social, discursos hegemónicos, así como discursos que se consideran resistencias al orden establecido. Los discursos sociales son prácticas, imaginarios producidos socio-históricamente y sostenidos por las instituciones, los cuales producen efectos constituyentes de realidad social (Foucault, 1987). Los discursos hegemónicos organizan e instituyen el orden social, y las resistencias son aquellas otras formas y prácticas que constituyen un contrapoder a la acción de estos discursos.

2.4 Dispositivos de sujeción-desujeción y capacidad de agencia del sujeto

Luis García-Fanlo (2011), tomando a autores como Foucault, Deleuze y Agamben, define un dispositivo de poder como “un régimen social productor de subjetividad, es decir, productor de sujetos-sujetados a un orden del discurso cuya estructura sostiene un régimen de verdad”. Y “cada dispositivo tiene una genealogía, y una historicidad que explica su régimen de aparición, reproducción, funcionamiento y crisis de la que resultará una nueva configuración de la red de saber/poder, y, consiguientemente, nuevas formes de experiencia” (García-Fanlo, 2011, p. 7).

El autor nos indica que un dispositivo es un mecanismo que produce distintas posiciones de sujetos, precisamente por esa disposición en red, es decir, un individuo puede ser lugar de múltiples procesos de subjetivación. Tomando la idea de Agamben (2006, en García-Fanlo, 2011) plantea que no solo existen, por un lado, individuos, y, por el otro, dispositivos, sino que hay un tercer elemento para entender los procesos de subjetivación, individuación y control, que es la relación entre individuos y dispositivos. Así pues, estos dispositivos existen en la medida en que producen identidades y sujeción a un poder externo, o bien una desujección a ese poder.

El uso de la noción de dispositivo nos permitirá contemplar elementos heterogéneos y variables en función de los contextos, que operan para producir y regular la corporalidad y las emociones y afectos corporeizados en relación con la sujeción/desujeción. Fundamentalmente, haremos alusión a las prácticas discursivas y no discursivas y a las técnicas o prácticas de sí o del self, de las que Foucault señaló su interacción con las técnicas de dominio. Las lecturas de la corporalidad-afecto —mediante las narrativas corporeizadas y emociones (Ahmed, 2004/2015; Esteban, 2004) como dispositivos de poder, y el análisis de las relaciones de poder en conexión a los discursos sociales (Ver tabla 1)— puede permitir lo que Foucault denominó una ontología crítica de nosotres mismes, un análisis que problematice lo que somos y que busque en la medida posible la agencia del sujeto, así como la posibilidad de resistir al poder (Pujal y Amigot, 2010).

3 Contexto sociopolítico y geográfico de la investigación

Abordar el fenómeno de la prostitución desde una metodología feminista parece una obviedad, dado que los discursos sobre el trabajo sexual-prostitución están “generizados”, es decir, se constituyen como temas importantes y afectados por cuestiones de género: la prostitución es mayoritariamente ejercida por mujeres, la prostitución está pensada para el consumo de los hombres, etc. Además, el tema está especialmente confrontado entre posiciones feministas. Por un lado, el abolicionismo, basado en el reconocimiento de la prostitución como una violencia de género, en la que la economía capitalista y de consumo usa el cuerpo de las mujeres como mercancía (Gimeno, 2012); por otro, la posición proderechos que defiende la defensa de los derechos y la no coacción para el ejercicio del trabajo sexual por parte de las mujeres, la no criminalización y la posibilidad de considerarla como una actividad laboral (Holgado y Neira, 2014; Abel y Armstrong, 2022).

Desde diferentes estudios críticos sobre prostitución (Agustín, 2009; Albertín y Cortés, 2021; Albertín y Langarita, 2021; Holgado y Neira, 2014; Juliano, 2004; Piscitelli, 2016), se presenta la influencia de tres discursos hegemónicos: a) el discurso legal, relacionado con la ley de extranjería que convierte en irregulares y falta de derechos a las mujeres cis y trans que atraviesan fronteras en busca de recursos y libertad; b) el discurso neocapitalista que utiliza el fenómeno prostitucional y la industria del sexo como forma ganancia y acúmulo de importantes capitales; y c) el discurso heteropatriarcal, en el que las mujeres son objeto de sumisión al mandato masculino, heterosexual y patriarcal. En todos los casos las mujeres son objeto de sumisión y transacción para el mantenimiento de esos discursos, pero, aun así, no hemos de olvidar que tienen agencia y capacidad de transformar sus vidas.

La frontera entre los Pirineos Orientales y Catalunya, donde se realiza el presente estudio, ha sido un lugar donde las migraciones, y la convergencia de dos territorios gobernados por legislaciones diferentes, ha constituido una permeabilidad para todo tipo de intercambios. El fenómeno de la prostitución en la zona transfronteriza se produce con mujeres migradas, principalmente de países del Este: Rumanía y Bulgaria (que forman parte de la Unión Europea) y luego, con mujeres procedentes de Latinoamérica, y algunas de la zona Subsahariana, las cuales no tienen permiso de residencia en España, y en muchos casos ni empadronamiento. Los precios más bajos en España han permitido un gran auge comercial en la zona de los pequeños pueblos de la frontera española que tienen grandes parkings para camiones, gasolineras, supermercados, lugares de ocio y otros comercios. Hay una gran venta de perfume, tabaco, bebidas alcohólicas, gasolina, y, además, la oferta de turismo sexual en espacios públicos y locales donde se practica la prostitución. Existen cuatro clubs o burdeles en territorio catalán en un radio de 5 km de la frontera, entre ellos, el más conocido: el Paradise. Hay que tener en cuenta que en Francia hay una ley que prohíbe la prostitución desde el 2016, por lo que muchos clientes que acuden a la zona española son franceses. En España la prostitución es alegal, es decir, no hay leyes que la prohíban, sin embargo, la ley de seguridad ciudadana o Ley Mordaza y las ordenanzas municipales regulan la prostitución en el medio público, multando a clientes y mujeres.

4 Proceso de recogida de información

Este trabajo se basa en los resultados obtenidos a partir de un proyecto europeo transregional (2017-2020) que pretende conocer la situación de la prostitución en el territorio español y dentro de la zona transfronteriza entre España (Alt Empordà-Catalunya)-Francia (Pirineos Orientales). En el proyecto hemos desarrollado un trabajo de campo de tipo etnográfico, basado en múltiples observaciones participantes (una media de 1 vez al mes durante dos años) y 14 entrevistas semiestructuradas grabadas y transcritas, o bien entrevistas conversacionales durante 2017, 2020 y 2022 con mujeres que ejercían prostitución. Las investigadoras que han realizado el trabajo de campo han sido dos mujeres: una profesora de psicología social de la Universidad de la Universidad de Girona y una estudiante de Criminología de la Universidad de Girona. En ocasiones, nos han acompañado otras estudiantes colaboradoras, que también han contribuido en las observaciones, contactos y entrevistas. Ambas investigadoras procedemos del territorio catalán y nunca hemos ejercido trabajo sexual. Nuestros contactos, especialmente con las mujeres, han sido a través de presentarnos y establecer diálogos y vínculos en la carretera, o de hablar con ellas en los clubs, previo permiso de entrada del o la responsable del club. Siempre nos hemos presentado como “Somos profesora y estudiante de la Universidad de Girona, estamos haciendo un estudio sobre el trabajo sexual en la zona y nos gustaría poder conocer directamente la experiencia de las mujeres que ejercen”. La mayoría de las mujeres han hablado con nosotras, algunas con más confianza, otras han sido más reservadas, o bien nos han mostrado que no querían conversar. En todos los casos hemos asegurado la confidencialidad y anonimato de lxs informantes. Así mismo, también hemos conversado y llevadas a cabo 20 entrevistas grabadas a propietarios de alguno de los clubs, a personal de seguridad y camareros de los clubs, a algún cliente de clubs, y al sector de profesionales de S. Sociales, ONG, policía, políticos y técnicos municipales y personal sanitario del Centro de Salud y del hospital próximo a la zona. Tenemos el consentimiento firmado y/o el consentimiento oral grabado de lxs participantes, especialmente de las mujeres. En las conversaciones siempre nos presentábamos como estudiando el fenómeno en la zona fronteriza, especialmente explicando que nos interesaba recoger la experiencia de las mujeres que hacían trabajo sexual. La información recogida en formato de audio, las transcripciones, así como las notas de campo de las observaciones, están guardadas en el disco duro que comparten las dos investigadoras de este estudio.

5 Procedimiento de análisis de la información

En este tipo de análisis interpretativo juega un papel muy importante las emociones experimentadas y corporeizadas por la investigadora en su interacción con sujetos y objetos durante su trabajo de campo, especialmente con las mujeres, pero también con otros agentes del escenario. Es por ello, que el análisis reflexivo nos conduce a apuntar y narrar aquellas emociones que “me han afectado” a las que denomino narrativas corporales, y su conexión con los discursos sociales a través de dispositivos de sujeción/desujeción, los cuales cumplen con unas funciones específicas.

Para la construcción de las categorías de análisis, he procedido a partir de las emociones más relevantes y significativas que movilizaba a partir de la interacción durante las entrevistas, conversaciones y observaciones participantes.

Estas emociones están situadas en la primera columna de la Tabla 1, su conceptualización está en consonancia con las definiciones que en la cultura occidental compartimos. Posteriormente, las he reagrupado atendiendo a las funciones que realizaban, teniendo en cuenta tanto los microcontextos, como los macrocontextos sociales de producción, es decir, cómo me hacían actuar, y con qué estructura social se anclaban (véase estructura-discurso legal, capitalista, heteropatriarcal, o discurso que oponía resistencias).

Es fundamental conectar estas funciones (inherentes a los dispositivos de sujeción/desujeción) con estos dispositivos-discursos histórico-sociales, de manera que se pueda desentramar “la estructura” que permite la reproducción social de determinadas emociones y no otras, poniendo en evidencia que la afectación, la corporeización no es exclusivamente un producto individual, una emoción-sentir que emerge del interior de la sujeta investigadora, sino que las emociones moldean las superficies de nuestros cuerpos, “no residen en los sujetos o en los objetos, sino que son producidas como efectos de la circulación” (Ahmed, 2004/2015, p. 31) que están alineadas con los discursos sociales hegemónicos y detectables a través del análisis reflexivo y situado.

Es así como iré tejiendo las articulaciones entre narrativas corporeizadas, emociones “aprehendidas”4 y “sentidas” durante el trabajo de campo en contacto con las mujeres y otrxs actores del escenario, y dispositivos-discursos de sujección/desujección que a continuación presento. Los dispositivos tienen funciones que permiten la sujeción o bien la desujección.

Narrativa corporeizada, emociones Dispositivos de sujeción o (des)sujeción Discursos sociales
Amenazas, temor Función de control

Discurso legal

Discurso capitalista

Discurso heteropatriarcal

Discurso de resistencia

Hostilidad, agresividad
Confusión, malestar Función estigmatizadora
Sentirse diferente, “otra”
Deseo sexual Función de desear
Incomodidad
Angustia Función de subsistir, sobrevivir
Satisfacción
Amor romántico Función de vínculo
Confianza

Tabla 1

Narrativas corporeizadas, dispositivos de (des)sujeción y su conexión con los discursos sociales

6 Resultados: Narrativas corporales y dispositivos de poder

A continuación, se describen diferentes momentos y espacios en el trabajo de campo, con las emociones, narrativas corporeizadas “aprehendidas”, las funciones situadas en ese contexto, articuladas o alineadas con determinados discursos sociales.

6.1 Función de control

Las amenazas, el temor ha sido una forma de sentirme afectada. En muchas situaciones, especialmente al principio, he experimentado la entrada a un espacio clandestino, secreto, a una actividad oculta, donde personas que forman parte del escenario, al verbalizar sobre el fenómeno prostitucional, han sido muy cuidadosas con lo que explicaban. En una de nuestras primeras observaciones de campo, relato:

De 19,30 a 20,30 hemos caminado por el pueblo y nos hemos sentado un rato en los bancos enfrente del bar SSSS. Había rumanos en la terraza, además han venido a sentarse a nuestro lado. Uno a mi lado, hablaba por teléfono y escuchaba nuestra conversación, aunque de manera discreta. El otro se sentó más tarde al lado de mi compañera. Además, en algún momento hablaban entre ellos, cruzando sus voces (¡mientras nosotras conversábamos en medio de ellos!). Utilizaban el móvil continuamente (no sé, tal vez eran proxenetas, y la sensación de que nos estaban controlando). (Diario de campo, diciembre de 2017)

También destaco el sentimiento de temor, relatado y transmitido por una de las mujeres que está realizando trabajo sexual en la carretera:

Hace muy mala cara le preguntamos qué le pasa y nos explica que hay un tipo —nombre— rumano que la está amenazando. Este le dice que le tiene que pagar 30 € al día o 200 € a la semana. Como ella no le quiere dar dinero a nadie, se ha marchado del lugar donde la encontrábamos siempre. Nos cuenta que cuando lo vio, comenzó a ir hacia la carretera para que los coches la vieran, ya que tiene miedo a que él le dé una paliza. (Diario de campo, febrero de 2018)

Como dice Sara Ahmed (2004/2015) el miedo es una experiencia corporizada que opera alineando el espacio corporal con el espacio social a partir de las narrativas sobre qué y quién es temible. Y en lo que respecta a los cuerpos de las mujeres, existe una política espacial y de la movilidad basada en el control y la producción y reproducción de una idea de vulnerabilidad femenina, que obliga a adoptar formas de cuidado y precaución. El espacio social nos muestra un entorno hostil para la investigación, dado que como agentes externas representamos una cierta amenaza para las prácticas ilegales en un contexto opaco. Por otro lado, como mujeres, también sentimos esa vulnerabilidad en un espacio donde el control lo ejercen principalmente hombres.

6.1.1 Hostilidad. Agresividad

En otra situación, cuando entramos en uno de los clubs a hablar con las mujeres, la encargada, nos dio permiso para ir al comedor, donde están comiendo las mujeres, antes de comenzar el trabajo:

Los cinco primeros minutos han estado comunicativas y han sido fluidos, luego entra la encargada y se pone en plan vigilante, aquí la conversación se complica. Míriam comienza una conversación más focalizada con la chica colombiana, sobre temas de estar contratada, de Servicios sociales, etc., y aquí la encargada comienza a cabrearse y a decir que somos unas mentirosas, que le habíamos dicho que veníamos a hablar de preservativos. Creo que el tema, al tocarse con profundidad, no interesa que se hable, la chica colombiana va respondiendo, pero la encargada se levanta muy enfadada y nos echa de allí a gritos. (Diario de campo, marzo de 2019)

Esta situación nos indica cómo ciertas informaciones no están permitidas abordarlas en determinados contextos. Hay un control y unas normativas implícitas que cuando se alteran se reacciona con agresividad. En otra situación, cuando intentamos entrar a uno de los clubs, los porteros nos impidieron la entrada, poniéndose como barrera en la puerta, y posteriormente mintiendo sobre la finalidad del local:

No he podido ver más porque dos seguratas nos han interpelado: ¿Qué queréis? y nos han cortado el paso. Les digo que hablar con el jefe. Me han contestado que no había llegado, y que no sabían a qué hora vendría. Les comento que estamos haciendo un trabajo sobre prostitución y queremos hablar con él. Uno de los seguratas, muy serio y mal carado nos dice que ahora el nuevo Club XX, es un hotel- restaurante, que se abrió renovado a primeros de mes, y que allí no encontraremos nada de esto. No obstante, al abrirse una de las puertas de las salas, salen varias mujeres preparadas para dar servicios sexuales a unos chicos franceses que se mueven por allí. (Diario de campo, abril de 2018)

En este caso, también podemos interpretar el club como un espacio reservado para los hombres, un espacio de masculinidad hegemónica, como dice Laia Folguera (2016), donde es excluido todo lo que amenace a las prácticas normalizadas en este contexto. Nosotras, al no ser mujeres que ofrecen servicios sexuales, representamos lo disonante en ese espacio. Aquí se muestra cómo nos interpela el discurso heteropatriarcal y de consumo capitalista, a partir de privatizar ciertos espacios y segregarlos para ciertas masculinidades y feminidades.

6.2 Función estigmatizadora

6.2.1 Confusión, malestar

A través de todo el trabajo de campo van emergiendo múltiples confusiones, ambigüedades, hasta llegar a sentir aspectos contradictorios, paradójicos. Estos momentos sirven para recomponer diferentes discursos que se articulan en torno al fenómeno y que producen contrasentidos. Por un lado, el hermetismo y secreto con que se maneja toda la información: “mujeres de la vida”, “no nos gusta que lo vean nuestros hijos” —dicen algunos vecinos de la zona—; o bien “mujeres víctimas” o “mujeres que han traído toda esta problemática al pueblo”. Victimizar o criminalizar, dispositivos de sujeción que conviven y que nos crean sensaciones de confusión, pero también de gran malestar, frente a la atribución tan negativa que se ejerce hacia esas mujeres. Esta emoción de confusión y malestar es intensa y continua, pues emerge a cada momento que hablamos sobre las mujeres. En cambio, no ocurre, cuando hablamos con las mujeres.

Para las mujeres que rompen la cadena de identidades legítimas, el orden sexista reserva la categoría ilegítima por excelencia: la puta, máximo castigo por transgredir las normas patriarcales (Juliano, 2004; Lagarde, 1990). La categoría “prostituta” sería una más de las identidades femeninas codificadas por el orden sexista para controlar la sexualidad de las mujeres. La heterosexualidad obligatoria y el matrimonio permite a los hombres apropiarse individualmente de las mujeres e hijos, y a las mujeres obtener legitimidad social, convirtiéndose este mandato sexista en un elemento primordial de autovaloración femenina.

La categoría de “puta” o “prostituta” emerge continuamente en nuestras interacciones, en muchas ocasiones las mujeres nos dicen: “no se trata de un trabajo normal”, “nunca he trabajado en una faena regularizada, siempre aquí (refiriéndose al espacio de la carretera donde se coloca)”. En muchos casos, nos explican que su familia o no lo sabe, o les ha costado mucho aceptarlo. Es decir, en algunos casos hay ocultamiento de esta categoría estigmatizada, aunque hemos conocido mujeres activistas feministas que se autoidentifican como “putas” en otros espacios del territorio nacional.

Además, en momentos he activado un sentimiento, un prejuicio de pensar que es un “trabajo sucio”. Las características asociadas históricamente al trabajo sexual —posibilidad de contagio de enfermedades transmisibles, contactos con partes del cuerpo o fluidos de los clientes y algunas de las condiciones ambientales donde se realiza (en los espacios públicos requiere que la mujer tenga agua y otros materiales para la higiene)— constituyen un discurso que incrementa el estigma de estas mujeres y su consecuente rechazo (Venceslao y Trallero, 2021). Por ejemplo, en una ocasión, una de las mujeres que conocemos en la carretera interactuó con nosotras de esta manera:

Cuando me ha dado dos besos, me ha dejado pintalabios que me ha querido quitar, aunque antes de ponerme la mano en la cara (sin que yo hiciera ningún gesto), me enseña su mano y dice: “tengo las manos limpias, hoy todavía no he tenido ningún cliente, no te preocupes”. (Diario de campo, marzo de 2018)

Como dice Juan M. Herrera (2004), la invisibilidad que acompaña normalmente la migración femenina, en el caso de la prostitución, se reemplaza por una “hipervisibilidad” que coloca a estas mujeres en el centro de atención médico-sanitaria y legal, considerándolas como transmisoras potenciales de enfermedades venéreas y SIDA, o como portadoras de contaminación social.

Por otro lado, es constante la confusión que nos surge entre conocer a mujeres que trabajan autónomamente en la carretera y otras que pueden ser explotadas por sus proxenetas o sus parejas. En esta última situación, hemos conocido a varias mujeres que van tatuadas con un nombre masculino, como formando parte de un mismo clan, aunque no conseguimos averiguar por el ocultamiento que hacen, si se trata de un “protector”, un “chulo” o “captor” de ellas:

M. se ha hecho un pequeño tatuaje en la clavícula derecha, con el nombre de Vxxx. Cuando le vemos le preguntamos por el tatuaje, pero no nos contesta, sólo sonríe y gira la cara hacia un lado. CO: mi compañera dice que nunca habla mucho. (Diario de campo, mayo de 2019)

En algunos trabajos de José López-Riopedre (2019), conocemos que el proxenetismo en ocasiones no es coercitivo ni coactivo, sino una forma en que las mujeres tienen que “pactar” sus ganancias para conseguir trabajo sexual, como una intermediación en la que, si existe explotación laboral, no dista mucho de la explotación laboral que pueda haber en otro tipo de trabajos.

6.2.2 Sentirse diferente, “otra”

La categoría de “puta” o “prostituta” es emergente en nuestro objeto de investigación y como investigadoras, no queremos ver y percibir a las mujeres con base en la centralidad de esa categoría, de ahí que intentamos encontrar en sus biografías otras subjetividades. Sin embargo, en los contextos de investigación continuamente nos sentimos interpeladas por “no ser putas”, por ser “las otras”, Así, por ejemplo, cuando entramos en los clubs, las propias mujeres se nos acercan con curiosidad, para preguntarnos qué hacemos allí. Nuestra presencia hace evidente que estamos en un espacio donde no encajamos en los rituales y prácticas esperadas. La primera vez que entramos en un club, teníamos temor a ser marginadas, a sentirnos ridículas:

Pagamos la entrada, ya el guarda de seguridad se nos quedó mirando como diciendo “¿y estas qué hacen aquí?”. Nada más abrir la puerta de entrada a la zona del bar, un grupo de 7-8 chicas se acercan exclamando en voz alta: “¡Oooohhhhh…!” como diciendo que les había impactado nuestra presencia. El resto de las mujeres que estaban en la sala también nos miraron. Luego 4 de las chicas nos rodearon y se pusieron a hablar con nosotras, preguntando qué hacíamos, cómo es que estábamos allí. (Diario de campo, mayo de 2019)

El discurso heteropatriarcal se activa a cada momento a partir de la categoría que nos hace sentir “buenas mujeres”, como diría Marcela Lagarde (1990), sin embargo, el encuentro entre mujeres putas y no putas, nos acerca y nos hace diluir la categoría puta, y también nos hace sentir que la amenaza de que te llamen “puta” nos envuelve a todas en nuestras acciones cotidianas.

6.3 Función de desear

6.3.1 Deseo sexual

Existen otras situaciones relacionales con las mujeres y sus entornos en que hemos presenciado prácticas de seducción y deseo sexual masculino. En los clubs es donde más se muestra el juego de seducción de las mujeres. Cuando hemos estado dentro, observando sus rituales y performances, empatizando con el deseo, con el erotismo:

Otra cosa que me llama la atención es su juego de seducción con los clientes. Cuando entra uno o más clientes en parejas o en tríos, se acerca una o dos chicas y se le ponen al lado. El cliente suele ir a la barra a tomar algo, ella o ellas lo abrazan rozándolos o apoyándose en ellos, o tal vez tocando sus genitales discretamente. Cada vez que se acercan se miran mucho a los ojos, se acercan mucho a la boca, pero no los besan. Después de tantear las posibilidades, una de las chicas se queda a su lado hasta que suben a la habitación. (Diario de campo, abril de 2019)

Me llama la atención lo guapas que son, tal vez porque van muy arregladas, maquilladas, son jóvenes. Tiene melenas largas y cuidadas, alguna el pelo corto pero muy moderno. La más mayor puede tener unos 35 años. Alguna va vestida ceñida, pero más tapada, pero la mayoría lleva tangas, sujetadores que dejan ver los pechos, colgantes en el cuello, piernas y cuerpo destapado, sin medias; uñas postizas y en ocasiones pestañas, collares en la frente… y zapatos con un tacón altísimo. (Diario de campo, abril de 2019)

La función de desear permite satisfacer algunas fantasías. José Antonio Langarita (2015), en su estudio del cruising, habla de las fantasías sustentadas por el morbo de mantener relaciones sexuales con desconocidos. Esas prácticas se realizan en espacios cotidianos y de fácil acceso, que tienen sus normas y estrategias organizadoras y simplificadoras para funcionar, y que son la expresión del deseo, forzando los límites morales. En este sentido, esta función de desear se constituye como un dispositivo de desujeción al romper con la moralidad y el tabú de la sexualidad.

No obstante, en el trabajo sexual hay una transacción económica o de bienes. Además, la representación que hacen las mujeres en el juego sexual y la performación de sus cuerpos se constituye como objeto del deseo masculino, representando un tipo de feminidad demandada por la masculinidad dominante heteronormativa y, en este sentido, es un dispositivo de sujeción. Una mujer nos decía:

Hay muchas chicas brasileñas, y los franceses las prefieren. Si son rumanas, las quieren con el culo grande, las tetas como mi cabeza y botox en los labios, y yo soy todo natural. (Entrevista personal, febrero de 2020)

6.3.2 Incomodidad

Hemos experimentado incomodidad al observar la búsqueda de placer a través del consumo de sexo femenino. La búsqueda de placer es el objetivo primario que articula el servicio sexual, la relación mujer prostituta-cliente consumidor. Pero alrededor de ese acto nuclear se desarrollan una amplia serie de intercambios comerciales, negocios, redes, e incluso la “industria de rescate” (Agustín, 2009) formada por todos aquellos servicios y entidades que trabajan en pro de que las mujeres abandonen la prostitución. En este sentido, el proceso está atravesado por un discurso capitalista y a la vez heteropatriarcal.

La búsqueda de placer a través del consumo se presenta normalizada, incluso naturalizada desde el deseo masculino. Así, su necesidad imperante y constante surge en cualquier momento, en cualquier lugar, como el caso del ciclista, que se paró en el área de descanso donde estaba Velisca para recibir un servicio:

Ha venido un cliente, un señor de unos 60 años en bicicleta, vestido con todo el equipo en regla de ciclista, y se ha parado a la altura de Velisca. Ella lo ha tomado del brazo (parece que se conocían) y se han alejado por el camino unos metros. Hemos visto cómo ella lo masturbaba, nada más. El acto ha durado unos 5 minutos. (Diario de campo, enero de 2020)

O bien, cuando Sabrina nos habla del hombre con el que mantuvo un servicio, el cual llevaba anillo de casado y sillitas de niños en el coche:

Sabrina comenta que ayer por la tarde al hacer un servicio se rompió el preservativo, y a pesar de que el cliente no se corrió, tiene algo de temor, aunque luego comenta: “aunque me preocupa, el cliente era un hombre casado y con hijos (llevaba anillo y las sillitas en el coche), eso me hace pensar que no será nada”. (Entrevista personal, octubre de 2019)

En nuestro recorrido por las zonas próximas a la población, hemos encontrado dos espacios amplios llenos de preservativos usados, donde se ofrecen los servicios sexuales. Es una basura un tanto especial, dado que representa que la compra de sexo es frecuente y abundante. En cada preservativo usado, se localiza una conexión entre lo material y lo simbólico, articula situaciones cotidianas y subjetividades, con discursos legales —de irregularidad de las mujeres—, culturales, sociales, económicos y políticos existentes. Especialmente, nos hace sentir incomodidad el hecho de que las mujeres tengan que hacer uso de esos espacios precarizados, con falta de condiciones ambientales, higiénicas, de seguridad.

La incomodidad que sentimos las investigadoras se debe a las contradicciones producidas entre discursos de placer-deseo posible y deseable para un ser humano, para las propias investigadoras, para mujeres que hacen trabajo sexual y que manifiestan sentir placer con algunos clientes, y discursos en el que la industria sexual y el heteropatriarcado se imponen en esas situaciones observadas.

6.4 Función de subsistir, sobrevivir

Las (im)posibilidades de trabajar, así como las condiciones en que las mujeres trabajan y viven (viviendas, espacios de trabajo, etc.), proporcionan un marco socioemocional de comprensión de procesos económico-sociales de contención y precarización, así como otros de satisfacción de necesidades a partir de recursos conseguidos.

6.4.1 Angustia

Una de las situaciones que nos ha producido angustia a través del estudio es cuando las mujeres nos hacían referencia a que “hoy no hay trabajo”, o “he trabajado poco”. Al llevar a cabo el trabajo de campo, te contagias de esa necesidad de trabajar y hacer ingresos que tienen las mujeres. Tal como apuntamos en las notas de campo:

Aquella noche que entramos en el club, había pocos clientes, las mujeres volteaban por la barra del bar, por el patio fumando… algunas estaban al lado de algún cliente, pero no subían a la habitación. Se las veía abatidas, como aburridas o cansadas… y nosotras pensando, ¡a ver si por fin hacen un servicio! (Diario de campo, octubre de 2019)

Otra de las situaciones que nos hacen comprender la necesidad de trabajo para esas mujeres, tiene que ver con su condición de migrante con pocos recursos, o en todo caso con su necesidad de ingresar dinero. En una ocasión nos acompañó una joven, Luz, amiga de una de las investigadoras que estaba haciendo una estancia de 1 mes en España. La joven procedía de Latinoamérica. Nos dirigimos a hablar con el propietario de uno de los clubs:

Luz le pregunta si es posible que ella viniera a trabajar una semana al club, y él le responde que claro. (Yo me quedo parada porque pienso que se lo está preguntando en serio. Luz necesita pedir un préstamo para pagarse el máster de Ciencias ambientales que quiere hacer en la Universidad XXX y no tiene dinero, ni contactos para trabajar). (Diario de campo, octubre de 2018)

La visita casual de Luz al club, y la posibilidad que se le abre, es decir, tener trabajo para poder venir a estudiar, nos hace sentir y corroborar que el trabajo sexual es una salida laboral para muchas mujeres que se encuentran con pocos recursos materiales, ellas y sus familias.

Los clubs constan como hoteles, no pueden contratar a las mujeres, entre otras cosas, porque el trabajo sexual no está reconocido como un trabajo. Ellas tampoco pueden trabajar como autónomas. El dinero que se maneja en la prostitución no se declara, lo cual significa una falta de recaudación para el Estado. Por otro lado, esta situación comporta serias repercusiones para las mujeres que ejercen, ya que estas no pueden cobrar el retiro durante la jubilación, así como la ausencia de otros derechos laborales. También tienen dificultades a la hora de alquilar un piso para vivir, puesto que les piden contrato de trabajo:

(Verónica) Alquila una habitación en La Junquera, pues como no tiene contrato no puede alquilar un piso. Cuando se pone enferma la atienden de urgencias o en el CAP. Se gana bien la vida. Comienza a las 10 o 10:30 y se va cuando le apetece, cuando ve que ha ganado lo suficiente. Tiene tratos con un taxista que le cobra 15 euros ida y vuelta (debe estar a 2 o 3 km de la Junquera), que le conoce desde hace mucho tiempo, pues ella no tiene medio de transporte. (Diario de campo, noviembre de 2019)

Las condiciones ambientales donde se desarrolla el trabajo sexual en la carretera suelen ser poco confortables. Nuestra experiencia ha sido de ver a las mujeres pasar calor, frío, viento. Además de malas condiciones de higiene y seguridad comentadas anteriormente.

En una valla metálica estaba una chica rubia muy tostada por el sol y algo extenuada. Hemos parado el coche y hemos bajado —iba en tanga y nos ha dicho que estaba muy cansada y “hoy no tengo ganas de hablar”, que era rumana y tenía un día malo de trabajo— que ya mismo se iba a marchar. Tenía una botella vacía de 1,5 litros de agua a sus pies. (Diario de campo, julio de 2019)

En los clubs hemos sentido cierta claustrofobia, cuando hablamos con las chicas, nos explican que comen, duermen y viven allí, y que salen algunas veces a la ciudad o se van a sus países. Sin embargo, el entorno nos provoca sensación de “estar encerradas”:

El aspecto del club es un tanto ortera, con muchas pintadas de “love”, título de “sexy”, siluetas de mujeres desnudas, etc. A nuestra entrada, subiendo las escaleras, observamos un grupito de chicas excesivamente maquilladas y vestidas con muy poca ropa, que entran en la parte baja del bar, donde hay una sala con una mesa grande donde se sientan para comer. Esta sala tiene protegidos los cristales con cortinas granates que no dejan ver muy bien a las chicas que hay dentro. (Diario de campo, marzo de 2018)

La regulación encubierta, informal pero efectiva de los espacios públicos: calles, rotondas, carretera nacional, es difícil de conocer, pero está ligada al control del negocio del sexo, y al discurso del capital, principalmente en manos de hombres. También, las mujeres están sujetas al control del Estado, por medio de las regulaciones legales y los agentes de seguridad, en muchos casos recibiendo sanciones y multas importantes por ejercer prostitución en la calle y, de esta forma, siendo criminalizadas. Junto a ello, la paradoja de observar cómo se enriquecen las poblaciones con el fenómeno de la prostitución y los servicios lucrativos que comporta (comercios, restaurantes…), y la rentabilidad de los clubs en los municipios.

El discurso de la legalidad-irregularidad también está presente. Es importante destacar las condiciones más vulnerables que tienen las mujeres que no pertenecen a países de la Unión Europea. En la zona, las mujeres rumanas y búlgaras tienen libre movilidad, pero las mujeres latinas o las sudafricanas, necesitan algún tipo de permiso para estar, lo cual tienen que gestionarlo a través de contratos tapadera (trabajo de limpieza, camarera). En el caso de las mujeres subsaharianas, observamos que son más temerosas a la hora de explicarnos qué hacen, se resguardan en zonas de parkings de camiones, y especialmente salen a trabajar por la noche. Esto indica, por un lado, protección al hacerse menos visibles por su condición de trabajo y estancia; y, por otro lado, puede indicar pactos entre colectivos que regulan la ocupación de los espacios públicos para el trabajo sexual.

A partir de la 1:20 hemos hecho un largo recorrido en coche por toda la zona. Especialmente hay dos zonas donde encontramos chicas nigerianas que son muy jóvenes. Aquí hay un parking con camiones, vemos una chica (hablando con un tipo), y al otro lado hay dos chicas esperando. (Diario de campo, marzo de 2018)

6.4.2 Satisfacción

Las mujeres también muestran empoderamiento, capacidad de ser agentes en sus prácticas cotidianas, lo cual nos produce satisfacción y alivio. Especialmente, en relación con las condiciones en que realizan el trabajo sexual, en relación con el trato que establecen con los clientes, en su autocuidado. Mostramos dos ejemplos, donde las mujeres muestran autoridad sobre sus prácticas:

Le pregunto a Natacha que si nosotras hablamos con otras chicas de la carretera tenemos riesgo de que los proxenetas nos amenacen y dice que no. A ella, en alguna ocasión, le ha venido algún proxeneta para controlar, pero lo ha echado. (Entrevista personal, diciembre de 2019)

La capacidad de agencia supone que estas mujeres no son pasivas, que activan estrategias de vida y negocian condiciones de trabajo. Este hecho activa un discurso en contra del discurso victimista que se instala en la sociedad sobre ellas.

Sabrina me hablaba de los clientes que quieren “engancharte”, dependientes, pero que ella considera que lo que hace es un trabajo y mantiene distancia, que tiene la mente muy clara. “Yo decido sobre mi cuerpo y sé lo que quiero” “a mí no me compran” “no soy un objeto”—ha dicho—. (Entrevista personal, octubre de 2019)

En estos dos ejemplos anteriores, hay una desujeción, especialmente del discurso heteropatriarcal.

6.5 Función de vínculo

6.5.1 Amor romántico

Las mujeres con las que hemos mantenido contacto nos han transmitido una idea romántica del amor. En las relaciones de pareja manifiestan muchos de los mitos existentes en el amor romántico (Cubells y Casamiglia, 2015). Este ha sido un dato que a la vez nos ha sorprendido, dado que teníamos el estereotipo de que las mujeres que hacen trabajo sexual estaban más liberadas de las marcas patriarcales. Sin embargo, el discurso de la “buena madre” y del “amor romántico” se reproduce en sus relaciones con las parejas íntimas. En el ejemplo se muestra una relación en el seno familiar:

Elena nos habla de que su hijo es un “chulo” (lo dice riendo, como si estuviera orgullosa de que fuera así). Tiene 10 años. Dice que le pregunta “mamá, ¿cuánto has hecho hoy? ¿me das dinero?”. Diríamos que reproduce el mismo comportamiento que el padre. (Entrevista personal, mayo de 2018)

6.5.2 Confianza

Existen vínculos de confianza entre algunas de las mujeres y nosotras, las investigadoras. Ellas nos quieren explicar cómo es su vida en la zona y en el trabajo sexual. Hablamos con Natacha, que nos relata su historia desde que llegó a España. Vive en el pueblo, intentando ser discreta con su trabajo, para no despertar conflicto con los vecinos.

Entre las mujeres también existen vínculos amistosos, otras veces son más de competir por los clientes, incluso pelearse, pero en realidad, hay amistades importantes. Estrella que ha trabajado en algunos clubs, nos cuenta:

Se establece mucha amistad, porque, no es que tú tengas una amiga, es que vives con ella, comes, cenas, etc. Estás 24 horas juntas y es muy intenso lo que vives. (Entrevista personal, octubre de 2019)

Los sentimientos de amor y amistad también se corporeizan en las mujeres y en las investigadoras, las performa. Como vemos en los ejemplos, funcionan de forma paradójica: pueden sujetarlas a la heterosexualidad normativa, como en el caso del amor romántico, o bien competir por los recursos, pero a la vez, pueden asegurar la capacidad de resistencia y la afinidad con otras mujeres para sobrevivir.

7 Conclusiones

La incorporación de las emociones o narrativas corporizadas en el trabajo de campo y en la escritura, conducidas a través de una práctica reflexiva de la investigadora, constituyen una metodología y epistemología feminista. He intentado mostrar, desde una posición proderechos en relación con el trabajo sexual, cómo estos constructos, articulados, son la trama de la investigación, a partir de los cuales se van entretejiendo prácticas, subjetividades, dispositivos de sujeción y desujeción, y discursos.

Control, estigma, deseo, subsistencia y vínculo son los dispositivos que he encontrado que sujetan o anclan las emociones-afectos a los discursos sociales hegemónicos de lo legal, el capitalismo, el heteropatriarcado, o bien que permiten mecanismos de (des)sujeción y resistencia, como he intentado mostrar en el análisis. De esta forma, los dispositivos de sujeción/desujeción constituyen nexos, conectores entre narrativas corporeizadas y discursos sociales.

Las emociones y las narraciones corporeizadas de la investigadora han constituido un conocimiento situado en el tiempo y en los espacios materiales y simbólicos que aparecen en los contactos con las informantes. Han permitido mostrar una posición ética, ideológica de la persona investigadora y las categorías sociales que moviliza en su trabajo. Pero, principalmente, permite la construcción de sentido y la comprensión social del objeto-sujeto de estudio, y la posibilidad de hacer de motor de una transformación y acción crítica y política. Como dice M. Luz Esteban (2004), la metodología corporal feminista es una manera de mirar y hacer conscientes las configuraciones y usos feministas del cuerpo, indagar en nuestras visiones y contenidos explícitos e implícitos, nuestra “agenda oculta”; aborda claves y dilemas diversos, como la tensión entre considerar a las mujeres que desempeñan el trabajo sexual como víctimas o como agentes; así como para repensar el cambio social, y revisar temas y debates que interpelan al feminismo, como es en nuestro caso, el fenómeno de la prostitución.

Tal vez, estas emociones corporeizadas puedan transformarnos, tanto a quien escribe, como a quien lee, dado que en ese proceso performativo podemos pensarnos como sujetos en el límite, interdependientes y vulnerables en nuestras interacciones (Butler, 2000). Por ejemplo, la vulnerabilidad de la investigadora en su transitar por los escenarios, los lugares de la prostitución, pero, a la vez, la capacidad de producir nuevas miradas a través de la experiencia empática con el contexto social y coyuntural, por ejemplo, en el caso de sentir que el estigma de la prostitución es un marco que nos envuelve a todas como “mujeres”, tomando el prototipo de la mujer prostituta, el cual nos controla y frente al cual debemos aplicar la ética del cuidado, y el deber moral de eliminar.

En conclusión, la relación entre cuerpos-emociones y las políticas feministas conectadas a ello —es decir, la acción de tomar decisiones para mejorar la convivencia colectiva en relación con el género y otras variables interseccionales— es un eje epistemológico y metodológico que consideramos central para el feminismo, un lugar, una “espacialidad de la intimidad” (Smith, 2016) donde se entrelazan ideologías coloniales e ideologías de género a través de las emociones.

8 Financiación

Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto de investigación PROSPECTSASO 06344 - Prospective Transfrontaliere Sanitaire et Social EFA019/15 (2016-2020).

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