Reseña de Sonia Reverter (2022). La diferencia sexual en el cerebro

  • Konstantinos Argyriou
Portada libro

Sonia Reverter (2022)
La diferencia sexual en el cerebro: una revisión crítica desde el feminismo. Comares.
ISBN: 9788413694115

El ensayo de Sonia Reverter ofrece una respuesta rotunda ante la pregunta de si existe diferencia sexual en el cerebro: no. El afán neurocientífico por justificar las desigualdades de género a través de diferencias cerebrales está repleto de sesgos androcéntricos, falsas promesas de objetividad y severos problemas metodológicos. Las diferencias intragénero incluso podrían llegar a superar en relevancia a las inter-categóricas, mientras que el determinismo que atraviesa muchas de las investigaciones que insisten en la diferenciación debería de ser cuestionado para evitar la reproducción de malas prácticas científicas.

Desde la introducción, la autora genera un marco conceptual que le permite estimar los efectos que ha tenido la naturalización del sexo en los modos de hacer ciencia. Generaciones enteras de profesionales de la psicología han ido reproduciendo ideales neurosexistas, basados en prejuicios androcéntricos o incluso intereses propios. A la hora de divulgar la investigación sobre el cerebro, esto puede tener implicaciones muy serias, sobre todo por el riesgo que supone reproducir patrones de desigualdad. La autora afirma que “La diferencia no genera desigualdad por sí misma, sino que la genera un sistema de poder que convierte e interpreta las diferencias en desigualdades” (Reverter 2022, p. 6).

El primer capítulo del libro, bajo el título La diferencia sexual: ¿En el cerebro?, trata de explicar qué significa “ser diferentes”. Tanto el modelo monista como el modelo dualista del sexo, retomados de Laqueur, describen el sexo femenino como inferior al masculino, pero desde ángulos distintos, uno leyendo a las mujeres como versiones defectuosas de los varones, hasta llegado el siglo XVII, y el otro creando dos ontologías distintas residentes en los cuerpos, a partir del siglo XVIII. La lógica supremacista victoriana deseó fortificar la asociación entre lo natural y lo innato, de ahí que se haya empezado a trazar una falsa distinción entre el sexo, como ente de la naturaleza, y género, como constructo cultural, fundamentada en los trabajos de Charles Darwin y John Stuart Mill, respectivamente.

En el segundo capítulo, titulado Neurociencias con compromiso social: ¿Una cuestión política?, la autora se dedica a reivindicar el valor interdisciplinar de las neurociencias. Antes, realiza un recorrido por la configuración del término “género”, que surgió en la clínica establecida por John Money para pacientes trans e intersex. Lejos de subvertir el orden social, el género como término se creó para disciplinar a los cuerpos disidentes. Progresivamente, empezó a usarse como constructo que opera sobre la base del sexo para avalar la desigualdad; pero fueron varias las feministas que demostraron la opresión conjunta del sistema sexo/género, incluso después de haber trazado la línea divisoria entre los dos. La autora acierta en subrayar el valor sociocultural de ambas categorías, y apela a la cantidad de trabajos que apuntan hacia la misma dirección (sobre todo al pensamiento de Anne Fausto-Sterling y Cordelia Fine). Con el auge

de la neuroética después de los años noventa, se ha ido marcando más la perversa vinculación entre lo natural y lo normal que ha ido impregnando el pensamiento científico (sobre todo biomédico) occidental. Aun así, la autora informa sobre las epistemologías de la ignorancia que continúan confundiendo sexo y género y que deniegan las matizaciones y opresiones correspondientes.

En el tercer capítulo, Las consecuencias en la escuela: ¿Separar o coeducar?, se examina el debate entre los sectores educativos que promueven la segregación de género en la escuela, y quienes continúan optando por la coeducación. El capítulo inicia con apuntes sobre cómo los cuerpos inscriben los marcos discursivos dentro de los que se sitúan, y sobre la importancia de una concepción de la identidad como múltiple e integral. Sobre esta base, se desarrolla el giro desde el paradigma segregado al paradigma coeducativo. Contra los discursos neoconservadores, que dictan una presunta preferencia hacia las STEM en los chicos y las ciencias del cuidado en las chicas, una neuroeducación competente y enfocada en la inclusión social apuesta por un modelo equitativo y equilibrado. Hacia el final del capítulo, se resaltan las teorías que entienden el cerebro como mosaico (sobre todo la de Daphne Joel), y se revela una serie de sesgos que operan en la traducción de las diferencias cerebrales estructurales en diferencias actitudinales y funcionales.

Por último, el cuarto capítulo lleva el título Neurofeminismo y neurociencias críticas como epistemologías de guerrilla. Es el único que no lleva un interrogante en su subtítulo, por tener un carácter más propositivo. Frente a la intransigencia de las pseudociencias que toman por bandera la diferencia sexual fijada y las epistemologías esencialistas, la autora propone dos proyectos de “guerrilla epistemológica”, es decir de resistencia dialéctica y vigilancia de buenas prácticas con el fin de “despatriarcalizar el mundo” (Reverter 2022, p. 48). Bajo el título “neurociencias críticas”, el primero de ellos resalta la interdisciplinariedad y el carácter cultural de las neurociencias como disciplina que apuesta por el cambio social. Los valores sociales y el contexto donde se desarrolla el conocimiento neurocientífico deben formar parte de su propia reflexividad. El segundo proyecto se denomina “neurogenderings” y debate una serie de “neuromitos”, entre los cuales se encuentran a) la confusión sistemática entre sexo y género, incluso entre círculos investigadores supuestamente expertos; b) la carencia de evidencias sobre la mayor aptitud verbal de las mujeres (o expresividad, como atributo contrario a la instrumentalidad, en psicología); c) la tendencia a naturalizar o fijar en el cerebro los indicios de una mayor orientación moral de las mujeres hacia el cuidado; d) igualmente, la naturalización de la mayor conectividad entre hemisferios en las mujeres, cuando esta se puede explicar socialmente; e) la idea de que los cerebros sean “hard-wired”, es decir “cableados” de manera definitiva. La plasticidad cerebral desafía aquellas divisas convencionales y ampliamente difundidas que se han ido asentando en la bibliografía, como naturaleza/cultura, o genotipo/fenotipo.

El libro concluye con un repaso por el marco epistemológico feminista al que recurre a lo largo de los demás capítulos: una neurociencia feminista que recupera cuerpos y vivencias negadas, llevando a cabo un proyecto político desde aquellos cuerpos que no han importado (resonando con Judith Butler); en palabras de la propia Reverter:

La interpretación más importante que va a dotar de significado a los cuerpos se hace sobre los cuerpos cuestionados, los no legitimados, los que están en la brecha, o incluso los que no tienen siquiera lugar que ocupar. Y esto también se traslada a la ciencia: esta estudia sobre cuerpos masculinos la normalidad, para llegar a conclusiones normativas; y sobre cuerpos femeninos o patológicos la anormalidad y la diferencia y las desviaciones. (Reverter 2022, p. 71)

Se resalta aquí esta referencia implícita a aquellos otros cuerpos que, sin pertenecer necesariamente a la categoría “mujeres”, sufren la discriminación y la exclusión del paradigma masculino, en el sentido de normal, canónico y neutro. Curiosamente, el afán, quizá más reciente, por explorar y justificar diferencias entre “cerebros trans” y “cerebros cis”, emulando el debate de la diferencia sexual en el cerebro, no se recoge en esta investigación. Estudios, incluso recientes (ej. Uribe et al., 2020), invisten la identidad de género de argumentos deterministas, además repitiendo aquel binarismo tan cuestionado en los “cerebros cis” para los “cerebros trans”; de modo que las personas no binarias o agénero queden completamente fuera de estimación, y que haya una correspondencia a veces ambigua y a veces “alineada” entre “hombres (cis)”/“mujeres (cis)”/“mujeres (trans)”/“hombres (trans)”. Reubs Walsh y Gillian Einstein (2020) se basan en la misma tradición epistemológica que Reverter para contrarrestar la mala ciencia hecha (también) en minorías de género. Como revela su planteamiento, el bioesencialismo afecta directamente la inteligibilidad cultural que asumen las personas trans y, justamente por ello, les priva también de la posibilidad de ver sus necesidades adecuadamente valoradas y satisfechas por el establishment biomédico.

Entre las reflexiones concluyentes de la autora del libro prevalece también aquella que problematiza la subjetividad humana como subjetividad cerebral o neuronal. Concebir la noción de ciudadanía como biológica, y sobre todo cerebral, supone tal nivel de reduccionismo, que demuestra que Reverter acierta en contraponer la neurociencia crítica como vía de escape del neuro-normativismo. Una práctica colaborativa de corte internacional, que aplique la interseccionalidad y la interdisciplinariedad como ejes de trabajo, puede facilitar la labor de poner en jaque la desigualdad “natural” entre hombres y mujeres. En ese sentido, uno de los puntos fuertes del libro concierne el uso de fuentes más “sociológicas” dentro del pensamiento psicológico y neurocientífico, como las referentes a Frank Furedi y Nikolas Rose. El uso de esas fuentes ayuda a posibilitar esa mirada menos individualizada y más flexible y contextualizada en el estudio del cerebro.

A pesar de los solapamientos entre argumentos, o incluso algunas redundancias, el trabajo de concienciación que realiza la autora respecto a las intenciones que hay detrás de la fijación en las diferencias cerebrales es, en esencia, formidable. El argumento de que la compenetración entre sexo y género es como la cinta de Moebius, incesante e indivisible, se presenta desde el principio y se mantiene a lo largo del resto del texto. Además de original, la esquematización resulta muy ilustrativa del cómo no es fácil obtener respuestas concluyentes en la investigación neurocientífica. El cerebro como fetiche científico que contendrá todas las respuestas biológicas a los “grandes dilemas”, como la diferencia sexual, continúa eludiendo las soluciones fáciles —y no son solo el modelo del mosaico o de la plasticidad los únicos responsables de esta elusividad—.

¿Por qué necesitamos este libro aquí y ahora? El reciente libro de Richard Reeves, Of Boys and Men (2022), revierte el razonamiento sobre la brecha de género, para sostener que, en la actualidad, son las chicas las que están más incentivadas a perseguir materias y disciplinas asociadas a las “ciencias puras”, dejando atrás a sus compañeros. Favorecer a las chicas desde una edad temprana genera, según el autor, una sensación de impotencia e inutilidad en los chicos, que acaban desmotivados para perseguir carreras que históricamente les atraían. Opiniones similares obvian la discriminación estructural. Sobre todo, parecen ignorar que la lucha por la equidad y la discriminación positiva —si es que en la coeducación se puede hablar de incentivos con estas características— no tiene como objetivo que un género prevalezca o tenga más privilegios y oportunidades, sino que se puedan reconocer las injusticias históricas y se pueda garantizar la restauración epistémica de aquellas identidades empujadas hacia los márgenes. Y La diferencia sexual en el cerebro sí que apuesta por esta restauración.

Referencias

Reeves, Richard (2022). Of Boys and Men: Why the Modern Male is Struggling, Why it Matters, and What to do About it. Brookings.

Reverter, Sonia (2022). La diferencia sexual en el cerebro: una revisión crítica desde el feminismo. Comares.

Uribe, Carme; Junque, Carme; Gómez-Gil, Esther; Abos, Alexandra; Mueller, Sven & Guillamon, Antonio (2020). Brain network interactions in transgender individuals with gender incongruence. NeuroImage, 211, 116613. https://doi.org/10.1016/j.neuroimage.2020.116613

Walsh, Reubs & Einstein, Gillian (2020). Transgender embodiment: A feminist, situated neuroscience perspective. Journal of the International Network for Sexual Ethics & Politics, 3(2), 56-70. https://doi.org/10.3224/insep.si2020.04