Reseña de García-Santesmases (2023). El cuerpo deseado. La conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo

Review of García-Santesmases (2023). El cuerpo deseado. La conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo

  • Laura Moya
Portada libro

Andrea García-Santesmases (2023)
El cuerpo deseado. La conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo. Kaótica Libros.
ISBN:9788412603736

Con la profundidad que caracteriza la escritura de Andrea García-Santesmases Fernández, pero huyendo de los formalismos de los textos académicos, El cuerpo deseado, abre una conversación pendiente entre feminismo y anticapacitismo. Haciendo alusión a lo que ya señalaron Rosemarie Garland-Thomson (2006) y Kim Q. Hall (2011), este libro es una muestra de que el análisis desde los Estudios Feministas de la Discapacidad (EFD), es más que la suma de sus partes, al señalar cómo se coproducen patriarcado y capacitismo. Las reflexiones en torno al género, los cuidados, la violencia, la sexualidad y la identidad se entretejen con amenos ejemplos de series mainstream, películas y novelas autobiográficas o de ficción, canciones, e incluso, post de Instagram de personajes públicos o activistas, los cuales dan cuenta de la relevancia de aplicar un análisis interseccional a estos fenómenos. No obstante, como la propia autora indica ya desde el inicio, “este libro plantea más dudas que respuestas, propone incomodar más que solucionar” (p. 23), con el fin de abordar “no una sino muchas conversaciones pendientes, urgentes y, en ocasiones, dolorosas” (p. 258).

La (in)deseabilidad del cuerpo discapacitado es la pregunta constante y central del libro, que emerge ya en la introducción. A partir del deseo transabled,1 la autora nos interroga por la inteligibilidad de una encarnación “abyecta” que parece solo poder aceptarse “desde la resignación, nunca desde el deseo, pues conlleva desincorporar su ‘capacidad’ y, con ella, su productividad, su inserción exitosa en el mercado capitalista” (p. 17). Si bien los Estudios Críticos de la Discapacidad (ECD) han cuestionado las cirugías de “normalización” (por ejemplo, estiramiento de extremidades de menores con acondroplasia), García-Santesmases, pone el foco en los modos en los que las cirugías de “anormalización”, de transformación hacia un cuerpo discapacitado, desvelan la fragilidad de la “capacidad”. Con ello, da cuenta de la relevancia de abrir el análisis a unos Estudios de la Capacidad (Campbell, 2009; Wolbring, 2008), que se pregunten por ese centro no examinado y definitorio de lo que significa ser humano y cuyas cruentas consecuencias quedan explicitadas en el tercer capítulo de este libro.

En primer lugar, las ruedas del patriarcado (cap. 1), analiza la interrelación entre género y (dis)capacidad, proponiendo dos sugerentes conceptos: “desgenerización de la discapacidad” y “discapacitación del género”. El primero, hace referencia a los modos en los que la categoría “discapacidad” opaca el género de la persona con diversidad funcional, ubicándola en un espacio de liminalidad (García-Santesmases y Sanmiquel Molinero, 2022). Dicha ubicación, genera respuestas tanto de hiperbolización de la feminidad (en relación con el aspecto físico, los roles de cuidados o el éxito profesional) y la masculinidad (mostrarse como hipercompetente e hipersexual), como también produce interferencias e, incluso, disidencias de género, más o menos conscientes. Entre estas interferencias, García-Santesmases, analiza la performance de Madeline Stuart, modelo con síndrome de Down que, en uno de sus desfiles, trata de mostrarse “naturalmente” sensual, resultando, sin embargo, en una imitación fallida: “sus movimientos no acaban de resultar sensuales, porque ponen de manifiesto que intentan serlo, desvelan el artificio detrás de la aparente naturalidad de esta performance femenina” (p. 58). Y es que, tanto la feminidad como la masculinidad, se asientan sobre unas nociones capacitistas, puesto que son entramados somatopolíticos de disciplinamiento corporal para los que hay que tener la capacidad de controlar y manipular el cuerpo para así aplicarle las tecnologías de género pertinentes. Ello implica que la diversidad funcional muestre cómo el género es imitación capacitada y cómo la “discapacitación del género” —es decir, las interferencias en dicha imitación— ponen de manifiesto que el género es una performance, un aprendizaje mediante la reiteración (Butler, 1990/2007).

En segundo lugar, Afectos, deudas y alianzas (cap. 2), muestra las tensiones y potenciales alianzas entre cuidadas y cuidadoras y cómo la organización precaria de los cuidados se sustenta en una comprensión capacitista de aquellas vidas que “no merecen la pena ser vividas”2. Partiendo de la evolución del activismo de vida independiente y sus problematizaciones en torno al cuidado, y presentando el recorrido de las perspectivas y abordajes feministas con relación a este, García-Santesmases señala, de forma tremendamente acertada, que aquellas personas que precisan cuidados son, en su mayoría, también mujeres y de qué formas, aún hoy, sus experiencias se continúan ignorando en los debates sobre la organización de los cuidados. La autora, además, pone sobre la mesa dos cuestiones especialmente conflictivas entre el feminismo y el anticapacitismo, como son el aborto selectivo por razón de discapacidad o enfermedad y la eutanasia. Nuevamente, lo que se pone de manifiesto en los discursos que defienden ambos supuestos es “la proyección de la indeseabilidad de una vida, de una condición corporal y/o mental que, de facto, es la forma de estar en el mundo de muchas personas” (p. 91) y cuya discusión requiere de diálogos y matices entre ambos movimientos. Cabría señalar, entonces, que una ampliación de este apartado podría tratar los modos en los que se induce precariedad hacia determinados cuerpos por la vía de los cuidados, al esencializar en estos una noción reductiva y negativa de la vulnerabilidad (Butler, 2004/2006; 2009/2010; Gilson, 2014; Pie, 2019; Browne et al., 2021; Moya, En prensa).

En tercer lugar, “Heridas y silencios” (cap. 3), apunta al sistema de poder (capacitismo) y a la discriminación estructural (discapacitismo) como fuentes de la violencia hacia las personas con diversidad funcional, que, a su vez, se cruzan con otros sistemas de poder (como el patriarcado) y discriminaciones estructurales (como el machismo). “No se pueden entender las agresiones como fenómenos aislados o dramas individuales, sino como evidencias palpables de una violencia más amplia, de naturaleza estructural. Las violencias se producen imbuidas en sistemas de dominación que las dotan de sentido, significado y legitimidad” (p. 102). Con estos enunciados tan precisos, García Santesmases aborda, de forma clara y concisa, las diferencias entre capacitismo y discapacitismo y sus cruentas consecuencias. Utilizando como ejemplo el programa “Game over” del Instituto Guttmann que, mediante el testimonio en primera persona, busca sensibilizar en la prevención de los accidentes de tráfico, la autora desgrana cómo, en realidad, dicha prevención acaba enfocándose en evitar una encarnación “indeseada” como la de la diversidad funcional. Así, campañas como la mencionada proponen una lectura del cuerpo discapacitado como un cuerpo sufriente por tal condición, (re)produciendo así capacitismo, en tanto que la “capacidad” se proyecta como neutra o “natural” y definitoria de lo humano, mientras que la “discapacidad”, es proyectada como un estado disminuido de ser humano, una condición de infrahumanidad (Campbell, 2009). Este tipo de lecturas hacen posible que se legitimen violencias hacia quienes son considerados “menos humanos”, a quienes, además, se les niega la legitimidad de su testimonio. Y es que, como señala la autora, aún hoy, los sistemas de comunicación aumentativos y alternativos no son un medio aceptado para testificar, lo que pone de manifiesto que las situaciones de discriminación estructural (discapacitismo) hacia las personas con diversidad funcional, evidencian una dinámica capacitista más profunda, acerca de qué cuerpos son o no legitimados. Atendiendo, además, a lo explorado en el primer capítulo, García-Santesmases señala que “La diversidad funcional desencaja las relaciones de poder configuradas por el sistema patriarcal, en las que la mujer es la potencial víctima y el varón el potencial victimario” (p. 101). Esto hace que, por ejemplo, este último, se encuentre en posiciones ambivalentes al encarnar una feminidad simbólica (García-Santesmases, 2017), dado que es leído como un cuerpo dependiente que no acaba de performar por completo la masculinidad. Ello lleva a asunciones peligrosas también para el feminismo, al banalizar la violencia sexual, como sucedió con el caso del político Pablo Soto, al interpretar que esta requiere de la superioridad física del cuerpo masculino. Como apunta la autora, “Se trata de una enmarcación naturalista y animalizadora de la violencia sexual, donde el cuerpo victimario lo es porque físicamente puede abusar y dominar, y el cuerpo víctima se somete, irremediablemente, porque es más débil (…) cuando la capacidad reside en la mente y la discapacidad en el cuerpo, la inteligibilidad de la violencia se difumina como si la violación fuera un acto sexual y no de poder” (pp. 140-141). Por último, la autora también señala los “olvidos” del feminismo en relación a las mujeres con diversidad funcional, al ignorar las formas en las que patriarcado y capacitismo se articulan generando violencia como es la perpetrada por quienes realizan los apoyos en las actividades de la vida diaria (a veces parejas, pero también otros familiares o cuidadores profesionales) o al no apostar por la defensa del derecho a una vida independiente que es herramienta de prevención y protección contra las violencias machistas.

En cuarto lugar, Las prótesis del placer (cap. 4), analiza los imaginarios predominantes en torno a la sexualidad de las personas con diversidad funcional, que la proyectan como diferente de una supuesta sexualidad normativa, y carente, en tanto que las propuestas de abordaje pasan por la intervención a modo de terapia o la defensa de derechos para el acceso al propio cuerpo. Este último, el discurso del derecho, pese a ser defendido prácticamente sin escisiones dentro del activismo anticapacitista, presenta, no obstante, como señala la autora, lagunas hacia quienes no tienen la oportunidad y/o posibilidad de expresar y concretar su deseo. Pero más allá, y a menudo invisible para la mirada capacitada, está entender la sexualidad de las personas con diversidad funcional como una minoría sexual3 que, sin embargo, plantea la oportunidad de cuestionar “códigos normativos de relación sexual, como son los roles de pasividad/actividad, la noción de intimidad o el papel de elementos protésicos o funcionamientos corporales habitualmente excluidos de la práctica sexual” (p. 194). Sin embargo, y como señala García-Santesmases, no hay que dejar pasar que hacer alusión a una sexualidad estigmatizada no quiere decir que esta sea transgresora. De ahí, la importancia de incorporar un análisis feminista que problematice por qué en la mayor parte de las reivindicaciones sobre la sexualidad en la diversidad funcional, el deseo masculino es más fácilmente legitimado y se busca proveer servicios en los que, generalmente, el sujeto destinatario es masculino, mientras que el proveedor es femenino. A modo de ampliación de este capítulo, cabría indagar en los modos en los que entender la asexualidad como un “mito” hacia las personas con diversidad funcional (fruto de la opresión) impide, como indica Eunjung Kim (2011), la vivencia de la asexualidad como encarnación y subjetividad dentro de la diversidad funcional.

Por último, Una identidad en disputa (cap. 5), reflexiona en torno a la complejidad de politizar una identidad estigmatizada (como la disca) y pone de relieve las tensiones en relación con el deseo (sexual o de encarnación o imitación) hacia ese cuerpo considerado abyecto. En primer lugar, García-Santesmases explora dos estrategias de gestión del estigma entre una amalgama posible. Por un lado —y en una sociedad capacitista que continuamente repite “no estás bien, deberías ser de otra forma”—, la normopasabilidad (Moya, 2023), es decir, la actuación de ser leído como no discapacitado o lo menos discapacitado posible, se convierte en una estrategia que, sin embargo, “está en entredicho, manteniendo al sujeto en una posición vulnerable y susceptible de ser descubierto” (p. 206). Por ello, otra estrategia —que, si no revierte, al menos trasgrede, dicha relación de poder— es la que surge en espacios de apoyo mutuo y acción colectiva, en los que los sujetos estigmatizados se apropian de dicho estigma y se reconcilian con sus condiciones corporales, como acontece, en el activismo disca o del orgullo diverso y en los espacios artísticos ligados a este (Moya, 2023). Posteriormente, la autora pone de nuevo sobre la mesa el deseo hacia el cuerpo discapacitado, ya sea en un plano sexual (devotee) o con el fin de encarnarlo (wannabe o transabled) o imitarlo (pretender). Es en esta parte, donde la lectura se hace algo incómoda al enunciar que el deseo devotee no se dirige a la condición corporal en sí, sino a la dificultad en tareas cotidianas, o cuando el deseo por encarnar el cuerpo discapacitado no es tanto por la condición corporal, sino también, por experimentar un entorno discapacitante y celebrar la superación de barreras, lo que podría implicar asumir en cierto modo la figura de porno inspiracional4. No obstante, indagar en los modos en los que se manifiestan estos deseos y en sus (im)posibilidades de legibilidad, nos da cuenta de las demarcaciones de lo inteligible y de las intersecciones entre patriarcado y capacitismo en lo (in)deseado. Así, García-Santesmases, indica cómo lo devotee, que es protagonizado y reivindicado de manera mayoritaria por hombres, sobre todo heterosexuales, responde a que son estos marcos de legibilidad y enunciación y no otros, los que hacen posible que se exprese dicho deseo, ya que “el género es el que codifica el deseo, le da una vía de expresión y comprensión, asimismo limita lo decible y lo imaginable” (p. 238). Pero, además, que la imitación (pretender) del cuerpo discapacitado genere temor, suspicacia o rechazo, puesto que trasgrede la línea capacitista por la que el ideal es el cuerpo capacitado (García Grados, 2019), al que se ha de emular, da cuenta inevitablemente de la inestabilidad de la “capacidad”, así como de la fragilidad e interdependencia de todo cuerpo (Pie, 2019).

Finalmente, el epílogo se muestra como una apertura a comenzar a dialogar exponiendo algunas tensiones que acontecen a ambos movimientos, como lo son las cuestiones sobre el sujeto político y el sujeto de la enunciación. Así, tras un proceso de desmedicalización o despatologización de la discapacidad y atendiendo a los nuevos cruces de disciplinas anteriormente enfrentadas, así como a la ampliación del sujeto protagonista del activismo anticapacitista, García-Santesmases, subraya que:

De la misma forma que los feminismos no deberían de centrarse exclusivamente en la experiencia de las mujeres (sino en cómo se produce, rearticula y reproduce el patriarcado), una perspectiva anticapacitista, tanto en la teoría como en la práctica, debe ocuparse de cómo se construye, reifica y encarna el sistema capacitista. Entender que las categorías de capacidad y discapacidad son constructos socioculturales que responden a lógicas biopolíticas es lo que permite rescatarlas del silenciamiento del veredicto médico y abordarlas como una cuestión política. (pp. 260-261)

De ahí que la autora entienda que la lucha anticapacitista es amplia en tanto que el capacitismo es un sistema de poder que somete a todos los cuerpos, aunque en distintos grados, haciendo posible las alianzas. No obstante, y como indica García-Santesmases, no hay que olvidar que “hay asimetrías de poder en quién tiene la posibilidad de enunciar(se)” (p. 262) pero tampoco hay que dejar de tener presente que “las políticas identitarias, en la actualidad, están conduciendo a un esencialismo de trinchera, a una reivindicación de la enunciación en que la vivencia parece ser la única enunciación pertinente,” (p. 262) por lo que, como remarca la autora y pone de relieve en este libro, “Las alianzas son necesarias, las conversaciones imprescindibles” (p. 262).

Referencias

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Butler, Judith (2004/2006). Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. [Precarious Life. The Powers of Mourning and Violence] (Traducción por Fermín Rodríguez). Paidós.

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