Reseña de Bourdieu (2022). Retour sur la réflexivité

Review of Bourdieu (2022). Retour sur la réflexivité

  • Eguzki Urteaga
Portada libro

Pierre Bourdieu (2022)
Retour sur la réflexivité. Editions EHESS.
ISBN: 9782713229145

Dos décadas después del fallecimiento de Pierre Bourdieu, Jérôme Bourdieu y Johan Heilbron acaban de publicar en la Editorial EHESS la obra, titulada Retour sur la réflexivité, formada por cuatro artículos de uno de los principales sociólogos de la segunda mitad del siglo XX. Aborda una dimensión poco conocida de la obra de Pierre Bourdieu y permite percibir la evolución de su pensamiento que transita de la vigilancia epistemológica a la reflexividad entendida como un vector de objetivación que permite una toma de conciencia, un mejor conocimiento y una práctica para intentar mitigar los efectos de una serie de sesgos. En ese sentido, se aleja de una visión narcisista e intimista de la reflexividad, en beneficio de una movilización de los instrumentos de las ciencias sociales al servicio de la objetivación del trabajo científico y de la puesta de manifiesto de las condiciones sociales en las cuales se realiza.
    Palabras clave:
Two decades after the death of Pierre Bourdieu, Jérôme Bourdieu and Johan Heilbron have just published a work entitled Retour sur la réflexivité, consisting in four articles by one of the most important sociologists of the second half of the 20th century. It deals with unknown dimension of Pierre Bourdieu’s work and allows us to perceive the evolution of his thought, which moves from epistemological vigilance to reflexivity understood as a vector of objectification that allows for awareness, better knowledge and a practice to try to mitigate the effects of a series of biases. In this sense, it moves away from a narcissistic and intimate vision of reflexivity, in favour of a mobilisation of the instruments of the social sciences at the service of the objectification of scientific work and the revealing of the social conditions in which it is carried out.
    Keywords:

Dos décadas después del fallecimiento de Pierre Bourdieu, Jérôme Bourdieu y Johan Heilbron acaban de publicar en la Editorial EHESS la obra, titulada Retour sur la réflexivité, formada por cuatro artículos del sociólogo galo. Conviene recordar, si fuera necesario, que este último es uno de los principales sociólogos de la segunda mitad del siglo XX a nivel mundial. Tras formarse en filosofía y realizar sus primeras investigaciones en el ámbito de la etnografía, se orienta hacia la sociología priorizando una visión crítica plasmada en el estructuralismo genético. Es autor de una obra abundante, formada por numerosos artículos y libros, muchos de los cuales han sido traducidos en varias lenguas. A nivel académico, se convierte en director de estudios de la EHESS en 1964, antes de acceder a la cátedra del Collège de France en 1981, puesto que ocupa hasta su jubilación en 2001. Ha recibido varios premios, tales como la Medalla de Oro del CNRS en 1993, el Goffman Prize en 1996, el Premio Ernst Bloch en 1997 o la Huxley Medal en 2000.

En la introducción del presente libro, Jérôme Bourdieu y Johan Heilbron recuerdan que “la exigencia de reflexividad, que se ha impuesto como un principio ineludible en ciencias humanas y sociales, es una de las aportaciones fundamentales del trabajo de Pierre Bourdieu” (p. 9). En efecto, si la práctica reflexiva de la sociología ha caracterizado el conjunto de su obra, la utilización de la noción de reflexividad es más reciente (p. 9). En cualquier caso, la preocupación por objetivar y controlar la relación que el observador mantiene con el objeto de estudio está presente en sus diversos trabajos (p. 10).

Para comprender el sentido de la reflexividad para Pierre Bourdieu, “conviene volver a sus inicios en la investigación. Sus primeras encuestas se caracterizan por el hecho de que nada es evidente, [ya que] no se cumplen (…) las condiciones ordinarias de una investigación” (p. 10). Es el caso de los estudios llevados a cabo en Argelia y, posteriormente, en el Bearn (pp. 10-11). En su autoanálisis, Bourdieu describe su monográfico sobre el Bearn natal como una verdadera conversión porque exige practicar una reflexividad constante (Bourdieu, 2004, p. 6).

En sus trabajos iniciales, escritos junto con Jean-Claude Passeron y Jean-Claude Chamboredon (1968), prefiere utilizar el concepto de vigilancia epistemológica. “Invita a objetivar las condiciones sociales de posibilidad de la investigación que dependen de la posición genérica del investigador y de las características de una trayectoria social personal. Para ello, [sugiere] utilizar los instrumentos de [las ciencias sociales] para comprender y controlar la investigación haciéndose, sus obstáculos y sus perspectivas, así como las disposiciones que los investigadores [activan] sin saberlo” (p. 13). No en vano, “esta concepción de la reflexividad no implica un ejercicio de introspección destinado a [compensar] una suerte de escaso conocimiento de sí mismo” (p. 13).

Al contrario, se trata de “objetivar el sujeto de la objetivación, es decir de movilizar todos los instrumentos de objetivación disponibles (…) para poner de manifiesto los supuestos que [resultan] de su inclusión en el objeto de conocimiento” (p. 14). Estos supuestos son de tres tipos: 1) aquellos relacionados con el origen social o la identidad de género; 2) aquellos vinculados con la posición ocupada en un campo determinado; y 3) aquellos asociados a la skhole (pp. 14-15). Lo cierto es que, para Bourdieu, no es suficiente tomar conciencia de estos supuestos explicitándolos para ser reflexivo. Porque no se trata tanto de una operación de concienciación sino de un intento para controlarlos en la práctica (p. 15). En otros términos, la toma de conciencia solo puede ser liberadora si se crean las condiciones reales de la liberación, dado que “la reflexividad debe encarnarse en unos dispositivos prácticos y en una utilización racional” (p. 17).

Más allá del análisis sociológico y de las disposiciones prácticas, la reflexividad debe convertirse en una disposición constitutiva del habitus científico, es decir que debe existir como una reflexividad reflejo, capaz de actuar (…) a priori sobre el modus operandi. (p. 17)

Este libro está compuesto por cuatro textos poco conocidos o desconocidos de Pierre Bourdieu dedicados a la reflexividad. “Permiten poner en evidencia ciertos aspectos, en buena parte pasados desapercibidos, de su práctica [investigadora]” (p. 19). Dos textos son inéditos, uno solo había sido publicado previamente en alemán y el último es una contribución a la revista Actes de la recherche en sciences sociales (p. 19).

El primer capítulo, titulado Epistemología y sociología de la sociología, es un texto inédito de 1967. Se trata de una intervención llevada a cabo en un debate desarrollado en la Universidad de la Sorbona sobre el tema Las ciencias humanas, para qué? y organizado por el Centro nacional de los jóvenes científicos (p. 19). Esta comunicación forma parte de las investigaciones de sociología de la ciencia desarrolladas por su laboratorio. Se posiciona en contra de la epistemología dominante de la época marcada por un positivismo que ignora la práctica científica y sus condiciones sociales de producción (pp. 20-21). De hecho, nos dice Bourdieu, “es preciso someter la práctica científica a un cuestionamiento que (…) no se aplica tanto a la ciencia hecha sino a la ciencia haciéndose” (p. 21).

En ese sentido, el sociólogo galo se pregunta cuáles son “las condiciones en las que se plantea la cuestión de los modelos en sociología para intentar mostrar que la sociología encierra en sí misma el poder de reflexionar sobre ella misma y, en particular, sobre su propia cientificidad” (pp. 33-34). Esto significa que es imposible pensar sobre “los problemas específicos que plantea la epistemología en ciencias humanas sin reflexionar sobre las condiciones sociales en las cuales se plantean estos problemas epistemológicos” (p. 34). Desea mostrar cómo “un cierto número de reflexiones epistemológicas tradicionales, elaboradas esencialmente [partiendo] de las ciencias de la naturaleza, pueden ser reforzadas en su alcance, [siempre y cuando] se sitúen en un contexto propiamente sociológico” (p. 34).

En ese debate, dos grupos sociales se organizan en torno a divisiones epistemológicas: el formalismo y el positivismo. Se trata de posiciones complementarias y opuestas que están “apoyadas por unos grupos sociales que ocupan unas posiciones determinadas en el campo intelectual, en el seno del cual se convierten en unas posiciones sociales” (p. 35). El sociólogo galo considera que “es en referencia a un cierto campo epistemológico en un momento dado que las oposiciones (…) toman su verdadero sentido” (p. 35). En aquella coyuntura, “es imposible comprender la situación epistemológica de las [humanidades] sin ver el rol que desempeña, en la práctica propiamente sociológica, la imagen a la vez mutilada y mutilante (…) de las ciencias naturales” (p. 35).

Dado que numerosos investigadores en ciencias humanas gozan de una formación literaria, “tienen de las ciencias naturales una percepción definida por las leyes del préstamo cultural, es decir que perciben la forma en lugar de la función, los signos externos de las operaciones en lugar del espíritu en el cual están realizadas” (p. 36). Resulta de todo ello que, “cuando se pregunta si la sociología es una ciencia, se refiere [a menudo] a un esquema evolucionista extremadamente simplista según el cual todas las ciencias pasarían necesariamente por las mismas etapas, lo que conduce a considerar que la sociología [sería] una ciencia incipiente” (p. 37). Esto provoca un efecto de clausura presentando como un ideal, que debe ser inmediatamente realizado, una imagen correspondiente a ciertos ámbitos de las ciencias (pp. 37-38).

Por lo tanto, nos dice el autor, “la sociología de la sociología o, más exactamente, la sociología de las condiciones sociales de producción de la ciencia sociológica, es una de las condiciones fundamentales del avance del conocimiento sociológico” (p. 38). Así, “numerosos conflictos epistemológicos pueden ser comprendidos a partir de un análisis de las condiciones en las cuales unos investigadores en sociología son reclutados”, lo que pondría de manifiesto su escasa formación en matemáticas (p. 38). En ese sentido, Bourdieu quiere mostrar que “un cierto tipo de organización social del trabajo intelectual genera un [determinado] tipo de epistemología” (p. 38).

Esto significa que existe una peculiaridad “de la relación que las ciencias sociales mantienen con las condiciones sociales en las cuales se ejercen” (p. 40). Ello implica “instaurar las condiciones de una sociología colectiva, ya que cada sociólogo solo puede hacer de manera ilusoria una sociología de su propia sociología y de las condiciones sociales [susceptibles] de inspirar [sus] supuestos fundamentales” (p. 40). Para eso, es necesario crear “un universo científico en el cual pueda instaurarse un intercambio generalizado de críticas” y evitar así la prevalencia de intercambios restringidos de críticas entre adversarios cómplices (p. 41). Para progresar de manera decisiva, “la sociología debe buscar en sí misma las armas de su avance, en lugar de buscarlas a toda costa del lado de las ciencias [naturales]” (p. 41).

En definitiva, la sociología debe conquistar su autonomía intelectual porque, más que cualquier otra ciencia, está expuesta a solicitaciones externas. (pp. 41-42)

En el segundo capítulo, titulado Reflexividad narcisista y reflexividad científica, y redactado un cuarto de siglo más tarde, en un contexto histórico e intelectual muy diferente, Pierre Bourdieu constata que, hasta una fecha reciente, “los investigadores en ciencias sociales no eran proclives (…) a una verdadera reflexión sobre su práctica” (p. 45). Estima necesario recordar lo que debe ser “el verdadero objetivo de la intención de reflexividad y los efectos propiamente científicos que pueden esperarse de ese retorno científico sobre la práctica científica” (p. 45).

Para el sociólogo galo, “no es suficiente explicitar la experiencia vivida por el sujeto conocedor, [ya que] es preciso objetivar las condiciones sociales de posibilidad de esta experiencia y, más precisamente, el acto de objetivación” (p. 46). Lo que conviene objetivar, “no es solamente el investigador en su particularidad biográfica, [sino] la posición que ocupa en el interior del espacio universitario y los sesgos inscritos en la estructura organizativa de la disciplina, es decir en toda la historia colectiva de la especialidad considerada, (…) lo que conduce a hacer del propio campo científico, el sujeto y el objeto del análisis reflexivo” (pp. 46-47).

La verdadera reflexividad no consiste en llevar a cabo, post festum, una reflexión sobre el trabajo de campo; tiene poco en común con la reflexividad textual, y con los análisis falsamente sofisticados del proceso hermenéutico de la interpretación cultural y de la construcción de la realidad a través de la grabación etnográfica. (p. 47)

Según Bourdieu, la forma de reflexividad más fecunda científicamente es profundamente anti-narcisista. “Es, sin duda, una de las razones por las cuales se practica tan poco y sus productos suscitan tantas resistencias” (p. 51). Esta sociología de la sociología se opone frontalmente al relato intimista y complaciente con la persona privada del investigador. No tiene nada de singular ni de extraordinario, dado que concierne a la gran mayoría de los investigadores como colectivo (p. 51). “Esta sociología cuestiona la representación carismática que tienen a menudo los intelectuales de sí mismos, así como su propensión a pensarse como libres de cualquier determinación social. [Permite] descubrir lo social en el corazón de lo individual, lo impersonal escondido bajo lo íntimo” (p. 51).

El autor distingue tres momentos esenciales en el análisis reflexivo, o, dicho de otra forma, “tres formas de sesgos que conduce a descubrir y que invita a controlar” (p. 52).

  • En primer lugar, se trata de objetivar las condiciones sociales de producción del productor, “es decir las propiedades, especialmente los dispositivos y los intereses, que debe a su origen social [o a su identidad] sexual o étnica” (p. 53).

  • En segundo lugar, es preciso evitar el sesgo intelectualista “que consiste en olvidar de inscribir, en la teoría del mundo social que construimos, el hecho de que es el producto de una mirada teórica” (p. 54). En ese sentido, nos dice el sociólogo francés, “una sociología verdaderamente reflexiva debe [protegerse] contra ese epistemocentrismo, ese etnocentrismo del [científico] que consiste en ignorar lo que hace la diferencia [fundamental] entre la teoría y la práctica” (p. 54).

  • En tercer lugar, conviene evitar el sesgo escolástico. “Si analiza lo que está inscrito en el hecho de pensar el mundo, de retirarse del mundo y de la acción en el mundo a fin de pensarlo, el pensador se expone a sustituir, sin saberlo, su propio modo de pensamiento al de los agentes que analiza” (p. 55).

Por lo cual, aunque pueda parecer paradójico, “es a través de la objetivación de las condiciones sociales más objetivas del pensamiento que se accede con la mayor seguridad a las características más específicas de la subjetividad del pensador” (p. 57). Dicho de otra forma, “la reflexividad debe, para realizarse, llegar a institucionalizarse, por una parte, en los mecanismos del campo, en particular en la lógica social de la discusión y de la evaluación científicas, y, por otra parte, en las disposiciones de los agentes” (p. 58).

En el tercer capítulo, titulado Proyecto de historia social en ciencias sociales, el autor recuerda que “la reflexividad no es entendida en el sentido tradicional de la filosofía, de la doxa filosófica, [puesto que] la reflexividad no es la reflexión en el sentido del cogitatio cogitationis (…). No es un simple retorno del sujeto conocedor sobre sí mismo” (p. 66). La reflexividad pasa por un proceso de objetivación. El científico dispone de una serie de instrumentos que puede aplicarse a sí mismo y al universo social en el cual el sujeto conocedor está insertado. Ese universo social puede entenderse a dos niveles: como el espacio social en su conjunto y como la posición del investigador, de la disciplina o de tal o cual sector de la disciplina en el espacio social global (p. 67). Posteriormente, “pueden aplicarse estos procedimientos de objetivación [al] campo de las ciencias sociales y objetivar ese campo para encontrar en él un cierto número de propiedades escondidas al propio sujeto conocedor” (p. 67).

Con los tres niveles de reflexividad distinguidos por Bourdieu, se va de lo más superficial a lo más profundo (p. 73). En el primer nivel, el de la inserción en el campo social, el peligro de que “estas cosas permanezcan implícitas, inconscientes, es relativamente débil” (p. 73). En el segundo nivel, el del campo, es casi totalmente inconsciente, porque no es inmediatamente visible y “los agentes, que sean emisores o receptores, no son conscientes de que lo que dicen puede estar vinculado, de una forma u otra, a la ocupación de una posición en un espacio [determinado]” (p. 73). El tercer nivel, el de la pertenencia al universo escolástico, es completamente implícito (pp. 73-74).

Por lo tanto, “se trata, no solamente de interrogar el universo social en el interior del cual se hacen las ciencias sociales, sino también [de hacerlo] sobre las propiedades escolásticas de ese universo, las cuales pueden afectar las prácticas profesionales de las personas que se insertan en ese universo” (pp. 75-76). El libro Homo academicus (Bourdieu, 1984), es una perfecta ilustración de ello. En sociología, subraya el autor, el sesgo escolástico es especialmente pernicioso. “Un sociólogo, cuyo oficio es, en parte, comprender [y] explicitar la práctica, los discursos eventualmente, de personas que están en situaciones escolásticas, que han sido el producto de condiciones sociales de producción (…), se condena al error” (p. 82). Hoy en día, los científicos, en sus costumbres de pensamiento, es decir en sus cuerpos escolásticos, son unos autómatas que practican una filosofía de “la acción modelo-ejecución implícita” (p. 85).

En el cuarto capítulo, titulado La causa de la ciencia, Bourdieu recuerda que la historia social de las ciencias sociales es “el instrumento privilegiado de la reflexividad crítica, condición imperativa de la lucidez colectiva [e] individual” (p. 97). Encuentra su verdadera justificación cuando consigue poner de manifiesto “los supuestos que están inscritos en el fundamento de las empresas científicas del pasado y que perpetúan, a menudo al estado implícito, la herencia científica colectiva” (p. 97). En ese sentido, “la ciencia social tiene el privilegio de poder tomar como objeto su propio funcionamiento y de estar en medida de llevar a la conciencia las coacciones que pesan sobre la práctica científica. Por lo tanto, puede servirse de la conciencia y del conocimiento que posee de sus funciones y de su funcionamiento, para intentar [superar] algunos de los obstáculos” (p. 98).

Prosiguiendo su razonamiento, indica que:

El campo científico es un microcosmo social, parcialmente autónomo con respecto a las necesidades del macrocosmo en el cual se engloba. Es, en ese sentido, un mundo social como los demás y (…) conoce unas relaciones de fuerza y unas luchas de interés, unas coaliciones y unos monopolios. [Pero], es también un mundo aparte, dotado de sus propias leyes de funcionamiento. Todas las propiedades que tiene en común con los demás campos revisten unas formas específicas. (p. 99)

Así, la competencia está sometida a unas regulaciones automáticas, “como las que resultan del control cruzado entre los competidores y que tienen como efecto de convertir los intereses sociales, tales como [el ansia] de reconocimiento en intereses de conocimiento, la libido dominandi (…) en libido sciendi” (p. 99). Resulta de todo ello que “el rigor de los productos científicos depende fundamentalmente del rigor de las condiciones sociales específicas que rigen su producción” (p. 100).

El campo de las ciencias sociales se distingue por el hecho de que, dado que “tiene como objeto el mundo social y pretende producir una representación científica, cada especialista está en competencia, no solamente con los demás [científicos], sino también con los profesionales de la producción simbólica” (p. 100). En ese sentido, los investigadores en ciencias sociales tienen mayores dificultades para verse reconocer el monopolio del discurso legítimo sobre su objeto de estudio (p. 101). De hecho, las ciencias sociales se enfrentan a la presión de poderes externos: las ciencias naturales y los discursos político-mediáticos (p. 101). Obedecen a lógicas opuestas, ya que, en el ámbito político, “la fuerza de las ideas depende (…), en parte, de la fuerza de los grupos que las aceptan como verdaderas”, mientras que, en la esfera científica, solo se reconoce la fuerza intrínseca de la verdad (p. 102).

Resulta de todo ello que, en el campo de las ciencias sociales, “donde se afrontan lo puro y lo comercial, los productores pueden referirse a uno u otro de los principios de jerarquización y de legitimación contrarios, el principio científico y el principio político, que se oponen sin conseguir imponer una dominación [clara]” (p. 103). En ese contexto, surgen dos tipos de conflictos. Por un lado, los conflictos propiamente científicos, aquellos que se han apropiado los logros colectivos de su ciencia se oponen entre sí según la lógica constitutiva de la problemática y de la metodología, directamente proveniente de esta herencia, que los une incluso en sus luchas para conservarla o superarla” (p. 105). Por otro lado, los conflictos políticos de carácter científico. “Estos productores científicamente armados se enfrentan a unos productores específicos de producción y, por lo tanto, se hallan más próximos de las expectativas de los profanos y están más capacitados para satisfacerlas” (p. 106).

Por último, Bourdieu considera que una verdadera internacionalización de las ciencias sociales podría contribuir eficazmente al avance de la autonomía científica, ya que “las presiones de la demanda o de las presiones sociales se ejercen sobre todo a escala [estatal] a través de todas las incitaciones materiales y simbólicas” (p. 114). No en vano, el campo de las ciencias sociales siempre ha sido internacional, sobre todo para lo peor, con fenómenos de intercambios “que se operan frecuentemente sobre la base de homologías estructurales entre las posiciones ocupadas en diferentes campos [estatales]” (p. 115). La verdad, indica el autor, es que “existe también, pero al estado virtual y desorganizado, una internacional de los outsiders [compuesta] por todos aquellos que tienen en común su marginación respecto a la corriente dominante” (p. 116).

Al término de la lectura de la obra Retour sur la réflexivité, conviene subrayar el interés y la pertinencia de una dimensión de la obra de Pierre Bourdieu, poco conocida hasta la fecha, en razón de su carácter inédito, su no-traducción y su diseminación. La introducción redactada por Jérôme Bourdieu y Johan Heilbron propicia su contextualización y explicación, lo que facilita su comprensión por el lector. Asimismo, el presente libro permite percibir la evolución del pensamiento del sociólogo galo que transita de la vigilancia epistemológica a la reflexividad entendida como un vector de objetivación que permite una toma de conciencia, un mejor conocimiento y una práctica para intentar mitigar los efectos de una serie de sesgos, entre los cuales se encuentran los sesgos escolásticos. En ese sentido, se aleja de una visión narcisista e intimista de la reflexividad, en beneficio de una movilización de los instrumentos de las ciencias sociales al servicio de la objetivación del trabajo científico y de la puesta de manifiesto de las condiciones sociales en las cuales se realiza.

En suma, la lectura de este libro sobre la reflexividad permite mejorar nuestro conocimiento de la obra de Pierre Bourdieu.

Referencias

Bourdieu, Pierre (1984) Homo academicus. Minuit.

Bourdieu, Pierre (2004) Esquisse pour une auto-analyse. Raisons d’agir.

Bourdieu, Pierre (2022) Retour sur la réflexivité. Editions EHESS.

Bourdieu, Pierre; Chamboredon, Jean-Claude & Passeron, Jean-Claude (1968) Le métier de sociologue. Préalables épistémologiques. Mouton de Gruyter.