Hacer morir-Dejar morir. Bio-Necropolítica y Antagonismo Capital-Trabajo

Make die-Let die. Bio-Necropolitics and Antagonism Capital-Labour

  • Antonio Fuentes Díaz
A partir del contexto de la violencia en México impulsada por la Guerra contra el narcotráfico (2006-2012) y la difusión de repertorios de alta letalidad y suplicio corporal, una serie de interpretaciones han enfocado su estudio, basadas en las derivas de la biopolítica —necropolítica y tanatopolítica—. El artículo discute con esas interpretaciones proponiendo que la utilización de este marco conceptual gana capacidad heurística para entender fenómenos contemporáneos de producción de nuda vida, comprendiendo esta categoría más allá de la soberanía y vinculándola con los estudios sobre el trabajo y la acumulación de capital. El artículo propone entender la biopolítica como un dispositivo diferenciado de acuerdo con contextos históricos específicos, que es atravesado por las formas concretas de la contradicción capital-trabajo. Sostiene que la producción de vidas prescindibles se puede entender por la precariedad del trabajo y las dinámicas de la acumulación de capital, que generan ganancia aún con la muerte.
    Palabras clave:
  • Biopolítica
  • Necropolítica
  • Trabajo
  • Violencia
Based on the context of violence in Mexico driven by the War on Drugs (2006-2012), and the spread of repertoires of high lethality and corporal punishment, a series of interpretations have focused their study based on the drifts of biopolitics — necropolitical and thanatopolitics. The article discusses these interpretations, proposing that the use of this conceptual framework gains heuristic capacity to understand contemporary phenomena of bare life production, if this category is understood beyond sovereignty and is linked to studies on labor and capital accumulation. The article proposes to understand biopolitics as a differentiated device according to specific historical contexts, which is crossed by the concrete forms of the capital-labor contradiction. It argues that the production of expendable lives can be understood by the precariousness of labor and the dynamics of capital accumulation, which generate profit even with death.
    Keywords:
  • Biopolitics
  • Necropolitics
  • Labor
  • Violence

1 Introducción

El 11 de diciembre de 2006, el presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), anunció la estrategia de ofensiva a las organizaciones delictivas vinculadas al tráfico de drogas. Dicha política, conocida como Guerra contra el narcotráfico, implicó el combate hacia las organizaciones bajo una estrategia militar, procurando debilitar su poder. Esta acción produjo una alta letalidad, un elevado número de decesos a partir de enfrentamientos entre estos grupos y las fuerzas del Estado, así como entre los grupos mismos, además de un destacado número de víctimas colaterales. El aumento de la violencia incluyó desplazamientos forzados, asesinatos, masacres, ejecuciones, secuestros y niveles de brutalidad extrema —decapitaciones, desmembramientos, disoluciones de cuerpos en sustancias abrasivas, incineraciones, mutilaciones, entre otros—. Un recuento de los homicidios desde la implementación de la Guerra contra el narcotráfico en 2006 —durante el gobierno de Felipe Calderón— hasta la conclusión de la administración de Enrique Peña Nieto (2012-2018), quién dio continuidad de facto a esa política de seguridad, recoge 269 153 personas asesinadas en un lapso de 12 años —una tasa promedio de 28 por cada 100 mil habitantes— (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática INEGI, 2019), así como 71 678 personas desaparecidas (CNB, 2020).

Las investigaciones sobre el tema de la violencia en años recientes se han interesado en su carácter espectacular y letal. Un conjunto de investigaciones sobre la violencia en México, posicionaron en dicho campo la relevancia de los estudios biopolíticos (Chávez, 2012; Fuentes Díaz, 2012; Valencia, 2016). En estas investigaciones han sido relevantes las reflexiones propuestas por Giorgio Agamben (2013), Achille Mbembe (2003) y Roberto Esposito (2011) sobre la vinculación entre biopolítica y soberanía, así como las nociones de tanatopolítica y necropolítica para entender su implicación con la gestión de la muerte en los ordenamientos políticos contemporáneos. Estas categorías han servido para explicar la producción masiva de muerte bajo las políticas de seguridad gubernamental, pero también para entender el entorno de violencia difusa que es producida por actores no estatales con amplia letalidad en eventos como la desaparición de personas, la proliferación de fosas clandestinas y las ejecuciones entre grupos delictivos antagonistas.

En este artículo se plantea que el marcaje, lesión y destrucción corporal de los repertorios de violencia observados son favorecidos por un contexto general de precarización del trabajo excedente, que convierte a los cuerpos de trabajadores precarios en cuerpos desvalorizados —susceptibles de implicarse en actividades ilegales y quienes se constituyen en objetivo de intervención de las políticas securitarias—. Por esta razón, en este artículo se plantea que la noción de biopolítica y sus derivas tanatopolítica y necropolítica deben comprenderse desde la perspectiva del trabajo, lo que permite ganar en materialidad y trascender la interpretación exclusiva en términos de soberanía o epifenómenos culturales. Para profundizar en este planteamiento, se vincula la noción de biopolítica con la perspectiva del antagonismo capital-trabajo, y posteriormente se expone la relación entre acumulación de capital y la valorización a partir de la muerte.

2 Biopolítica, vida y fuerza de trabajo

A partir de los estudios de Foucault sobre la noción de biopolítica, entendida como el poder estatal de administrar e intensificar la vida, han existido numerosos estudios que dan cuenta del gobierno de las poblaciones en múltiples niveles. En los últimos años los estudios de Agamben (2013), Mbembe (2003) y Esposito (2011) han provisto de nuevas perspectivas con relación al vínculo entre soberanía, biopolitica y orden estatal.

El artículo plantea que las discusiones de estos autores, que retoman la categoría biopolítica en sus reflexiones, centradas en el disvalor de la vida, deben enfocarse en términos de la centralidad que el trabajo tiene para la acumulación de capital. Esto permite establecer que la aparente banalidad de la vida, acentuada en algunos contextos de violencia, despojo y generación masiva de muertes, está en relación con la flexibilidad del trabajo y la proliferación de vidas superfluas a los circuitos de acumulación de capital. Desde esta perspectiva se propone que el disvalor de la vida debe ser comprendido dentro del antagonismo entre trabajo y capital. Con ello se plantea dotar a los estudios sobre la violencia de una lectura que exceda la interpretación en términos de soberanía y seguridad, relacionando la violencia y sus consecuencias con el proceso de separación del hacer social (Holloway, 2011).

Foucault presentó su noción de biopolítica en el capítulo final del primer volumen de La Historia de la Sexualidad - La voluntad de Saber (1976/1995), retomándolo en el curso impartido en 1976 y compilado en Defender la sociedad (1997/2006)1. Con dicho concepto intentaba explicar la aparición de un poder de normalización que ya no se ejercía únicamente sobre los cuerpos de los individuos, sino que se ejercía sobre el cuerpo vivo de la especie humana o de la población. Al proponer el “dispositivo de sexualidad”, Foucault comprendió que el sexo, y desde ahí la vida de la población, sería un objetivo privilegiado para la actuación de poderes más allá del plano individual, y que funcionaría como bisagra para la normalización de la conducta de la especie humana a través de la administración de políticas públicas destinadas a reglar, controlar y observar a la población. Este concepto permite entender que fue sobre la vida humana, sobre aquello que intervino el ejercicio del poder, de manera particular a lo largo del siglo XVIII hasta gran parte del siglo XX. Organizar lo vivo de tal manera que su expresión vívida se encauzara en la construcción del capitalismo.

Es en este sentido, como se puede entender el potente estudio de Foucault sobre la biopolitización de las relaciones de poder, siguiendo el cauce abierto por Marx para entender la manera en que un sistema de producción de mercancías, genera un tipo específico de productor de mercancías. Se puede plantear que en la noción de trabajo radica la clave de ambos acercamientos. Uno de los conceptos fundamentales utilizados por Karl Marx en su crítica a la economía política, propuesto en el primer volumen de El Capital (1867/2001), es la categoría fuerza de trabajo. Esta noción es fundamental en la teoría del valor, dado que sobre ella se basa la noción de explotación y la idea misma de Sujeto. Entendida como una destreza en latencia que se puede desplegar en el tiempo, esta noción es esbozada de manera preliminar en los Grundrisse (Marx, 1953/2011), bajo la nominación de capacidad de trabajo,2 refiriendose a una facultad inmanente a la vitalidad humana.

De acuerdo con la definición dada en El Capital, se entiende por fuerza de trabajo al “conjunto de las condiciones físicas y espirituales que se dan en la corporeidad, en la personalidad viviente de un hombre [mujer] y que éste pone en acción al producir valores de uso de cualquier clase” (Marx, 1867/2001, p. 121). Estas condiciones corporales y espirituales permiten la producción incluso de la vida misma. En un pasaje de los Manuscritos económico filosóficos, Marx plantea la fuerza de trabajo como la vida que crea vida: “el trabajo, la actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo como un medio para la satisfacción de una necesidad, de la necesidad de mantener la existencia física” (Marx, 1932/2007, p. 111). Esta potencia creativa, esta fuerza transformadora que se pone en movimiento en la producción de sí misma y en la producción de valores de uso, se constituye en la fuente viva del valor, y bajo el capitalismo, en la fuente de plusvalía. De manera tal que permite plantear la analogía entre trabajo y vida.

Marx señalaba que, en el capitalismo, la fuerza de trabajo es convertida en mercancía, dando lugar a una organización del trabajo que funciona a través de la separación entre el hacedor y lo hecho, de tal manera que “las condiciones objetivas del trabajo vivo, se presentan como valores disociados, autónomos frente a la capacidad viva de trabajo como existencia subjetiva” (Marx, 1953/2011, p. 423). De esta forma, el capitalismo contrapone al trabajador a su producto, presentándose como una exterioridad desvinculada de él. Como una exterioridad antagónica. Marx indicaba una pluralidad de pares conceptuales antagónicos para referirse a este proceso de separación: trabajo abstracto y trabajo concreto, trabajo necesario y trabajo excedente, trabajo vivo y trabajo muerto —objetivado—. Este último par es pertinente de considerar, porque permite entender el antagonismo entre la vida y la forma objetiva de las relaciones capitalistas o, dicho de otra manera, entre el trabajo vivo y el trabajo objetivado en la relación capitalista.

La metáfora del vampiro que se alimenta de la sangre de los vivos es aquí ilustrativa3. El capital se constituye como una objetividad contrapuesta a la fuerza de trabajo en tanto hacer social y, de esta manera, contrapuesta a la vida. Esta relación antagónica muestra claramente la dependencia ineludible del capital frente al trabajo. El enmarque que se quiere sugerir vincula las nociones de fuerza de trabajo y vida, para plantear que el antagonismo capital-trabajo puede entenderse también como un antagonismo entre vida y capital. 4 La reproducción del capital precisó de una forma de organización de las relaciones sociales y de la producción que multiplicara la separación a través del encuadre de la fuerza de trabajo en las condiciones objetivas, expresando la actividad vital en el marco del capitalismo.

Esta tensión antagónica permite entender los esfuerzos por encuadrar, en una forma histórica de producción, al trabajo vivo —al soplo vivificante5 contenido en la fuerza de trabajo— y, a la vez, permite entender el desborde permanente que el soplo vivificante contiene como potencia creativa y transformadora. Ya en los Grundrisse, Marx oponía a este trabajo objetivado, muerto, el trabajo no objetivado, el trabajo como subjetividad, enfrentando el exceso de vida a las condiciones históricas del modo capitalista de organización del trabajo. No es el objetivo de este artículo abundar en ello, pero en dicho desborde se encuentra el núcleo de una teoría del Sujeto.

3 Biopolítica y organización del trabajo

Fue a partir de la mercantilización de la fuerza de trabajo, proceso que Marx detalla en el capítulo sobre La Jornada de Trabajo en El Capital, que se planteó el tema del disciplinamiento del trabajo vivo para volcarlo a la productividad del capital, a través de su encuadre en las condiciones objetivas del capitalismo a partir de una serie de dispositivos de captura6 —no exentos de resistencia—.

Los dispositivos de intervención y captura del trabajo vivo buscaron la adecuación óptima de la vida humana en el sistema de producción de mercancías, de manera tal que el trabajo se totalizara como mercancía (Lukács, 1923/1969). El análisis de Marx alumbraba ya lo que Foucault profundizaría de una manera notable: un capital que produce a su trabajador, o la producción del sujeto moderno a partir de dispositivos de poder-saber, que intentasen construirlo como sujeto para el capital. De ahí que el contenedor de lo vivo, el cuerpo, fuera intervenido en tanto individuo y especie y conducido a través de diferentes dispositivos, en particular el que Foucault denominó biopolítica. Desde la perspectiva planteada aquí, este dispositivo estaría atravesado por el antagonismo capital-trabajo.

De acuerdo con Sandro Mezzadra, el trabajo de Foucault desarrolló la pista que ofrecen los dos lados de la noción de fuerza de trabajo —uno individual y otro colecti-vo—. En esta comprensión, una economía, “antes de estar centrada en los valores de los bienes intercambiables, sobre la base de una economía de las cosas, se preocupa principalmente por la gestión de la vida, de los cuerpos y sus fuerzas” (Mezzadra, 2014, p. 32). En esta preocupación que pretende transformar la fuerza de trabajo en fuerza productiva se hace necesaria la emergencia de la disciplina. De ahí que la noción de anatomopolítica apele a la intervención sobre la corporeidad y a la personalidad viviente del trabajador singular, y la biopolítica remita a las dimensiones sociales sobre las que recae la explotación. Ambos dispositivos se ajustan a la dimensión normativa de la fuerza de trabajo.

4 Neoliberalismo y trabajo residual

Durante buena parte del siglo XX, la extensa regulación del trabajo por el capital que se estableció como modelo de producción y organización social fue el fordismo, al que se puede entender como una fase de la acumulación basada en la producción industrial, el consumo de masas y la mediación del trabajo a través del salario —el movimiento obrero—. La conducción de lo vivo en esta fase puede ser entendida a partir de regulaciones biopolíticas que implicaron una serie de técnicas de coordinación a nivel capilar en instituciones —escuela, fábricas, hospitales, etc.— y espacios privados, que funcionaron a manera de una “micropolítica de la acumulación” (Fraser, 2003). La regulación fordista sobre el trabajo perfilaba la tendencia al “Hacer vivir” a partir de mediar el trabajo con derechos laborales, empleo, salud pública, educación, prestaciones sociales para incentivar el bienestar y altas tasas salariales, conformando una relación gubernamental basada en el control disciplinario7 de la producción industrial —la totalización de la disciplina como forma social— y el consumo de masas, todo ello dentro del marco del desarrollo nacional (Fraser, 2003).

Esta forma de regulación comenzó a revertirse a inicio de la década de los setenta del siglo XX con el giro neoliberal. Las políticas económicas tendientes a solventar la crisis de sobreacumulación e inflación, ocurrida en la década de los años setenta, generaron un impacto desfavorable sobre la fuerza de trabajo a través del descenso creciente en los niveles de salario y por los niveles crecientes de desempleo estructural, en variantes como el trabajo temporario, paros permanentes y rotación (Harvey, 2015). Se puede entender la crisis del fordismo como crisis de la disciplina.

La acumulación flexible, como David Harvey (2012) ha definido a esta fase, ha transformado el rol central de lo disciplinario en la organización de trabajo y el papel central del Estado en la regulación social. Transformando el marco regulatorio de la relación capital-trabajo fordista —mediación por derechos y salario—, sustituyéndolo por una relación que vehiculiza el antagonismo a niveles elevados al proyectar al trabajador como un emprendedor de sí. La operación conceptual de la teoría neoliberal consistió en desplazar la comprensión de la reproducción del capital, de la explotación de la fuerza de trabajo hacia la capacidad individual en la generación de ingresos. Equiparando, a nivel discursivo, el trabajo con el capital social. Al respecto, Foucault se preguntaba: “¿Qué es el capital cuya renta es el salario?... es el conjunto de los factores físicos, psicológicos que otorgan a alguien la capacidad de ganar tal o cual salario” (Foucault, 2004/2007, p. 262).

La consecuencia de este desplazamiento es fundamental, porque sienta las bases para la producción de vidas precarias. Concebir al salario como un ingreso radicado en la capacidad idónea individual para generarlo, comprendiendo a la fuerza de trabajo como capital social, implica convertir a la vida en renta. El desplazamiento hacia la renta evidencia una nueva etapa del antagonismo capital-trabajo —un quiebre en la mediación por salario y derechos— y la generación de una intemperie política y económica donde la vida queda en vilo. El fracaso individual para lograr la óptima rentabilidad del capital social posibilita la emergencia de sectores prescindibles de valorizar al capital en términos de la explotación directa de su trabajo, volviéndose útiles en cuanto permiten sostener controles al salario. Se convierten así en desechables o superfluos, en términos de la pérdida o escasa “rentabilidad” de su fuerza de trabajo 8.

Esta emergencia de población residual había sido señalada por Marx (1867/2001) bajo la noción de superpoblación relativa, entendida como una tendencia contradictoria, en la acumulación del capital, entre el trabajo necesario —el que sirve para reproducir la fuerza de trabajo, para que el viviente siga vivo— y el trabajo excedente —el que se requiere para la generación de plusvalía—. La emergencia de una superpoblación relativa es consecuencia de los cambios en la composición orgánica del capital, esto es, mayor inversión en capital muerto —constante— que en capital vivo —varia-ble—. Mayor inversión en maquinaria que en fuerza de trabajo y, por tanto, menor cantidad de plusvalía. Uno de los requisitos para la generación de trabajo excedente es el aumento de la población que se integra a los circuitos de trabajo asalariado. Marx había previsto que, en este aumento de población, una parte de ella quedaría en latencia, conformando una reserva de fuerza de trabajo.

La acumulación capitalista produce constantemente, en proporción a su intensidad y a su extensión, una población obrera excesiva para las necesidades medias de explotación del capital, es decir, una población obrera remanente o sobrante […] Constituye un ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se crease y mantuviese a sus expensas. (Marx, 1867/2001, pp. 533-535)

El cambio de la mediación del trabajo respecto del capital, ocasionado por el proyecto neoliberal, ha favorecido la producción de fuerza de trabajo residual como un componente estructural y como un momento fundamental de la valorización del capital. Esto es sustancial porque permite comprender que la proliferación de segmentos descartables de la fuerza de trabajo en los mercados formales e informales es una condición inherente a la dinámica del capitalismo. Considerando la vinculación entre trabajo y vida, el estatus de la fuerza de trabajo cuya reserva se hace una condición permanente, tiende a fragilizarse, la vida de estos sectores se precariza9. Este desplazamiento implica una nueva forma de gestionar poblaciones, cuerpos y mercados de trabajo, y permite comprender —desde el ángulo de la población residual— la emergencia de lo que desde otros enfoques se ha denominado vida nuda (Agamben, 2013) o vida precaria (Butler, 2009) y la demanda de políticas de seguridad para su control.

5 Biopolítica y superfluidad

Con lo expuesto anteriormente se quiere enfatizar que la producción de la superfluidad es interna al régimen de acumulación de capital y se puede rastrear en las formas flexibles del trabajo. En ese sentido, la producción de vidas precarias es un producto del régimen de acumulación flexible que el proyecto neoliberal articula en contextos específicos de la organización regional del trabajo en el Sur Global. Para desarrollar este argumento se expondrán tres ejemplos sobre la acumulación de capital. El primero atiende a la organización neoliberal del trabajo en la rotación, el segundo se refiere a la acumulación no productiva del trabajo: la desposesión y el tercero a la rentabilidad de las actividades criminales.

Para el primer ejemplo, se esgrime la investigación de Melissa Wright (2001) realizada en maquiladoras en Ciudad Juárez, México, bajo el contexto de los feminicidios ocurridos en aquella ciudad fronteriza durante la década de los años noventa del siglo XX. En su investigación, la autora encontró que el funcionamiento de las maquiladoras —de capital estadounidense— descansaba en una rotación intensiva del trabajo femenino.

La rotación hacía que las trabajadoras no fueran capacitadas por sus empleadores, en el entendido que no valía la pena entrenar a personal que duraría poco tiempo en las empresas. Los empleadores justificaban la rotación en términos de las cualidades personales de las trabajadoras como “su falta de lealtad”, “el rápido abandono de las maquilas” o la “falta de constancia”. Para Wright, la justificación es parte de una compleja organización del trabajo que permite una mayor extracción de valor: “Lo que es valorable de la mujer mexicana es la promesa que no se quedará por largo tiempo. Su ausencia representa para la empresa aquel valor que la flexibilidad permite en una economía de mercado flexible” (Wright, 2001, p. 195)

Uno de los procedimientos de la industria es encontrar el punto exacto de rentabilidad que permita extraer el máximo valor del trabajo femenino flexibilizado.

El truco que enfrentan los gerentes de las maquilas es mantener los niveles adecuados de rotación. Una rotación excesiva significa que las mujeres están dejando de proporcionar altas tasas de ganancia para la empresa. Una rotación insuficiente representa un gasto y un exceso de capacidad productiva. (Wright, 2001, p. 195)

Analizando la investigación de Wright con detalle, se aprecia que el trabajo femenino es útil en tanto transfiere un valor adecuado para la empresa, tanto en ocupación como en desocupación. En la rotación se presenta simultáneamente un doble proceso de ganancia a la firma: una transferencia de valor y una apropiación de renta. En primer lugar, el trabajo femenino transfiere valor a la industria en tanto se encuentra presente en el espacio de la producción, a partir del tiempo de trabajo excedente. Esta sería la comprensión clásica de la explotación. Pero también transfieren ganancia a partir de su ausencia —cuando son despedidas—, a través de la extracción de renta. Esta renta se extrae a partir de la porción del salario que no regresa a las trabajadoras para la reproducción de su fuerza de trabajo —en forma de prestaciones como pagos por antigüedad, capacitación y seguridad social—. Para generar esta renta es central el despido, la intermitencia de la rotación. El no generar antigüedad permite justificar, con ello, la falta de capacitación, de derechos de salud, de pensión y garantía de empleo, todo ese “gasto”, que constituye un componente del salario que debería regresar para la reproducción de la fuerza de trabajo, es apropiado ahora por el capital. De esta manera, la renta puede ser entendida como un dispositivo de extracción de valor que es inherente al modelo de flexibilización del trabajo. A decir de Wright: “La rotación no es necesariamente una pérdida para la empresa, es el subproducto de procesos durante los cuales los seres humanos son convertidos en desechos industriales” (2001, p. 195). Aquí radica uno de los factores fundamentales para entender la producción de vidas superfluas como procedimiento interno a la acumulación flexible.

De acuerdo con Wright, en el caso de Ciudad Juárez, esta extracción de valor genera la desvalorización del trabajo femenino que conforma un ambiente social al que denomina “muerte por cultura”, que supone que las trabajadoras pierden valor en tanto sujetos de derechos, haciéndose prescindibles, a grado tal de volverse asesinables. Encontrando una explicación posible para entender el feminicidio.

La renta generada por ausencia sienta la base material para la prescindibilidad de la vida en el régimen de acumulación. De esta manera, desde el punto de vista del capital, se tiene la apariencia de no necesitar más la relación con el trabajo vivo, de superar su antagonismo fundador, por ello, la tendencia al capital rentista se complementa con un declive de la vida en el orden económico-político. La renta está en el centro del proceso de desechabilidad de la fuerza de trabajo. Desde la perspectiva aquí discutida, la renta implicaría el momento necropolítico de la regulación de poblaciones.

Un segundo ejemplo de la acumulación es el de la desposesión. Como Marx (1953/2011) había señalado, el capitalismo encuentra en la desposesión un componente sustancial de la acumulación originaria de capital. Harvey (2004), propondrá el término acumulación por desposesión para señalar la contemporaneidad de esa acumulación originaria y la tendencia a privilegiar la valorización de capital a través de otros circuitos que difieren la transferencia productiva de valor hacia la renta, —entre ellas también la renta de los recursos del subsuelo—, más que a través del capital productivo.10

El fenómeno que se quiere referir aquí es la tendencia al uso de una serie de operaciones extractivas del capital (Gago y Mezzadra, 2015) que utilizan dispositivos financieros, cognitivos y de coerción, para extraer valor de la fuerza de trabajo, entre ellos, el despojo de recursos naturales a través de la violencia, en lugares donde la población asentada se convierte en excedente al capital. En Latinoamérica abundan ejemplos de este tipo de acumulación bajo el neoextractivismo,11 pero toma dimensión importante también a escala mundial. Murray Li (2009) señala un gran proceso de desposesión de tierras en Malasia durante la década del 2000, a partir de la implementación de las políticas de desarrollo sugeridas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En tal sentido, una serie de cercamientos de tierras se efectuaron tanto por parte del Estado como por productores privados, para rentabilizar el campo, hacia cultivos de agroexportación como la palma africana para la fabricación de biocombustibles. En tal escenario, se han generado desplazamientos y reubicaciones de población cuya relevancia para el capital se minimiza.

La verdad es que un gran número de personas son de hecho abandonadas. Algunas son mantenidas en vida en prisiones, campos de refugiados y guetos, pero no están siendo preparados para el trabajo, como sucedió en las fábricas en la industrialización británica. La clave para este dilema es que su trabajo es sobrante en relación a su utilidad para el capital (Murray, 2009, p. 68)

Estos dos ejemplos muestran la producción de segmentos superfluos como componentes internos del proceso de flexibilidad, tanto en la organización del trabajo como en la desposesión del régimen de acumulación, ambos sustentados en la renta, a la vez que permiten situar nuevas formas de gestión de población. Murray afirma que: “en la medida en que cumplen las funciones de una reserva de trabajo —depreciar salarios y disponibilidad presta para el trabajo— la población no debe morir.” (2009, p. 70).

El embate sobre la fuerza de trabajo en el neoliberalismo permite la precarización y redefine el estatus de la vida digna contenida en dicha fuerza. La vida se vuelve a situar en vilo. Esto es sugerente para pensar hoy en día la centralidad de la violencia y la seguridad como dispositivos para regular mercados de trabajo flexible y para pensar la producción de valor a través de dejar morir.12

Se comentaba líneas atrás sobre la utilización de las reflexiones en torno a las discusiones sobre la biopolítica y sus derivas, a partir de la Guerra contra el narcotráfico en México. En ese objetivo, un tercer ejemplo —que permite entender la inmanencia de la vida precaria en la generación de los circuitos de valor— se da a través de entender la rentabilidad del crimen organizado. En México, en los últimos quince años, la criminalidad organizada tomó dimensiones novedosas y extensas sobre todo por la gran capacidad de violencia producida en la competencia por mercados ilegales y por el combate del Estado mexicano. El problema es también estructural en cuanto florece en regiones caracterizadas por la falta de oportunidades económicas y de ascenso social por medios legales. Diversos estudios han mostrado que el personal utilizado en las operaciones criminales, como sicarios, delatores, espías, transportistas, cultivadores, etc., son en su mayoría jóvenes y niños con nula o escasa escolaridad, provenientes de familias monoparentales en ambientes vulnerables13 (Azaola, 2012; Comisión Nacional de Derechos Humanos, CNDH, 2017).

La esperanza de vida de los jóvenes que se involucran en actividades criminales, en busca de ascenso y reconocimiento social, es de cinco años, lapso en el cual la remuneración, por formar parte de las actividades delictivas, les permite acceder al consumo suntuario que ningún trabajo formal podría ofrecerles (Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad, ICESI, 2008). La muerte de estos jóvenes tendrá las características de atrocidad y espectacularidad documentadas en los repertorios de violencia en México —desmembramientos, decapitaciones, incineraciones, disoluciones corporales—, ejemplo de lo que Adriana Cavarero (2009) denomina crimen ontológico inmirable, que objetiva, de esta manera, la desvalorización de la fuerza de trabajo excedente.

Este sería un ejemplo de vidas producidas liminarmente y reguladas securitariamente a partir de su desechabilidad. La precariedad de estas vidas superfluas no se ubica solo en la pérdida de derechos sociales, la disminución de salarios, la violencia discreta o la nostalgia por el bienestar fordista (Valverde, 2015). Su precariedad radica en la destrucción literal material de sus cuerpos, en el disvalor de su vida que la hace potencialmente suprimible.

En un régimen de flexibilidad que se puede caracterizar también como de acumulación criminal de capital (Medina, 2015), las muertes producidas en el contexto del combate al narcotráfico poseen ese carácter disponible y efímero de la desechabilidad, rentabilizando a la mercancía ilegal a través de su muerte. En tales eventos, como en la rotación, los segmentos liminares transfieren ganancia aún en ausencia. Su muerte rentabiliza.

6 Contradicción trabajo-capital y biopolítica diferenciada

Es a través del antagonismo trabajo-capital que se permite hacer otra lectura sobre los dos momentos de la biopolítica: el del fomento a la vida y el de su contención. Este antagonismo se expresa en la dupla Hacer vivir, dejar morir.14 Esta contradicción, inherente a la producción de la fuerza de trabajo vivo, permite pensar la relación ambivalente del dispositivo biopolítico. Por un lado, la optimización del trabajo como mercancía: cuerpos fuertes y dóciles, normaciones y regulaciones —como fue durante el periodo del capitalismo industrial—, pero simultáneamente, por otro, genera una reserva de fuerza de trabajo cuya superfluidad se constituye como un componente estructural necesario para la acumulación.

De esta manera se construyen trayectorias de vida diferentes, una para aquellos segmentos que pueden acceder a los nuevos requerimientos de eficiencia y previsión de riesgos y otra diferente para aquellos segmentos con falencias de competitividad. En esta diferencialidad dual coexisten ambos momentos de la biopolítica: el hacer vivir y el dejar morir. Su modulación acentuada hacia un momento u otro dependerá de varios factores que permitan la gestión global segmentada del trabajo.

Ambos momentos de la biopolítica valorizan al capital, pero la novedad de la flexibilidad es que el dejar morir se convierte, en mayor medida, en un componente de la ganancia. El capital se valoriza en tanto extrae valor del trabajo vivo en la producción, pero también incrementa ganancia a partir de una relación diferida con el trabajo, como en la rotación o el paro —reserva de fuerza de trabajo—, o bien mediante los instrumentos no productivos de valor como la renta —la financiarización, que atrae ganancias a través de la expansión ficticia del valor—. Esto genera la apariencia real de que el capital puede prescindir del trabajo en su reproducción, lo que, en términos de organización laboral, genera un declive de la fuerza de trabajo, un disvalor de la vida. Por ello se propone entender que la vida en vilo es interna al régimen de acumulación y no solo, como afirman Agamben (2013) o Butler (2010), un componente sustancial en el marco de la soberanía.

El hacer vivir y dejar morir serían los extremos de un proceso de biopolitización diferenciado entre las vidas calificadas y las vidas en vilo expresadas en términos de su superfluidad. Dicho proceso está relacionado con la necesidad de vidas liminares para la valorización del capital, que es al que aluden las nociones de Tanatopolítica (Agamben, 2013)15 y Necropolítica (Mbembe, 2003)16 que, en una compresión amplia, deben concebirse desde el régimen de acumulación. El énfasis de estas nociones se comprende en la desechabilidad de la fuerza de trabajo y en el largo proceso de la acumulación de capital17, que vuelve a tomar crudeza bajo la regulación neoliberal.

7 Gubernamentalidad múltiple y biopolítica diferenciada

En los estudios sobre los momentos tanatopolítcos o necropolíticos, se hace referencia a la producción y gestión de la superfluidad de múltiples maneras, ya sea como políticas estatales que usan la fuerza para la supresión de vidas prescindibles en la consecución de sus objetivos de gobierno (Agamben, 2013; Mbembe, 2003), o de gestiones administrativas donde los cálculos rentables no contabilizan a poblaciones marginales (Valencia, 2016; Valverde, 2015). En estos acercamientos al problema del gobierno de las poblaciones, vemos eventos que pudieran caracterizarse como soberanos y otros como biopolíticos. Esto nos lleva a la discusión que Agamben y Esposito entablan con Foucault, respecto si la noción de biopolítica se encuentra en una relación de continuidad o discontinuidad con la Soberanía.

De acuerdo con Agamben (2013), si bien el trabajo de Foucault fue revelador del carácter biopolítico de la modernidad, no comprendió cabalmente la vinculación entre el totalitarismo y la biopolítica como una continuidad, hecho que se revela por no ubicar al campo de concentración como paradigma político occidental. Para Agamben, toda instauración política encierra en sí misma la posibilidad de producción de vida desnuda, en el sentido de que cualquier instauración soberana permite decidir entre la vida calificada y la vida no calificada de la población. Así, Agamben considera que la contraposición entre biopolitica y soberanía presentada en la Historia de la Sexualidad I (1976/1995) le impide a Foucault comprender la especificidad de la articulación entre vida humana y política a lo largo de la historia occidental, siendo incapaz de comprender a la biopolítica como un momento de la soberanía. Desde el punto de vista de Esposito (2011), la noción de biopolítica es incapaz de solventar una ambigüedad en cuanto a la determinación de sus efectos sobre la vida humana en la modernidad, oscilando entre dos líneas aparentemente incongruentes entre sí. La biopolítica, como un conjunto de políticas sobre el fomento de la vida, y como efectos de producción de muerte. De acuerdo con él, no habría una clara distinción entre una relación de continuidad o discontinuidad entre biopolítica y tanatopolítica.

André Duarte (2015) sostiene que dichas críticas se pueden solventar si se reconoce que la aparición histórica de la biopolítica no suplantó al poder soberano y su derecho de matar. Acompañando su reflexión se propone que el concepto de biopolítica debe ser entendido desde un amplio rango que precisa contrastarse con la especificidad histórica del gobierno de las poblaciones, lo que abarcaría un amplio espectro de formas de gobernar la vida en distintos contextos, a veces con énfasis en el uso de la fuerza —soberanía— y a veces por mediaciones sostenidas en la conducción normalizada de la vida —biopolítica—. Por otro lado, la biopolítica tiene una expresión diferenciada de acuerdo con la posición del viviente en la esfera de creación de valor y de la posición de la población en el circuito global de plusvalía, produciéndose segmentos integrados y segmentos liminares.

Se ha señalado que la dupla Hacer vivir-dejar morir evidencia la contradicción del capital respecto al trabajo, donde, en una línea biopolítica, se fomentan vidas y se dispensan otras. El momento en que se gobierna esta disponibilidad necesita de la regulación por fuerza, el momento Soberano se hace presente cuando se gobierna la liminaridad a través de la Seguridad (Wacquant, 2010). En ese sentido, la soberanía, en sociedades biopolíticas, también está en función de la acumulación de capital. La utilización de las nociones necropolítica o tanatopolítica halla aquí su relevancia para dar cuenta de una serie de fenómenos vinculados con la fragilidad de la vida de población excedente, sea a través del aumento de violencia, políticas de estado para el control, migraciones masivas, desplazamientos forzados, regímenes de excepción, etcétera.

Para el caso concreto de la violencia en México y otras regiones en Latinoamérica —que es el marco donde se sitúa esta reflexión—, se puede pensar en ejercicios regulatorios donde se utiliza la inflexión sobre la muerte en varios ámbitos como en los repertorios de acción gubernamental vinculados con la seguridad de Estado, así como en la implicación de actores armados no estatales que generan control para sus actividades criminales.

Si atendemos a las propuestas de Mbembe (2003) y Agamben (2013) —que ven a estos fenómenos como una decisión soberana, que indica qué vidas pueden perderse como decisión de Estado— se considera que el análisis debe complementarse con el énfasis en el régimen de acumulación. Esta nueva regulación puede ser capturada por la figura Dejar morir, hacer morir, que alude a los extremos que enfatizan la muerte tanto en el dispositivo biopolítico como soberano, lo que implica que la vida superflua producida por la desvalorización del trabajo es intervenida en términos de políticas securitarias de control y coacción.

Ambas formas, la soberana del hacer morir y la biopolítica del dejar morir, deben pensarse como prácticas regulatorias conjuntas dentro del amplio arco de acumulación de capital. Un concepto que permite expresar de mejor manera esta coexistencia de regulaciones soberanas y biopolíticas, de fomento de la vida y de gerencia de lo liminar es el de gubernametalidad. Foucault define la gubernamentalidad como:

El conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esa forma bien específica, aunque muy compleja, de poder que tienen por blanco principal la población por forma mayor de saber la economía política y por instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad. (Foucault, 2004/2011, p. 136)

Esta noción permite entender el énfasis en la regulación contemporánea del trabajo a través de la flexibilidad —Dejar morir— y del ejercicio necropolítico soberano —Hacer morir—. Permite entender diversas formas y niveles de regulación de la vida, diversas prácticas de conducción. Este nivel múltiple de gubernamentalidad responde a las formas de organizar lo viviente, por un lado, en tanto expresión de la contradicción capital-trabajo, lo que sería interno al desarrollo del capitalismo y, por otro, en términos de la decisión soberana, lo que implicaría el control de la población con cierta independencia de su participación en el circuito de la producción.

8 Reflexiones finales

En este artículo se trató de vincular el dispositivo biopolítico dentro del antagonismo capital- trabajo. Si la fuerza de trabajo es central en la mediación con el capitalismo y es esta la que deriva del impulso vital, se planteó que este par conceptual se puede expresar a través del antagonismo vida-capital. El argumento sostuvo que la acumulación de capital está en relación con la regulación del trabajo, por tanto, con la regulación de la vida. En esta regulación histórica del capitalismo encontramos el dispositivo biopolítico.

En las fases históricas del capitalismo, la acumulación flexible es un régimen que no se centra en el trabajo productivo, lo que ha permitido fragilizar el trabajo y por tanto la vida, produciendo un entorno de precariedad y superfluidad que se vuelve sustancial en la regulación del trabajo. Tres ejemplos se expusieron para entender este proceso: la organización flexible del trabajo a partir de la rotación, el desplazamiento del trabajo productivo a través de la acumulación por desposesión y la renta criminal. En este sentido, el trabajo pierde valor y por tanto la vida se desvaloriza en el régimen de acumulación. Este entorno es lo que, desde el punto de vista de la teoría de la soberanía, se ha propuesto como vida precaria, vida desnuda, tanatopolítica o necropolítica.

El artículo sostiene que es heurística y politicamente más fértil entender los procesos de generación de segmentos liminares, desde el punto de vista de la acumulación de capital, —desde el punto de vista del antagonismo capital-trabajo— más que en términos de soberanía o como epifenómenos culturales (Valencia, 2016). Con ello, la relación social descrita gana en materialidad, lo que permite colocar una praxis que revierta concretamente las condiciones liminares más allá de la empatía radical (Valverde, 2015).

La regulación de la población a través de la liminaridad tiene que pensarse como parte del antagonismo capital-trabajo, de larga data y esencial al proceso capitalista, y no exclusivamente como un epifenómeno del neoliberalismo (Valverde, 2015). El problema de la relación de la vida en el capitalismo es el problema del trabajo en el capitalismo, por tanto, el antagonismo fundacional capital-trabajo debe ser el horizonte de comprensión sobre este tema. Para dar cuenta de las múltiples formas del gobierno de las poblaciones —de manera históricamente situada y en el contexto internacional, donde se entreveran elementos soberanos y biopolíticos diferenciados— es fértil la noción de gubernamentalidad. Su utilización permite de manera ampliada entender el dejar morir y el hacer morir como parte de la gestión normalizada de riesgos, de las políticas securitarias, y de la regulación del trabajo. Pensar la vida como potencia antagónica al capital permite abrir la posibilidad real de generar estrategias de contención a las políticas de la muerte.

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