“Redes de comunicación” en la Francia prerrevolucionaria. Historia cultural y renovación de la teoría social

“Communication networks” in pre-revolutionary France. Cultural history and renewal of social theory

  • Matías Paschkes Ronis
En el presente trabajo analizaremos el concepto de “redes de comunicación” tal como lo propone el historiador Robert Darnton en sus investigaciones sobre los procesos de formación de la opinión pública en los orígenes de la revolución francesa. La hipótesis central es que dicha noción permite abordar de una forma novedosa las tensiones propias de la Historia Cultural.
Proponemos, a su vez, que el uso de esta noción se remonta a una tradición de la teoría social francesa que fue olvidada por varias décadas por las corrientes dominantes en las ciencias sociales: la teoría de Gabriel Tarde. Consideramos relevante una lectura de las obras de Darnton en articulación con la tradición sociológica, ya que ésta nos permitirá develar 1) la noción de “lo social” que subyace en sus investigaciones; 2) el porqué de su metodología; y 3) comprender la posición del autor en las controversias sobre la historia del libro, en especial la que sostuvo con su colega Roger Chartier.
    Palabras clave:
  • Comunicación
  • Opinión pública
  • Robert Darnton
  • Historia cultural
In the present work we will analyze the concept of “communication networks”, as proposed by the historian Robert Darnton in his research on the processes of formation of public opinion at the origins of the French revolution. The central hypothesis is that this notion allows us to tackle in a novel way the tensions of Cultural History.
We propose, in turn, that the use of this notion goes back to a tradition of French social theory that was forgotten for several decades by the dominant traditions in the social sciences: the theory of Gabriel Tarde. We consider relevant a reading of Darnton’s works in articulation with the sociological tradition, since this will allow us to unveil 1) the notion of “the social” that underlies his research; 2) the reason for its methodology; and 3) understand the author’s position in the controversies over the history of the book, especially the one he maintained with his colleague Roger Chartier.
    Keywords:
  • Communication
  • Public opinion
  • Robert Darnton
  • Cultural History

1 Introducción

En el presente texto nos proponemos analizar una parte central de la vasta obra del historiador norteamericano Robert Darnton, específicamente aquella en la que trabajó el concepto de “redes de comunicación”, la cual tiene como títulos principales Los best sellers prohibidos en Francia antes de la Revolución, cuya primera edición es del año 1996, y Poesía y policía. Redes de comunicación en Francia del Siglo XVIII, del año 2010. Dicho análisis cobra especial relevancia debido a los aportes que implica en dos áreas de estudio de las ciencias humanas. Por un lado y de forma explícita, en la historia cultural, el concepto de “redes de comunicación” introdujo una forma novedosa de abordar las tensiones propias de esta sub-disciplina, así como de responder preguntas claves sobre el cambio social. Por el otro lado, el uso de esta noción se remonta a una tradición de la teoría social francesa que fue olvidada por varias décadas por las tradiciones dominantes en las ciencias sociales; me refiero fundamentalmente a la teoría de Gabriel Tarde sobre la sociedad y la opinión pública.

Consideramos relevante una lectura de las obras de Darnton en articulación con la tradición sociológica, ya que ésta nos permitirá develar la noción de “lo social” que subyace en sus investigaciones, el porqué de su metodología y a la vez permitirá comprender la posición del autor en las controversias sobre la historia del libro, en especial, la que sostuvo con su colega Roger Chartier.

1.1 Presentación de Robert Darnton, un historiador entre el periodismo y la antropología (y la sociología)

Robert Darnton nació el 10 de mayo de 1939 en Estados Unidos. Desde el 2007 es profesor emérito y director de la biblioteca de la Universidad de Harvard, donde se graduó en 1960. Obtuvo un Ph.D en historia en 1964 en la Universidad de Oxford, en la cual se formó con el historiador británico y especialista en la Revolución Francesa Richard Cobb. Entre los años 1964 y 1965 trabajó como reportero en el New York Times en la sección de policiales. En 1968 se unió al cuerpo de profesores de la Universidad de Princeton, integrado por académicos de la talla de Natalie Davis, Carl Schorske y Lawrence Stone. Según cuenta Darnton, la influencia de Stone fue decisiva, en especial por su relación con las ciencias sociales y la historia cultural. A principios de la década de 1970, mientras Darnton se encontraba dictando un seminario sobre la “historia de las mentalidades”, conoció al antropólogo Clifford Geertz, quién se interesó por el mismo. Juntos, en 1976, dictaron un curso sobre historia y antropología, en el cual trabajaron autores como Víctor Turner, Mary Douglas y Marshall Sahlins. En el año 1984, con la influencia de estos autores de la antropología simbólica y, en especial, de la obra de Evans-Pritchard, Darnton publicó una de sus más reconocidas obras: La Gran Matanza de Gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. Por todo ello se lo puede situar entre los autores que pertenecen a lo que Peter Burke denominó el “giro antropológico” (1997/2000), en especial por la utilización del enfoque geertziano en el abordaje de documentos históricos. Dicho enfoque fue criticado fuertemente por Roger Chartier (1984/1995), las controversias con este historiador hicieron de la historia del libro una de las disciplinas más vitales dentro de la Nueva Historia Cultural.

Dado que es conocida y estudiada la explícita relación de Darnton con los autores de la antropología (Galletti, 2014; Reynoso, 2010; Seawright, 2018), en este trabajo nos proponemos develar lo que denominaremos la teoría social implícita, la tradición sociológica en la que este autor se enmarca y que se encuentra en la base de las diferencias con sus colegas historiadores. De hecho, intentaremos demostrar el mayor peso de la sociología en la elaboración del concepto de “red de comunicación” y su importancia para atravesar las tensiones del campo de la historia cultural.

2 Las tensiones de la historia cultural y el concepto de red de comunicación

Quizás sea la historiadora norteamericana Natalie Zemon Davis quien, en pocas y simples palabras, expuso el mayor desafío que todos/as los/as historiadores/as deben enfrentar:

El paso más creativo que podamos dar hacia adelante (…) quizás consista en encontrar formas expositivas o narrativas que pongan de manifiesto la interacción y las tensiones entre lo grande y lo pequeño, entre lo social y lo cultural. (1991, p. 182)

El interés por “lo grande” caracterizó, según Davis, a la “historia social clásica”. Con estrechos vínculos con la sociología y la economía, ésta se interesó por los grupos, en especial por las clases sociales y su relación con los cambios en la estructura social y el modelo socioeconómico en su conjunto. Mientras que el énfasis en “lo pequeño” caracterizó a la “nueva historia social” de fines de los años ochenta, vinculada al desarrollo de la antropología y la literatura, la cual apuntó la investigación ya no a la explicación de “macro procesos”, sino a la interpretación de ciertos acontecimientos a partir de la estructura de los relatos que los sostienen, de las formas de percepción, la experiencia de los protagonistas y de los rituales y actividades simbólicas características de una sociedad determinada.

Frente a las críticas que sufrió la perspectiva de la “nueva historia social” —vinculadas fundamentalmente a su escaso valor representativo, a su poca capacidad de entender las grandes transformaciones históricas y a la invisibilización de las grandes estructuras de dominación— Davis defendió su importancia por el valor que le dio a los acontecimientos. Éstos dejan de ser solamente meros ejemplos que dan consistencia narrativa a los grandes procesos —únicos importantes para la “historia social clásica”— y pasan a ser la clave de interpretación de cómo se entrelaza lo causal con lo contingente, lo constante con lo nuevo. Para Davis el énfasis en la dimensión micro de la “nueva historia social”, más que invisibilizar el funcionamiento de las estructuras subyacentes de dominación, permite develar su funcionamiento: “la ventaja de la microhistoria es la misma que la de la microbiología: el historiador puede ‘ver’ y hurgar con su pluma las pequeñas interacciones y estructuras, a menudo invisibles, y averiguar cuál es su funcionamiento” (1991, p. 179). Para la historiadora, sin embargo, la tensión de lo macro y lo micro debe ser superada en las futuras investigaciones. Si bien la microhistoria fue y es necesaria, el futuro de la historia social dependerá de su esfuerzo por combinar ambos estilos.

Según Peter Burke (1997/2000), la tensión entre lo micro y lo macro también tiene su expresión en la propia trayectoria de la historia cultural. Específicamente, entre lo que el autor denominó como “la historia cultural tradicional” o “enfoque clásico” y “la nueva historia cultural”. La primera, se apoyaba en una concepción de la cultura en tanto tradición o espíritu de la época (retomando la tradición alemana y hegeliana del término zeitgeist), por lo tanto, partía de una presuposición de unidad y de reproducción de la misma a través del legado de objetos, prácticas y valores, en su mayoría provenientes de las grandes obras de la tradición europea. Las críticas que recibió este enfoque (que en su mayoría provinieron de historiadores marxistas) se debían a que no articulaba la cultura con las prácticas concretas, que no problematizaba la recepción cultural y que solamente estudiaba las producciones eruditas. La cultura era, para el “enfoque clásico”, una categoría restringida y clasista. En contraste, la “nueva historia cultural” —que iguala lo que Davis denominó “nueva historia social” y que Burke prefirió llamarla “variedad antropológica de la historia”— partía de una concepción amplia y plural de la cultura, la cual incluía investigaciones sobre la vida cotidiana de las clases populares. El rechazo de esta “nueva historia cultural” al concepto tradicional de “legado” posibilitaba a la vez problematizar el concepto sociológico de reproducción al balancearlo con estudios sobre la recepción cultural, concibiendo ésta —a partir de Michel de Certeau (1979/1999)— como un proceso creativo de adaptación y no como simple admisión pasiva. Esto condujo a su vez a rechazar las visiones mecánicas subyacentes a la idea de superestructura y a poner un énfasis en el estudio de las representaciones sociales. Tal como muestra Lynn Hunt (1992/2001), el mismo recorrido se produjo también al interior de la Escuela de los Annales. Recién en la cuarta generación de esta escuela, con la presencia cada vez mayor de Roger Chartier y Jacques Revel, se comenzó a caracterizar la mentalité ya no como un tercer nivel dentro de la historia social, sino como un determinante básico de la realidad histórica. Para Chartier las propias representaciones del mundo social son componentes de la realidad social, y las relaciones económicas y sociales más que anteriores y determinantes de las culturales, son campos de la práctica y la producción cultural (Hunt, 1992/2001, p. 9).

Ahora bien, Peter Burke, a la vez que rescata la apertura, la pluralidad y las nuevas dimensiones de análisis de lo social que aporta la “nueva historia cultural”, también señala sus límites y tensiones, en especial la que se produce entre la unidad y la variedad: “¿Cómo evitar la fragmentación sin volver al engañoso supuesto de la homogeneidad de una sociedad o un periodo dado? ¿Cómo revelar la unidad subyacente (o al menos las conexiones subyacentes) sin negar la diversidad del pasado?” (Burke, 1997/2000, p. 252). La propuesta de este autor, al igual que la de Davis, es centrase en las conexiones. Esto permitiría evitar lo que Burke denomina como “las dos simplificaciones opuestas”: “la visión homogénea de la cultura —incapaz de percibir los conflictos y diferencias— y la visión básicamente fragmentaria de cultura —incapaz de explicar la forma en que todos creamos nuestras mezclas, sincretismos o síntesis individuales o grupales” (1997/2000, p. 264). Sin embargo, es plausible interrogar hasta qué punto los conceptos de “subcultura” y de “contracultura” que él mismo propuso coadyuvan a superar la tensión o más bien la proyectan al interior de cada cultura particular. Si la tensión entre unidad y variedad es, como él mismo dijo, no sólo un problema de la historia cultural sino más bien del propio concepto de cultura, podríamos preguntarnos si es conveniente para la disciplina histórica partir de este concepto o si no funciona más bien como un bloqueo para desplegar las conexiones entre lo micro y lo macro. Frente a esto queremos proponer la hipótesis de que el concepto de “red de comunicación” que introduce Robert Darnton permite superar las tensiones que genera el concepto de cultura y que atraviesa tanto a la clásica como a la “nueva historia social”.

Darnton no parte ni de grandes preguntas ni de grandes conceptos. Tampoco define de antemano la escala (micro o macro) de su análisis. El concepto de red es más bien operativo, pues apunta a un trabajo fino de seguimiento empírico de un objeto muy particular, a partir del cual se desarrollan un conjunto de prácticas de diversos actores sociales. Ninguna definición a priori que bloquee el seguimiento de la red: lo legal y lo ilegal, lo filosófico y lo pornográfico, lo documental periodístico y lo novelado, lo real y lo irreal, todo se va definiendo (o no) en el camino, el análisis pasa por el medio, se centra en las continuidades y no en la definición de los extremos. La cultura no es un concepto englobante, ni fragmentario, sino que es un resultado al que se llega al estudiar empíricamente los procesos de comunicación. Éstos abarcan a la sociedad en general, entendida ella misma como un sistema de comunicación:

Imagino al Paris del siglo XVIII como una gigantesca red de comunicación, cuyos cables llegaban a todos los vecindarios y que en todo momento bullía de “ruidos públicos”, como entonces los llamaban los parisinos, o de discursos políticos, como se los conocería en la actualidad. (Darnton, 1996/2008, p. 283)

Los medios de información que Darnton estudió en las dos obras que analizaremos se sobreponen entre sí —impresos, escritos, orales y visuales—, conectan a un conjunto de actores —autores, editores, impresores, libreros, lectores, policías, funcionarios, estudiantes universitarios, vendedores, reyes— y espacios —el palacio de Versalles, las calles de París, las zonas fronterizas con Suiza— y circulan en una sociedad “agobiada por el chisme, los rumores, las bromas, los cantos, los grafitis, los carteles, las pasquinadas, los letreros, las cartas y los diarios” (1996/2008, p. 18).

De esta forma, la historia cultural en Darnton desemboca en la historia de la comunicación, y ésta se articula con el estudio de las ideologías y la formación de la opinión pública. La cual es analizada no partiendo de controversias teóricas que concluyen en su reificación —como lo hace Jürgen Habermas (1962/1981) quien parte de la existencia en sí de una “esfera pública” burguesa en la cual la razón actuaba a través de los procesos de comunicación de los ciudadanos— sino metiéndose de lleno en la investigación empírica, abordándola directamente en las calles de París:

La creación de sentido sucede en la calle y en los libros. La formación de la opinión pública sucede en los mercados y en las tabernas lo mismo que en las societés de pensée. Para entender la forma en la que los públicos les dieron sentido a los acontecimientos, es preciso llevar la investigación más allá de las obras de los filósofos y llegar a las redes de comunicación de la vida diaria. (Darnton, 1996/2008, p. 270)

Darnton contrapone la opinión pública “filosófica”, interesada sólo en la difusión de “la verdad”, de la opinión pública “sociológica”, la de la calle, la de la vida cotidiana de los parisinos. El interrogante que atraviesa las obras que analizaremos es: ¿cómo se forma esta opinión pública y de qué forma influye en la acción política? La historia cultural deviene historia de los procesos de comunicación y ésta desemboca en la historia política de los orígenes de la revolución francesa.

3 La renovación de la teoría social: público y opinión en Gabriel Tarde

Explícito es el vínculo de Darnton con la teoría antropológica, en especial en su libro La gran matanza de gatos… en el cual él mismo denominó a su método como “historia con espíritu etnográfico”, en tanto se propone “tratar nuestra civilización de la misma manera como los antropólogos estudian las culturas extrajeras” (1984/2013, p. 11). Sin embargo, llama la atención en sus obras sobre las redes de comunicación y la opinión pública que, más allá de sus críticas a Jürgen Habermas, a Michel Foucault y los debates —que más adelante analizaremos— con la perspectiva del análisis del discurso y con los historiadores de París (en especial con Chartier), Darnton no explicite la teoría sociológica en la que se sustenta.1 La pregunta que queremos abordar aquí es sobre la noción de lo social implícita en sus trabajos sobre las redes de comunicación. La hipótesis que presentaremos sugiere que dicha noción guarda una gran afinidad con los trabajos teóricos de Gabriel Tarde (1843-1904), el sociólogo de la “imitación”, invisibilizado en la historia de la sociología luego de las críticas a las que fue sometido por parte de Emile Durkhiem (1858-1917).

Darnton retoma la última etapa de la producción tardeana, en especial la obra L’ Opinion et la Foule (publicada en 1901), que la conoce a partir de su vínculo con los sociólogos Robert Merton y Elihu Katz. En dicha obra, Tarde planteó una mirada renovada sobre los fenómenos de masas, analizados anteriormente por Hippolyte Taine (1828-1893) y Gustave Le Bon (1841-1931), quienes se proponían explicar el fenómeno de la multitud y su influencia en los ciclos revolucionarios en Francia. Tarde, en contraposición a estos autores, más que estudiar la multitud va a reconocer la importancia del “público” como nuevo criterio de estructuración de la sociedad moderna.

En el prólogo a su obra, Tarde brinda la primera definición de “público” y “opinión”:

El público (…) es una multitud dispersa, donde la influencia de los espíritus, unos sobre otros, se ha transformado en una acción a distancia, a distancias cada vez más grandes. En fin, la opinión, resultante de todas esas acciones o al contacto, es a las multitudes, en cierta manera, lo que el pensamiento es al cuerpo. Y, si entre esas acciones de la que ella resulta se busca cual es la más general y la más constante, uno percibe sin dificultad que se trata de esa relación social elemental: la conversación, completamente descuidada por los sociólogos. Una historia completa de la conversación de cada pueblo en todas las épocas sería un documento de ciencia social de un interés muy grande. (Tarde, 1901/2013, pp. 83-84. La cursiva es del autor)

Para Tarde los estudios sociológicos e históricos basados en nociones macro o englobantes de lo social (en especial en sus versiones organicistas durkhemianas) descuidaban los aspectos más fundamentales del lazo social, los más elementales, como la conversación. Este descuido es grave para el autor, dado que no permitió visualizar las nuevas formas de estructuración de las sociedades modernas, en especial, luego de la invención de la imprenta en el siglo XVI. A esta nueva forma de lazo social Tarde la denominó “público”, la cual se comienza a vislumbrar recién a partir del reinado de Luis XIV, con la conformación de círculos literarios elitistas, y que aumenta y se fragmenta durante el siglo XVIII con el advenimiento del periódico. Para Tarde el público es el grupo social del futuro, según él, nuestro tiempo no es la “era de las multitudes” —como expresaba Le Bon (1895/2000)— sino la “era del público” o “de los públicos”.

Aquí el plural es importante, ya que marca la primera diferencia con la multitud. El sujeto moderno puede pertenecer simultáneamente a varios públicos, pero a una sola multitud. En el público, a diferencia de la multitud, las comunicaciones de espíritu a espíritu, o de alma a alma, no tienen como condición necesaria el acercamiento de los cuerpos. Mientras la multitud es más homogénea, los públicos son más heterogéneos. Recordemos que Tarde, al igual que Le Bon, tenía una mirada estigmatizante de las multitudes, sin embargo, los públicos tampoco le brindaban plena confianza. Ya que, si bien son menos excesivos y menos déspotas que las multitudes, su despotismo menos agudo es mucho más tenaz y crónico que el de aquellas (1901/2013, p. 107): “El público es más duradero y, por lo tanto, su rabia se puede sostener por meses y años” (1901/2013, p. 117).

El estudio de esta nueva forma de estructuración social que es el público, de su desarrollo, de las relaciones con la multitud, con las corporaciones y con el Estado, condujo a Tarde a estudiar la opinión: “La opinión es al público, en los tiempos modernos, lo que el alma es al cuerpo: el estudio de uno nos conduce naturalmente al otro” (1901/2013, p. 127). Varios son los interrogantes que atraviesan su estudio: ¿Qué es la opinión? ¿Cómo nace? ¿Cuáles son sus diversas fuentes? ¿Cuál es su fecundidad e importancia social? ¿Cómo se transforma?

Para Tarde, la opinión es una de las tres ramas del espíritu público, junto con la Razón y la Tradición. Es la última en desarrollarse, a la vez que la más pronta en crecer, y su crecimiento se produciría a expensas de las otras dos fuerzas. Resulta interesante la importancia que le da el autor al libro, en un comienzo, y al periódico más tarde, en la formación de la opinión. La influencia del primero sería dominante en los siglos XVII y XVIII: “cabe pensar que la preponderancia del libro sobre el periódico como educador de la opinión, mantiene el carácter cosmopolita y abstracto de las tendencias del espíritu público en el momento en que comienza la Revolución de 1789” (1901/2013, p. 139). Según Tarde, la evolución del poder se explicaría por la evolución de la opinión, la cual se explica a su vez por la evolución de la conversación, que se explica a sí misma por diversas fuentes: enseñanza familiar y escolar, los libros y los periódicos. Ahora bien, los procesos de opinión que deben ser estudiados, según este autor, los que verdaderamente importan para ver los cambios en el poder, son los que se producen en la vida cotidiana: en los cafés, los clubes, las boutiques y en cualquier lugar donde se de esa relación social elemental que es la conversación.

Esta breve síntesis que realizamos sobre la perspectiva tardeana del público y la opinión permitirá visualizar su impronta en las dos obras que analizaremos de Darnton. Su influencia, sostenemos, no radica solamente en la afinidad con los interrogantes, sino especialmente en su crítica a la reificación de la noción de lo social —que en Darnton se va a expresar como una crítica a la noción reificada de cultura— y su desplazamiento hacia el estudio de los procesos comunicativos que estructuran la sociedad. Dicha visión crítica a las perspectivas macro sociales no se reduce tampoco a un análisis micro, sino que supera dicha tensión al entender la sociedad como un principio de conexiones, como una red que va articulando diversos actores, espacios y escalas, de una manera afín a los desarrollos contemporáneos de la teoría sociológica (en especial, como veremos en la conclusión, a la Teoría del Actor-Red de Bruno Latour). Por último, por más evidente que resulte, resta señalar la importancia que Tarde y Darnton dan al libro y a la poesía. No deja de asombrar las palabras del primero en L‘Opinion et la foule, donde señala que: “el libro procede del discurso, del monólogo y, ante todo, del poema, de la poesía lírica” (1901/2013, p. 191). En los próximos apartados analizaremos los estudios de Darnton sobre la circulación de libros y poesías en Francia antes de la revolución.

4 La red de la literatura ilegal. La experiencia literaria al final del antiguo régimen

La obra que analizaremos en este apartado se titula Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución (1996/2008. En adelante Los best sellers…). Constituye el tercer trabajo de una trilogía que se completa con El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 (1979/2011) y Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen (1982/2003).2

Así como vimos, en el segundo apartado que Darnton no parte de controversias teóricas, ni de conceptos englobantes —con los que se corre siempre el riego de respuestas apresuradas—, en Los best sellers… tampoco comienza con grandes preguntas. No es que no las haya tenido en su cabeza, ni que no estén presentes a lo largo de la obra, sino que la perspectiva metodológica que requiere la noción de “red de comunicación” implica que para poder desplegarla sea preciso partir de pequeñas preguntas. De esta forma, los “grandes interrogantes”: ¿qué es lo que causa una revolución?, ¿por qué cambian los sistemas de valores?, ¿Cómo influye la opinión pública en los acontecimientos? Son abordados a partir de esta —aparentemente— simple pregunta: “¿qué leían los franceses en el siglo XVIII?” realizada por Daniel Mornet en su libro Les Origines intellectuelles de la Révolution française (1715-1789). Darnton la considera “la pregunta más afortunada de la historia” (1996/2008, p. 19). Sin embargo, la investigación realizada por aquel autor dejaba afuera los libros de mayor circulación: los ilegales. Sobre éstos se concentra el estudio de Darnton.

Tal como señaló en Los best sellers…, la letra impresa fue sometida a la censura desde el siglo XVII. El Estado absolutista de Luis XIV controlaba todo lo publicado a través de las fuerzas policiales y la regulación de un gremio monopólico. Sin embargo, esto produjo la emergencia de docenas de casas editoras alrededor de las fronteras de Francia.

La principal fuente de Darnton son los documentos de la Société typographique de Neuchatel, casa editora mayorista que abasteció al mercado francés desde el principado de Neuchatel en la Suiza francesa. Sus archivos constituyen el único cuerpo documental completo que sobrevive de un mayorista del siglo XVIII. Su ubicación era ideal, ocupaba un sitio del otro lado de la frontera de Francia, que le permitía embarcar los libros por el Ródano, por el Rin o la montaña de la cordillera de Jura y, desde ahí, distribuirlos por las principales ciudades y pueblos de Francia, así como también a comerciantes que los vendían por el resto de Europa. Darnton encontró allí unas cincuenta mil cartas y varios estantes de libros de contabilidad, que le permitieron comenzar a desplegar los múltiples canales del comercio clandestino del libro. Esta enorme fuente de datos fue complementada con documentos provenientes de los sectores administrativos y policíacos encargados de “la vigilancia del libro”.

La principal cuestión que abordó Darnton fue cómo definir lo “ilegal”. El problema es que para 1750 los inspectores de libros distinguían diversos matices de legalidad en un amplio espectro. Lo legal y lo ilegal eran los extremos de un continuum que abarcaba múltiples tonalidades de grises. Es por ello que el historiador centró su trabajo, a partir de los archivos, en identificar la diversidad de prácticas y lenguajes elaborados por el conjunto de actores que daban vida al circuito de la literatura clandestina.

Resulta interesante cómo Darnton no comenzó a investigar el libro a partir de su contenido, sino que lo tomó como objeto privilegiado de circulación. A diferencia de los académicos difusionistas que trabajaron sobre la circulación de discursos e ideas, Darnton partió de un objeto concreto: el libro, tomado en todas dimensiones —objeto manufacturado, obra de arte, artículo de intercambio comercial y vehículo de ideas—. A partir de ahí desplegó una gama de actores que conformaban la red del circuito clandestino: autores, editores, impresores, libreros y lectores. Luego, decidió iniciar su análisis por el medio de esa red: las prácticas de los editores y libreros. Identificó la forma en que intercambiaban, vendían, solicitaban, empacaban, embarcaban y vendían los libros y su jerga particular. A partir de estas prácticas dio cuenta de una forma particular de denominar a los libros ilegales. Tal como vimos, si bien la noción de lo ilegal era vaga, su identificación era para los actores involucrados una cuestión de vida o muerte. La expresión “libros filosóficos” fue la utilizada por los libreros y editores para denominarlos.

Darnton luego del análisis detallado de las prácticas se concentró en identificar estos libros filosóficos y su elemento peligroso. Allí se dio cuenta que la clásica pregunta sobre la relación entre la Ilustración y la revolución estuvo siempre mal planteada, debido a que distorsionaba los hechos y no tenía en cuenta la experiencia de los actores. En primer lugar, dicha pregunta reificó a la Ilustración al separarla del resto de la cultura del siglo XVIII. En segundo lugar, la inyectaba sin mediaciones al proceso revolucionario.

Sin embargo, tal como muestra el análisis cuantitativo realizado por Darnton, los libros más demandados en Francia eran los que figuraban en la categoría “filosófica”. Best sellers olvidados, invisibilizados por la historia literaria. Dicha categoría involucraba no lo que actualmente consideramos como filosófico, sino también libros que podemos catalogar hoy como pornográficos. Las distinciones actuales, por lo tanto, no coinciden con las categorías de aquella época y, por lo tanto, tampoco se pueden enmarcar en lo que los historiadores concibieron como ilustrado o revolucionario.

Recién después de analizar las prácticas, la jerga y la importancia cuantitativa del circuito de literatura clandestina, Darnton se introdujo en la lectura del contenido de esos libros. Seleccionó tres que correspondían a categorías diferentes: pornografía, fantasía utópica y difamación política (los libelles): Thérese philosophe (1748), L´An 2440 (1771) y Anecdotes sur Mme la comtesse du Barry (1775). Si bien, por cuestiones espaciales, no podemos desarrollar el análisis que Darnton realizó de cada una de estas obras, basta señalar que para él éstas no tenían en sí la intención de derrumbar el Antiguo Régimen. De hecho, la mayoría de ellas estaban inscriptas en una moral monárquica, su imaginación no iba más allá de los confines de la mentalidad del Antiguo Régimen (1996/2008, p. 200). En todo caso, para el historiador, estos best sellers pudieron haber contribuido a minar su legitimidad. Es por ello que Darnton, lejos de asumir una línea de continuidad entre la experiencia literaria y la acción política revolucionaria, mostró su disparidad y se centró en el análisis del largo y complejo proceso de la formación de la opinión pública.

4.1 El problema de la recepción y la opinión pública

Si bien Darnton rompió la línea de continuidad que va de la experiencia literaria —que mostró más compleja al visibilizar el circuito ilegal del libro— a la acción política, para él la pregunta clásica de Mornet sobre los orígenes intelectuales de la revolución siguió siendo válida. Fundamentalmente la cuestión de cómo penetraron las ideas revolucionarias en la sociedad de fines del siglo XVIII. Darnton reconoció en Los best sellers… dos líneas de la historia intelectual que abordan dicha cuestión: el análisis del discurso y los estudios sobre la difusión. Su objetivo fue articular ambas de forma tal que maximicen sus virtudes y minimicen sus defectos, lo cual requirió una crítica previa a cada una de ellas.

Respecto a la primera, el análisis del discurso, Darnton ubicó a los académicos de Cambridge: John Pocock, Quentin Skinnerm John Dunn y Richard Tuck, quienes se concentraron en los estudios de cultura política a través de las grandes obras de la filosofía. La importancia de esta escuela radicó en su crítica a la noción de “idea” como unidad autónoma de pensamiento y en su objetivo de reconstrucción del discurso de dichas obras a través del estudio del sistema de significado que constituía la sociedad en que fueron escritas. Desde esta perspectiva, François Furet abordó los orígenes de la Revolución Francesa. Para Darnton la debilidad de su análisis radicó en su autolimitación al estudio semiótico de los libros, sin llevar este tipo de análisis al mundo cotidiano y, por lo tanto, no enfrentando del todo el estudio del tránsito de las ideas a la acción.

Mientras que, en los estudios de la difusión, Darnton ubicó en primer lugar a Mornet y, en segundo lugar, a los “historiadores de París”: Roger Chartier, Daniel Roche, Frédéric Barbier y Henri-Jean Martin. Los estudios de Mornet concluían en un movimiento lineal de la ilustración a la revolución, asumiendo una perspectiva verticalista donde las ideas “bajaban” al público que las asumía, provocando así una revolución. En contraste, los “historiadores de París” trataron de reconstruir la cultura literaria en su totalidad, a partir de la tradición de los Annales, combinándola con las obras de sociólogos como Pierre Bourdieu y Jürgen Habermas, trabajando sobre las prácticas y representaciones de la sociedad y criticando el modelo pasivo de recepción.

Resulta interesante como Chartier, ubicado por Darnton dentro de los estudios difusionistas, lo ubica a él dentro de esta línea. El historiador parisino al discutir con Mornet genera explícitamente una controversia con Darnton. Cito in extenso:

Este texto quisiera criticar la hipótesis que concibe la fabricación prerrevolucionaria de la opinión como la interiorización por parte de los lectores de ideas cada vez más numerosas, de imágenes y críticas existentes en los textos filosóficos. El modelo es clásico, está presente en Tocqueville, Taine y Mornet. (…) Una perspectiva así postula implícitamente que mediante el acto de la lectura los lectores se convierten en lo que los textos quieren que sean. (…) ¿No es una visión parecida a la que conducen los trabajos recientes que han propuesto reconsiderar totalmente el nexo entre la circulación de lo impreso y el desencanto mítico y simbólico de la monarquía? (…) Se trata de una concepción de la lectura implicada en una hipótesis que quisiéramos discutir. (Chartier, 1984/1995, p. 94)

Chartier, tomando como fuente a un contemporáneo de la época, Mercier, puso énfasis en las trasformaciones de las representaciones de la sociedad francesa a mediados del siglo XVIII: cambios en la sensibilidad y rupturas simbólicas que se pueden observar en “los desapegos espontáneos que se producen en las prácticas ordinarias” (1984/1995, p. 112), en los gestos, la utilización de las palabras, que van minando los significados trascendentes aún sin tener hostilidad hacia la monarquía. El proceso de desencanto simbólico, sumado a ciertos hechos precisos (robo de niños en 1750, liberalización del comercio de granos en 1768) que impactan en las emociones de la sociedad fue degradando, para Chartier, la figura del rey. La pregunta que el historiador se realiza es: “¿por qué no pensar entonces que el éxito de los ‘libros filosóficos’ solo ha sido posible porque previamente se había consumado la ruptura afectiva entre el pueblo y su rey que los hacia aceptables y esperados?” (1984/1995, p. 113). Los libros que Darnton analizó serían, para Chartier, producto de estos cambios y no sus incitadores. De hecho, para él, estos cambios en las representaciones socio-culturales implicaron nuevas formas de practicar la lectura y en nuevos ámbitos, en los cuales ésta, pierde su referencia religiosa y autoridad que tenía otrora: “Lo esencial esta menos en el contenido de los libros sino en un modo de lectura inédito (…) desarrollo de una actitud crítica, desprendida de las dependencias y de las obediencias sobre las que se fundaban las antiguas representaciones” (1984/1995, p. 116).

Así como Chartier impugna la hipótesis de lectura que sustenta el análisis de Darnton, éste le critica a aquel la imposibilidad de establecer conexiones entre los cambios que ve en la sociedad francesa y los orígenes de la revolución. Chartier termina, según Darnton, desplazando hacia otro nivel conceptual —el de la “cultura” entendido en sentido amplio— la misma dificultad que le pareció tan objetable en Mornet sobre las “ideas” (1996/2008, p. 259).

Darnton es consciente que la mayor dificultad de su análisis radica en el problema de la lectura —o sea, la recepción del lector de las “ideas”— pero no cree que dicha dificultad sea imposible de abordar. Lo que se requiere en todo caso son buenas estrategias de análisis y un buen planteo del problema. En torno a lo primero, Darnton recurre a las técnicas del análisis del discurso tanto de los libros mismos como de las cartas entre editores y libreros que discutían sobre los mismos y sobre su recepción. Respecto al planteo del problema, este requiere ser conectado con un estudio serio de la opinión pública que Darnton denomina “sociológica”.

La lectura para Darnton no se encuentra ni sobredeterminada —el acto de lectura pasivo— ni tampoco subdeterminada —la plena indeterminación de Chartier—. Sino que los lectores le dan sentido a los textos al acomodarlos dentro de los marcos preexistentes que nos brinda la cultura.3 Darnton identificó dos dimensiones que determinan la lectura: la naturaleza del libro como medio de comunicación y los códigos generales que el lector ha interiorizado y en donde debe ocurrir la comunicación. Ahora bien, el problema del análisis de la recepción dentro del circuito amplio de la comunicación es, para Darnton, el problema de la opinión pública.

Al resituar el problema en la opinión pública, Darnton desplaza —tal como vimos en el apartado anterior que lo hace Gabriel Tarde— la cuestión de la causa y el efecto y analiza los procesos de amplificación, reforzamiento y retroalimentación que constituyen los públicos. La pregunta deja de ser si el origen de las “ideas” está en los libros y pasa a ser cómo éstos contribuyeron al proceso de formación de la opinión pública. Darnton responde de dos formas, por un lado, fijando en la letra impresa el descontento que se expresa en los “ruidos públicos” (canciones, conversaciones, chismes, escándalos, etc.) y, por el otro, acomodando estos “ruidos” al interior de una narración y, así, dándoles cierta coherencia.

De esta forma los “ruidos públicos” y los libros trabajaron juntos, estos multiplicaron los efectos de aquellos, los fijaron y los moldearon dando forma a la opinión pública y contribuyendo a deslegitimar el sistema monárquico. En el próximo apartado analizaremos una forma particular de dichos “ruidos”: las poesías.

5 La red poética. Entre lo escrito y lo oral

En este apartado analizaremos brevemente el libro Poesía y policía, publicado en el año 2010. Dicho trabajo resulta de interés ya que, siguiendo la misma línea problemática de la difusión que analizamos en el apartado anterior, incorpora un elemento que no había abordado en sus anteriores trabajos sobre la historia del libro: la palabra oral. Dicha dimensión le permitió completar su investigación sobre las redes de comunicación en Francia antes de la revolución y dar un paso más en torno a la cuestión central de la opinión pública y su influencia en la caída del Antiguo Régimen.

Los archivos a los que recurre Darnton en Poesía y policía son los registros de los interrogatorios realizados en la Bastilla de un caso denominado “L’ Affaire des Quatorze”. Éste comenzó en la primavera de 1749 cuando el superintendente de la policía de París recibió la orden de capturar al autor de un poema del cual solo contaban con su título “El exilio de M. de Maurepas” y las primeras cinco palabras: “Monstre dont la noire furie” (“monstruo cuya furia negra”), que hacía referencia al acto de Luis XV de mandar al exilio al conde de Maurepas, quien era ministro de la Marina y de la casa Real y hombre de confianza de rey. El primer capturado fue un estudiante de medicina, François Bonis, y al él le siguieron 13 detenidos más en una investigación que concluyó con el encuentro de otros cinco poemas sediciosos y sin ningún autor original. El Estado había movilizado para ese caso todo su aparato represivo, instalando el terror en la sociedad a partir de tareas de inteligencia que implicaban la desaparición de personas en un contexto que, tal como relata Darnton (2010/2014), sus contemporáneos denominaron “Inquisición francesa” por la cantidad de presos que llenaban la Bastilla.

Darnton inicia su trabajo retomando la pregunta goffmaniana —a la que considera el punto de partida de toda investigación en ciencias humanas—: “¿qué era lo que estaba aconteciendo?” La pregunta era la de por qué las autoridades estaban tan interesadas en perseguir poemas. Los archivos de la Bastilla se convierten así en el punto de partida de una investigación mayor que lleva a Darnton a estudiar la manera en que la información circulaba en una sociedad semialfabetizada como la de Francia de mediados del siglo XVIII.

Tal como él refiere, el trabajo del historiador se asemeja al de un detective, ya que ambos trabajan de un modo empírico y hermenéutico. Ahora bien, si Darnton comienza su argumento siguiendo el hilo conductor de los archivos policiales, no concluye con éstos. Pues la investigación histórica se abre a cuestiones de significado que van más allá del “Caso de los catorce”, y para eso realiza un trabajo de doble hermenéutica: buscando interpretar la interpretación de los policías, lo cual lo va a conducir a otras preguntas y éstas a otras fuentes. “¿Cómo el caso de los catorce se encuadra en las circunstancias que lo rodeaban?” “¿Qué mensajes comunicaban las canciones y poemas y cómo repercutían en el público?” Para responderlas Darnton va a recurrir a documentos políticos, correspondencias, memorias de las personas de la época, cancioneros y archivos musicales.

La primera de esas preguntas lleva a Darnton —en la primera parte del libro— a confeccionar un diagrama de la difusión de los poemas que le permite rastrear una red de comunicación. Si ésta parece, en un comienzo, tener su origen en las principales facultades de la Universidad de París (de donde provenían la mayoría de los catorce arrestados), luego Darnton descubre que ese no era más que el punto medio de una red que iba de las cortes nobles de Versalles hasta el pueblo parisino. Luego Darnton describe los alcances de las intrigas de salón que atravesaban la política de Versalles. Muestra así como “el caso de los catorce” formaba parte de una lucha de poder situada en el corazón del sistema político francés, de las cuales los catorce detenidos en la Bastilla no tenían forma de comprender. Ahora bien, dichas intrigas no terminan de explicar la intensa operación represiva que llevó adelante el Estado, salvo que se conecten con otra dimensión: la de la relación del rey con el pueblo francés, con la sanción de ese público que iba más allá de los círculos internos de Versalles, pero que también afectaban la política. Tal como dice Darnton:

El pueblo francés se podía hacer oír en el ámbito de los círculos más cerrados de Versalles. Un poema, por lo tanto, podía funcionar al mismo tiempo como elemento de un juego de poder de cortesanos y como expresión de otro tipo de poder: la indefinida pero innegablemente influyente conocida por el nombre de “voz pública”. ¿Qué decía esa voz cuando convertía política en poesía? (2010/2014, p. 28)

Esta última pregunta es la central, pues a partir de ella Darnton aborda el desafío de recuperar los mensajes trasmitidos por medios orales, ir de lo escrito a lo oral lo que lo lleva a su vez a recuperar los sonidos históricos a través de los cuales se constituyó la opinión pública en Francia.

En su análisis, Darnton muestra cómo los poemas constituían los principales canales de expresión de la indignación del pueblo francés en el contexto de crisis política. Indignación que no necesariamente constituye el antecedente causal de la Revolución, ya que la mayoría se expresaba en un registro de una moral de tipo monárquica más que democrática o revolucionaria (al igual que los libros analizados en la anterior obra). A su vez, Darnton analiza la transformación de los versos en canción, que permitía tanto su memorización como así también su difusión creativa. Esto último refiere al hecho de que las canciones poseían una estructura principal que se preservaba, pero que, a la vez, permitía la modificación del contenido de acuerdo a los diferentes acontecimientos —principalmente políticos— que se iban sucediendo en Francia. Las canciones funcionaban así, en esa sociedad semialfabetizada, como los diarios de la época y proporcionan una crónica de las cuestiones públicas. Darnton no solo analiza los géneros y mensajes, sino que también su investigación contiene una reconstrucción de las canciones hecha por el Departamento de Música de la Biblioteca Nacional de Francia que logró asociar las palabras con las melodías.

6 Conclusiones

La exposición y análisis de las dos obras de Darnton nos permite visualizar la importancia de un abordaje que considere la estructuración de lo social a partir de los procesos comunicativos y la formación de públicos, tal y como fueron desarrollados por la sociología de Gabriel Tarde a principios del siglo pasado.

Darnton retoma la propuesta de este sociólogo de investigar la formación de la opinión pública más allá de los círculos filosóficos cerrados, de ir hacia las calles de París, los cafés, los clubes, las universidades y dar cuenta de cómo lo que allí sucede impacta en los círculos cerrados de Versalles. Este modo “tardeano” de concebir lo social lo acerca —como adelantamos en los primeros apartados— a las actuales corrientes pragmáticas de la sociología (Barthe et al., 2013/2017), en especial, a la Teoría del Actor-Red de Bruno Latour (2005/2008). En primer lugar, porque no reduce la investigación histórica a una escala micro ni a una macro —disolviendo de este modo una de las principales tensiones de la historia cultural—, puesto que la noción de red permite seguir empíricamente la práctica de los actores y la forma en que se va conectando lo que sucede en cada espacio, los procesos de retroalimentación y amplificación de los discursos, a partir de los diversos medios (legales, ilegales y medio legales e ilegales) que circulaban en Francia. En segundo lugar, dentro de esa red no sólo tienen capacidad de agencia los seres humanos, sino también los denominados por Latour como “actantes no humanos”, me refiero aquí al tratamiento singular que Darnton hace del libro, tomándolo como un objeto complejo en todas sus dimensiones, no solo como vehículo de ideas, sino como objeto manufacturado, obra de arte y artículo de intercambio comercial capaz de articular un conjunto de actores múltiples (autores, editores, impresores, libreros, lectores, como así también medios de transporte, dinero, etc.) que conforman la red del circuito clandestino.

A su vez, esta perspectiva le permitió a Darnton discutir con las clásicas tesis de la historia política. Fundamentalmente con la de “la revuelta aristocrática”. Allí vio Darnton una disparidad entre la idea de los historiadores y la experiencia de los franceses en su momento. Esta disparidad es producto de que no tomaron suficientemente en cuenta la opinión pública:

De mi parte, creo que los historiadores se equivocan, no sólo porque apenas ven algo más que un interés de clase en la postura que sumieron los notables y los parlamentos, sino porque no consideran lo que la gente de la época veía, esto es, no toman suficientemente en cuenta la opinión pública. La idea que entonces se tenía de los hechos era tan importante como los hechos mismos; de hecho, es inseparable de ellos. Esa idea les dio significado y al hacerlo determinó el modo en que la gente tomó partido cuando se originó una situación en verdad revolucionaria. (1996/2008, p. 367)

El moderno concepto de revolución no existió en la cabeza de los franceses hasta que el pueblo la experimentó en la práctica. Se vislumbra aquí, nuevamente, una afinidad de Darnton con la perspectiva sociológica pragmática, en la cual los intereses (por ejemplo, de clase) se conciben como productos de la experiencia y acción de los actores y no como su fuente explicativa.

Consideramos que una lectura de la obra de Darnton en articulación con las nuevas corrientes pragmáticas de la sociología y también de la historia (Chateauraynaud y Cohen, 2016; Garzón Rogé, 2017) nos brinda la posibilidad de apertura a nuevos caminos de investigación y análisis para el desarrollo de las ciencias sociales, los estudios culturales y la historia.

Estudiar desde estas perspectivas la opinión pública y la formación de públicos permite comprender que las transformaciones no suceden por cambios abruptos en la conciencia de los contemporáneos, sino por procesos largos de pérdida de legitimidad que se dan y se experimentan —en gran parte— en la práctica y dentro de los valores y con el lenguaje moral de una época.

7 Referencias

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