Las personas que llegaron a la Ciudad de Puebla, México, a inicios de la década de 1980, pueden constatar hoy cómo la ciudad ha cambiado en cantidad y en calidad funcional. El número de habitantes y de automóviles aumentó significativamente. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI] (2015), en 1980 Puebla tenía 772 908 habitantes. En 2015 el número de habitantes en la ciudad era 1 576 259, es decir, casi un millón de personas más en 35 años. En 1980, había 196 445 vehículos automotores registrados en toda la entidad federativa. En 2015, esa cantidad ascendía a 1 366 819.
Una de las consecuencias de este aumento se evidencia al caminar o conducir por las calles de la ciudad. La aglomeración de personas y cosas es un rasgo palmario del paisaje citadino. En esta ciudad, todos estamos juntos, pero sin orden o con un orden precario. Caminar por las calles del Centro Histórico de la ciudad de Puebla [CHP] probablemente resulte gratificante debido a que su arquitectura es considerada patrimonio cultural de la humanidad. Sin embargo, las calles y aceras son angostas y muchas están en reparación, así que hay escombros que impiden el libre flujo de autos y peatones. Otras están repletas de baches y alcantarillado en malas condiciones. A esto se suma la miríada de agentes que pueblan las aceras del centro. Todo esto en su conjunto complica transitar con gusto, seguridad y fluidez por el CHP.
Desde nuestro punto de vista, es necesario intervenir para favorecer el uso común y sostenible del espacio público urbano. Pero antes de intervenir hay que saber cómo los actores se relacionan entre sí para conformar esta red que complica la convivencia en nuestra ciudad. Ese es el origen y sentido de esta investigación. Dicho concretamente, nuestro interés de investigación se concentra en una pregunta: ¿Cómo algunas personas y algunas cosas gradúan y dosifican el uso de algunas vías públicas del CHP de modo tal que no facilitan, sino que dificultan la movilidad urbana? Para responderla, consideramos necesario cumplir los siguientes objetivos:
1. Conocer y describir la apropiación de calles por parte de agentes humanos y no-humanos en el CHP.
2. Conocer y describir la administración de espacios públicos por parte de unos agentes específicos llamados popularmente “franeleros”1 y los agentes con los que se asocian para la gestión del espacio público.
Para alcanzar estos objetivos, nos basamos en algunas ideas de la Teoría del Actor-Red [ANT] (Latour, 1994, 2001, 2005, 2012, 2013; Silva, 2010a, 2011), las cuales presentaremos luego de la breve, aunque no por ello menos importante, justificación de esta investigación.
En la introducción ya hemos adelantado una parte del interés que nos condujo a realizar esta investigación. Sin embargo, también nos ha motivado un principio-finalidad que Bruno Latour (2005) expresa en la idea de “cosmos”, en el sentido de conjunto de todo lo existente y no sólo como universo o espacio exterior. Para este autor, el trabajo de las científicas sociales y la relación entre las distintas agentes que conforman la sociedad, deben tener como meta la construcción de un mundo común, al cual llama, precisamente, cosmos. Consideramos que el uso del espacio público depende de la conformación de redes agenciales. Para entender ese uso, es necesario entender qué hacen las agentes para que esas redes tengan lugar. En nuestro caso, la comprensión pasa por estudiar cómo esas redes dificultan la convivencia en los espacios públicos urbanos y cómo oscurecen y alejan el horizonte de realización de ese mundo común.
Se han llevado a cabo diversos estudios sobre espacios y estacionamientos públicos y privados, tanto en otros países como en México (Gutiérrez de Velasco Romo y Padilla Lozano, 2012; Monnet y Bonnafé, 2005; Rodríguez et al., 2013; Ruíz de los Santos, 2008; Silva, 2010b, 2012; Vidal y Pol, 2005). Esos estudios se han realizado desde disciplinas diversas (sociología, antropología, geografía, diseño urbano, arquitectura, comunicación), pero pocos se han llevado a cabo desde la psicología social basada en la ANT. Sin ánimos de postular una originalidad a la que esta investigación no aspira, pensamos que ofrecer un punto de vista poco trabajado puede resultar un aporte a la disciplina y a los estudios urbanos en general. Finalmente, una ciudad pujante como Puebla, donde la gestión de los espacios públicos está sujeta a constantes modificaciones por parte de los organismos gubernamentales locales, es un crisol psicosocial para forjar propuestas que contribuyan a fortalecer esas modificaciones. Ejemplo de ello es el reciente “Plan de Manejo del Programa Parcial de Desarrollo Sustentable del Centro Histórico de Puebla”, propuesto por la Secretaría de Investigación de la Facultad de Arquitectura de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y el Consejo Ciudadano del Centro Histórico, o el “Programa Municipal de Desarrollo Urbano Sustentable de Puebla” promovido por el Ayuntamiento de nuestra ciudad, entre otras iniciativas. La realización de esta investigación aspira conectarse con esos planes y programas.
Según Gabriel Tarde (2006), el mundo está conformado por “composiciones elementales infinitesimales” o mónadas, que van conformando una nebulosa de acciones producto de una diversidad de agentes invisibles e innumerables que desde su micro-existencia justifican y producen macro-existencias. Cuando hablamos de la apropiación de los espacios públicos y de agentes tan diversos como la franela o el franelero, nos referimos a nuestra experiencia dentro de esa nebulosa. Estos agentes y acciones aparentemente pequeños e insignificantes conforman un ámbito rédico que nos guía hacia la comprensión de la apropiación del espacio público. Rastreando estas pequeñas o grandes asociaciones encontramos respuestas a las inquietudes que dieron origen a este trabajo. Ese rastreo adopta una forma y unos principios de los cuales hablaremos a continuación.
Las condiciones existenciales humano y no-humano, parecen resumirse en una dicotomía, pero que en realidad se co-implican. Una persona o una cosa no se agotan en la noción de sujeto o de objeto. Su estatus existencial es subsidiario de las múltiples asociaciones agenciales que las conforman. Por ejemplo, “la calle” no es un objeto en particular, una vía entre edificios, sino al producto de múltiples conexiones entre agentes muy variados: átomos, arena, piedras, cemento, cal, agua, la presión que las personas y los vehículos ejercen sobre estos elementos, los diseños, los trazos y muchos otros agentes que hacen que la calle sea una y múltiple a la vez, que sea inter-objetiva y también intersubjetiva. En el caso del CHP, es la calle hecha de adoquines, pero también es la calle patrimonio de la humanidad. Los agentes que conforman la vía pública (calle, acera, persona, cadena, logotipo, franelero, auto, etc.) son ontológicamente simétricos (Latour, 2005) y múltiples. Esta simetría no significa que sean iguales, sino que cada agente, según sus posibilidades, hace algo que no se puede pasar por alto. En este respecto, Gilles Deleuze y Félix Guattari (2000) hablan de agenciamiento, es decir, de la multiplicidad de conexiones y de líneas de fuga que promueven o no la existencia. La calle existe debido a los agenciamientos que confluyen o no para dotarla de cierta consistencia ontológica y, al mismo tiempo, la calle es un agenciamiento.
Para hablar de mediadores, es necesario primero hablar de intermediarios. Un intermediario es un agente que no transforma aquello que transporta, tiende a ser predecible y sus datos de entrada son suficientes para definir sus datos de salida (Latour, 2005). Por ejemplo, un cinturón que, debidamente ajustado, hace que los pantalones permanezcan fijos en la cintura de quien los usa. En cambio, en el caso de los mediadores, los datos de entrada son insuficientes para definir los datos de salida. Los mediadores se expresan a través de la transformación, la traducción, la distorsión y la modificación de todo lo que transportan (Latour, 2005). Por ejemplo: introducimos la llave de encendido de un automóvil en el orificio ad hoc y la giramos. Si el motor enciende al primer intento, entendemos que la llave está actuando como un intermediario. Si giramos la llave una vez y no enciende, la función original es insuficiente para explicar lo que sucede. La función es traicionada y la llave y el conjunto de agentes que se conectan con ella se convierten en mediadores.
La noción de mediador, con nombres diferentes o sin nombre, también ha sido tratada por otros autores. Gabriel Tarde (2006), por ejemplo, afirmaba que tendemos a imaginar como homogéneo al conjunto de agentes que desconocemos, pero que lo propio de esos agentes (humanos o no) es la heterogeneidad y, sobre todo, las relaciones entre esas diferencias. Estas palabras dan justo en el corazón de la ANT. En lugar de invertir energía intelectual en conocer a fondo la naturaleza de las cosas y de las personas, basta con tener presente que ninguna entidad es completa en sí misma ni permanece en su ser sin crecer ni menguar, como decía Cervantes. Todo difiere; todo varía, tal como lo hacen los mediadores. Lo humano y lo no-humano existen como diferencias, la cual estriba en sus traducciones constantes y en lo que esos agentes a su vez traducen cuando se asocian entre sí. En el caso de nuestra investigación, los mediadores que en principio nos interesan son variados y heterogéneos y siempre difieren entre sí: un bache, señaléticas, cadenas, cubetas, dinero, etc.
Es necesario o plausible conocer algunas de las incontables distinciones implicadas en cada acontecimiento, y el modo como se distribuyen. Hay que prestar atención a las funciones y relaciones de los actores humanos y no-humanos implicados en un curso de acción, en un acontecimiento. La tarea consiste en desplegar actores como redes de mediaciones, de allí el guion de la palabra compuesta “actor-red” (Latour, 2005). La expresión “actor-red” hace referencia a la especificidad del agente y a los principios de su expansión, que a veces se hacen visibles y a veces no. La especificidad de lo que en apariencia parece inespecífico se revela si desplegamos la red que lo compone.
En la noción de actor-red, el ser humano no está dotado de una especie de primacía agencial, mientras que los objetos son la expresión concreta de una pasividad existencial. No se trata de la voluntad del primero que se orienta hacia la inercia del segundo, sino de lo que el humano y el no-humano hacen cuando se juntan. Y eso que hacen se refiere a la cadena de traducciones de la que forman parte. Una simple variación de la distancia que separa a un actor-red de otro tiene la fuerza suficiente para provocar un resultado inesperado, un accidente, una ruptura, una transformación. Ahora bien, usamos la palabra “ruptura”, pero no debe tomarse como un resultado definitivo, sino como un nuevo comienzo, como un cambio brusco de la continuidad. Es como la noción de rizoma: “Un rizoma puede ser roto, interrumpido en cualquier parte, pero siempre recomienza según esta o aquella de sus líneas, y según otras” (Deleuze y Guattari, 2000, p. 15).
Con lo dicho hasta este punto, la lectora tendrá claro que cuando decimos “franelero”, nos referimos al lavacoches, a la persona que extraoficialmente asigna o administra algunos espacios públicos, al cuidador espontáneo, al vigilante que a su vez es fuente de inseguridad, a aquel que ofrece una ayuda innecesaria para estacionar el coche, que está definido por una advertencia que al mismo tiempo es una instrucción “viene-viene”, etc. El franelero está regularmente en alguna calle específica de la ciudad, en un horario que puede ser discontinuo o constante. Puede trabajar solo o en compañía de uno o varios de su clase, incluso puede afiliarse a un grupo de franeleros, como el recién constituido y reconocido por el Ayuntamiento de la Ciudad de Puebla. Probablemente, el trabajo del franelero sea temporal, por cambio de domicilio, desempleo formal temporal, “mala racha”, porque por el momento no hay de otra, o por muchos otros motivos desconocidos, pero lo cierto es que no se trata de un grupo estable, definitivo, sino un grupo en constante formación y de-formación. Un grupo que está en constante traducción.
Por otro lado, cuando un franelero se da a la tarea de lavar un coche, “lavar” implica el concurso de muchos otros agentes además del franelero mismo: agua, jabón, cubeta, propiedades químicas que hacen que las partículas del jabón y del agua produzcan burbujas, etc. En efecto, la acción no es subsidiaria de la conciencia humana. Hay otras entidades que también actúan. En este sentido, en el marco de la ANT, los objetos también tienen agencia.
Concretando, los objetivos de la ANT son tres (Latour, 2005): 1) desplegar todo tipo de controversias, evitando restringir lo social a un tipo de condición generalizada de los agentes; 2) evitar llegar a un punto donde se imponga una especie de estabilización de estas controversias; 3) hacer lo posible por re-ensamblar lo social o, como dijimos al principio, conformar un mundo común, un cosmos.
Para alcanzar estos objetivos teóricos asociados a los objetivos prácticos expuestos al principio, seguimos el rastro que dejaron los agentes y describimos la experiencia de rastreo. Para ello nos servimos de algunas nociones de la ANT que ya hemos referido y, metodológicamente, de la cuasi-etnografía, la cual explicaremos en la próxima sección.
Por las características de nuestra investigación, optamos por poner en práctica una aproximación etnográfica que se ajustara a los límites temporales que la institución universitaria define para presentar resultados, y a las variaciones propias de los agentes cuyos rastros hemos seguido. El trabajo de campo tuvo una duración discontinua de un año. En este sentido, consideramos que nuestro trabajo no es una etnografía en el sentido tradicional de la práctica antropológica. Tal como indica el subtítulo de este apartado, se trata más bien de una cuasi-etnografía.
La cuasi-etnografía considera plausible que el tiempo que se invierte en el campo puede variar en extensión, pero no alcanza el mínimo necesario para considerarse una etnografía clásica. Esto se debe a que las observaciones no se realizan en un solo lugar. Se llevan a cabo en distintos lugares y a ellos se acude de manera discontinua y limitada. Los estudios cuasi-etnográficos se concentran en acontecimientos o escenarios sociales particulares, muy específicos (Murtagh, 2007) y sólo se aplican algunas de las herramientas de la etnografía tradicional, permitiéndose además acercarse a metodologías o técnicas provenientes de otras ciencias sociales (Goetz y Lecompte, 1988).
Un rasgo característico de las investigaciones cuasi-etnográficas es que, por lo general, se llevan a cabo en contextos familiares para la investigadora. Ésta observa escenarios cercanos o escenarios a los que accede sin tener que pasar por un desplazamiento significativo y sin tener que enterarse desde cero de la cultura que se manifiesta en ellos.
En la cuasi-etnografía no hay un interés por ofrecer descripciones totales de los eventos observados. Puesto que la mirada se dirige a eventos específicos, se inclina más hacia la selección que hacia la generalización. La investigadora tiende a ser selectiva a la hora de recoger información. Registra únicamente aquello que considera relevante (Ogbu, 1993).
Los estudios cuasi-etnográficos implican realizar un trabajo de campo en un tiempo relativamente breve, haciendo visitas intermitentes y siendo selectivo a la hora de observar y registrar información (Jeffrey y Troman, 2004). El objetivo de la cuasi-etnografía es profundizar en un aspecto muy concreto y esto se puede lograr sin estancias prologadas en el campo. Según Carlos Silva Ríos y César Burgos Dávila (2011, p. 95),
La elaboración de un relato sobre un evento específico debe estar orientada hacia la descripción, pero también hacia la interpretación. (…) [L]a confluencia de los detalles observados y descritos y de las interpretaciones de una situación específica permite que en un tiempo mínimo sea posible generar un conocimiento suficiente que ofrezca una comprensión particular de un fenómeno psicosocial igualmente particular.
Esto es lo que hace que podamos llamar “ciencia” a la actividad que realizamos. La idea es producir conclusiones plausibles partiendo de pequeños acontecimientos a través de una descripción suficientemente inteligible.
Desde el punto de vista procedimental, realizamos observaciones intermitentes durante periodos de tiempo relativamente breves, seleccionando aquellos acontecimientos relacionados con la apropiación de los espacios públicos que dificultan la movilidad por las vías públicas. El trabajo de campo se limitó exclusivamente al CHP. Las observaciones estuvieron guiadas por los dos objetivos mencionados al principio de este texto. Sin embargo, el registro de la información estuvo influenciado por acontecimientos emergentes. Puesto que cubrir el CHP no es tarea fácil, dividimos el campo en cuatro cuadrantes, tomando como lindes algunas calles y el trazado cartesiano de la ciudad: Centro Sur-Poniente, Centro Sur-Oriente, Centro Nor-Poniente y Centro Nor-Oriente (Ver Figura 1).
Figura 1
Mapa del Centro Histórico de la Ciudad de Puebla
El cuadrante Centro Sur-Poniente comprende la calle 16 de Septiembre y Avenida Reforma, con 25 Poniente y 11 Sur. Allí pudimos distinguir agentes que difieren en naturaleza, pero que se asocian para gestionar el uso del espacio público: franeleros/lavacoches, mamparas, conos, recipientes, cubetas, kit de aseo, postes, cebras, letreros, placas e instalaciones en general. A continuación, hablaremos de estos actores-red.
Los lavacoches, modalidad especializada del franelero, están dispersos por todo el cuadrante. Sin embargo, cinco se concentran en el Paseo Bravo sobre la avenida 13 Sur. Tres de ellos trabajan en equipo, comparten un kit de aseo y operan conjuntamente en la gestión de un espacio aparentemente público. Una operación característica de esta gestión consiste en colocar una cubeta en los espacios donde puede estacionarse un carro. Aunque no está formulada una prohibición formal, las personas y sus cubetas deciden quién puede estacionarse y quién no; específicamente, el franelero delega en la cubeta la función de cuidar el espacio al punto que quien ve una cubeta entiende que es una extensión objetual de su dueño, que moverla a su moverá al franelero, lo atraerá, aunque no sea visible. Igualmente, si bien no hay una tarifa explícita, los lavacoches tienen la expectativa de que se les pague por lo que hacen, pero ¿qué hacen? Durante nuestras observaciones, notamos que se trata de una operación redundante, es decir, ayudan a estacionar a quien ya sabe estacionarse. Sin embargo, hay una función tácita del lavacoches: cuida el auto mientras su dueño no está. ¿De qué lo cuida? Lo cuida de la acción de unos agentes que durante nuestra observación no se hicieron presentes, pero que adoptan la forma de una contingencia: puede que le hagan algo al auto y puede que no. De allí que, por si acaso, el lavacoches vigila para que ese agente ignoto, ausente, pero al acecho, no pueda dañar el auto. En este sentido, hay un acuerdo implícito entre la persona que deja allí su carro y los lavacoches que se legitima cuando al final hay un pago por el servicio prestado (volveremos a este aspecto más adelante). Cuando la conductora permanece en su auto, no se insinúa un cobro. Puesto que la conductora es su propia vigilante, no hay obligación de pagar nada y los lavacoches no reclaman el pago porque no lo merecen. Hay aquí, también, un pliegue de la eticidad en la que se basan estos agentes.
Esta vigilancia tácita también suple la ausencia de los cuerpos de seguridad pública. Allí donde los agentes policiales parecen no cumplir con su función formal, el lavacoches actúa por ellos. El franelero es policía por delegación. Este rol inexplícito también legitima su presencia como administrador de ciertos espacios públicos y colabora con la naturalización de la inseguridad. Lavar el coche es un beneficio para el franelero y vigilar es un valor añadido de esa actividad. En cuanto al agente no-humano destacado (la cubeta), ora actúa como delegado del franelero cuando ocupa el espacio vacío garantizando que el lugar no sea ocupado por cualquiera, ora actúa como un asiento o como un intermediario más: contiene el agua para lavar los coches.
Cuando trabajan en pares o en equipo, los franeleros se turnan la vigilancia, los lavados de autos, la atención a los conductores que llegan a los lugares que resguardan, etc. Básicamente, vigilan sus cosas, los espacios, entrada y salida de autos y siempre están atentos a los movimientos en su área de acción e influencia. El lavacoches tiene una función limitada, pero su capacidad de respuesta es más bien alta. Siempre se mantiene en estado de alerta selectiva: puede percibir con rapidez y finura la llegada y la partida de un auto. Estos acontecimientos lo apremian para que se acerque a los conductores respectivos, favoreciendo la contingencia de que le den o no algo de dinero.
Aparentemente, existe una regla implícita entre los lavacoches: pueden compartir los espacios y las cosas necesarias para desempeñar su oficio, pero quien lava el auto, cobra el servicio y no comparte el dinero percibido. Los lavacoches administran colectivamente los espacios públicos, el horario de su jornada de trabajo, es decir, deciden en que momento dejan de lavar autos, en qué momento abandonan el lugar, pero el producto concreto de su trabajo, el dinero, se gestiona individualmente.
El cuadrante Centro Sur-Oriente comprende la calle 16 de Septiembre y Avenida Juan de Palafox y Mendoza, con 25 Poniente y Boulevard Héroes del 5 de Mayo. En este cuadrante distinguimos una modalidad de apropiación sui generis. La expresión popular ponerse la camiseta significa que la persona que se la pone forma parte de un grupo, partido, institución o nación. De la misma manera, a un grupo de lavacoches que están establecidos en la calle Parque del Carmen, les han donado camisetas azules con mensajes publicitarios.
Cerca de este parque hay una Notaría Pública. Cabe acotar que en la mayoría de las calles donde hay edificios públicos en la Ciudad de Puebla hay franeleros y otros agentes que controlan y dosifican los estacionamientos públicos. Estos agentes son más visibles en el Zócalo y las calles de su primera periferia. Podría decirse que se conforma una implicación híbrida compuesta por agentes formales como el ayuntamiento y por agentes informales como los franeleros. Acaso por eso, nadie les prohíbe trabajar en las inmediaciones de los edificios públicos, por lo que parecen funcionar según el viejo adagio: “Lo que no está prohibido, está permitido”.
Catorce franeleros recibieron camisetas azules con un letrero estampado en la espalda que decía: Centro Integral de Estudios Superiores CIES, Becas de hasta el 50%. Estas camisetas fueron gestionadas por las señoras que forman el patronato de la iglesia del Carmen y tenían una oración de la virgen de Santa Teresita. Esporádicamente, algunos patrocinadores cambian y financian sus playeras. De esta manera la franela sufre una metamorfosis, ya que, preservando su función de lavar coches, señalar lugares, ser una herramienta de trabajo, es también un instrumento publicitario y, al mismo tiempo, un dispositivo de caridad interesada. Se conforma entonces una red compuesta por la confluencia de patrocinadores de negocios y escuelas, patronas (señoras del patronato) y los mismos franeleros que, al lavar coches y estacionar carros, hacen circular la publicidad explícita en el texto del estampado de la camiseta y la publicidad oculta o cómplice. Nos referimos a que la franela cajanegriza el hecho de que los franeleros actúan al margen de la norma. Además, previniendo que estos agentes pudieran en algún momento ser peligrosos para la comunidad, la camiseta los neutraliza y garantiza la buena convivencia. El franelero integrado por la vía de la camiseta se compromete implícitamente a no robar y a no maltratar los carros de vecinos y visitantes. Entonces, en la apropiación de este espacio se conforma una red de convenios consuetudinarios donde confluyen la iglesia, el comercio y la franela (ver Figura 2).
Figura 2
Franeleros en El Carmen, Puebla, México
En Puebla, hay tres tipos de carriles asignados a los ciclistas: 1) el carril de extrema derecha delimitado por una línea; 2) el carril de bicicletas adoquinado que hace un tiempo funciona en el CHP, delimitado por bolardos de concreto; y 3) el recién inaugurado Parque Lineal, compuesto por vías dedicadas en bajo y en alto. Cualquiera de los tres funciona bajo la demanda y presión de agentes no-ciclistas que quieren ocuparlos o sacarle algún provecho colateral. La mayoría de las veces, estos espacios son ocupados por peatones a quienes les resulta insuficiente el ancho de las aceras; por autos cuyos dueños consideran que es un espacio libre para estacionarse, con la actitud cómplice de la policía de tránsito; las motocicletas que lo asumen como un carril para desplazarse con más velocidad o también para estacionarse; los triciclos de vendedores de tamales; por personas que usan los bolardos como bancas para sentarse a esperar o a pasar el rato; por los tapetes de algunas tiendas cuyos empleados deciden que es un buen sitio para tenderlos al sol; por las mangueras de los camiones cisternas; etc. Evidentemente, los ciclistas que deciden circular por el carril deben estar muy atentos a todos esos obstáculos. De hecho, el ciclista es visto como un viajero solitario y esporádico.
Ante la apropiación de su espacio, los ciclistas buscan fortalecerse, hacen red y realizan rodadas programadas que suelen comenzar o finalizar en el CHP, pidiendo que les sea permitido circular por un espacio que, al menos en principio, está reservado para ellos. Esta petición insólita y la breve descripción que hemos hecho son muestra palmaria de la relación anti-cósmica que los agentes mantienen con un espacio pensado para favorecer la vida en común (ver Figura 3).
Figura 3
Uso alternativo de la ciclo-vía.
En las calles 16 y 18 Poniente hay un mercado. La movilidad es lenta y densa, pues las aceras y las calles están ocupadas por vendedores. Aquí la prioridad es la compra-venta de productos. Es un espacio público al cual hay que adaptarse momentáneamente porque su dinámica se modifica a cada instante. Parafraseando a Deleuze y Guattari (2000), el mercado adopta múltiples formas que van desde la “expansión de sus entramados” hasta la proliferación de “nudos de condensación”.
Entonces, como hemos dicho antes, la movilidad en estos espacios está supeditada a la prioridad del comercio, primero se compra y luego se ve cómo hay que desplazarse. Esa condición hace que la movilidad sea más un conjunto de intensidades heterogéneas que una serie de líneas bien demarcadas con un curso inteligible. En este sentido, cuesta hablar de apropiación del espacio porque es difícil saber cuánto o qué del espacio pertenece o puede ser ocupado por uno o varios agentes específicos. Lo que sí se puede afirmar es que la fluidez de la movilidad depende de la gestión eficiente de esas intensidades.
Entre la 9 y la 7 Norte, las aceras están invadidas por vendedores ambulantes. Aparentemente, venden mercancía de dudosa procedencia, lo que en México se conoce como fayuca (sinónimo de “contrabando”). Entre la 7 y la 5 Norte, se incrementa la presencia de vendedores ambulantes y también observamos una patrulla y una grúa de la policía municipal que parecen vigilar la fluidez de autos sobre esa calle. Aquí predominan comercios formales como ferreterías, mueblerías y de venta de electrodomésticos. En el cruce de la calle 5 Norte, hay un carril para bicicletas invadido por un señor con su triciclo de tamales. Sobre ese carril también caminan decenas de personas. La circulación de autos y peatones sobre esa calle (8 Poniente) de la 5 a la 3 Norte, es lenta por la misma aglomeración de agentes. Esta breve descripción es suficiente para dejar más o menos claro la forma que adopta la apropiación del espacio en este sector del CHP. El frenesí del marchante impone su ley de apropiación: aquí me planto, y aquí vendo. La determinación y fortaleza de esta decisión es tal que las autoridades municipales no logran hacer nada para contradecirla.
Para finalizar, hablaremos del cuadrante Centro Nor-Oriente, el cual comprende la calle 5 de Mayo y Avenida Juan de Palafox y Mendoza, con Boulevard Xonaca y 24 Norte. En este cuadrante destaca el franelero como principal agente de apropiación del espacio público. Aquí también despliega acciones como las descritas anteriormente: la operación redundante, la vigilancia tácita, la alerta selectiva, etc. A esto se suma otra acción-red que hemos denominado empatía pragmática: los conductores y los franeleros se comunican desde el primer contacto visual. Cuando el conductor llega buscando un espacio para estacionarse, el franelero se hace visible agitando su franela o sonando su silbato.
El franelero ha estado en ese espacio público en particular por mucho tiempo, y actúa como si fuera suyo, lo organiza y administra. Destina lugares disponibles, ofrece espacios a los conductores que aceptan su guía, apoyo y supervisión para ocupar ese espacio y estacionarse. El franelero actúa como el dueño y el conductor acepta esa condición como un acto de complicidad tácita, porque ambos saben que participan de un código de apropiación de un espacio público, validado y autorizado por ambos al margen de cualquier entidad formal nómica. El franelero auxilia al conductor con movimientos de la franela, con un silbato, con las manos, con palabras, con una gestualidad ad hoc asumiendo que el receptor, en efecto, comprende su código. El gesto final de comprensión y aceptación de ese código es la recompensa pecuniaria: el conductor le da una moneda. Si el franelero es eficiente comunicando el código, el conductor lo gratifica con algo de dinero. La red está conformada por dos agentes humanos y por varios agentes no-humanos (franela, silbato), por un código primario, es decir, el código que proporciona la cultura amplia (el código lingüístico, el código del interés pecuniario, etc.) y por el condigo más denso que surge en la configuración misma de la red local.
En la calle 6 Norte entre la 10 y la 12 Oriente, se ubica la Procuraduría General de Justicia del estado de Puebla. Tal como sucede en el Parque del Carmen, en un mismo espacio público confluyen y conviven las leyes y normas jurídicas representadas por la institución y las normas y costumbres consuetudinarias construidas por franeleros y lavacoches. Es decir, los jueces y abogados conviven y coexisten con los franeleros más allá de la esfera moral o jurídica que los define. En este sentido, vemos aquí un atisbo de lo que Bruno Latour llama mundo común. La empatía pragmática y el código de apropiación construyen una red donde confluyen formalidad e informalidad en mutuo beneficio. En el nivel de descripción más bajo o delgado (thin) encontramos la red nómica, la red de las operaciones legales. Se trata de una distinción familiar, generalmente codificada. Pero la descripción densa (thick) implica la subordinación de varias asociaciones “extra-nómicas” donde el primer código “convive” con el segundo (Gilbert Ryle, 1967/2009). La cercanía de un espacio formal, donde se realizan operaciones legales, es el imán para la informalidad. El franelero se apropia del espacio aledaño porque sabe que tendrá clientes dispuestos también a colaborar con él en esa apropiación indebida. Es una especie de interjuego entre la prohibición de estacionar y la propensión a estacionarse, parecido a la relación entre la necesidad y la contingencia (ver Figura 4).
Figura 4
Franeleros en San Francisco, Puebla, México
Al describir la red que conforma la apropiación de los espacios públicos en el CHP, un agente destaca: el franelero. Este agente está presente en todos los cuadrantes del CHP. Es una entidad móvil que, sin embargo, siempre se encuentra en un lugar delimitado ante la mirada cómplice o indiferente de los agentes nómicos. El franelero identifica estos espacios públicos, marca lindes, los hace suyos y los administra ofreciendo una vigilancia tácita en ausencia de la autoridad.
El franelero también ofrece servicios específicos. Uno de ellos se refiere a lo que hemos llamado operación redundante, es decir, el franelero ayuda a estacionar a quien ya sabe estacionarse o a quien en teoría tiene una licencia para realizar esta tarea sin ayuda humana. Curiosamente, esto es considerado por los conductores como un servicio que merece ser recompensado con un pago en metálico. Entre el conductor y la operación redundante hay una especie de hiato de sentido que impide ver esa misma redundancia.
El franelero, en su condición de mediador, desplaza y traduce el significado de su propia función. Este carácter móvil le permite ser lavacoches, viene-viene, vigilante como ya hemos dicho, pero también puede ser tu enemigo, responder de manera agresiva sobre todo si se desafía su función.
El franelero se realiza a través de acciones-red, ya que sólo haciendo redes se puede apropiar del espacio, por ejemplo, con el kit de aseo el cual también funciona como mediador: lava, aparta lugares, funge de herramienta, etc. También hace red con otros agentes humanos ya que regularmente trabaja acompañado de otro franelero, con su familia, forma grupos, forma alianzas con otros grupos e instituciones, etc. Pero la red que conforma el franelero no acaba en el kit o en sus conocidos, sino que se extiende hacia los usuarios de sus servicios o a los afectados por este; incluso, su influencia está presente en la prensa, en la radio, en la televisión e internet, espacios donde es considerado una entidad negativa, una excrecencia de los defectos del sistema.
El espacio público elegido por el franelero es también una urdimbre, tejida por todos los agentes involucrados. En esa urdimbre cada nodo tiene algo que hacer y, en el aparente caos, guarda una lógica, genera un código. Los elementos que componen ese código son interpretados y comprendidos tanto por los franeleros como por los conductores y las autoridades: No puedo estacionarme porque el lugar está reservado por una cubeta; Debo pagarle algo porque si no le hará algo a mi coche, etc. El franelero es un flagrante infractor del reglamento de tránsito vial del Ayuntamiento, de la Ley de Ingresos Municipales, de las leyes laborales, entre otras; pero no es un infractor solitario. Su cómplice es el conductor que paga por sus servicios y los oficiales que hacen la vista gorda. A estos dos agentes se unen muchos más, y por la extensión y complejidad de la red que forman, adquiere la dimensión o estatus de una red institucional.
Por su parte, el comerciante ambulante se apropia de los espacios públicos de la misma manera que lo hace el franelero, siempre al margen de las leyes y reglamentos. En el sector Nor-Poniente de la Ciudad de Puebla, el comerciante es el principal agente que invade y administra los espacios públicos y, en ese mismo sentido, regula la movilidad urbana. Es decir, el comerciante cuida de sus espacios e impone lo que hemos llamado la ley del marchante.
Finalmente, tanto el marchante como el franelero se conectan con un agente que de manera universal se conecta con una infinitud de otros agentes: el dinero. Este agente está en el corazón de su red. Sin ese agente la actividad del franelero carecería de sentido y, en consecuencia, desaparecería o dicho en términos de la ANT imposibilitaría la reversibilidad de la red. Sin en el dispositivo pecuniario la comprensión de los procesos de apropiación del espacio público que aquí hemos descrito sería incompleta.
En resumen, según lo observado durante el trabajo de campo, la apropiación de algunos espacios públicos del CHP o, en los términos de la ANT, los usos anti-cósmicos están asociados a la falta de posicionamiento crítico ante la operación redundante de los franeleros; a la legitimación silente de la vigilancia tácita del franelero y la indiferencia calculada de las autoridades competentes; a la alineación híbrida entre franeleros, comerciantes y autoridades; a la traducción dinámica de los agentes que conforman la red de apropiación y, especialmente, la del franelero que se caracteriza por mantener una alerta selectiva y una versatilidad inusitada que le permiten favorecer la crematística individual a través de la apropiación por delegación objetual; a la empatía pragmática establecida por la comprensión igualmente acrítica y tácita del código de apropiación por parte tanto del franelero como de los conductores y autoridades; y, finalmente, al interjuego constante, estratégico y conveniente entre la formalidad y la informalidad.
La construcción de un mundo común requiere que esta red sea re-ensamblada, es decir, que los agentes que la conforman se recompongan, y se ubiquen en lugares diferentes de esa red o, en el mejor de los casos, sumemos más agentes que favorezcan una relación cósmica con los espacios públicos urbanos.
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