El pasado en disputa: apuntes para la articulación de la memoria social y los imaginarios sociales

The past in dispute: notes for the articulation of social memory and social imaginaries

  • Juan Carlos Arboleda-Ariza
  • Santiago Bavosi
  • Gabriel Prosser Bravo
En el presente texto nos proponemos entablar la relación entre los conceptos de memoria social e imaginarios sociales a través de las categorías analíticas de espacio de experiencia y horizonte de expectativa. Esto supone pensar a la memoria desde las tensiones del presente como una disputa política y una puja por las narraciones del pasado, que se insertan dentro de las redes de significados y sentidos presentes en los imaginarios sociales instituidos e instituyentes. A esta articulación sumamos las nociones de espacio de experiencia y el horizonte de expectativa, pues habilitan a pensar la existencia de tantos pasados como sujetos, más que en una gran historia y en un único relato sobre lo acontecido. Al plantear dicha relación, proponemos prospectivas analíticas que centran su labor en las tensiones sobre los procesos de institución tanto de las memorias como de las redes de significados que las enuncian.
    Palabras clave:
  • Memoria colectiva
  • Imaginarios sociales
  • Espacio de experiencia
  • Historia social
  • Psicología social
In this text we intend to establish the relationship between the concepts of social memory and social imaginaries through the analytical categories of experience space and expectation horizon. This implies thinking of memory from the tensions of the present as a political dispute and a struggle for the narratives of the past, which are inserted within the networks of meanings and meanings present in the instituted and instituting social imaginaries. To this articulation we add the notions of space of experience and the horizon of expectation, since they enable us to think about the existence of as many pasts as subjects, rather than in a great story and in a single story about what happened. By raising this relationship, we propose analytical prospects that focus their work on the tensions on the institutional processes of both memories and the networks of meanings that enunciate them.
    Keywords:
  • Collective memory
  • Social imaginaries
  • Experience space
  • Social history
  • Social psychology

1 Introducción

Los grandes hechos históricos de la humanidad han puesto a circular, de un lado y otro, una serie de narrativas sobre lo acontecido. Así, el pasado se configura como “un campo de batalla constante” (Traverso, 2012, p. 287). En esta confrontación por el pasado se disputa la verdad de los hechos, el cómo esta verdad debe ser narrada y recordada e, inclusive, cuándo, dónde y por quiénes debe ser recordada. En este sentido, ocupando la metáfora de la batalla, la memoria es el campo: en cuanto es en el recordar y en el olvidar que se da la tensión entre visiones; y las narraciones las armas, pues, según cómo son utilizadas, recibidas y aceptadas, será su condición de hegemonía respecto de otros discursos (Serna, 2007; Traverso, 2011).

Así, bien podríamos decir que existen disputas entre complejas redes de significación sobre el pasado, dándose estos enfrentamientos en clave presente y con la evidente intención de incidir en cómo se construye e imagina el futuro. En este sentido, desde distintas posiciones existe una intención por fijar ciertos imaginarios sobre el pasado (Castillejo, 2017). En definitiva, el pasado es coaptado, dadas ciertas condiciones, afectando la capacidad de ofrecer una polifonía de memorias en torno al recuerdo (Vargas et al., 2015).

En este marco, diversos teóricos han tendido a conceptualizar la memoria de manera tal de salvar a esta de cualquier condena del pasado hacia el presente, y de la causalidad de este, hacia el futuro. Este intento —que en parte busca dar vida a la memoria alejándola de concepciones estáticas, deterministas y tautológicas— es la motivación que existe en el pasaje que aquí ofrecemos. Nuestro objetivo es por tanto articular teóricamente la noción de memoria social con la de imaginarios sociales, recurriendo para esto a las dos categorías históricas planteadas por Reinhart Koselleck (1993), el “espacio de experiencia” y el “horizonte de expectativa”.

Para dar con este propósito, el escrito se organiza en cinco apartados. En primer lugar, se expone la noción de memoria social (a modo de repaso conceptual) que trabajaremos para dar paso a, en un segundo lugar, al concepto de imaginarios sociales trabajado por Cornelius Castoriadis (1997). En tercer lugar, se expone una breve descripción de las categorías “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativa” de Koselleck, para, en un cuarto punto, ligar estas con las nociones de memoria social e imaginarios sociales. Por último, se ofrecen algunas reflexiones a modo de cierre respecto de las utilidades de tal articulación.

2 Apuntes conceptuales sobre la memoria social

Hablar de la memoria como objeto de estudio es referir a un concepto que ha sido abordado desde distintas disciplinas y que, por tanto, ha recibido tratamientos diversos con igualmente diversas formas de conceptualización. En este sentido, el presente trabajo se ofrece como una revisión más a modo de apuntes conceptuales, aunque pertinentes, de las posibles articulaciones y conceptualizaciones de la memoria social. La memoria es un constructo polisémico que deriva en la conformación de un campo de estudio alrededor de la misma, los llamados Memory studies (Erll, 2011; Olick y Perrin, 2003; Radstone, 2008). El carácter polifacético que ha adquirido el concepto de memoria, como consecuencia de los diversos abordajes teóricos que ha recibido, nos plantea la necesidad de describir de manera sucinta desde dónde proponemos la articulación entre memoria social e imaginarios sociales.

Como se ha venido mencionando, dentro de las Ciencias Sociales, ha habido diversos acercamientos a la noción de memoria social. Uno de ellos es la postulación de la misma como un proceso activo, en el cual los sujetos realizan acciones de construcción y reconstrucción de las vivencias y eventos, influidos por lo social y lo cultural (Bartlett, 1932). Cercana a la postura de Frederic Bartlett, podemos ubicar a los postulados de Maurice Halbwachs sobre memoria, quien ha puntualizado que la memoria colectiva es el proceso social que reconstruye el pasado vivido por determinado grupo, mostrando cómo el pasado, la identidad y sus proyectos se entrelazan (Halbwachs, 2002). En la misma línea, se argumenta que los recuerdos son colectivos, pues son construcciones sociales que explican e identifican a una sociedad, más allá de cualquier acción individual de recordación (Pollack, 2006).

Planteada como hecho social, la memoria posee entonces una condición situacional, es decir, que cobra sentidos concretos dentro de las redes de significación de colectivos específicos. Esto hace que se produzca una distancia en la memoria, en tanto que cada vivencia social, que se sitúa en el espacio y el tiempo, hace posible el referir a un pasado colectivo. Así, la memoria se distingue de la historia porque toda memoria colectiva tiene por soporte un grupo limitado en el espacio y el tiempo. Lo dicho queda ilustrado en el siguiente postulado de Halbwachs:

Sólo se puede juntar un único cuadro la totalidad de los hechos pasados si se desprenden de la memoria de los grupos que conservan su recuerdo, si se cortan las amarras por las que estaban unidos a la vida psicológica de los medios sociales donde se produjeron, si se retiene sólo el esquema cronológico y espacial. (Halbwachs, 1998/2006, p. 217)

Nuestra posición conceptual sobre la memoria guardará relación con lo dicho, es decir, pensada como parte ineludible de un proceso social en constante desarrollo. Por tanto, habremos de tomar distancia respecto de recorridos que proponen a la memoria como capacidad o potencia individual que sucedería en la intimidad de la mente de las personas (Vázquez, 2001). Esto supone una toma de distancia con las comprensiones de la memoria como mera capacidad cognitiva de los sujetos, y un acercamiento a aquellas que refieren a la misma como un proceso social derivada de prácticas colectivas situadas en contextos sociales específicos (González y Mendoza, 2017; Piper-Shafir et al., 2018; Vázquez, 2001; Vázquez y Muñoz, 2003).

De acuerdo a lo expuesto, la acción de rememorar no podría suponer un ejercicio de retorno a un pasado hacia el que alguien se dirige de manera lineal, sino que, a cambio, sería una actividad del presente dentro de la cual, y a partir de la cual, la realidad social se configura y reconfigura (Vázquez, 2001). Así, nociones como recuerdo, memoria social y memoria colectiva pueden ser utilizadas como homólogos en tanto y en cuanto comprendan a ese carácter social interpersonal que se recrea entre las personas y no en las personas; en el espacio de significados del que participan o que construyen de manera conjunta (Ibáñez, 1989).

Propuesto ya el carácter social, relacional e intersubjetivo de la memoria, se le añade la posibilidad de pensársela, también, como construcción discursiva (Vázquez, 2001). Tal apertura guarda relación con pensar la intersubjetividad como un campo y un territorio conversacional, dentro de redes de significación igualmente situadas en contextos que habilitan y posibilitan formas específicas de emergencia y manifestación. Se trata entonces de pensar a la memoria como una deriva y una emergencia cultural de los contextos sociales y por tanto lingüísticos que dan espacio a su generación (Cabruja y Vázquez, 1995; Iñiguez et al., 1998; Cabruja et al., 2000).

Hacer memoria, en los términos en que venimos postulando a la misma, será entonces una actividad sujeta a las diversas formas y posibilidades que tiene un relato de erigirse como tal, a las condiciones de “narratividad”, de verosimilitud, de recepción, de aceptación y circulación de hechos validados como significativos para una comunidad dada y en un momento dado (Cabruja et al., 2000; Edwards y Potter, 1992; Lowenthal, 1985; Mendoza 2004, 2005; Potter, 1998; Ricoeur, 1995, 2003; White, 1992, 1992/2014;). En definitiva, decir que la memoria es discurso es también pensar que la memoria es narración, esto supone que el pasado es pasible de ser narrado de diferentes formas y que la memoria es una de las posibilidades en las que el pasado es hablado.

En consonancia con el carácter social de la memoria, que aquí hemos desarrollado, es posible señalar también que la memoria se encuentra sujeta a las diversas ideologías presentes en un momento histórico dado. Así, al ser los recuerdos parte de procesos sociales más amplios, la memoria es claramente afectada por ideologías y viceversa. Al respecto Michael Billig (1992)1 señala que:

La ideología será una forma de memoria social, en la medida en que constituya lo que se recuerde colectivamente y también lo que se olvida o qué aspectos de la historia de la sociedad siguen siendo conmemorados o cuales son relegados a los archivos del olvido. De esta forma, la memoria será a la vez una parte de las ideologías y un proceso mediante el cual éstas, y por tanto las relaciones de poder en la sociedad, se reproducen. (p. 77)

Ahora bien, al hablar de memoria, es necesario no reducirla únicamente a sus componentes discursivo e ideológico. Además de componentes textuales y narrativos, la memoria también incumbe a otro tipo de manifestaciones o prácticas sociales como rituales, celebraciones, performances y lugares (Connerton, 1989; Nora, 1989; Piper-Shafir et al., 2013).

En último término, y también dentro del recorrido conceptual que proponemos de la memoria, resulta relevante mencionar el olvido. Si entendemos que la memoria es un producto social habilitado en ciertos contextos y por ciertas comunidades, el olvido no puede ser entonces la imposibilidad individual de recordar o rememorar, así como tampoco puede considerársele como falla (Ricoeur, 2003). Como bien señala Marc Augé (1998), el olvido2 viene a darle al presente de toda sociedad su sabor, su gusto propio, ya que, producto de su inseparabilidad de la memoria, lo vuelve parte del ejercicio activo de recordar u olvidar.

Esto refuerza la idea de que construir y reconstruir el pasado supone una acción que siempre responde a las necesidades y particularidades de cierto presente (Lowenthal, 1985). O, en palabras de Halbwachs (2004), que las convenciones y construcciones sociales que configuran el olvido y la memoria responden a los tiempos y circunstancias de un grupo humano:

Si bien el olvido o la deformación de algunos de nuestros recuerdos se explica también por el hecho de que esos marcos cambian de un periodo a otro. La sociedad, adaptándose a las circunstancias, y adaptándose a los tiempos, se representa el pasado de diversas maneras: la sociedad modifica sus convenciones. Dado que cada uno de sus integrantes se pliega a esas convenciones, modifica sus recuerdos en el mismo sentido en que evoluciona la memoria colectiva. (Halbwachs, 2004, p. 324)

Al respecto Bartlett (1932) señala que tanto la memoria como el olvido están en pro de un significado social compartido. En este sentido, el autor asocia el olvido a marcos institucionales que lo permiten, pues toda evocación está enmarcada en una organización social/institucional en la que se hace y deshace memoria. Existiría una especie de amnesia social o represión institucional, en la cual los hechos que no estén soportados y “recordados” por estos marcos institucionales, pasarán al olvido.

Las actividades de recordación tanto como las de olvido, de acuerdo a lo visto, forman parte de las prácticas sociales de configuración de lo social como tejido. Ambas conforman la configuración social del presente y, por ende, hacen parte de las formas en que la misma acontece. Toda transformación de la memoria determina nuestra visión del pasado, permite cambiar la relación que tejemos con las experiencias vividas. Es por esa razón que el vínculo entre la memoria y el imaginario social es de carácter urgente, su diálogo confiere a la memoria un reconocimiento normativo y político, capaz de modificar, cambiar y modular la forma social construida. La memoria es un campo posible para la acción que permite coordinar acciones y estructurar nuestras relaciones presentes y futuras con las/los otras/otros.

3 La noción de Imaginarios sociales de Cornelius Castoriadis

En el apartado anterior hemos referido a la memoria como un producto social, como aquello que se recrea de manera constante en los espacios intersubjetivos de una comunidad concreta, la cual está situada en un espacio temporal, con demandas específicas, tensiones, cruces. Referíamos así a la memoria colectiva o social como maneras de dar cuenta de un proceso que acontece entre personas y no en personas. Para poner en valor lo dicho expondremos el concepto de imaginario social propuesto Cornelius Castoriadis (1997), en cuanto a la dimensión imaginaria de la sociedad y su posibilidad de vincularse con la noción de memoria social anteriormente expuesta.

Dentro de las Ciencias Sociales han emergido muchos trabajos que han empleado la idea de imaginario social como un concepto que habilita a pensar y trabajar sobre el carácter colectivo de las configuraciones sociales (Aliaga y Pintos, 2012; Aliaga et al., 2018; Girola, 2012; Pintos, 1995; Silva, 1986; 2014). Cada nuevo aporte ha permitido relevar la importancia que el propio concepto de imaginación ha tenido en la historia de la filosofía, en autores centrales como Platón y Aristóteles (Carretero, 2010; 2012), de forma que se develara lo que el propio Castoriadis señala como una suerte de relegación respecto tal concepto (Castoriadis, 2007, p. 92)3.

Cornelius Castoriadis ha sido el autor que ha puesto en valor al concepto de imaginario social al plantear que las mutaciones sociales y las diversas formas que ha adquirido aquello que se denomina “lo social” no puede sino proceder de la propia acción humana, sin que operen determinismos ni progresiones lineales de tipo estructuralista o funcionalistas (Castoriadis, 1989, 1997, 1999). A tal punto plantea esto que expresa que, de no querer recurrirse a explicaciones trascendentes para dar cuenta de la propia actividad humana, tanto como si no se pretende recurrir a meras cuestiones biológicas habida cuenta del impacto que tiene la cultura, hay que pensar en lo que denomina como una vis formandi, un imaginario, una capacidad de imaginar, de pertenencia a la humanidad. Postula que:

El lenguaje, las costumbres, la técnica no pueden ser explicados por referencia a factores externos a las colectividades humanas; ningún factor natural, biológico o lógico puede explicarlos. A lo sumo, estos factores pueden ser sus condiciones necesarias, pero jamás suficientes. (Castoriadis, 1999, p. 93)

En su trabajo La institución imaginaria de la sociedad (2007) Castoriadis postula la imaginación como la actividad humana por excelencia en lo referente a las configuraciones sociales, a la configuración de lo social y a las diversas formas que la misma adquiere. Este autor dirá que la historia de la humanidad es la historia del imaginario humano y de sus obras, del imaginario radical, que aparece desde el momento en que hay una colectividad humana. Esta historia, como producto de la tensión constante que se da entre lo que denomina imaginario social instituyente, crea la institución en general, la forma institución, y las instituciones particulares de una sociedad determinada (Castoriadis, 2007).

De manera concreta, entendemos al imaginario social como la resultante de un proceso de construcción colectiva incesante, dentro de los marcos históricos y culturales en los cuáles se desarrolla una sociedad que tanto va dando sentido, así como se da sentido a sí misma, a través de y por intermedio de los imaginarios sociales compartidos (Castoriadis, 1997). Estos son, por tanto, compartidos por los miembros de una comunidad y operan como el cimiento que genera los entendimientos comunes que existen sobre diversos aspectos de lo cotidiano, expresados en imágenes, historias, leyendas, relatos, etc. (Aliaga y Pintos, 2012; Pintos, 1995; Taylor, 2006).

Lo imaginario pertenece al dominio de lo que una colectividad es capaz de imaginar e imaginarse para sí, con mayores o menores grados de autonomía y de heteronomía, siempre oscilantes (Castoriadis, 1997). Dicho esto, el campo de lo imaginario, es decir, lo decible y memorable; será el de las significaciones más o menos cristalizadas que permitan tanto la cohesión como la restricción, habilitando espacios para el debate sobre aquello que se imagina. Por tanto, los imaginarios serán un producto histórico, situacional y sujeto a las variaciones y alternancias de las diversas formas institucionales de un colectivo, estos, entonces:

Crean un mundo propio para la sociedad considerada, son en realidad ese mundo: conforman la psique de los individuos. Crean así una “representación” del mundo, incluida la sociedad misma y su lugar en ese mundo: pero esto no es un constructum intelectual; va parejo con la creación del impulso de la sociedad considerada (una intención global, por así decir) y un humor o Stimmung específico —un afecto o una nebulosa de afectos que embeben la totalidad de la vida social. (Castoriadis, 1997, p. 9)

En esta misma línea, Cornelius Castoriadis desarrolla dos postulaciones teóricas importantes al tema, una de ellas denominada Imaginario social instituido, el cual refiere a todas “las significaciones imaginarias sociales como las institucionales, que, una vez creadas, se cristalizan o solidifican” (Castoriadis, 2002, p. 96). Así son, todos aquellos significantes sociales que aseguran la repetición de las mismas formas, regulando la vida y la cultura de los hombres, “hasta que un cambio histórico o lento o nueva creación masiva” modifique o las transforme (Castoriadis, 2002). El segundo concepto es el imaginario social instituyente, entendido como todo aquello que depende de un estado vital de la humanidad y la cultura, la creación, ya que por debajo de lo instituido existe una poderosa fuerza instituyente transformando lo social en algo inestable, alejada del equilibrio (Castoriadis, 1999).

En definitiva, el imaginario social instituido es producto de un proceso de encarnación y sedimentación de ciertas significaciones que solo son removidas una vez que un nuevo significado puja por destronar estos anteriores y se configura como un nuevo imaginario social instituido. Por tanto, más allá de su sedimentación, el imaginario social es una construcción histórica y sociocultural que las sociedades realizan para significarse y dotarse de sentido en su acción tanto individual como colectiva.

Pese a esto, para Cornelius Castoriadis, sería erróneo presumir que se puede intervenir dentro del flujo de significaciones que oscila en lo social y que hace parte también de éste, pudiéndose, al menos en principio, adentrar en las conceptualizaciones teleológicas y deterministas de los procesos sociales. Para este autor, no hay espacio de configuración de lo social que este por fuera, lo que equivale a decir que las propias instituciones que operan como amalgama de lo colectivo, también operan como restricción, pero que siempre y en todo momento, son un producto humano:

Somos seres esencialmente sociales e históricos; la tradición siempre está presente, aunque no constriña explícitamente, y la creación y la sanción de las significaciones son siempre sociales, incluso cuando éstas, como en el caso de la cultura propiamente dichas, no estén formalmente instituidas. (Castoriadis, 1998, p. 199)

En este marco, las sociedades humanas se mueven entre el imaginario instituido e instituyente, entre los devenires del pasado, del presente y del futuro. Los imaginarios sociales, así como la memoria social, son dominios de lo posible que facilitan la acción colectiva. Dicho esto, la aparente permanencia del tiempo social es completamente relativa, por lo tanto, el pasado no está condenado a lo instituido ni el futuro a lo instituyente. Los acontecimientos tienen significación imaginaria en relación a los colectivos que las construyen, siendo esta significación la que se logra conservar, dado que su realidad no se confunde con las figuras particulares y pasajeras que la atraviesan. A continuación, veremos los conceptos de Reinhart Koselleck con el fin de vincularlos con las nociones de imaginario social de Cornelius Castoriadis recién expuestas y con la noción de memoria social.

4 Categorías analíticas para relacionar la memoria social y los imaginarios sociales: El “espacio de experiencia” y el “horizonte de expectativa”

Tal y como ha sido dicho, a los fines de fortalecer y cimentar la vinculación entre imaginarios sociales y memoria social, habremos de utilizar algunos conceptos específicos trabajados por el historiador alemán Reinhart Koselleck. Uno de los motivos principales de este planteo guarda relación con uno de los ejes de trabajo de este autor, referente a una historiografía de los conceptos, una historia conceptual.

A través de su trabajo sobre historia de los conceptos, Koselleck ha planteado que, mediante el análisis de la progresión histórica de los mismos, de cómo estos significan lo que significan al día de hoy siendo que no siempre fue así, es necesario comprender que hay en ellos un carácter que bien podríamos denominar como magmático, dada la mutabilidad que existe en la progresión de significaciones, del recorrido polisémico que tiene un concepto a lo largo del tiempo (Burón, 2012; Koselleck, 2004; Uribe, 2016).

En el caso del concepto de historia, Koselleck propone que dicho concepto no significa necesariamente pasado (1993), sino que, para referir a la historia, sería necesario vincular lo que se ha experimentado con lo venidero, con el futuro. Para el autor es necesario hablar de la y las experiencias desde donde se resignificaría lo vivido, al tiempo que esta actividad se realiza en conjunción con la expectativa que se posea sobre lo que vendrá. Es decir que habría un entrelazamiento ineludible entre experiencia y expectativa al momento de elaborar una relación entre lo pasado y el futuro (Koselleck, 1993).

Estos entrelazamientos que propone Koselleck respecto de las formas de vivencias del pasado y el presente de acuerdo a experiencias actuales entrelazadas con expectativas de experiencias futuras, plantearían una idea de un devenir humano y social sujeto a cambios, continuidades y discontinuidades del tiempo histórico que a cada sujeto le toca vivir (Burón, 2012). Así, sería posible reconstruir el tiempo histórico4.

En apariencia, pareciera que estas dos categorías explicativas del pasado se inscriben dentro de una polaridad, que se rechazan como polos opuestos. Sin embargo, es sólo en apariencia, porque tanto la expectativa como la experiencia confluyen, se entrelazan. No se vuelven dependientes una de otra, sino que mantienen un entrecruzamiento constante. El pasado entrecruza el futuro y necesariamente el futuro hace lo mismo con el pasado.

El espacio de experiencia y el horizonte de expectativa son conceptos que pretenden perfilar y establecer condiciones de posibilidad para historias igualmente posibles. Son categorías del conocimiento que fundamentan la posibilidad de pasados: “No existe ninguna historia que no haya sido constituida mediante las experiencias y esperanzas que actúan o sufren” (Koselleck, 1993, pp. 334-335).

El aspecto medular y central del postulado de las dos categorías propuestas por Koselleck radica en que ambas nociones habilitan a pensar la existencia de tantos pasados como sujetos, más que en una única y gran historia y en un único y gran relato formal sobre lo acontecido (Burón, 2012; Raga, 2011). Tanto el espacio de experiencia como el horizonte de expectativa evitan la historización, permitiendo que el pasado sea conocido en su condición de posibilidad, habilitando historias, pretéritos, presentes y futuros posibles.

Las categorías que Koselleck plantea nos resultan de suma utilidad para pensar la relación entre la memoria social y los imaginarios sociales, ya que, como él esboza “la experiencia y la expectativa son dos categorías para tematizar el tiempo histórico, para entrecruzar tanto pasado como futuro” (1993, p. 340). Son, así, conceptos que se mantendrán interrelacionados, pues ambos son capaces de modificar y transformar la memoria social y los imaginarios sociales.

5 Flujos de experiencia y de expectativa, la vinculación de la memoria social con los imaginarios sociales

La propuesta de relacionar la memoria social con los imaginarios sociales a través del entrecruzamiento constante entre espacios de experiencia y horizontes de expectativa, permite vislumbrar el carácter magmático y normativo de la memoria. Puesto que, planteada esta como memoria social, ingresa dentro de lo que Castoriadis denominó como el territorio magmático, en el sentido que existen flujos de significación que circulan por debajo de aquellas placas ya solidificadas a modo de instituidos que son, en definitiva, las formas institucionales que adquieren aquello que se nos presenta y aparece como dado (Castoriadis, 1999, 2007).

Es decir que aquello a lo que accedemos es a las configuraciones específicas, las figuras sólidas e instituidas que, a modo de cristalización, adquieren y toman forma en una estética institucional dentro de un contexto histórico dado (Arboleda-Ariza et al., 2017). Dichas estéticas y formas están sometidas a las tensiones propias entre lo instituido y lo instituyente respecto, justamente, de los espacios de experiencia y de los horizontes de expectativa. En este sentido, memoria social, imaginario radical y magmas de significación tienen la potencia pasible de expandir horizontes en lo imaginario, lo que también impactan sobre, justamente, lo posible de ser recordado.

Plantear a los espacios de experiencia y a los horizontes de expectativa dentro de la tensión social entre lo instituido e instituyente nos permitiría pensar en una memoria que no mantendría una relación de condena al pasado, como tampoco lo tiene lo imaginario con lo instituido. Así, ambos espacios darían lugar a la posibilidad de creación de nuevos significados, símbolos y transformaciones en lo instituyente.

Hablar de la memoria es hablar de las formas de referencia del recuerdo moduladas por numerosas variables que entran en juego. Entre estas, el capital simbólico del presente, la tradición de un relato y narrativas que tienen un tiempo en curso y que sirven para expresar “la” historia. Al conectar estas categorías estamos priorizando al tiempo histórico, sacándolo de su concepción estática; dinamizando y abriendo opciones a un pasado inacabado y abierto a un sinfín de interpretaciones, significados y narrativas, así como a un futuro también creciente en posibilidades, siempre construyéndose, siempre surgiendo en la relación entre el imaginario y la memoria.

Para Cornelius Castoriadis, el imaginario ocupa un lugar central dentro de la configuración social puesto que asigna un valor central a la propia actividad imaginaria, a la imaginación como elemento motor: “La historia no es una secuencia determinada, es creación, emergencia de alteridad radical, incesante auto – transformación, creación de nuevas formas de ser que no obedecen a un esquema de determinidad” (Arce, 2012, p. 32). Por tanto, según Castoriadis, lo social se auto altera y se auto transforma constantemente.

La historia no obedece a una sucesión lógica de acontecimientos bajo el cobijo de conceptos como el progreso o la linealidad, sino que se da a partir de un cierto margen de “caos” que emerge a partir del imaginario (Castoriadis, 1997). La idea de no linealidad resulta central tanto en el planteo de Castoriadis como en el de Koselleck. Para ambos, el devenir histórico no puede ser explicado de formas teleológicas o deterministas o bien funcionalistas; lo acontecido no puede ser producto de una deriva lógica, así como tampoco el devenir puede serlo (Castoriadis, 1986; Cheirif Wolosky, 2017).

El motivo por el que no puede haber un pasado ni un futuro “lógico” es porque, en ambas direcciones, no hay sujeto racional que pueda dar significado a su experiencia. Pero, como postula Castoriadis, siempre accedemos a una parte de la experiencia y no podríamos jamás acceder a una totalidad. Primero, porque la adición de perspectivas es sólo adición de eso, de perspectivas, y, segundo, porque tampoco se accede a la totalidad de experiencias más allá de la intención de quien se pone a organizar, a manera de relato, lo que se está experimentando (Castoriadis, 1999).

En su forma de conceptualizar a la experiencia, Koselleck pareciera abordar y acercarse a los dominios de la memoria social, colectiva, en la medida en que se ocupa de las tensiones entre las vivencias individuales y sociales, al tiempo de las otras tensiones, referentes a las narrativas memorísticas normalizadas o instituidas que corren en los márgenes. En esta semejanza, la memoria es conservada solo a partir de la experiencia ajena, contenida en la colectividad a partir de las interacciones culturales y sociales, siendo transmitida por las instituciones que la validan y replican (Koselleck, 1993).

El autor sugiere que la experiencia se mantiene ligada a las personas, bajo una mirada impersonal, reconstruida racionalmente desde el presente y que apunta a lo que todavía no existe y es posibilidad. En palabras de Reinhart Koselleck se trata de “esperanza y temor, deseo y voluntad, inquietud” que también se ejerce de forma racional, como la experiencia, porque la curiosidad y la receptividad son las que construyen la expectativa (Koselleck, 1993, pp. 334-335).

Como se puede observar, hay en el planteo de Koselleck un señalamiento que apunta a la potencia que tiene la polisemia de las palabras y de los conceptos a lo largo del tiempo. Dicha polisemia debe ser buscada a través de la diacronía y de cómo las formas de conceptualizar una experiencia pasada guardan relación con formas posibles de vivir ese momento, dado que, como dice el autor, no se pueden relatar experiencias sino a través del lenguaje (Koselleck, 2004). Así, la polisemia debe buscarse en el presente-pasado para dar cuenta de cómo el espacio de experiencia actúa. O, dicho de otra manera, en las formas de narrar el presente anidan vestigios del pasado necesarios de ser elucidados; por eso, pasado-presente. De manera complementaria debería pensarse al horizonte de expectativa; es decir, a partir de la polisemia posible con que se percibe el futuro, el presente-futuro.

El punto de anclaje entre ambas categorías, espacio de experiencia y horizonte de expectativa, guardará relación con las formas posibles de enunciación del pasado-presente tanto como del presente-futuro. Se plantea que cuando nos manifestamos sobre acontecimiento pasados lo hacemos atravesados por la polisemia del lenguaje en curso, dentro de un esfuerzo de ordenamiento racional que de por sí se presenta siempre caótico (Castoriadis, 1997; Koselleck, 1993).

Se parte de un presente desde el cual se mira lo vivenciado, pleno de campos semánticos que no inician en el momento de la explicación, que dan sentido a la experiencia presente desde la cual se busca a aquellas pasadas y que, por tanto, están atravesadas por las incontables redes de significación del presente. Lo mismo acontecería con el caso de los horizontes de expectativa en términos de ejercicios prospectivos que también intentan dar orden a lo desconocido desde las mismas incontables redes de sentido de la vivencia actual (Blanco Rivero, 2018; Koselleck, 2004).

La memoria social y el imaginario no son conceptos lineales que coordinan el pasado y el futuro por separado, sino todo lo contrario. Ambos son una amalgama del tiempo, confluyen, dialogan e interactúan. Lo mismo sucede con la experiencia y la expectativa, ya que no son elementos que se sucedan en un orden cronológico, sino como categorías simultáneas y dinámicas. “El tiempo histórico no sólo es una determinación vacía de contenido” (Koselleck, 1993, p. 337), es una dimensión que se va transformando a sí misma con la historia, sus modificaciones pertenecen a la coordinación cambiante entre la experiencia y la expectativa.

Entre la memoria y el imaginario se daría una misma relación de simultaneidad que entre espacio de experiencia y horizonte de expectativa, ya que no habría en ellos un orden de jerarquía que subordine lo uno a lo otro. Ambos aparecen entrelazados; es ardua la tarea de intentar identificar en qué momento la memoria o el imaginario dejan de ser, en qué parte de nuestras construcciones sociales somos memoria y en cuáles, imaginario posible.

La dificultad de diferenciar la memoria y el imaginario en el marco histórico nos envuelve en una paradoja a la que Koselleck responde que “el pasado y el futuro no llegan a coincidir nunca, como tampoco se puede deducir totalmente una expectativa a partir de la experiencia”, explicando que la experiencia o la memoria no pueden ser comprendidas en su totalidad a partir de la expectativa, mientras que “la experiencia futura, la que se va a hacer, anticipada como expectativa se descompone en una infinidad de trayectos temporales diferentes” (1993, p. 341).

Siguiendo ese orden, la experiencia y la expectativa, así como la memoria y el imaginario, mantienen una interrelación que podríamos caracterizar como fluctuante y magmática, es decir, con ausencia tanto de determinaciones lineales, causales como funcionales. El pasado no ingresaría en el presente como discurso lógico y coherente; por el contrario, si acaso tiene alguna coherencia, guarda relación con las cadenas de significación instituidas que se nos presentan como marcos explicativos externos a la propia actividad social, ajena a esta, cuando en realidad son configuraciones emergentes de ella.

De igual manera, tampoco podríamos decir que los hechos futuros dependen exclusivamente de lo vivido en el pasado. Hay también una relación magmática entre lo instituido y lo que indefectiblemente se desconoce que habrá de operar como instituyente. Lo contrario supondría la existencia de causalidades entre lo que acontece, lo que ha acontecido y lo que acontecerá, suprimiendo la comprensión de espacios de experiencia y horizontes de expectativa, tal y como los plantea Koselleck (2004).

Las experiencias vividas brindan pautas de interpretación para el futuro. De esta manera, la memoria mantiene esa relación con el imaginario porque las experiencias dan pautas para un futuro gracias a las expectativas depositadas en el imaginario, y porque este es poderosamente germinador de tramas, historias y vías de liberación. Así como también el pasado, gracias a la experiencia o la memoria, también se convierte en un campo de revisión y de significados nuevos, los cuales generan nuevas expectativas de lo posible. En palabras de Reinhart Koselleck:

Quien crea que puede deducir su expectativa totalmente a partir de su experiencia se equivoca. Si sucede algo de manera distinta a como se esperaba, queda escarmentado. Pero quien no basa su expectativa en su experiencia, también se equivoca. Lo hubiera podido saber mejor. Evidentemente, estamos ante una aporía que sólo se puede resolver con el transcurso del tiempo. (Koselleck, 1993, p. 341)

Señalar que toda experiencia es modificable en el tiempo, porque nuevas dinámicas nos abren otras expectativas y posibilidades, permite una transformación de la forma en que revisamos los acontecimientos, bajo la mirada de múltiples perspectivas dispuestas a enriquecer el sentido de lo que vivimos como sociedad. Con la memoria sucedería algo similar. Aunque no podemos cambiar el pasado, sí podríamos cambiar su interpretación y los significados construidos, dando contingencia a otros recuerdos, otras voces históricas que constituyen otro espacio de interacción social.

Es la ampliación de nuestra mirada sobre el pasado lo que permite abrir nuevas expectativas, pensar otros futuros posibles que nacen de esas voces divergentes de la experiencia. La expectativa que surge de la reelaboración de pasado implica a las experiencias cambiando la delgada línea que separa lo vivido y lo imaginado. De esta forma, como lo plantea Castoriadis, lo que instituye y transforma a la sociedad es lo imaginario, porque “el ser humano organiza y ordena su mundo a partir de crear formas e imágenes que lo dotan de significación y sentido” (Arce, 2012, p. 31).

Las tensiones presentes en el espacio de experiencia y horizonte de expectativa generan siempre nuevas soluciones, empujando y movilizando el tiempo histórico. “Así hemos alcanzado una característica del tiempo histórico que puede indicar también su variabilidad" (Koselleck, 1993, p. 342). La confluencia entre memoria y espacio de experiencia, imaginario y horizonte de expectativa abre múltiples caminos de significado tanto para el pasado como para el futuro. Es importante aquí comprender que la conexión entre memoria e imaginario se da, no a partir de la repetición, sino en la creación, permitiendo componer pasados y futuros potenciales inciertos.

6 A modo de cierre

El presente trabajo buscó ofrecer posibilidades analíticas en la articulación entre memoria e imaginarios sociales. En este sentido, no se trata de una empresa nueva ni tampoco de una empresa que se agote con este ejercicio. Es más, futuras reflexiones podrían vincular la relación que pueden tener con la memoria social otros conceptos históricos como las narraciones, la identidad narrativa o la trama, oración narrativa, etc., provenientes de otros análisis del tiempo histórico o, inclusive, la noción misma de historia (Banchs et al., 2007; Gilardi, 2011; Parselis, 2009).

Nuestra apuesta de articulación y diálogo entre los conceptos de memoria social e imaginario social, por medio de la vinculación de las categorías analíticas de espacio de experiencia y horizonte de expectativa planteados por Koselleck, ha tenido como propósito ubicar a la memoria como un producto humano que es enunciado desde un presente-pasado pasible de ser afectado y atravesado por las innumerables redes de significación desde donde se lo enuncian, así como por las formas institucionales que han adquirido las presuntas jerarquías que la expresan. A su vez, la propuesta analítica incluye también que un horizonte de expectativa se vea igualmente impactado por la asunción de una condición de mutabilidad constante de la memoria proyectada hacia el presente-futuro.

Ubicar a la memoria en relación con los imaginarios sociales supondrá pensarla como algo que nos puede transformar de maneras diversas, según cómo sea comprendida por nosotros. Así, la memoria social, como producto humano derivado de los mayores grados de libertad que tengamos para imaginar el pasado, dará cuenta de un estado de tensión política y de puja por la narrativa de memorias que, mucho más de lo que hablan del pasado, hablan e ilustran las tensiones del presente.

Por tanto, cuando hablamos del pasado, nos referimos al imaginario y sus obras, nos resulta crucial pensar los quehaceres de la memoria y del olvido como parte de la dimensión imaginaria de la sociedad. Creemos que analizar a la memoria en clave de los imaginarios nos permite hacernos de instrumentos analíticos para pensar los mayores o menores grados de amplitud que posee una sociedad para imaginar sus recuerdos y sus olvidos, para pensarlos como posibles y, por lo tanto, para ejercitarlos conforme a las tensiones que habilitan o deshabilitan tales posibilidades.

Al plantear dicha relación, estamos proponiendo futuras prospectivas analíticas que centren su labor en las tensiones sobre los espacios de experiencia, pasado-presente, y los horizontes de expectativa, presente-futuro. Dichas labores demandarán hacer foco específico en los procesos de institución tanto de las memorias como de las redes lingüísticas que las enuncian, de modo que se pueda facilitar un camino de reapropiación subjetiva de memorias coexistentes e instituyentes a cambio de memorias instituidas que restrinjan los horizontes de expectativa.

7 Financiación

CONICYT-FONDECYT Postdoctorado 2017 proyecto N°3170814

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