Los test de masculinidad/feminidad como tecnologías psicológicas de control de género

The masculinity/femininity tests as psychological technologies for gender control

  • Miguel Ángel López-Sáez
  • Dau García-Dauder
En este artículo, hacemos un recorrido por la creación y uso de los test de masculinidad y feminidad como tecnologías de género. Desde sus orígenes ligados a la medición de las diferencias entre los sexos (midiendo actitudes e intereses), pasando por su uso en la identificación de desviaciones sexuales (especialmente la homosexualidad-feminidad en varones), sus mediciones conscientes e inconscientes, hasta su uso actual con población trans e intersex o de conformidad con los roles de género y su relación con la salud. De cada instrumento proporcionamos una breve descripción, la crítica recibida y sus secuelas posteriores. Por último, abordamos algunas cuestiones metodológicas y conceptuales que siguen sin resolverse.
    Palabras clave:
  • Test de masculinidad/feminidad
  • Género
  • Historia
  • Psicología
In this article, we take a look at the creation and use of masculinity and femininity test as gender technologies. From its origins linked to the measurement of gender differences (measuring attitudes and interests), through its use in the identification of sexual deviations (especially homosexuality-femininity in men), its conscious and unconscious measurements, to its current use with trans and intersex populations or in accordance with gender roles and its relationship with health. For each instrument, we provide a brief description, the criticism received and its subsequent aftermath. Finally, we address some methodological and conceptual issues that remain unresolved.
    Keywords:
  • Masculinity-femininity test
  • Gender
  • History
  • Psychology

1 El contexto del primer test de masculinidad y feminidad: del “experimento perfecto” a los test de inteligencia y personalidad

En 1936, Lewis Terman contrató a Catherine Cox Miles para la creación del que será el primer test que trate de medir de forma cuantitativa la masculinidad y feminidad (M/F) bajo el confuso título de Test de Análisis de Actitudes e Intereses (Attitude Interest Analysis Test [AIAT]). A pesar de los estudios coetáneos sobre M/F desarrollados desde la antropología (en concreto, las aportaciones de Margaret Mead en Sexo y temperamento), para estos autores la M/F representaban en sí entidades reales, en concreto, rasgos psicológicos de personalidad. Por ello, y tomando como base los conocimientos estadísticos derivados de las investigaciones sobre inteligencia, dedicaron sus esfuerzos a la construcción de un test que ofreciera una base más objetiva y cuantitativa a los conceptos ordinarios de M/F, ampliando así el rango de medida de las diferencias demostrables entre los dos sexos.

Resulta interesante explorar qué tipo de intereses profesionales y sociales llevaron a los psicólogos científicos (defensores por excelencia de la objetividad, el desinterés y la imparcialidad) a defender la realidad psicológica de unos constructos no observables (en pleno auge conductista) como la M/F (Morawski, 1985). Por otro lado, y siguiendo a Jill Morawski, también es reveladora la “curiosa” pauta de repetición de los constructos de la M/F en psicología durante décadas, con escasas modificaciones, y de varias de las asunciones centrales sobre los mismos. Reconocer esta continuidad permite comprender la reificación de la existencia de dichos constructos (de su contenido y su valoración).

Para comprender el surgimiento del primer test de M/F de Terman y Miles es preciso situarnos en la génesis de la Psicología como ciencia en el contexto de EE.UU. La sociedad tecnocrática norteamericana con sus exigencias de pragmatismo se alejaba de la ciencia introspectiva alemana, todavía dependiente de su lazo umbilical filosófico y ocupada en extraer los elementos universales de la conciencia. Frente al modelo alemán wundtiano, el modelo inglés galtoniano de aplicaciones colectivas y métodos cuantitativos resultaba un referente más ajustado para una ciencia pura y de utilidad práctica, desligado de la filosofía y de la fisiología, y preparado para resolver los problemas generados por las grandes poblaciones urbanas e industriales (Danziger, 1985, 1990). La “más nueva de todas las ciencias”, como la presentó Cattell, se puso al servicio del biopoder midiendo y clasificando poblaciones en función de características psicológicas —intelectuales y temperamentales— para su mejor predicción, control y regulación. La psicología ofrecía rigor y objetividad, pero también resultados prácticos y útiles para la nueva sociedad corporativa, estratificada y meritocrática (González García, 1993).

Por otro lado, los orígenes de la Psicología como ciencia en EE.UU. coinciden con la progresiva incorporación de las mujeres a la educación superior y su reivindicación del voto femenino. En este contexto, prestigiosos psicólogos experimentales se dedicaron a medir diferencias sexuales en capacidad y temperamento, no dudando en utilizar las conclusiones de sus investigaciones en una campaña implacable contra la presencia de mujeres en las universidades. La teoría evolucionista, especialmente vía Spencer, contribuyó a esta empresa con tres argumentos fundamentales: la mayor divergencia y especialización sexual como producto del natural progreso evolutivo, la tesis de la inversión útero-cerebro (el esfuerzo intelectual acarrea esterilidad corporal), y la menor variabilidad —física y mental— de las mujeres que demostraba su natural mediocridad (García-Dauder, 2005; Shields, 1975). Pero, como ha señalado Ellen Herman (1995), si la psicología contribuyó a crear “lo femenino” también, por reacción, fue acicate para crear a la feminista. Interpeladas por los discursos sobre la inferioridad de las mujeres, Mary Calkins, Thompson Woolley o Leta Stteter Hollingworth, pertenecientes a la primera generación de mujeres psicólogas, emplearon sus conocimientos experimentales para “demostrar” las semejanzas sexuales y la influencia del ambiente y del hábito en la construcción de las diferencias (García-Dauder, 2005; Scarborough y Furumoto, 1987).

Fueron varias las controversias experimentales sobre diferencias cognitivas o en variabilidad entre hombres y mujeres, dentro del debate naturaleza-cultura, las que protagonizaron psicólogas y psicólogos: como la de Mary Calkins versus Joseph Jastrow o las de Leta Hollingworth versus Edward Thorndike y James Cattell, defendiendo ellas la posición social-ambiental y ellos la natural-esencial (García-Dauder, 2005; Scarborough y Furumoto, 1987). La conclusión parecía ser que, hasta que no se consiguiera el “experimento perfecto”, sería imposible sostener cualquier afirmación sobre diferencias sexuales “reales”, naturales e inmutables. Pero ello implicaba una situación controlada que anulase toda posible influencia del contexto, o que tuviera como trasfondo un ideal social en el que no existiesen desigualdades sociales entre varones y mujeres: la condición experimental perfecta, e imposible (Morawski, 1985, 1988).

Por ello, en la década de los 30, la operación a gran escala para conseguir conocimiento objetivo de la psicología de las diferencias sexuales empezó a debilitarse. Tras varias décadas de investigación sobre diferencias sexuales se había llegado a la conclusión de que existían diferencias en algunos rasgos y semejanzas en otros y que el experimento decisivo para averiguar la “naturaleza” de hombres y mujeres, eliminando toda discriminación relacionada con el sexo, era irrealizable. Por otro lado, la aplicación masiva de test mentales durante la Primera Guerra Mundial cambió los métodos y el interés en el estudio sobre las diferencias sexuales (Morawski, 1985, 1988).

Si en 1906 Terman se quejaba del escaso contacto de la psicología con la vida, varios años más tarde, tras la guerra, afirmaba que el método de los test había bajado a la psicología de las nubes y la había hecho útil al hombre, transformándola de una ciencia de las trivialidades a una ciencia de ingeniería humana (Danziger, 1979; Samelson, 1979). La difusión y publicidad del trabajo de psicólogos durante la guerra supuso un cambio en su valoración pública y aumentó la confianza de la gente respecto a los test mentales y los test en general. Debido a su éxito en el ejército, el trabajo de psicólogos, como Terman o Yerkes, se extendió a otros campos: el sistema educativo, la industria y las políticas de inmigración del Estado (Samelson, 1979). La necesidad social de esta particular tecnología estaba dada: se trataba de clasificar, medir y regular, especialmente a aquellas poblaciones juzgadas como amenaza social para el orden establecido.

De esta forma, la aplicación masiva de test mentales durante la Primera Guerra Mundial contribuyó a producir nuevos datos sobre diferencias sexuales a partir ya no de experimentos de laboratorio más o menos controlados, sino mediante aplicaciones masivas de esta nueva tecnología estratificadora. Pero los test mentales dieron sorpresas. En las primeras décadas del siglo XX, las mujeres se habían incorporado progresivamente a la educación superior y las diferencias sexuales en inteligencia ya no estaban tan claras: existían solapamientos y en determinados rangos de edad las mujeres puntuaban más alto que los varones. En 1916, Terman ya reconocía en The Measurement of Inteligence que las estudiantes puntuaban mejor que los chicos hasta la edad de los 14 años, a partir de la cual las medidas se invertían (en Morawski, 1985). Las diferentes respuestas al respecto fueron o bien desprestigiar los test —al estilo Jastrow, apelando a una psicología sexual profunda inaprensible por esas “artificiales y parciales” tecnologías de medición—; o bien sostener, vía Darwin, que lo importante no eran los promedios sino los extremos de la curva, es decir, la variabilidad (al estilo Cattell o Thorndike); o bien, como veremos, sustituir progresivamente el interés por las diferencias sexuales en inteligencia por un nuevo interés: la medición de las diferencias en personalidad (García-Dauder, 2005; Lewin, 1984; Morawski, 1985). Como señaló Leta Hollingworth:

Existía formalmente un cierto acuerdo entre los psicólogos de incluir en el resumen de los resultados de un estudio donde participaban sujetos varones y mujeres, un párrafo sobre las ‘diferencias sexuales’. Ahora parece haber una tendencia creciente entre aquellos que han estudiado más extensamente las diferencias individuales de omitir este párrafo tradicional. (1918, p. 428, traducción propia).

Por otro lado, la falta de evidencia sobre las diferencias o incluso la superioridad mental de las mujeres en determinados rangos de edad, se tomaba como indicador de pérdida de valores sexuales y morales: una “anarquía sexual” que amenazaba con la ruina de la nación, las mujeres se masculinizaban y los varones se feminizaban (Morawski, 1985). Por ello, seguía en vigor el interés por encontrar algún contenido psicológico que revelase las capacidades o temperamentos diferentes entre mujeres y hombres. Es en este contexto en el que surge un nuevo objeto de investigación: la medición de las características psicológicas de la masculinidad y la feminidad.

Paradójicamente, cuando el conductismo empezaba a apoderarse de la hegemonía ideológica de la psicología, en el ámbito de las diferencias sexuales lo público se hace privado y personal. El fenómeno de las diferencias sexuales se interioriza y la psicología interna de la M/F necesita ser interpretada (lo cual requería a su vez un nuevo modo de acceso y nuevas técnicas metodológicas). Se creaba así un nuevo fenómeno: por un lado, alternativo al experimento imposible que requería una reforma social; por otro, que volvía a enfatizar las diferencias sexuales manteniendo el statu quo (si bien ahora no tanto desde la inferioridad mental, sino desde la complementariedad temperamental); y, por último, accesible exclusivamente al psicólogo experimental e inalcanzable para el análisis del propio sujeto (Morawski, 1985). Por otro lado, los constructos psicológicos de M/F medidos con los nuevos test venían avalados por las investigaciones sobre la vida socio-sexual de primates de otro psicólogo clave durante la guerra, Robert Yerkes (Lewin, 1984; Morawski, 1985).

Una vez medibles, los conceptos de M/F eran para muchos una respuesta perfecta a la cuestión de las diferencias sexuales: permitían al investigador con su autoridad definir lo que era masculino y femenino, decidir lo que eran diferencias significativas y lo que eran preocupantes desviaciones (Morawski, 1988). Pero la M/F no sólo se convertía en una realidad medible y solo accesible a los investigadores, además se conceptualizaba como maleable: el fenómeno podía ser aislado y corregido por científicos entrenados. Así, el determinismo biologicista que subyacía a la aplicación de los test parecía convivir sin problema con el conductismo ambientalista watsoniano. Desde una retórica científica y pragmática, se pusieron al servicio de la medición, clasificación y selección de individuos en el primer caso, y de su corrección para un ajuste social adecuado en el segundo (González García, 1993).

Con todo este trasfondo social y epistémico, en los años 30, en un período conservador y económicamente crítico y con el psicoanálisis ya cómodamente asentado hasta en las agencias de publicidad, se daban las condiciones de posibilidad para la construcción de un test que fuera capaz de medir la M/F como dimensiones reales de personalidad (Lewin, 1984; Morawski, 1985).

2 El AIAT de Terman y Miles: de niños superdotados a “invertidos sexuales” por serendipity

En Sex and Personality, Terman y Miles1 (1936) describen cómo construyeron el AIAT, sus características, así como algunos de sus resultados y aplicaciones. Como señalábamos, para ambos la M/F constituían componentes esenciales de la personalidad de los individuos. Era necesario, por tanto, construir un test que operativizara dichos conceptos, ampliando así el rango de medida de las diferencias demostrables entre los dos sexos.

El AIAT estaba compuesto por siete ejercicios con una puntuación global de M/F (constaba de dos formas similares: la forma A con 456 elementos y la forma B con 454 elementos). El formato difería en cada ejercicio, desde escalas de actitudes de opción múltiple (sobre lo que provoca enfado, pena, maldad, etc.), hasta interpretación de manchas de tinta, asociación de palabras, completar frases, preguntas sobre conocimientos, etc. El contenido de las preguntas también variaba sobre actitudes hacia ocupaciones, hobbies, libros, personajes famosos, etc. Puntuaban de forma positiva (+) las respuestas altas en masculinidad y de forma negativa las respuestas altas en feminidad (-), también existían respuestas neutras que no puntuaban (0). Los ítems fueron seleccionados a partir de dos criterios: por un lado, que discriminaran las respuestas entre hombres y mujeres2 y, por otro lado, que fueran eficientes en la administración del test.

Por ejemplo, puntuaban alto en masculinidad aquellos sujetos que respondían de forma afirmativa a preguntas como: ¿más bien te desagrada tomar un baño?, ¿de niño eras extraordinariamente desobediente?, ¿la gente alguna vez te ha dicho que hablas demasiado?, ¿alguna vez has soñado con ladrones?, ¿te desagrada la compañía del sexo opuesto?, ¿Alguna vez la gente te ha dicho que eres un mal perdedor?, ¿sientes que te falta auto-control?, ¿alguna vez has jugado con serpientes? Ejemplos de contestaciones que puntuaban alto en feminidad suponía responder afirmativamente a preguntas como: sentirse avergonzado tras haber cometido un error gramatical, reconocer el gusto por fiestas y bailes, tener el mismo sueño una y otra vez, preocuparse por las pequeñas cosas, ser feliz la mayor parte del tiempo, reconocer que te guste que la gente te cuente sus problemas, etc. (Terman y Miles, 1936).

Mirado en retrospectiva, llama la atención que una calificación alta en masculinidad se conseguía si tenías actitudes machistas (rechazo a ver que una mujer pueda ser inteligente o que te desagraden personajes como Jane Addams o Florence Nightingale) y, a la inversa, creencias igualitarias equivalían a puntuaciones altas en feminidad. La masculinidad también se asociaba a ser proveedor, racional, dominante, poderoso y poco emocional —excepto para expresar el enfado de manera agresiva—, entre otras características. Una calificación alta en feminidad se daba cuando se demostraba ignorancia (medida en el tercer cuestionario sobre información general), sumisión-domesticidad (medidas en el cuarto y quinto cuestionario sobre asociación de palabras e intereses) y pureza (medidas en el cuarto cuestionario sobre actitudes éticas y emociones). El miedo a los negros o sentir rabia cuando una persona es tratada injustamente por su raza, también puntuaban alto en feminidad (y el no sentirlo puntuaba alto en masculinidad). Ello nos da una idea del trasfondo racial incuestionado en las nociones de M/F de los autores (Terman y Miles, 1936). En definitiva, siguiendo la lógica de la segregación sexual de esferas victoriana, lo masculino se situaba en el extremo opuesto a lo femenino, atravesado por otras variables como la raza o la clase social. Resulta sorprendente, como veremos más adelante, hasta qué punto el contenido de los ítems, que hoy pudiera parecer más bien absurdo, ha sido mantenido en sucesivos test hasta nuestros días.

Dadas las puntuaciones globales en M/F, las “desviaciones” o medidas superiores a la media del sexo opuesto, se tomaban como anormalidades psicológicas. Lo que justificaba ser objeto de posteriores seguimientos. En concreto: índices de posibles trastornos de homosexualidad, inadecuados ajustes sociales o problemas matrimoniales (Terman y Miles, 1936). En este sentido, conviene señalar cómo Terman y Miles describen, en el segundo capítulo, el surgimiento de la creación del test casi como un serendipity. A partir de la aplicación de diferentes tareas (que medían intereses, prácticas y conocimientos de niños superdotados sobre juegos, deportes y divertimentos) encontraron diferencias significativas entre niños y niñas. Diferencias sobre las que extrajeron los respectivos índices de M/F. Así, Terman y Miles describen sorprendidos el hallazgo de un caso especial de un niño superdotado (a quien denominan X), cuya puntuación en masculinidad era más baja que la media de las niñas. Relatan cómo al principio pensaron que era un error, ya que ¡presentaba una puntuación más femenina que cualquiera de las chicas! Tras un seguimiento del “extraño” caso, se dieron cuenta no sólo de que no era un error de cálculo, sino que el niño (en ese momento con 9 años de edad) se había convertido en un problema para su madre debido a su persistente deseo de desempeñar conductas y roles femeninos (se vestía y pintaba como una niña). Además, los autores añaden que flirteaba con los chicos, si bien no tenía conocimiento sobre su propia homosexualidad (le atraían los hombres, aunque no había tenido conductas homosexuales). A los 15 años, X se entera del propósito del estudio y reconoce su homosexualidad a los investigadores y a su madre. Terman y Miles (1936, p. 15, traducción propia) escriben:

Unas pocas semanas antes de que este capítulo fuese escrito la madre de X recopiló información sobre la posibilidad de normalizar la vida emocional de su hijo por medio de la utilización de testosterona, una preparación sintética de hormona masculina recientemente desarrollada.

A partir de este primer caso de “inversión extrema” en las puntuaciones de M/F, los autores elaboran a pie de página sus hipótesis sobre porqué X desarrolló tendencias homosexuales (desde la sobreprotección materna hasta la carencia de modelos masculinos y el escaso contacto con el padre; todo ello, unido a su temperamento artístico y a su refinada sensibilidad). La etiología y el diagnóstico temprano parecían ser importantes para Terman y Miles (1936, p. 15, traducción propia): “el caso que acabamos de describir pone al descubierto de forma dramática la cuestión sobre la edad en la que el status de M/F de un individuo se convierte en relativamente fijo”. De esta forma, Terman y Miles ponían al descubierto otra de las preocupaciones sociales en base a las cuales habían construido su test: detectar a tiempo los casos de “inversión” sexual, que podrían derivar (según ellos “dramáticamente”) en tendencias homosexuales (o bien en desajustes maritales o familiares), con el fin de poder compensar o corregir dichas inclinaciones.

El capítulo XI de Sex and Personality llevaba el epígrafe de “Un estudio de homosexuales masculinos” y el capítulo XII “Una escala tentativa para la medida de la inversión sexual en varones -I-”. En ellos, se detalla la muestra escogida del grupo de homosexuales hombres, compuesta por presos. La muestra fue dividida entre: activos, “los que desempeñan el rol masculino en el acto copulativo”; y pasivos, “los que desempeñan el rol femenino” (Terman y Miles, 1936, p. 240, traducción propia). A los autores les interesaban especialmente estos últimos (nombrados como passive male homosexuals o PMH) y hasta qué punto sus puntuaciones en feminidad eran similares a las de las mujeres (los describen como homosexuales que se ponen nombres de mujer –queen name–, se auto-llaman “chicas” y ejercen la prostitución). En el capítulo XII comparan las puntuaciones en feminidad de dicho grupo con las de un grupo control (normal population versus invert group en sus palabras) formado por jóvenes estudiantes de clase media-alta. El objetivo era doble: por un lado, la creación de una escala para la medida de la inversión sexual en varones; por otro, asentar la base para una caracterización descriptiva detallada del grupo invertido en comparación con los no invertidos del mismo sexo.

Como señalábamos al comienzo, para gran parte de los psicólogos (guiados por el ethos conductista) la predicción y el control eran componentes esenciales en la definición de la psicología. Igualmente, se sentían responsables, como expertos, de guiar la toma de decisiones del ciudadano medio (considerado ignorante en cuestiones fundamentales). De las instituciones necesitadas de control, el matrimonio y la vida familiar se convirtieron en focos de atención primaria como fuentes de bienestar y de socialización de adultos ajustados (una década después, Harlow y Bowlby se encargaron de enfatizar las trágicas consecuencias de la privación del amor materno y del desapego femenino). Al final del libro, Terman y Miles (1936, p. 468, traducción propia) concluyen con las aplicaciones del test en el estudio de la homosexualidad y en el ámbito clínico (junto con otras contribuciones en el campo educativo, vocacional y en la orientación laboral):

Por una parte, el uso del test ayudará a focalizar la atención sobre aspectos evolutivos de la anormalidad, de la misma forma que lo hicieron los test de inteligencia en el caso de la deficiencia mental. Es bien sabido que los grados más leves de deficiencia mental pueden ahora ser detectados a edad más temprana de lo que era posible hace una generación. Lo mismo se podrá aplicar en el caso del homosexual potencial. Una identificación temprana de posteriores desviaciones es particularmente deseable, puesto que existen muchas razones para creer que defectos de personalidad pueden ser compensados y en cierta medida corregidos (...).

La aplicación del test a una muestra amplia y el posterior seguimiento en la vida adulta nos podrá decir si desviaciones en puntuaciones de M/F tienen un valor de pronóstico con respecto a un posterior ajuste sexual y social (...).

Otros usos del test en el estudio de la inversión sexual (...) la necesidad para una cooperación más básica con la bioquímica ha sido enfatizada. Debería del mismo modo dedicarse una mayor investigación a las mujeres invertidas, escasamente estudiadas excepto por el psicoanálisis.

La descripción de la M/F reproducía el esquema victoriano de las esferas separadas y era similar a los resultados de Yerkes sobre la conducta de los chimpancés en la década de los 40. Dadas las condiciones sociales del período, la construcción del test, más que desempeñar funciones descriptivas o taxonómicas, ofrecía prescripciones para un orden moral cayendo en la falacia naturalista de confundir el “ser” con el “deber ser” (Morawski, 1985). La aplicación del AIAT anticipaba el uso de los test en el diagnóstico clínico y en la intervención de desajustes maritales y familiares. Pero, sobre todo, la detección del grado de “inversión del temperamento sexual” permitía identificar precoces tendencias homosexuales para su posterior corrección: la modificación de conducta cooperando con la bioquímica. Esta nueva tecnología regulaba así un modelo de salud mental como correspondencia entre adscripción de sexo biológico, sexo psicológico, roles de género y deseo heterosexual, asimilando y confundiendo dichos conceptos.

Miriam Lewin (1984, p. 168) ha señalado varias asunciones erróneas del AIAT, algunas de las cuales se repitieron en los sucesivos test creados de M/F: no estaba validado para medir diferencias entre mujeres más o menos femeninas y hombres más o menos masculinos (es decir, la validez intra-sexo); cualquier ítem que mostrara diferencias entre hombres y mujeres, por irrelevante que fuera, era tomado como medida de M/F (por ejemplo, la ignorancia como feminidad); M/F eran tomados como dos polos opuestos y excluyentes de una única dimensión, algo que continuará hasta 1960; la M/F estaban conceptualizadas como rasgos de personalidad e intereses estáticos fijados a una edad temprana, no entendidos como parte del auto-concepto; se ignoraba que las normas de género no son universales y cambian con los contextos sociales y epocales; la misma medida para medir M/F se quería utilizar para medir “inversión”, dando por hecho que hombres homosexuales y mujeres femeninas eran idénticos. Según Lewin (1984), esta confusión conceptual, la asunción de que la M/F consistían y se definían por una serie de rasgos e intereses (basados en diferencias sexuales estadísticas), llevó a los errores metodológicos en su validación.

Como ha señalado Julia Sebastián (1990a), si bien el estudio y medición de la M/F se caracterizaron por la ausencia de una definición teórica y explicativa, sí existían presupuestos encubiertos: el principal, el “isomorfismo entre el sexo biológico y la M/F psicológicas” (p. 135). Y otro supuesto: como la realidad biológica es dimórfica y excluyente, la realidad psicológica de la M/F también debía serlo. Tanto en el AIAT como en posteriores test, como veremos, la M/F se definía en función de las diferencias sexuales estadísticamente significativas en la respuesta a un conjunto heterogéneo de ítems. Como con la inteligencia, M/F se convertían en “lo que miden los test de M/F” (p. 140). Junto a ello, la salud psicológica se correspondía con la mujer muy femenina y el varón muy masculino, siendo la incoherencia una alarma clínica.

Para Morawski (1985, p. 206), el test partía de tres asunciones bastante problemáticas: que la M/F existían pero a un nivel inalcanzable por el observador ordinario, incapaz de identificarlos; que los atributos estaban tan cargados psicológicamente que los sujetos tenían que ser engañados sobre la verdadera naturaleza del test para evitar respuestas de deseabilidad social; y que la M/F eran cualidades distintivas relacionadas de alguna manera con la estabilidad y la desviación psicológica, especialmente con desajustes sexuales y problemas familiares. Como veremos, dichas asunciones, al igual que el contenido de los ítems, serán mantenidas en sucesivos intentos por cuantificar la M/F.

3 Las secuelas conscientes del AIAT: 13 homosexuales validan la feminidad en mujeres

Siguiendo la estela de Terman, Edward Strong propuso una subescala de M/F (1936), en el Strong´s Vocational Interest Blank (SVIB), para estudiar preferencias ocupacionales en función de la M/F de los campos. Los sujetos tenían que señalar si les gustaba, disgustaba o eran indiferentes hacia: ocupaciones, asignaturas, actividades y tipos de persona. Respecto a esto último, por ejemplo, el AIAT mostraba una gran similitud: a las mujeres les agradaban —más que a los hombres— otras mujeres más inteligentes, los extranjeros, gente enferma, etc. Si bien en un principio Strong planteó las hormonas como determinantes de las elecciones ocupacionales (que los hombres prefiriesen las profesiones mecánicas/matemáticas o de fuerza y las mujeres profesiones creativas/de cuidado/amables), con los años los propios resultados le convencieron de que era necesario aceptar la realidad de las semejanzas entre los sexos y no sorprenderse con ellas (Lewin, 1984).

Ese mismo año, Joy y Ruth Guilford (1936) obtuvieron una medida del temperamento sexual (que denominaron “M”) a través de un análisis factorial de un test de introversión-extroversión. Aunque al principio plantean el factor como un “Ideal de masculinidad”, después lo reinterpretaron como una mezcla de M/F o Dominio/Sumisión. El factor “M” se componía de 12 rasgos, encabezados por “ser un hombre” (“being a male”) y seguidos de las preferencias por: liderar actividades grupales, hablar en público, realizar actividades deportivas más que intelectuales, persuadir a otros, etc. (1936, p. 121). Los autores son cautos sobre este factor y señalan al final del artículo que “el solapamiento de los sexos en el factor M indica que no es simplemente un factor de diferencia entre sexos o de M/F como se pensó al principio” (1936, p. 124, traducción propia). A pesar de ello, en 1956, Guilford y Zimmerman ya no dudan en conceptualizar el factor como M/F. M ahora se medía mediante 6 sub-test de 40 ítems relacionados con la “inhibición de la expresión emocional”, los “intereses vocacionales masculinos” y lo que provoca miedo, disgusto y simpatía (al estilo del test de Terman y Miles). Tanto en los ítems de Strong como en los Guilford, la masculinidad era definida por una mayor agresividad, dominio, riesgo, baja empatía y raciocinio objetivo sin moralidad. En ambos, como en el AIAT, la M/F se medían como conceptos psicológicos operativizados mediante rasgos de personalidad o intereses ocupacionales (Lewin, 1984).

En 1943, continuando la estela de Terman y Miles, Starke Hathaway y John McKinley añadían a su famoso instrumento The Minnesota Multiphasic Personality Inventory (MMPI) una escala de M/F. En general, el MMPI tenía como objetivo detectar una psicopatología y su grado de gravedad, basándose para ello en las clasificaciones de Emil Kraepelin. Según el manual, la Escala 5 o Mf, con claras influencias de la de Terman y Miles (de 60 ítems, 23 eran del AIAT3 y el resto originales), pretendía medir la tendencia hacia los patrones de intereses masculinos y femeninos aunque, como señala Julia Sebastián (1990a, p. 137), los procedimientos de selección y validación de los ítems parecían apuntar a otro objetivo: la identificación de la inversión sexual-homosexualidad en los varones. Para ello usaron una mezcla de ítems sobre salidas vocacionales, altruismo y sensibilidad emocional, preferencia sexual (“Me siento atraído hacia miembros de mi mismo sexo”) e identidad de género (“Muchas veces he deseado ser una mujer”). De nuevo, una escala de M/F se utilizaba para medir “inversión”, confundiendo en este caso orientación sexual, identidad y rasgos-expresión de género.

Lo asombroso de la escala, propuesta inicialmente como experimental, fue su validación. Hathaway (1956, p. 110, traducción propia) explica los problemas que tuvieron para ello: “las muestras homosexuales eran demasiado heterogéneas”, el “pseudo-homosexual neurótico”, la “variedad psicopática”... La solución: “13 hombres gay definieron la feminidad” (Lewin, 1984, p. 178, traducción propia). Se seleccionaron aquellos ítems que discriminaban entre dicho grupo y un grupo de 54 soldados heterosexuales y 67 azafatas. Por otro lado, Hathaway reconoce que la escala resultó fallida para identificar a mujeres homosexuales (1956, p. 110). En el manual, Hathaway y McKinley (1967, p. 47, traducción propia) señalan que la Escala 5 fue construida “a partir de hombres que buscaban ayuda psiquiátrica para controlar sus sentimientos homosexuales o para hacer frente a sus confusiones dolorosas acerca de su rol sobre el género”.

Por concluir, y tomando las palabras de Lewin, “resulta increíble que la dimensión de feminidad de este popular test fuera validada ¡a partir de un grupo criterio de 13 hombres homosexuales!” (1984, p. 181, traducción propia). ¿Cómo llegó la psicología a definir la feminidad a partir de las respuestas distintivas de una muestra mínima de gays? Si se medía homosexualidad, ¿por qué se llamaba la escala de M/F? Con el MMPI, la confusión conceptual entre M/F (como rasgos de personalidad y expresión de género) y orientación sexual (arrastrada del AIAT) alcanzaba un punto cuanto menos sorprendente. No solo eso, se introducía otra confusión: la medida de M/F como rasgo con la medida de la identidad de género (sentirse hombre o mujer).

En 1952, Harrison Gough construye el California Psychological Inventory (CPI), uno de los test de personalidad más usados y creado para una población menos clínica que el MMPI. En él quería incluir una medida para “identificar la feminidad psicológica”, de ahí la “Escala Fe”, de 59 ítems, derivados en su mayoría de las escalas del AIAT y el MMPI. Una vez más, se partía del presupuesto de asimilar los rasgos en los que hombres y mujeres diferían (las diferencias sexuales) con la M/F. Y una vez más, se pretendía discriminar con una única medida y simultáneamente la mayor o menor M/F y la “desviación sexual” (en términos de orientación sexual) (Lewin, 1984). Por último, también de nuevo, la validación se hacía mediante muestras sesgadas (en este caso, con una muestra de presos).

4 Las secuelas inconscientes del AIAT: dime cómo completas esta imagen y te diré cuán invertido eres…

La mayoría de los autores anteriormente citados estaban preocupados por dos posibles sesgos: que la M/F midieran ideales culturales y no rasgos de personalidad (el sesgo cultural); y que los test fueran susceptibles de engaño o auto-engaño por parte de los sujetos (por deseabilidad social o por referirse a temas estigmatizados). Algunos optaron por utilizar técnicas proyectivas que midieran la M/F inconsciente, “libre de determinantes culturales”, con la esperanza de resolver dichas limitaciones (Morawski, 1985). Así surgió el Test proyectivo de M/F o Proyective Test of Masculinity and Feminity de Kate Franck y Ephraim Rosen (1949). Una prueba que se componía de 36 dibujos abstractos —líneas simples— que los sujetos debían completar como quisieran. Más allá de los objetos dibujados, lo que interesaba a los autores era la manera de dibujarlos. Los criterios analizados para encontrar las diferencias tenían que ver con las categorías de cierre, la expansión, elaboración interna, etc.

Para los autores, los estilos inconscientes de completar las líneas representaban los órganos sexuales de varones y mujeres. Así, los hombres tienden a la expansión de las líneas, al movimiento ascendente, al énfasis en los ángulos y a la preferencia por la unidad. Todo ello, características del órgano sexual masculino y del cuerpo masculino. Los dibujos basados en “la fuerza de la línea única” están también relacionados con la confianza en el órgano y en la sexualidad masculina; y la “preferencia por objetos capaces de moverse bajo su propio poder es una expresión lógica de la función sexual más activa del hombre” (1949, p. 254, traducción propia). Por otro lado, según Franck y Rosen, las mujeres tienden, al completar los dibujos, a la accesibilidad, al énfasis en el interior del cuerpo, a la redondez, la simetría y lo dual. Lo que son características del cuerpo femenino.

La aceptación de género se operativizaba en función del estilo al completar los dibujos: los sujetos que tienen problemas de ajuste con su rol sexual tienden a utilizar el estilo del otro sexo. En función de las respuestas, los autores establecen una clasificación que va —para los hombres— de “extremadamente masculino”, “muy masculino”, “más masculino que la media”, “menos masculino que la media”, “tendencia femenina” y “femenino” (en cambio, para las mujeres se establecía una similar pero inversa). Franck y Rosen realizan además una tipología de “categorías de conducta” para aquellos sujetos que, según las puntuaciones, no se ajustan a su rol sexual (es decir, de mujeres masculinas y hombres femeninos). Concluyen señalando:

Se deduce que el test de masculinidad-feminidad aquí presentado es una medida del grado de aceptación del rol sexual del individuo, consciente o inconsciente. Los autores esperan continuar con el test para posteriores análisis de los problemas con la aceptación del rol sexual. Esto se realizará de la manera antes indicada, cuando se discutió sobre los ‘tipos’ de mujer ‘masculina’ y hombre ‘femenino’. El pronóstico de tendencias homosexuales en hombres —por dar una indicación práctica del uso de la prueba— varía en función de los factores causales. (1949, p. 255, traducción propia).

A pesar de las críticas que recibieron Franck y Rosen, otras propuestas proyectivas fueron desarrolladas. Al cruzar los datos de las escalas que medían M/F consciente e inconsciente, se encontró que no existía correlación entre escalas. Es decir, un sujeto podía tener una puntuación de M/F consciente y otra inconsciente, dando lugar a nuevas combinaciones (Lewin, 1984). En definitiva, las investigaciones sobre medidas conscientes e inconscientes supusieron una mayor confusión: el hecho de clasificar a los sujetos por dos medidas indefinidas, no validadas y no conceptualizadas. Como trasfondo de todo ello, como señala Lewin (1984), la preocupación clínica era por los hombres (con perfiles muy diferentes) con marcajes altos en feminidad (la masculinidad en las mujeres no parecía preocupar tanto). La amenaza de la homosexualidad masculina y la desvalorización de la feminidad impregnaban la ideología de dichos test y de la psicología en general.

5 La sombra de Terman y Miles es alargada: reductos del AIAT en el MMPI y en el CPI

Como se expuso anteriormente, el MMPI ha presentado en sus diferentes versiones4 una escala de M/F, la Escala 5. Tal y como indican multitud de autores, el MMPI ha tenido y tiene especial relevancia en el análisis de la personalidad, ya que es el inventario de personalidad más utilizado en el mundo. De hecho, la Escala 5 del MMPI-2 es el instrumento más administrado de M/F (Martin y Finn, 2010).

Entre 1940 y 1942 la Escala 5 tuvo diversas variaciones, asumiendo 23 ítems del AIAT (derivados de los ejercicios 5 Interests, 6 Personalities and opinions y 7 Introvertive response), hasta llegar a la versión definitiva de la escala de 60 ítems de 1942. En su versión MMPI-2 (1989), revisada en 2001, cuenta con 56 ítems de los 60 de la versión de 1942. En la misma escala, como ya se ha señalado, se miden aspectos de identidad, rol e intereses. En el manual Claves para la evaluación con el MMPI-2, David Nichols advierte que “aunque en sus aspectos centrales la Escala 5 se basaba en la respuesta de los 13 invertidos de Hathaway, nunca ha funcionado bien para separar a los homosexuales de los casos control” (2001, p. 146). No obstante, deja confuso su uso para detectarlos conforme a la expresión de su género en claves estereotipadas de M/F. Eso sí, el autor recomienda usar mejor la entrevista para preguntar directamente por las preferencias sexuales.

Nichols asume, en dicho manual, las críticas de Anne Constantinople (1973) sobre: la validez al medir los intereses masculinos o femeninos confundiéndolos con la preferencia homosexual, la asunción de la bipolaridad del constructo, y la idea de que la M/F son dos extremos excluyentes y opuestos de un continuo. Incorporando dichas críticas y la idea de que la M/F se miden mejor como dos dimensiones separadas e independientes, en el MMPI-2 se diseñaron dos escalas para varones y mujeres: GM para rol de género masculino y GF para rol de género femenino (Peterson y Dahlstrom, 1992), posteriormente denominadas MfV (masculinidad-feminidad: Varones) y MfM (masculinidad-feminidad: Mujeres).

Aunque en la actualidad5 gran parte del contenido relacionado con la M/F se ha eliminado del MMPI-2-RF, todavía continúan 16 ítems relacionados con los intereses: AES (Intereses estéticos/literarios) y MEC (Intereses mecánicos/físicos).

Autores como Hale Martin y Stephen Finn reivindican la utilidad de la Escala 5 para medir la M/F, “como construcciones válidas que pueden ser suficientemente definidas para resultar útiles en la evaluación de la personalidad” (2010, p. 6, traducción propia). Estos autores defienden que las categorías M/F prevalecen en el lenguaje cotidiano en el plano transcultural y además son categorías que “transmiten información clara y útil”: “parece evidente que los términos masculino y femenino no van a desaparecer, al menos no a corto plazo” (2010, p. 19, traducción propia). Los autores, a pesar de las críticas, ven posible crear una medida viable de M/F con un alcance más limitado de las medidas tradicionales, pero basada en la concepción y en el acuerdo popular de M/F.

Según sus análisis sobre el MMPI-2, Martin y Finn (2010) apoyan un modelo multidimensional bipolar de M/F, formado por un conjunto de factores que comprenden intereses estereotipados masculinos y femeninos y la identidad de género como dimensiones centrales (aunque también otros). Destacan que no ha de confundirse el uso de las diferencias entre hombres y mujeres con la M/F. Por ejemplo, si existen diferencias en habilidades viso-espaciales entre hombres y mujeres ello no quiere decir que formen parte de la M/F. Según los autores, hombres y mujeres difieren en muchas dimensiones, pero solo una parte entra dentro de la M/F, y esta debe explicar también la variabilidad intra-género. Nos centramos en estos autores porque, si bien disocian la M/F de la orientación sexual, enfatizan la identidad de género como un aspecto central de la M/F (apoyando de esta forma, si bien no lo nombran explícitamente, su uso para el diagnóstico de “trastornos de identidad de género”). Por último, son muy críticos con Sandra Bem (1974) y Constantinople (1973) y sus propuestas de una doble dimensión de M/F (dos continuos) o el cuestionamiento de su existencia (respectivamente).

Otro de los instrumentos más utilizados en relación con el MMPI es el CPI, California Psychological Inventory (Gough, 1952). El CPI con el que se sigue trabajando y se oferta actualmente es la versión de 1987, sobre la que se ha realizado la adaptación española. Tal y como explican en su manual:

Las metas del inventario, tanto ahora como entonces, eran evaluar ese tipo de variables cotidianas que usan las personas para comprender, clasificar y predecir su propia conducta y la de los demás. En otras palabras, el CPI intenta medir esos conceptos populares (conceptos que surgen y están enraizados en el inevitable proceso de la vida interpersonal) que se observan en todas las situaciones en que se reúnen personas y se establecen funciones sociales. (Seisdedos-Cubero, 1992, p. 6).

Dentro de dichos conceptos populares se incluye desde 1964 la escala Fe de feminidad. La escala evolucionó desde los 500 ítems sobre el comportamiento político, a 59 de la Escala Fe y posteriormente a 32 de la Escala FM6.

Tanto en la escala Fe inicial, como en la FM actual, un resultado alto implicaba ser femenino y uno bajo ser masculino (Gough, 1987, p. 7). La lectura de las consecuencias de ser femenino siendo hombre o ser masculino siendo mujer, se asociaban a algún tipo de inadaptación social, es decir se problematizaba tal y como hemos visto en los planteamientos del MMPI. A día de hoy, el CPI resulta un instrumento ofertado por Consulting Psychologists Press en su web7 para detectar el liderazgo como rasgo de personalidad dentro del ámbito laboral.

6 Derivas feministas de los test de M/F

A pesar de los diferentes problemas de validez y conceptuales, los test de M/F continuaron, como hemos visto, hasta los setenta. Coincidiendo con una nueva ola feminista, en 1973, Constantinople realizó una seria crítica a sus presupuestos: a la unidimensionalidad de la M/F (es decir, partir de un continuo de masculinidad a feminidad con dos polos opuestos), y su definición circular en términos de diferencias sexuales en las respuestas a los ítems. En esas fechas, Bem propuso su modelo de androginia y su técnica de evaluación, el Bem Sex Role Inventory (BSRI). Los 60 ítems del BSRI se distribuían en 3 escalas (una de masculinidad, otra de feminidad y otra de deseabilidad social) y fueron seleccionados porque discriminaban de manera adecuada sobre lo que era deseable para hombres y mujeres (no sobre lo que diferenciaba significativamente a hombres y mujeres, como ocurría anteriormente).

Por un lado, Bem plantea dos continuos separados, independientes y ortogonales (de mayor a menor feminidad y de mayor a menor masculinidad), donde cada cual independientemente de su sexo se puede ubicar, rompiendo de esa forma la correspondencia prescrita entre sexo biológico asignado y la expresión psicológica de los roles de género. Pero, además, propone como modelo de salud que un individuo puntúe en iguales proporciones de M/F (o la androginia psicológica), rompiendo con la patologización de cruces inesperados sexo/género (las “desviaciones sexuales”) y, sobre todo, con la desvalorización de la feminidad en hombres. “En una sociedad donde la rígida diferenciación de roles sexuales ya ha sobrevivido a su utilidad, quizás la persona andrógina llegue a definir un estándar más humano de salud psicológica” (Bem, 1974, p. 162, traducción propia).

Con Bem se rompen presupuestos sexistas y homófobos en la medición de la M/F. Pasamos de un paradigma que había generado una gran confusión entre lo que era M/F y entre conceptos como la expresión de género, la identidad o la orientación sexual; a otro que planteaba una medida de conformidad con un rol de género determinado. No obstante, el BSRI mantenía las etiquetas dualistas parsonianas del eje instrumental-expresivo, donde lo masculino es caracterizado por la consecución de la agencia-individual orientada al éxito y lo femenino por la mirada al otro-común (Lewin, 1984). Si bien el modelo definía la salud mental en términos de superación de los estereotipos de rol de género, seguía manteniendo ciertos valores asociados a la masculinidad y feminidad, construidos como universales, prescribiendo un modelo de género ideológicamente individualista (Lewin, 1984).

Siguiendo a Bem, se crearon varias escalas similares en los años setenta y ochenta, como el Personal Attributes Questionaire (PAQ) desarrollado por Janet Spence, Robert Helmreich y Joy Stapp (1975). Por motivos de espacio no podemos desarrollar todas8, pero sí señalar que su objetivo ahora es medir la conformidad con los estereotipos de roles de género, siguiendo principalmente la dimensión instrumental-expresiva. Con su desarrollo, se han formulado dos críticas principales a los mismos. El mantenimiento del uso de las categorías de M/F sin reflexionar sobre la necesidad de ese dualismo de género, a pesar de: el reconocimiento de su construcción social, de los solapamientos, la variabilidad interna y la interseccionalidad con otras variables (Unger, 1998). Y la crítica a la bidimensionalidad, defendiendo los test más recientes la existencia de una multidimensionalidad en los constructos (Fernández, Quiroga, Del Olmo y Rodríguez, 2007).

En la actualidad, dentro de la investigación psicológica de género en salud, se han desarrollado diferentes test para investigar la relación entre la conformidad a los roles de género y la salud. Por ejemplo, el Inventario de Conformidad con las Normas de Género Femeninas y su versión masculina, el CFNI y el CMNI (Mahalik et al., 2005). Lo interesante aquí es que la M/F no son entendidas como rasgos de personalidad, sino desde el punto de vista de la conformidad o no con las normas sociales de género e identificando la multidimensionalidad de dicha conformidad. Los problemas surgen cuando solo se aplica el CFNI a mujeres y no a hombres y viceversa (el CMNI solo a hombres y no a mujeres). Además, el CFNI tiene un problema de definición circular: define la feminidad como el grado de conformidad de las mujeres a las normas de género socialmente establecidas. De esta forma, es incapaz de medir feminidades fuera de la norma (por definición son no-feminidades) o detectar feminidades alternativas o cambios en el concepto de feminidad, reactualizaciones con fracturas de la norma, etc.

También ha sido criticada la relación entre un menor bienestar psicológico y una mayor conformidad con las normas de género femeninas (a partir de la aplicación de dicho test). Si la salud mental ha sido medida en función de parámetros masculinos (desde un modelo androcéntrico), es lógico que la conformidad a roles femeninos sea menos saludable que la conformidad a los masculinos. No obstante, los resultados de diferentes investigaciones son contradictorios a este respecto. Como ya señaló Phyllis Chesler (1972), a las mujeres se las ha catalogado de enfermas mentales tanto si se conformaban con la norma de género como si la transgredían. Lo interesante aquí es el análisis diferencial por factores de conformidad femenina y masculina, dada su multidimensionalidad, y cómo influyen de forma positiva o negativa en la salud. Pero, sobre todo, que la pregunta de investigación se centra en qué dimensiones de M/F la “normalidad” de género heterosexual puede ser nociva para la salud. Es decir, cómo la rigidez de género, y no su flexibilidad (antaño “desviación”), afecta a la salud mental.

7 Derivas de diagnóstico y evaluación de género de los test de M/F

También desde el ámbito de la salud, pero con una aplicación muy diferente, se han seguido desarrollando y aplicando diferentes mediciones de la M/F. Nos referimos a su uso como “diagnóstico de género” en los peritajes psicológicos en procesos médicos de transexualidad, y a su aplicación para evaluar el “ajuste psicológico” de género tras la asignación médica de un sexo en personas con condiciones intersexuales.

Respecto a lo primero, y centrándonos en el contexto español, la necesidad de un diagnóstico de “disforia de género” como punto de paso obligado para los trámites administrativos de cambio legal de sexo, ha provocado el desarrollo de diferentes medidas de evaluación de la transexualidad (para discriminarla de lo que no es). La utilización de escalas de M/F (como la escala 5 del MMPI)9 para peritajes de género en estos procesos, parte del error conceptual de confundir la M/F como rasgo de personalidad con la identidad de género (el sentirse hombre o mujer o ambos o ninguno). Su aplicación suele ir acompañada del llamado test o experiencia de la vida real y de diferentes entrevistas de diagnóstico diferencial. Por otro lado, el MMPI ha sido utilizado como instrumento privilegiado para medir si la transexualidad guarda relación o no con diversos trastornos —como depresión, psicosis, trastornos de personalidad— respecto a grupos control.

En 1983, Stanley Althof, Leslie Lothstein, Paul Jones y John Shen afirmaban en su artículo An MMPI Subscale (Gd): To identify males with gender identity conflicts que el MMPI había demostrado ser una buena herramienta para la diagnosis clínica de la disforia de género. Para hacer dicha afirmación se basaban en los estudios en los que se hizo uso del MMPI para: establecer un diagnóstico psiquiátrico, proporcionar un perfil del paciente, analizar las diferencias entre grupos de pacientes con disforia y otros, o analizar las diferencias entre pre y post tratamiento con personas con dicha diagnosis. No obstante, los diagnósticos basados en los resultados de la Escala 5 generaban gran cantidad de falsos positivos, además de presentar una dificultad metodológica al basar la diagnosis en una escala que no había sido creada para tal fin. Por todo ello, estos autores propusieron la creación de una nueva subescala cuyo objetivo principal fuera identificar a los hombres (sic) que tuviesen el síndrome de disforia de género según los parámetros del DSM III (refiriéndose a mujeres transexuales). El instrumento se compuso de 31 ítems derivados de otras escalas del MMPI, de los que 11 son directamente de la Escala 5 y 3 de la Subescala de Paton (1990) para la identificación de homosexuales. Los ítems se estructuraban bajo un diseño trifactorial de identificación con los intereses femeninos estereotípicos, la negación de los intereses masculinos y la demostración de una buena salud física y mental. Además de la utilidad discriminatoria, los autores enfatizan su utilidad pragmática porque “los pacientes disfóricos tienden a distorsionar sus problemas y presentarse en la mejor luz posible para ser vistos como candidatos aceptables para el tratamiento quirúrgico u hormonal” (1983, p. 47, traducción propia). Es decir, que la subescala Gd10 se plantea como instrumento para permitir el acceso a tratamiento detectando posibles “engaños”.

Desde perspectivas críticas se ha denunciado no solo la patologización de la transexualidad y el papel de los psicólogos como “diagnosticadores” de la identidad de género, sino también sus presupuestos que entienden el sexo sentido como algo necesariamente dualista (como hombre o mujer), que se fija de forma irreversible en los primeros años de vida y unido todavía a la M/F como rasgos psicológicos o papeles de género expresados (García-Dauder, 2018). El criterio de “normalidad transexual” sigue estando en la concordancia entre lo psicológico-identidad y lo público-expresión, así como en el rechazo del propio cuerpo y un deseo de modificarlo.

Por otro lado, se han desarrollado diferentes medidas de identidad de género, rol de género y orientación sexual utilizadas en la evaluación de otro tipo de “población clínica” (en palabras de los autores que las utilizan): no solo niños y adultos con “disforia de género”, sino con alguna condición intersexual. En bebés cuyo sexo no está claro (debido a una no alineación dualista de algunos de sus componentes, cromosómico, hormonal, gonadal, genital, etc.) son utilizadas estas mediciones para evaluar el ajuste psicológico con el sexo asignado. También aquí, el éxito del diagnóstico del sexo se mide en términos no solo de identidad de género o sexo sentido, sino también de rol de género y orientación sexual. En este caso, el desarrollo de género en niños y adolescentes con variaciones intersexuales se ha medido fundamentalmente a partir de estilos de juego, orientación sexual e identidad de género. En este sentido, Kenneth Zucker (2005) ha recopilado los diferentes instrumentos que se han desarrollado para medir la diferenciación psicosexual. Pero, como ha señalado Lih-Mei Liao (2005), al menos en el contexto de la intersexualidad, el conocimiento sobre la M/F derivado de la investigación psicológica no ha ido más allá de lo que Constantinople refería como “discurso común”. En estos casos, además, la psicología actúa de forma cómplice con la “corrección” de la diversidad de los cuerpos sexuados. Ante bebés con anatomías genitales que no responden a lo esperado dentro de las normas dualistas de los cuerpos sexuados, se asigna el sexo más probable y se aplican cirugías de normalización irreversibles (con el argumento de que la alineación sexo asignado-cuerpo tecnológicamente sexuado repercutirá en la salud psicológica del menor). La psicología no actúa acompañando a los padres con la diferencia, sino una vez la cirugía ya ha hecho su trabajo normalizador, con el fin de asegurarse el ajuste psicológico como medida de éxito de los tratamientos (Cabral, 2009; Fausto-Sterling, 2006; Kessler, 1998).

8 Conclusiones

Como han aportado las epistemologías feministas, lejos de verdades universales, descontextualizadas y neutras, la objetividad en la ciencia se traduce en términos de conocimientos situados y responsables (Haraway, 1995). Ciencia y sociedad se co-producen y co-constituyen mutuamente (Harding, 2015).

Con este texto hemos querido hacer un recorrido por la creación y uso de los test de M/F como tecnologías de género (De Lauretis, 1991). Para De Lauretis, el género es una representación de una relación que confiere significado a los individuos (una posición dentro de una jerarquía) y está construido mediante diferentes tecnologías sociales, entre las que se encontrarían las epistemologías. Por eso, los discursos psicológicos en torno a la diferencia sexual y sus instrumentos son tecnologías de género, al representar y medir construyen género, y contribuyen a la traducción cultural del sexo en género y a la asimetría entre hombres y mujeres. Tecnologías de género con efectos performativos (Butler, 2007): producen individuos concretos como hombres y mujeres, masculinos y femeninos, construyen diferencia sexual y a través de su lenguaje psicológico tienen efectos subjetivos. En definitiva, crean estereotipos de género y contribuyen con ello a prescribir conductas y papeles rígidos para hombres y mujeres que mantienen la división sexual del trabajo y los dualismos.

Al igual que con otras tecnologías, con estos instrumentos de medición podemos analizar “cómo una tecnología dada construye la representación de género y cómo cada individuo enfrentado con la misma la asimila subjetivamente” (De Lauretis, 1991, p. 48). Analizar dicha construcción en diferentes momentos en los que la psicología como disciplina y el movimiento feminista parecen ser interlocutores históricos: desde los orígenes de los test ligados a la medición de las diferencias entre los sexos (como argumentos para frenar la educación de las mujeres promovida por el feminismo de la primera ola); pasando por su uso en la identificación de desviaciones sexuales en la década de los 50 (en un momento post-bélico donde era necesario reforzar la masculinidad de los varones y la feminidad de las mujeres y controlar las desviaciones de su deseo); la representación de la bidimensionalidad de la M/F con la incorporación de las psicólogas feministas al debate impulsadas por la segunda ola del feminismo, la distinción conceptual sexo/género y la crítica a la conceptualización de la M/F como rasgos y no como producto de las relaciones de poder; hasta su uso actual con población trans e intersex o de conformidad con los roles de género y su relación con la salud (en un momento donde se están cuestionando las violencias de los dualismos de sexo/género/deseo y la propia construcción del sexo como dualismo natural).

Si bien se han realizado correcciones a muchos de los supuestos de los que partieron sus creadores, la crítica a la unidimensionalidad y bipolaridad del constructo, así como del sustrato biológico subyacente; tras décadas de investigaciones, se han reificado hasta tal punto los conceptos de masculinidad y feminidad que en ningún momento se pone en tela de juicio su existencia (y su consistencia) como entidades reales (dependientes por otro lado de las definiciones de género), ni se analizan los factores histórico-sociales que dieron pié a la creación de ambos constructos y a los cambios en sus definiciones y operativizaciones.

Como señaló Miriam Lewin (1984), el fallo en los test de M/F no es un problema metodológico, sino de confusión conceptual. Con las investigaciones y mediciones analizadas, se tiene la impresión de que, al final, la M/F termina siendo lo que miden los test de M/F. De que, al igual que pasó con la inteligencia, al medirlo se fabrica o se construye el objeto de estudio. De que la M/F son categorías vacías por excesivamente llenas en su uso común, y que los test contribuyen a su fabricación aplicando un filtro dualista a toda la diversidad de expresiones de género.

Constantinople instaba a los psicólogos a re-evaluar la utilidad de la M/F como constructo hipotético “porque sus referentes varían tanto que añaden poco a nuestra comprensión de la conducta” (1973, p. 390, traducción propia). En nuestras sociedades, las tipologías de M/F son cada vez más cambiantes y difusas. Marcela Lagarde (1993) habla de “sincretismo de género”, la coexistencia de diferentes culturas de género (antiguas y modernas, por ejemplo, respecto a la sexualidad o los roles) que pueden crear situaciones de contradicción, conflictos o paradojas subjetivas. Resulta difícil pensar cómo un test con medidas fijas puede medir esta actual complejidad, contradicción y dinamismo de las relaciones de género. Y quizá esa es la clave, que la medición es individual (el género como rasgo) y no relacional (los test no miden relaciones de género y mucho menos relaciones de poder) y olvida que el género está subjetiva y culturalmente situado.

No se trata tanto de abandonar la investigación empírica sobre la M/F, obviamente son constructos de sentido común útiles a la gente. Pero más que tratarlas como sustancias o entidades, como si ciertas conductas fueran intrínsecamente masculinas o femeninas, la investigación psicosocial podría analizar cómo varían entre las personas, relaciones, situaciones o contextos. Quizá sea necesario comenzar a hablar de diferentes tipos de feminidades o masculinidades, como hace Sara Velasco (2009): tradicionales, modernas o en transición (no solo diferentes componentes). O bien, como señaló Lewin (1984), tomar los propios test como pruebas proyectivas en sí mismas para analizar los miedos y valores de cada época.

9 Anexos

9.1 Anexo A. Comparación del MMPI con el AIAT y la evolución de las versiones MMPI-2, MMPI-A y MMPI-RF

Ítems de diferentes versiones de la escala MMPI Ítems de la escala AIAT
Me gustan las revistas de mecánica. *i *a *b *c ¿Te gusta o disgusta la mecánica de automóviles? *d
Creo que me gustaría el trabajo de bibliotecario. *i *a *c Elige si te gusta el trabajo como bibliotecario.
Cuando acepto un nuevo empleo me gusta que se me indique, confidencialmente, a quién debo halagar. *i *a -
Me gustaría ser cantante. *i *a *c Elige si te gusta el trabajo como cantante.
Cuando estoy en dificultades o problemas creo que lo mejor es callarme. *i *a *b ¿La gente dice que hablas mucho? *d
Cuando alguien me hace una faena siento deseos de devolvérsela, si me es posible; y esto, por cuestión de principios. *i *a *b -
A menudo he deseado ser mujer (o si usted es mujer) nunca me ha pesado ser mujer. *i *a *b ¿Te disgusta la compañía del sexo opuesto? *d
Mis sentimientos no son heridos fácilmente. *i *a *b -
Me gusta leer novelas de amor. *i *a *b ¿Te gustan o disgustan las historias de amor? *d
Me gusta la poesía. *i *a *b *c ¿Te gusta o te disgusta la poesía?
A veces hago rabiar (jugando) a los animales. *i *a *b La caza y la pesca están equivocadas porque son crueles. *d
Creo que me gustaría trabajar de guardabosques. *i *a *b *c Elige si te gusta el trabajo como guardabosques.
Me gustaría ser un florista. *i *a *c Elige si te gusta el trabajo como florista.
Cuesta mucho trabajo convencer a la mayoría de la gente de verdad. *i *a -
Me gustaría ser enfermero. *i *a *b Elige si te gusta el trabajo como enfermero.
Me gusta asistir a reuniones o fiestas animadas y alegres. *i *a *b ¿Te gusta ir a fiestas, bailes y otros eventos sociales?
Me divierte más el juego o una partida cuando apuesto. *i *a *b -
La mayoría de la gente es honrada por temor a ser descubierta. *i *a *b -
Mis modales en la mesa no son tan correctos en mi casa como cuando salgo a comer fuera. *i *a *b -
Me gustan los dramas. *i *a *c ¿Te gusta o te disgusta la dramatización?
Me gusta coger flores o cultivar plantas en casa. *i *a *b ¿Te gusta o te disgusta recoger flores?
Frecuentemente encuentro necesario defender lo que es justo. *i *a *b ¿Ha sido a menudo castigado injustamente? / Es más importante ser justo que creer en Dios. *d
Nunca me he entregado a prácticas sexuales fuera de lo común. *i *a -
A veces mis pensamientos han ido más deprisa y por delante de mis palabras. *i *a *b ¿Piensas algo cuidadosamente antes de hacerlo?
Me gusta cocinar. *i *a *b ¿Te gusta o te disgusta cocinar?
Creo que existe otra vida después de ésta. *i *a *b Hay una prueba plena de la continuidad de la vida después de la muerte.
Me gustaría ser militar. *i *a *b *c Elige si te gusta el trabajo como militar.
Solía llevar un diario personal. *i *a *b ¿Alguna vez has llevado un diario?
Las serpientes me dan mucho miedo. *i *a *b Me dan miedo las serpientes.
Me preocupan los temas sexuales. *i *a *b -
Mis manos no se han vuelto torpes ni he perdido habilidad. *i *a *b -
Muy pocas veces sueño despierto. *i *a ¿Alguna vez te has imaginado historias de ti mismo olvidando dónde estás? *d
Si fuera periodista me gustaría mucho escribir sobre teatro. *i *a *c Supón que eres periodista ¿te gustaría escribir sobre teatro?
Me gustaría ser un periodista. *i *a *c Elige si te gusta el trabajo como periodista
Cuando camino evito cuidadosamente pisar las rayas o grietas de la acera. *i *a *b -
Nunca he tenido erupciones en la piel que me hayan preocupado. *i *a -
Frecuentemente me encuentro preocupado por algo. *i *a *b ¿Te preocupan mucho las posibles desgracias?
Creo que me gustaría el trabajo de contratista de obras. *i *a *b *c Elige si te gusta el trabajo como contratista de obras.
Me gusta la ciencia. *i *a *b ¿Te gusta o te disgusta la química?
Me gusta mucho cazar. *i *a *b *c ¿Te gusta o te disgusta cazar?
Alguno de mis familiares tiene costumbres que me molestan y me irritan muchísimo. *i *a *b -
Me gustaría pertenecer a varios clubes o asociaciones. *i *a -
Me gusta hablar sobre temas sexuales. *i *a *b -
He sufrido desengaños amorosos. *i *a *b -
Me gusta estar en un grupo en el que se gastan bromas unos a otros. *i *a *b Me gusta o disgusta ser el blanco de una broma *d
En el colegio me costaba aprender. *i *a *b ¿De pequeño eras extremadamente desobediente? *d
Si fuera artista me gustaría dibujar flores. *i *a Supón que eres artista ¿te gustaría dibujar flores?
No me preocupa tener mejor apariencia física. *i *a *b Me gustan o disgustan los cuellos y orejas sucias *d
Soy una persona plenamente segura de mí misma. *i *a *b ¿Habitualmente te sientes bien y fuerte? *d
A menudo me ha dado la sensación de que gente extraña me estaba mirando con ojos críticos. *i *a *b ¿Te enfada que la gente te apure? *d
La mayor parte de la gente hace amigos porque es probable que le sean útiles. *i *a *b -
De vez en cuando siento odio hacia familiares que normalmente quiero. *i *a *b ¿Te gusta la mayoría de la gente que conoces? *d
Si fuera periodista me gustaría mucho hacer reportajes sobre deportes. *i *a *b *c Supón que eres periodista ¿te gustaría escribir sobre deportes?
Me gustaría no ser perturbado por pensamientos sexuales. *i *a *b -
Creo que mi sensibilidad es más intensa que la de la mayoría de la gente. *i *a *b ¿Con frecuencia introspecciona o analiza sus sentimientos? *d
En ningún momento de mi vida me ha gustado jugar con las muñecas. *i *a *b ¿Te gusta o te disgusta jugar a las muñecas?
Me gusta jugar a las prendas. *i

¿Estas extremadamente preocupado por la manera de vestir?

¿Te gustaría llevar vestidos caros? *d

Creo que existen el diablo y el infierno en la otra vida. *i -
El cuento “Alicia en el país de las maravillas” me gustó. *i ¿Has leído…? *d
Me gustaría ser piloto de competiciones automovilísticas. *c ¿Me gustaría ser corredor de automóviles?
Me gusta reparar las cerraduras de las puertas. *c ¿Te gusta o te disgusta reparar la cerradura de una puerta?
Realmente me gustan los deportes bruscos (como el rugby o el fútbol). *c ¿Te gustan las páginas de deportes? *d
Nota:
(*i): Ítems de la Escala 5 Mf del MMPI (Hathaway y McKinley, 1942/ traducción versión Seisdedos-Cubero, 1970).
(*a): Ítems de la Escala 5 en el MMPI-2 (Butcher et al., 1989, 2001/ traducción versión Ávila-Espada y Jiménez-Gómez, 1996).
(*b): Ítems de la Escala 5 Mf en el MMPI-A (Butcher et al., 1992/ traducción versión Ávila-Espada y Jiménez-Gómez, 1997)
(*c): Ítems de la Escala AES y MEC del MMPI-2 RF (Ben-Porath y Tellegen, 2008/ traducción versión Santamaría 2009)

(*d): Ítems del AIAT, de los ejercicios 5,6 y 7 (Terman y Miles, 1936/ traducción propia) de coincidencia con el MMPI / o que abordan temas similares pero que no coinciden de forma literal.

9.2 Anexo B. Comparación del CPI con el AIAT, el MMPI, MMPI-2; MMPI-A y el MMPI 2-RF

Ítems del CPI de la Escala FM
Me gustan las revistas de mecánica. *d *i *a *b *c
Pienso que me gustaría el trabajo de mecánico en un taller de automóviles. *d *i2 *a2 *b2 *c2
Creo que me gustaría el trabajo de bibliotecario. *d *i *a *c
Me gustaría ser enfermero. *d *i *a
Me gustaría ser soldado. *d *i *a *b *c
Quiero ser una persona importante en la comunidad.
Debo admitir que me entra algo de miedo cuando viajo a un lugar extraño.
Estoy bastante seguro de saber solucionar los problemas internacionales que tenemos actualmente.
Si al hacer una compra recibo mucho dinero suelto, no lo acepto y lo devuelvo siempre.
Pienso que me gustaría trabajar como contratista en la construcción. *d *i *a *b *c
Me gusta mucho cazar. *d *i *a *b *c
Me gusta estar con personas que se gastan bromas mutuamente. *d *i *a *b
Tengo que admitir que me gusta gastar bromas a la gente. *d *i2 *a2 *b2
En el colegio, algunas veces fui enviado al director a causa de mis travesuras. *d *i2 *a2 *b2
Me pongo muy tenso y ansioso cuando pienso que los otros me desaprueban. *d *i2 *a2 *b2
Me entusiasmo muy fácilmente. *i2 *a2 *b2
Creo que me gustaría el trabajo de diseñar ropa de vestir. *d *i2
Creo que me gustaría mucho conducir un coche de competición. *d *c
A veces siento deseos de liarme a puñetazos con alguien. *d
En ocasiones tengo el mismo sueño una y otra vez. *d
Me da algo de miedo la oscuridad. *d
Algunas veces siento que me voy a desmoronar (estoy al borde de una crisis). *d
Me irrito bastante cuando veo que alguien escupe en la acera.
Prefiero una ducha a un baño.
Me asusta mucho el pensamiento de verme en un accidente de automóvil.
Los vendavales me aterrorizan.
Creo que soy más estricto que la mayoría sobre lo correcto y lo incorrecto.
Pienso que, si yo estuviera en su puesto lo haría mejor que otros políticos.
Me inclino a tomar las cosas en serio.
De vez en cuando me gusta alardear de mis resultados.
Estoy bastante seguro de saber solucionar los problemas internacionales que tenemos actualmente.
Me gustan más las historias de aventuras que las románticas.
Nota: Traducción versión del CPI de Seisdedos-Cubero (1992).
(*i): Ítems del CPI de la Escala FM y coincidencias con la Escala 5 Mf del MMPI.
(*i2): Ítems del CPI de la Escala parecidos con la Escala 5 Mf del MMPI.
(*a): Ítems del CPI de la Escala FM y coincidencias con la Escala 5 en el MMPI-2.
(*a2): Ítems del CPI de la Escala FM parecidos con la Escala 5 en el MMPI-2.
(*b): Ítems del CPI de la Escala FM y coincidencias con la Escala 5 Mf en el MMPI-A.
(*b2): Ítems del CPI de la Escala FM y parecidos con la Escala 5 Mf en el MMPI-A.
(*c): Ítems del CPI de la Escala FM y coincidencias con la Escala AES y MEC del MMPI-2 RF.
(*c2): Ítems del CPI de la Escala FM y parecidos con la Escala AES y MEC del MMPI-2 RF.
(*d): Ítems del CPI de la Escala FM parecidos con el AIAT.

9.3 Anexo C. Ítems de la subescala Gd del MMPI

Ítems de la subescala Gd
Me gustan las revistas de mecánica.
Mi juicio es mejor de lo que nunca fue.
Me atraen mucho las personas de mi propio sexo.
Soy una persona importante.
A menudo he deseado ser una chica.
Disfruto de la lectura de historias de amor.
Me gustaría ser enfermera.
Tengo pocos o ningún problema con mis músculos al moverme o saltar.
Mi tono de habla es el mismo de siempre (no más rápido o más lento, con o sin ronquera).
A menudo no puedo entender por qué he estado tan enfadada y gruñona.
Me gusta coleccionar flores o cultivar plantas de la casa.
Me gusta cocinar.
Durante los últimos años he estado bien la mayor parte del tiempo.
Nunca me he sentido mejor en mi vida que ahora.
Hay algo mal en mi mente.
No he tenido dificultad en mantener el equilibrio al caminar.
Si yo fuera periodista me gustaría mucho informar sobre noticias de teatro.
Creo que me gustaría el trabajo de un contratista de construcción.
Creo que no estoy más nervioso que la mayoría de los demás.
Tengo poco o ningún dolor.
Si yo fuera periodista me gustaría mucho informar sobre noticias de deportes.
Nunca hubo un momento en mi vida en que me gustase jugar con muñecas.
Me gusta o me ha gustado mucho pescar.
Me atraen las personas del sexo opuesto.
Me pone nervioso tener que esperar.
Me gustaba la rayuela.
He tenido períodos en los que me sentía tan lleno de ánimo que no dormía durante días.
Creo que me gustaría el trabajo de una modista.
Me siento cansado una buena parte del tiempo.
Me gustaría ser secretaria privada.
Me gustan más las historias de aventuras que las románticas.
Nota: Traducción propia.

10 Referencias

Avila-Espada, Alejandro & Jiménez-Gómez, Fernando (1996). The Castilian version of the MMPI-2 in Spain: Development, adaptation, and psychometric properties. In James Butcher (Ed.), International adaptations of the MMPI-2: Research and clinical applications (pp. 305-325). Minneapolis: University of Minnesota Press.

Avila-Espada, Alejandro & Jiménez-Gómez, Fernando (1997). MMPI-A manual para investigación (adaptación española). Salamanca: Laboratorio de Psicología Clínica y Psicodiagnóstico, Universidad de Salamanca.

Althof, Stanley; Lothstein, Leslie; Jones, Paul & Shen, John (1983). An MMPI subscale (Gd): to identify males with gender identity conflicts. Journal of Personality Assessment47(1), 42-49. https://doi.org/dr3cr3

Bem, Sandra (1974). The measurement of psychological androgyny. Journal of consulting and clinical psychology42(2), 155-162. https://doi.org/cnd

Ben-Porath, Yossef & Tellegen, Auke (2008). MMPI-2 RF: Minesota Multiphasic Personality Inventory-2 Restructured Form. Minneapolis: University of Minnesota Press

Butcher, James; Dahlstrom, Grant; Graham, John; Tellegen, Auke & Kaemmer, Beverly (1989). Manual for administration and scoring, MMPI-2. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Butcher, James; Williams, Carolyn; Graham, John; Archer, Robert; Tellegen, Auke; Ben-Porath, Yossef & Kaemmer, Beverly (1992). MMPI-A (Minnesota Multiphasic Personality Inventory-Adolescent): Manual for administration, scoring, and interpretation. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Butcher, James; Graham, John; Ben-Porath, Yossef; Tellegen, Auke; Dahlstrom, Grant & Kaemmer, Beverly (2001). MMPI-2: Manual for administration, scoring, and interpretation, revised edition. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Butler, Judith (2007). El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós.

Cabral, Mauro (Ed.) (2009). Interdicciones. Escrituras de la intersexualidad en castellano. Córdoba: Anarrés ed.-Mulabi.

Chesler, Phyllis (1972). Women and Madness. New York: Doubleday.

Constantinople, Anne (1973). Masculinity-femininity: An exception to a famous dictum? Psychological bulletin80(5), 389-407. https://doi.org/fqgkzv

Danziger, Kurt (1979). The Social Origins of Modern Psychology. En Allan Buss (Ed.), Psychology in Social Context (pp. 27-45). New York: Irvington.

Danziger, Kurt (1985). The Origins of the Psychological Experiment as a Social Institution. American Psychologist, 40(2), 133-140. https://doi.org/ffxnsn

Danziger, Kurt (1990). Constructing the Subject: Historical Origins of Psychological Research. Cambridge: Cambridge University Press.

De Lauretis, Teresa (1991). Diferencias: etapas de un camino a través del feminismo. Madrid: Horas y horas.

Fausto-Sterling, Anne (2006). Cuerpos sexuados. Barcelona: Melusina.

Fernández, Juan; Quiroga, Mª Ángeles; Del Olmo, Isabel & Rodríguez, Antonio (2007). Escalas de masculinidad y feminidad: estado actual de la cuestión. Psicothema19(3), 357-365.

Franck, Kate & Rosen, Ephraim (1949). A projective test of masculinity-femininity. Journal of Consulting Psychology13(4), 247-256.

García-Dauder, Silvia (2005). Psicología y Feminismo. Historia olvidada de mujeres pioneras en Psicología. Madrid: Narcea.

García-Dauder, Dau (2018). Pedagogías de la diversidad en salud. Diálogos entre activismos trans e intersex y disciplinas psi. En M. Teresa Climent & Marta Carmona (Coord.), Transpsiquiatría. Abordajes queer en salud mental (pp. 100-142). Madrid: AEN.

González García, Marta (1993). El conductismo watsoniano y la polémica herencia-ambiente. Psicothema, 5(1), 111-123.

Gough, Harrison (1952). Identifying psychological femininity. Educational and Psychological Measurement12(3), 427-439. https://doi.org/dshhnb

Gough, Harrison (1987). California Psychological Inventory (CPI). Sunnyvale: Consulting Psychologists Press.

Guilford, Joy & Guilford, Ruth (1936). Personality factors S, E, and M, and their measurement. The Journal of Psychology2(1), 109-127. https://doi.org/bf3sz9

Hathaway, Starke (1956). Scales 5 (masculinity-femininity), 6 (paranoia), and 8 (schizophrenia). En George Welsh & Grant Dahlstrom (Eds.), Basic readings on the MMPI in psychology and medicine (pp. 104-111). Minneapolis: University of Minnesota Press.

Hathaway, Starke & McKinley, John (1942). The Minnesota Multiphasic Personality Inventory: Manual. New York: Psychological Corporations.

Hathaway, Starke & McKinley, John (1967). The Minnesota Multiphasic Personality Inventory: Manual. New York: Psychological Corporations.

Haraway, Donna (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Madrid: Cátedra.

Harding, Sandra (2015). Objectivity and diversity: Another logic of scientific research. Chicago: University of Chicago Press.

Herman, Ellen (1995). The romance of American Psychology. Berkeley: University of California Press.

Hollingworth, Leta Stteter (1918). General Reviews and Summaries. Comparison of the Sexes in Mental Traits. The Psychological Bulletin, 15(12), 427-432.

Kessler, Suzanne (1998). Lessons from the Intersexed. London: Rutgers Univ.Press.

Lagarde, Marcela (1993). Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas. Madrid: Horas y horas.

Lewin, Miriam (Ed.) (1984). In the Shadow of the Past: Psychology Portrays the Sexes. New York: Columbia University Press.

Liao, Lih-Mei (2005). III. Reflections on ‘Masculinity-Femininity’ based on Psychological Research and Practice in Intersex. Feminism & Psychology15(4), 424-430. https://doi.org/bbt2d3

Mahalik, James; Morray, Elisabeth; Coonerty-Femiano, Aimée; Ludlow, Larry; Slattery, Suzanne & Smiler, Andrew (2005). Development of the conformity to feminine norms inventory. Sex Roles52(7-8), 417-435. https://doi.org/b6d48t

Martin, Hale & Finn, Stephen (2010). Masculinity and Femininity in the MMPI-2 and MMPI-A. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Marano, Florencia (Director). (2009). Test de la vida real [Documentary]. XTVL/SF.

Morawski, Jill (1985). The measurement of masculinity and femininity: Engendering categorical realities. Journal of Personality, 53(2), 196-223. https://doi.org/b63mqt

Morawski, Jill (1988). Impossible Experiments and Practical Constructions. En Jill Morawski (Ed.), The Rise of Experimentation in American Psychology (pp. 72-93). New Haven: Yale University Press.

Nichols, David (2001). Claves para la evaluación con el MMPI-2. Madrid: TEA Ediciones.

Peterson, Cynthia & Dahlstrom, Grant (1992). The derivation of gender-role scales GM and GF for MMPI-2 and their relationship to Scale 5 (Mf). Journal of Personality Assessment59(3), 486-499. https://doi.org/bn5ffs

Samelson, Franz (1979). Putting Psychology on the Map: Ideology and Intelligence Testing. En Allan Buss (Ed.), Psychology in Social Context (pp. 103-169). Nueva York: Irvington.

Santamaría, Pablo (2009). MMPI-2-RF. Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota-2 Reestructurado. Madrid: TEA Ediciones.

Scarborough, Elizabeth & Furumoto, Laurel (1987). Untold Lives: The First Generation of American Women Psychologists. Nueva York: Columbia University Press.

Sebastián, Julia (1990a). Las escalas de masculinidad y feminidad: presupuestos subyacentes al modelo clásico y actual. Primera parte: El modelo clásico. Evaluación Psicológica, 6(2), 133-153.

Sebastián, Julia (1990b). Las escalas de masculinidad y feminidad: presupuestos subyacentes al modelo clásico y actual. Segunda parte: El modelo actual. Evaluación Psicológica, 6(3), 327-367.

Seisdedos-Cubero, Nicolás (1970). Adaptación del Cuestionario de Personalidad MMPI: Estudio de la forma R en la selección profesional. Revista de Psicología General Aplicada, 25(105/106), 825-828.

Seisdedos-Cubero, Nicolás (1992). CPI, inventario psicológico de California (adaptación española). TEA Ediciones.

Shields, Stephanie A. (1975). Functionalism, Darwinism, and the Psychology of Women. A Study in Social Myth. American Psychologist, 30, 739-754.

Spence, Janet; Helmreich, Robert & Stapp, Joy (1975). Ratings of self and peers on sex role attributes and their relation to self-esteem and conceptions of masculinity and femininity. Journal of personality and social psychology32(1), 29-39. https://doi.org/dnz82s

Strong, Edward (1936). Interests of men and women. The journal of social psychology7(1), 49-67.

Terman, Lewis & Miles, Catherine (1936). Sex and Personality. Studies in Masculinity and Femininity. New York: McGraw-Hill.

Unger, Rhoda (1998). Resisting Gender. Twenty-five years of Feminist Psychology. London: Sage.

Velasco, Sara (2009). Sexo, género y salud. Minerva: Madrid.

Zucker, Kenneth (2005). Measurement of psychosexual differentiation. Archives of sexual behavior34(4), 375-388. https://doi.org/ftxffk