¿Puede la economía estar hecha de creencias y deseos? Recuperando los aportes de Gabriel Tarde a la sociología económica

Can the economy be made of beliefs and desires? Recovering Gabriel Tarde’s contributions to economic sociology

  • Ana Belén Blanco
  • María Soledad Sánchez
Luego de un siglo de olvido, la obra de Gabriel Tarde, ha vuelto a ser hoy objeto de apropiaciones y debates. Sin embargo, a pesar de sus vastas reflexiones sobre la economía, aún sigue siendo una referencia marginal en el campo de los denominados estudios sociales de la economía. Es por ello que, a partir de una revisión sistemática del corpus tardeano, buscamos reflexionar sobre las herramientas heurísticas que su perspectiva microsociológica ofrece para la comprensión de los procesos económicos. Entendemos que la radical crítica tardeana a las formas puramente utilitarias de comprensión de la vida económica —desplegada en la premisa de que son asociaciones móviles de creencias y de deseos las que constituyen la materia misma de los procesos, objetos y sujetos entendidos como económicos—, puede contribuir al desarrollo de los actuales interrogantes y agendas de investigación de la sociología económica, que nos propondremos recuperar.
    Palabras clave:
  • Gabriel Tarde
  • Creencias
  • Sociología Económica
Gabriel Tarde´s production — forgotten for many years by the mainstream sociological theory — has today become the subject of new appropriations and debates. In spite of his vast considerations about economic processes, the references to his work are still marginal in the economic sociology. The aim of this article is to contribute to the recovery of the microsociological perspective inaugurated by Gabriel Tarde for the understanding of economic phenomena and dynamics. We consider that Tarde´s radical critique of purely utilitarian perspectives about economic life — made explicit on the premise that the materiality of economic processes, objects and subjects is constituted by mobile compositions between vectors of beliefs and desires — may contribute to renew and expand actual research questions and agendas of economic sociology.
    Keywords:
  • Gabriel Tarde
  • Beliefs
  • Economic Sociology

1 Introducción

La sociología económica asiste, desde hace más de cuatro décadas, a una potente renovación conceptual que disputa críticamente la hegemonía de la teoría económica mainstream sobre la explicación de los procesos, objetos y sujetos entendidos como económicos. Hacia los años setenta, el resquebrajamiento de la distribución disciplinar entre aquellos objetos estrictamente sociológicos y aquellos estrictamente económicos implícita en la Pax Parsoniana, abre el camino a la reflexión de sociólogos y antropólogos sobre la vida económica, con el horizonte de producir tanto nuevos paradigmas interpretativos como estrategias metodológicas para su abordaje. Esta tarea adquiere con el curso de los años el carácter de una empresa programática y reflexiva en torno a la mirada de la teoría social sobre la economía, cuyos prolíficos desarrollos se observan actualmente en las academias anglosajonas y francesa pero también latinoamericanas, mostrando especial interés en el abordaje de procesos contemporáneos (Heredia y Roig, 2008).

En el marco de la revitalización de este campo de estudios, los cientistas sociales contemporáneos han revisitado e incorporado crecientemente el trabajo de autores clásicos como Émile Durkheim, François Simiand, Georg Simmel y Marcel Mauss para analizar fenómenos y dinámicas económicas actuales. Sin embargo, las recuperaciones de los aportes de Gabriel Tarde (1843-1904) continúan siendo exiguas y/o marginales. Cuestión que resulta comprensible si se atiende al olvido (cuando no descrédito) que rodeó su obra prácticamente por un siglo, opacada por la consolidación del proyecto sociológico de cuño durkheimiano. Si bien Tarde supo gozar de un amplio reconocimiento en tiempos de emergencia y consolidación de la sociología como disciplina científica autónoma en Francia, su figura y su obra quedaron, luego de su muerte, en la periferia de la teoría sociológica, sumidas en las críticas que lo tildaban tanto de psicologista como de individualista metodológico (Bouglé, 1905).

En los últimos años, este olvido ha sido, en parte, revertido. Desde fines de los sesenta, y con una notable intensidad a partir del año 1999 (cuando se re-publican gran parte de sus textos), asistimos a un retorno a la escena teórica de la figura de Tarde, una creciente recuperación de su perspectiva analítica y una renovación de los debates en torno a sus desarrollos. Esta revitalización llega de la mano de Gilles Deleuze (1969/2009; 1970/2008) y, tiempo después, de Deleuze y Félix Guattari (1980/2002), quienes identifican a Tarde como el pionero de una perspectiva microsociológica que, en lugar de tomar como punto de partida a los individuos y/o a la sociedad —en tanto entidades dadas a priori—, reconoce como su unidad de análisis a las corrientes de creencias y de deseos que se producen en y entre los individuos. Desde esta clave de lectura, la sociología tardeana se orientaría a la cartografía de los movimientos de flujos transindividuales que producen tanto a las unidades sociales como a las subjetivas. Una perspectiva que describe a grupos e individuos como efectos, resultados socio-históricamente situados de asociaciones de creencias y deseos que, en su constante fluir, los conforman y siempre exceden (Tonkonoff, 2011, 2017).

Con todo, esta recuperación de la perspectiva tardeana es un trabajo en proceso: aún no se han explorado en profundidad las variadas aristas de su producción, ni explotado en extenso las claves analíticas que nos ofrece para la problematización sociológica actual. Llama la atención que, a pesar de su pertenencia disciplinar, la recuperación de su obra haya sido promovida en y, en gran parte, quedado limitada al campo de la teoría filosófica (Alliez, 1999; Milet, 1970; Schérer, 2001; Zourabichvili, 2003). Es recién en los últimos años que asistimos a una creciente incorporación del lenguaje tardeano para la reflexión e investigación en ciencias sociales (Joseph, 1988; Latour, 2013; Latour y Lépinay, 2009; Lazzarato, 2010; Tonkonoff, 2014, 2016, 2017).

Atendiendo a esta vacancia relativa, el objetivo del presente artículo es aportar a la caracterización de las herramientas heurísticas que la perspectiva microsociológica tardeana ofrece para el estudio de los fenómenos y procesos económicos. Y esto puesto que consideramos que en sus textos pueden identificarse un conjunto de lineamientos teóricos que contribuyen a la comprensión de los procesos económicos desde una óptica novedosa, atenta a la combinación de flujos de creencias y de deseos que se extienden microfísicamente, dando forma a tejidos socioeconómicos (en los que productos, valores, capitales, técnicas, conocimientos, agentes, monedas son vistos como resultados de su composición). Una economía que ya no se explica por puras racionalidades y/o cálculos instrumentales, tampoco por grandes estructuras o modos de producción, sino por composiciones de ideas, pasiones y opiniones que, configurando los modos de re-producción de la vida social, establecen las formas en las que evaluamos y valorizamos las cosas y a las personas. Se trata de aportar a la recuperación del legado tardeano para re-pensar nuestro presente, reparando en sus intuiciones, traduciendo o movilizando críticamente su arsenal categorial, para colaborar con la ampliación de las actuales agendas de investigación de la sociología económica.

2 Una economía de creencias y deseos

Las instituciones, procesos y prácticas económicas constituyen, sin duda, problemas fundantes de la disciplina sociológica desde su período clásico. Los desarrollos de Marx, Durkheim, Weber y Simmel —gestados a la luz de la revolución industrial, de la expansión de los mercados y de la irrupción del dinero como equivalente de intercambio generalizado— evidencian la preocupación de la naciente disciplina por explicar las grandes transformaciones que inauguran la sociedad propiamente moderna y de sus efectos sobre los lazos sociales. En ese sentido, el pensamiento de Tarde no es una excepción en relación a la imaginación sociológica que caracterizó a sus contemporáneos.

Psicología Económica, libro publicado en Francia en 1902 —inédito en español— fue la gran obra tardeana (dos tomos que superan las 800 páginas) dedicada a la construcción de una perspectiva microsociológica sobre los fenómenos económicos. Fuertemente crítica de los sentidos mainstream de su tiempo, Psicología Económica repara en la cooperación intersubjetiva como condición para la producción de las innovaciones técnicas, comerciales y financieras que reconfiguraban la vida colectiva a comienzos del siglo XX. Empero, la mayor riqueza que ostenta aquel texto, así como el conjunto de la obra tardeana, no radica exclusiva ni principalmente en el diagnóstico de su tiempo, sino en su propuesta de articular un singular punto de vista para analizar lo social en general y lo económico en particular1.

Sucede que el análisis sociológico tardeano en general (y no sólo aquel relativo a los procesos económicos) puede ser definido como una inter-psicología, donde los términos individuo y sociedad, o social y psicológico, no se oponen ni excluyen mutuamente, sino que se definen necesariamente en relación. Lo social (o, lo que es lo mismo, lo inter-psicológico) se compone por “los flujos de creencias y deseos colectivos, las corrientes de fe y pasión que constituyen (y destituyen) a los individuos, los grupos y las instituciones” (Tonkonoff, 2011, p. 20). Sociedades e individuos son siempre estabilizaciones parciales de aquella multiplicidad de flujos que recorre y desborda el campo social; nudos inestables que aglutinan en grados diferenciales aquellas cantidades de fuerza. Tarde propone, además, tipificar las formas generales en las que se producen, mantienen o mutan tales asociaciones, a partir de la movilización de tres nociones cardinales (o leyes sociales): la invención (fundante de un nuevo flujo por conjunción), la imitación (propagación de flujos por progresiones uniformizantes) y la oposición (detención por binarización de flujos) (Blanco, 2016)2.

Si el campo social es, para Tarde, el campo de las corrientes de creencias y de deseos, la materia de la vida económica no puede ser sino también aquellos flujos de ideas y pasiones, cuyas modalidades de nacimiento, propagación, mutación o desaparición se explican por las mismas leyes sociales que organizan cualquier otro fenómeno (la invención, la imitación y la oposición). Así, en términos ontológicos (y metodológicos), los fenómenos económicos no se distinguirían de los fenómenos religiosos, políticos, morales o de cualquier otro tipo. De allí la máxima tardeana: “Reducir en definitiva todos los problemas económicos, sean cuales fueran, a una ecuación de deseos o creencias: tal es nuestro método” (Tarde, 1881/2011, p. 162).

Invirtiendo los razonamientos clásicos, Tarde propone esta singular reducción no-económica de la economía. O, para decirlo en términos de una discusión tradicional para el conocimiento sociológico, son aquí los elementos considerados “superestructurales” los que determinan o, más aún, constituyen la propia materialidad “infraestructural” de la vida económica. En lugar de partir de interrogantes tales como cómo se producen, distribuyen y consumen las riquezas, Tarde propone cuestionar cómo es que nace y se expande el deseo de producir y el deseo de poseer una cosa o servicio, tanto como la confianza en que esa cosa o servicio tiene una utilidad. En breve, la economía política debe convertirse en una psicología económica: es el estatuto cuantitativo de la fe y la pasión el que le permite a la economía constituirse como una ciencia moderna, sin lo cual sólo sería, en palabras del autor, “mala literatura” (Tarde, 1881/2011). De este modo busca separarse de la concepción utilitarista a la Bentham que hacía de los placeres y las penas los principios para explicar las prácticas de los individuos. Penas y placeres deben también ser descompuestos, analizados como resultados de esas fuerzas impersonales que llama creencias y deseos. En tal sentido, la crítica que lanza a los economistas no apunta a su pretensión de cuantificar lo social sino, por el contrario, a no cuantificarlo lo suficiente, al no advertir precisamente que son las gradaciones que los vectores de creencias y de deseos asumen en cada una de las evaluaciones las que explican la constitución y conservación de los valores sociales.

Esto no significa, sin embargo, que las prácticas económicas no puedan ser definidas de modo específico para su estudio pormenorizado. Tarde incluso postula que su estudio en profundidad es fundamental para la comprensión de las dinámicas sociales propiamente modernas, donde la lógica mercantil se extiende no tanto como un progresivo “desencantamiento del mundo” (como dirían algunos de sus contemporáneos), sino como una potente pasión o fe que produce nuevos modos de asociación y coordinación interindividual. Época que, signada por la expansión acelerada de invenciones técnicas y científicas, muestra la improductividad de las metáforas totalizantes con las cuales se busca caracterizar, en general, a las sociedades y, en particular, a los mercados. En este sentido, sus intereses no se reducen a las formas generales del trabajo, la producción y/o el comercio industrial, sino que, atendiendo a las relaciones capilares —surgimiento de modas de consumo, modalidades de ocio, innovaciones en la producción, rumores sobre dinámicas financieras, difusión de opiniones en los medios de prensa, etc.—, busca dar cuenta de aquellas modalidades estabilizadas de organización u asociación del capitalismo moderno (Arnoldi y Borch, 2007; Borch, 2007).

3 Una ciencia de los valores-utilidad

Pero entonces, ¿qué sería, para este autor, lo que distingue a las prácticas económicas? Pues bien, que se trata de prácticas ligadas centralmente a la producción y reproducción de lo que denomina “valores-utilidad”. La utilidad no es un atributo sustancial o intrínseco de determinados bienes o procesos, sino una cualidad que resulta del ensamble de ideas y pasiones en circulación. Es también un fenómeno de opinión.

La mayor o menor utilidad de un objeto, de un producto, de un artículo cualquiera, expresa: el mayor o menor número de personas que lo desean en una sociedad en un tiempo dados; el mayor o menor peso social (aquí peso quiere decir poder y derecho) de esas personas; la mayor o menor intensidad del deseo que ellas experimentan. (Tarde, 1902a, p. 64, traducción propia)

Así, el valor-utilidad asociado a un objeto, persona o cosa supone la combinación de una cierta intensidad de la creencia (“con la que se lo juzga apropiado para satisfacer una necesidad, para realizar una voluntad”) con una cierta intensidad de deseo (“cuya previsión es la necesidad en cuestión o cuya opción entre varios otros juzgados inferiores es la voluntad en cuestión”) (Tarde, 1881/2011, p. 151). Asociación que no presupone ni garantiza el equilibrio, la racionalidad o la maximización de los beneficios, sino que se produce al ligar flujos de creencias y deseos en una relación de medios-fines. Combinaciones variables, ecuaciones contingentes en las que puede primar o bien la cantidad-deseo o bien la cantidad-creencia.

Pero, esta noción de valores-utilidad, no puede comprenderse cabalmente si no es en relación a la teoría general del valor que el autor delinea. El valor-utilidad se inscribe allí junto a otras formas del valor, a las que no agota, pero con las que se vincula de un modo estrecho. La teoría del valor tardeana se distingue por su amplitud, que desborda con mucho aquello que sus contemporáneos definían como el dominio económico.

El valor, entendido en su sentido más amplio, abarca a la ciencia social entera. Es una cualidad que le atribuimos a las cosas, como el color, pero que, en realidad, al igual que el color, sólo existe en nosotros como una verdad totalmente subjetiva. Consiste en el acuerdo de juicios colectivos que aplicamos a la aptitud de los objetos para ser más o menos creídos, deseados o disfrutados por una mayor o menor cantidad de personas. (Tarde, 1902a, p. 63, traducción propia)

De este modo, la definición del valor no se establece como una relación unívoca con un referente “material”, sino que se concibe como una particular composición de creencias y deseos colectivos, a partir de la cual apreciamos, jerarquizamos y juzgamos a las personas y a las cosas. En palabras del autor: “[La idea de valor] se aplica a cualquier objeto, hombres o cosas, considerado como pretendido por la atención y la creencia del público, tanto como a cualquier objeto, hombres o cosas, considerado como pretendido por el deseo del público” (Tarde, 1902a, p. 70, traducción propia).

En tanto el valor refiere al efecto producido por cualquier evaluación de creencia y de deseo, resulta una cualidad general de los fenómenos sociales y, por lo tanto, materia de análisis de diversas disciplinas. Tarde (1902a) nos propone distinguir entre tres grandes categorías de valor que configuran nuestra vida social: el valor-verdad, el valor-belleza y el valor-utilidad. A grandes rasgos, mientras que el valor-verdad establece los modos en los que evaluamos la actividad científica y religiosa, y el valor-belleza da cuenta de los modos en los que juzgamos la actividad artística o estética, el valor-utilidad refiere a los modos de evaluación de la actividad u objetos políticos, jurídicos, pero fundamentalmente económicos. Es fundamental destacar que se trata de categorías que no pueden pensarse de forma disociada, dado que lo que establecemos como bello, verdadero o útil está siempre ligado entre sí. Esta íntima relación entre categorías de valor hace que la gloria, por ejemplo, sea considerada un indicador de riqueza, tanto como la riqueza lo es de la confianza y de la belleza. Tarde avizora, incluso, que la modernidad se distingue por una marcada tendencia a que los valores verdad y belleza se construyan en relación con los utilitarios. Así, los conocimientos, el gusto o el estilo pasan también a constituir factores de producción (y consumo) de riqueza, aunque no puedan reducirse a ello.

Con esta singular concepción del valor, Tarde logra desplazar dos de las ideas que hegemonizaban las perspectivas y los debates económicos de su tiempo: la mano invisible del mercado y el homo economicus. Su abordaje de las prácticas económicas explica la producción, circulación y consumo de bienes ya no en relación con las leyes de la oferta y la demanda del mercado del liberalismo; tampoco con una cantidad socialmente necesaria de trabajo, como afirma el marxismo. Sino en función de las co-adaptaciones, de intensidad variable, entre ideas y voluntades que configuran, en un mismo movimiento, nuestras necesidades e intereses, así como las utilidades y apreciaciones que realizamos de los bienes (que, nos advierte, pueden ser “materiales” o “inmateriales”). No existen, por otra parte, como resalta el autor, los individuos en tanto agentes atomizados y racionales, maximizadores de beneficios. Aquella es sólo una abstracción de la economía política que desconoce que son siempre los deseos y las creencias los que componen (y descomponen) a los individuos, en una ineludible asociación con otros, relación a la que debe atenderse para comprender qué se define como interés, como necesidad, como valor.

Tarde busca formular estos aportes sobre el valor económico en los propios términos del debate de la economía política de la época. Afirma así que el valor de uso de un bien sólo es “una suma de deseo y de fe, una probabilidad de satisfacciones ulteriores más o menos deseadas”; mientras que el valor de cambio es “una ecuación interna de creencias y deseos, de los cuales unos deben ser sacrificados por los otros” (Tarde, 1881/2011, p. 183). Es que los valores-utilidad presentan, además, la característica de ser venales o intercambiables y, por lo tanto, estar expresados en un signo monetario. La moneda constituye un dispositivo que, precisamente, expresa tales cantidades sociales: es un símbolo del valor y, por lo tanto, un símbolo de confianza. En palabras del autor: “no hay nada, en materia de valor social, ni verdad, ni poder, ni derecho, ni belleza alguna que no pueda ser caracterizada como riqueza, como teniendo un valor venal” (Tarde, 1902a, p. 63, traducción propia). De allí que afirme también que la moneda sirve principalmente de medida para la riqueza en sentido estricto, pero no sólo para ella: “La moneda es entonces el metro universal de las cantidades sociales y no solamente de la riqueza” (Tarde, 1902a, p. 77, traducción propia). Sin constituir un invento de la modernidad, la moneda ha alcanzado un grado de homogeneización y uniformidad en el dinero que, siguiendo a Tarde, lejos de sostenerse por su respaldo en un referente material, como los metales preciosos, funda su autoridad (y utilidad) en un puro acto de fe (Tarde, 1902a).

Los valores económicos se traducen en la determinación de precios de intercambio que no se fijan por la competencia abstracta entre compradores y vendedores (ley de la oferta y la demanda), sino por la “competencia psicológica de deseos y de creencias” que tiene lugar en el corazón de cada consumidor o productor (y no sólo entre compradores o vendedores) (Tarde, 1881/2011, p. 158). Una suerte de pesajes internos de aquellas dos cantidades que constituyen la materia de todo valor, en distintas formas y naturalezas, dan lugar a resultados también heterogéneos en los distintos individuos y sociedades. Aquí el autor introduce una distinción entre el precio “normal y estable”, vinculado al pesaje psicológico que tiene lugar en cada individuo, y el precio “justo y deseable”, resultado de sopesar dosis de deseo y de fe entre individuos diversos (Tarde, 1881/2011). Pues el precio justo no derivaría de una simple suma de opiniones de los individuos, tomados como unidades a priori, sino que implica siempre el desafío de confrontar y medir una doble alteridad: la de las personas y la de las sensaciones (Tarde, 1881/2011).

En resumen, si todo valor consiste en una composición de creencia y deseo, los valores económicos no resultan una excepción. Valores dados, entonces, no porque satisfacen necesidades naturales o intrínsecas, sino, por el contrario, deseos e intereses que fueron primero inventados y luego imitados en algún tiempo y lugar localizables. El razonamiento tardeano busca, de este modo, desmontar la idea de que la necesidad pueda oficiar como factor explicativo de los procesos y valores económicos (también de los jurídicos, políticos y morales).

3.1 La producción como cooperación

¿Cómo se producen socialmente estos modos de juicio que son los valores? ¿Cómo alcanzamos a compartir opiniones, apreciaciones, apegos sobre las personas y las cosas? Según Tarde, la producción de valores es siempre resultado de una invención, de una combinación inédita de pasiones y juicios. Los valores nacen de una actividad creativa que necesariamente antecede a toda composición, armonía o modo de producción. Resulta fundamental destacar que la invención, desde esta perspectiva, supone siempre una actividad intersubjetiva, la cooperación entre cerebros, que opera como condición de posibilidad para la producción de valores sociales, organizando y reactualizando las religiones, las escuelas artísticas, los gobiernos, los mercados o las ciencias. En otros términos, la constitución de nuevos valores colectivos es siempre resultado (ya no antecedente, como lo podría ser en una lectura tradicional durkheimiana) de una combinación novedosa de corrientes de creencias y de deseos que reconoce como superficie de inscripción al individuo-inventor (Lazzarato, 2018). Pero, para constituirse como un valor social no puede quedar localizado en el individuo, sino que debe propagarse imitativamente, diseminarse, devenir fenómeno de opinión pública, caracterización que, como veremos, lleva a Tarde a enfatizar el rol que juega la prensa en su propagación (Lépinay, 2007).

La configuración de los valores económicos no escapa a esta definición general, por el contrario, se especifica a partir de ella. Al decir del sociólogo francés, las invenciones que se propagan constituyen “el verdadero capital” de la economía, capital entendido no sólo en términos materiales sino también inmateriales: sedimentación de conocimientos, descubrimientos y procesos (Tarde, 1881/2011, p. 175). En este punto el autor resalta la necesidad de trazar una distinción al interior de la noción de capital entre: 1) el capital primordial, imprescindible, al que denomina capital germen: “el conjunto de las invenciones reinantes, fuentes primarias de toda riqueza actual” y 2) el capital auxiliar, al que llama capital cotiledón: “aquella parte de los productos, nacida de estas invenciones, que sirve, mediante nuevos servicios, para crear otros productos” (Tarde, 1902a, p. 336, traducción propia) .

A partir de estas definiciones es que puede afirmarse que aquello que se compra, vende, alquila, ahorra, no son tanto ciertos bienes materiales específicos, sino la sucesión de invenciones que tales bienes condensan en sus diversos usos (actuales o futuros). En este sentido, el valor-utilidad se encuentra ineludiblemente ligado a la adquisición, reconociendo las muy variadas formas que ésta puede asumir:

Un deseo solo se vuelve económico si consiste ya sea en producir una cosa o un trabajo destinados a otro, ya sea en emplear la cosa o el trabajo de otro. Pero trabajar o ser desposeído por alguien es ser utilizado por él; desposeer o hacer trabajar a alguien es utilizarlo. Ahora bien, utilizar a alguien o algo, es adquirirlos. Pues toda relación realmente económica supone la adquisición del hombre por el hombre, adquisición por cierto unilateral o recíproca, esclavitud y robo o asociación y trabajo. Y desde ese punto de vista, el primer ladrón que codició el asno o la vaca de su vecino, el primer guerrero que tomó prisioneros de guerra, creó sin saberlo la economía política. (Tarde, 1881/2011, p. 148-149)

Enfrentándose a los abordajes naturalistas-biologicistas de la época, Tarde subrayó la forma en la que las costumbres —resultados de expansiones imitativas de invenciones anteriores— moldean las conductas hasta en los más mínimos detalles (Barry y Thrift, 2007). Son los hábitos y no los instintos o necesidades los que constituyen “el gobierno más despótico y minucioso, la legislación más obedecida y rigurosa”, organizando las prácticas en general y las económicas en particular, estabilizando las formas en las que se producen, intercambian, ahorran y consumen las riquezas (Tarde, 1890/2011, p. 417). Esto no impide, sin embargo, que el autor advierta cómo, especialmente en la modernidad, se asiste a una veloz expansión de modas, a una diseminación acelerada de creencias y deseos que ponen en cuestión a las tradiciones y rutinas, incluso a aquellas más arraigadas. Así, bienes y servicios por años explotados o consumidos pueden ser —y efectivamente son— desplazados rápidamente por otros (que buscarán, a su turno, consolidarse como nuevos hábitos).

Tarde alcanza, además, a identificar una importante transformación que se profundizaba en aquellos años: los deseos de consumo tendían a comunicarse con mayor rapidez que los deseos de producción (Tarde, 1890/2011). Una intuición-hipótesis que lo distingue, nuevamente, del sentido común sociológico de su tiempo, focalizado aún en el problema de la producción (industrial), sin identificar la potencia productiva (la capacidad para instituir nuevas creencias y deseos) del fenómeno expansivo del consumo. Este énfasis puesto en el consumo, lo llevará a señalar que el desarrollo de la industria a gran escala se enlaza a la producción misma de “deseos futuros del consumidor”, no se orienta sólo a la satisfacción de creencias y de deseos actuales sino también virtuales (Tarde, 1881/2011, p. 169).

En esas modalidades de propagación de los “intereses apasionados”, para decirlo con Bruno Latour y Vincent-Antonin Lépinay (2009), Tarde advierte la relevancia que ostentan las opiniones, las conversaciones, la irradiación de rumores, anhelos, buenas o malas noticias para las valoraciones económicas (e, incluso, en la propia determinación de los precios). Éstas pueden producir aumentos o disminuciones significativas en el valor de lo intercambiado en los mercados comerciales y financieros. Es más, dirá que son precisamente estos “hechos de comunicación” las condiciones de posibilidad para las transacciones económicas:

De vendedor a cliente y de cliente a vendedor, de consumidor a consumidor y de productor a productor, ya sean competidores o no, se opera un continuo e invisible pasaje de estados anímicos, un intercambio de persuasiones y excitaciones —mediante la conversación, los periódicos, el ejemplo— que precede a los intercambios comerciales, a menudo es lo único que los hace posibles, y siempre contribuye a regular sus condiciones (Tarde, 1902b, p. 30, traducción propia).

Las formas de apreciación que explican nuestros apegos a los bienes (y a las personas) son resultado de argumentaciones, convicciones, persuasiones cuyo enlazamiento estructura silogismos, sistemas de propósitos y proposiciones, sistemas lógicos y teleológicos. De allí que las conversaciones (entre compradores y vendedores, entre productores, entre agentes del mercado financiero, pero también entre consumidores en un café, charlas casuales en tiempos de ocio) sean consideradas como un verdadero “factor de producción”, en tanto constituyen canales privilegiados para la re-producción de opiniones y valoraciones sobre los procesos u objetos económicos (Tarde, 1901/2013). Y, por lo tanto, del modo en que los evaluamos y calculamos su valor-precio.

Una de las intuiciones tardeanas más llamativas se vincula a la afirmación de que esta acción interindividual de contagio de creencias y deseos puede tener lugar a distancia, y a distancias cada vez mayores. Las innovaciones en materia de telecomunicaciones y transporte, señala Tarde (1901/2013), permiten la propagación de las ideas y prácticas sin restricciones de co-presencia espacial, configurando nuevos escenarios económicos (un mercado incipientemente globalizado, redes de comercio, expansión de modelos de producción y trabajo). Y, especialmente, advirtió la relevancia que nuevos actores (en especial la prensa, pero también la diplomacia internacional), adquirían en la vida económica moderna, por su capacidad para moldear deseos e ideas en inversores, empresarios, consumidores, vendedores, trabajadores, entre otros. La prensa se presentaba como un potente canalizador de modalidades de valoración de bienes y servicios, productor y difusor de rumores que alcanzaban a afectar los precios, por ejemplo, de activos bursátiles que comenzaban entonces a complejizarse. Jugando un papel clave, subrayaba Tarde, en la construcción y ampliación de diferentes públicos económicos, agrupamientos flexibles que, constituidos en torno a esas expansivas corrientes de opinión, exhibían lo estrechos, influyentes y movilizantes que resultan los lazos tejidos a la distancia (Tarde, 1902b; 2013b).

Queda agregar que, por este mismo motivo, Tarde otorgó a la propia teoría económica un rol fundamental en la construcción de las creencias más arraigadas sobre la vida económica (por ejemplo, la mencionada ley de la oferta y la demanda que es, según el autor, una creencia que se ha generalizado exitosamente), así como en la producción de “silogismos prácticos” que son el contenido mismo de la economía (Latour y Lépinay, 2009). La disciplina económica y los economistas concurren a producir valores y performar prácticas en aquel mundo que dicen tan sólo describir, reclamando la intencionalidad de recomendar los medios más adecuados para alcanzar los fines más deseados (Tarde, 1902b).

Pero no debiéramos olvidar que la vida económica, y especialmente la moderna, se caracteriza también por sus fenómenos de oposición (aunque éstos sean para el autor siempre secundarios en relación a la invención y a la imitación). Existen múltiples y constantes “duelos lógicos” entre formas heterogéneas de apreciación y evaluación. La competencia es la forma privilegiada en que las oposiciones se expresan en el terreno de los intercambios económicos, el autor llama la atención sobre tres tipos específicos: aquella que se establece entre los productores de un mismo artículo (atravesados por deseos contrapuestos de alcanzar las mayores clientelas y extender los mercados); la que se establece entre los consumidores de un mismo artículo (cuyos deseos se enfrentan cuando hay escasez de los objetos demandados, ya sea de primera necesidad o de lujo) y aquella que se entabla entre productores y consumidores de un mismo producto (el deseo de comprar más barato y aquel de vender más caro configura pujas de precios). Como fuera afirmado en relación a los precios, la competencia es aquí entendida como oposición de juicios y apreciaciones (y no de individuos o de clases).

La noción de competencia se presenta como una noción esquiva puesto que significa, a la vez, concurso y lucha, advierte el autor, de allí los amplios usos que se ha pretendido hacer del término sin especificarlo lo suficiente. Propone, entonces, reservar la noción de competencia no para dar cuenta de las formas adaptativas o inventivas, sino aquellas conflictivas u opositivas (Tarde, 1898/2013). A diferencia de las lecturas liberales, en el marco de su teoría, las disputas, los enfrentamientos no deben confundirse con las asociaciones felices o las combinaciones creativas. En lugar de motores de la producción de valoraciones son siempre momentos de neutralización. Aquí es la idea de concurrencia, de debate, de intercambio (y no la de enfrentamiento, de disputa o discusión) la que explica la producción de valores (y precios).

Recapitulando lo expuesto, en palabras del autor:

En vez de "producción de las riquezas" digamos repetición económica; y así entenderemos las relaciones que los hombres tienen entre ellos, desde el punto de vista de la propagación de sus similares necesidades, de sus similares trabajos, de sus similares juicios referidos a la mayor o menor utilidad de sus trabajos y de sus resultados, de sus transacciones similares [...] Bajo el título de oposición económica me propongo comprender las relaciones de los hombres desde el punto de vista de la contradicción psicológica e inadvertida de sus necesidades y de sus juicios de utilidad, del conflicto más aparente de sus trabajos por la competencia, por las huelgas, por las guerras comerciales, etc. [...] Bajo el título de adaptación económica se tratarán las relaciones que los hombres tienen entre ellos desde el punto de vista de la cooperación de sus invenciones antiguas para la satisfacción de una nueva necesidad o para la mejor satisfacción de una necesidad antigua, o de la cooperación de sus esfuerzos y sus trabajos para la reproducción de las riquezas ya inventadas (asociación implícita o explícita, organización natural o artificial del trabajo). (Tarde, 1902a, pp. 100-101, cursivas del autor, traducción propia)

En la perspectiva del francés, la materia de la vida económica se constituye por los intereses y valores (y sus modos de repetición, adaptación y conflicto) implicados en todo proceso de producción. Entendiendo a este último no tanto como un proceso de acumulación, intercambio y circulación de riquezas, sino como una cooperación inter-individual (conexión entre invenciones e imitaciones) que signa toda transacción o relación vinculada a la apropiación.

4 ¿Por qué volver a Tarde? (o una agenda tardeana de investigación para la sociología económica)

Como hemos buscado evidenciar en estas páginas, los textos tardeanos presentan contribuciones originales, así como valiosas herramientas heurísticas para la aprehensión de los fenómenos y dinámicas económicas modernas (las de su tiempo), pero también contemporáneas. Es por ello que no deja de llamar la atención la escasa referencia a los desarrollos teóricos de Gabriel Tarde en aquel prolífero campo de estudios que es la sociología económica, cuya expansión y profundización viene teniendo lugar, en distintas latitudes, desde los años setenta, poniendo en cuestión los presupuestos impulsados por la teoría económica clásica y neoclásica.

Podría decirse que la apropiación más cabal y explícita de la perspectiva tardeana para el análisis de problemas económicos ha tenido lugar en autores que llevan adelante proyectos más amplios de recuperación de perspectivas microsociológicas (entre las que se incluyen no sólo a Tarde, sino también la de autores como Harold Garfinkel, William James o Alfred North Whitehead). Por un lado, el mencionado trabajo de Maurizio Lazzarato (2001, 2004, 2010, 2018), quien ha utilizado las categorías de la sociología tardeana para una reflexión de ribetes filosóficos sobre las formas de producción inmaterial y sus nuevos procesos de valorización, primarios en la configuración contemporánea del capitalismo. Por otro, los estudios sociológicos sobre la disciplina y las técnicas económicas, entre los que se destacan las contribuciones de Latour y Lépinay (2009), quienes, recuperando las ideas del sociólogo francés, han tematizado extensamente el rol que juegan los expertos económicos y los dispositivos socio-técnicos de medición y cálculo en la performación de la vida económica. Si bien estos tópicos de investigación se han consolidado como unos de los más revisitados en el campo de la sociología económica, las referencias a Tarde son exiguas o nulas3. A los desarrollos de los mencionados autores debemos sumar, además, los análisis que compila el número temático sobre Gabriel Tarde y la economía publicado en el año 2007 por la prestigiosa revista Economy and Society (Vol. 36). Valiosos antecedentes, a los que hemos ido refiriendo a lo largo de este texto, que han puesto de relieve la potencialidad de las categorías tardeanas para el estudio de procesos económicos (incluso contemporáneos).

Pero, cabe preguntarse, ¿qué otras aristas podrían enriquecerse a partir de la revisión del corpus textual tardeano? ¿Cómo impactarían sus ideas en algunas de las grandes perspectivas o temas abordados en el campo de la sociología económica en la actualidad?

Tomemos el caso de los estudios de redes que constituyen, sin lugar a dudas, una de las perspectivas analíticas más consolidadas para el estudio de espacios y actores económicos, y muy especialmente en el caso de los mercados. Casi un siglo antes que Harrison White o Mark Granovetter, Tarde cuestionó los análisis de la vida mercantil basados en abstracciones y/o leyes transhistóricas, tales como la ley de la oferta y la demanda o la presuposición de una naturaleza maximizadora de individuos racionales. Los conceptos tardeanos permiten definir y caracterizar a los mercados como redes sociales, atendiendo a las asociaciones efectivas, interacciones situadas y localizables, que no necesariamente resultan sinónimo de los contactos cara a cara. No sería erróneo entonces ubicar a Tarde como un precursor de la perspectiva reticular para pensar lo social en general y los procesos o espacios económicos en particular, aun cuando su nombre no figure entre las referencias canónicas de los sociólogos económicos de las redes.

Es más, la revitalización de su perspectiva podría subsanar algunos de los más cuestionados aspectos de aquellos trabajos. Nos referimos puntualmente, y siguiendo la crítica de Michel Callon (2008), a la importancia de no limitar la imagen de la red social a la tradicional noción de enraizamiento (embeddedness), que acaba por reducir las redes de relaciones a un mero contexto en el que se arraiga la actividad económica. Una microsociología como la tardeana advierte que los agentes y los espacios económicos no preexisten al entramado relacional, sino que precisamente se constituyen en el acto mismo de su asociación. De modo que, grupos, instituciones, mercados, pero también individuos, son ensamblajes, efectos de conexiones diferenciales y móviles (y no identidades dadas a priori) (Callon y Latour, 2011).

Si estas ideas están ya siendo desarrolladas en el campo de la sociología económica por Latour, Callon, Muniesa, entre otros (Callon, 1998), la recuperación del pensamiento de Tarde aporta elementos específicos para atender no sólo a la red en términos de un conjunto de relaciones que dan forma a agentes, instituciones, objetos, sino, y fundamentalmente, reconocer que aquello que circula microscópicamente son flujos de ideas y pasiones. Corrientes que construyen y actualizan permanentemente esos entramados relacionales (ya sea colectiva o subjetivamente). Por lo que el abordaje de los ensamblajes económicos deja de ser visto como un mapeo de relaciones interpersonales (que, en muchos de los trabajos pioneros sobre redes, ha quedado reducido a una cuantificación de los actores y vínculos en cuestión) o de actantes (como nos propone la recuperación crítica de Latour y Callon), para incorporarlos modos de creación y propagación de flujos de opinión que conforman el núcleo valorativo y afectivo de la vida económica. Esto permite identificar relaciones de poder al interior de esos entramados, pero ya no como un a priori sino como un resultado (inestable y contingente) de distribuciones y condensaciones desiguales de convicciones y afectos, arista clave a la hora de producir lecturas críticas de los procesos y dinámicas analizados

En relación a lo anterior, entendemos que el herramental conceptual tardeano puede también contribuir al desarrollo de uno de los más recientes tópicos de análisis en la sociología económica: las valuaciones económicas. Hace pocos años, un conjunto de investigadores se ha volcado al estudio de los modos en los que evaluamos y valorizamos los intercambios y los bienes e, incluso, las prácticas a través de las cuales les asignamos un valor-precio (Aspers y Beckert, 2012; Lamont, 2012; Vatin, 2013). Si, como señala David Stark (2010), la división del trabajo intelectual a lo largo del siglo XX dejó a la economía a cargo del problema del “valor” y a la sociología de “los valores”, los textos de Tarde nos ofrecen un apoyo para rechazar aquella aparente dicotomía, al afirmar que las valuaciones económicas son indisociables de otros registros de producción de valores. Desde la perspectiva tardeana, la materialidad de la vida económica se constituye por aquello que (paradójicamente) se considera “inmaterial”: los conocimientos, los juicios, las pasiones, los estados anímicos (Lazzarato, 2018). Las creencias y los deseos son los verdaderos fundamentos de todo valor, que, como vimos, no son una cualidad intrínseca de las cosas o de las personas, sino resultado de una compleja composición de modos de evaluación y apreciación, donde se entraman valores estrictamente económicos, con valores estéticos, morales, políticos, entre otros, que son parte de la configuración socio-cultural de un tiempo y lugar. En tanto el concepto de opinión desarrollado por Tarde implica ya la imbricación de aquellas dimensiones en la construcción y definición de los valores-utilidad (y ciertamente en su conmensuración monetaria), puede ser un aporte específico a los valuation studies al establecer que no existen valores económicos que no sean, al mismo tiempo, condensaciones de deseos y creencias que concurren en la producción de imaginarios socialmente estructurados acerca de los que las cosas o las personas “valen” o “deben valer”.

A su vez, si los estudios sobre valuaciones se preguntan hoy de qué modo articular las dimensiones de la evaluación y la valorización presentes en toda valuación monetaria (Vatin, 2013), las reflexiones de Tarde nos invitan a atender a las formas específicas en las que saberes prácticos y prácticas del saber dan forma a los intercambios productivos, comerciales y/o financieros y establecen sus precios, teniendo en cuenta la productividad, la materialidad, que ostentan los conocimientos y las técnicas de medición, pero también la diseminación de creencias y afectos que componen, como hemos dicho, valuación de cualquier bien. Si la moneda es un gran “valorímetro”, para seguir a Latour y Lépinay (2009), es porque constituye un dispositivo que hace visible, de manera simple, los juicios y valores que organizan nuestros sistemas de relaciones sociales. Como los actuales desarrollos cercanos a los estudios de la ciencia lo evidencian (MacKenzie et al., 2008), la vida económica contemporánea cuenta con múltiples y heterogéneos “valorímetros”, además de la moneda. De diferente estatuto, circulando por distintos ámbitos, organizando relaciones diferenciales que van desde las tasas de interés a las clasificaciones de riesgo, pasando por diferentes unidades de indexación que son movilizadas en los contratos de intercambio de bienes y servicios, “valorímetros” que, además, se articulan con la existencia de dispositivos socio-técnicos que hacen posible la acción de calcular o transar en los mercados. Identificarlos en acto, analizar su génesis y funcionamiento es, sin dudas, una empresa que puede encontrar elementos de inspiración en la obra tardeana. Particularmente sugestivo resulta seguir el consejo de no sólo rastrear las relaciones simpáticas, localizar los encuentros felices que permitieron su elaboración y extensión, sino también aquellas oposiciones y duelos, lógicos y prácticos, que concurrieron a su producción, haciéndonos eco de las conflictividades y disputas socio-culturales que se anidan en la emergencia de dispositivos de medición y cálculo.

Por último, con la corroboración de su hipótesis de la propagación a distancia (prácticamente planetaria) de los flujos de opinión, sus intuiciones respecto a los efectos que tales difusiones ostentan para el despliegue de la vida económica exhiben su honda productividad. Anticipándose a su tiempo, Tarde ha legado valiosas claves para caracterizar la emergencia y consolidación de los mercados financieros, así como las formas en las que producen valuaciones monetarias, nodales en nuestras sociedades contemporáneas (Arnoldi y Borch, 2007; Borch, 2007). Los estudios sobre los mercados (Callon, 1998; Callon y Latour, 2011; Knorr Cetina y Preda, 2005) pueden renovar sus preguntas y horizontes de análisis atendiendo a la potencia que entraña la caracterización tardeana de los públicos como masas desterritorializadas. Esta caracterización bien puede aportar a la conceptualización de la construcción social de los mercados y de sus precios como agrupamientos socio-económicos en los que participan una pluralidad de actores: no sólo los agentes e instituciones financieras, sino también los expertos, los periodistas, los funcionarios, los empresarios, los ahorristas. En este sentido, la noción de público y su dinámica siempre relanzada de nuevas opiniones y variadas circulaciones (a veces resistidas, otras aceleradas) tal vez ayude a aprehender, sin encorsetar de antemano, los vínculos micro-políticos que se tejen en torno a la publicación de una buena o mala noticia en la prensa, la propagación de rumores sobre orientaciones o transformaciones de los gobiernos, las corporaciones y las empresas, las intervenciones de expertos en economía o finanzas (entre ellas de las propias calificadoras de riesgo internacionales) y sus efectos —nada marginales— para performar el mundo financiero en tanto construyen creencias y valoraciones que velozmente pueden modificar el espíritu (y las prácticas) de los inversores, los especuladores o los ahorristas en tiempos de la globalización de los intercambios (Sánchez, 2016; 2017).

5 A modo de conclusión

En el presente artículo hemos buscado exponer parte de las principales intuiciones, interrogantes y tesis legadas por Gabriel Tarde para la problematización de los fenómenos y procesos económicos. Un abordaje que se aleja de los límites de la revisión historiográfica para sumergirse en una exploración conceptual orientada a la re-actualización de su perspectiva microsociológica. Recuperando pasajes claves de aquella extensa obra Psicología económica, en articulación con otras contribuciones del autor, presentamos un sintético recorrido por algunas de sus cardinales formulaciones, en pos de contribuir a la revitalización de sus desarrollos para el despliegue de líneas de investigación que atraviesan hoy el campo de la Sociología económica.

Nuestra indagación nace de una doble constatación. Por un lado, que la obra tardeana es aún muy poco explorada en este prolífico campo de estudios sociales de la economía, incluso en comparación con las obras de otros de sus contemporáneos, que sí han sido crecientemente revisitados, como Durkheim, Simmel, Simiand y Mauss, entre otros. Por el otro, y lo que motiva especialmente este trabajo, el reconocimiento de que en sus textos se presentan valiosas claves analíticas que pueden ser capitalizadas para abonar las actuales líneas de investigación a partir de la identificación de un antecesor olvidado y, tal vez, en la medida en que se avance con la apropiación de sus desarrollos, un fecundo interlocutor a partir del cual nutrir los debates y agendas de investigación contemporáneos.

Muy tempranamente, Tarde supo advertir, en contraposición con la teoría económica mainstream de su tiempo (y acaso del nuestro), que la economía no puede ser considerada un campo completamente autónomo y plenamente diferenciado de otros espacios/mundos/procesos sociales. Afirmó que analizar los fenómenos y dinámicas considerados tradicionalmente “económicos” supone necesariamente atender a la constitución mutua de diversos valores (valores-utilidad, valores-verdad y valores-belleza), problematizando la constitución, circulación y jerarquías diferenciales que éstos adquieren. Podría sugerirse incluso que la sociología tardeana no sería otra cosa que una “economía generalizada”, si se concede que la materia primaria de lo social son los valores y las opiniones que, como ríos, recorren y desbordan a los grupos y los individuos.

Por otra parte, Tarde avanzó en una singular conceptualización del valor (y los valores), alejada de algunos de los sentidos comunes de su tiempo, al explicar que los valores colectivos son siempre resultados parciales e inestables que nacen de la asociación de múltiples y variadas corrientes de creencias y de deseos en circulación. Rechazando la idea de esencias preexistentes, poniendo también en suspenso la teoría del valor-trabajo, localiza los verdaderos referentes de todo valor en las combinaciones infinitesimales entre ideas y pasiones, convicciones y afectos colectivos. Son tales combinaciones las que anteceden y sostienen la constitución de cualquier objeto, sujeto, práctica como valiosa en un determinado tiempo y lugar. Los valores económicos no son una excepción a esta forma general del valor, aunque se distingan por establecer las formas que adquiere lo útil en nuestros modos de vida. Creencias, deseos, opiniones sostienen la producción, distribución y consumo de los bienes, así como las formas en las que los e-valuamos. No se trata de caracterizarlos como meros epifenómenos o aspectos secundarios de las transacciones económicas, que replicarían un mundo material que les antecede y les es primario, sino antes bien de postularlos como su verdadero fundamento.

Desconfiando de la productividad de apelar a entidades trascendentales (la sociedad, el mercado, el apital, el Estado) para explicar las dinámicas sociales en general y las económicas en particular, Tarde nos propone indagar en las asociaciones móviles de flujos de fe y pasión como clave para comprender las formas de producción, circulación y consumo de riquezas, así como su permanencia o su mutación. Análisis microsociológico centrado en redes de relaciones en el que los procesos económicos son aprehendidos a partir de localizar la emergencia de nuevos intereses o necesidades (invención), seguir cómo es que se extienden microfísicamente a lo largo y ancho del campo social (imitación) —encontrando ocasionalmente resistencias (oposición)—, configurando así un tejido socioeconómico en el que bienes, monedas, capitales, individuos se presentan como sus múltiples nodos, condesando todos ellos cantidades diferenciales de creencias y de deseos.

Lo expuesto hasta aquí, nos permite concluir que una sociología económica de orientación tardeana no se preocuparía tanto por describir las grandes estructuras de producción o de consumo de la riqueza social, como por realizar genealogías del nacimiento, propagación y mutación de prácticas vinculadas a los deseos de producir o consumir determinados bienes o servicios; de los modos de consolidación y legitimación de las creencias en la utilidad y confiabilidad de ciertos objetos, técnicas o procesos; de la propagación y difusión de opiniones y valoraciones (en la prensa, pero también en los mercados, en la Bolsa, en los cafés u otros espacios de sociabilidad) relativos a los intercambios y políticas comerciales y financieras; de la creación y recreación de públicos económicos y su predominio en la era de la globalización de la industria y el consumo; de la emergencia de invenciones técnicas y dispositivos de cálculo y medición, así como de los propios saberes que los producen y legitiman. Preguntas todas ellas que no parecen ajenas a las preocupaciones actuales del campo de la sociología económica.

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