Afecto y Trabajo

Affect & Labor

  • Guillermina Altomonte
En este artículo, reviso los enfoques teóricos que abordan el entrelazamiento entre afecto y trabajo en el capitalismo tardío. Examino los conceptos de trabajo afectivo, reproductivo, emocional e íntimo, con atención a lo que cada modelo aclara y esconde. Si bien reconozco las diferencias sustanciales entre muchas formas de trabajo afectivo, destaco la reubicación de los límites entre la producción y la reproducción, y el yo público y privado, como temas comunes esenciales entre ellas. Traer conceptualizaciones del afecto al estudio del trabajo cambia los modos en que los académicos abordan los tradicionales debates y las categorías que rodean el consentimiento, la alienación y la explotación de los trabajadores. Las intersecciones matizadas de los conocimientos sobre labor y afecto proporcionan herramientas para investigar las transformaciones contemporáneas del trabajo, y las tensiones y alineaciones entre las inversiones afectivas y los proyectos políticos de emancipación de la apropiación capitalista del trabajo.
    Palabras clave:
  • Afecto
  • Trabajo
  • Capitalismo
In this article I review theoretical approaches that attend to the entanglements between affect and labor in late capitalism. I examine the concepts of affective, reproductive, emotional, and intimate labor, with a focus on what each model illuminates and obscures. While recognizing substantial differences among many forms of affective work, I highlight the relocation of the boundaries between production and reproduction, and public and private selves, as essential common themes among them. Bringing affect into labor changes the ways scholars address traditional debates and categories surrounding workers’ consent, alienation, and exploitation. The intersections of insights into labor and affect provide tools to research the contemporary transformations of work and the tensions and alignments between affective investments and political projects of emancipation from capitalist appropriation of labor.
    Keywords:
  • Affect
  • Labor
  • Capitalism

1 Introducción1

En la primavera de 2017, los vagones del metro en la Ciudad de Nueva York mostraron una serie de anuncios de Fiverr, un “mercado independiente en línea”. La campaña se llamaba “In Doers We Trust” (En Hacedores Confiamos) y se enfocaba en los trabajadores independientes con el mensaje de nunca deberían dejar de presentar sus ideas a los clientes potenciales –mejor transmitido en un video en el sitio web de la campaña, de una mujer que revisa su teléfono mientras tiene relaciones sexuales– o nunca tomar un descanso del trabajo, como se revela en el anuncio donde una mujer actualiza su sitio web desde un baño en un ruidoso bar. El trabajo, nos muestran, constituye la vida misma con una urgencia que anula la comida, el amor o el sueño.

Este mensaje condensa muchos aspectos del trabajo según los experimentamos en el siglo XXI. Revela un lugar de trabajo que ya no está fijo y contenido, sino omnipresente; un lugar de trabajo que ha sido descrito como flexible y desorganizado, precario, contingente y desbordante (Standing, 2011; Snyder, 2016; Gregg, 2011). Los anuncios, incluso, también ilustran las transformaciones afectivas del trabajo en el capitalismo tardío: la miríada de formas en que los límites entre el yo público y privado, el dinero y la intimidad, el placer y el deber, se están desplazando y reubicando.

Por un lado, todos los regímenes económicos y políticos producen, circulan y distribuyen sentimientos (Stoler, 2007; Hirschman, 1977). El capitalismo industrial, por ejemplo, cultivó afectos y disposiciones particulares hacia el tiempo y el parentesco (Yanagisako, 2012; Thompson, 1967; Illouz, 2007), mientras que el fordismo fomentó un sentido público de pertenencia e identidad colectiva para los trabajadores (Muehlebach, 2011) –aunque masculinos y blancos en su mayoría (Pugh, 2015)–. Por otro lado, parece haber algo único respecto al afecto en el capitalismo2 posterior a la década de 1970, una era en la que “la acumulación de capital se ha desplazado al dominio del afecto” (Clough, 2008, p. 17). Tero Karppi et al. utilizan el término “capitalismo afectivo” para indicar la actual “amplia infraestructura en la que la cultura emocional y su historia clasificada y de género se funden con la producción de valor y la vida cotidiana” (2016, p. 5). Eva Illouz habla de “capitalismo emocional” para describir una cultura contemporánea en la que “el afecto se convierte en un aspecto esencial del comportamiento económico y en el que la vida emocional –especialmente el de las clases medias– sigue la lógica de las relaciones y el intercambio económicos” (2007, p. 5).

Estas dimensiones afectivas del capitalismo tardío son particularmente palpables en el mundo del trabajo3. Debido al espectacular aumento de la economía de servicios, muchos –si no la mayoría– de los trabajadores ahora “requieren incorporar cierto nivel de identidad personal y autoexpresión en su trabajo” (Macdonald y Sirianni, 1996, p. 4). En la medida en que “nuestras capacidades para afectar y ser afectados se transformen en activos, bienes, servicios y estrategias gerenciales” (Karppi et al., 2016 p. 9), nuestra propia “alma” se pone a trabajar para producir valor (Berardi, 2009). Al mismo tiempo, como se sugiere en los anuncios de Fiverr, la labor es (se supone que es) una fuente importante de identidad y autorrealización para los propios trabajadores. El trabajo ha cambiado de una ética protestante que requiere la disminución del yo y la represión del deseo a una narrativa del “haz lo que amas”, la cual combina la “búsqueda del placer y el capital” (Tokumitsu, 2015, p. 5). Con la ayuda de nuevas tecnologías y medios de comunicación que hacen que el trabajo sea omnipresente, en particular los trabajadores de cuello blanco tienen una “relación cada vez más íntima” con su labor (Gregg, 2011).

En este artículo, reviso los enfoques teóricos del afecto y trabajo en el capitalismo tardío. Me enfoco en cuatro escuelas de pensamiento. Primero, la influyente teoría de la labor afectiva propuesta por Michael Hardt (1999), y Hardt y Antonio Negri (2000), que constituye una definición abarcadora como una producción y manipulación de afectos

–que es apropiada por el capital–. Segundo, dirijo las críticas feministas al giro afectivo que insisten en poner en primer plano el género y la categoría de trabajo reproductivo en sus configuraciones racializadas, clasificadas y transnacionales, para comprender los mercados laborales capitalistas. En tercer lugar, involucro los estudios sobre trabajo y emociones influenciados por el concepto hito de trabajo emocional de Arlie Hochschild (1983). Estos estudios han examinado múltiples formas de provisión de afectos en el sector de servicios, aportando valiosas herramientas con las que pensar el trabajo y la desigualdad. Por último, me refiero al concepto más reciente de trabajo íntimo y discuto lo que la gramática de la intimidad revela en los debates que rodean el cuerpo, el trabajo, y el afecto.

Si bien estos enfoques no le hacen justicia al vasto alcance de la literatura sobre afecto y trabajo, comparten temas generales que van al corazón de lo que está en juego en la etapa actual de la organización capitalista: el rediseño de las fronteras entre la producción y la reproducción, la labor remunerada y no remunerada, y el yo público y privado. Se han vuelto muy influyentes en la configuración de las formas en que pensamos sobre la labor afectiva4 intercambiada por dinero y sobre las formas novedosas de alienación, consentimiento y explotación que desencadena este intercambio.5 Las intersecciones matizadas de estas ideas sobre labor y afecto proporcionan herramientas conceptuales clave para abordar las transformaciones contemporáneas del trabajo.

2 Labor afectiva y reproductiva

El concepto de labor afectiva fue teorizado por Hardt como parte de su marco de referencia más amplio de trabajo inmaterial. Hardt argumentó que desde la década de 1970 hemos hecho una transición hacia una “economía informacional” caracterizada “por el papel central que desempeñan el conocimiento, la información, la comunicación y el afecto” (1999, p. 91). No quería decir que la producción industrial desaparecería, sino que incluso la manufactura estaría sujeta a la informatización –en otras palabras, la división entre manufactura y servicios se volvería borrosa–.

Esta transición a una economía informacional y de servicios implica un cambio radical en el trabajo, que se vuelve en gran medida inmaterial en forma de conocimiento y comunicación. Hardt se basa en un argumento anterior de Maurizio Lazzarato (1996) acerca del surgimiento del trabajo inmaterial como la forma de labor dominante6, que “ha llegado a asumir un papel estratégico dentro de la organización global de la producción” (p. 136). Una vez más, no es que el trabajo material desaparezca: mejor dicho, como subraya Hardt, el trabajo inmaterial asume una posición hegemónica con respecto a otras formas de labor. Hardt (1999) distingue tres formas de trabajo inmaterial: las tecnologías de comunicación que transforman el proceso de producción industrial; el trabajo inmaterial de las tareas analíticas y simbólicas; y labor afectiva: “la producción y manipulación de afectos” que “requiere contacto humano y cercanía (virtual o real)” (1999, pp. 97-98) y es, por tanto, un aspecto esencial en la producción de servicios.

Hardt reconoce que estos conceptos se basan en teorías del trabajo emocional (que se abordan a continuación) y en ideas feministas previas sobre formas de trabajo tradicionalmente femeninas que están “inmersas en lo corpóreo” (1999, p. 96). Sin embargo, afirma que la labor afectiva es inmaterial en el sentido de que sus productos son intangibles. La labor afectiva produce redes, subjetividades colectivas y formas de comunidad. Es, por tanto, una forma de biopoder (una idea que desarrollo en la última sección). Hardt también reconoce que los análisis feministas han destacado por mucho tiempo el valor social del cuidado y otras formas de trabajo reproductivo. Lo que es nuevo, no obstante, es “la medida en que esta labor inmaterial afectiva es ahora directamente productora de capital y el grado en que se ha generalizado a través de amplios sectores de la economía” (1999, p. 97).

Esta conceptualización de la labor afectiva es consistente con el giro afectivo en la teoría social, que formula el afecto como capacidad virtual para múltiples obligaciones con el mundo (Seigworth y Gregg, 2010; Wetherell, 2012). En sintonía con este énfasis en el “devenir”, en lugar de en categorías estáticas, la “labor afectiva” es una categoría fundamentalmente expansiva. Se ha empleado para describir fenómenos extremadamente diversos como el trabajo no asalariado que produce “buena ciudadanía” mediante la participación en el servicio social (Muehlebach, 2011), prácticas fronterizas de patrullas estadounidenses y producción de deseo dentro de escenas de la vida nocturna urbana (Thomas y Correa, 2016), el trabajo libre de usuarios de MySpace (Coté y Pybus, 2007), trabajo minorista en grandes empresas (Carls, 2007), producción de “juventud” para el consumo en la “economía inmaterial” (Farrugia, 2017), o el trabajo de modelos de moda en sesiones fotográficas (Wissinger, 2007). Siguiendo a Hardt y Negri, estas obras sostienen que a través de la labor afectiva en el capitalismo avanzado, la producción de capital converge con la producción de la vida social (Oksala, 2016).

Como lo demuestra esta multiplicidad, el concepto de labor afectiva ha intensificado la atención académica hacia los cambios significativos en la naturaleza del trabajo (Whitney, 2018). También ha sido ampliamente criticado, primero, por su generalidad. Si la labor afectiva comprende el consumo y el ocio, ¿qué no es trabajo? ¿Es la “labor” incluso una categoría analítica útil si la usamos para describir la vida misma? Los debates más amplios dentro de la teoría del afecto cuestionan la noción de afecto cuando se usa para ignorar el significado social y la ideología, y para ocultar las particularidades que han sido fundamentales para los análisis feministas y poscoloniales del poder (Hemmings, 2005; Wetherell, 2012; Leys, 2011). Las académicas feministas se encuentran entre las más críticas de la teoría del afecto sobre el trabajo, argumentando que no podemos hablar de trabajo en la era posfordista sin poner de relieve el género (McRobbie, 2010; Federici, 2011 y 2006; Schultz, 2006), ya que “las características históricamente presentes en el trabajo femenino —precariedad, flexibilidad, movilidad, naturaleza fragmentaria, bajo estatus y bajo salario— han llegado a caracterizar cada vez más la mayoría del trabajo en el capitalismo global” (Oksala, 2016, p. 281).

De hecho, las feministas precedieron a Hardt y Negri en la teorización del trabajo inmaterial y afectivo como parte de su proyecto político de expandir la categoría de labor (Weeks, 2007 y 2011; consultar también Garey y Hansen, 2011; DeVault, 1991). Trabajo reproductivo, entendido como la “variedad de actividades y relaciones incluidas en el mantenimiento de las personas tanto a nivel cotidiano como intergeneracional” (Glenn, 1992, p. 1), es un concepto que proviene de estas intervenciones para hacer visible el trabajo de las mujeres que en las sociedades capitalistas se definió como improductivo, en términos de no tener valor de cambio (Boris y Parreñas, 2010; Folbre, 1991). Al redefinir la noción misma de trabajo, las feministas han demostrado que el trabajo reproductivo no remunerado de las mujeres es clave para la producción capitalista. Silvia Federici arguye que el concepto de labor afectiva ignora estas contribuciones feministas al “sugerir que la reproducción de personas es sólo una cuestión de producir ‘emociones’, ‘sentimientos’” (2006)7.

Como se mencionó anteriormente, una de las transformaciones clave del capitalismo avanzado es precisamente la reconstrucción de estos límites entre la producción y la reproducción a través del traslado del trabajo reproductivo al mercado en forma de servicios como los proporcionados por trabajadores del cuidado remunerado, compradores personales, o madres sustitutas. Pero en lugar de enmarcar estos movimientos como una evaporación de la distinción producción/reproducción como hacen Hardt y Negri (consultar también Weeks, 2007), las académicas feministas sostienen que estos límites se reestructuran constantemente. En su análisis del género y la construcción racializada del trabajo reproductivo en el siglo XX, Evelyn Glenn (1992) muestra que las mujeres de raza y etnia pasaron de ser empleadas como sirvientas a trabajadoras de servicio —en ambos casos relevando a las mujeres blancas de los aspectos “sucios” de este trabajo— (consultar también Whitney, 2018). En la actualidad, los recortes neoliberales a los servicios públicos, como el cuidado de niños y la salud, han reprivatizado el trabajo reproductivo y han obligado a las mujeres no remuneradas a “tomar el relevo” en el hogar (Schultz, 2006 p. 81; Fraser, 2016); mientras se les paga el trabajo doméstico y cuidado de ancianos son cada vez más relegadas las mujeres inmigrantes del Sur Global (Hochschild, 2002; Gutiérrez Rodríguez, 2014; Uhde, 2016; Federici, 2011).

En otras palabras, en contra de un concepto de labor afectiva que tiende a borrar las profundas diferencias entre una amplia variedad de trabajadores (Gill y Pratt, 2008; Federici y Caffentzis, 2007), la literatura sobre trabajo reproductivo “presenta un caso convincente de que el género y la racialización de este trabajo interactúa para reproducir jerarquías de raza y género, así como la labor en formas entrelazadas” (Whitney, 2018, p. 641). Nos recuerda que las diferentes formas de labor afectiva conllevan relaciones de poder específicas, consecuencias políticas y sistemas de explotación (Oksala, 2016) —diferencias a las que volveré más adelante—.

Si bien estas críticas apuntan a fallas importantes de la formulación de la labor afectiva, también tienden a pasar por alto las contribuciones de una amplia teorización del afecto que conecta aspectos del orden económico que de otro modo parecerían no estar relacionados, desafiando así la estrecha comprensión del trabajo “productivo” como el único capaz de producir directamente capital (Altomonte, 2015). El intercambio de energía y la conexión humana vital implicada en la labor afectiva ilumina los aspectos co-constitutivos del trabajo, como argumenta Akemi Nishida (2017) al discutir la “relación afectiva” corporal mediante la cual las personas con discapacidad y sus proveedores de cuidado coproducen prácticas de cuidado. Los críticos del giro afectivo también ignoran que esta perspectiva está fundamentalmente interesada por las relaciones de poder (Wetherell, 2012; Greco y Stenner, 2008; Stoler, 2007). La intersección entre los estudios del afecto y los estudios del trabajo es un espacio prometedor para abordar algunas de las distribuciones desiguales en lo que Sara Ahmed (2004) denomina economías afectivas. Un ejemplo reciente es la teorización de Shiloh Whitney (2018) sobre la labor afectiva como no solo el trabajo de producir afectos o poder laboral, “sino también el trabajo de metabolizar los efectos no deseados y los subproductos afectivos” (p. 643), una labor que se realiza de manera desigual a lo largo de líneas racializadas y de género. Estas distribuciones desiguales son clave en los análisis basados en el concepto de trabajo emocional.

3 Trabajos emocionales e íntimos

Pasemos al tercer enfoque que ha configurado en gran medida las teorías de afecto y trabajo. La socióloga feminista Arlie Hochschild (1983) acuñó el concepto de “trabajo emocional” para definir el manejo de los sentimientos en los entornos organizacionales según lo prescrito por las normas gerenciales. En los trabajos de servicio, como los asistentes de vuelo que ella estudió, los trabajadores se vieron forzados a mostrar ciertas emociones (alegría, ser amables) mientras encubren otras (como la ira o el disgusto). Hochschild argumenta que todos realizamos este “trabajo de emoción” en nuestras interacciones personales cotidianas, pero el trabajo emocional se vende por un salario y, por lo tanto, tiene un valor de cambio (1983). En realidad, forma la sustancia contemporánea del beneficio para el capital.

La teoría del trabajo emocional de Hochschild ha situado a la emoción como un tema principal de investigación en la ciencia social. No obstante, parece haber poca conversación entre este giro conceptual en la sociología del trabajo y el giro afectivo en los estudios culturales. Algunos autores de la labor afectiva lo diferencian explícitamente del trabajo emocional (Thomas y Correa, 2016; Wissinger, 2007), mientras que otros usan los términos indistintamente (Muehlebach, 2011; Gregg, 2011; Whitney, 2018)8. Esta discusión se basa en parte en postular a la “emoción” como sentimiento privado contra el “afecto” como noción social e intercultural (ver Mankekar y Gupta, 2016). Los estudiosos del afecto afirman que este concepto se refiere a estados del ser más que a su manifestación como emociones (Hemmings, 2005). Kathi Weeks argumenta a favor de privilegiar el “afecto” sobre la “emoción”, ya que la primera “atraviesa más efectivamente las divisiones de la mente y el cuerpo, la razón y la emoción” (2007, p. 241).

Sin embargo, como sostienen Greco y Stenner (2008), la distinción entre afecto y emoción se mantiene más en los límites disciplinarios que en la sustancia conceptual. Tanto la emoción como el afecto unen lo biológico y lo cultural; la investigación sobre el afecto y la emoción también pone en primer plano los vínculos entre la vida afectiva y las relaciones de poder (Greco y Stenner, 2008). Volviendo al enfoque de este artículo, tanto el trabajo emocional como el afectivo se refieren al trabajo que crea valor a través de las interacciones entre trabajadores y clientes, y ambos capturan una calidad profundamente productiva, en el sentido de que los trabajadores constituyen la misma subjetividad que luego se incorpora a su trabajo (Weeks, 2007; ver también Mankekar y Gupta, 2016).

El trabajo emocional ha sido empíricamente más estudiado que la labor afectiva en la investigación sobre empleos de servicio, desde vendedores hasta trabajadores sexuales por teléfono, strippers, trabajadores de restaurantes y comida rápida, y proveedores de cuidado infantil (para una revisión completa, consultar a Wharton, 2009). Estos estudios revelan varias características afectivas comunes en los trabajos de servicio: el trabajo emocional requiere que un trabajador produzca un estado emocional o respuesta en el cliente; se expresa entre los compañeros de trabajo, así como con los supervisores y subordinados como parte del rendimiento laboral esperado; y a través de la selección, el entrenamiento y la supervisión de los empleados, los empleadores pueden ejercer varios grados de control (Steinberg y Fligart, 1999, pp. 13-14). Asimismo, tanto el cliente y el trabajador co-constituyen el producto, que es precisamente su interacción (Macdonald y Sirianni, 1996; Dowling, 2007; Wharton, 1993; Lazzarato, 1996), y los resultados se evalúan por la satisfacción del cliente o “felicidad”, en lugar de medidas “objetivas” (Mankekar y Gupta, 2016).

El trabajo empírico sobre las ocupaciones de servicio, sin embargo, cuestiona la noción de trabajo emocional de Hochschild, tal como se prescribe siempre, ya que los “trabajadores de servicio interactivo” se encuentran con la rutinización de las interacciones junto con diversos grados de autonomía y subjetividad (Leidner, 1999; Macdonald y Sirianni, 1996; Wharton, 1993). En su discusión sobre el trabajo de cuidado en hogares de ancianos, Steve Lopez (2006) se refiere al “cuidado emocional organizado” como trabajo afectivo proporcionado por dinero, pero no indicado por los gerentes. Rachel Sherman (2015) usa el término trabajo emocional para transmitir la producción de trabajo afectivo según el estilo de vida de los trabajadores sin que sus interacciones con los clientes estén “programadas, estandarizadas o prescritas por los empleadores y en beneficio de los mismos” (p. 166).

Otros autores cuestionan la idea de que la estandarización del trabajo emocional siempre es perjudicial para los trabajadores. En labores de servicio altamente rutinarias, como el trabajo de comida rápida, el guión del trabajo emocional de los trabajadores a veces es admitido como un “escudo” que los excusa de interacciones no deseadas o conversaciones intrusivas (Leidner, 1999; consultar también Zelizer, 2005b). Como muestra Elizabeth Bernstein (2010), en su estudio de clientes y prostitutas en San Francisco, las transacciones de sexo e intimidad en términos explícitamente limitados o “guionizados” pueden proporcionar un límite deseable para ambas partes.

Independientemente de estas críticas, la teoría del trabajo emocional sigue siendo extremadamente influyente y ha inspirado una serie de conceptos relacionados que capturan diferentes aspectos del trabajo interactivo en ocupaciones de servicios, como el del trabajo corporal (Kang, 2003), el trabajo relacional (Zelizer, 2005a; Mears, 2015), el de la construcción de puentes (Otis, 2016), o el trabajo estético (Warhurst y Nickson, 2007). Entre estos, el marco del trabajo íntimo define “un continuo de servicio y labor cuidadosa, desde la enfermería de alto nivel hasta el servicio doméstico de baja calidad, e incluye el trabajo sexual, doméstico y del cuidado” (Boris y Parreñas, 2010, p. 2). Basándose en la definición de intimidad de Viviana Zelizer, entendida como “conocimiento y atención que no están ampliamente disponibles para terceros” (2005a, p. 14), Boris y Parreñas sostienen que el trabajo íntimo es el que se extiende a las “necesidades íntimas”, que puede incluir manicuristas, prostitutas, terapeutas y enfermeras, entre muchos otros. Los mencionados autores, distancian este concepto del de trabajo emocional en el que no todos los trabajadores íntimos realizan el último, en el sentido de la gestión de la emoción (es el caso de los donantes de esperma), ni el trabajo emocional siempre define la experiencia de los trabajadores íntimos.

La categoría de trabajo íntimo se basa en las reivindicaciones de los “límites porosos” entre varias categorías del trabajo, que resuenan con los argumentos feministas acerca de la fluidez y el entrelazamiento entre los tipos de trabajo reproductivo tradicionalmente realizados por mujeres (consultar DeVault, 1991). La gramática de la intimidad sujeta las maneras en que las culturas del trabajo actual se desvanecen en múltiples espacios, tiempos y relaciones (Gregg, 2011; Illouz, 2007). Como argumenta Lauren Berlant (1998), la intimidad crea los espacios que unen lo público y lo privado —

un aspecto central de la mano de obra del siglo XXI—. El trabajo íntimo no implica una concepción inmaterial del trabajo, ni supone que la producción y la reproducción se fusionen.

El trabajo íntimo pone al cuerpo en foco, un aspecto que a veces se subestima en el trabajo empírico sobre el trabajo emocional9, pero que es crucial en las teorías del afecto (Clough, 2008; Thomas y Correa, 2016). En su estudio de los call centers hindús, Purnima Mankekar y Akhil Gupta (2016) describen la producción corporal de los trabajadores de encuentros íntimos en términos de “la intensa concentración entretejida en la tensión del cuerpo de una mujer joven”, “la sonrisa decidida” de otra, y “los hombros caídos” de otra más mientras trataban con los clientes (p. 25). La intimidad, que es constitutiva de este trabajo afectivo, reconstituye el cuerpo en sí mismo —sin embargo, no necesita interacción cara a cara, ya que puede estar (y a menudo está) mediada por la tecnología (Mankekar y Gupta, 2016; Ducey, 2010)—.

En sus divergencias y superposiciones, las herramientas teóricas que ofrecen los conceptos de trabajo afectivo, reproductivo, emocional e íntimo subrayan que el afecto tiene posiciones distintas en diversos procesos productivos del capitalismo tardío. Estas ideas son clave para estudiar las economías y la circulación del afecto y la emoción, preocupaciones centrales de la teoría del afecto. Al mismo tiempo, centrarse en el afecto cambia las categorías tradicionales y el marco de los debates que los estudiosos del trabajo han abordado con respecto al consentimiento, la alienación y la explotación de los trabajadores, a los que me referiré a continuación.

4 Alienación, consentimiento, explotación

Basándose en la teoría de Marx de la alienación del trabajador industrial a partir del producto de su labor, Hochschild argumentó de manera excelente que el trabajo emocional produce un distanciamiento del yo privado. La producción y la gestión de las emociones para el trabajo “se basan en una fuente de identidad que honramos como profunda e integral a nuestra individualidad” (1983, p. 7). La gestión privada y el intercambio de emociones se asignan con fines de lucro y, en el proceso, se estandarizan y se diseñan de forma tal que causen distanciamiento “de la exhibición, del sentir, y de qué sentimientos pueden decirnos” (1983, p. 189). Hardt y Negri (2011) también observan que en la producción de labor afectiva, “el capital aliena al trabajador no solo del producto del trabajo, sino del propio proceso laboral, de tal manera que los trabajadores no sienten sus propias capacidades para pensar, amar y atenderse cuando están en el empleo” (p. 140).

Pero al mismo tiempo, ¿qué son exactamente estos “verdaderos” afectos o yoes a partir de los cuales el trabajo emocional aliena a los trabajadores? Como los estudiosos del afecto han enfatizado, el capitalismo produce subjetividades y el trabajo afectivo produce temas laborales particulares (Mankekar y Gupta, 2016). Cinzia Arruzza (2014) señala que el capitalismo nos interpela para valorar las emociones como la expresión más auténtica de nuestro yo, simultáneamente las convierte en habilidades separables para vender en los mercados laborales. La búsqueda de autenticidad implícita en la idea de alienación de Hochschild es, por tanto, problemática (consultar a Weeks, 2007; Mankekar y Gupta, 2016).

Hochschild no niega que los trabajadores que venden trabajo emocional realmente puedan sentir afección por sus clientes. Por el contrario, distinguió entre dos métodos para realizar el trabajo emocional: la actuación superficial (los trabajadores son conscientes de que su manifestación de sentimientos es superficial) y la actuación profunda, en la que los trabajadores muestran un “sentimiento real que se ha autoinducido” (1983, p. 35). Aún así, la inversión afectiva de los trabajadores en el espacio laboral requiere que repensemos las contradicciones entre la agencia, el consentimiento y la alienación más allá de la noción de “actuar” (Gregg, 2011). Una característica importante del trabajo en el capitalismo avanzado es el creciente ejercicio de la autonomía y la individualidad por parte de los trabajadores, una manera en la que el trabajo se vuelve altamente significativo y central para la identidad, al tiempo que disminuyen las expectativas de estabilidad y una compensación adecuada (Gregg, 2011; Tokumitsu, 2015; Pugh, 2015). El consentimiento para participar en intercambios laborales desiguales se basa en diferentes motivos afectivos: desde vínculos sociales, regalos e intimidad (Mears, 2015), hasta la construcción de identidades por parte de los trabajadores como “seres que se preocupan” (Stacey, 2011), o normas de reciprocidad con los clientes (Sherman, 2007).

Centrarse en el afecto también cambia la forma en que los estudiosos del trabajo abordan las formas contemporáneas de explotación. Como se señaló anteriormente, el trabajo reproductivo y afectivo se distribuye de manera desigual según el género, la clase y las líneas étnico-raciales (Glenn, 1992; Kang, 2003; Dowling, 2007; Uhde, 2016; Cabezas, 2011; Hochschild, 2002).10 El trabajo emocional puede reflejar y producir intercambios desiguales porque el cliente como consumidor de productos o servicios en general y el cliente como contratador de servicios profesionales asumen diferentes derechos a lo que se les permite sentir y mostrar (Hochschild, 1983). Como muestran los estudiosos del trabajo de cuidados, otra fuente de explotación proviene de la dificultad de medir los intercambios afectivos (Folbre, 2012). Cuando el trabajo afectivo se intercambia por dinero, queda sujeto a un doble desconocimiento: “la invisibilidad del trabajo emocional como requisito laboral y la consecuente falta de remuneración por el desempeño competente de esas habilidades” (Steinberg y Fligart, 1999, p. 13). Existe amplia evidencia de la persistente devaluación del trabajo remunerado afectivo, emocional y reproductivo (Fraser y Gordon, 2013; England, 2005; England, Budig y Folbre, 2002). Las actividades que las mujeres han llevado a cabo históricamente sin pago, como las tareas domésticas y de cuidados, la enseñanza y la enfermería, se consideraron trabajos no capacitados, lo que dificulta una recompensa suficiente cuando se mercantilizan (Boris y Parreñas, 2010).

La cuestión de la explotación requiere, por lo tanto, que regresemos a algunas de las distinciones anteriores entre las diferentes formas de trabajo afectivo. Hardt y Negri (2011) señalan que el capital expropia el trabajo afectivo no sólo a nivel individual sino colectivo, en el sentido de apropiarse de formas de cooperación que emergen entre los trabajadores inmateriales: “flujos de información, redes de comunicación, códigos sociales, innovaciones lingüísticas y prácticas de afectos y pasiones” (p. 140). Esta idea ha sido retomada en estudios de trabajadores de cuello blanco (Gregg, 2011), así como por académicos que examinan el “trabajo libre” proporcionado por los usuarios de internet a medida que las redes sociales transforman los límites entre la producción y el consumo de contenido (Terranova, 2004; Coté y Pybus, 2007). A diferencia de este tipo de profesionales que tienen mayores grados de autonomía, capacitación y recursos (Wharton, 1993), los trabajadores de servicio de primera línea “reciben instrucciones muy explícitas sobre qué decir y cómo actuar” y permanecen bajo supervisión constante (Macdonald y Sirianni, 1996 p. 3) a cambio de salarios muy bajos. Dichos trabajadores carecen del “escudo de estatus” otorgado por el reconocimiento profesional que sirve como protección contra las demandas emocionales de los clientes (Hochschild, 1983) y han sido referidos como el “proletariado emocional” (Macdonald y Sirianni, 1996). Como argumentan Federici y Caffentzis (2007), hay poco en común entre un artista o maestro masculino y una empleada doméstica –ambos, según los términos de Hardt y Negri–, podrían estar proporcionando trabajo afectivo.

En otras palabras, ciertos tipos de trabajo afectivo no ofrecen el reconocimiento social y la compensación económica que otros otorgan; y no todas las formas de trabajo afectivo son igualmente explotadas por el capital. Por lo tanto, “debemos prestar atención a cómo el trabajo es afectivo en diferentes casos” (Mankekar y Gupta, 2016, p. 35), y preguntar quién proporciona qué formas de afecto y labor, y con qué consecuencias. Importa mucho si el trabajo afectivo, reproductivo, emocional o íntimo es remunerado o no (Dowling, 2007), proporcionado en entornos íntimos o públicos (Zelizer, 2010), o en mercados globalizados (Boris y Parreñas, 2010), además de si producen afectos o reproducen la fuerza laboral (Oksala, 2016). El género, la clase, la raza, el origen étnico y la ciudadanía determinan en gran medida quién cumple qué trabajos de servicio y las expectativas que conllevan estas asignaciones (ver Kang, 2003), con divisiones agudas a lo largo de la provisión de servicios “frontal” y “posterior” (Sherman, 2007; Dowling, 2007); o trabajo de cuidado “sucio” y “nutriente” (Duffy, 2011; Glenn, 1992); entre otros.

5 Miedo, placer y críticas anticapitalistas del trabajo

En este artículo me ocupé de los enfoques sobre cómo las economías capitalistas tardías engendran nuevas “prácticas afectivas” (Berlant, 2007) en el ámbito laboral. Ahora me gustaría describir algunas implicaciones que ofrecen estas perspectivas para investigar las transformaciones del trabajo.

Primero, el concepto de afecto es clave para comprender las subjetividades, identidades e intimidades contemporáneas de los trabajadores, tanto dentro como fuera del lugar de trabajo. Las prácticas afectivas tienen consecuencias no solo para el tipo de trabajo que hacemos, sino también para el tipo de trabajadores que se espera que seamos. Los anuncios de Fiverr descritos anteriormente transmiten estas expectativas de manera bastante gráfica: los trabajadores del siglo XXI parecen estar siempre trabajando. La tecnología es un aspecto clave de esta obligación constante. Los nuevos medios y dispositivos obligan a los trabajadores a involucrarse en la “regulación del afecto y la distancia emocional” a medida que lidian con el desbordamiento del trabajo en múltiples espacios y tiempos, así como con nuevos problemas como la “sobreexposición colegiada y la intimidad forzada” derivada de la expectativa de la creación de redes como parte del empleo (Gregg, 2011, p. 12). A medida que las nuevas tecnologías continúen mediando el trabajo (piense en las redes sociales y su cultura de revisiones), la investigación puede explorar cómo la autodisciplina y el sentido de valía de los trabajadores se transforman y promulgan a través de prácticas de seguimiento y gestión cada vez más personalizadas (ver Moore, 2018).

El afecto también es fundamental para lo que Allison Pugh (2015) llama una “cultura de inseguridad”: “una cultura de responsabilidad y riesgo personal, vinculada a la propagación de la precariedad en el trabajo, el retroceso neoliberal del estado y el dominio del mercado” (p. 4). Debido a que esta cultura combina bajas expectativas para los empleadores y altas para los trabajadores, se nutre del miedo y la ansiedad. Como argumentan Rosalind Gill y Andy Pratt (2008), estos afectos “negativos” (fatiga, agotamiento, frustración) se ocultan en las teorías del trabajo afectivo, pero en gran medida dan forma a nuestra relación con el trabajo. “La inseguridad sobre el propio lugar durante la innovación periódica, el miedo a perder los privilegios adquiridos recientemente y la ansiedad por ‘quedarse atrás’ se traducen en flexibilidad, adaptabilidad y una disposición para reconfigurarse a uno mismo” (Virno, 1996, p. 16).11 Como un número cada vez mayor de académicos se refiere a la precarización como la característica definitoria del trabajo moderno (Standing, 2011; Snyder, 2016; Gregg, 2011), el examen de las múltiples dimensiones afectivas de la precariedad arrojará luz sobre cómo da forma a nuestras vidas y relaciones sociales (ver Pugh, 2015).

Por el contrario, los estudios sobre el trabajo han prestado poca atención a los placeres producidos y que circulan debido al trabajo. Como señala Hochschild (1997), “los imanes emocionales subyacentes al hogar y al lugar de trabajo están en proceso de revertirse” (p. 44), ya que el trabajo proporciona un respiro de los desafíos emocionales y domésticos en el hogar y promete reconocimiento público. La labor remunerada se ha convertido, al menos ideológicamente, en una búsqueda de felicidad e identidad individual. 12 Pugh (2015) encuentra que el lenguaje con el que los trabajadores describen su trabajo como un “llamado” personal se asemeja a la búsqueda de un alma gemela en el amor. Los académicos se han centrado en cómo estos apegos afectivos satisfacen las demandas del trabajo en el capitalismo tardío (Tokumitsu, 2015). El hecho de que el trabajo afectivo se enmarque como una “labor de amor”, en lugar de un “trabajo” real (Burke, 2016; Rodriquez, 2014; England, 2005) hace que sea difícil para los trabajadores de todas las ocupaciones exigir mejores salarios, horarios o beneficios. Sin embargo, los estudios sobre el afecto y el trabajo se beneficiarían al examinar no solo los peligros sino también los potenciales de los “imanes emocionales” del trabajo. Como señala Patrick Sheehan (2019), una verdadera crítica del capitalismo implicaría que exigimos “el derecho a hacer el trabajo que amamos y que nos paguen por ello”.

La relación entre afecto y trabajo se encuentra en una tensión no resuelta con proyectos de lucha contra los regímenes capitalistas. Si los afectos en el trabajo no solo son intrínsecos a la acumulación de capital sino a la vida social misma, ¿cómo podemos resistir su apropiación? ¿Es posible des-mercantilizar el afecto sin “caer en un ideal romántico de autenticidad”? (Arruzza, 2014). ¿Cómo deberían avanzar las críticas anticapitalistas de la mano de obra sin revertir a una lógica de esferas separadas por la cual constructos como “hogar” o “familia” se idealizan en oposición a “trabajo”?

Las académicas feministas sostienen que la política laboral debería girar en torno a la superación de la “subyugación rapaz de la reproducción a la producción” del capitalismo (Fraser, 2016, p. 117). En otras palabras, la crítica feminista insiste en preservar “una esfera de práctica reproductiva separada de una esfera de producción propiamente capitalista” (Weeks, 2007, p. 248). Al destacar que el capitalismo siempre se ha beneficiado del trabajo no remunerado (en su mayoría realizado por mujeres), las feministas abogan por una reorganización más radical de la producción y la reproducción (Oksala, 2016); por ejemplo, al crear un modelo de bienestar de “cuidadores universales” (Fraser, 2013), exigiendo salarios para el trabajo doméstico (una famosa campaña llevada a cabo por las feministas italianas en la década de 1970), o un ingreso universal básico (Weeks, 2011).

Los estudiosos del trabajo emocional e íntimo tienden a abogar por la reestructuración de las condiciones y prácticas laborales, lo que implica el gran desafío de imaginar nuevas formas de organización y movilización de trabajadores que respondan a la naturaleza cambiante del trabajo en el capitalismo tardío (ver Cobble, 2010). En segundo lugar, llaman la atención sobre las formas de resistencia a nivel micro incrustadas en los procesos e interacciones cotidianas entre trabajadores, gerentes y clientes en ocupaciones de servicios. Los trabajadores responden a situaciones de acuerdo con diferentes “reglas sentimentales”, no solo organizacionales sino también profesionales y sociales (Bolton y Boyd, 2003); igualmente pueden optar por retener el trabajo emocional (Sherman, 2007). Surgen estrategias y culturas de resistencia específicas en entornos de servicio específicos (Macdonald y Sirianni, 1996; véase también Kang, 2003).

Finalmente, una de las afirmaciones más influyentes de Hardt y Negri es que el trabajo afectivo es directamente productivo del capital y fundamental para los procesos de acumulación, pero también productivo de las relaciones sociales potencialmente autónomas del capital. Haciéndose eco de Foucault, llaman a esto una forma de biopoder: el trabajo afectivo genera una cooperación social que desborda los límites de las relaciones capitalistas porque se crea en encuentros entre trabajadores sin ser dirigido desde arriba, “incluso en algunas de las circunstancias más limitadas y explotadas” (2011, p. 140). Aunque no podemos dar por sentado que la cooperación social surgirá entre los trabajadores en entornos precarios (Dowling, 2007; Federici, 2011), el trabajo afectivo podría infundir movimientos sociales que redirijan la producción de afecto hacia metas progresivas (Thomas y Correa, 2016; Gregg, 2017). La inestabilidad laboral podría ofrecer el potencial para nuevas maneras de hacer política (Gill y Pratt, 2008).

Dentro de estas discusiones, la idea de una “sociedad post-trabajo” surge como una que cuestiona “la necesidad y la centralidad del trabajo en nuestras vidas” (Tokumitsu, 2015, p. 148). Como señala Weeks (2007), el hecho de que las subjetividades conformadas en el trabajo “habiten todos los espacios y tiempos de no trabajo y viceversa”, no significa que el trabajo y la vida sean indistinguibles (p. 246). Esta demarcación no puede darse previamente, sino que forma la sustancia de un debate político que, –según Weeks–, debe basarse en subjetividades potenciales e imaginadas en lugar de afirmaciones sobre “yoes” esenciales frente a yoes distanciados.

La lucha por formular una “política laboral afectiva” cohesiva (Gregg, 2011) revela una búsqueda continua para desarrollar nuevos vocabularios que capturen los entrelazamientos cambiantes de lo público y lo privado, las emociones y el trabajo, la vida y el trabajo. Estas ambivalencias que infunden el trabajo afectivo son simultáneamente nuevas y antiguas, ya que constituyen la relación entre el trabajo y el capital en general (Dowling et al., 2007; Read, 2017). El desafío para los estudios sobre afecto y trabajo es incorporar estas contradicciones sistemáticamente sin perder una perspectiva crítica sobre las relaciones desiguales que infunden este ámbito de la vida social.

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