Iniciando la primera década del siglo XXI varios magacines norteamericanos dirigidos a mujeres comenzaron a invitar a sus lectoras a retomar las labores artesanales textiles, como el tejido de punto, entendiéndolas no sólo como un pasatiempo divertido, sino como una acción política feminista. Esto, según autoras anglosajonas como Elizabeth Groeneveld (2010), Anne Beth Pentney (2008), Maura Kelly (2014) o Jessica Bain (2016), en el sentido de la contribución que tiene retomar estos quehaceres, tradicionalmente domésticos y feminizados, para redefinir su lugar devaluado y verles como labores artesanales creativas y empoderantes (Kelly, 2014); especialmente por la capacidad que tienen para convocar acciones concretas que buscan modificar, recuperar o cuestionar ordenes de género establecidos y por el potencial que tienen para consolidar procesos de sororidad diversos (Pentney, 2008). El boom de este tipo de iniciativas lleva a acuñar el término knitivism que indica el uso sistemático del tejido de punto con fines políticos (Springgay, 2010).
Algunas de las iniciativas textiles que la literatura anglosajona comienza a visibilizar dentro de esta categoría de knittivism o tejido activista, son los clubes de tejido stitch ‘n’ bitch (Minahan y Wolfram Cox, 2007), los Revolutionary Knitting Circles, las jornadas en espacios públicos conocidas como yarnbombing, guerrilla knitting o graffiti knitting y el tejido de distintos artefactos textiles con intencionalidades políticas específicas, como por ejemplo, los pasamontañas que fueron tejidos en 2007 exigiendo al senado estadounidense el regreso de las tropas militares de Irak, los gorros rosados llamados “Pussyhat” que fueron tejidos para la Marcha de las Mujeres en 2017 también en este país, y la colcha de gran tamaño que fue tejida entre 2003 y 2008 en diversos países con el logo de Nike para protestar contra las malas condiciones laborales de quienes trabajan en maquilas para esta compañía (Springgay, 2010).
El interés académico por esta forma de activismo textil va a crecer dentro del mundo anglosajón y la literatura va a buscar caracterizar la naturaleza particular del feminismo que este tipo de activismos expresan. Referentes importantes de estas reflexiones van a ser investigaciones históricas como la de Rozika Parker (1984/2010), Fiona Hackney (2013) o Sarah Marie Hall y Mark Jayne (2016), que dan cuenta de los oficios textiles que mujeres, principalmente blancas y de clase media, realizaban en los siglos XIX y XX. Estos análisis establecen una relación entre la posición social de estas mujeres y lo que de ellas se espera socialmente: que realicen estas labores en su tiempo libre y al interior de sus hogares, como parte de la construcción de una feminidad pura, delicada y orientada al trabajo de cuidado.
En este contexto, la literatura que se interesa por el activismo textil del tejido que surge en los primeros años del siglo XXI contribuye a cuestionar tanto la idea de feminidad que los quehaceres textiles encarnan históricamente, como el espacio que les ha sido otorgado como natural: el privado. Estas reflexiones dan cuenta de la forma en que la feminización del quehacer textil se encuentra en permanente tensión con la posibilidad que tienen estos oficios devaluados de generar formas de complicidad entre mujeres y de resistencia hacia las nociones de lo femenino que estas prácticas cargan históricamente. Dicho esto, la literatura anglosajona continúa privilegiando y visibilizando, principalmente casos de activismo abanderados por mujeres blancas, de clases medias y de zonas urbanas1.
Este énfasis de la literatura en torno al boom del knittivism en los primeros años del siglo XXI tiene dos puntos ciegos que nos interesa resaltar aquí. En primer lugar, no relaciona el activismo textil contemporáneo en contextos anglosajones con otros usos políticos de lo textil en otros momentos de la historia norteamericana y europea. Ejemplo de esto son las mujeres que durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial tejieron piezas de vestir usando las puntadas como códigos binarios para transmitir información secreta a los soldados en combate, pero también para enviar prendas tejidas como una forma de brindarles cuidado y abrigo (Deacon y Calvin, 2014; Zarrelli, 2017). El silencio sobre casos como el anterior lleva a las estudiosas del knittivism ya citadas a defender una cierta idea de feminismos textiles un tanto atemporal. Ello las conduce a proponer modelos de análisis en los que no se tienen en cuenta las genealogías de estas propuestas políticas y con ello se asume que lo contemporáneo es particularmente novedoso. Esto en el sentido, en el que se entiende que el knittivism emerge en contraposición a un oficio textil realizado por mujeres sumisas (en el siglo XIX), sin considerar que hubo quienes encarnaron este oficio con otras intencionalidades femeninas más subversivas como las que trae a colación el ejemplo de la primera y segunda guerra mundial.
El otro punto ciego que tiene la literatura anglosajona sobre los activismos textiles contemporáneos es precisamente la geografía que acota. Al centrarse en casos norteaméricanos que luego se replican en el Reino Unido y al mantener referentes históricos particulares de estos contextos, pierde de vista la forma como el activismo textil se ha desarrollado en otras regiones como Latinoamérica. Esto supone una generalización en torno a los imaginarios sobre el feminismo en los modelos analíticos que dicha literatura propone. Ahora bien, considerando el lugar preponderante de la literatura anglosajona en la configuración del mundo académico global, este punto ciego ha llevado también a que la sistematización de iniciativas de activismo textil en América Latina sea inexistente. Es así que no existen trabajos panorámicos que permitan afirmar cómo se ha consolidado en esta región este tipo de acción política feminista y el papel que el quehacer textil tiene en ella.
La escasa literatura sobre activismos textiles en Latinoamérica se centra en los denominados costureros de la memoria, conformados por mujeres que realizan denuncias, exigen verdad y reparación en contextos de guerra, migración forzada y/o conflicto político y civil (Bacic, 2014; Doolan, 2016; González Arango, 2015). Estos costureros, sobre los cuales se tiene información principalmente desde la década de los setenta en Chile, usan el quehacer textil como forma de expresión política (por ejemplo, narrar figurativamente sobre la tela hechos de violencia estatal) y como mecanismo de sanación, solidaridad y acompañamiento. Adicionalmente, las técnicas textiles de acción política de estos costureros no se agotan en el knittivism, sino que cobran mayor relevancia otras técnicas como el bordado o la costura.
También se pueden encontrar en América Latina ejemplos de iniciativas que propenden por un reconocimiento de lo textil como patrimonio cultural. Un ejemplo es el Movimiento Nacional de Tejedoras Ruchajixik ri qana'ojbal de Guatemala, quienes a través del proyecto de ley 5247 han buscado que se reconozca la autoría intelectual y legal de sus producciones textiles tradicionales, para con ello contrarrestar el despojo sistemático de sus técnicas por parte de la industria de la moda. En estos casos, las mujeres indígenas guatemaltecas buscan ser reconocidas como sujetas políticas que tienen derechos sobre sus haceres textiles artesanales, en tanto que forma de conocimiento, y con ello dejar de ser concebidas únicamente como conservadoras de la cultura desde la producción artesanal de bienes de consumo (Yaksic, 2017).
Ahora bien, lo que nos interesa resaltar, es que estos casos no se han puesto a conversar entre sí. Ello ha llevado a que se los entienda como ejemplos aislados de activismo en torno a la memoria o el patrimonio cultural, cuya dimensión textil no es el centro del análisis, mucho menos aún la forma en que ella contribuye a configurar activismos feministas particulares2.
El panorama presentado hasta aquí nos deja frente a una importante encrucijada analítica, que buscamos resolver con el presente artículo. Aquí nos interesa tejer un puente entre los marcos comprensivos que la literatura anglosajona ha desarrollado y algunos casos de activismo textil documentados en la ciudad de Bogotá, con miras a comprender las limitaciones de estos marcos desde su aplicación a casos concretos y escuchando atentamente cómo estos casos interpelan dichas propuestas, sin destejerlas completamente.
El continuum femenino-feminista planteado por Pentney (2008) es uno de los modelos de categorización que mayor resonancia ha tenido en la literatura anglosajona a la hora de entender los activismos textiles. A través de la reflexión en torno a varios casos, esta autora propone que los proyectos activistas que utilizan el tejido de punto hecho a mano contribuyen al empoderamiento, la justicia social y la construcción de comunidad de mujeres. Con esto plantea que no existe una forma correcta de hacer feminismo, por lo que las prácticas textiles pueden ser consideradas como feministas al convocar a personas que, aunque no se identifican como tal, contribuyen a consolidar los intereses y búsquedas de las agendas políticas del feminismo desde su hacer textil.
Este modelo se estructura en torno a tres grupos de prácticas textiles que, de acuerdo a su objetivo, aluden a formas diferentes de contribuir a proyectos feministas más amplios y que se pueden ver esquematizadas en la figura 1. En un extremo del modelo se encuentra el activismo textil encaminado a la construcción de colectividad y la revaloración de un arte doméstico. Según Pentney el lenguaje del tejido de punto convoca el encuentro entre personas para compartir patrones y técnicas de realización. Ello, por su parte, es una forma de retomar un oficio que evoca genealogías femeninas diversas. En el centro del modelo está el activismo textil orientado a promover causas sociales; las iniciativas que hacen parte de este activismo tienen como propósito visibilizar situaciones de desigualdad y generar sensibilidad y compromiso con causas específicas. El ejercicio de hacer visible a través del tejido usualmente convoca a las personas a solidarizarse con quienes sufren esa situación de desigualdad, lo que tiene el potencial de desafiar estructuras de poder existentes. En el otro extremo del modelo está el activismo textil como forma de denuncia o protesta pública. A esta categoría pertenecen iniciativas automotivadas que se convierten en herramientas políticas de protesta. Allí lo textil aparece en concentraciones, marchas e intervenciones públicas de diferente índole3.
Figura 1
El continuum de Pentney puede visualizarse como una cinta compuesta por tres segmentos: (1) Creación de comunidad y celebración del oficio textil como un arte doméstico, (2) Reuniones y actividades textiles orientadas a sensibilizar sobre ciertas problemáticas sociales referentes a asuntos de género y (3) Oficio textil como forma de denuncia de corte feminista. Estas tres categorías son presentadas por Pentney de forma tal que cada tipo de activismo textil se encuentra diferenciado del otro
Esta propuesta sugiere que es posible diferenciar cada tipo de activismo textil, pero también que todos ellos se encuentran conectados entre sí en tanto que contribuyen a una agenda feminista de formas diversas. Esta invitación a pensar el activismo textil desde la diversidad orientó la manera en que utilizamos este modelo para interpretar los casos de activismo identificados en Bogotá.
Aplicamos este modelo en el análisis de 14 casos de activismo textil que fueron identificados en Bogotá utilizando un rastreo por bola de nieve, en el cual se tomaron como base los casos ya conocidos por el grupo de investigación, que sirvieron como referencias semilla para identificar nuevas iniciativas. Las referencias semillas y los casos referenciados fueron documentadas a través de entrevistas y se les realizó también un seguimiento en la prensa local y en redes sociales virtuales. En total se identificaron y contactaron 14 casos ubicados en diferentes lugares de Bogotá y lideradas por individuos o colectivos diversos. El trabajo de recolección de información tuvo lugar durante el primer semestre del 20174.
Las entrevistas realizadas a las personas representantes de cada una de las iniciativas textiles siguieron un formato de conversación libre en el que buscamos caracterizar cada caso en torno a tres ejes: (1) la historia de cada iniciativa, cómo llega a existir y cuál es su principal motivación; (2) las características personales de quienes la conforman; y (3) el tipo de actividades que realizan, los lugares donde se reúnen, así como las prácticas textiles que desarrollan (bordado, tejido, costura, entre otras) y los materiales que utilizan. En relación con esto último buscamos que las entrevistas se realizaran durante los momentos de trabajo textil de cada iniciativa; pues nos interesaba conocer no sólo lo que cada persona decía de su actividad, sino lo que en el quehacer textil mismo podíamos identificar sobre ella. En caso de que esto no fuese posible, solicitamos a la persona o grupo entrevistado que llevara a la entrevista muestras de su trabajo textil.
El análisis de la información recogida fue procesado de forma textual en una matriz de sistematización que siguió la estructura base de los ejes de la entrevista. Con esta base identificamos la forma en que sus integrantes describen los propósitos que les convocan. Cada iniciativa de activismo textil fue posteriormente clasificada según sus búsquedas y objetivos en una de las tres categorías del continuum propuesto por Pentney y representados en la figura 1.
Antes de pasar a dar cuenta de los resultados del análisis de los casos desde la tipología de Pentney (2008), queremos cerrar este apartado presentando un panorama general de las 14 iniciativas en las que se basa este estudio; este panorama toma como base la revisión de fuentes antes mencionada. Como ya señalamos, estas formas de activismo textil están ubicadas en diferentes sectores de Bogotá, reúnen a poblaciones diversas y hacen uso de varios quehaceres textiles. Como veremos en el siguiente apartado, el activismo textil que promueven es feminista de formas no siempre explícitas y se desarrolla tanto en espacios públicos como privados (ver figura 2).
Figura 2
En este mapa de la ciudad de Bogotá ubicamos geográficamente las 14 iniciativas por la localidad a la que pertenecen (las localidades son zonas urbanas que responden a divisiones administrativas). A cada una la acompaña la descripción de la población que la conforma, los lugares en los que se reúnen y los oficios textiles que integran sus activismos
Bogotá se puede dividir en tres grandes zonas sociogeográficas, la zona norte, la zona céntrica y la zona sur5. Como se observa en la figura 2, la zona céntrica concentra la mayoría de iniciativas de activismo textil identificadas (8 en total). Esta zona corresponde a una población principalmente de clase media y alberga las localidades de Chapinero, Teusaquillo y Los Mártires. Otras tres iniciativas tienen lugar en la zona norte en las localidades de Suba, Engativa y Usaquén que están conformadas tanto por clases bajas, como medias-altas. Las últimas tres se ubican, en la zona sur, principalmente la localidad Ciudad Bolívar de clase baja, en el municipio de Facatativa6 y una de carácter móvil que transita por toda la ciudad.
Estas particularidades socioeconómicas de las distintas iniciativas locales marcan un primer distanciamiento frente a la literatura anglosajona sobre activismos textiles, en la medida en que el tipo de población que compone los 14 casos de Bogotá es heterogéneo en términos de clase y educación. No sucede así con los proyectos que referencia esta literatura, cuya mayoría están integrados por mujeres blancas clase media. Lo anterior empieza a hablar de distintos tipos de activismos, en una estrecha relación con las posibilidades de diferentes materialidades textiles, ritmos y formas de encuentro.
En este sentido, ciertos tipos de encuentro —algunos en espacios semi-privados como universidades, centros de memoria o casas culturales, pero también en el espacio doméstico— presentan temporalidades y espacialidades que no siempre corresponden con aquellas de las iniciativas que se reúnen en espacios abiertos, donde la regularidad y la constancia de sus integrantes es menor. Esto abre la posibilidad de entender cada iniciativa como un proceso espaciado —no como una fotografía o momento estático— en donde la consolidación de cada apuesta puede transitar irregularmente entre lo esporádico y lo consolidado, lo colectivo y lo individual; lo que llama nuestra atención pues la literatura anglosajona no da cuenta de casos promovidos por personas de forma solitaria.
Otra particularidad para destacar de los casos de activismo textil en Bogotá es que practican diferentes y múltiples técnicas. Aquí, el tejido de punto, tan privilegiado en la literatura anglosajona, no aparece con el mismo protagonismo, sino como una técnica más entre otras tantas. Ello nos permite señalar la univocidad que puede devenir de esta inclinación. En este sentido, encontramos que, en Bogotá, aunque las iniciativas conformadas principalmente por mujeres jóvenes educadas y de clase media privilegian el tejido de punto en su quehacer textil, las iniciativas emprendidas por una población más heterogénea tienden a valerse de un abanico de técnicas más amplio, como el aplique de tela sobre tela, la costura, el esquilado, el hilado, el bordado, el remiendo y el patchwork. Nos parece importante incorporar estas otras materialidades y relacionamientos al análisis del activismo textil, de su naturaleza feminista y de la forma en que devienen en posibilidades otras de activismo. Desarrollaremos esto en la siguiente sección.
En este apartado buscamos entrar en conversación con el modelo de Pentney a partir del análisis de los casos de activismo textil identificados en la ciudad de Bogotá. Como veremos algunas de las iniciativas analizadas se pueden ubicar claramente en una de las tipologías del contínuum. Sin embargo, casos que se enuncian de manera más híbrida o fluctuante son más difíciles de fijar en uno de los grupos definidos por Pentney y pertenecen, más bien, a distintas categorías al mismo tiempo. Queremos entender esto como una manera en que los casos locales interpelan el continuum, re-tejiéndolo. Sobre esto volveremos más adelante.
En lo que sigue describimos los casos que pueden clasificarse en algunas de las tipologías de Pentney (2008), para luego detenernos en aquellas que combinan categorías del contínuum. Nos interesa argumentar que estas últimas permiten problematizar y enriquecer el modelo propuesto por esta autora, en especial cuando se toman en consideración aspectos temporales y espaciales de los activismos textiles locales.
Como señalamos anteriormente, el continuum propuesto por Pentney (2008) no implica una jerarquía valorativa de estas prácticas. Al respecto la autora señala que este modelo permite imaginar que, aunque estos activismos textiles difieren entre sí en sus tácticas y propósitos, todos ellos contribuyen a “configurar un ethos feminista” (2008, p. 2). A continuación, presentamos aquellos casos que encajan dentro de uno u otro lugar del continuum dando cuenta de esas contribuciones específicas, bien sean indirectas o no, a las agendas feministas (Kelly, 2014). El esquema presentado en la figura 3 recoge los casos que se presentan a continuación utilizando la metáfora de continuum propuesta por Pentney.
Figura 3
Iniciativas ubicadas en solo uno de los tres segmentos del continuum, lo que recoge la propuesta inicial de Pentney. Sólo 8 de los 14 casos se ajustan a este modelo
Bajo esta categoría referiremos a aquellos casos de activismo que tienen como propósito celebrar o reconocer el carácter doméstico y feminizado de los oficios textiles y con ello crear lazos colectivos. Las principales características de esta celebración/reconocimiento se encuentran en la capacidad de crear comunidad a través del aprendizaje y enseñanza del tejido, por parte tanto de hombres como de mujeres, lo que les permite desafiar desde el mismo hacer sus estereotipos feminizados. Este desafío se materializa al encarnarse en cuerpos no femeninos (Kelly 2014), o cuando se busca controvertir asociaciones entre lo femenino con lo individual, lo puro y lo delicado (Hall y Jayne, 2016). En estos casos lo textil hecho por mujeres construye sororidad y por tanto ideales de lo femenino más colectivos, así como puede llegar a incluir en estas lógicas de la feminidad a los hombres participantes. Las iniciativas que ubicamos en esta primera categoría son Círculo de Tejido, Sie Niuska y Desbordadoræs.
Estas tres iniciativas permiten comprender cómo el hacer textil, especialmente el tejido y el bordado, crean lazos solidarios y comunitarios. En este sentido, Circulo de Tejido y Sie Niuska, se reúnen en torno al tejido para vincular personas que de otra manera difícilmente se reunirían, siendo el refuerzo de los lazos solidarios entre las participantes el principal objetivo de los encuentros. De ahí que relacionemos este tipo de colectividad con la resignificación de los procesos de aprendizaje y enseñanza de distintas técnicas textiles, desvinculándolos de una relación comercial y convirtiéndolos en una dinámica de compartir e intercambiar saberes, conocimientos y experiencias.
Para el caso particular de Sie Niuska, el sentido de compartir saberes es procurar que permanezca viva la tradición cultural indígena muisca7, ligada a una forma particular de tejido y de pensamiento en espiral. Los espacios cotidianos de aprendizaje que este grupo organiza giran en torno a la amistad, la intimidad y la sensibilidad entre mujeres, lo que nosotras, pensando con Maura Kelly (2014) y Carmen Luke (1999), entendemos como pedagogías feministas de la cotidianidad. De manera similar, quienes participan de Círculo de Tejido reivindican con su propuesta la potencia del quehacer textil para crear artefactos cargados de afectos y cuidado. Con esto logran revalorar la dimensión feminizada de estos oficios despreciados por su aparente futilidad y resaltar otras formas de activismos feministas que se narran y performan desde lo textil (Hackney, 2013). Ambos colectivos se adhieren a los procesos de activismo conocidos como slow fashion (Bain, 2016), celebrando el hacer textil lento y personal, así como la producción propia y a pequeña escala de lanas e hilos. En el caso Sie Niuska, sus integrantes producen sus propios materiales textiles.
Al colectivo Desbordadoræs, por su parte, lo ubicamos en un momento distinto del continuum, pues, si bien celebran el oficio textil, lo hacen para “desbordar” los estereotipos de género asociados tanto al bordado —concebido tradicionalmente como un oficio femenino (Edwards, 2006; Parker, 1984/2010)—, como a la masculinidad, ligada a otro tipo de oficios. En este sentido, entendemos que, para Desbordadoræs, la práctica textil es un pasatiempo con implicaciones políticas (Groeneveld, 2010) que le permite a un grupo de hombres adherirse a las lógicas comunitarias y solidarias propias de los bordados colectivos tradicionalmente encabezados por mujeres (Pérez-Bustos y Chocontá Piraquive 2018). En términos políticos, esta adhesión no es menor; los hombres que retan las normas de género contribuyen a la igualdad y a un proyecto feminista de largo aliento (Kelly, 2014). La vinculación de hombres al colectivo los llevó a bordar inicialmente en espacios privados, que consideraron más seguros para llevar a cabo una práctica culturalmente reprobada. Con el tiempo, fueron buscando espacios para mostrar sus producciones textiles al público en general, identificándose abiertamente como hombres bordadores (Orjuela, 2017).
Pentney (2008) refiere al segundo tipo de iniciativas textiles como aquellas que apoyan causas sociales específicas y buscan generar impacto en comunidades más allá del grupo activista. El interés político de este tipo de activismos es sensibilizar o hacer visible una realidad problemática a través del tejido, estos casos locales además dan cuenta de las formas en que el hacer textil interviene en esa realidad considerando su naturaleza colectiva; aquella que convoca a conectarse con las piezas desde el tacto, el hacer y el sentir (Hall y Jayne, 2016; Pajaczkowska, 2016; Steed, 2016). Ubicamos aquí los activismos textiles de las artistas Milena Bonilla y Luz Ángela Lizarazo, el trabajo colectivo del Taller de memoria paz y reconciliación y el Costurero de la Universidad Minuto de Dios.
Milena Bonilla fue identificada por su trabajo artístico “Transitory Map”, una intervención artística en la que remienda las sillas de los buses mientras estos están en movimiento, buscando con ello conectar el tránsito físico del transporte público, con su propio tránsito mediante el remiendo. Luego de realizar los recorridos/remiendos Bonilla documenta el proceso, bordando los trayectos en un mapa en papel de la ciudad. La dimensión política de esta intervención está orientada a sensibilizar al público frente a la temporalidad del quehacer textil, que se hace particularmente visible en un contexto de congestión de movilidad urbana, como es el bogotano, y que afecta de forma particular a quienes viven en las periferias y se ocupan de las labores feminizadas del cuidado; las cuales están representadas simbólicamente en la tarea de remendar. La sensibilización frente a la precariedad del cuidado como quehacer feminizado en la esfera pública conecta a Bonilla con el trabajo de Luz Ángela Lizarazo, quien ha centrado parte de su producción artística en la experimentación con materiales y técnicas de producción textil artesanal para hablar sobre la ambigüedad de lo femenino, como simultáneamente fuerte y subordinado en la estructura social.
Si bien, estas dos artistas utilizan lo textil como medio de sensibilización frente a problemáticas de género particulares, ninguna de ellas denomina su trabajo como explícitamente feminista. Dicho esto, sus prácticas contribuyen a la causa feminista de forma tácita, entre otras pues están orientadas a cuestionar binarismos de género que asocian el cuidado con lo privado o que asumen la feminidad y la masculinidad como radicalmente opuestas (Rossi Braidotti, 2000; Kelly, 2014).
El colectivo del Taller de memoria paz y reconciliación y el Costurero de la Universidad Minuto de Dios, tampoco se enuncian como explícitamente feministas. Sin embargo, sus prácticas textiles contribuyen a este proyecto político, al entender que la dimensión feminizada del oficio textil implica una fuerza colectiva sanadora trascendental, que tiene el poder de retar binarismos de género sobre la relación público/privado (Parker, 1984/2010). Ambos casos están centrados en la problemática de la memoria y utilizan el oficio textil como un medio para narrarla. El Taller de memoria, por ejemplo, trabaja con mujeres víctimas del conflicto armado generando procesos de sanación a través de la costura. Allí, las participantes transmiten a sus hijos y a la sociedad en general sus memorias sobre la guerra, lo que se constituye a su vez en un mecanismo de autonomía y autoridad sobre sus propios procesos. Por su parte, el Costurero de la Universidad Minuto de Dios tiene como propósito construir memoria de las violencias cotidianas que viven sus estudiantes. Esta iniciativa es un experimento pedagógico que se enmarca en la asignatura de responsabilidad social, obligatoria para toda la comunidad estudiantil de la universidad.
El Costurero LGBTI, caso que ubicamos en esta categoría, desafía los imaginarios populares de lo textil como inofensivo, doméstico o femenino y se convierte en un medio para denunciar asuntos complejos de una forma creativa (Steed 2016). El costurero se apoya en el poder de convocatoria del que gozan los quehaceres textiles para crear y organizar una comunidad en torno a un objetivo: cuestionar las normas de género que feminizan las artes textiles (Hackney, 2013; Pentney, 2008). Lo hacen fabricando a mano una serie de piezas que luego son presentadas en una movilización. Ubicamos este caso en la categoría de denuncia pública porque sus acciones constituyen prácticas colectivas que generan conocimiento y memoria a través de la materialización de lenguajes, narraciones y demandas, enunciando públicamente la discriminación que sus integrantes padecen con motivo de sus orientaciones sexuales y de género (Bryan-Wilson, 2017). Estas acciones se entienden como procesos de creación colectiva (Lindström y Ståhl, 2014) donde lo producido textilmente es político y relevante, como también lo son las conversaciones en torno a sus experiencias íntimas y las injusticias padecidas que se dan al tiempo que los retazos de sus historias en una historia común.
El costurero LGBTI adquirió los conocimientos necesarios para la producción de estas pancartas textiles gracias al encuentro con el Costurero Kilómetros de Vida, siendo este último quien les enseñara a realizar los apliques sobre tela. Las pancartas que resultaron de esta experiencia de enseñanza-aprendizaje fueron instaladas como intervenciones públicas en la marcha del orgullo LGTBI en Bogotá, en el 2016. Con esta acción, el costurero buscó desafiar las estructuras dominantes del género haciendo visibles feminidades y masculinidades alternativas (Kelly, 2014). Adicionalmente, esta manifestación pública abrió espacios de encuentro durante la marcha que aumentaron el apoyo a sus causas; distintas personas se acercaron a quienes portaban los textiles, interesadas en las historias que las telas contaban, generando así un espacio de diálogo abierto y conversaciones sobre sus denuncias. En este sentido, el costurero LGTBI no separa el propósito de las acciones emprendidas del hacer textil, en tanto los dos se co-constituyen para materializar la política y ocupar los espacios que le son negados.
El modelo de Pentney, atendiendo a lo que señalamos en el primer apartado, privilegia una mirada un tanto atemporal de su continuum. Este sesgo no le permite dar cuenta de los cruces entre las distintas categorías que propone. Aquí nos interesa mostrar algunas de las iniciativas identificadas en la ciudad de Bogotá que entrelazan la linealidad de su tipología, combinando más de una categoría de las propuestas por esta autora. El esquema presentado en la figura 4 muestra de forma general la manera en que estos casos entretejen ese continuum y permiten imaginarlo como un telar.
Figura 4
Seis de las iniciativas encontradas responden a más de una de las categorías de Pentney. Éstas se mueven de manera horizontal, funcionando como trama de las categorías fijas que Pentney propone, y se tejen con las categorías verticales del continuum, que en este caso serían la urdimbre que sostiene nuestro análisis
El colectivo Entretejerte es un ejemplo de cómo la construcción de comunidad y la celebración de lo textil en tanto que oficio/narrativa con una genealogía femenina y doméstica, se puede entretejer con ciertas causas sociales. Este colectivo, gestado al interior de la Universidad Javeriana, congrega distintos miembros de la comunidad universitaria, que se reúnen semanalmente desde el 2014 para tejer durante la hora del almuerzo8. Este encuentro ha permitido la creación de espacios de ocio que interrumpen la rutina laboral y construyen vínculos personales y afectivos entre quienes asisten, al tiempo que interfieren en el productivismo capitalista que fractura el encuentro íntimo interpersonal en los espacios de trabajo (Kelly, 2014; Orton-Johnson, 2014). En un principio, el objetivo de Entretejerte se limitaba a aprender e intercambiar conocimientos sobre técnicas textiles. Con el tiempo, el colectivo empezó a desarrollar algunos proyectos de tejido colectivo, buscando, entre otras cosas, intervenir el espacio público y llamar la atención sobre ciertos lugares y objetos que suelen pasar desapercibidos, como los árboles de la universidad. Con ello han querido manifestar su preocupación frente a lo desprotegido y su interés por construir, con sus manos, formas de “abrigarle”.
El activismo textil de Entretejerte también hace énfasis en el tejer como acto cuidadoso y oficio feminizado que ocurre en el espacio público y que se realiza para construir colectividad desde la intimidad y el placer del encuentro. A pesar de que sus integrantes no reconocen su enfoque como feminista, su forma de entender la práctica textil contribuye a estos proyectos, en tanto que reconoce la feminización y la problematiza (Kelly, 2014). Esto último lo hace al invitar a hombres y mujeres de la comunidad universitaria a acercarse al oficio textil y con esto abogar por la construcción de nociones alternativas de feminidad y masculinidad, propiciadas por el tejido colectivo. Además, Entretejerte busca desafiar activamente la divisiónpúblico/privado y su matriz generizada, al intervenir el espacio público del campus con piezas textiles producidas en la intimidad de lo colectivo. Es importante decir que la toma textil o yarnboming (Price, 2015) que promueve Entretejerte es posible gracias al trabajo previo de este grupo en torno a la construcción de colectividad que tiene a la base el intercambio de saberes en torno y acerca del tejer. En esa colectividad, pensar con las y los otros y desde las materialidades también constituye una práctica cuidadosa (Puig de la Bellacasa, 2012) y política en un sentido feminista.
Por su parte, las iniciativas Tejedores de Historias, Entretejiendo UN y los trabajos de la artista Tatiana Castillo, pueden ser ubicados tanto en la primera como en la tercera categoría propuesta por Pentney (2008), a saber, el tejido como creación de comunidad y celebración del oficio textil doméstico, y a su uso político a través de protestas, denuncias o intervenciones públicas. La combinación de estas dos categorías permite visibilizar la potencialidad del hacer textil como un oficio doméstico que se celebra y, al tiempo, se usa en acciones deliberadas con fines políticos. Como se evidenciará a continuación, estos fines pueden utilizar el hacer textil para propósitos muy diversos.
Tejedores de Historias es un colectivo de la localidad de Ciudad Bolívar liderado por dos mujeres víctimas del desplazamiento forzado que han trabajado, desde el 2006, en la construcción de cartografías del desarraigo y en la exploración de las condiciones de vida en la ciudad a través del bordado. Esta iniciativa apela a los conocimientos previos de las mujeres sobre bordado. Desde esta práctica textil, buscan promover la reconstrucción del tejido social y la memoria de la violencia; al expresar, denunciar y visibilizar la manera violenta en que fueron desplazadas de sus territorios, rompen el silencio y la desconfianza que se había apoderado de ellas. Esta forma de activismo, donde las mujeres denuncian situaciones de violencia desde sus medios más cercanos e íntimos, puede ser concebida como feminista, en tanto que desafía los órdenes sociales violentos y patriarcales que se imponen tanto sobre sus vidas como sobre sus producciones artesanales textiles (Bain, 2016).
El colectivo Entretejerte UNAL de la Universidad Nacional de Colombia también utiliza el quehacer textil como acción política. A través de procesos de enseñanza y aprendizaje de distintas técnicas, esta iniciativa propicia espacios para que la comunidad educativa se encuentre, discuta e intercambie opiniones, buscando transformar las formas pedagógicas tradicionales del aula de clase. El paro estudiantil del 2008 motivó a las estudiantes líderes de esta iniciativa, a invitar al estudiantado a tejer y no abandonar el campus durante el paro y a entender el hacer textil como una forma de resistencia pacífica. Estas tomas textiles del espacio público se realizan desde la solidaridad, el afecto y el cuidado como formas de resistencia, pues en términos de Annuska Angulo y Miriam Martínez (2016) el tejer en público siempre es una crítica e implica resistencia a su propia desvalorización.
Por su parte, los bordados de Tatiana Castillo son una de las iniciativas que integra el hacer textil como explícitamente feminista. En este sentido, esta artista afirma que el bordado es un arte que le permite expresar como Carol Hanisch (2000) que “lo personal es político”, y por ello borda piezas íntimas para realizar declaraciones públicas de corte feminista. Un ejemplo son los calzoncillos de hombre que bordó con la frase “ya no te amo”. Desde esta iniciativa, lo textil es un medio político para expresar el sentir personal, de una forma delicada, lenta y flexible, un activismo silencioso (Hackney, 2013) que reivindica el quehacer textil doméstico que se realiza en espacios privados, generando también formas distintas de pensar y actuar.
Por último, Fulanas y el Costurero Kilómetros de Vida pueden entenderse como iniciativas que buscan formar comunidades capaces de llevar a cabo acciones de sensibilización en torno a realidades invisibilizadas y de tomarse el espacio público como escenario de protesta política. Su actuar no es estático y se mueven entre las tres categorías definidas por Pentney (2008). Para el colectivo Fulanas sus tomas textiles contribuyen a consolidar una identidad feminista en tanto que expresiones políticas locales que pertenecen a un movimiento global. Inspiradas en los colectivos activistas feministas textiles de los Estados Unidos, las cuatro mujeres que conforman esta iniciativa abrazan lo femenino y lo doméstico del tejido, sin pretender “rechazar lo que las mujeres han venido haciendo por siglos” al usar el textil como un medio creativo de expresión. Las integrantes se reúnen periódicamente en cafés o en sus casas, para tejer como un acto de feminismo cotidiano (Kelly, 2014). En otros momentos, invitan distintas personas o se unen a otros costureros para realizar tomas textiles que materializan expresiones políticas, con el objetivo de visibilizar públicamente desigualdades de género y clase. Así sucedió en el 2017, durante una toma del espacio público con motivo del Día Internacional de la Mujer. Con estas intervenciones, Fulanas resignifican el tejido de manera colectiva, haciendo de este una acción política a múltiples manos. En este tipo de intervenciones públicas, el embellecimiento del espacio a través de los hilos se constituye una manera particular de intervenir lo público cotidianamente.
El Costurero Kilómetros de Vida y Memoria surge en 2011 como respuesta a la necesidad de un espacio de apoyo psicosocial para un grupo de madres víctimas de las ejecuciones extrajudiciales de sus hijos. Desde entonces, este espacio se ha consolidado y ampliado para recibir personas que han vivido otras violencias en el marco del conflicto armado. A través de piezas fabricadas con la técnica “tela sobre tela”, las participantes articulan imágenes, mundos y actores involucrados en el conflicto, narrando sus historias con sus propias manos. Las mujeres que hacen parte de este Costurero celebran poder compartir sus experiencias y sus luchas y, aunque no se consideran propiamente feministas, hacen del oficio textil doméstico en compañía una forma de acción política, al hacer memoria, denunciar, sanar y exigir justica (Bacic, 2014).
Como hemos señalado a lo largo de este artículo, el contínuum de Pentney (2008) es útil para entender los tipos de activismo textil feminista que ocurren en los 14 casos identificados en Bogotá, así como para dar cuenta de su contribución al proyecto feminista en su diversidad. El análisis presentado permite mostrar que ocho de estos casos (figura 3) pueden ubicarse en una de las categorías propuestas por la autora, pues contribuyen a revalorizar los oficios textiles, complejizan su asociación con lo femenino y su dimensión colectiva y genealógica, sensibilizan sobre la relación entre cuidado, género y espacialidad, denuncian discriminaciones hacia sexualidades divergentes y abren, a su vez, preguntas por la memoria colectiva. Estas agendas feministas son sin duda muy diferentes a las que la literatura anglosajona ha visibilizado en su reflexión sobre el knittivism. Mientas éstas últimas se centran en movilizar una idea de feminismo público asociado a intereses de poblaciones de mujeres blancas de clase media, los casos locales rastreados en Bogotá contribuyen a una mirada más transversal del activismo textil de corte feminista, presente en demandas en torno a la violencia cotidiana producida por el conflicto armado, la transgresión de los espacios domésticos y sus estereotipos de género, y la sensibilización sobre la manera en que el género está atravesado por la clase en los trabajos de cuidado, entre otras.
Sostenemos que estas distancias se basan en la diversidad poblacional y geográfica que los activismos textiles reportan en la escala local para el caso bogotano y que se traduce en otras formas textiles de narrar sus demandas, las cuales exceden el tejido de punto. Ahora bien, ese enriquecimiento de la comprensión del activismo textil y su dimensión feminista surge también de las apuestas metodológicas que aquí trajimos de presente. No buscamos analizar unos casos conocidos por las autoras desde un modelo propuesto por la literatura anglosajona; lo que quisimos fue abrirnos a escuchar lo que estaba pasando localmente para, desde allí, conversar con este modelo. Entradas de este tipo permiten que ahora tengamos herramientas para analizar, desde perspectivas feministas situadas, casos latinoamericanos de activismo textil que, como indicamos al inicio, no se enuncian políticamente como feministas, pero contribuyen a estas agendas de forma implícita; reconociendo, por ejemplo, cómo la memoria y el patrimonio cultural están atravesadas por el género, en tanto que estructurador del orden social y el poder.
Ahora bien, los casos de activismo textil que identificamos en Bogotá no solo interpelan los modelos anglosajones para entender el activismo textil feminista desde la diversidad de agendas que traen y los haceres textiles que les sostienen. El análisis presentado también permite identificar que este modelo tiene limitaciones en tanto que privilegia una mirada unidireccional y estática entre los diferentes momentos del contínuum, al igual que una lectura atemporal de las iniciativas que omite aspectos constitutivos del quehacer textil, como la relación entre manos y materiales de la que éste emerge. Para cerrar este artículo, queremos detenernos en cuatro de estas limitaciones, recogiendo algunas de las tensiones presentadas anteriormente y generando nuevas preguntas sobre aspectos a tener en cuenta hacia adelante. Nuestra intención con este cierre es orientar las formas en que podemos continuar explorando el tipo de acción política que tienen estas prácticas textiles y su dimensión feminista, así como lo que desde el análisis local y situado de éstas podemos aportar en la construcción de teorías que ayuden a explicarles.
En primer lugar, encontramos importante complejizar el modelo de Pentney, tomando en consideración aspectos temporales y espaciales de cada iniciativa. Esto permite dar cuenta de los flujos del contínuum, pero también de los tránsitos de los activismos textiles en sí mismos. Como pudimos ver en la sección anterior, varias de las iniciativas estudiadas no encajan en una sola tipología, sino que se mueven entre una y otra de manera fluida. Dicho esto, encontramos que el componente de construir comunidad y reivindicar la dimensión doméstica y femenina de estos oficios es una constante. Al retomar las figuras 3 y 4 notamos que nueve de las catorce iniciativas pueden ubicarse en esta categoría, bien sea porque parten de allí y luego transitan, con el trabajo colectivo, a otro lugar de lo político, o porque su trabajo de denuncia o de sensibilización deviene en la construcción de colectividad y en el reconocimiento del papel que el quehacer textil tiene en dar forma a la acción política en sí, tanto como al tipo de colectivo que ella gesta.
Lo anterior implica reconocer que la práctica textil configura lo colectivo, incluso cuando este se realiza de forma individual (Pajaczkowska, 2016; Pérez-Bustos y Chocontá Piraquive, 2018). Esto no solo porque las prácticas textiles devienen con diversas genealogías —usualmente femeninas—, en el sentido de que las evocan y son con ellas, sino porque su producción material implica lo común, lo que reúne. Sobre esto, destacamos que lo colectivo en estos casos es un entramado más que humano, en el que las personas y grupos se hacen con los materiales a través de los cuales se están expresando (Pérez-Bustos, Tobar-Roa y Márquez-Gutierrez 2016). Por lo tanto, su acción política feminista deviene en esa relación material-humana-común, se define en ella y es posible desde allí.
Para ilustrar este punto, retomemos el caso de Desbordadoræs. Este colectivo de hombres inicia reuniéndose en espacios domésticos con inquietudes sobre la manera en que bordar con otros puede ayudarles a deconstruir su masculinidad y los lugares de género que ocupan. Por ello fue ubicado en la categoría de creación de comunidad y celebración de lo doméstico, como se ve en la figura 3. Sin embargo, con el tiempo, su quehacer textil les lleva a transitar a lo público y mostrar lo que su trabajo colectivo denuncia. Este tránsito hacia lo público no implica que sus cuestionamientos no tengan fuerza política de denuncia cuando ocurren en el escenario de lo doméstico; de hecho, es en la intimidad de su hacer textil material —ponemos el énfasis aquí en lo material para resaltar, nuevamente, que el bordar es en la relación entre las manos de muchos, los hilos, las agujas y las telas— donde la denuncia pública se produce (Bain, 2016). Es también allí donde radica la complejidad del continuum, que no siempre se ve cuando nos quedamos en uno u otro de los estadios propuestos por Pentney. Esta fuerza de lo doméstico que gesta lo común como base de la acción política textil es muy importante para comprender la dimensión feminista que abanderan estas iniciativas.
Un segundo hallazgo que nos interesa resaltar es la manera en que la fluidez de los casos permite entrever asuntos que exceden la comprensión del activismo textil propuesto por Pentney. Así, hay particularidades en apuestas como las de Sie Niuska (Categoría 1; Figura 3) o Entretejerte UN (Categoría 1 y 3; Figura 4) que no se dejan incorporar del todo en el continuum. En otras palabras, le desbordan, llamando la atención sobre otras características de los activismos textiles feministas que no han sido contempladas, como la dimensión de lo pedagógico. Nos referimos particularmente a cómo estos grupos hacen un llamado a tejer desde el reconocimiento que este quehacer tiene en comunidades y pueblos indígenas en América Latina, donde los procesos de manufactura textil suelen estar asociados con la transmisión de conocimientos ancestrales y cosmologías no occidentales, y donde prima el diálogo de saberes y la recuperación de tradiciones étnicas como forma principal de activismo textil. Así, estos colectivos exploran, a través de la enseñanza y el aprendizaje del hacer textil, pedagogías cuidadosas que descentralizan formas de educación clásicas, donde los cuerpos, el tacto y la proximidad suelen ser obviados. Este tipo de aproximaciones hacen un llamado a metodologías y pedagogías feministas que enriquecen nuestra comprensión del activismo textil.
En tercer lugar, encontramos que el modelo de categorías también tiene algunos puntos ciegos que interpelan la forma en que la literatura anglosajona comprende el activismo textil feminista. Iniciativas como la de Luz Ángela Lizarazo, Fulanas, el Taller de Memoria, Paz y Reconciliación y el Costurero Kilómetros de Vida y Memoria ponen de presente las tensiones económicas y de reconocimiento que atraviesan el quehacer textil en nuestra región, donde muchas mujeres realizan estos oficios en condiciones precarias y con ninguna o muy baja remuneración. Esta particularidad sobre las dificultades materiales y económicas que viven los costureros o iniciativas de activismo textil en Bogotá no aparecen como una pregunta importante dentro del continuum feminista de Pentney. Esto nos invita a profundizar en el modo en que estos activismos textiles se sostienen en el tiempo, cómo gestionan y consiguen sus recursos y cómo ello puede ser o no un detonante para el mantenimiento de la colectividad y su acción política.
Finalmente, los catorce casos referenciados en la ciudad de Bogotá nos hacen virar la mirada hacia las materialidades y técnicas textiles que son constitutivas de sus activismos y que, sin embargo, no tienen cabida dentro del continuum de Pentney. Esto último, como vimos, privilegia exclusivamente el tejido de punto y unas fibras textiles particulares, cuya procedencia o fabricación no es problematizada. Lo anterior abre la pregunta sobre diferentes formas de activismo textil que implican otros haceres, como el bordado, el patchwork, la tela sobre tela o el hilado, entre otros, que ayudan a profundizar las dimensiones políticas del hacer material textil en las periferias. En este sentido, es posible afirmar que, bajo una mirada feminista situada, los quehaceres textiles se convierten en espacios que pueden politizarse progresivamente de distintas maneras, que implican tanto una dimensión geopolítica, como una mirada a las materialidades y las relaciones más que humanas que permiten la emergencia de otros sentidos del activismo.
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