Vivir juntas: arquitecturas del cuidado en el Cordón de Montevideo

Live together: architectures of care in the Cordon of Montevideo

  • Eduardo Álvarez Pedrosian
  • María Verónica Blanco Latierro
Nuestro artículo se focaliza en la temática de las arquitecturas del cuidado desde una aproximación etnográfica y un trabajo de intervención psicosocial en un edificio para jubilados y pensionistas en el barrio Cordón de Montevideo, Uruguay. La experiencia es parte de un dispositivo de investigación más amplio sobre procesos de subjetivación y mediaciones relativos a su segundo ensanche histórico. En primer lugar, caracterizamos el fenómeno en el contexto de la ciudad capitalista. En segundo término, nos sumergimos en las historias del habitar de los residentes, en su gran mayoría mujeres. Luego, nos centramos en las condiciones emergentes de la vida en el conjunto habitacional, para avanzar en una micropolítica del cuidado cotidiano. Por último, realizamos una serie de consideraciones a escala urbana sobre la centralidad y las redefiniciones de las territorialidades involucradas en la zona. Concluimos reflexionando sobre los desafíos de esta política de vivienda y la ciudad que promueve.
    Palabras clave:
  • Arquitecturas del cuidado
  • Habitar urbano
  • Ciudad consolidada
  • Procesos de subjetivación
The subject of our paper is the architectures of care from an ethnographic approach and psychosocial intervention in a building for retirees and pensioners in the Cordon neighborhood of Montevideo, Uruguay. This experience is part of a wider investigation device, about the subjectivation process and mediations in relation of his historic second enlargement. In first place, we characterized the phenomenon in the context of capitalistic city. In second term, we dive into the histories of dwell of the residents, mostly woman. Then, we focalized in the emergent conditions to the live in the housing complex, for advanced on a micro-politics of everyday care. For last, we realized considerations on urban scale about the centrality and the redefinition to the territorialities involved on the zone. We conclude reflecting about the defiance for this housing policy and the city which is promoted.
    Keywords:
  • Architectures of care
  • Urban dwelling
  • Consolidate city
  • Processes of subjectivation

1 Introducción

Este artículo es parte integrante de una investigación sobre las formas de habitar en territorios urbanos del Montevideo contemporáneo, focalizada en la zona de su segundo ensanche histórico o Ciudad Novísima (Carmona y Gómez, 2002; Castellanos, 1971).1

En ese marco nos proponemos conocer los procesos de subjetivación característicos de estos territorios y sus territorialidades, según sistemas de significación, valores y sentidos otorgados a estos por sus habitantes en sus prácticas cotidianas. Para ello cartografiamos los principales componentes culturales, psicosociales y comunicacionales que hacen a los imaginarios y las prácticas cotidianas según las narrativas espaciales y discursivas presentes en sus habitantes, y analizamos las diversas realidades existentes en un contexto tensionado por grandes desigualdades. Nos interesa aportar a la comprensión de las dinámicas socio-territoriales presentes en la ciudad de Montevideo y del Uruguay más en general, a partir del conocimiento de una zona de la ciudad consolidada, especialmente relevante por su situación social y geográfica intermedia. Este artículo nos permite sumergirnos en una serie de temáticas, procesos y territorios específicos al analizar formas de habitar novedosas en estos territorios, en el caso singular de una política social donde se conjuga el envejecimiento, el género y la vivienda. Desde la práctica junto a organismos estatales en el seguimiento y apoyo a colectivos de jubilados y pensionistas beneficiarios de un programa de soluciones habitacionales2, en un complejo de viviendas construido para tales fines, hemos podido establecer un espacio de producción de conocimiento. Esta experiencia de investigación no es un correlato externo, sino que se constituyó como uno de los componentes de la intervención, a partir del consentimiento de participación informada, libre y voluntaria, la tarea devino en un tipo de investigación acción participativa (Montero, 2012), pues gran parte de la modalidad de trabajo, así como las definiciones temáticas, fueron definidas en forma conjunta. Durante diez meses sostuvimos quincenalmente un trabajo grupal, en una serie de espacios de encuentro (Barrault, 2007), con residentes de un edificio de altura, ubicado en uno de los territorios de la ciudad que integra nuestra zona de investigación. Es así que las escalas de la vivienda, el edificio y su parcela, así como las proximidades urbanas y la zona de la ciudad en su conjunto, están al mismo tiempo afectadas y conectadas por los procesos de subjetivación que aquí presentamos. Dentro de estas instancias recurrentes de soporte a lo grupal, se generaron otras para el diálogo reflexivo entre participantes, todas residentes. Algunas de estas actividades, a su vez, estuvieron especialmente centradas en la cuestión del habitar, la relación con los ambientes, los espacios arquitectónicos pasados y presentes en cada una de las historias de vida, las formas de vincularse con los entornos urbanos o territoriales de otro tipo y las cuestiones relativas a la situación actual compartida, una vez se pasara a morar en la nueva construcción. De este modo, las dimensiones históricas sociales, tanto de las participantes como de los territorios que han ido habitando, han sido determinantes en las configuraciones actuales.

Dadas las características socio-demográficas de la ciudad de Montevideo y del Uruguay, la condición de los adultos mayores se ha instalado como problema social de importancia. El aumento progresivo de la tasa de envejecimiento, como consecuencia del aumento de la esperanza de vida al nacer y un descenso de la mortalidad, junto a una disminución de la fecundidad y descenso en la tasa de natalidad, se conjuga en un aumento de la población mayor, con una marcada tendencia femenina (MIDES, 2016).Nuevas leyes, cambios en las políticas y prestaciones sociales, son parte de las transformaciones emprendidas desde el 2005 en el marco del primer gobierno de izquierdas a nivel estatal. Desde entonces, la condición de los jubilados y pensionistas ha ido mejorando progresivamente. De todas formas, existe una franja de quienes poseen muy bajos ingresos, menores a 12 UR3 (aproximadamente 400 EUR), que ven comprometido el acceso a condiciones básicas de existencia. Como ocurre en otros ámbitos y por otras razones, la vivienda y la calidad en que se habita es un problema central para este sector de la población (MIDES, 2016). Ante tal grado de vulnerabilidad, en su mayoría de mujeres de edad avanzada, con toda una vida de trabajo sacrificado y sin contar con casi otra protección social que la de su también delicada red familiar, se apostó por llevar a cabo en términos habitacionales un plan de construcción de edificios en altura en diversas ciudades del país. De esta forma se construyeron 7.500 viviendas (Presidencia de la República, 2017), muchas de ellas en bloques de apartamentos. Para acceder a una vivienda de este tipo, un usuario del sistema de previsión social debe estar dentro de la franja de ingresos bajos antes mencionado y realizar la solicitud correspondiente. Quienes logran acceder a uno de los apartamentos a estrenaro de pocos años de construido en esta etapa de la implementación de la política social, mujeres en su gran mayoría y algunas parejas de ancianos, generalmente lo hacen luego de una década de espera en situación de gran precariedad.

Los cambios en hábitos, prácticas y estilos de vida en una nueva cotidianidad, en lo que respecta a la vivienda como al edificio en tanto colectivo de residentes, así como la territorialización en una zona de la ciudad con sus particularidades, requieren ser tematizados y problematizados; en fin, mapeados, con la intención de colaborar en los procesos en marcha. Explorar este tipo de emprendimiento nos permite comprender el papel del cuidado en las formas de habitar, en tanto uno de sus sentidos primordiales (Heidegger, 1954/1994). Entendemos las arquitecturas del cuidado (Mogollón García y Fernández Cubero, 2016; Yaneva, 2017) como la expresión singular de un territorio existencial (Guattari, 1992/1996).Con ello, nos referimos a la creación e instauración de un universo cotidiano, tanto ético como estético, basado en las prácticas y sentidos del cuidado como eje central en los procesos de subjetivación, es decir, de formas de hacer-se sujeto: toda una ontología que define la misma existencia de aquellos que se consideran habitantes de un espacio signado por el cuidado. Estudiamos un diseño que es comunicación, materializado en la arquitectura y en prácticas estéticas cotidianas constructoras de identidades sociales (Mandoki, 2006); se trata, además, de la producción de ciudad desde entornos y trayectos generados por la multiplicidad de sus habitantes (De Certeau, 2000).

2 Una propuesta solidaria en el contexto de la ciudad capitalista

La aceleración del tiempo en la modernidad tardía, o como se denomine a la contemporaneidad, es una experiencia por demás real para los adultos mayores, más en aquellos pertenecientes a sectores históricamente postergados de la sociedad. La cotidianeidad se muestra otra, según transformaciones espacio-temporales signadas por la presencia de tecnologías de la información y la comunicación que se encadenan una tras otra a velocidades inauditas, ritmos complejos de seguir (Smith y Hetherington, 2013). Hacia dentro o fuera de la intimidad del hogar, la voz sigue siendo la mediación a distancia por excelencia, incluso en términos de telefonía fija, a pesar de la accesibilidad al móvil (Fernández-Ardèvol, 2013). Las beneficiarias de nuestro edificio de jubilados y pensionistas del Cordón de Montevideo han vivido la migración de zonas rurales a centros poblados, pequeños primero, y a ciudades más grandes después, llegando finalmente a la capital. Ante la última etapa neoliberal que asoló la región con el cambio de milenio, este perfil de población sintió directamente los estragos del individualismo aparentemente reinante. Sería erróneo plantear a estas subjetividades como pertenecientes a un mundo anterior de orden estructurado, frente a otro actual de desorden y sin sentido. Son parte de las generaciones que han vivido desde la primera mitad del siglo XX en adelante los avatares de la sociedad uruguaya, cayendo de crisis en crisis hasta la instauración de la última dictadura cívico-militar entre 1973 y 1984, recuperándose la democracia a un tiempo que el esquema neoliberal implantado se desplegaba (Álvarez Pedrosian, 2008), para muchos aún vigente, para otros con grandes cambios no exentos de contradicciones.

En este vértigo de época coexisten diferentes territorios existenciales, diversos tipos gregarios con sus nociones de lo común. Como es sabido, el esquema dual de las esferas de lo público y lo privado se estructura en la modernidad (Caetano, 1998) y se acentúa aún más en las formas tardías, cuando la conformación del habitante como ciudadano se ve socavada por la del consumidor (García Canclini, 1995; Lewcovich, 2004). Penosa y triste condición, tan extendida en América Latina en principio, la de los históricos excluidos desde la conformación de las sociedades coloniales, que ha ido mudando alcanzando la extraña forma de la inclusión por exclusión (Sawaia, 1999), donde se es parte por el hecho de quedar fuera, léase de acceso a todo aquello que pueda garantizar las condiciones básicas de existencia según las concepciones en juego. Este es un caso particularmente sensible al respecto: mujeres, en su mayoría de procedencia rural y migrantes en su juventud a la ciudad capital, que encontraron sus tácticas de sobrevivencia en trabajos como el empleo doméstico con o sin el cuidado de niños agregado, así como otros tipos de oficios manuales relacionados a la limpieza, la confección de vestimenta y similares, todos ellos estructurados por modelos de género incuestionados (Torns, 2008). Por las características peculiares de la sociedad uruguaya, la amplia clase media heredera de la primera mitad del siglo XX se vio fracturada al pasarse del insipiente modelo de Estado de Bienestar a la liberalización económica y crisis social consecuente, con lo cual, la caída social engrosó el bolsón de los más vulnerables. Allí tenemos mujeres de familias urbanas, incluso capitalinas, que se vieron también afectadas por décadas de precarización de sus condiciones de existencia.

Este estudio se desarrolló junto a residentes de una edificación en altura característica del tipo arquitectónico del plan socio-habitacional. Consta de 10 pisos, con 4 apartamentos en cada uno de ellos, de aproximadamente unos 45 m2 de superficie. Todos cuentan con un dormitorio, una cocina integrada a un estar-comedor, un baño y una pequeña terraza. El edificio posee un salón comunal de usos múltiples con un amplio fondo verde y un parrillero en la planta baja, ascensor y escaleras. En este complejo residen casi medio centenar de habitantes, en su amplia mayoría en hogares unipersonales. Son solo 4 los apartamentos ocupados por parejas. Siguiendo los criterios estipulados para la adjudicación, todos los residentes superan los 65 años de edad, siendo jubilados o pensionistas de bajos ingresos. Han esperado por la vivienda un promedio de 8 años, una de las dificultades de este programa (López Salgado, 2006).

El edificio se ubica en plena ciudad consolidada, en el que es conocido como el barrio del Cordón, de “intenso itinerario histórico” (Barrios Pintos, 1971, p. 13). A un par de calles se encuentra la avenida principal de la ciudad, en un área fuertemente dinamizada por este y otro tipo de emprendimientos, en especial los inmobiliarios de carácter privado, sobre un trasfondo de décadas de densificación de los servicios y los flujos de movilidad urbana. Fue inaugurado el 29 de agosto de 2012, en un acto por demás emotivo, cubierto por la prensa oficial del Ministerio. Entre llantos de alegría, imágenes de espacios blancos y vacíos a llenar, con presencia tan solo de equipamientos de cocina y baño, autoridades oficiales y adjudicatarias con las llaves en la mano daban comienzo al emprendimiento, sin dudas una nueva etapa en la vida de todas las involucradas. Como hizo alusión el ministro de entonces en su discurso, el emplazamiento de la obra tiene un valor significativo en lo relativo a la utilización del suelo urbano, al “derecho al centro” (Franco y Vallés, 2012, p. 78), y al acceso a un tipo de cultura específica de gran valor en la producción contemporánea de ciudad (Herzog, 2006). En un caso típico del segundo ensanche histórico de Montevideo, el predio era un “viejo depósito”, ubicado donde se atraviesan las redes de todos los servicios característicos de una de las áreas más consolidadas de la ciudad (MVOTMA, 2012).

Estamos hacia el extremo este del barrio Cordón, de dudoso límite desde sus comienzos. El Cordón de Montevideo se encuentra en lo que antiguamente fue lo contiguo al Campo de Marte o Ejido de la ciudad colonial, donde luego se proyectó el primer ensanche, la Ciudad Nueva, posteriormente renombrado como el Centro (Castellanos, 1971). Si bien existía la prohibición de construir allí, el proceso fue imparable, por eso los ensanches fueron los intentos por controlar de alguna forma esta dinámica ya en marcha. El Cordón, junto con la Aguada, fueron los dos territorios por donde la ciudad históricamente consolidada se expandió. Como primera etapa de la serie de decretos que terminan en 1878 por darle forma principalmente en el papel a la Ciudad Novísima, ciertos amanzanados en estas dos localidades fueron regularizados (Carmona y Gómez, 2002). El Cordón es innegablemente la extensión del Centro, hacia fuera de la ciudad, hacia lo abierto del territorio en dirección opuesta a la pequeña península fundacional. Esa misma península es la extensión de una cuchilla que atraviesa de este a oeste estos otros territorios contiguos, los del Centro y el Cordón, y prosigue mucho más allá. La principal avenida de la ciudad, la 18 de julio, ocupa el lugar más alto o la loma de esta elevación. El Cordón está estructurado longitudinalmente por esta vía fundamental. A su vez, en el oeste —sobre la marca del antiguo ejido— los espacios y equipamientos de usos colectivos y de importante significación socio-histórica contrastaban con el este, donde el territorio parecía difuminarse hasta el encuentro con el bulevar proyectado como límite del ensanche en el sentido norte-sur, donde se ubicaba el pueblo de las Tres Cruces.

En 1892 la zona es segregada del Cordón —desde la actual calle Gaboto—, integrándola al pueblo de las Tres Cruces (Castellanos, 1971, p. 199). Pero el Cordón fue imparable, llegó hasta allí, siendo uno de los considerados como barrios de mayor extensión en la ciudad moderna y contemporánea. Por ello mismo, quizás, las sub-divisiones parecen existir desde hace bastante tiempo: Cordón Sur, Cordón Norte, Cordón a secas, este último el más próximo al Centro (Sprechmann, et al., 1986, p. 69). La localidad de las Tres Cruces como entidad territorial no llegó a desaparecer, quedó reducida durante gran parte del siglo XX a pocas manzanas hacia el este del Bulevar Artigas, el cual ofició de límite formal de la operación urbanística. La instalación de la Terminal de autobuses nacional y regional en 1994, con centro comercial incluido, en medio de controversias técnicas y políticas, es el factor principal para que resucite como topónimo. La condición de encrucijada puede rastrearse desde los orígenes de aquel pueblo, de ello quedan las direcciones de las trazas, importantes avenidas a escala de toda la ciudad contemporánea y su área metropolitana.

La tan alta concentración de servicios sanitarios en esta encrucijada del Cordón, Tres Cruces y Parque Batlle comenzó con la donación y promoción de terrenos para ello a fines del siglo XIX: Hospital Italiano en 1890, complejo del Hospital Pereira Rossell desde 1908, Hospital Británico en 1913, Sanatorio de la Asociación Española desde 1926 con sucesivas expansiones. El tráfico por el kilómetro de asfalto del bulevar a la altura del encuentro con la avenida 18 de julio, en el entramado junto a otras avenidas estructurales del tránsito, es el más cargado a las horas de entrada y salida de trabajadores, estudiantes y todos aquellos que marcan “el ritmo de la ciudad” (Smith y Hetherington, 2013). Tres Cruces crece, se va devorando manzana tras manzana pedazos del Cordón, de La Comercial, y hacia fuera del segundo ensanche, de La Blanqueada. Los límites oficiales municipales y de otros organismos ya lo reconocen de esa forma y los pobladores históricos rechazan o asumen esto según los tipos de identificaciones que se tienen al respecto. El resto de los montevideanos que residen en otros barrios, y territorios en general, encuentran en Tres Cruces una denominación poderosa para orientar sus prácticas en los trayectos cotidianos (De Certeau, 2000), dada la centralidad de su territorialidad “de paso”, de flujos desterritorializantes o de comunicación a escala metropolitana.

En nuestros espacios de encuentro abordamos todos estos temas y los planteos resultaron por demás reveladores para nuestra investigación. Para la gran mayoría de las habitantes del edificio, quienes no habían residido en la zona con anterioridad, estamos en el Cordón, en Tres Cruces, o incluso en 18 de julio, como si la avenida principal, ubicada a pocas calles del edificio, fuera el estructurador fundamental del territorio al punto de resumir en sí toda designación posible. También se utilizó Centro como nombre del entorno urbano, haciendo de la traza de la avenida un área que desborda y se expande desde el corazón del casco histórico en línea recta hacia el este. Evidentemente en toda esta diversificación de concepciones sobre el territorio en cuestión hay diferentes escalas en juego. Ello está asociado, en primera medida, a las experiencias previas de los actuales residentes, como decíamos, en su gran mayoría mujeres que no han vivido en alguno de los considerados como barrios de esta centralidad amplia, correspondiente a las primeras zonas del desarrollo histórico de la ciudad (Carrión, 2009). La cercanía a los servicios de salud es remarcada por las vecinas y los pocos vecinos del edificio como un factor muy beneficioso. A sus edades y con las vidas de trabajo que llevaron adelante, dolencias crónicas u otro tipo de afecciones las tienen muy ocupadas en una cotidianidad marcada por incursiones constantes al campo sanitario. La avenida 18 de julio y sus aledañas les brindan la oportunidad de realizar paseos al aire libre, caminando por el entramado urbano. Esto puede ser experimentado como una suerte de paseo de compras (Benjamin, 1982/2005), con el estilo señorial de alguna galería sobreviviente al estilo de los años 1960, junto a algunas nuevas superficies en antiguos galpones donde se ofrecen los productos mundialmente masivos para consumo doméstico y familiar, en particular de plástico, llegados directamente de China. Bares, restoranes, librerías, templos evangélicos, sedes de agrupaciones político-partidarias, edificios de vivienda de gran porte y nobleza constructiva, se intercalan a lo largo de la avenida. Todo ello es rematado con la presencia cercana del shopping center ubicado dentro de la terminal de transporte, así como se cuenta desde el bulevar con el despliegue del parque Batlle propiamente dicho, una de las áreas verdes más importantes de la ciudad. De todas formas, las residentes del edificio no poseen la práctica de ir más allá de este límite histórico del segundo ensanche, así como tampoco se apartan mucho más que algunas calles de la avenida principal. Y es que esta misma centralidad, que puede identificarse gracias a indicadores como los arriba mencionados, es también fuente de un tránsito de vehículos muy peligroso. Es así que el carácter urbano de centralidad en estas territorialidades es propicio para el desarrollo del cuidado en este perfil de la población, a un tiempo que constituye todo un desafío en relación a la accesibilidad a estos mismos beneficios. Se puede pasear por las calles, se puede salir del apartamento y del edificio en un radio relativamente reducido, tener vida urbana, pero con muchísima atención dados los ritmos y pesos de todo lo que circula.

¿La propuesta no es más que una buena solución rentable para una misma dinámica social establecida? ¿Pueden producirse lógicas colectivas (Fernández, 2008) más allá de la condición común de base? ¿Se tejen relaciones barriales con el territorio urbano de inserción, o se consolida la impersonalidad de zonas surcadas por flujos desterritorializados de tránsito y consumo? Creemos que es importante intentar comprender críticamente cómo este tipo de fenómenos son atravesados por estas tensiones, en un plano contradictorias y en otros no necesariamente. Se generan cambios significativos al tiempo que, y según la escala y el caso, parece reiterarse sin más la lógica de producción de subjetividad urbana imperante. Pretender esperar de estos conjuntos una suerte de comunidad ideal es incluso perjudicial para los objetivos solidarios e inclusivos que se persiguen. El problema implícito en estas preguntas nos lleva a la cuestión de cómo concebir las relaciones intersubjetivas, la identidad y subjetividad desde las prácticas cotidianas del habitar (Álvarez Pedrosian y Blanco Latierro, 2013).

3 Del campo de mediados del siglo XX a la centralidad urbana del XXI

Una vez que se pasa a residir en esta modalidad, ya no hay que preocuparse por pagar un alquiler, ni por conseguir el dinero ni por tramitarlo. Es, también, la sensación de haber llegado a la estancia esperada, más que a la final. Hay una especie de independencia que conforta por su autonomía, ante aquellas redes familiares, en el caso de que existan, ya cargadas por las exigencias del sostén de sus respectivos hogares. Las historias de vida de estas mujeres nos permiten acceder a los procesos migratorios que caracterizaron la dinámica socio-territorial del Uruguay del siglo XX. Por su generación, son las niñas y jóvenes de esas migraciones. La condición central de mujer rural, sigue siendo actualmente la de mayor vulnerabilidad a escala planetaria. Además de dedicarle varias instancias grupales a explorar esta dimensión de sus subjetividades, se instó a buscar en los archivos fotográficos personales y a compartir los materiales encontrados, lo cual retroalimentó los recuerdos y disparó un entretejido denso de una memoria colectiva, múltiple y compleja desde la polifonía de sus protagonistas (Pujadas, 2000). Con este mismo acto estábamos intencionalmente promoviendo dicho entramado, procurando alimentar una transversalidad entre subjetividades al mismo tiempo tan cercanas y distantes (Guattari, 1992/1996). Una misma condición genérica de base se evidenciaba, la de mujeres de edad avanzada y similares procedencias sociales —en un abanico de configuraciones culturales, fruto de procesos estructurales— a un tiempo que singulares en cada una de las vidas en cuestión, produciendo también rupturas con lógicas hegemónicas en cuanto al género y a las formas más representativas de la memoria (Troncoso Pérez y Piper Shafir, 2015).

Desde villas, pueblos y ciudades menores, fueron llevadas por las circunstancias a tomar los caminos que conducen hacia las aglomeraciones mayores, en particular hacia la capital nacional, de allí el término de macrocefalismo tan utilizado en la investigación social, ligado a causas que se hunden en la época colonial (Rial, 1984). Estas mujeres y hombres son nacidos en el período de “industrialización y desarrollo departamental (1930-1955)”, momento de mayor acentuación de la polarización territorial, siendo jóvenes durante el aumento de la “metropolización y áreas dinámicas (1955-1975)”, de estancamiento económico, instalación de la crisis estructural y consolidación de zonas de conurbación alrededor de Montevideo (Macadar y Domínguez, 2008, p. 85). Los motivos más esgrimidos por las participantes de nuestro Taller a la hora de reflexionar sobre sus migraciones fueron los lazos familiares y las condiciones laborales. Lo cierto, como es sabido, es que dicha concentración poblacional es a un tiempo desigual. Cuando cambiamos de escala nos encontramos con diversos territorios de dicha periferia urbana, también con los considerados barrios de la ciudad intermedia (Couriel, 2010).

Las variadas procedencias implicaron un intercambio suculento de narraciones sobre las prácticas cotidianas de los entornos de crianza. Dada la aceleración de las transformaciones socio-técnicas antes referida, las distancias entre las formas de vida rural de mediados del siglo XX y urbana del siglo XXI se tornan en principio inconmensurables. Las nacidas en medios rurales, describieron mundos habitados por familias extensas numerosas, donde se compartía la cotidianidad con grupos de hermanos de edad cercana. Las prácticas más corrientes eran las de cultivar y cosechar vegetales de todo tipo, así como era central el vínculo con los animales, incluso más allá de una simple oposición jerárquica (De Mello, 2012): caballos, conejos, gallinas... algunos criados para la alimentación y otros utilizados para las labores del campo, según un entramado donde seres y entidades conformaban un ambiente rico en múltiples conexiones. La caza de aves silvestres también era una actividad recurrente, combinándose en ella la provisión de carne y el entretenimiento.

Las grandes carcajadas disparadas por estos relatos se asocian a una imagen de lo femenino que no se identifica como el patrón del género con que estas mujeres se encontraron a lo largo de su vida y que perdura en la actualidad, patrón que ambiguamente esconde vínculos profundos en lo relativo al crecimiento, el cuidado y el habitar en general (Ingold, 2000). Mezcla de pudor y desparpajo, las nuevas habitantes del céntrico Cordón rememoran un ecosistema poblado de seres y entidades muy diferentes a las que a la postre terminaron de conformar su paisaje cotidiano. Se trataba de prácticas para nada insignificantes, que conllevaban destrezas y saberes propios del habitar en tales situaciones. La gestión de los recursos para la satisfacción de las necesidades cotidianas concentraba todas las actividades, como cargar agua de pozo, recolectar leña para cocinar y trasladarse a caballo, ya sea, en busca de víveres o para realizar visitas cercanas. Otras actividades consideradas como domésticas, en especial para quienes habitaban en pequeños centros poblados, fueron sintéticamente las de lavar y planchar la ropa, así como cocinar para toda la familia o grupos de co-residencia (Netting, Wilk y Arnould, 1984), si bien se mantienen aquellas prácticas asociadas a granjas y huertas; se evidencian tareas que se corresponden con un lugar social construido en base al género que han sido y son interpeladas a la hora de pensar las prácticas de cuidado (Torns, 2008).

Un lugar especial lo tiene la presencia de la radio y el gesto comunicacional de escucharla, tanto en el entorno rural como en los más o menos urbanizados. La radio como medio masivo por excelencia —por el grado de alcance territorial, la llegada a través del sonido y la oralidad que habilita—, diseña la atmósfera de aquellos universos existenciales donde estas mujeres conformaron sus subjetividades, incluso desde una posición de subalternidad que también es activa (Márquez, 1998). Los territorios en sí mismos estaban siendo alterados, gracias a estos medios masivos de comunicación a distancia, llevando los modelos de vida urbana en todas direcciones, generando procesos de hibridación, solapamiento y en algunos casos fuertes contradicciones entre realidades conectadas y a un tiempo tan disímiles. Tanto la música como las radio-novelas y los consultorios sentimentales implicaron un espacio compartido en la memoria narrativa de las participantes, en tanto convergencia de referencias y sensibilidades, más allá o contando con las diferencias materiales en cada caso, manifestando así el carácter masivo de la mediación radiofónica (Gómez Lotito, 2004).

Otro aspecto compartido con gran intensidad en nuestros espacios de encuentro con las habitantes del edificio fue la experiencia escolar. Fruto de la implementación de los mecanismos de control estatal recién a fines del siglo XIX y expandiéndose paulatinamente en las décadas siguientes, la escuela pública vareliana (laica, gratuita y obligatoria) constituye desde entonces una de las principales matrices de la sociedad uruguaya (Guigou, 2003), encontrándose presente incluso en parajes distantes. Frente a sus entornos domésticos cotidianos, la escuela significó el otro lugar, el de conexión con una realidad mayor. Algunas la tenían cerca, en su pueblo o ciudad pequeña, otras estaban lejos y debían recorrer largos kilómetros, generalmente a caballo para llegar, lo que era rememorado con gran orgullo. La educación llegaba hasta allí; lo estudios secundarios eran un lujo imposible de alcanzar.

Es así que el traslado a otros hogares, más familiares o más laborales en principio, ha signado la vida de estas mujeres. Cambios abruptos en el entorno y las formas de habitar son, por tanto, característicos en ellas, por lo menos aquél entre el medio de procedencia y la migración hacia las ciudades más importantes, en general Montevideo. Sea para reunirse con alguna hermana mayor para cuidar de los sobrinos, o para trabajar como “sirvienta con cama” como se concebía por entonces y hasta no mucho, pasaron a “sostener otros hogares” con sus energías volcadas completamente en ello (Álvarez Pedrosian, 2013). En una patente contradicción típica de las sociedades capitalistas, vendieron su fuerza de trabajo durante la mayor parte de su vida en el mantenimiento de espacios domésticos de otros, mientras el propio no dejaba de ser precario, al punto de necesitar, ya con edad avanzada, de políticas sociales habitacionales como esta para resolver su situación.

Un rasgo que marca fuertemente la diferencia entre las mujeres procedentes de estos medios rurales —más o menos urbanizados por instituciones públicas como la escuela o medios masivos de comunicación como la radio— y las oriundas de la capital, es la participación en ámbitos de socialización e instituciones formales donde ejercer los derechos ciudadanos (Alfaro, 2015). Se trata de un grado mayor de politización, en el sentido de la vida en la polis. Podría darse en otros ámbitos, pero no es el caso, lo que reafirma la concentración de oportunidades que históricamente ha caracterizado a Montevideo en relación al resto del país. Desde la militancia directa en algún movimiento político partidario, a otros de vecinos nucleados para la regularización de algún asentamiento en los bordes desdibujados de la periferia urbana, la incidencia en la esfera pública es evidentemente otra.

4 Vivir en conjunto

Dadas estas genealogías del habitar tematizadas en nuestros espacios de encuentro, prácticamente todas las participantes coincidían en el hecho de pasar a residir por primera vez en un edificio de apartamentos. Dejando de lado posibles complejos habitacionales de bajos costos ubicados en diversos sectores de la periferia urbana, donde pueden haber tenido su vivienda alguna de las beneficiarias del plan y más ampliamente alguno de sus familiares e integrantes de sus círculos de amistades, lo más cercano a este tipo de residencia tiene relación con la experiencia laboral, en hogares de sectores medios altos y altos con estas características, en particular en la franja costera (Acevedo, 1995; Boronat y Baldoira, 2009). Se trata de conjuntos de apartamentos de mayor superficie, con un servicio doméstico encargado de tener todo en su sitio y en forma lo más perfecta posible según los cánones de limpieza, belleza y comodidad imperantes. Sus habitantes, en su mayoría propietarios, comparten espacios de circulación comunes gestionados bajo los mismos parámetros. Entre porteros, empleadas domésticas y carteros se compone el ritmo diario, especialmente el matinal (Álvarez Pedrosian, 2006). Por el contrario, el edificio de apartamentos para jubilados y pensionistas es de un dormitorio, sin la presencia de otros que los propios residentes, algunos de sus familiares cercanos que visitan recurrentemente el lugar e incluso pasan una temporada allí, las visitas periódicas de un par de funcionarias estatales, y como en nuestro caso, algunos técnicos e investigadores sociales.

Es allí donde, a una escala colectiva entre lo íntimo y lo público de la calle, se abre una dimensión cotidiana del habitar. Avanzando en el análisis podemos concebir estas realidades como de covivienda (cohousing). Sin embargo, como señalan Mogollón García y Fernández Cubero (2016), lo interesante es la multiplicidad de situaciones y formas en que esta tiene lugar, lo que enseña cada singularidad generada en la inmanencia de una vida juntos, pues “colectivo, comunitario, colaborativo, comunal o cooperativo” no son sinónimos (Mogollón García y Fernández Cubero, 2016, p. 27). No se trata de una sumatoria de propietarios de altos ingresos, sino de adjudicatarios que hacen uso del bien por el tiempo que resulte ser. Tampoco se trata de una cooperativa, otro de los modelos de covivienda, donde “el significado de lo colectivo de la propiedad” habilita otra realidad (Sosa, 2015). En el caso de las cooperativas de vivienda, puede tratarse de la histórica de ayuda mutua, emblemática en el imagino social uruguayo y conocidas con interés por lo menos en el resto de América Latina (Del Castillo y Vallés, 2015), o de las de ahorro previo, cada vez más presentes. Estas últimas tienen la particularidad de constituirse por la reunión de capitales de sus miembros, a un tiempo que se embarcan en el proyecto colectivo de conseguir la tierra y gestionar la construcción junto a un equipo técnico, requisito de las autoridades que otorgan los préstamos para la puesta en obra. En el caso de los edificios del programa habitacional para jubilados y pensionistas de bajos recursos, el bien inmueble se otorga en comodato para su uso personal e intransferible de por vida. Esto es expresión de una política pública de vivienda, lo que conlleva significaciones particulares (Wiesenfeld y Martínez, 2014), condiciones para la conformación de una forma de habitar, sus espacialidades, prácticas y narrativas asociadas. Hay que participar y aprender a convivir en un plano de igualdad y con la responsabilidad de la toma de decisiones. Hay un horizonte compartido definido y promovido por la institucionalidad del plan; esto viene incluido en la propuesta. Se despliega así una micropolítica en formas complejas de comunicación, en tanto que trama socio-territorial, según relaciones de fuerzas inmanentes fruto de una convivencia por lo menos inevitable.

En el nuevo complejo habitacional, la construcción de distancias reconfigura las nociones de proximidad e intimidad. Los sonidos trascienden las fronteras de cada unidad, los aromas también. Esto genera sentimientos ambivalentes. Por un lado, molestias, si no coinciden o no se tiene simpatía por los gustos del otro, en relación a las propias prácticas del habitar cotidiano. Un ejemplo es cuando se considera que el otro cocina “fuera de los horarios de las comidas”. Otro ejemplo, en relación al sonido, es el caso de lo que se concibe como “ruido” (Domínguez Ruiz, 2011). Esto último se asocia generalmente al “recibir visitas”, o sea presencia de habitantes de fuera del edificio. Allí se “conversa fuerte”, se “escuchan zapatos de tacos” o se “mueven sillas y mesas”, o sea, sonoridades que alteran el ambiente cotidiano desde lo que se comunica a través de paredes, pisos y cielorrasos según las posiciones relativas en el espacio. Pueden ser intromisiones, traspasos de la intimidad, pero en ningún caso nos encontramos con conflictos violentos que requieran ningún tipo de apoyo para su resolución. Oír y olfatear más allá de la visión evidencian la falta de control absoluto, el “fracaso del límite” (Domínguez Ruiz, 2011), y resultan por eso mismo centrales en la conformación de los agenciamientos o disposiciones territoriales a la interna del edificio (Deleuze y Guattari, 1980/1997).

El hecho de estar ante una situación de gestación de un nuevo territorio existencial propicia la observación de los fenómenos en cuestión, pero esto ocurre cotidianamente en cualquier caso considerado. Los sonidos más ligados al uso corriente de los apartamentos se encuentran asociados a prácticas compartidas de mayor frecuencia. El escuchar la televisión es en sí mismo un indicador al respecto. Se llegó a alabar la calidad constructiva del edificio una vez problematizábamos estas cuestiones en el Taller por parte de las participantes. Tolerancia a mayores decibeles ante un sonido familiar, efectiva disminución por el aislamiento acústico, no lo sabemos. Lo cierto es que las distinciones y las valoraciones pasan por estas prácticas y formas de habitar signadas por una “televisión ambiental” (McCarthy, 2001).Se trata de generaciones que han vivido la transformación de la televisión, pasando de ser la “ventana al mundo” en el hogar al “espejo del sujeto”, y de este al medio para practicar el juego con su propia identidad (Imbert, 2004).

A escala edilicia, el conjunto arquitectónico presenta una dualidad estructural, una segmentación dura (Deleuze y Guattari, 1980/1997): un frente y un fondo. La fachada conlleva una espacialidad volcada hacia el exterior, gracias a ventanales y pequeñas terrazas-lavadero a medio cerrar. En el caso de los primeros pisos la conexión cercana con la calle potencia el efecto barrial, generándose el juego de mediaciones entre lo íntimo y lo público urbano (Mayol, 1980/1999). De todas formas, como veremos más adelante, las fronteras entre el interior y el exterior son contundentes, no dándose mucho margen para la aparición de formas híbridas entre tamices, filtros o pasajes en tal relación (Pezeu-Massabuau, 1983/1988). Hacia el otro lado, las ventanas de los apartamentos dan a un fondo verde en la planta baja y los muros linderos de las otras construcciones en altura de la manzana. El grado de intimidad es mucho mayor, corresponde al de una interioridad colectiva, resultante del conjunto de unidades habitacionales en hileras y columnas sucesivas que se fusionan en un todo más allá de la suma de sus partes. Resulta significativo el hecho de que la mayoría de las participantes en nuestro Taller residieran en apartamentos con ventanas al interior. El acceso visual al patio interior, o sea los fondos del edificio, introduce la variante de mayor o menor apertura hacia el afuera edilicio, según las presencias y prácticas acaecidas en tales circunstancias (Altozano García y Aliberti, 2012).

En medio del frente y el fondo, repitiéndose en cada uno de los 10 pisos, lo más novedoso es la experiencia de aquellos espacios compartidos, mucho más cerca a la intimidad tras las puertas de cada apartamento que del entorno urbano inmediato al otro lado de las ventanas del frente y el portón de acceso. Entre ellos hay una nueva dualidad fuerte en su distinción: los espacios de la planta baja —salón comunal y fondo verde— y la circulación —ascensor, escaleras y pasillos—(López Salgado, 2006). En los primeros meses de vida del complejo desaparecían en forma misteriosa las lámparas de luz en algunos pasillos, tampoco se supo qué sucedió con una manguera de bomberos del equipamiento contraincendios. Pero rápidamente estas desapariciones cesaron. En esta etapa de gestación del nuevo territorio, la proximidad fue muy significativa, ya sea entre aquellas residentes que compartían la misma planta o entre las que coincidían en vertical. En estos casos se comparte el techo o el suelo, aquellas superficies extremadamente afectadas por la función de naturalización del espacio, las que menos toleramos que sean alteradas de formas imprevisibles desde las dinámicas fenomenológicas (Ingold, 2015/2018). La propia categoría de vecina se construye principalmente en estos vínculos de proximidad por contigüidad (Pezeu-Massabuau, 1983/1988). Los días de realización de nuestros Talleres podíamos observar la existencia de grupos entre las que se pasaban a buscar puerta a puerta o se encontraban en uno de los pasillos de tal o cual piso a la hora del comienzo. El nuevo territorio lineal del pasillo cobró una relevancia central en el proceso de territorialización general de todo el edificio.

Las dinámicas espaciales se desdoblan en temporales y viceversa, y en estas cuestiones de las transformaciones en las formas de habitar los procesos y sus duraciones son por demás significativos. ¿Cuánto tiempo, o mejor aún, qué tipo de duración es la que puede consolidar una reterritorialización? (Deleuze y Guattari, 1980/1997). Por supuesto que esto es relativo a cada caso, por lo que no es sencillo estipular cuánto e incluso cómo se lleva a cabo lo que podemos denominar adaptación del habitante a su nuevo hábitat. De hecho, es un proceso mutuo: el ambiente se transforma a un tiempo que lo hacen los seres que lo pueblan (Heidegger, 1954/1994; Ingold, 2000). Esto también puede realizarse de maneras muy variadas, con excelentes resultados tanto como con pésimas consecuencias para ambos.

5 Micropolítica del cuidado cotidiano

Entendemos que los cuidados tienen una doble faceta; por un lado, una faceta material como pueden ser la comida, la limpieza, u otras necesidades biológicas y por el otro inmateriales y por ello más subjetiva, que incluyen entre otros, los afectos, la seguridad psicológica y la creación de relaciones y lazos humanos. Estos últimos se consideran tan esenciales para la vida como el alimento más básico. De hecho, dentro de los debates feminista, el pasar de la denominación de trabajos domésticos a cuidados tiene que ver con recoger todas estas dimensiones afectivas y simbólicas de gran importancia en el bienestar de las personas (Borderías, Carrasco & Torns [El trabajo de cuidados: historia, teoría y política], 2011). Por todas estas razones que los cuidados nos parecen un objeto de estudio complejo con multitud de facetas y rostros que observar. Éstas van desde cuestiones estructurales, como las relaciones sociales de los sistemas en su conjunto, hasta cuestiones de escala micro de las relaciones de poder entre las personas, tanto de quien recibe estos cuidados como de quién los da. (Mogollón García y Fernández Cubero, 2016, p. 16)

De esta manera llegamos al sustrato de las problemáticas que están involucradas en los fenómenos aquí recogidos y tematizados. Este nuevo territorio existencialestá surcado, como todos, por líneas duras de segmentaridad, otras de micro-devenires fluctuantes, así como por las de desterritorialización o líneas de fuga (Deleuze y Guattari, 1980/1997). En él y por él se entreteje una convivencia por definición conflictiva, o a lo sumo cargada de tensiones, a veces contradictorias, que hacen a cualquier escenario vivo, del que emergen novedades y proyectos de vida (Ingold, 2015/2018). Una condición central define genéricamente todo entorno de este tipo, otorgándole una singularidad respecto a otros territorios. En este caso el cuidado es formalmente el carácter y el sentido de todo lo materializado. Al mismo tiempo, no se trata de una “institución total”, donde las prácticas, sus rutinas y todo aquello que las sustenta es administrado por un órgano de gestión centralizado y externo a quienes allí habitan, al estilo de asilos, hospitales, orfanatos, cárceles y residenciales (Goffman, 1961/1984), tan ligado a las políticas tradicionales que vinculan los cuidados y la salud (Blanco Latierro, 2018). No hay un interés por desarrollar otro tipo de dispositivo heredero de este, el de control, caracterizado por la omnipresencia de videocámaras de vigilancia y el seguimiento pormenorizado de los flujos vitales de los habitantes (Deleuze, 1990/1995). Tampoco es, decíamos más arriba, un típico edificio de renta, donde cada inquilino o propietario se maneja en la órbita de su apartamento, ni se trata de un colectivo cooperativo de viviendas, sea por ayuda mutua o de ahorro previo.

Los espacios de la intimidad dentro de los apartamentos, concebidos también como objetos envolventes en tanto entidad psíquica (Fernández Christlieb, 2004), evidencian la fuerza de la singularización, ahora en otra escala o dimensión en relación al factor general antes referido, sobre el carácter medular de esta política socio-habitacional. El apartamento se convierte en materia prima para el pliegue subjetivante de quien así se hace habitante, persigue y encuentra a su forma el cobijo y resguardo, la distención y sus ensueños poéticos (Bachelard, 1957/2000). Para quien ha ingresado a residir en uno de estos apartamentos le fue dado un espacio blanco, a estrenar, y un devenir compartido en dimensiones colectivas a partir del mismo momento. Mobiliario e insumos decorativos son la materia de expresión más accesible para este proceso de construcción de mundo, con fuerte presencia de fotografías familiares y alusivas a la biografía de cada cual, componiendo narrativas espaciales gracias a una iconografía distintiva. El apego al lugar se concreta a través del apego a objetos allí presentes, depositados transitoriamente, con sus fluctuaciones o abandonados por largo tiempo (Miller, 2010). En los pasillos, escaleras y ascensor, así como en el salón comunal y su verde patio trasero, las cosas que tienen permitido estar y permanecer son, en principio, las que vienen dadas en la construcción edilicia originaria. Entre estas cuestiones, está la posibilidad de que los mismos residentes realicen sus aportaciones, que según el grado de efectos que generen pasan por el aval de las autoridades oficiales a través del equipo técnico, el cual opera permanentemente para cada uno de estos complejos habitacionales. Un mayor nivel de singularización lo observamos en los tapetes frente a las puertas de los apartamentos, colocados por cada residente. Aportaciones más impersonales son aquellas que se encuentran en el salón comunal: cuadros decorativos y equipamiento, como ser sillas y mesas estandarizadas, así como mobiliario básico de cocina, adquiridos con fondos colectivos. Todo ello nos remite a cómo se configura en lo concreto un ambiente de vida compartido, a cómo existen formas que van adoptándose según dispositivos que intentan regularlas y definiéndose finalmente por la emergencia y cristalización de los contenidos producidos en lo inmanente del habitar cotidiano (Berroeta, Carvalho, Di Masso y Ossul Vermehren, 2017).

En esta convivencia de hecho, pautada especialmente por la existencia de una autoridad inmediatamente exterior y superior en relación a la toma de decisiones, se genera una producción de subjetividad donde las posiciones relativas, roles y estatus configuran un diagrama de fuerzas a un tiempo internas y externas, transversales al micro-universo o campo social allí planteado (Blanco Latierro, 2018). Una de las residentes oficia habitualmente de nexo directo con la institución reguladora. En ella identificamos rasgos compartidos e hibridados entre una portería de edificios de renta y un liderazgo comunitario. Una comisión de gestión, integrada por tres residentes, es votada en asamblea interna del edificio. El acto eleccionario es vivido con ilusión por algunas y descontento por otras. La carga afectiva, el entusiasmo y el temor en la participación, contienen reminiscencias de una memoria política dolorosa, traumática desde la intromisión en la propia intimidad (Viñar y Gil, 1998). La tendencia a la polarización e identificación con ideologías y posturas tradicionales es persistente. Afinidades de todo tipo, especialmente simpatías y antipatías según estilos de personalidad, interpretados en prácticas, actitudes presuntamente asumidas por el otro, e identificaciones y otras asociaciones de parte de quienes las plantea, determinan la trama afectiva de una geopolítica edilicia. Si bien se realiza una breve campaña eleccionaria, con visitas puerta a puerta convocando a votar por una u otra comisión en la asamblea, la participación es considerablemente baja.

Cuidarse entre todas más allá del conflicto, entender el conflicto como algo vital, positivo, parece constituirse en una cuestión central (Delgado, 2007). Se pueden negar o asumir, y su vez, pueden ser tratados de muchas maneras. En lo relativo a nuestro edificio, podemos afirmar que hay cabida para todas las posiciones en un amplio abanico, sin que por ello se inhabilite la construcción colectiva, el territorio existencial de una residencia basada en el cuidado de los adultos mayores. Es así que se generan multiplicidades que se despliegan más allá del individuo, en lógicas afectivas transversales (Guattari, 1992/1996). Por lo que hemos investigado dependen en gran parte de la memoria colectiva, vivida y reconstruida en el edificio, las que se potencian en el encuentro cotidiano gracias a las contigüidades espaciales, las vecindades horizontales y verticales, las posiciones hacia el interior de manzana o hacia el exterior de la calle.

6 A modo de conclusión

En este artículo hemos abordado la cuestión del habitar a partir de procesos de subjetivación signados por una política de vivienda, en lo que hace a sus concreciones y efectos. Esta producción de hábitat y vivienda está dirigida a un perfil de la población históricamente vulnerada a escala nacional, regional y mundial: mujeres de edad avanzada, con recursos económicos bajos, en su mayoría herederas de la migración campo-ciudad del Uruguay de la segunda mitad del siglo XX. El trabajo de investigación e intervención a partir de la profundización en el caso de uno de los apartamentos de viviendas construidos para tales fines, nos permitió propiciar la emergencia de narrativas en relación a largas trayectorias laborales en condiciones de vulneración de derechos, de una constante resistencia y en algunos casos combate para conquistarlos y defenderlos. El camino de una arquitectura del cuidado (Mogollón García y Fernández Cubero, 2016; Yaneva, 2017) es fundamental para afrontar un gran perfil de desafíos. Las políticas de equidad ganarían sobremanera si se articulasen a las concebidas como habitacionales, territoriales y medioambientales. En tal caso se estaría evidenciando uno de los sentidos elementales de todo habitar, el del “cuidar por” (Heidegger, 1954/1994).

Nos hemos preguntado acerca del tipo de dispositivo que está en juego, según haceres y prácticas cotidianas de una convivencia en construcción (De Certeau, 2000). Para ello nos focalizamos en los diseños emergentes en entornos habitados, las entidades que lo pueblan, sus materialidades e inmaterialidades, las mediaciones constitutivas de las tramas que tejen el territorio existencial en cuestión (Álvarez Pedrosian, 2016; Deleuze y Guattari, 1980/1997; Ingold, 2000). Este se construye en cada acción, en cada acontecimiento, al mismo tiempo que es investido poco a poco, según ritmos y procesos específicos, instituyéndose. El conflicto es parte intrínseca de los procesos inmanentes en esta convivencia (Delgado, 2007), según una ecología política de la comunicación que incluye contradicciones, ambigüedades y ambivalencias. Nuestra intervención intentó aportar en tal sentido, evidenciando el devenir de un habitar en construcción. Para ello se buscó poner en juego lo que se trae, lo que está pasando y lo que puede pasar para las subjetividades involucradas, generando espacios de encuentro en tanto agenciamiento para la apertura y la producción de cosas juntos: de un nosotros (Pelbart, 2003/2009).

Este edificio de apartamentos para jubilados y pensionistas, en su gran mayoría ocupado por residentes mujeres, se encuentra emplazado en uno de los territorios urbanos de particular interés desde nuestra investigación mayor, la que toma como universo de exploración la zona de Montevideo correspondiente con su segundo ensanche histórico.4 En un gesto por demás relevante, se apostó por construir uno de estos edificios residenciales públicos utilizando una parcela de gran valor para el mercado inmobiliario, en una de las áreas donde el proceso de gentrificación se ha ido estableciendo en la última década (Dos Santos Gaspar, 2010). La problematización colectiva de los vínculos entre el afuera y el adentro, entre las escalas arquitectónica y urbana, de la misma noción de lugar en tanto barrio, según denominaciones y concepciones espaciales, nos permitió plantear una serie de factores y dimensiones importantes para la evaluación y mejoramiento de las condiciones en que estos procesos pueden desarrollarse. Como en toda ciudad capitalista, lo que ocurre en el edificio está inexorablemente atravesado por lo que ocurre en su entorno próximo, a un tiempo que la fragmentación de la propiedad y las reglas entre lo público y lo privado dibujan fronteras duras difíciles de transitar. La experiencia urbana de la centralidad y sus tensiones (Carrión, 2009), constituye todo un desafío para esta población, cargada de potencialidades y riesgos a ser enfrentados.

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