Manuel González y Jorge Mendoza (coords.) (2018). Psicología social y realidad actual: nuevos enfoques y análisis. UAM-I/SOMEPSO. ISBN: 978-607-28-1403-5
Recientemente se ha empezado a escuchar por los pasillos, las cafeterías y los puntos de reunión que la Sociedad Mexicana de Psicología Social había editado, por lo menos, un par de libros. Uno de ellos es el que aquí, en escasas páginas, se reseña. Bajo la dirección de Manuel González Navarro y Jorge Mendoza García —dos académicos de vieja guardia— se elaboró un libro que, siguiendo con las reglas que desde hace un par de años se instauró en el campo editorial, reúne plumas, ideas, fobias y filias de diversas autorías desde la Psicología Social.
A lo mejor —y para hacerle honor al libro-objeto— valdría la pena apuntar que se trata, esta vez, de nueve capítulos más uno añadido que no aparece en el índice, cada uno con un promedio de 28 páginas, lo que da un total de 266 páginas; esto quiere decir que, en efecto, el libro tiene una extensión precisa para ser leído no solamente una vez sino, básicamente, las veces que los lectores quieran y tengan ganas de asomarse, otra vez, a ver qué asuntos están discutiendo los psicólogos y psicólogas sociales contemporáneos y, por supuesto, de diversas latitudes. Siguiendo con precisiones estructurales del libro es importante recalcar que la unidad de éste se encuentra, nada más, en el título. En rigor, cuando uno abre el libro por primera vez y se pone a ver el índice da la impresión de que se trata, más o menos, de un libro fragmentado en el que se puede hablar tanto de la corrupción en los Penales de México y en sus calles, de la memoria, de las imágenes, de la universidad, del amor, el género y hasta del tiempo junto al espacio. Probablemente esta última anotación ponga en jaque a los amantes del orden, la sucesión lógica y la cuadratura del pensamiento, pero será un alivio para los lectores de Cortázar, Rimbaud, Walter Benjamin o Antonio Gramsci. Y es que, en efecto, el libro se puede leer en el orden que se quiera sin tener preocupación de haberse saltado un argumento importante entre cada apartado. Al mismo tiempo y como un gesto de amabilidad a los lectores, se pueden omitir capítulos que de buenas a prime
ras no resulten interesantes; pero, a manera de advertencia, se recomienda no omitir ninguno a riesgo de perder una parte importante, sugerente y hasta cómica de ciertos pasajes del libro.
En fin, después de haber precisado algunas cuestiones en torno a la forma del libro toca, ahora sí, lo que verdaderamente importa para decidir si se compra, se fotocopia o se lee en la biblioteca. El contenido del libro está compuesto de una serie de aristas y miradas en torno a problemáticas actuales (y no tanto) de la realidad social. Para abordar estas problemáticas, tal y como reza el título del libro, hacía falta empezar a pensar desde nuevos enfoques, buscar vías de análisis que permitieran afrontar el reto cada vez mayor que exige una comprensión efectiva de la realidad. El libro no es, al menos formalmente, de carácter metodológico en Psicología Social, pero, si se presta mucha atención a cómo los autores construyeron y desarrollaron sus objetos de investigación, se podrían obtener pistas, huellas e indicios del camino que, actualmente, lleva la Psicología Social.
Para empezar con buen pie, Manuel González Navarro plantea una serie de cuestiones en torno a, dicho de manera abstracta, los problemas nacionales. Y es que entre tantos que existen ya no se sabe de cuál se va a tratar. Para solventar ese problema se optó por hablar, abstractamente también, de una serie de conceptos, formas de mirar, analizar y discutir propios de la Psicología Social que, en opinión del autor, son capaces de coadyuvar a la comprensión y solución de la serie casi infinita de problemas nacionales. A través de conceptos como Estado, comunicación, participación política y democracia Manuel González propone una serie de estrategias para intentar virar el camino que, hasta ahora, se ha seguido bajo ciertas políticas y politiquerías en torno a la Globalización, el neoliberalismo y el monstruo del capital. Es, entonces, desde el terreno de lo público —ese de la discusión, la tertulia y la manifestación— donde se pueden plantear posibles alternativas en tiempo, como sugiere el autor, de enorme volatilidad, incertidumbre y riesgo. La especulación es la forma de ser del siglo XXI, la espera inquieta que, sin embargo, no puede dejar de lado el pasado, la memoria, la tradición. Rearticular la noción de estado a través de procesos políticos efectivos es, quizás, una de las formas de poder seguir habitando este mundo.
Junto a las grandes crisis que parecen mundiales antes que nacionales, Alfredo Guerrero aborda, en su apartado, uno de esos problemas que, según se dice en los medios de comunicación y demás aparatos de la enajenación, es parte fundamental del mexicano: la corrupción que junto a la violencia y la inseguridad forman la gran tríada con la que, todavía, viven gran parte de los mexicanos. Probablemente el verdadero problema resida no tanto en la imagen que proyecta hacia afuera, sino en la realidad que cristaliza hacia adentro: la destrucción subjetiva, imaginaria y hasta simbólica que se cuela en las formas de socialización, convivencia y que resulta ser el producto de un proceso histórico de largo aliento más que de una condición orgánica y genética como aseveran algunas pseudopsicologías. Plantear la corrupción hoy en día significa plantearse, si se admite el uso de una metáfora simplona, el cáncer de la sociedad mexicana; eso que funciona bastante mal y hace que, por ejemplo, Javier Duarte sea impune después de haber robado con las manos grandes, que los delincuentes agarrados en el metro y en la calle sigan sueltos a las dos horas y a plena vista de las “autoridades”, que las plazas docentes se vendan al mejor postor y no al mejor candidato y una larga lista de etcéteras. El problema, a lo mejor, es que la gente no es corrupta porque sí, por mala, por irreverente, sino porque, en rigor, los aparatos judiciales, estatales, de denuncia y demás resultan tan ineficientes que, como se dice en las calles, hay que hacerle como sea. Posiblemente cuando la psicología deje de psicologizar y creer que todos los problemas están en la cabeza de los individuos se empiece a dar cuenta que su campo, ese que tanto están peleando, se encuentra en otras latitudes.
Probablemente, llegando a este punto, uno ya no quiera leer nada más sobre problemas, corrupción e impunidad. La noticia es que el siguiente capítulo, el de Pablo Hoyos, también aborda otro de esos problemas de los que, a lo mejor, la mayoría de la gente no se quiere enterar. La situación actual vista a través de la situación Penal y la necropolítica en México desde 2006 y hasta 2016. Allá adentro, en la cárcel, ese lugar en el que se arrojan los desechos de la sociedad, se gestan nuevas lógicas a causa de, por ejemplo, la hacinación, las injusticias. La penalización, la condena, actúa como un dispositivo que invisibiliza los problemas. En efecto, la cárcel es el lugar de la nada, un contenedor de, en teoría, lo malo, lo indeseable. ¿Y qué pasa cuando la cárcel es superada tanto física como simbólicamente? El estado penal, con su régimen de invisibilización ha mutado para ser, ahora, un régimen del control sobre la muerte, el régimen de la necropolítica que elige y actúa efectivamente contra sus adversarios en un último intento legitimador. La criminalización es ahora uno de los dispositivos más útiles para deshacerse de “enemigos”, del indeseable, de los contestatarios.
El siguiente capítulo, obra de Jorge Mendoza, propone reflexionar en torno al concepto de reconocimiento articulado mediante la –siempre vigente– memoria colectiva. En efecto, cabría preguntarse qué papel juega el psicólogo social hoy en día en la sociedad; a lo mejor es fácil pensar que el papel del psicólogo social es el del salvador comunitario, el encuestador jubiloso o, probablemente, el del anticuario resignado. Sin embargo, es posible –y hasta necesario- explicitar que la Psicología Social siempre está en deuda con las condiciones que posibilitan su aparición, es decir, con la sociedad misma. Y a esa sociedad lo que probablemente le hace falta es, en toda la extensión y profundidad de la palabra: reconocimiento. A las luchas, a los marginados, a los subordinados, a los perdedores, a los muertos, a los desaparecidos, a quienes sufren violencia y a una larga lista de etcéteras que aparece más o menos ausente cuando los psicólogos, contentos con la vida de la producción, las condecoraciones, el SNI y los puntos del currículo parecen obviar en pos de una Psicología Social “científica”, objetiva y, sobre todas las cosas, conservadora. En efecto, a través del estudio de tres casos concretos (el movimiento magonista y los anarquistas, la guerra sucia y los movimientos armados) Jorge Mendoza se cuestiona, en primer lugar, el papel de la Psicología Social en el proceso comprensivo de la lucha, la disputa y el conflicto. A través de la tensión entre recuerdo y olvida que dan lugar a la memoria colectiva, intentará rescatar los elementos fundamentales, identitarios, narrativos y combativos de cada uno de ellos proporcionando, así, una mirada compleja e histórica de los mismos.
A partir de aquí el libro toma un giro. Efectivamente, después de haber analizado y cuestionado las formas de hacer política, la corrupción, la impunidad, la vida en el penal, la lucha y demás vericuetos con tintes políticos, el libro se toma un breve descanso para hablar de cosas menos concretas, más volátiles. Y arranca, con perdón del mal comentario, con un texto que, en rigor, no existe; a los editores del mismo se les metió un artículo que no aparece en el índice y que se titula, con toda la ambigüedad posible: Las paradojas sociales y la psicología social de Javier Álvarez Bermúdez. Cabría preguntarse, en tono muy serio, por qué el mundo parece estar de cabeza. La victoria del candidato menos deseado en Estados Unidos, el NO en Colombia, el Brexit; todos ellos fenómenos que parecían escapar a todos y cada uno de los cálculos estadísticos y, sobre todo, a lo “deseable”, racional o esperable. ¿Cómo y por qué suceden estas cosas? Esa es la pregunta que Javier Álvarez utiliza como pretexto para abordar distintas problemáticas de la Psicología Social: sus métodos, sus formas de crear y compartir el conocimiento, sus conceptos, categorías, objetos y fenómenos. Se trata de una pregunta, en fin, por el estado actual de la relación entre la disciplina y la realidad que, para variar, se encuentra desfasada porque mientras los investigadores y compañía se sientas muy a gusto a hipotetizar sobre el futuro, éste ya llegó y arroyó todo a su paso.
En las siguientes cincuenta y dos páginas del libro, Juan Carlos Huidobro explora y propone un modelo de análisis societal que encuentra sus raíces en las nociones de espacio y tiempo articuladas a través del concepto de mundo(s). Ciertamente cada uno de estos conceptos merecería un desarrollo más o menos ampliado. Ojalá que baste en esta reseña con apuntar las nociones más generales. El tiempo y el espacio han sido tema de discusión en varias disciplinas no sólo de las ciencias sociales sino, sobre todo, de las ciencias naturales. Sin embargo, ambos conceptos, al menos presentados en su versión ortodoxa (el espacio como un contenedor y el tiempo como un flujo homogéneo e inalterable) presentan problemas al momento de abordarlos desde las disciplinas sociales. Para solventar dicha cuestión se realiza un modelo acerca de cómo es que estas dos nociones son constituidas, principalmente, desde el campo de lo social. Para comprender la noción de tiempo se basa en el modelo tripartita del historiador francés Fernand Braudel (larga, media y corta duración) para así poder permitir que los fenómenos históricos se aprehendan desde una perspectiva temporal. Por su parte el espacio ya no es entendido como un medio en el que se dan las cosas y fenómenos, sino que la misma realidad se entiende como espacial en la medida que contiene un carácter que imprime y genera una configuración espacial particular a los fenómenos (p. 173). Habiendo desarrollado esta conceptualización sería posible pensar en una vía teórico-metodológica que permita dar cuenta de fenómenos sociales, sin embargo, tal y como apunta el autor, resulta necesario plantear una forma lógica bajo la que se articulan estas dos dimensiones para, de esa forma, dotar de coherencia a los análisis que de ella emanen (p. 180). En efecto, dicho concepto resulta ser el de Mundo(s). Así, con un plural que aparece, pero a la vez parece ausente, Juan Carlos Huidobro concluye proponiendo una articulación de los fenómenos, esto es: el hecho de que no puedan ser observados aisladamente y que, a la vez, puedan ser distinguidos como procesos con diferentes ordenes de realidad. El mundo funciona, entonces, como un carácter de coherencias y unicidad de realidades múltiples entendidas a partir de las categorías de tiempo y espacio descritas previamente.
Y si ya en el apartado anterior se había puesto sobre la mesa Juan Soto, en el siguiente capítulo, incita a pensar que, en rigor, miramos con el tiempo. Titulo ciertamente sugerente que, a lo mejor, no termina por concordar con el contenido del texto. Las imágenes han sido utilizadas, probablemente, desde tiempos muy antiguos de la humanidad. A manera de recordatorio, de cristalización o de observación, las imágenes han servido como un relato de diferentes procesos de la historia. Hoy en día, a lo mejor, para lo que sirven –y no tanto- las imágenes, es para que algún académico más o menos “novedoso” copie y pegue una plétora de imágenes en un Power Point y, aunque no diga mucho, parezca que le quedó muy bien. En fin, desde la Psicología Social convendría reflexionar sobre los usos e interpretaciones que se realizan con y desde las imágenes. Para ello –y ojalá no se caiga en el reduccionismo absurdo de “la importancia del contexto”- conviene situar a las imágenes en dos momentos temporales particulares: el de su producción y el de quien las observa, utiliza o degrada. Ciertamente, para conocer una imagen, las Meninas de Velázquez, por ejemplo, no basta con pararse frente al cuadro y hacerse el muy culto al pronunciar palabras tales como “la técnica de Velázquez era impresionante, no como la de hoy en día”, sino, sobre todo, preguntarse qué, cómo, cuándo, para qué, para quién se pintó. A lo mejor con ese ejercicio de conciencias histórica mínima mucha gente se ahorraría el terrible pecado de creer que el Kamasutra, con todo y sus ilustraciones, es únicamente una guía novedosa y pérfida sobre el sexo. La tríada temporal con la que miramos es, más o menos, la que sigue: condiciones de producción, circulación y recepción. Y en efecto: cuando uno se para ante las Meninas no nada más está viendo un cuadro muy bonito sino, se esperaría, alcanza a observar el Palacio en el que Velázquez se paró a pintar el cuadro, condiciones históricas, económicas, sociales y un largo etcétera que, en esta breve reseña, ya no da tiempo de abordar.
Para lo que siempre queda tiempo –y siempre debería quedar, sobre todo si se es estudiante, académico/a o investigador/a- es para pensar la Universidad, sus procesos, sus ritmos, sus cadencias, sus problemas. Y eso es justamente lo que Pablo Fernández propone realizar en su breve artículo sobre la Universidad intitulado Psicología social de la universidad: la institución y la sustitución. Efectivamente, puede ser que los verdaderos problemas estén afuera de la Universidad: el narcotráfico, la violencia, la corrupción, el estado necropolítico, etcétera. Pero un observador más o menos atento descubrirá, casi con horror, que los problemas se han ido colando, cada vez más, a las Universidades. Como si un virus hubiese llegado a infectar las aulas, los pasillos, las cafeterías, las banquetas y las bardas de la Universidad. Y no, tal como apunta Pablo Fernández, el problema de raíz no es que se haya metido el narcotráfico o la corrupción o la impunidad, sino otra cosa, una etérea, inaprehensible, intocable, a saber: la mentalidad. Mentalidad que puede ser de la ignorancia, la tontería, el absurdo o, para decirlo en palabras más o menos comprensibles: la mentalidad de los empresarios, de los neoliberales, de los competitivos, competentes y bien portados, la de los trajeados, los administradores. Y es que ciertamente, de a pasos pequeños, con el silencio de quien sabe que algo malo hará, esa mentalidad se fue instalando adentro de las Universidades que, se suponía, todavía eran espacios privilegiados del análisis, la reflexión y el conocimiento. Lo único malo es que, a esas personas tan dedicadas al conocimiento, nunca les gustó la gestión ni la administración y entonces, cuando llegaron los señores con cuello blanco a proponer que ellos se podían hacer cargo de todo, decidieron dejar la Universidad- -campantemente- en manos de los “expertos”. Y ahí, en ese momento, el cuento se acabó. Aunque para darse cuenta, como paciente que nunca va al doctor, hizo falta bastante tiempo; y cuando sucedió, cuando al fin se empezaron a dar cuenta de que algo iba mal, ya parecía demasiado tarde. Ahí donde se suponía había compañerismo, solidaridad, democracia, identidad e historia se instaló la competencia, el individualismo, el “yo puedo más”, la lógica de los premios, las condecoraciones y los aumentos, las promociones de puesto. Todo esto forma parte del problema contemporáneo de la Universidad. Cuestión que, a lo mejor –esperando con esperanza- las cosas se pueden voltear, recuperar, reafirmar, apropiar y demás. Pero esa no es cuestión de una reseña o un capítulo de libro, sino de sus lectores.
No queda mucho más que ir cerrando. Los últimos dos capítulos, en virtud de su similitud temática, serán abordados en conjunto. La reflexión en torno a la frontera de Antar Martínez resulta provocativa para pensar y replantear el problema de la identidad a partir de la condición de transgénero. Situación que se conjuga en gerundio, identidad dándose en un proceso temporal. Identidad –ojalá se perdone el uso de la palabra- nómada, liminal, a la deriva.
Casi en la misma línea —pero no en el mismo costal— se coloca el texto de Giazú Enciso sobre el poliamor, tema que, se puede advertir desde ahorita, puede resultar atractivo, ya sea por moda, reconocimiento, rebeldía o “búsqueda de sí”. A lo mejor para reseñar esta última parte del libro valga, más que todo, recomendar encarecidamente su lectura. Valga la pena apuntar que, la mayor parte de las veces, las reflexiones del último capítulo resultan obvias, lugares comunes, discursos repetidos y hasta ideológicos, ciertamente se trata de un abordaje más o menos fenoménico y, sobre todo, consejero sobre las prácticas en torno al amor hoy en día.
En fin, para ir cerrando esta reseña conviene decir lo siguiente: este libro se inscribe dentro de una larga trayectoria de trabajos, publicaciones, desvelos, peleas, discusiones y demás peripecias que, de unos años para acá, la SOMEPSO, sus integrantes y sus seguidores han llevado a cabo. Este libro forma parte de una cadena de trabajos que también vale la pena revisar meticulosamente; sin embargo, este trabajo se explica por sí solo. En este texto es posible averiguar, enterarse y —ojalá— interesarse por la realidad desde múltiples miradas de la Psicología Social. Enhorabuena, pues, a todas y cada una de las personas involucradas en la consecución de este material. Sirva para que jóvenes en formación se enteren que, todavía, es posible hacer otra psicología social más amable, interesante, divertida y, sobre todo, importante.