El mundo actual estructuralmente inestable, azaroso, cambiante e impredecible exige para su comprensión de ejes teóricos-metodológicos y analíticos que permitan analizar, de modo riguroso, los potenciales escenarios de seguridad con los que nos enfrentamos día a día. En ellos la vigilancia líquida, la Anti-diplomacia y la inteligencia configuran una tríada conceptual insoslayable, en el marco de la reflexión de las complejas dinámicas de poder, inscritas en diversas dimensiones de una globalidad turbulenta.
El punto de partida de la discusión que presentamos, se centra en develar críticamente los presupuestos teórico-metodológicos propuestos por la Escuela realista de las Relaciones Internacionales y de los Estudios de Inteligencia1, ortodoxos y revisionistas. Ellos, en su conjunto —aunque no de manera homogénea ni uniforme—, han centrado su esfuerzo epistémico y metodológico en considerar cómo el Estado racional, en calidad de unidad analítica principal, procesa la información, produciendo inteligencia estratégica2, respecto de posibles amenazas o factores de riesgo; con lo cual se marginaliza a la extensa gama de actores transnacionales, multinacionales y subnacionales que también participan en el teatro internacional. De ahí que apostamos por la perspectiva teórica posestructuralista del académico australiano James Der Derian, como guía de esta reflexión, desde una postura que va más allá del Estado como actor principal de la comunidad internacional, particularmente en lo que a procesamiento de información concerniente a la seguridad se refiere, y a la vez, a las consideraciones axiológicas de las prácticas de inteligencia (Der Derian, 1992a).
Reconocemos que la mirada posestructuralista lleva a descolonizar los estudios de las Relaciones Internacionales y EI, que han estado confinados a los centros hegemónicos de producción académica tales como Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea y aún con gran debilidad en América Latina, y cuyos aportes de discusión se han expandido, de unos a otros, casi como una caja de resonancia, auto referenciándose unos a otros (Sotomayor, 2007, p. 67), al estilo de vino añejo en botellas nuevas, sin que se evidencie el surgimiento de algún nuevo centro de discusión y avance académico sostenido desde otras latitudes. En tal sentido, consideramos la urgente necesidad de abrir la reflexión y debate desde nuevas coordenadas epistemológicas. Sin duda, es una tarea impostergable para los centros epistémicos, considerados periféricos, producir colectivamente conocimiento éticamente comprometido como parte de una propuesta emancipatoria en diversas áreas y campos del saber. En el caso de esta reflexión, en materia de Relaciones Internacionales y EI, comprendiendo la relevancia “del carácter políticamente significativo de las prácticas científicas, a través de una crítica a la idea de que la ciencia es en sí misma neutra” (Rodríguez, 2011, p. 104); en suma, creando todas las
condiciones contextualizadas que posibiliten rebasar esa tendencia a “reproducir” lo que han hecho los centros de poder, inscritos en una matriz de pensamiento occidental desde los postulados de la ciencia clásica-moderna determinista y mecánica, articulados al paradigma de disyunción y simplificación.
De lo dicho anteriormente, la estrategia argumentativa se desarrolla en sentido secuencial, mostrando de inicio la evolución semántica de los conceptos clave inscritos en el campo de las RI; luego la relación entre inteligencia y diplomacia y la discusión respecto del nuevo sentido estratégico emanado de las prácticas de la anti-diplomacia en el mundo global. Tras esta discusión, el trabajo focaliza en la discusión de la vigilancia como instrumento de la inteligencia. Finalmente, se presenten algunos elementos provocadores para los lectores, una especie de “exoducción”, en palabras del sociólogo español, Jesús Ibáñez.
La reseña que presentamos no pretende ser exhaustiva, sino mostrar de manera breve la evolución de los conceptos seminales de la discusión, abordados por gran parte de la literatura desde una mirada positivista: inteligencia, Anti-diplomacia y vigilancia líquida, enmarcados como base conceptual para la discusión y, particularmente para el contraste, con la propuesta teórica crítica posestructuralista del académico australiano James Der Derian.
Por ende, la guía teórica que se presenta a continuación enfoca el debate académico frente a las realidades empíricas del mundo internacional; es decir, situando su discusión en los actuales escenarios mutables e inciertos del mundo global. Con ello, intentamos superar las restricciones de la postura realista epistémica —en sus diversas vertientes— principalmente en las RI, todo lo cual deriva en una mirada más holística que rebasa las limitaciones de los presupuestos teóricos de las visiones hegemónicas tradicionales enfocadas en explicaciones instrumentales, restrictivas y mecánicas de las distintas problemáticas. Es más, la perspectiva realista ha priorizado la funcionalidad en su tratamiento, desligándola en su condición de una racionalidad mediada discursivamente.
Cabe señalar entonces que, desde la perspectiva de los Estados, la inteligencia ha sido primordial para el procesamiento de información y producción de conocimiento estratégico concerniente a su supervivencia e integralidad, habida cuenta de que la soberanía derivaba del imaginario territorial y era inherente al poder. Por ejemplo, para entender al sistema de la distribución de la información en la Grecia clásica es necesario situarse en un contexto social y político en el que las polis griegas mantuvieron sistemas de alianzas y hostilidades continuas por controlar territorios y mercados en el Mar Egeo y en la Mar Jonio. Las fragilidades diplomáticas originaron conflictos como la Guerra del Peloponeso con Esparta durante 27 años. Las prácticas de espionaje, mediante el uso de espías, desertores, militares y exploradores fue tan común para obtener información y hacer inteligencia tal como se hace en la actualidad (Navarro, 2012, p. 227). De otra parte, los persas podían desinformar a sus rivales griegos y romanos al instruir a sus propios soldados que, en caso de ser capturados, brinden coordenadas falsas o cifras irreales de la capacidad naval en el mar Mediterráneo (Navarro, 2012, p. 230).
De igual manera, los diferentes monarcas en la era de la Europa Medieval enviaban, de manera secreta, a mercenarios a otros territorios para que recopilaran todo tipo de información sobre logística, ubicación de recursos naturales, debilidades del gobierno de las autoridades locales: duques, marqueses, condes, varones, príncipes y reyes. Cada monarca podía, de esta manera, estar mejor informado sobre qué pasaba en su vecindario y tomar las decisiones más acertadas, oportunas en el área política, consagrando la ventaja decisional como una de las claves de las maniobras del gobernante, con las cuales se granjeaba no solo prestigio y visibilidad ante los otros, sino legitimaba la posibilidad de reproducir y ampliar sus poderes (Sheffield, 2008, p. 102).
Además, en la era contemporánea, una práctica bastante común durante la Segunda Guerra mundial y la Guerra Fría fue espiar, sin que el Estado vecino o rival se diera cuenta de tales intenciones, sin importar siquiera de que fuese aliado o no. Por ejemplo, fueron varias las ocasiones en que la agencia inglesa de inteligencia MI5 enviaba a espías a la Unión Soviética con el fin de ubicar la posición exacta de misiles nucleares. O, incluso, cuando agentes de inteligencia de los Estados Unidos fueron descubiertos por la policía francesa robando información clandestina sobre la ubicación exacta de bases militares rusas en la zona báltica (Jordán, 2013, p. 15).
Es de esta manera que los EI, inscritos en las Relaciones Internacionaels se han centrado, durante los últimos 50 años3 en entender cómo los Estados desarrollan estrategias —con el apoyo de la más sofisticada tecnología— para obtener información, en un mundo altamente competitivo, y producir conocimiento estratégico con una orientación pragmática y utilitarista para la maniobra de gobernanza y ventaja decisional. Por ende, comprender las “fallas en inteligencia” o las “sorpresas estratégicas” en casos puntuales, dentro de cada Estado, ha sido una tarea orientada por evaluaciones de su eficiencia y eficacia, lo que ha incidido en que la producción hegemónica de la literatura en inteligencia, sobre todo, hasta antes de la década del 90, marginalice miradas teóricas o definicionales del campo. La inteligencia estratégica en ejercicio servía instrumentalmente a los propósitos de quienes detentaban el poder, con lo cual se abría paso al “Talón de Aquiles” de la inteligencia, que es su proceso de politización, contrario a las buenas prácticas y reñido con su profesionalización, con una tendencia poco discutida en la literatura mainstream. No obstante, es preciso considerar que las nuevas corrientes evolucionadas del paradigma positivista de los Estudios de Inteligencia atisbaron ya la discusión en torno al tema, particularmente ya presente en la posturas realista-epistémica, diversos constructivismos y, finalmente, enfoques críticos4 (Sheffield, 2008, p. 102).
En la era del Conocimiento se multiplica exponencialmente la necesidad de conseguir todo tipo de información de carácter estratégico —intercambios financieros de la banca internacional, avances informáticos en la construcción de nuevas redes sociales, desarrollo de nueva tecnología militar en telecomunicaciones, aperturas de nuevas rutas comerciales chinas que atraviesen el Ártico, posición geopolítica de las grandes transnacionales del petróleo en medio oriente, las alianzas de la mafia calabresa con el cartel de Sinaloa para enviar alucinógenos de laboratorio hacia la Unión Europea—, entre otros temas de relevancia internacional (Navarro, 2013, p. 349). Dicha información adquiere un valor agregado en tanto se ha convertido en factor medular de las Guerras de Cuarta Generación, que se libran en el espacio virtual donde ya no hay soldados que luchan cuerpo a cuerpo sino más bien robots operados desde grandes salas de control en bases militares estratégicas a escala global5 (Der Derian, 2013).
Para el académico australiano James Der Derian (2009a) tres son las fuerzas que transforman el poder en las relaciones internacionales y que son aplicables para hacer inteligencia:
1) con el empleo de la simulación se genera modelos de “una realidad sin origen ni realidad”, una hiperrealidad, como es el caso de la construcción de discursos/representaciones/situaciones para convencer a la sociedad global sobre qué es una amenaza y quiénes los encargados de enfrentarla. Es así como “un determinado actor hegemónico puede construir realidades en su favor (gran estrategia)” (Der Derian, 2009a, p. 47);
2) la vigilancia utilizada para explicar que la población está siendo vigilada y monitoreada todo el tiempo con la implementación de tecnología electrónica (TechInt) y capital humano (HumanInt) con fines de detectar posibles amenazas, riesgos y vulnerabilidades en cualquier rincón de la tierra (Der Derian, 2009a, pp. 50-51); y,
3) la velocidad que es la esencia de la guerra. Es la velocidad que transforma “la mano en un puño peligroso”, tal como sucede con radares y satélites para “ubicar en tiempo real a grupos radicales políticos y/o religiosos (terrorismo)” que sean amenaza para occidente. La idea de la velocidad es que la “tecnología pueda buscar, ubicar, detectar y eliminar posibles blancos a la seguridad internacional” (Der Derian, 2009a, pp. 55-56).
No obstante, desde la perspectiva realista estratégica de las Relaciones Internacionaels, los Estados fuertes cimientan el interés por mantener su influencia hegemónica sobre otros Estados con débil capacidad de decisión; así, las disputas por el poder planteaban un ejercicio relacionado con la superioridad material y capacidad relacional de influenciar sobre los otros, configurando y reproduciendo las asimetrías de poder en el mundo internacional; esto implica prácticas de inteligencia asociadas a capacidades específicas de cada Estado, vinculadas con arquitecturas (comunidades) y doctrinas que estén alineadas a la proyección estratégica de partida, que en el caso del realismo se fundamenta en una teoría estratégica para el conflicto y no la cooperación (Herrera y Pérez, 2014). Esta misma escuela plantea que la inteligencia sirve como instrumento de los estados hegemónicos para fortalecer alianzas que beneficien a los intereses del hegemón. Alineados a tal perspectiva, los Estados, con una sofisticada capacidad en procesar información, han desarrollado sistemas de vigilancia —con tecnología de punta e incluso nanotecnología— para maniobra en el espacio virtual, orientados a entender y predecir los comportamientos de los Estados rivales y de otros Estados menos desarrollados, en clave de juegos estratégicos suma cero. Como resultado, las agencias de inteligencia, como parte de las comunidades de inteligencia, trabajaban escenarios prospectivos con hipótesis de conflicto en base a la información obtenida, mediante acciones encubiertas y operacionales, derivadas de los protocolos y lineamientos de la comunidad de inteligencia del Estado, desde el entendido de que los Estados se movían en territorios de sucesos previsibles y acontecimientos que podrían ser controlados y que no acarrearían ninguna disfuncionalidad. A partir de allí, se apostaba por una visión de equilibrio reñida con la inestabilidad.
Esta misma óptica realista que prioriza a la seguridad en la agenda de política exterior es la que configura la vigencia de países hegemónicos que hacen prevalecer sus intereses en la comunidad internacional (Jordán, 2013, pp. 369-370). Por ejemplo, Estados Unidos no ha perdido su influencia en armar la arquitectura hemisférica de los regímenes de seguridad a través de la Organización de Estados Americanos: OEA y la Comunidad Andina de Naciones (CAN). De hecho, los intercambios de informes de inteligencia han sido primordiales no solo durante la Guerra Fría, sino también después de ella y durante el pos 11S, momento en el que el terrorismo se vuelve el tema de enlace con la Casa Blanca. Desde ese entonces, la reforma a los aparatos de inteligencia se tornó prioritaria para que los organismos encargados de la “seguridad nacional” prevean actos terroristas y se adelanten a los hechos que generen inseguridad en la sociedad (Jordán, 2013, p. 372). Tal Reforma que implicaba no solo la discusión en aspectos operacionales de la inteligencia, sino en un redimensionar profundo de su institucionalidad, arquitecturas y doctrinas, ya no pensando localmente en el radio de acción doméstico de los Estados, sino coordinaciones a escala mundial, proceso que lo trata de modo acucioso la académica de la Universidad de Georgetown (Sims, 2007, p. 40)
A pesar de que en América Latina no es prioritaria la amenaza terrorista —a no ser por la denominación de los grupos alzados en armas calificados como terroristas en el marco del conflicto colombiano, particularmente a partir de la actualización de la Política de Seguridad Democrática— es conocido que dicha política fue influenciada doctrinariamente por la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos 2002. La agenda común que se ha venido manejando a escala hemisférica —desde el 2000— ha sido la de la Delincuencia Organizada Transnacional que involucra al tráfico ilegal de armas, narcotráfico, explotación ilegal de recursos naturales, lavado de activos, piratería marítima, y la migración ilegal de personas (Jordán, 2013, p. 179). Las agencias de inteligencia de los países periféricos se han concentrado en estos tópicos, además de monitorear y construir escenarios relacionados con la gobernabilidad. De esta manera la inteligencia estratégica:
Ha servido para que las autoridades públicas, basadas en información procesada y analizada, tomen las decisiones más adecuadas en temas de seguridad interna y ex-terna, a más de señalar los objetivos prioritarios del país (Díaz, 2012, p. 8).
De otra parte, al hacer referencia a la anti-diplomacia como aquellas prácticas vinculadas con el empleo de canales no oficiales, o no reconocidos por los Estados para resolver conflictos, vale mencionar que dicha temática es medular en la reflexión de académicos de la talla de James Der Derian, que han inscrito nuevas coordenadas al debate. Las estrategias anti-diplomáticas son una práctica política habitual en la dinámica internacional, que erosiona paulatinamente los mecanismos y canales —la costumbre diplomática— para prevenir y resolver conflictos entre Estados (Der Derian, 2013).
Si bien la Anti-diplomacia se inserta fuera de la institucionalidad —canales no oficiales o no reconocidos por los Estados— vale señalar que se caracteriza por el empleo de métodos prácticos, que en muchos casos son “amorales, ilógicas o erosionan la influencia mediadora de las Cancillerías de los países” (Torrealba, 2016, p. 26). James Der Derian define este concepto de la siguiente manera:
La anti diplomacia se la ha utilizado también en operaciones secretas con el fin de que estados hegemónicos mantengan su influencia en temas de geopolítica y geo-economía. De esta manera, los encuentros de representantes de distintos gobiernos se vuelven crucial para establecer objetivos y prioridades hacia un país específico (Der Derian, 2009, p. 15).
Sin duda, la anti-diplomacia ha servido de instrumento para resolver conflictos entre Estados durante y después de la guerra. Por ejemplo, durante la Guerra Fría las agencias de inteligencia de Chile y de los Estados Unidos, a través de reuniones no oficiales entre sus respectivas burocracias, tramaron el asesinato de Orlando Letelier, ex ministro de Estado y embajador de Salvador Allende, en Washington DC (Kornbluh, 2014, p. 1). Ambas instituciones tenían un objetivo en común: evitar la expansión del comunismo al interior de sus fronteras.
Es ilustrativo mencionar que a mediados de los noventa, y como fruto de los encuentros secretos entre militares, diplomáticos y agentes de inteligencia de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) y rusos, se pudo evitar la invasión de Moscú a repúblicas que buscaban su independencia, como es el caso de Ucrania, Moldavia y Armenia. No se celebraron reuniones oficiales entre cancilleres, pero sí se dieron un sinnúmero de encuentros reservados y clandestinos de mandos medios. Su único fin: evitar la guerra y recurrir a una solución pacífica (Díaz, 2006, p. 25).
En la actualidad, las prácticas anti-diplomáticas, son funcionales en la resolución y prevención de conflictos, desde la posición de cualquier estado en el orden internacional. Esto implica la ejecución de encuentros no oficiales, reuniones entre ciudadanos informales que intercambian información estratégica, las cuales son procesadas y enviadas a los decisores políticos (Der Derian, 2013). Tales reuniones informales, combinadas con prácticas de vigilancia, complejizan la gobernanza del mundo internacional, y ponen sobre el tapete un abanico de temáticas sensibles asociadas, que deben ser consideradas, para comprender el nuevo ambiente global.
En este sentido, es preciso hacer hincapié en los denominados “oficios de lobbying”, entre los que se cuentan pagos elevados a grupos de expertos y bufetes de lobistas para la maniobra estratégica de preservar —según el origen de esta actividad— intereses privados en el margen de las decisiones públicas, sin distingo de que se lo haga en países desarrollados o periféricos6
La intensificación de la vigilancia, en el nuevo ambiente global, como práctica compleja y elemento clave para la reflexión académica contemporánea, obliga a repensarla como componente crucial en el mundo turbulento actual, toda vez que su estudio
Plantea algunas de las más significantes interrogantes de nuestros días, siempre tratando con las cuestiones urgentes del poder, cultura, identidad, inequidad, ética y resistencia. (Ball, 2012, p. 15)
Vislumbramos que la preocupación por la temática de la vigilancia se relaciona principalmente con la revolución tecnológica, la ampliación de las redes computacionales, la globalización del comercio y las comunicaciones, y que plantean simultáneamente un balance inequitativo del poder, que como es obvio, no es generalizable, y que depende del nivel de madurez de la conducción democrática en las materias específicas (inteligencia y vigilancia) por países.
Frente a ello, consideramos insoslayable debatir las implicaciones de las prácticas de los Estados al apalancarse en la vigilancia, dentro de la dinámica internacional, ejercer influencia y control en las interacciones domésticas e internacionales en diversas dimensiones (Bauman y Lyon, 2010).
Esto hasta el punto de afianzar la denominación de sociedades de vigilancia (Carracedo, 2002) aquellas sociedades que centran sus objetivos clave de gobernabilidad de los Estados, en la obtención de conocimiento significativo para su seguridad y desarrollo. Éstas se orientan a la construcción de un tipo de relaciones sociales funcionales a determinados tipos de poder que se instituyen. De hecho, al haberse constituido la vigilancia en “un factor ubicuo e inherente a las sociedades democráticas contemporáneas” (Sheptycki, 2000, p. 312) su abordaje exige nuevas herramientas teórico-analíticas, que den luces respecto de la multidimensionalidad del fenómeno y sus implicaciones en los diversos órdenes de la vida social —en relación con la privacidad, autonomía―, especialmente en el orden internacional.
Sin duda, la práctica de la vigilancia está asociada principalmente con los mecanismos de ejercicio del poder, aun cuando en su análisis se “vela las complejas redes de relaciones de poder y resistencia que la implementación de las tecnologías de vigilancia permiten” (Green, 1999, p. 27), entre los Estados, actores no estatales y otras organizaciones del mundo internacional en múltiples ámbitos, económico, social, militar y político.
Consecuentemente, la discusión que planteamos, exige una mirada analítica crítica que no marginaliza el componente ético y reflexiona en la incidencia directa en los órdenes sociales y la subjetividad. En otras palabras, apostamos por situarla críticamente como una forma de “control suave” sobre la vida cotidiana de los diversos actores, actividades y sectores a fin de develar la con-figuración del régimen de sujeción y modelamiento de las subjetividades subyacente y sus implicancias. Por tanto, el abordaje de la vigilancia como práctica en el mundo internacional obliga una lectura simultánea e incluyente de quién controla y de quién se resiste, en un inter-juego entre poder y conocimiento, por lo que la postura posestructuralista- particularmente los trabajos de James Der Derian-, es clave en esta reflexión (2009a, 2009b).
Para matizar lo antes dicho, es preciso insistir en que la triangulación del debate inteligencia/anti-diplomacia/vigilancia implica asumir márgenes flexibles, que no obliguen a meterse en “camisa de fuerza”, o peor aún, en la lógica del bien y el mal, que precisamente los fundamentos críticos trascienden. El sentido de la inteligencia, la instrumentación de la vigilancia y la toma de decisiones “consciente” respecto del uso de la Anti-diplomacia deben responder a los principios democráticos del estado de derecho y el bienestar ciudadano, y los mecanismos establecidos por cada Estado para su desarrollo, evaluación y control. No obstante, la realidad es otra y muy compleja en cada caso. En tal medida, si bien este artículo plantea algunos puntos sensibles de manera general, las reflexiones prácticas de la anti-diplomacia y vigilancia, y lo que se considera propiamente dicho el espionaje7 tendrá su matiz, dependiendo del caso analizado, de sus condición particulares de gestación y evolución y su inscripción en los diferentes contexto.
Lo cierto es que la vigilancia, asumida como nueva forma de racionalidad —naturalizada— en el mundo global, concebida como “una característica central y, ahora nece-saria, de las sociedades avanzadas” (Lyon, 2002, p. 4), aun cuando no se conoce a ciencia cierta su funcionamiento e implicaciones, exige su evaluación inscrita en una de sus aristas clave: la política.
Para el propósito de este estudio, siendo dicha racionalidad inherente al relacionamiento de los diversos actores del mundo internacional, optamos por trascender la ecuación de-terminista de avance tecnológico/efectos-sociales, situando el contexto en el que se legitima dicha racionalidad y los mecanismos, no solo físicos sino político-ideológicos, culturales y discursivos de los actores involucrados en el mundo internacional, que son ubicados en un segundo plano.
En este sentido, los eventos del 11S confirman la urgencia de adentrarse más a fondo en una problemática de resonancia planetaria, habida cuenta de que implicó un remezón a los sistemas de seguridad y vigilancia de un Estado —super poderoso en tecnologías de vigilancia— que parecía imbatible y que las explicaciones racionalistas no lograron satisfacer las interrogantes se cernían en el mundo entero. Esto puso sobre el tapete de discusión alertas sobre los nuevos riesgos y severos cuestionamientos respecto de los usos de información, la cooperación internacional y las acciones preventivas. Así: “el modelo de inteligencia establecido durante la guerra fría se deshilachaba por un extremo, mientras que esos mismos hilos debían emplearse para tejer el nuevo” (Díaz Fernández, 2006, p. 102).
En tal orden de cosas, consideramos de inicio, que la discusión sobre la vigilancia se sitúa en nociones polisémicas que orientan el sentido de sus prácticas; no obstante, la priorizamos como un significado contingente e histórico, de ninguna manera estable, peor aún con pretensión de universalidad. Atendiendo a su etimología latina de “vigilare” se vincula con un sobre-ver, que actualmente hace referencia a mecanismos y dispositivos que sirven de observación y recolección de información que no se restringe únicamente a las actividades instrumentales entre Estados. Es más, abarca un amplio espectro de actividades asociadas al marketing, hábitos y preferencias de consumo, demografía de consumo, perfiles de ciudadanos, consumidores y electores en tiempo real, vigilancia con fines de salud, entre otros.
No obstante, tenemos que señalar que la reflexión sobre sus orígenes hunde sus raíces en el denominado paradigma panóptico de Michael Foucault (2012). Posteriormente se alimenta de la discusión en torno al panóptico y vigilancia de Zygmunt Bauman y David Lyon (2013) Reginald Whitaker (1999), sin pasar por alto la notable contribución de Gilles Deleuze (1992) respecto de las “sociedades de control”, y otros como Gary Marx (2002) han suscitado una amplia discusión por parte de académicos de diversas disciplinas, en especial de aquellos aglutinados en torno a los denominados estudios de vigilancia que sobran vigencia a finales de la década del 908.
Sin embargo, queremos señalar que, al no ser motivo de este trabajo el levantamiento de la cartografía teórica de los estudios de vigilancia, sí queremos dejar claro que gran parte de la literatura tiende a inscribir su estudio de manera interdisciplinaria, haciendo hincapié en varias áreas de investigación, una de ellas la de inteligencia, que es precisamente la que atañe a este estudio, desde una mirada crítica.
Dicho sea de paso, esta área alude, enmarcada en los estudios críticos de seguridad, a la reflexión en torno a las concepciones derivadas de lo que es la disciplina en sentido foucaultiano, y la seguridad desde una mirada crítica9, con un espectro más amplio y complejo. Dicha propuesta se encuadra en una mirada pos mainstream de los Estudios de Seguridad, en particular de los académicos de la Escuela de Gales, que redimensionan y profundizan el concepto matriz de la seguridad como derivativo (Booth, 2005) de las concepciones políticas del Estado. Es así que se interroga de manera permanente cuál es la naturaleza de la realidad en seguridad —ontología—, las creencias acerca del conocimiento real en seguridad —epistemología— y el pensamiento de la práctica política, ejercicio del poder10. En el caso concreto de la vigilancia, como instrumento inherente a ella, pone sobre el tapete la discusión respecto de la privacidad y normalización de sus prácticas en el marco del manejo del riesgo para los Estados y no neutralidad ni transparencia del manejo de los sistemas tecnológicos en los que se asienta la vigilancia.
Independientemente del dominio, nuevos sistemas de vigilancia frecuentemente amplifican las inequidades sociales existentes y reproducen los regímenes e control y y/o exclusión de grupos marginalizados en las sociedades. (Monaham, 2008, p. 217)
Por ende, y simultáneamente atendiendo, igualmente, a un sentido foucaultiano, al hacer alusión a las prácticas de vigilancia, los Estados, principalmente en su maniobra de gobernabilidad se encuentran —por decirlo menos— inscritos en un entramado de tecnologías atravesadas por la concepción del poder en términos de gobierno en contra-posición a la soberanía11.
Aun cuando existen renovadas lecturas respecto del carácter disciplinario de la vigilancia12 —incluso negándolo—, es indiscutible el carácter estratégico-directivo de acciones propias de un Estado. Esto es orientando o va induciendo acciones estratégicas de los otros en el mundo internacional físico y virtual, hacia la configuración de un entramado relaciones —no necesariamente de dominación en los términos clásicos de contraposición de uno sobre otro— pero sí de reproducción de flujos y legitimación de sentidos de mundo maleables, cambiantes, situados contextual e históricamente, sostenidos en prácticas discursivas, de conocimiento y regímenes de verdad que construyen formas de poder que penetran silenciosamente en las dinámicas domésticas e imaginarios de otros Estados, funcionalizando el establishment y las asimetrías de poder.
No se trata de entenderla como una circunscripción disciplinaria, un espacio dentro del cual es posible el despliegue de mecanismos minuciosos y exhaustivos, sino de mecanismos de mayor alcance, es decir, de nivel político-estratégicos de seguridad que funcionan en circuitos abiertos que buscan constituirse en componentes de arsenales de dominación no visibles, pero que garantizan que las actores estatales, actores no estatales, organizaciones, entre otras, se mantengan bajo escrutinio mediante diversas formas de visibilidad. Esto conlleva a que el grupo de quienes están bajo vigilancia y seguimiento se sientan “seducidos” por las prácticas de vigilancia, y las internalicen como propias y hasta necesarias. Piénsese en los sistemas de vigilancia —seguridad en aeropuertos, video-vigilancia en centros comerciales, en instituciones financieras, entre otros—, en donde la vigilancia y el control social son prácticas más o menos invasivas, a la vez omnipresentes y aparentemente normales (Ragnedda y Muschert, 2013, p. 81).
Visto así, el poder funciona como una fuerza anónima normalizadora de las conductas frente a la cambiante naturaleza de la violencia global, en diversos sub-niveles, estados, sub-estados, lo local, lo público, lo privado, lo real lo virtual. En otras palabras, la inteligencia ha de ser considerada como la práctica que ayuda a normalizar el poder a través de acciones diarias de producción de información estratégica sobre diversos temas que permitan mantener el control y la anticipación de potenciales conflictos, amenazas o perfiles de sujetos que puedan ser antagónicos a diversos intereses dentro de los juegos del poder13.
En otras palabras, entendido el poder como normalizador, vehiculizado por los intereses de la inteligencia en diversos niveles14, se deduce entonces que las prácticas de vigilancia quedan legitimadas para enfrentar, neutralizar o acaso, anticiparse a las denominadas “nuevas amenazas asimétricas comunes” a la seguridad —terrorismo, crimen organizado, migraciones ilegales, entre otras—, ante las que se espera respuestas más o menos homogéneas, frente a su carácter trasnacional. Una de tales respuestas es la inteligencia externa de los Estados, hoy más que nunca, abogando por dinámicas cooperativas frente a la emergencia de “nuevas formas de guerras virtuales” (Der Derian, 2013, pp. 573-581) de signos, números, imágenes, velocidad, a la que alude Der Derian, en donde los espacios de disputa son de preferencia virtuales y el tipo de guerra es amorfa y compleja.
En alusión a ello, dicha mirada, al centrarse en deconstruir los mitos de la neutralidad tecnológica “y en el momento presente de (…) una mayor atención, a la falacia de la veracidad tecnológica” (Monahan, 2016, p. 229), prioriza la perspectiva ético-política, que da cuenta que tanto los hechos (casos empíricos) como los valores (contexto no epistémico) alrededor de la problemática de la vigilancia. Igualmente, “constituyen una unidualidad compleja” (Rodríguez, 2010, cursivas propias, p. 18) de mutua influencia e interdefinibilidad y, por ende, no es posible escindirlos so pretexto de insertarlos en la “caja negra” de la matriz de pensamiento occidental, tornando opaca esta vinculación, que ultimadamente evidencia un ejercicio de poder.
En este escenario, las prácticas de vigilancia se han ido constituyendo en un instrumento inherente a la dinámica del mundo internacional contemporáneo y como sostienen Bauman y Lyon (2013, p. 7) “la vigilancia ha adquirido un estado líquido (Bauman, 2010), en respuesta a las características cada vez más fluidas de las sociedades modernas, toda vez que “la realidad está conformada por entramados complejos y a veces caóticos y nosotros formamos parte de esa trama, estamos enganchados en ella como individuos relacionales que somos y como miembros de organizaciones que superan en el tiempo y su proyección, la acción individual” (Pérez y Massoni, 2008, p. 4).
Es más, desde la perspectiva de Paul Virilo (2010), en su obra Vigilancia y política, en los tiempos de las telecomunicaciones avanzadas se puede monitorear a cualquier ciudadano del mundo a través de su tarjeta de crédito o el empleo del GPS en computadoras, teléfonos inteligentes, tablets o en relojes inteligentes. Las agencias de inteligencia como la CIA, MI5 o la MOSSAD, pueden rastrear a cualquier sujeto sospechoso o que represente un peligro a la seguridad de los Estados.
Por ende, la vigilancia se ha convertido en una “dimensión central de una modernidad más flexible y móvil” (Bauman y Lyon, 2013, p. 11), una especie de octópodo global de flujos extendiendo sus tentáculos de formas inimaginables al cual nadie puede escapar. Gilles Deleuze (1992), al hacer referencia a la vigilancia, incluso, echa mano de la metáfora de una planta trepadora y simultáneamente la ubica más en relación con la multiplicación tecnológica que con las instituciones. Estas concepciones evidencian que la vigilancia —no en términos de encierro, sino genérica (Rodríguez, 2012, p. 4) y con amplio espectro de visibilidad— está más articulada al espacio virtual. Al respecto, es un fenómeno que aparece consecuentemente ligado al poder (Ramonet, 2015, p. 25) en la medida en que permea transversalmente los espacios más recónditos de la vida cotidiana de las personas, grupos, instituciones, organizaciones, Estados, y se convierte en una proyección desde donde el poder fija sus significados y alcances (Der Derian, 2009a, p. 44) y diseña sus mecanismos de intervención y control.
En este orden de cosas, el profesor Chris Moran de la Universidad de Warwick (Inglaterra), al abordar la temática de vigilancia líquida en su obra Company Confessions (2016), argumenta que las cámaras de vigilancia en escuelas, colegios, universidades, centros comerciales, en condominios y en sitios de trabajo, son una manifestación de que los ciudadanos en países de occidente estarían dispuestos ceder su privacidad y libertad a cambio de tener más seguridad en su entorno social.
Precisamente, si hacemos referencia al ejercicio del poder estatal y su gobernabilidad, ya se han institucionalizado —en diversos niveles y escalas— formas de vigilancia que derivan en mecanismos de control social orientados a comportamientos específicos en el entramado de relaciones en el mundo internacional, por cierto, siendo favorables a los intereses privilegiados de unos Estados sobre otros, haciendo énfasis en el estudio de sus comportamientos futuros (Ragnedda y Muschert, 2013, p. 81) con visión prospectiva, pero sosteniendo, el imaginario represivo ante el conflicto.
En este sentido, las prácticas de vigilancia se constituyen en un instrumento central de la inteligencia estratégica interestatal15 , es decir en el punto clave del proceso de inteligencia —ciclo— para la toma de decisiones del más alto nivel, especialmente para el diseño de la política exterior de los Estados. Alineado a este presupuesto, Chris Moran, en su obra Intelligence Studies in Britain and the US (2013), considera que hablar de vigilancia líquida en la actualidad se refiere a que los servicios secretos pueden obtener cualquier tipo de información al instante, en segundos, sin recurrir a la inteligencia sólida, basada en informes de 5, 10 ó 15 páginas, con documentos de largo procesamiento. Según él, con la vigilancia líquida se puede monitorear en vivo (online), con apoyo de un dron o satélites la posición exacta de cualquier individuo en la faz de la tierra.
En torno a lo argumentado, cabe señalar que la inteligencia, además de todos modos —líquida o sólida— tiene un rol ontológico en el modelamiento del imaginario de lo internacional y las relaciones frente a “los otros” y a los potenciales factores de riesgo, amenazas en seguridad, que direccionan las acciones político-estratégicas, los diversos cursos de acción y “estilo de relacionamiento con los otros y lo otro”16.
De esta manera, hay que insistir en que gran parte de la reflexión de la literatura respecto de la vigilancia gira en torno a los discursos de la securitización17 (Aas, 2013/2007, p. 44) desde el binomio tecnología-seguridad, y a la comprensión de factores gravitantes en torno a él, tales como: crimen, amenazas, riesgo y miedo, tendientes a vislumbrar las dinámicas sociales derivadas de su conjunción en los escenarios globales turbulentos de la actualidad.
En suma, se trata una aproximación de la vigilancia confinada a los presupuestos teóricos y epistemológicos del realismo en una atmósfera normativa de control social, que ha dejado de lado la agencia, lo ideológico, lo cultural que deben incorporarse para una lectura más holística.
Dicho lo anterior, enfatizamos en que la información producto de la “gran data”, obtenida en base a las prácticas de vigilancia sostenidas en sistemas tecnológicos de punta, sean de gran escala o de nanotecnología, en diversas materialidades y que se convertirá en conocimiento significativo para la gobernanza local-global, merece ser entendida más allá que un simple efecto producido por una gran bola de cristal con capacidad de predicción de verdades o falsedades. Deberá ser situada como materia prima de alto valor, que, dependiendo de la perspectiva con que sea trabajada18, se convertirá en una plataforma de oportunidad para una gobernanza más inclusiva e incluyente; en otras palabras, con capacidad de redimensionar la agencia de los diversos actores y en diversos niveles (sub-estatal, local) con consideraciones éticas y contextualizada a necesidades e intereses propios, pero a la vez sinérgicos al bien común internacional.
En este punto es preciso matizar el argumento a partir de que: “Aceptando que la veracidad tecnológica es una falacia y la desconfianza es la norma de todos los sistemas tecnológicos, se puede redireccionar la atención a las inequidades del poder y a la pregunta determinante de cómo vivir juntos de manera ética” (Monahan, 2016, p. 230). En consonancia con ello, es preciso ubicar la reflexión respecto del potencial emancipador de las acciones de los sujetos —socio-histórica y culturalmente situados— frente a los objetos —ontologías del mundo internacional— en contextos que no se restringen al ámbito del debate académico, sino a construcciones colectivas multidiversas: Así:
Un proyecto emancipatorio es siempre una construcción colectiva, y no algo que pueda ser enunciado a priori desde las luces de la academia (…) es también la apuesta a un proyecto abierto, incierto, e indeterminado ligado a nuestros intereses colectivos acerca de en qué tipo de sociedad queremos vivir, y qué tipo de conocimiento científico puede colaborar en tal construcción (Rodríguez, 2011, p. 107).
Por ello, la dupla inteligencia-vigilancia —sin duda, instrumentalizada desde perspectivas teóricas racionalistas de los estudios de RI, estudios estratégicos, de seguridad e inteligencia— debe ser redimensionada para interpretar cabalmente un mundo internacional turbulento, incierto, azaroso. En suma, rebasar la mirada estática sobre prácticas instrumentales de inteligencia —con sus instrumentos-vigilancia— y adentrarse en las nuevas aproximaciones teórico-conceptuales dinámicas, que den cuenta de las necesarias transformaciones de las comunidades de inteligencia y sus principios doctrinales (Hastedt y Skelley, 2009, p. 122).
Desmantelar los presupuestos racionalistas dominantes de gran parte de la literatura es tarea obligada, porque penosamente se han atrincherado en criterios de universalidad, neutralidad valorativa y simplicidad que aportan limitadamente a una comprensión compleja de la relación vigilancia-inteligencia; de igual modo han impedido consideraciones autorreflexivas de sus prácticas y, lo que es peor, mediante las teorías de resolución de problemas han legitimado el divorcio entre la teoría y la realidad que ésta representa.
Es así que, al cuestionarse los fundamentos onto-epistémicos y éticos de la relación inteligencia-vigilancia, se devela simultáneamente “el presupuesto que prioriza la dicotomía sujeto-objeto”; es decir, como aquel mecanismo que invisibiliza al sujeto en sus prácticas, marginalizando el régimen de verdad subyacente y develando que esta problemática es históricamente contingente y está socialmente condicionada (Rodríguez, 2010, p. 8) y, por ende, fruto de la confrontación de intereses.
Consecuentemente, se corresponde a lógicas de poder específicas, sostenidas y legitimadas en prácticas discursivas que, entre otras, han institucionalizado los discursos hegemónicos constitutivos y constituyentes de una narrativa oficial del mundo, incuestionable, que naturaliza las asimetrías del poder del mundo internacional. Tal naturalización se sostiene en los mitos de las relaciones internacionales, que, a decir de Cynthia Weber (2010, p. 218), en un proceso a partir del cual, al parecer, las prácticas de la inteligencia se han naturalizado como anti-diplomáticas y como representaciones homogéneas y dominantes de la naturaleza “objetiva” del mundo internacional, sus factores de riesgo y amenaza-veraces, a partir de un claro silenciamiento de múltiples voces y poca comprensión de los intersticios y contextos azarosos, heterogéneos, contradictorios e híbridos de la política mundial.
Paralelamente, las prácticas de inteligencia aparecen opacas; es decir, velando un tipo de conocimiento que, sin duda, ha modelado y normalizado la subjetividad humana de los actores internacionales sujetándola (Shapiro, 1992, p. 6) y configurando formas de interacción asimétricas reproducidas en “grandes narrativas” y verdades incuestionables que tratan de aparecer esculpidas en piedra y que solo constituyen una cortina de humo en el entramado de colonialidad epistémica explicativa de las complejas dinámicas del mundo global.
La discusión precedente nos permite ubicar algunas provocaciones más que conclusiones cerradas, que serían contrarias a la postura crítica. En tal sentido, mediante este artículo hemos explorado los conceptos de anti-diplomacia, vigilancia líquida e inteligencia, los cuales son considerados en la actualidad como instrumentos que sirven para conseguir cualquier tipo de información que tenga que ver con la seguridad de un Estado. Hay que recalcar que la visión realista de las relaciones internacionales ha limitado con la visión estatal-racional los estudios de inteligencia, lo que ha impedido que otras perspectivas epistemológicas también aporten con el estudio.
Apostar por una postura crítica, en la cual nos posicionamos, es precisamente comprender al mundo empírico y teórico en un proceso iterativo permanente de cambio situando en complejidad: la diversidad irreductible de los discursos —constitutivos y constituyentes del mundo internacional— y la poca pertinencia de forjar definiciones últimas. Consecuentemente, no pretendemos conclusiones cerradas, sino provocaciones, interrogaciones permanentes, sospechas que seduzcan nuevas investigaciones y debates.
Con todo, surgen más preguntas que respuestas, sobre todo en lo atinente a una propuesta alternativa teórica de lectura del mundo global actual, habida cuenta que el mundo empírico no está divorciado del mundo teórico y aquellos dos mundos tampoco de los procesos de investigación. Se deben considerar que tales procesos son múltiples, abiertos y que están enfrentados a la indeterminación, al azar, a los sucesos emergentes y en el cual los actores del mundo internacional se ven desafiados en su marcos cognitivos y éticos, al igual que los mismos académicos, ante lo cual, sin duda, hay una tarea pendiente.
Lo que es innegable es que la ontología de las relaciones internacionales ha mutado considerablemente y consecuente-mente la naturaleza del poder, lo que exige desde el ámbito académico nuevas miradas —en este caso la perspectiva posestructuralista— que permitan complejizar su lectura, incorporando múltiples voces, el cambio, la discontinuidad, el azar.
Paralelamente, consideramos que se requiere de un redimensionamiento de los aparatos conceptuales, en este caso, que rebasen las nociones y definiciones binarias jerarquizadas, simplistas, que el discurso hegemónico realista de las Relaciones Internacionales han posicionado como verdades inmutables. Todo esto para comprender sin esencializar fenómenos como la inteligencia, anti-diplomacia y la vigilancia dentro de espacios interdisciplinarios, que interpelan problemas lógicos, metodológicos y del lenguaje en los campos de estudio tales como las Relaciones Internacionles, los estudios de vigilancia e inteligencia.
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