Palo Alto Market. Capital simbólico y consumo en un mercado de Barcelona

Palo Alto Market. Symbolic capital and consumption in a Barcelona’s market

  • José Antonio Mansilla
Las políticas neoliberales han empujado a ciudades como Barcelona a dejar atrás su pasado industrial y abrazar un proceso de terciarización que supone una potente metamorfosis local, no solo en su carácter productivo, sino también en su entramado urbano, generando formas de sociabilidad fuertemente mediadas por el mercado. Desde esta óptica, los antiguos mercados de abasto, así como otros de nueva creación, se muestran como auténticos epicentros de estas prácticas mercantilizadas, deviniendo actualizados centros de consumo y de ocio. Entre estos, Palo Alto Market, en el barrio barcelonés del Poblenou, se caracteriza por su apuesta por la sofisticación, el elitismo, la innovación y la creatividad, así como por su inigualable emplazamiento. Sin embargo, tras una apariencia cargada de potentes recursos simbólicos que lo hacen único, podrían esconderse prácticas y relaciones de dominación, además de actuar como vanguardia en las transformaciones socio-espaciales que su entorno más inmediato está viviendo.
    Palabras clave:
  • Mercados
  • Ciudades
  • Consumo
  • Violencia simbólica
Neoliberal policies have been pushing cities like Barcelona to leave behind its industrial past and embrace a process of terciarization which has generated a potent local metamorphosis, not only in its productive nature, but also in its urban fabric, creating forms of strongly market-mediated sociability. From this point of view, the ancient food markets and other newly created are shown as real epicentres of these commodified practices, becoming updated centres of consumption and leisure. Among these, Palo Alto market, in the Barcelona’s neighbourhood of Poblenou, is characterized by its commitment to sophistication, elitism, innovation and creativity, as well as its great setting. However, the powerful symbolic resources that make it unique could hide practices and relationships permeated by domination. Furthermore, Palo Alto Market could be acting as a vanguard in the socio-spatial transformations that its immediate surroundings are witnessing.
    Keywords:
  • Markets
  • Cities
  • Consumption
  • Symbolic violence

1 Introducción

En este artículo analizaré uno de los mercados urbanos que existen actualmente en Barcelona como elemento representativo de los cambios ocurridos en la ciudad a lo largo de los últimos años; procesos que han conllevado la desaparición de la potente actividad industrial de la que hizo gala la ciudad desde mediados del siglo XIX (Nel·lo y Donat, 2014; Tatjer, 2006), como consecuencia de la implementación de una serie de políticas de fomento del sector terciario, principalmente turístico, pero también inmobiliario, comercial, tecnológico y/o financiero, y que, aunque sitúan a Barcelona como laboratorio de prácticas neoliberales, no dejan de ser comunes a otras ciudades de Europa y Latinoamérica (Delgado, 2005, 2007; Harckworth y Smith, 2001; Harvey y Smith 2005; Llistar, 2015; Recio, 2009).

A partir del ejemplo de Palo Alto Market, y dando protagonismo al contexto en el cual se ubica, me propongo reflexionar acerca de la realidad de este tipo de emplazamientos y del papel que juegan actualmente en la Ciudad Condal. Así, me gustaría partir de la siguiente hipótesis: la celebración de un evento como Palo Alto Market, mercado urbano destinado a un público concreto, urbano y sofisticado, encaja perfectamente en la dinámica de terciarización y turistificación que viene viviendo la capital catalana, y el barrio donde se enclava —el Poblenou—, desde hace décadas, contribuyendo a su reproducción; el estudio de este mercado permite, además, mostrar que, tras un relato plegado de referencias a formas de consumo ciertamente elitistas destinado a públicos exclusivos, se encuentran formas de “dominación-dependencia” (Gutiérrez, 2010, p. 14) y precariedad (Lorey, 2006), impactando, además, en su entorno y generando efectos miméticos en su contexto más inmediato, así como contrapropuestas populares desde posiciones no hegemónicas.

En la primera parte del texto, fruto de una investigación etnográfica llevada a cabo a lo largo del primer semestre de 2016 y, de forma puntual, a lo largo de 2017, se realiza un breve recorrido por la historia reciente de Barcelona y del barrio del Poblenou, trazando las líneas generales y destacando los principales protagonistas del proceso de desindustrialización que ha vivido la ciudad, así como su encaje, vía sector terciario —turístico e inmobiliario principalmente—, en el marco general del capitalismo internacional (Castells, 1995). En la segunda parte se propondrán algunas ideas y referencias de carácter teórico y práctico en torno a este tipo de espacios, los efectos que generan en su entorno más próximo y las estrategias de dominación y reproducción desarrolladas a través de su despliegue simbólico. En la tercera parte se presenta el caso de Palo Alto Market a través de un recorrido etnográfico por el recinto1, y como

ejemplo representativo de mercado al servicio del proceso de acumulación en contextos urbanos (Harvey, 1989), aunque con características peculiares. Y, por último, se propone un análisis y una discusión del mismo en base al marco presentado.

2 Érase una vez una ciudad

Desde los primeros Gobiernos socialistas de la ciudad tras la Transición, Barcelona ha buscado posicionarse a nivel internacional como una ciudad repleta de significados y símbolos que la hicieran atractiva, destacando, para ello, el papel jugado por el diseño urbano y la arquitectura (Galtés, 2016; Lahuerta, 2005; Moix, 2002). Sin embargo, la historia de Barcelona como ciudad global (Sassen, 1999) viene de lejos. Si bien, el lanzamiento definitivo de la capital catalana se produjo con su designación, en 1986, como sede de los Juegos Olímpicos (JJOO) de 1992, ya en décadas anteriores, en pleno Franquismo y bajo la alcaldía de Josep Maria de Porcioles, la estrategia del Ayuntamiento, así como de otros niveles de la administración, pasaba por proyectar Barcelona, a nivel internacional, como “ciudad de ferias y congresos” (NODO, 1970). Cabe recordar que fue el mismo Porcioles el que dio los primeros pasos hacía la profunda terciarización que vive ahora la ciudad (Marrero, 2003) cuando propuso transformar aquellas partes del entramado urbano que alojaban la mayor concentración de tejido industrial (Mansilla, 2014), el barrio del Poblenou, en el actual Distrito de Sant Martí, en una “Copacabana barcelonesa” (Arroyo, 1999).

Desde entonces, Barcelona ha crecido, cambiado su fisionomía y diversificado su economía casi a golpe de mega-evento (Capel, 2005; Makhlouf, 2015a; Mascarenhas, 2010). Desde el Congreso Eucarístico de 1952; pasando por los intentos frustrados de celebrar una Exposición Universal en 1982; la propia celebración de los JJOO; el fracaso de convertirse en Capital Cultural Europea para 2001; hasta llegar al último y más controvertido, el Fòrum de les Cultures 2004,2 la ciudad ha completado, de esta manera, su radical transformación, pasando de acoger un Manchester catalán (Marrero, 2003), a convertirse en un referente turístico de nivel planetario.

Los resultados son más que notables. Barcelona es hoy una ciudad con 1.604.555 habitantes (INE, 2015) y una tasa de ocupación del 69,2%, donde la población que trabaja en el sector servicios supone más del 89% del total, mientras que los ocupados en la industria y la construcción representan únicamente un 8 % y un 3%, respectivamente (Ajuntament de Barcelona, 2015a).3/4

La ciudad, así, se ha convertido en polo de atracción de eventos y capitales a nivel internacional y prueba de ello es la celebración de los numerosos acontecimientos de renombre (Smart City Expo, World Mobile Congress, etc.) que la insertan en las redes del capitalismo global, así como el alto número de pernoctaciones turísticas anuales —más de 17 millones, si contabilizamos únicamente los hoteles—, y el incremento del número de este tipo de establecimientos, que se han duplicado en los últimos 15 años5. Como señala el antropólogo Marc Dalmau (2016),

A día de hoy, independientemente de la periodicidad de los grandes eventos internacionales, la ciudad intenta incrementar el ritmo de circulación del capital a partir de la organización de microeventos periódicos que cumplirían la función de atraer la inversión cotidianamente: congresos, ferias de muestras, exposiciones culturales, competiciones deportivas y eventos de todo tipo. (p. 83)

Esta nueva orientación del carácter social y económico de Barcelona ha desencadenado ciertas dinámicas que han acabado por transmutar su configuración socio-espacial, con la consecuente aparición de una conflictualidad urbana muy marcada, vinculada, sobre todo, a procesos de gentrificación, turistificación, desaparición del comercio tradicional, privatización del espacio urbano, etc. (Cocola, 2015; Hernández y Tutor, 2015; Makhlouf, 2015b), poniendo en evidencia su mercantilización (Brenner, Peck y Theodore, 2015; Harvey, 2007a, 2007b y 2008) y dando lugar a la aparición de una ciudad convertida, básicamente, en un “escenario para el consumo” (Tello, 1993, p. 507; pero también Carman, 2006).

En este contexto, el barrio del Poblenou ha sufrido algunas de las transformaciones más importantes de las últimas décadas. A las ya citadas —la creación de la Vila Olímpica y la celebración del Fòrum de les Cultures, ejecutadas en su territorio— habría que añadir el intento de creación de un distrito tecnológico, el 22@, a través de la modificación del Plan General Metropolitano del año 1976. La idea de alcanzar el sueño de un “SoHo barcelonés” (Marrero, 2003), actuando sobre 116 hectáreas del Poblenou, partió del Ayuntamiento socialista de Joan Clos, siendo puesto en marcha a partir del año 2000. Tal y como señalan los documentos oficiales del consistorio catalán, el objetivo era convertir el barrio en “la principal plataforma económica y tecnológica de Barcelona, Catalunya y España” (Ajuntament de Barcelona, 2000, p. 9). Sin embargo, tal y como demostraron Greig Charnock, Thomas F. Purcell y Ramón Ribera-Fumaz (2014), muchos de los desarrollos inmobiliarios llevados a cabo en el 22@ se basaron en la venta de edificios que no tenían una garantía última de ser ocupados y que, además, tampoco contaban con una definición clara sobre qué tipo de actividad se entendía como relacionada con las tecnologías y la economía del conocimiento. Esto llevó, según dichos autores, a que solo el 30% del suelo ocupado en el 22@ en el año 2005 estuviera bajo el paraguas de las nuevas tecnologías, mientras que hasta el 72% lo copaban hoteles y empresas vinculadas a los seguros, los servicios financieros y el marketing.

Esto ha acabado convirtiendo el Poblenou en uno de los enclaves más representativos de la terciariación que vive la ciudad. Así, a la revitalización que parece estar viviendo el 22@ (Benvenuty y Guerrero, 2016), se añadiría la presión del sector turístico y de la restauración, ya que en la actualidad el barrio acoge unas 12 mil plazas hoteleras y cuenta con otras 3 mil en construcción, a lo que habría que añadir unos 700 pisos turísticos (Mansilla, 2018). Además, algunos de sus principales espacios de socialización, como la Rambla del Poblenou, han vivido a lo largo de los últimos años un creciente proceso de ocupación por parte las terrazas de bares y restaurantes, algo que ha obligado al Ayuntamiento de la ciudad a realizar una ordenación singular del entorno (Ajuntament de Barcelona, 2013).

3 Los mercados urbanos como espacios simbólicos de consumo

Aunque los estudios sobre los mercados son relativamente recientes, los aspectos abarcados han sido amplios. Desde una perspectiva de corte arquitectónico (Guardia y Oyón, 2007) centrada en la caracterización de los mercados como inmuebles insertos en la trama urbanística de las ciudades, hasta otra más socioantropológica (Robles, 2008, 2010), la cual se enfocaba en aspectos relacionados con cierta sociabilidad primaria típica de la vida de barrio, o con determinadas lógicas económicas no estrictamente racionales que se producían en su interior. No es hasta más recientemente, tal y como señalan Adrián Hernández y Stoyanka Andreeva (2017), que estos empiezan a estudiarse como referentes insertos en dinámicas más amplias de transformación ya no urbanística, sino urbana, y como protagonistas de procesos actuales, tales como la gentrificación, la turistificación, etc.

Tal y como señalaran Loretta Lees, Tom Slater y Elvyn Wyly (2008), los aspectos simbólicos juegan un papel cada vez más destacado en la generación de espacios de consumo, así como en las dinámicas de mercantilización y revalorización de lo urbano que viven las ciudades. En este sentido, los mercados contarían con connotaciones y atributos que los hacen altamente legibles y significativos. Desde hace unos años se están llevando a cabo interesantes trabajos que abundan, principalmente, en la relación entre los antiguos y populares mercados de abasto, ahora transformados en zonas que cuentan con tiendas exclusivas de productos de alto precio y locales de diseñadores, y procesos como la gentrificación y la turistificación de las áreas donde éstos se hallan enclavados. En este sentido podemos hablar del estudio pionero del Mercado de Kirkgate, en Leeds (Inglaterra), estudiado por Sara González y Paul Waley (2013), del Mercado de Santa Caterina, en Barcelona, España, (Hernández, 2014), del estudio llevado a cabo por Alejandro Rodríguez (2016) en los mercados de San Miguel y San Antón, en Madrid, del de Lapavies (Sequera, Cabrerizo y Bachiller, Forthcoming), también en la capital de España, de la comparación entre el proceso madrileño y el que se vive en algunas ciudades de Latinoamérica, como Quito, Ecuador (Grad, 2016), y, ya fuera del ámbito de estos mercados más tradicionales, de la investigación realizada sobre el Mercado de Motores, también en Madrid, por Hernández y Andreeva (2016).

Así, en el ámbito más cercano del Estado español, y a juzgar por la bibliografía consultada y señalada, sería posible destacar las diferentes orientaciones que ciudades como Barcelona y Madrid están tomando en este ámbito (Rodríguez, 2006) y donde la ciudad catalana parece mantener, con la excepción del citado Mercado de Santa Caterina y el del Born, el carácter y el uso de estos tradicionales emplazamientos (Instituto de Mercados de Barcelona, 2012), mientras que la capital estatal apuesta, sobre todo del Distrito Centro, por la innovación y su modernización y apertura a otros públicos (Móvil, 2016).

Todos estos estudios exploran la relación entre estos espacios —su transformación y su nuevo papel en el paisaje urbano—, con las dinámicas de cambio social y espacial que generan a su alrededor. Sin embargo, el objeto del presente texto no es tanto abundar en este sentido sino analizar, más bien, cómo este tipo de instalaciones operan como acumuladores y sustentadores de capital simbólico (Bourdieu, 2010; Harvey, 2007) y generadoras de distinción (Bourdieu, 1979/1998), permitiendo a sus poseedores el ejercicio de la dominación sobre el resto de sus protagonistas más inmediatos en un campo concreto, siendo en este caso éste el del nuevo consumo de mercado6, y deviniendo, de forma simultánea, en “acumulación de capital económico” (Sequera et al., Forthcoming). En definitiva, me propongo examinar el aparato simbólico que permite su reproducción y encaje en el contexto de la terciarizada Barcelona contemporánea en línea con lo que otros autores (Carman, 2006; Guano, 2002, 2004) han venido trabajando para otras ciudades y donde determinadas clasificaciones de orden cultural y social, siempre originadas externamente a los sectores dominados, son reconocidas por estos como legítimas y utilizadas para ubicar su propia posición en la ciudad, tal y como las herramientas conceptuales que mostraré a continuación nos ayudan a complejizar y analizar.

En su trabajo La distinción. Criterio y claves sociales del gusto (1979/1998), Pierre Bourdieu explicaba que son precisamente los criterios mediante los que externalizamos, entre otras cuestiones, nuestro gusto personal, aquellos que nos permiten identificarnos y adherirnos a las formas o niveles en los que se encuentran divididas las producciones estéticas, intelectuales, corporales, el consumo, etc. Como no podía ser de otra manera en un autor como Bourdieu, estos niveles servirían, por un lado, para establecer una clasificación clara y precisa de la sociedad a través de sus componentes de clase pero, al mismo tiempo, serían capaces de constituir un sistema adscriptivo autónomo a partir de sus propias características, de forma que permitiría clasificar(se) a los individuos en función de una serie de niveles económicos, sociales, culturales y simbólicos identificables. Es lo que Bourdieu denominaría habitus, es decir, “el proceso a través del cual, el individuo interioriza las estructuras del mundo social y las transforma en esquemas de clasificación que guían su comportamiento, su conducta, sus elecciones y sus gustos” (Bourdieu y Chartier, 2011, p. 69). Ahora bien, y recordando, de nuevo, las palabras de Bourdieu (2010), aquí el término autonomía sería un “mundo que tiene su propia ley (nomos), en el cual hay apuestas sociales, luchas, relaciones de fuerza, capital acumulado […], un capital simbólico que puede producir efectos simbólicos, pero también económicos” (pp. 37-38).

Además, en este orden simbólico reconocido y de prestigio —que, como bien señala Luis Enrique Alonso (2005), conforma junto al capital económico, reconocido habitualmente y auténtico medio de apropiación; el cultural, esto es, las titulaciones o las credenciales académicas, y al capital social, es decir, el conjunto de relaciones socialmente útiles, un complejo “sistema de capitales particulares” (p. 18)— otorgaría, a los que entran en contacto con él, cierta legitimidad que le permitiría, no solo el establecimiento de jerarquías, sino la reproducción del mismo por medio de su aceptación por parte de los participantes. Sin embargo, sería imposible desligar las propiedades que caracterizan a los individuos y los grupos sociales del tiempo y el espacio social —el campo— en el que se desarrollan. De este modo, no podemos dar por fijas o inscritas en la esencia de los sujetos determinadas preferencias o comportamientos, ya que estos siempre estarían determinados mediante un espacio social e históricamente constituido. En definitiva, se trataría de un sistema de disposiciones abierto (Bourdieu y Chartier, 2011). Así, la posesión de una cantidad suficiente de estos capitales específicos permitiría ocupar posiciones dominantes en el campo en cuestión. La conservación o transformación, a través de una tasa de cambio, de dichos capitales, determinaría las luchas que se producen entre individuos y/o grupos, de forma que la dominación de unos sobre otros no se ejercería de forma coactiva, sino, más bien, con el consentimiento de los dominados que se ven inmersos en esa completa red de relaciones conflictivas (Bourdieu, 1994/1997; Weber, 1922/2002).

De este modo, y en relación al objeto de estudio, la apropiación de los recursos simbólicos proyectados por los mercados antes reseñados, casi siempre originados y orientados a consumidores de gustos refinados, sofisticados y de alto poder adquisitivo, como el caso de Palo Alto, permitiría, en esta ocasión, a ciertos individuos y grupos sociales de Barcelona —los dominados—, participar de un capital simbólico que los resituaría en dicho campo, a la vez que, mediante la aceptación de la violencia simbólica (Bourdieu, 1994/1997) sobre ellos ejercida, consentirían una dominación, sin obviar posibles tensiones entre estructura y agencia (Aledo, 2016), basada en la legitimidad antes referida (Weber, 1922/2002; Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, 1992/2005), la cual derivaría, finalmente, en la apropiación de parte de su capital económico y en su acumulación por parte de los dominadores.

Desde una perspectiva diferente, estos mercados supondrían elementos de aquello que Manuel Castells denominara ideología urbana (1972/1974), es decir, aquella que organiza el espacio conformándolo como una red de carácter simbólico, y que “legitima […] y racionaliza ciertos intereses ‘a fin de presentar su dominación como expresión de un interés general’ y, simultáneamente, comunica […] para que los ciudadanos compartan un mismo código” (González, 1998, p. 314). Estaríamos, de este modo, y no pudiendo ser de otra manera teniendo en cuenta la formación inicial de Castells, en aquello que Louis Althusser (1969) denominara aparatos ideológicos del Estado, y donde la cultura y sus instituciones formarían parte esencial ejerciendo una represión “muy atenuada, disimulada, es decir, simbólica”.

4 Palo Alto Market

El Mercado de Palo Alto, o Palo Alto Market, como se promociona el lugar, se encuentra enclavado en el barrio del Poblenou, Barcelona. Se trata de un recinto cerrado que acoge un conjunto de edificaciones, antiguamente industriales, cuyo origen se remonta al año 1875, cuando los empresarios Ramón Gal y Joan Puigsech ordenaron su construcción con el objeto de poner en marcha una fábrica textil. A lo largo de los años, el perímetro se fue completando con otras industrias —fabricación de sémolas, féculas y glucosa—, hasta que en 1940 pasó a acoger un pequeño número de empresas que se repartieron por las edificaciones levantadas. A finales de la década de los 80, un empresario francés adquirió la totalidad del conjunto con la idea de crear unos estudios de cine bajo el nombre de Palo Alto, proyecto que fracasaría, aunque la idea de dedicar el reciento a cuestiones culturales se mantiene, incorporando al diseñador Mariscal —famoso creador de la mascota olímpica Cobi— que instalaría ahí su estudio. Con la llegada de los JJOO en 1992, el espacio es inicialmente afectado por los planes urbanísticos para la zona, aunque, tras una serie de vicisitudes, logra salvarse pasando a ser propiedad municipal. Tanto Mariscal como otros inquilinos constituyen, en el año 1997, la Fundació Privada Centre de Producció Artística i Cultural Palo Alto, que mantiene el espíritu original de promover y gestionar iniciativas artísticas y culturales (Domínguez Sensada, 2012; Fabre y Huertas, 1976), y es actual gestor del espacio7.

Desde entonces, según la propia Fundación (n.d.), el recinto comparte la actividad de los diseñadores, arquitectos y artistas allí ubicados, con la existencia de una cantina y una serie de espacios comunes —jardines y áreas polivalentes— que son alquilados y/o cedidos para el desarrollo de acciones diversas, tales como rodajes cinematográficos y publicitarios, celebración de exposiciones y otros eventos acordes al objetivo inicial de la Fundación. Aunque el nombre de Mariscal sigue ligado a Palo Alto —la idea del Mercado parte de miembros de su familia, y él sigue participando en la Fundación— el diseñador, debido a cuestiones económicas, tuvo que cerrar su estudio en 2014 (Antequera, 2015).

Es así como, en diciembre de ese mismo año, se celebra la primera edición de Palo Alto Market, un mercado que, en palabras de su Directora, Paula Mariscal, sobrina del creador de Cobi,

Es un mercado diferente de los que hay en la ciudad, que son muchos, y están muy bien, fantásticos […] pero que están centrados en el vintage y en el second hand…, así Palo Alto dice, ‘esa parte ya está cubierta’, pero continua habiendo un potencial dentro del formato mercado que no se está cubriendo, que es el de un mercado más sofisticado, con una oferta más diversa y que contempla temas que la ciudad de Barcelona, con todo el potencial de talento y diseño que tiene, se estaba quedando sin tener una plataforma (sic) […] que parece que hace falta. (Traducción propia del catalán, Entremercats, 2015)

Desde esa primera edición, cada primer fin de semana de mes, el mercado ha venido celebrándose ininterrumpidamente en el interior del recinto de Palo Alto, contando, además, con una alta repercusión mediática (Delclós, 2015; Garbancho, 2015; Graell, 2014; Palo Alto Market dedica su tercera edición a los sabores peruanos, 2015; Palo Alto Market no podrà obrir portes en la seva segona jornada, 2014; Partal, 2015; Pita, 2015; Sanz, 2014). El éxito8 de la primera edición fue tal que, debido a las llamadas de los vecinos a la Guardia Urbana de Barcelona ante la sorpresa por la aglomeración de gente, ésta se vio obligada a cerrar el recinto tras realizar una breve inspección y comprobar que el evento no disponía de las licencias necesarias (El Ayuntamiento de Barcelona cierra el mercadillo de Palo Alto por no disponer de permisos, 2014). Tras solucionar el incidente, el primer fin de semana de enero de 2015, Palo Alto Market volvió a abrir con toda la documentación en regla, pero cobrando una entrada de dos euros, en un intento por evitar las aglomeraciones.

Entre los adjetivos e imágenes que identifican, en prensa, redes sociales y otros medios de expresión (Come Calles, 2015; @PaloAltoMarket), la propuesta del mercado objeto bajo investigación, es posible encontrar siempre expresiones como “cultura alternativa”, “ocio familiar”, “sofisticación”, “consumo responsable”, “creatividad”, “artistas emergentes”, “referente turístico”, “streetfood”, “diseño, “food-truck”, “gastronomía callejera”, “innovación”, “emprendimiento”, etc., toda una serie de nociones que, en definitiva, como señalara Manuel Delgado (2014), incidirían en la ya señalada idea de los aparatos ideológicos althusserianos, usados por las clases dominantes para obtener sus fuentes de legitimidad.

4.1 El interior

Pese a las precauciones tomadas por la organización del mercado, si hubiera que destacar algo en una primera aproximación a Palo Alto, esto podría ser las colas que se forman a la hora de la entrada. En mis visitas, excepto cuando éstas han sido llevadas a cabo los sábados en horario de tarde, entre 25 y 100 personas se encontraban ya esperando para entrar al recinto. La magnitud de las filas creadas, recogido incluso por la prensa como fue señalado anteriormente, ha sido motivo continuo de quejas y reproches a la organización. Así, en las reseñas que los visitantes han escrito en redes sociales como google.com y Facebook.com encontramos frecuentes alusiones a “cosas que deben mejorar, como las colas inmensas para entrar”, “horas de cola si no estás por lista”, “mucha gente, colas kilométricas desde el minuto uno antes de entrar.
Colas para entrar, colas para comer, colas para beber…”, “la organización un CERO, te hacen hacer una cola, por aforo completo y hasta que no salen cien personas no entran cien”, o “cola de media hora para pagar la entrada”. En mis tiempos de espera también he sido partícipe de comentarios similares. Así, en una de las visitas, fui testigo de cómo uno de los miembros de una pareja, de unos 40 años de edad aproximadamente y recién llegada a la cola, preguntó a su acompañante al ver la misma, “uff, vaya cola, ¿merece la pena esperar?” (CC, cuaderno de campo, 06/03/2016).

Otro de los frecuentes motivos de reclamación por parte de los asistentes ha sido el hecho de tener que pagar una entrada cuyo precio ha ido variando desde el inicio, dos euros, pasando por tres euros durante la realización del trabajo de campo, hasta llegar a los cuatro euros a la hora de la redacción del presente artículo (septiembre 2016). Así, en las redes sociales antes citadas también ha sido posible toparse con observaciones como “me parece excesivo el precio de la entrada, costando lo que cuesta comer dentro”, “no entiendo para que [hay que pagar] ya que con lo que pagan los expositores creo que es suficiente para los gastos del evento”, o “lo de que cobren entrada es como pagar 3 euros para entrar en El Corte Inglés (sic)”. Sin embargo, también es posible encontrar comentarios que valoran de forma distinta el hecho de este pago como “los que criticáis los 3 euros de entrada, ¿en vuestro negocio lo regaláis todo?” o la respuesta obtenida en una de las entrevistas realizadas durante la investigación, la cual señalaba que “a veces hay sitios más caros donde hay que pagar mucho más, y también entras a consumir. Por ejemplo, estos días es el Barcelona Beer Festival, en el Museu Marítim, y la entrada son 8 euros y solo tienes derecho a tomarte dos cervezas” (Entrevista 1, [E1], entrevista personal, 06/03/2016)9, algo que podría indicar hasta qué punto ha sido aceptado un ocio mercantilizado en la ciudad (Capel, 2013; Massey, 2005).

Una vez dentro del recinto, cuyo aforo máximo es de 1.050 personas (DI1, diálogo informal, 02/01/2016), y tras el pago de la entrada, la propia distribución del espacio te obliga a tomar la decisión de encaminarte o bien hacia la derecha, donde se encuentra la zona de restauración con los food-trucks, conocida como Food street o, a la izquierda, al área más comercial, de nombre Street market. A lo largo de mis diferentes visitas he visto como el número de food-trucks aparcadas en esta calle ha pasado de las 9 observadas en enero, a únicamente 6 en junio. La reducción de la presencia de este tipo de negocio en Palo Alto podría ser debida a la escasa rentabilidad que generan. Así, tal y como rezaba un artículo publicado en el diario El País en julio de 2016, estos camiones rodantes no acaban de cuajar como modelo de negocio y, los más de 300 registrados a esa fecha en el Estado español, se resentían debido a su falta de viabilidad económica (Carrizosa, 2016). Entre los problemas que aducen los gestores de food-trucks se encuentran la falta de una legislación adecuada que les permita vender en la calle —ahora mismo solo lo pueden hacer en eventos privados, como Palo Alto Market— y los altos precios que cobran los organizadores de los lugares a donde acuden, lo que reduce sensiblemente sus márgenes. Además, también existen quejas de que, en ocasiones, son usados como referentes atractivos por parte de los organizadores que pretenden, de esta manera, conquistar a una mayor cantidad de público (Carrizosa, 2016). Así, en otra de las entrevistas (E2, entrevista personal, 07/02/2016)10, realizada a una pareja propietaria de uno de estos camiones, estos hacían referencia a ambos elementos, señalando que el pago por aparcar su food-truck dentro de Palo Alto era de 65011 euros por el sábado y el domingo, y que la organización les impedía vender bebidas, ya que solo lo consiente a una conocida marca de cervezas que tiene mostradores dispuestos por todo el recinto. En este sentido, añadían que

Es un coñazo (sic) para el cliente y para nosotros… una putada (sic). En otras ferias que hemos estado hemos pagado solo 100 euros de inscripción, este es el más caro de todos. Es un evento muy bueno para ellos [los organizadores] pero no tanto para nosotros [...] Todos pensamos lo mismo. Va bien, pero es muy caro. He hablado con los de Versolari y Boreal [otras de las food-trucks] y piensan lo mismo.

Inquiridos sobre si repetirían su experiencia, indicaban que

En la anterior vez que estuvimos recuperamos la inversión, aunque no sacamos mucho más. Esta vez le vamos a dar otra oportunidad, pero luego ya veremos si volvemos […] La gente de Versolari, por ejemplo, sí me ha comentado que han perdido en algunas ocasiones. Esto está bien, pero lo ideal sería que nos dejaran vender en la calle. […] Yo es que no lo entiendo, hay una especie de movimiento, en algunas ciudades, para quitar [incluso] las terrazas.

Abandonando esta área, y enfilando por Street market, se topa uno con una gran y diversa oferta de productos. La selección de lo que se exhibe y vende se realiza bajo un criterio que, como la propia Directora, Paula Mariscal, señala, no puede ser de otra manera que “personal y subjetivo […] realizado sobre la base de que el proyecto tenga ambición y esté trabajado y tenga talento […], que tenga salida en el mercado” (Traducción propia del catalán, Entremercats, 2015), aunque la propia página web de Palo Alto tampoco es mucho más explícita cuando cita que “la selección se hace atendiendo a criterios de calidad y sintonía con los conceptos y objetivos que definen la identidad de este mercado reservándose el derecho de la no aceptación por no cumplir dichos criterios” (Fundación, n.d.). Estos criterios se amplían, también, a los food-truck donde, como me señaló la pareja anterior (E2, entrevista personal, 07/02/2016), “no cualquiera puede entrar, hay que tener características especiales, en tema de estética y gastronomía. Hay que ser vintage, tener el carnet de hipster12” (ej., Ver figura 1). Nos encontramos aquí con una vinculación clara del concepto de distinción del que nos hablara Bourdieu (1979/1998; Bourdieu y Chartier, 2011), por cuanto son los organizadores del evento, recordemos, miembros de una familia de la burguesía valenciana asentada en Barcelona (Escuela de Arte, 2000), quienes establecen estos criterios, acumuladores como son de un alto capital simbólico y económico, y capaces, por tanto, de ejercer el papel de dominadores en el campo del consumo de mercado en Barcelona. Esta característica se ve reforzada por algunas expresiones recogidas en las entrevistas, como aquel informante que señaló que el carácter de Palo Alto no podía ser de otra manera “siendo quienes son quienes lo organizan […] burguesitos de Pedralbes que vienen a encanallarse al Poblenou” (E5, entrevista personal, 23/09/2016).

Imagen

Figura 1

Gente guapa y feliz, de diversos orígenes y colores, jóvenes siempre, vestidos a la moda y que se detienen en las paradas o conversan alegres y ajenos a las preocupaciones de la vida. Foto @PaloAltoMarket

Continuando por el mercado, en Street market es posible encontrar productos de lo más variado (ej., Ver figura 2): ropa de segunda mano; libros, bicicletas hechas, en parte, de bambú; gorros y cintas para el pelo muy elaboradas; láminas, pinturas e, incluso, un zapatero artesanal y una barbería. Cada una de las ediciones se encuentra bajo el paraguas de una temática concreta (Happy Days, On the Road, Fashion Weekend o Beach Market, siempre en inglés). Sin embargo, y pese a la imagen que la propia organización se encarga de proyectar a través de los medios y las redes sociales, los individuos y grupos que pude observar en mis visitas a Palo Alto no me permitirían establecer un patrón o destacar alguna característica especial entre los mismos, aunque si tuviera que destacar alguna, podría citar la edad —en torno a los 30 años— como posible pauta. Si, por un lado, los vendedores y vendedoras de los diferentes tenderetes establecidos a lo largo y ancho del reciento mantienen cierta estética común —quizás ésta sí más cercana a las proyecciones de la organización—, por otro lado, esto no es así con respecto al público asistente, que podría trasplantarse a cualquier calle de la ciudad y pasar desapercibido. En definitiva, la indiferenciación es absoluta (CC, cuaderno de campo, 02/01/2016), aunque como me indicó otra de las personas entrevistadas, el público “ahora está más mezclado, pero en un principio no… antes [Palo Alto] estaba pensado para publicistas, creativos, etc., ahora incluso aparece en la oferta de los turoperadores, lo que ha conseguido atraer a gran número de turistas” (E5, entrevista personal, 23/09/2016).

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Figura 2

Cajas exhibidas en alguna de las paradas que ocupan las calles internas de Palo Alto Market con productos dirigidos a un público vegano.
Foto del autor. Marzo 2016.

A este respecto, algunos de los comentarios obtenidos en algún diálogo informal con visitantes podrían añadir algo de luz sobre el éxito de un mercado como Palo Alto. Así, una chica de 34 años residente en Nou Barris, barrio popular del nordeste de la ciudad, me comentó que “vengo porque es como una revista…, vengo a ver a la gente, cómo viste, cómo se mueve... me tomo algo, y cuando la revista se ha acabado, me voy”, a lo que añadía “los hay que vienen a pasear y a que les echen una foto, al postureo (sic)” (DI2, diálogo informal, 02/01/2016) (ej., Ver figura 3). En otra entrevista, dos estudiantes veinteañeras subrayaban que “nos gusta el ambiente, la música… el ambiente sobre todo” (E1, entrevista personal, 06/03/2016). De este modo, la importancia de la imagen proyectada por Palo Alto como mecanismo de legitimación simbólica (Bourdieu, 1979/1998) se presenta como uno de los factores más importantes a la hora de explicar el fenómeno de atracción con el que cuenta el mercado, pero también, como veremos a continuación, de la fuerte carga de autoexplotación que es posible encontrar en el mismo.

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Figura 3

Las fotografías con productos y los selfies en las calles del mercado son constantes y vendrían a afirmar la importancia de la imagen y el denominado postureo.
Foto del autor. Enero 2016

Justo al comienzo de Street market se encuentra la Sala Funk, una pequeña sala de conciertos desde donde parte otra calle, Huerto street food, que cuenta con numerosas paradas de productos alimentarios —desde kétchup ecológico a chocolates, garrapiñadas, pasteles caseros de sabores exóticos, muffins, donuts, etc.—. Huerto street, antes de volver a conectar con Street food, pasa por una zona de música al aire libre —la Terraza Buganvilla—, desemboca en una amplia zona de restauración y permite el acceso a dos grandes salas de venta dedicadas a productos específicos, Boheme Gallery y Design Gallery. Justo en la puerta de ésta última conversé (DI3, diálogo informal, 03/04/2016) con una artesana de 30 años que exhibía sus propios productos en Palo Alto, aunque mantiene su trabajo por cuenta ajena en una gran empresa. Justamente, la artesana me comentó que evaluaba su presencia en Palo Alto como

Una plataforma para poder vender a aquellos que no tenemos una tienda física, como la mía que solo vendo online. Además, como evalúan tu producto antes de aceptarte, pues esto hace que todas las cosas que hay sean atractivas.

A lo que añadía “a mí me merece la pena, es un sitio para darte a conocer […], aunque sí es verdad que hay gente que gana mucho dinero y otros que pierden… yo, hasta ahora, no he perdido. Siempre he logrado recuperar la inversión”. Esta artesana, asimismo, también ha sido testigo de ese cambio en el público asistente al mercado que señalábamos anteriormente. Así, explicaba que, al principio, “sí que parecía un sitio más elitista, más hipster, pero ahora no, es un ambiente familiar… también los productos son más variados”, y preguntada sobre la rentabilidad de su presencia, afirmaba que “es verdad que la gente no compra mucho, quizás porque ahora ya ha perdido el carácter de novedad, es más conocido, no sé, es más difícil vender […] No volveré inmediatamente, no tengo tiempo, tengo que trabajar y demás”. Al extremo de las escasas ventas realizadas (E1, entrevista personal, 06/03/2016) también se refería otra de las personas entrevistadas cuando afirmaba, “[yo no compro] nunca, aunque unas amigas mías sí que compraron algo una vez, un bolso”. Los comentarios de la artesana parecen apuntar a las aportaciones realizadas, entre otros, por Jorge Sequera (2017) cuando afirma que la economía de las sociedades urbanas se caracteriza, principalmente, “por la precarización y la pérdida de los límites entre el tiempo de trabajo y el libre, [constituyendo] nuevas subjetividades a disposición del desarrollo de la economía capitalista y sus procesos de acumulación.” (p. 4). Es así, como el capital simbólico del Mercado deviene capital económico para sus gestores.

Abundando sobre el volumen de ventas, se podría establecer la hipótesis que, debido al tipo de productos que se ofrecen, los precios no se encuentran al alcance de todo el mundo. En este sentido parecen incidir algunos de los comentarios encontrados en las redes sociales cuando subrayan que, los “precios [no son] nada populares”, “la comida: fatal! cara y mal preparada”, o “todo carísimo y espacio pequeño y apretado” (Facebook.com). Sin embargo, en la línea antes reseñada del mercado como acontecimiento inserto en la sociedad del espectáculo (Debord, 1964/1995) una de las informantes me señaló que

Un sitio como Palo Alto Market atrae a este tipo de gente por su música, su estilo…, no a comprar […] yo tengo amigas que son las típicas que usan las redes sociales para enseñarle continuamente a la gente lo que están haciendo. Son majas, ¿eh? pero viven la vida a través de la imagen que proyectan. (E5, entrevista personal, 15/03/2016)

O también como me relató Xavi, diseñador gráfico y pintor de unos 50 años y expositor en el mercado, “antes solo venían los pijos a picotear y tomar cañas, no a comprar nada, y nosotros estábamos como meros adornos decorativos” (E4, entrevista personal, 23/09/2016).

Street market enlaza con Buganvilla street, calle que debe su nombre al espectacular jardín vertical que cubre las paredes de una de las edificaciones, el cual fue diseñado originalmente por el artista Pepicheck Farriol, y que supone otro de los grandes atractivos del mercado (Sampedro, 2013). Esta última y recóndita calle también se encuentra repleta de tenderetes y paradas con productos, dando entrada, además, al antiguo estudio de Xavier Mariscal (ej., Ver figura 4), hoy convertido en la Concept Gallery, donde normalmente se exponen mercancías relacionadas con la temática del evento —tablas de surf cuando Beach Market, bicicletas de diseño, zapatos, etc., en otras ocasiones—, pero donde también es posible encontrar otro tipo de productos.

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Figura 4

Salida de Concept Gallery, antiguo estudio del diseñador Xavier Mariscal.
Foto del autor. Junio 2016

Otra de las características de Palo Alto Market es que supone un espacio que no es únicamente rentabilizado por restauradores, artistas, diseñadores noveles o vendedores de productos exclusivos, sino que también es aprovechado, por parte de los organizadores, para la promoción de productos consolidados —marcas de cerveza, fabricantes de pastas y sémolas, etc.— y no tan consolidados — lácteos ecológicos, aplicaciones para móviles, tabletas y demás—. En este sentido, Palo Alto no dejaría de comportarse como un centro comercial “hecho con más cariño, […] como si los detalles estuvieran más cuidados”, tal y como resaltaba otra de las personas con las que hablé (DI2, diálogo informal, 02/01/2016). Esta gran tienda al aire libre, verdadero parque temático del consumo, podría considerarse, de este modo, como una contemporánea institución total donde todas las rutinas “están administradas formalmente” (Goffman, 1961/ 2001, p. 13), hecho que se manifestaría tanto por el control ejercido sobre el tipo de producto, visitante y expositor que es admitido en el interior del recinto, como por la gestión de cada uno de los aspectos más cotidianos de su interior (limpieza, emergencias, etc.). De hecho, otro de los informantes me relató la anécdota de que, cuando llueve de forma inesperada, la organización vende a los propios expositores plásticos impermeables a un precio de cinco euros, cuando el precio fuera del mercado es de solo uno (E4, entrevista personal, 23/09/2016).

4.2 El exterior

Tal y como se ha señalado en párrafos anteriores, Palo Alto Market se encuentra situado en el antiguo barrio industrial del Poblenou. Aunque la zona sigue manteniendo un marcado carácter popular, la renta familiar disponible viene aumentando sin cesar a lo largo de los últimos años, aproximándose a la media de la ciudad de Barcelona —pasando de 89,8 a 95,4 en tan solo dos años (Departament d’Estadística de l’Ajuntament de Barcelona)— y convirtiendo al Poblenou en un espacio de y para las clases medias (Mansilla, 2015). Prueba de las transformaciones que vienen ocurriendo en la zona es la celebración del propio mercado de Palo Alto, o de la aparición, sobre todo en la zona sur del barrio, de un denso entramado artístico y cultural que encuentra acomodo en antiguas instalaciones industriales y comerciales de bajo precio, dando lugar a asociaciones como Poblenou Crea! o Poblenou Urban District, colectivo que cuenta con el objetivo de “impulsar la oferta cultural y comercial de la zona y promover el Poblenou como el nuevo distrito de arte y creatividad de Barcelona” (Poblenou Urban District, n.d.). Aunque la relación entre incrementos del valor del suelo, desplazamientos socio-espaciales o la mercantilización del espacio con actividades de carácter cultural y artístico ha sido ampliamente estudiada (Caulfield, 1989; Lloyd, 2002; Sequera, 2014; Zukin, 1987/2002, por citar solo algunas referencias), la complejidad de tal tarea escapa al alcance inicialmente previsto por la presente investigación. Sin embargo, eso no quita que sea posible determinar la cierta influencia, sobre todo a nivel simbólico, que Palo Alto Market mantendría a su alrededor.

Entre el influjo más directo podemos citar las iniciativas de carácter artístico que han aparecido en su contexto geográfico más inmediato. Así, durante el trabajo de campo, me fue posible observar, en una de mis esperas en la cola para poder entrar al recinto, distintos afiches que anunciaban una tienda de muebles de diseño vintage (ej., Ver figura 5) original bajo el nombre de PaloSantoShop, en clara alusión al nombre del mercado.

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Figura 5

Afiches colgados en posters y paredes anunciando los muebles de PaloSantoShop.
Foto del autor. Febrero 2016.

Un esfuerzo por conciliar realmente vida familiar con sus hijos pequeños y su profesión […] [y] un espacio multidisciplinar que se alquila íntegramente para eventos especiales de corta duración, ya sean Pop Ups, Showrooms o eventos privados singulares, siempre en el marco de un taller de pintor. El objetivo artístico de Rosa Palo Bcn es impulsar las obras de artistas organizando exposiciones bimensuales. (Poblenou Crea!, n.d.)

y que, como ella misma señala, “lo he abierto porque era una oportunidad que se presentaba…” (CC, cuaderno de campo, 06/03/2016).

Otra de las referencias que acusarían esta influencia por parte del mercado, sería el Bar-Restaurante Palo Verde, abierto durante 2016 en la Rambla del Poblenou, o el influjo que Palo Alto Market realiza sobre el tejido comercial y de servicios del barrio, hecho que se ve reflejado en una conversación informal que mantuve con un barbero cercano el cual, preguntado por su horario de apertura y cierre, me dijo: “De lunes a viernes y los fines de semana en que abre Palo Alto” (DI3, diálogo informal, 15/05/2016).

Sin embargo, esta influencia no se encuentra exenta de conflicto, así como de la aparición de propuestas alternativas que, bajo formas paródicas, también han aparecido en el entorno de Palo Alto. Así, en diciembre de 2015 se llevó a cabo en el cercano barrio del Clot, un evento denominado Palo Bajo Merk’Art, acontecimiento que, como me relató Xavi, uno de los organizadores, perseguía ser

Contrapunto y contrapié a Palo Alto […] que es un mercado al que yo acudo, y que está muy bien, en un lugar precioso, con una calidad musical excelente y que permite una oferta gastronómica muy alta y a gente como yo mostrar sus creaciones con una gran convocatoria, pero que es muy pijo, mientras que la idea de Palo Bajo era hacer una cosa más bohemia, a través de la guasa (sic) crear una plataforma que supusiese un Palo Alto para pobres. (E4, entrevista personal, 23/09/2016)13

5 A modo de conclusión

El giro productivo, la terciarización, que ha acontecido en el barrio barcelonés del Poblenou, en línea con lo ocurrido en el resto de la ciudad, así como en el Norte global capitalista, podría enmarcarse dentro de las políticas neoliberales implementadas, desde diferentes instancias de poder político, administrativo y económico, desde los años 70 del pasado siglo con el objetivo de impulsar y sostener el proceso de acumulación general. Así, en el contexto del Poblenou, el paso de una especialización espacial centrada en la producción industrial clásica a otra enfocada, primero, en la logística y el transporte, segundo, en el urbanismo y las nuevas tecnologías de la comunicación para, finalmente, ver cómo el turismo y la hostería alcanzan un protagonismo destacable, se encontraría dentro de aquello que David Harvey denominaría la solución espacial y temporal a la crisis capitalista, esto es:

La contracción rápida en los empleos fabriles desde 1972 ha puesto de relieve un rápido crecimiento del empleo en servicios, no tanto en la franja minorista, de distribución transporte y servicios personales […], cuanto en los servicios al productor, las finanzas, el seguro y los bienes raíces. (1990, pp. 180-181)

El turismo, la hostelería, las ferias y mercados y el consumo en general juegan, en este sentido, un papel fundamental: la aceleración en el tiempo de rotación del consumo, algo que está íntimamente ligado a la producción de eventos y/o servicios más que a bienes tangibles.

Sin embargo, para que tal giro pueda llevarse a cabo, es necesario una intervención clara y contundente por parte del Estado, en este caso, el Ayuntamiento local. Es de este modo que, en los años 80, el Ayuntamiento de la ciudad de Barcelona puso en marcha un programa de restauración y rehabilitación de edificios denominado Barcelona posa’t guapa. La mejora de la imagen de la ciudad ha formado siempre parte del conjunto de políticas urbanas impulsadas desde el Gobierno municipal, independientemente de su color político, persiguiendo, entre otras cuestiones, situar a Barcelona como referente para la atracción de capitales y como marca a nivel global (Unió Temporal Escribes, 2004). En la misma línea podría situarse la campaña, en este caso impulsada por una asociación de comerciantes, Barcelona, la millor botiga del món, idea que, posteriormente, el Ayuntamiento hizo suya a través de la creación de unos premios, y cuyo objetivo era incidir en la consideración de la ciudad como un espacio de y para el consumo (Carman, 2006; Tello, 1993). De esta forma se ha promovido el paso de los barceloneses, así como los visitantes, de usuarios a consumidores de su espacio urbano, de forma que la aparición de mercados como Palo Alto Market, como acumuladores de capital simbólico, no sería más que una nueva vuelta de tuerca a esta mercantilización, aunque bajo el prisma de conceptos novedosos como lo hipster, lo auténtico, la creatividad, la innovación o la oportunidad, en una evidente deriva postmoderna y elitista.

Sin embargo, si algo caracteriza a Palo Alto Market, como evento significativo es, por un lado, el protagonismo del propio espacio —el antiguo recinto industrial situado en el barrio del Poblenou donde se ubica— y el control ejercido por los organizadores sobre el contenido del mercado y, por otro, el énfasis dado al uso de cierto tipo de imágenes, así como a la construcción de narrativas de alto poder simbólico, que parecen convertir la visita a su recinto en una experiencia única vinculada a la sofisticación y al alto consumo. En definitiva, en su capacidad para crear capital simbólico y situarlo de forma privilegiada en un determinado espacio social. O, visto de otra manera, por la forma en la que, mediante dispositivos simbólicos, ha sido capaz de encajar perfectamente dentro de la ideología hegemónica existente —la de la ciudad como elemento de consumo—, ocultando formas de dominación y explotación evidentes que, a veces, llegan incluso a convertir a los individuos en meros figurantes de un gran espectáculo, bajo la esperanza, no siempre fundada, de alcanzar algún tipo de capital, principalmente económico. Restauradores y propietarios de food-trucks que no consiguen rentabilizar su presencia en el mercado, y artesanos que compatibilizan varios trabajos y apenas recuperan la inversión realizada para promocionar sus productos, parecen dar la razón a Isabell Lorey (2006) cuando señala que “no sería ya sólo el trabajo, sino la vida la que estaría a disposición de los intereses económicos explotadores; no sería posible separar trabajo y vida; la distinción entre producción y reproducción habría implosionado en el curso de esta transformación”. Sin embargo, también aquellos visitantes que realizan colas interminables y que pagan una entrada simplemente para que se les permita seguir consumiendo; los precios inaccesibles para las rentas medias de la ciudad; el fomento del individualismo consumista y unas relaciones sociales mediatizadas a través de la imagen, etc., serían algunas de las prácticas que Palo Alto acogería en su interior.

No podemos olvidar, por último, el efecto que genera en su entorno más inmediato, el cual, a veces, se manifiesta como alternativa original que, mediante el uso de la ironía y el sarcasmo, enfrenta este enésimo eslabón de la Barcelona neoliberal contemporánea.

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