Historización radical y Teoría Política del Discurso: hacia una epistemología de las memorias del antagonismo

Radical historization and political discourse theory: towards an epistemology of memories of antagonism

  • Jorge Foa Torres
  • Juan Manuel Reynares
Nuestro trabajo presenta una serie de reflexiones onto-epistemológicas que, des-de la teoría política del discurso de raigambre lacaniana, buscan problematizar la relación entre las nociones de memoria, historización, contingencia e ideología. Partimos de considerar que el fundamento ontológico de la división constitutiva de lo social, posee implicancias éticas y políticas tanto para el lugar de enuncia-ción del sujeto que investiga como para la orientación de su labor. A tal fin, pro-blematizamos la dimensión histórica en la perspectiva en relación a la producción de categorías analíticas y presentamos dos casos investigación. El argumento central de nuestro trabajo es que la historización radical propuesta por la perspectiva se orienta a la construcción de memorias del antagonismo ba-sadas tanto en el descompletamiento de lógicas o gramáticas políticas, como en la identificación y reconstrucción de los antagonismos sociales y de los modos en que en diferentes momentos fueron visibilizados, reprimidos o forcluidos.
    Palabras clave:
  • Teoría política del discurso
  • Historización
  • Antagonismo
  • Neoliberalismo
This paper presents a series of onto-epistemological reflections to problematize the relation between the notions of memory, historization, contingency and ideol-ogy, from the perspective of discourse political theory of lacanian tradition. Here, we consider that the ontological foundation or the constitutive division of the so-cial, has ethical and political consequences in the positioning of the subject of research, as well as in the orientation of his work. To this end, we problematize the historical dimension in the perspective in relation to the production of the analyti-cal categories and we present two cases of investigation. The main thesis of this paper is that radical historization as posed by the political discursive perspective enables us to produce memories of antagonism, based in de-completing political logics or grammars, and identifying and reconstructing so-cial antagonisms and the ways these were rendered visible, repressed or foreclo-sured.
    Keywords:
  • Discourse Political Theory
  • Historization
  • Antagonism
  • Neoliberalism

1 Introducción

La Teoría Política del Discurso (en adelante TPD) reconoce, al menos desde la publicación de Nuevas Reflexiones sobre la Revolución de nuestro tiempo por Laclau en 1990 (1990/2000), el potencial ontológico que el psicoanálisis en sus variantes freudiana y lacaniana le aporta a la perspectiva. No obstante, el grueso del trabajo teórico que ha trazado esas relaciones se ha enfocado en la dimensión formal en que las nociones de sujeto barrado, o pequeño objeto a, identificación, fantasma o síntoma, entre muchas otras, inciden en el estudio de las dinámicas de constitución de sentido colectivo, dejando menos espacio para indagar las implicancias que el psicoanálisis puede tener en términos epistemológicos y metodológicos.

Deteniéndose en estos últimos, en este artículo nos proponemos reflexionar sobre algunos nudos que pueden presentarse en la práctica investigativa de la teoría política del discurso, más específicamente, en relación a la historia y eventos pasados. Ello, veremos, conlleva discutir dos aspectos entrelazados: en primer lugar, qué supone investigar en contextos contemporáneos que apelan a una producción impersonal de información validada por criterios técnicos, que recluyen la posición de quien carga con la actividad investigativa. Y, en segundo lugar, cuáles son las posibilidades de escribir una historia que, sin pretender agotar el sentido de lo sucedido, se enfoque sobre los momentos de antagonización que estructuran parcialmente nuestras coyunturas socio-políticas.

En “La ciencia y la verdad” Jacques Lacan distingue el lugar de la verdad en la ciencia y en el psicoanálisis. Como causa formal en el primer caso y como causa material en el segundo. Es que, como causa material, la verdad no puede ser pensada por fuera del sujeto del inconsciente que la enuncia. Lo que conlleva consecuencias relevantes a nivel del modo de concebir a la teoría y a la función del lenguaje en la misma: la articulación de un materialismo negativo que se funda tanto en la imposibilidad de un lenguaje científico o un metalenguaje filosófico pleno como de una teoría capaz de capturar totalmente a lo real.

En este marco, el lugar de la historia no es el de la pura contingencia ni, mucho menos, el del desenvolvimiento necesario:

En el psicoanálisis la historia es una dimensión distinta de la del desarrollo, y (...) es aberración tratar de reducirla a ella. La historia no se prosigue sino a contratiempo del desarrollo. Punto del que la historia como ciencia puede tal vez sacar provecho, si quiere escapar a la amenaza siempre presente de una concepción providencial de su curso. (Lacan, 1985, p. 854)

A nivel epistemológico y teórico, estos fundamentos poseen gran relevancia para el análisis político desde una perspectiva posmarxista o, más en general, posfundacio

nalista1. En tal marco, este trabajo presenta una serie de reflexiones ontológicas, epistemológicas y metodológicas que, desde la TPD2 de raigambre lacaniana, buscan problematizar la relación entre el sujeto que investiga con las nociones memoria, historización, contingencia e ideología.

Específicamente, el fundamento ontológico de la imposibilidad de la sociedad, o de la división constitutiva de lo social, posee implicancias éticas y políticas tanto para el posicionamiento o lugar de enunciación del sujeto que investiga, como para la orientación de su labor. Por su parte, el tiempo cronológico y la investigación historiográfica no permiten echar luz al tiempo de las rupturas de sentido, irrupciones reales o dislocaciones en las lógicas o gramáticas políticas. En tal sentido, este trabajo propone que la orientación por lo real puede constituirse en la causa común y subjetiva, a la vez, de la TPD para la producción de conocimiento.

La tesis de este trabajo es que la historización radical propuesta por la perspectiva puede ser pensada como una modalidad de los trabajos de memoria orientada, tanto al descompletamiento de lógicas o gramáticas políticas, como a la identificación y reconstrucción de los antagonismos sociales y los modos en que en diferentes momentos fueron visibilizados, reprimidos o forcluidos.

Para sostener este argumento, el trabajo se ordena de la siguiente manera: en primer lugar, se pondrá de relieve al lugar del sujeto-investigador en la perspectiva y las implicancias epistemológicas de su consideración como sujeto dividido. Luego se abordará al singular modo en que la perspectiva construye la historización de sus problemas de investigación y se distinguirá entre las nociones de contingencia radical y contingencias empíricas. A partir de allí, presentaremos casos puntuales en que pueden vislumbrarse estos desplazamientos onto-epistémicos al problematizar al neoliberalismo y la constitución contemporánea de la cuestión ambiental como resultados contingentes y políticamente disputados de proyectos antagónicos y sedimentados en el tiempo. Por último, se culminará con algunas reflexiones en torno a la relación entre el deseo del investigador y las estrategias de investigación desde la TPD.

2 Técnica, investigación y sujeto

El psicoanalista y jurista Pierre Legendre advierte que la civilización occidental, a través de la ciencia y la técnica, “se hizo especialista en el descuartizamiento científico de las civilizaciones y en un historicismo a discreción” (2008, p. 14) pero de ninguna manera con ello ha logrado desentrañar o superar los montajes míticos que la fundan. Por el contrario, Occidente participa de la condición por la cual la ignorancia constituye una de las pasiones fundamentales del ser (junto al odio y al amor3): “no hay nada más humano que escapar de lo que uno es (...) Es así como, bajo el reinado de la ultramodernidad, fabricamos ignorancia con ciencia” (Legendre, 2008, p. 14). En consecuencia, ni la dimensión mítica ni las instancias fundacionales que se inscriben en la historia de nuestras sociedades se han logrado abolir o superar. La cultura occidental ha logrado, para Legendre, pasar del mito bíblico cristiano al mito científico por el cual la tecno-ciencia se erige en el “lugar soberano y omnipotente en el que se inscribe el discurso a partir del cual el mundo se vuelve legible, interpretable, comprensible” (2008, p. 53).

En un sentido similar, Martin Heidegger postula que “la ciencia no piensa” a la manera del pensador y ello no implica una falta u obstáculo sino aquello que le permite el “acceso a una determinada región de objetos”. Pero, al mismo tiempo, es el pensar el que conduce a la ciencia. Lo cual nos lleva al interrogante acerca de los tipos de pensar y su vinculación con la ciencia. Para Heidegger, la relación entre la ciencia y el pensar sólo puede adquirir un estatuto legítimo si se reconoce aquello inabarcable inaccesible a la primera: “solo cuando se haga visible el abismo que media entre las ciencias y el pensar y, ciertamente, como infranqueable” (2007, p. 271). Pero con el predominio de la técnica moderna la ciencia es puesta al servicio del desvelamiento propio de la técnica, en el “cual la naturaleza se concibe como conexión de efectos de fuerzas calculables [que] puede permitir, ciertamente, constataciones exactas” (2007, p. 142). Es la técnica moderna, por lo tanto, el empuje que conduce a la ciencia, en el que reside un peligro supremo:

Tan pronto como lo desvelado no concierne al hombre ni siquiera como objeto, sino exclusivamente como constante y el hombre en medio de lo sin-objeto no es más que el constanciador de lo constante, va el hombre sobre el borde más escarpado del precipicio; esto es, va hacia un punto en que él mismo no podrá ser tomado sino como constante. (2007, p. 143)

Es decir, tal peligro reside en la supresión misma del sujeto mediante el olvido de la interpelación técnica en la que está implicado. Su emplazamiento en lo constante se constituye en el modo por el cual ya no puede rebelarse frente al desvelamiento de la técnica y orientarse hacia otras formas del desocultar en donde pudiese experimentar “una verdad más inicial”. Lo peligroso de la técnica no reside, por lo tanto, en las prestaciones y resultados de los desarrollos tecnológicos sino en la fijación del individuo en un espacio en donde es ya-siempre excluido cualquier modo de experimentar lo inabarcable inaccesible.

De tal modo, es posible identificar hasta este punto dos aspectos nodales para el planteo de este trabajo y para la epistemología contemporánea en general: la ignorancia como pasión del ser (y por tanto elemento tendencialmente inerradicable), por un lado, y el predominio de la ideología de la técnica con su empuje a la supresión del sujeto dividido, por otro4. Como consecuencia emerge un interrogante fundamental ¿de qué manera es posible concebir a un sujeto capaz de vincularse con la técnica y, al mismo tiempo, de rebelarse a su interpelación? Y en el caso de que esto último fuese posible ¿cuáles estrategias ético-políticas pueden ser viables para cortar la pura continuidad de esa técnica, a través de la producción de ciertos efectos de sentido que la desplacen de la función de desvelamiento de contenidos ocultos?

Pues, en primer lugar, tales efectos de sentido no pueden ser pensados sino en vinculación con la producción misma de un saber del sujeto sobre su propio goce5. Goce de algún modo u otro ligado a la ideología de la técnica. Pero que, en el establecimiento de cierta distancia con ese goce, el investigador puede encontrar en el proceso de problematización un territorio en donde dejarse guiar por aquello que falta en el problema. Es que el problema mismo, desde esta mirada, se presenta como aquello que falta y angustia y que, por tanto, es capaz de dividir o desplazar las propias identificaciones del investigador. Siempre y cuando la decisión del sujeto se oriente a profundizar esa problematización antes que a descansar en la eficiencia y eficacia de sus procedimientos y métodos ya validados.

En consecuencia, la labor de investigación puede ser pensada como una tarea que busca bordear aquello que “no cesa de no escribirse” aún en la época del predominio de la técnica. Antes que contribuir a la saturación simbólica o el completamiento imaginario de la realidad social para que la cosa marche en el circuito capitalista —ya sea en la espera de su destrucción o en la afirmación su carácter natural y necesario— el objetivo entonces pasa por la producción de “estiletazos”, que, al modo de la esgrima, logren horadar la superficie-toda de la técnica. En definitiva, lograr ciertos modos del biendecir que, siguiendo a Germán García, “consiste en no decir dónde está el Bien Supremo, ese lugar donde se puede recuperar todo y donde no se pierde (la) nada” (1980, p. 119). Lo cual implica la barradura del investigador y de sus producciones específicamente, dentro del campo de discusiones de la TPD y las ciencias sociales, en su relacionamiento con la historia, la contingencia y la ideología.

3 Historia, contingencia y memorias

Las investigaciones al interior del horizonte ontoepistemológico de la TPD han guardado siempre una relación tensa pero cercana con la historia. Cercana porque, de uno u otro modo, los análisis político-discursivos lidian con sucesos pasados, fenómenos y procesos que ocurrieron y cuyas implicancias habitan nuestro presente. Tensa porque para dar cuenta de esos efectos nos embarcamos en un ejercicio intelectual que pretende desbrozar a los ordenamientos sociales en los que vivimos, y a los procesos históricos que los configuraron, de cualquier pretensión de necesidad o positividad. Así, nos apoyamos en la historia, pero al mismo tiempo debilitamos esa caracterización, típica del canon historiográfico, de la historia como racconto totalizante de la experiencia humana en un recorte espacio-temporal determinado.

En este punto pueden observarse claramente los términos de nuestro problema: qué historicidad podemos recuperar desde un fundamento ontológico que subraya la negatividad inherente a toda realidad social. En un fructífero diálogo entre Judith Butler y Ernesto Laclau estos interrogantes fueron conjugados de modo similar. Ante la pregunta de Butler por el estatus teórico de lo Real, Laclau sostiene que, tomado desde la enseñanza de Lacan, lo Real es “un núcleo traumático resistente a la simbolización que sólo tiene acceso al nivel de la representación a través de contenidos ónticos que incorpora sin adscribirse necesariamente a ninguno de ellos” (Laclau, 1990/2000, p. 187). El registro simbólico de la actividad humana a lo largo del tiempo, en tanto historia, se muestra incapaz de completar(se). Aquello que resiste la dotación de sentido, sin embargo, no existe por fuera de la historia. El status ontológico de la falla, lo Real, no es el de “algo” que esté más allá del registro óntico. Es decir, no implica que sea trascendental en sí mismo: no puede ser algo separado plenamente de la onticidad porque no “es” sino encarnado en alguna particularidad. De allí la insistencia laclauiana por discutir la crítica de Butler sobre el carácter ahistórico de lo Real.

Al no existir un límite positivo directo o inmediato para el proceso de simbolización, lo Real vuelve imposible una historia plena de sentido, que pretenda la reconstrucción total de las experiencias en un espacio dado6. No obstante, esa negatividad está sujeta a una dinámica de encarnación y distorsión que involucra necesariamente a contenidos ónticos específicos, pero con los que no guarda ningún privilegio a priori (Laclau, 1990/2000). Entonces el carácter fallado de la realidad echa a andar un proceso dinámico y conflictivo de pretensión totalizante, pero al mismo tiempo de inevitable fracaso. Como vemos, si bien la plenitud no existe como tal, sólo se la puede representar mediante nombres, significantes, que para ser capaces de asumir esa función7 deben despojarse de cualquier contenido óntico específico. La negatividad no es entonces un componente que vuelva imposible la historia, sino que, precisamente, es “porque hay un límite estructural de tal tipo por lo que la variación histórica resulta posible” (Laclau, 1990/2000, p. 188).

Esa variación subvierte la plenitud del registro histórico a través de un juego de desplazamientos significantes, a los que Laclau llama de diversos modos, entre ellos, como vimos, encarnación y distorsión. La pregunta por el vínculo que se tiende entre estas categorías y los sucesos históricos abre, así como acabamos de ver respecto de la negatividad, un marco de discusión sobre el estatus de estas nociones y el modo de ponerlas en relación dentro de un proceso de investigación. En suma, aunque desde otro ángulo, reedita la pregunta por el universal. Al respecto, Laclau plantea dos operaciones teóricas distintas, aunque relacionadas. En primer lugar, considera que no es posible distinguir de modo absoluto lo abstracto de lo concreto, por lo que hay que detenerse en: los procesos por los cuales el movimiento de lo concreto mismo constituye lo abstracto. (O sea, un «abstracto» que no es una dimensión formal, anterior o separada de lo concreto, sino algo hacia lo cual «tiende» lo concreto mismo. Un abstracto concreto, si se quiere.) Y es en estos abstractos concretos, y no en un dominio formalista a priori, donde encontramos el locus de lo «universal» (Laclau, 1990/2000, p. 193).

Esa tendencia de lo concreto hacia lo abstracto, donde es posible encontrar lo universal, invierte las interpretaciones críticas más usuales sobre el excesivo formalismo en la obra laclauiana, y más en general, en las investigaciones desarrolladas bajo esa impronta. Ello permite distinguir de manera más clara cuál es la universalidad posible de estas categorías teóricas: una universalidad excedente que existe primero como ente real, pero cuyos efectos no se acaban en esa particularidad, sino que proliferan más allá de ella. Así, la atención del análisis se concentra entre los elementos particulares y aquello que los excede, pero que no posee algún rasgo positivo al margen de su existencia óntica. De allí que el trabajo sobre la materialidad del corpus a lo largo de la investigación no pueda caer en una aplicación de categorías sobre sucesos donde tantos las primeras como los segundos salgan indemnes. De tal modo que, en segundo lugar, Laclau aluda a otro tipo de relación entre las categorías teóricas y los elementos contextuales particulares, “históricos”: la de los parecidos de familia, trayendo a colación como en numerosas partes de su obra, a la filosofía de Wittgenstein: “Esta contaminación de lo abstracto por lo concreto hace que el reino de las categorías formales sea más un mundo de «parecidos de familia», en el sentido wittgensteiniano, que el universo formal autosuficiente de Butler” (Laclau, 1990/2000, p. 192-193).

Al abrevar en la pragmática wittgensteiniana, Laclau pone en evidencia de modo radical un fundamento ontológico sobre el cual no es posible poner en funcionamiento un ejercicio taxonómico pleno. Los parecidos de familia no se construyen en un metajuego de lenguaje que trascienda la intertextualidad que habitamos, desde una posición externa basada en la ingenuidad de la experiencia (en lo que vendría a ser un grado cero del sentido), o basada en la completitud de la ley científica. Los parecidos de familia, así como los cambios de aspecto dentro del planteo de Wittgenstein, suponen un uso tanto de las categorías teóricas como de los datos empíricos, cuyos efectos repercuten no sólo en las particularidades de cada elemento articulado, sino también en el propio sujeto que los trama. Así, y si bien no lo hace explícito en la mayoría de sus textos, Laclau asume que en todo ejercicio analítico hay un paso necesario por la subjetividad del que investiga. Esto último lejos está de suponer a un investigador soberano, sujeto de la conciencia que indaga sin deseo, como quien inicia un mecanismo que le es ajeno. Por el contrario, el tramado de estos parecidos de familia se sostiene sobre un juego de espejos rotos entre un objeto y un sujeto atravesados y movilizados por la falla, lo que vuelve patente la intervención política de la reflexión situada.

Así, podemos volver al lugar que la historicidad ocupa en el horizonte onto-epistémico de la TPD. Una historicidad radical no sólo en términos ontológicos, sino también en términos éticos, desde el momento que el deseo por investigar emerge en una atención a la falla, a aquello que retorna en la imposibilidad de una historia como mera imagen de una dinámica subyacente bajo el nombre de desarrollo capitalista, ilustración moderna o globalización. Así, expone sintomáticamente la contingencia constitutiva del estar juntos humano. Se vuelve posible aquí la pregunta por aquellas fugas de sentido que habitan la historia, por la dimensión silente de la historia, pero no como un evento imposible de subsumir en la lógica del significado, sino como aquella filigrana que no cesa de (no) escribirse. Esto último abre un abanico de posibles estrategias intelectuales, éticas y políticas, en un grado variable de abstracción, para investigar dando cuenta de estas implicancias: trabajos sobre la memoria del antagonismo, que desplazan a su vez el modo en que nos relacionamos con el corpus empírico y con las pretensiones hermenéuticas que albergamos sobre él, ya que aquí la historia no emerge como aquel relato a reconstruir completamente. La historia es la trama barrada sobre cuyas inconsistencias y conflictividades ponemos a funcionar un trabajo que escruta en lo simbólico las huellas de lo Real.

En este punto, es necesario precisar las relaciones entre historización y contingencia en la TPD. Para ello es imprescindible llevar adelante un triple movimiento. Primeramente, distinguir la manera en que la perspectiva piensa a lo ontológico: como aquello no reducible a un diccionario, enumeración o descripción densa de datos, objetos, mecanismos y/o de sus tipologías que conformarían, de tal modo, la realidad social. O en palabras de Heidegger, es necesario:

Deshacerse del prejuicio de que sea la ontología de los objetos de la naturaleza o la que corre pareja con ella, la de los objetos de la cultura (ontologías de las cosas naturales y de las cosas espirituales), la única ontología o, en cualquier caso, la ontología por antonomasia. (2002, p. 61)

Es decir, no hacemos referencia a la ontología como “inventario” del mundo (Glynos y Howarth, 2008). Sino, a la ontología como interrogación en torno al “significado del ser-en y dentro-de-un-mundo” que no refiere al mero “figurar entre otras cosas” (Heidegger, 2002, p. 120). Aquí se anuda el fundamento ontológico con un saber-hacer puesto en juego en la investigación: la asunción de la historicidad radical de esta perspectiva sustenta un ejercicio de problematización a través del cual abrimos un espacio para pensar sobre el ser, aquello que escapa a la recolección de datos y su recomposición ordenada, y que emerge en el seno de una pregunta.

En segundo término, diferenciar la contingencia ontológica o radical de la empírica. La primera hace referencia a la imposibilidad de la teoría de captar o asegurar puramente la realidad y que, por lo tanto, tal contingencia no es subsumible al desenvolvimiento de ningún otro proceso capturable teóricamente. Por su parte la segunda, la empírica, remite a las diferentes manifestaciones ónticas, es decir accidentales o coyunturales, de la ocurrencia de situaciones imprevistas o inesperadas.

Mientras la contingencia empírica u óntica es el objeto de la técnica moderna —en tanto supone el acceso progresivo a un aseguramiento total de lo real—, la ontológica o radical es rechazada de su superficie. La introducción de esta distinción, por lo tanto, es medular en la TPD en tanto constituye, por sí misma, un posicionamiento político frente al poder de la técnica.

La contingencia radical pone en evidencia, al interior del enfoque posfundacional, esa incompletitud de la teoría para dar sentido de manera absoluta a la realidad. De tal modo, lo ontológico y lo empírico de la contingencia, aunque marcan los límites de una diferencia constitutiva, guardan una estrecha relación donde se vuelve posible un pensamiento, un análisis, sobre la realidad social que no pretende subsumir lo acontecimental en un esquema nomológico pleno. Allí se observa la distancia con aquellos esquemas tecno-científicos que consideran a la contingencia empírica como un obstáculo para la reconstrucción plena de la historia y de lo social, que podrá ser subsanado cuando se puedan desarrollar instrumentos de recolección y procesamiento de los datos lo suficientemente precisos. Esa contingencia vendría a ser el último reducto de incognoscibilidad para una ciencia al interior de una ontología de la técnica. Frente a ello, la contingencia radical estremece las bases de esa ontología, y redirige la mirada, ya no hacia la reconstrucción de sentido, sino a los momentos traumáticos en que se pone en juego la constitución de lo social.

En tercer lugar, si la división constitutiva de lo social o de la negatividad material de los procesos de identificación constituye el fundamento de la contingencia radical, entonces esa división no puede ser superada finalmente por las diversas formas políticas dispuestas y orientadas socialmente a reprimirla o rechazarla.

En consecuencia, el énfasis de la TPD en la contingencia radical de las prácticas, regímenes y estructuras sociales no implica asumir que la transformación emancipatoria o la subversión de las mismas se encuentre sin más a la mano de los actores políticos, con independencia de los agarres o sujetamientos ideológicos8 inscriptos en determinados modos históricos de repetición. Por el contrario, las contingencias o imprevistos empíricos u ónticos de ningún modo son capaces por sí mismos de vincular ciertos síntomas o signos del malestar social con los núcleos ideológico-fantasmáticos que fijan a los procesos identificatorios en cierta repetición. En cualquier caso, los trabajos de memoria en torno a la recuperación-producción de aquellos resquicios a través de los cuales se manifiestan los signos de las dislocaciones o heterogeneidades (como puntos de fuga de la superficie abrumadoramente imaginaria de la técnica capitalista) de la historia, habilitan la orientación política y ética del sujeto-investigador en pos de dar cuenta de los antagonismos sociales sobre los que, con su represión o rechazo, se organizan los diferentes regímenes de prácticas discursivas.

De tal modo, la mirada sobre el devenir histórico puede distinguirse de cierta historiografía que “toma a la historia como un objeto donde transcurre un acontecer que, al mismo tiempo, perece en su transitoriedad” (Heidegger, 2007, p. 160). A diferencia de ello, la historia puede constituirse en el territorio en donde inscribir diversos problemas o síntomas sociales que, ni puramente transitorios ni exclusivamente reunidos en un desenvolvimiento necesario de la humanidad, movilizan el deseo del sujeto-investigador en la producción retroactiva de antagonismos, identificaciones y acontecimientos a partir de los cuales sea viable pensar o articular ciertas estrategias políticas.

Desde la TPD la investigación guiada por el problema, y no por el método, implica concebir a la problematización como un proceso que, sostenido en el deseo de saber del sujeto investigador, se orienta al establecimiento de relaciones hasta ese momento no precisadas por el campo de conocimiento en cuestión. Es decir, poner en funcionamiento conexiones de sentido no dichas, silenciadas o latentes a partir de la articulación entre elementos teóricos, referente empírico y fundamentos ontológicos.

Tales relaciones pueden implicar el intento por tender puentes entre la construcción simbólica del síntoma o problema, es decir del signo de ese malestar, insatisfacción o falta en lo social, por un lado; y los núcleos de sujetamiento ideológico que reprimen o rechazan la contingencia radical de las identidades políticas. Por lo tanto, la investigación puede constituirse en una práctica no exclusivamente ligada a la crítica de la realidad sino al análisis de modos de hacer con (y contra) aquellas lógicas sociales a primera vista fijadas invariablemente en la repetición.

En nuestra época, el neoliberalismo emerge como el nombre de una lógica que se obstina en recurrir, a pesar de los evidentes efectos nocivos para las mayorías populares en la región. Por ello, a continuación, se pondrán en juego algunos de estos elementos teóricos mediante la reflexión y el análisis de experiencias de investigación concretas desarrolladas desde la TPD y orientadas a problematizar al neoliberalismo.

4 La historización radical del neoliberalismo

El potencial heurístico de la TPD, como hemos planteado hasta aquí, no se basa ni en cierta ahistoricidad de sus fundamentos ni en la asunción de un semblante científico capaz de ubicarse por encima o por fuera de los procesos identificatorios. Por un lado, la TPD emerge frente al triunfo del neoliberalismo y la caída de los grandes relatos como un modo de descompletar los discursos sedimentados para producir e identificar aquellas rupturas que permiten la reconstrucción de lazos sociales alternativos o antagónicos. Por otro, el reconocimiento de la importancia del sujeto-investigador implica el intento de dar lugar a intersticios en el mismo campo de la técnica moderna y, más específicamente, en el de la ciencia social contemporánea.

En tal sentido, y como ya planteamos, la investigación orientada por el problema de investigación no apunta a esperar de este último un contenido oculto a ser develado, desplazándose del imperativo técnico que impulsa a la ciencia a agotar el sentido de los fenómenos analizados. Por el contrario, el problema está marcado por una politicidad constitutiva que impide su captura plena. Los resultados de investigación en la TPD, en consecuencia, tienden a constituirse en modos de intervención en el campo académico mediante la enunciación de nuevos efectos de verdad, nunca plenos, sobre objetos de estudio ya analizados por las corrientes dominantes. La labor del investigador se orienta, antes que a la descripción o análisis —sea o no crítico— del neoliberalismo, a la re-visión o re-descripción histórica dirigida al descompletamiento de los procesos sociales en cuestión y de los aparatos conceptuales que les dan sentido. Tanto una como otra tarea —a nivel del referente empírico y del estudio de antecedentes— se necesitan mutuamente. Pero, a su vez, ambas no son posibles sin la producción conceptual o teórica que, en este marco, resulta central en la TPD9. Con esto en cuenta, en lo que sigue se abordarán dos aspectos del posicionamiento de la TPD frente al neoliberalismo. Por un lado, el modo en que su politicidad se afronta desde una relación de extimidad10 por parte del sujeto que investiga respecto de los procesos de identificación neoliberales y la relevancia tanto de la historización de sus efectos particulares, como del análisis de sus movimientos retóricos y de sus persistencias ideológicas en prácticas cotidianas. Por otro, la manera en que su historización radical en el caso de la gestión ambiental permite dar cuenta, a pesar del semblante técnico del referente en cuestión, de los momentos políticos fundacionales que estructuran su funcionamiento. En definitiva, estos aspectos pueden dar cuenta de la TPD como una invención epistemológica frente a la época de la técnica: por un lado, permite el reconocimiento del investigador como un sujeto ni plenamente capturado por el mandato de la técnica ni puramente ajeno a ella; por otro, que a partir de esa relación de extimidad entre sujeto y problema es posible descompletar a los dispositivos neoliberales mediante el ejercicio de la historización como trabajo de memoria de los antagonismos sociales reprimidos o forcluidos.

4.1 La politicidad del neoliberalismo

Hay una insistencia, desde hace al menos cuarenta años, en preguntarse qué es el neoliberalismo. Su precursor fue Foucault, quien en algunos seminarios de fines de los setenta trazó una genealogía del neoliberalismo en tanto racionalidad de gobierno, identificando algunas de sus marcas, tanto de contenido como de forma (Foucault, 2006, 2007). En referencia a lo primero, puso en el centro de esta gubernamentalidad al homo economicus, empresario de sí, y a una teoría económica que sostenía la construcción artificial de marcos de acción para la promoción de la competencia y la eficiencia de entidades individuales, reclinándose en una ya sedimentada práctica económica del gobierno inaugurada por el liberalismo sobre el campo arado por el cristianismo y su meticuloso gobierno de los cuerpos y las poblaciones en la Europa de la Baja Edad Media (Foucault, 2006).

Sobre lo segundo, Foucault remarcó que el neoliberalismo se expande por ámbitos cada vez más diversos: la economización de la vida incluía las decisiones más triviales o más ajenas al frío cálculo de ventajas y costos. En Foucault, y los estudios inspirados en su obra, la expansión de una gubernamentalidad se produce mediante una red de dispositivos que va produciendo efectos contingentes de conducción de conductas desde ciertos núcleos condensadores de poder, que constituyen modos de veridicción preeminentes, y también modos de subjetivación individual moralmente válidos. La gubernamentalidad neoliberal se sostiene sobre una manera de gobernar produciendo artificialmente las condiciones para la competencia entre entidades individualizadas que para funcionar deben actuar “como si” fuesen empresas, un modo de veridicción asentado en la economía y la técnica, y un cuidado de sí que encuentra su paradigma en la autoayuda new age (Rose, O’Malley y Valverde, 2013). No obstante, al no contemplar “las desordenadas actualidades de los proyectos neoliberales particulares”, este tipo de análisis en clave gubernamental “corren el riesgo precisamente del problema que desean evitar, el de producir explicaciones generalizadas de épocas históricas” (Larner, 1990/2000, p. 14).

Además de la interpretación en clave foucaultiana, existen gran cantidad de tratamientos sistemáticos sobre el neoliberalismo enfocados, sobre todo, en las políticas públicas que en diversos Estados acompañaron a las enormes transformaciones de la economía mundial, y, sobre todo, a las finanzas (Anderson, 2003; Campbell y Pedersen, 2001; entre muchos otros). El modo en que se configuraron estos análisis depende del acento sobre alguna de sus dimensiones constitutivas, ya sea como agenda de políticas, como ideología o como gubernamentalidad (Larner, 2000). Entre aquellos que caracterizan al neoliberalismo como un set de medidas eminentemente económicas, éste se entiende como un cuerpo de ideas cerrado y coherente que se lleva adelante sobre todo desde el Estado. Esta perspectiva encuentra una pregunta central sobre la masividad y heterogeneidad de sectores sociales que aceptaron y legitimaron las transformaciones del neoliberalismo durante mucho tiempo. Sin embargo, no logra responderla o bien subraya frente a ella meramente su carácter paradojal o sorpresivo.

En esta diversidad de interrogantes, y en la insistencia de esa diversidad, el neoliberalismo aparece como una entidad a ser descrita, identificada en sus orígenes y marcas específicas, ubicada en alguna taxonomía preestablecida. Al pretender agotar el sentido del neoliberalismo en un abanico de políticas económicas a implementar a nivel nacional, la práctica política se relega a la canalización de cambios ocurridos fuera de sí de manera plena y unívoca, en el campo económico en este caso. Ello dificulta la posibilidad de preguntarse por los momentos críticos en que el neoliberalismo cifró su potencial expansivo a través de múltiples conflictos. La negación de la politicidad en este proceso de construcción ideológica imposibilita plantear la pregunta por la historicidad radical del neoliberalismo en tanto las expresiones políticas que lo encarnan se interpretan como canalizaciones neutras de transformaciones estructurales.

El ejercicio de historizar radicalmente al neoliberalismo sobrevuela la recurrente pregunta sobre su expansión, y para ello quizás sea útil una nueva manera de teorizarlo, de mirarlo: pensar al neoliberalismo como régimen de sentido que fue consolidando su poder a partir de sucesivos y conflictivos desplazamientos en las prácticas sociales, en el marco de una metáfora fundante basada en la forma-empresa (Reynares, 2017a). En este punto, la espacialidad neoliberal no se agota en el nivel nacional, donde se han concentrado en general los estudios sobre la temática, sino que encuentra su dinámica en los intersticios locales, y más en particular, en los procesos de identificación de actores socio-políticos. Este nuevo punto de mira permite al menos tres operaciones heurísticas que es mejor distinguir.

En primer lugar, no parte de establecer una distancia infranqueable entre quien investiga y lo investigado. Retomando lo ya planteado más atrás, prestar atención al carácter histórico, conflictivo y local de la expansión neoliberal implica dar cuenta de nuestra propia afectación por dicho proceso. Ello nos enfrenta a un hacer específico con la incógnita en torno a las transformaciones contemporáneas, que atrae al sujeto barrado quien desea saber sobre su propia condición. La investigación así planteada reubica a quien pretende producir conocimiento en una posición éxtima, a la vez dentro y fuera de su contexto, preguntándose por él, retomando como un problema de investigación a la recurrente indagación sobre el neoliberalismo.

En segundo lugar, los procesos de identificación habilitan un preguntar(se) por los actores socio-políticos contemporáneos donde es central su historia. Como ya hemos mencionado, ésta no es para nosotros una mera sucesión de eventos, reconstruibles en el detalle. Dar cuenta de su historia pone en juego una temporalidad hecha de escansiones, de enfrentamientos y decisiones por las que ciertos sentidos se vuelven legítimos en tanto otros son reprimidos, excluidos y asignados en el lugar, por ejemplo, de lo retrógrado, lo desactualizado. Así, la “neoliberalización” de los actores socio-políticos no se produce por una confrontación de razones en un marco neutral de discusión, sino por la imposición de sentidos en una dinámica que conjugó racionalidad estratégica, persuasión y una materialidad afectiva que fija las conductas en su repetición (Reynares, 2017b).

Relacionado con esto último, en tercer lugar, hacer foco en los procesos de identificación ofrece otra ventaja, ya que no apunta sólo a mostrar la constitución simbólica del neoliberalismo a través de los recursos retóricos de desplazamientos metonímicos y condensaciones metafóricas. También se cuestiona el anclaje del neoliberalismo en las prácticas cotidianas de quienes lo encarnan, trayendo a colación figuras, imágenes y nociones provenientes del lenguaje psicoanalítico (tales como jouissance y discurso capitalista) que reconfiguran el fenómeno, lo dejan ver bajo una luz novedosa que habilita nuevas preguntas y nuevos vehículos para ese deseo de saber. De este modo, la investigación no pretende agotar el sentido de lo que es el neoliberalismo, sino interrogarse por los procesos puntuales en que éste se encarna, sosteniendo, en última instancia, el carácter enigmático de su entidad ontológica.

Una de las vías posibles para una investigación que discuta con la técnica de producción de conocimiento radica entonces en problematizar al neoliberalismo a través del análisis de sus efectos particulares. Ante la ubicuidad del fenómeno, ello permite desplazar a quien investiga desde una aparente exterioridad para hacerse cargo de su afectación específica en tanto sujeto barrado cuya relación paradójica con el objeto moviliza un deseo de saber. A partir de ahí, el estudio de los procesos de identificación no sólo promueve una historización radical de aquellas encarnaciones neoliberales, subrayando la conflictividad inherente a sus transformaciones, sino que también habilitan nuevas preguntas, nuevos aspectos de esta problematización que se interrogan tanto por la dinámica de afianzamiento y persistencia de esta identificación, como por las alternativas o cortes al circuito neoliberal.

4.2 El caso de la naturaleza radicalmente política de la cuestión ambiental

La problematización de las políticas ambientales de residuos peligrosos en Córdoba —Argentina— tuvo que lidiar con un referente empírico a primera vista exclusivamente dominado por lenguajes técnicos en donde la política en su dimensión antagónica parecía no tener lugar. Pero la historización de la causa ambiental permitió identificar las lógicas políticas en pugna, por un lado, y la emergencia y triunfo del ambientalismo neoliberal en Argentina y la región hacia los años 90, por otro. En tal marco, la gestión técnica de residuos peligrosos en Córdoba pudo ser significada tanto en base a su inscripción en el patrón neoliberal de desarrollo sustentable, como en sus aspectos ideológicos (Foa Torres, 2017a, 2017b).

Veamos, en las últimas cuatro décadas la cuestión ambiental ha ocupado un lugar cada vez más destacado en la agenda política internacional, nacional y local, como así también en organizaciones de la sociedad civil y corporaciones económicas y financieras. Son hitos fundacionales de este proceso la manifestación multitudinaria del primer día de la Tierra en EE.UU., el 22 de abril de 1970, y la realización de la primera Cumbre de la Tierra de Naciones Unidas de 1972 en Estocolmo (Suecia). Los descubrimientos y reportes científicos acerca de los innumerables daños a la biósfera de origen antrópico, como cierta reacción espontánea de la ciudadanía y los consumidores, suelen ser identificados por el mainstream o perspectivas dominantes del campo ambiental, como causas del desarrollo de la causa ambiental y su institucionalización.

Pero no fue sino con el compromiso del ambientalismo liberal con la causa (Bernstein, 2001) que, sustentado en el Informe Nuestro Futuro Común o “Brundtland” de Naciones Unidas de 1987 y la segunda Cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro, se desencadenó un proceso de ecologización de mercados y Estados, especialmente, en el mundo en desarrollo. Los países de América Latina, y entre ellos Argentina, comenzaron a desarrollar en esos años políticas ambientales bajo la influencia de organismos internacionales y la cooperación de países desarrollados (Foa Torres, 2017b).

Específicamente las políticas ambientales de residuos peligrosos fueron emblemáticas en los años 90 en la región, con el impulso del Convenio de Basilea sobre control del movimiento transfronterizo de desechos tóxicos del año 1989 y la sanción de la ley 24051 de 1991 en Argentina. Córdoba, a su vez, se convirtió desde mediados de esa década en caso testigo de las políticas de gestión ambientalmente adecuada de residuos peligrosos promovidas para América Latina por la cooperación internacional alemana a través de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y la oficina regional del Programa de Naciones Unidas para el Ambiente (PNUMA)

Por su parte, el mainstream de los estudios sobre políticas ambientales en la región asumió dos clases de sesgos. Por un lado, el técnico económico que tiende a concebir a los problemas ambientales como externalidades negativas de los mercados, que deben ser enfrentados preferentemente mediante instrumentos económicos de gestión ambiental. Por otro, el sesgo técnico jurídico suele ubicar a los daños ecológicos como efectos del incumplimiento o fallas en la implementación del derecho ambiental, orientando sus investigaciones al desarrollo de mecanismos para el fortalecimiento del acceso a la justicia y la información ambiental (Foa Torres, 2012). En ambos casos, estos estudios tienden a construir la historia ambiental contemporánea enumerando los hitos más destacados y asumiendo acríticamente al proceso de ecologización desencadenado hacia finales de los años 80 en América Latina.

En tal marco, ¿qué elementos novedosos para el análisis pudo aportar la TPD? Principalmente, permitió establecer relaciones entre tales políticas de tenor técnico-ambiental y procesos político-económicos que son su condición de posibilidad: “al escarbar más allá del semblante técnico de los residuos peligrosos, fue posible identificar el vector constitutivamente político que va desde la regulación de los desechos de la producción a la significación endilgada al modo de producción, distribución y transferencia del excedente en su conjunto” (Foa Torres, 2017b, p. 269).

Más puntualmente, se logró ubicar a las políticas de residuos peligrosos como tema emblemático en la instauración del patrón neoliberal de desarrollo sustentable en América Latina y Argentina en los años 90:

El desarrollo sustentable en tanto patrón de desarrollo fue la referencia de sentido central a la hora de significar a los problemas ambientales y sus soluciones más adecuadas. La idea de patrón implica, en este caso, antes que cualquier pretendida intervención humanitaria-ecológica internacional para la protección técnica al entorno natural, la vía más adecuada para, por un lado, la radicalización de las condiciones estructuralmente heterogéneas de una economía periférica como la Argentina y, por otro, la profundización de las asimetrías entre los países del Norte y los del Sur así como también la transnacionalización del aparato productivo local y nacional. (Foa Torres, 2017b, p. 271)

Pero estos resultados no hubiesen sido posibles sin la historización radical de la causa ambiental contemporánea. La misma permitió identificar, principalmente, los siguientes aspectos del problema de investigación:

  • El antagonismo Norte-Sur como elemento fundacional de la política ambiental internacional que se visibilizó ya en los albores de la historia ambiental contemporánea a finales de los años 60 y comienzos de los 70 (Foa Torres, 2017a).
  • Tal antagonismo se materializa en los diferentes modos de significar a los problemas ambientales y los modos más adecuados de afrontarlos. En un primer momento, la disputa enfrentó al ambientalismo neomalthusiano, promovido por los países del Norte, frente a las miradas desarrollistas y de la ecología latinoamericana del pueblo, defendidas por los países del Sur (Foa Torres, 2017a). Pero el ambientalismo neoliberal, hacia finales de los años 80, devino en la lógica dominante en el auge del tópico ambiental y el desenvolvimiento del proceso de ecologización en nuestra región.
  • A partir de ello, la historia ambiental contemporánea puede abordarse, antes que de manera puramente cronológica, según los modos de represión o visibilización de tal antagonismo. De tal manera, es posible identificar cuatro períodos: una primera etapa de desacuerdo, que va desde mediados de los años 60 hasta la Cumbre de Estocolmo de 1972, en la cual los países no desarrollados plantearon su desconfianza e incluso rechazo con la causa ambiental de los países del Norte; una segunda etapa, que llega hasta el Informe Brundtland de 1987, de participación por parte de los países del Sur en las negociaciones internacionales (Najam, 2005); una tercera etapa de consenso en torno al patrón de desarrollo sustentable neoliberal (Foa Torres, 2017a) basado en el compromiso de los países no desarrollados con la causa ambiental (Najam, 2005); una cuarta etapa que se inicia a comienzos de los años 2000 y llega hasta la actualidad, marcada por la ruptura del consenso ambiental internacional y el retorno al centro de la escena del antagonismo Norte-Sur en materia ambiental y, más específicamente, en las negociaciones internacionales sobre cambio climático y en torno a la propuesta de la economía verde (Foa Torres, 2017a, 2017b)ul.

De tal manera, el rastreo de este antagonismo fundante permitió no solo identificar al momento políticamente fundacional en este campo sino, además, delimitar las diferentes lógicas políticas en pugna en la política ambiental. A partir de ello, se pudo vincular la significación de los problemas ambientales y los procesos de identificación ambientalistas a nivel local, con los regímenes de prácticas discursivas dominantes a nivel nacional y regional. Así como también cortar la ideología técnica de la cuestión ambiental para evidenciar sus implicancias político-económicas.

5 Para concluir: la historización radical como memoria del antagonismo

El punto de partida por el cual lo social está atravesado por una hiancia constitutiva, ubica a esta perspectiva entre las concepciones materialistas. Pero, como se ha podido apreciar, tal materialismo no supone una positividad última capaz de dar consistencia de sentido a lo social. Por el contrario, lo real como materialidad negativa barra indefectiblemente al sujeto y a lo social. Bajo estas coordenadas, al investigar a lo largo de esa “intertextualidad que no tiene un punto final de anclaje” (Laclau, 2014, p. 85) no pretendemos construir una evidencia contrastable a ser explicada desde cero, sino desplazar las relaciones entre significantes con que se construye el problema de investigación de modo tal de dar pie a nuevas posibles construcciones de sentido. En ellas no hay jerarquías de validez o invalidez de una explicación según un parámetro metodológico, sino la mostración de la posibilidad de un nuevo aspecto que constituye a la “cosa”11 a explicar.

Ello implica rechazar un registro de la experiencia histórica que esté librado a su propio acontecer —sobre el que el investigador, como un sujeto ajeno y soberano, impone cierto herramental teórico—, para pasar a sostener que el trabajo de pesquisa requiere tener en cuenta lo abstracto de la propia empiria. Asumir la realidad como una “mezcla indistinta” de abstracción y experiencia desplaza, por un lado, este enfoque de las distinciones canónicas entre idealismos y materialismos y, por el otro, subraya el atravesamiento de la realidad por lo Real. Este realismo12, entonces, rechaza de plano la absoluta inmanencia de la materia como también la trascendencia de una idea impuesta exteriormente. La realidad a la que aludimos aquí escapa a la posibilidad de agotar su sentido en una explicación de tipo nomológico, porque su propia constitución está barrada.

El análisis de los diversos efectos particulares de la politicidad neoliberal permite, como señalamos más arriba, no sólo problematizar los procesos de identificación en su retoricidad y sus agarres ideológicos sino, además, poner en palabras la relación del sujeto-investigador mismo con las identidades neoliberales. Sin la cual es imposible asumir una posición tal de extimidad respecto del problema de investigación que permita evitar tanto la perspectiva externa basada en la denuncia crítica, como la interna sostenida en la adaptación al mainstream politológico.

A partir de ello y a nivel epistemológico, tal hiancia se traduce en la búsqueda por historizar de manera radical al problema de investigación. Lo cual no busca tomar a la historia como un objeto a ser descompuesto en una serie de eventos y acontecimientos cronológicamente enlazados. Pero tampoco recae en una explicación totalizante de lo social en donde la historia se reduce a una mera expresión del desenvolvimiento necesario de otros procesos, cuyos eventos adquieren sentido sólo en tanto están sometidos a tal totalización. Esta historización radical del problema apunta a dar cuenta de aquellas instancias dislocatorias o traumáticas que, en función de determinadas condiciones de posibilidad, se constituyen en momentos fundacionales de las lógicas o regímenes de prácticas sociales.

Como vimos en el caso de la gestión ambiental en Córdoba (Argentina), aún frente a regímenes de prácticas discursivas de alto tenor técnico es posible conducir la problematización hacia la construcción de memorias de esos antagonismos a los fines de identificar las diferentes lógicas y procesos identificatorios en pugna.

Es justamente en estas irrupciones y momentos fundacionales en donde los antagonismos sociales, en tanto síntomas de la contingencia radical de las identidades políticas, pueden ser reconstruidos y visibilizados por el investigador. En relación a la política ambiental, la falta de consenso no es vista desde la TPD como un dato de la constitución fallida de cierto sistema o institucionalidad política, sino como un síntoma o retorno del antagonismo Norte-Sur reprimido o negado por la discursividad neoliberal.

Si la técnica se basa en el rechazo de lo real imposible, entonces es un discurso que tiende a no tolerar la inscripción de antagonismos sociales en su superficie. Por lo tanto, el trabajo del sujeto-investigador posee explícitamente una dimensión política, la de echar luz sobre los dispositivos técnicos de negación de los antagonismos, y una dimensión ideológica, la de intentar conectar la construcción de los síntomas sociales con la verdad de lo imposible de ser capturado por la técnica. Dos momentos, descompletamiento de las lógicas sedimentadas y atravesamiento de la ideología neoliberal, pueden estructurar el trabajo de investigación en una posición analítica que no se asume ni como crítica puramente exterior al problema ni como mera repetición conservadora del orden establecido.

Aquí entra a tallar la centralidad de la contingencia radical en nuestro trabajo sobre la historia, ya que aquella impide, como ya hemos notado, una fijación plena, pero eso no supone que sea imposible alguna regularidad habitada/atravesada por esa contingencia ontológica. Las memorias del antagonismo "hacen" con esa repetición fijada simbólicamente, y al hacerlo evidencian con la potencia de sus palabras la precariedad de la construcción social, en contra de ese omni-presente con un pasado mudo y un futuro siempre esquivo que impone la técnica moderna

En definitiva, la historización radical de la TPD puede ser pensada como un trabajo de memoria del antagonismo en base, al menos, a los siguientes aspectos:

  • Se funda en el reconocimiento de la presencia de restos, huellas o marcas de situaciones límite o dislocatorias que resultan inasimilables al circuito técnico y a cualquier construcción social de las memorias.
  • Promueve la interpretación, siempre retroactiva, de estos restos a los fines de dar cuenta no sólo de las condiciones de posibilidad de las lógicas sociales sedimentadas sino, principalmente, de sus condiciones de imposibilidad.
  • Apunta a una redescripción de los procesos históricos a partir de desplazamientos entre los significantes que constituyen el problema de investigación para iluminar nuevos aspectos de aquello que permanece como enigmático y siempre dispuesto para el pensamiento. Dentro de este horizonte onto-epistemológico, el investigador traza relaciones novedosas entre términos heterogéneos poniendo a jugar la propia falta que lo vincula, hasta incluso de un modo ominoso, con una realidad que nunca es mera experiencia. No hay sentido último que descubrir o explicar, sino nuevas preguntas que formular, en un ida y vuelta entre aquellas marcas de la historia y las disputas políticas del presente. Ello implica por ende un re-tratamiento de la temporalidad que no sigue una linealidad propia de un sujeto de la conciencia.
  • Identifica y delimita los antagonismos sociales que resisten a la lógica cronológica para inscribirse en la lógica de los procesos ideológicos de sutura de la hiancia entre lo real y la realidad. La serie de eventos cronológicos es puesta, en consecuencia, en segundo lugar, para dar prioridad a una memoria de los momentos fundacionales. Renunciando a la pretensión de domesticar o fijar a estos tanto en lo constante de la teoría, como en la onticidad de las contingencias empíricas. Es en este “entre” ambos polos que, desde la TPD, puede advenir el sujeto investigador en tanto testimoniante o productor de un saber sobre la división de lo social y el antagonismo13.

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