La transformación de los centros urbanos a través del crecimiento de la industria nocturna, ya estudiado en otros contextos como el estadounidense (Hae, 2011; Ocejo, 2014) ha despertado la atención de la investigación en el Sur de Europa (Nofre, 2013; Nofre y Martín, 2009). Su estudio concierne al análisis del rol que las prácticas del ocio y, específicamente, las industrias del ocio nocturno ejercen como nuevos dispositivos para la internacionalización y generación de nuevas centralidades en la ciudad. En España, gran parte de la investigación en relación al ocio nocturno se centra en las “prácticas de consumo abusivas” en jóvenes (Calafat, 2007; Rodriguez-Martos, 2007), con especial atención al fenómeno del “botellón” (Baigorri y Fernández, 2004; Gómez-Fraguela, Fernández, Romero y Luengo, 2008). No obstante, son pocos los estudios que analizan el ocio nocturno desde una óptica urbana (Pallares y Feixa, 2000) y, sobre todo, el malestar surgido en la población residente local a raíz del crecimiento de la vida nocturna, cuyas protestas a menudo suelen deslegitimarse como “Nimby” (Not in My Backyard).
Si bien el ocio nocturno ha sido una práctica habitual durante siglos en numerosas metrópolis europeas, el “retorno a la ciudad central” (Smith, 1979, 2002) y el boom del turismo urbano en las últimas décadas (Keller, 2005) obliga a particularizar el rol que el ocio nocturno juega en las ciudades contemporáneas. Así, nuevas oportunidades de consumo y ocio surgen en la “ciudad lúdica” post-industrial (Baptista, 2005) o la “ciudad de fantasía” (Hannigan, 1998). Así, las ciudades post-industriales europeas, fruto de los procesos de desindustrialización y el auge del neoliberalismo a partir de los años 70, trasladaron las fábricas a la periferia dejando sus centros urbanos como lugares residenciales y para el disfrute de actividades terciarias y de ocio. Concretamente, la especialización de los centros urbanos como destinos de ocio nocturno para grandes masas de población ha sido una de sus consecuencias.
En el caso español, aunque de manera algo rezagada, el agotamiento del turismo masivo de sol y playa impulsado en los años 50 y 60 en el cinturón mediterráneo, ha forzado a la industria turística española a buscar nuevas fuentes de renovación del atractivo turístico. Así, las grandes ciudades españolas y, concretamente, sus centros urbanos, se configuran a partir de los 80 como nuevos objetos de consumo turístico, inaugurando de esta forma el “turismo urbano” en este país y consolidándose como sector emergente de la economía española a partir de los 2000 (Köster y Serrano, 2005). Desde hace relativamente poco, el turismo fordista —masivo, de concentración, planificado— convive en las ciudades con un turismo post-fordista o post-turístico (Quaglieri y Russo, 2010; Ritzer y Liska, 1997; Santana, 2000) caracterizado por la búsqueda de la
experiencia distintiva del individuo en el entorno urbano (Bourdieu, 1979; Santana, 2000).
Especialmente tangible ha sido este nuevo impulso en relación al discurso patrimonialístico sobre las costumbres del ocio nocturno español. Aunque el tapeo, las cañas y la fiesta han sido objeto de promoción turística desde hace décadas (Azeglio, 2005), en los últimos años se han convertido en un verdadero recurso cultural (Yúdice, 2002), no sólo a la hora de atraer nuevos consumidores, sino de diseñar el propio proyecto de ciudad desde una óptica neoliberal. A partir de la incorporación de “lo intagible”, cuestiones como la identidad de los lugares o la cultura local son incorporados al contenido promocional de los nuevos “barrios rosa”, buscando atraer a turistas y visitantes nacionales y transnacionales a entornos “disneyzados” (Bryman, 2004) y “con encanto” (Hiernaux y González, 2015; Zukin, 1991, 2008, 2011). Tal y como propone Alan Bryman (1999, 2004) y aplica Sharon Zukin (2008, 2011), específicamente al ámbito urbano, los lugares son diseñados o reconvertidos siguiendo el estilo y las lógicas comerciales del parque temático Disney, con circuitos cerrados y guiados para los visitantes en búsqueda de una “experiencia auténtica” y genuina. No obstante, esto implica la tranformación del lugar o el territorio en un producto mercantilizable, alterando artificialmente los contenidos y prácticas sociales que se dan en los mismos. Así, las ciudades neoliberales espacializan sus funciones, generando áreas progresivamente mono-funcionales para las prácticas de ocio nocturnas, y despertando tensiones entre diversos actores territoriales, además de conflictos específicos entre la población local y las administraciones públicas.
En el caso español, esta tendencia hacia la terciarización y turistificación de los centros urbanos, en el que Madrid es un referente paradigmático (García, 2014; Sequera y Janoschka, 2015), ha ido de la mano de un impulso de la gastronomía y del ocio nocturno como reclamo turístico. Los conflictos que surgen de este tipo de tendencia empiezan a ser notables en algunas ciudades españolas, como los episodios ocurridos recientemente en Barcelona1. Como dice Baptista (2005, p. 90) “es en esta encrucijada en que las identidades locales quedan enredadas”, siendo relegados al “estado de figurantes en su propio territorio” (Hiernaux y González, 2014, p. 116). El malestar expresado por algunos actores sociales organizados, habitualmente residentes de larga duración que asisten al cambio —gradual o abrupto— de lo que consideran su territorio, es uno de los síntomas.
La Latina es un barrio que forma parte del casco histórico de la ciudad de Madrid. Aunque no forma parte de los barrios reconocidos dentro del Plan de Ordenación Urbana actual (PGOUM/1997), el imaginario de sus habitantes y de la población visitante —incluidas gran parte de las guías turísticas de Madrid— reconoce el área con una idiosincrasia propia. Durante las décadas de los 80 y 90, la zona de La Latina es objeto de varios procesos de rehabilitación y mejora ambiental, especialmente en relación al espacio público de determinadas plazas2, así como de la muralla cristiana3. A su vez, el área se encuentra muy cercana a otros atractivos turísticos relacionados con el patrimonio histórico de la ciudad, como el Palacio Real o la Plaza Mayor. No obstante, hasta el año 2001, el área de La Latina es señalada en varios informes (Ministerio de Fomento y Universidad Politécnica de Madrid, 1991, 2001) como un barrio vulnerable, con una presencia de población analfabeta o sin estudios y un índice de paro un 50% superior a la media de la ciudad, así como una presencia de infravivienda dos veces superior a la media nacional (Ministerio de Fomento y Universidad Politécnica de Madrid, 2001, p. 535).
En la actualidad, se está produciendo un proceso de turistificación a través del incremento de la vida nocturna en el barrio de La Latina. Este proceso se inserta dentro de las lógicas urbano-espaciales de la ciudad de Madrid y de su centro urbano (Sequera y Janoschka, 2015), caracterizado por la tendencia hacia la terciarización de servicios, especialmente aquéllos destinados a uso turístico. La espacialización de los usos de la ciudad de Madrid parece haber llevado a que el barrio de La Latina haya experimentado una intensificación de su oferta de servicio gastronómico y nocturno, con una afluencia creciente de visitantes temporales, especialmente durante los fines de semana y en la noche. La repercusión se ha dejado notar entre algunos “residentes tradicionales” (Quaglieri y Russo, 2010), caracterizados por un fuerte sentimiento de arraigo al lugar.
La deriva del uso de la zona tiene un reflejo claro en la configuración del tejido comercial, estrechamente vinculado a nuevos usos y simbologías en el espacio público. El proceso de tematización (Bryman, 2004) de La Latina como lugar “de fiesta”, cuyo epicentro se sitúa en zona del norte (concretamente,en las transitadas Cavas), lugar donde la vida nocturna es más intensa, convive con el abandono, producto del desuso, de numerosos locales comerciales en las zonas del Sur. Así, el sentido de la dinámica de cambio tiene una clara tendencia desde las zonas más turísticamente consolidadas del Nor-oeste y Nor-este de la ciudad, hacia el Sur (ver figura 1).
Figura 1
“Area de estudio” y principales fuerzas de influencia (dinámica de cambio).
Fuente: elaboración propia. Mapa generado por Julia Medina Gil
Las teorías psicosociológicas sobre apropiación del espacio (Korosec-Serfaty, 1976; Vidal y Pol, 2005; Vidal, Pol, Guàrdia y Peró, 2004), de marcado origen marxista, forman parte de uno de los paradigmas más olvidados, y al mismo tiempo, más atractivos en el marco del estudio crítico de la experiencia fenomenológica de las personas con el entorno. Como dicen Tomeu Vidal y Enric Pol (2005), el concepto de “apropiación” ofrece un marco holístico e integrador de los conceptos surgidos desde el campo psicoambiental, dado que se encuentra en la base —nolens volens, dirá Perla Korosec-Serfaty (2003)— de los desarrollos posteriores de esta disciplina. No obstante, su estudio ha venido acompañado de un interés desigual y no estable desde el ámbito académico (Pol, 1996, 2002), al tiempo que la mayoría de los textos originales de la III Conferencia de Psicología del Espacio Construido, acontecida en Estrasburgo en Junio de1976, y que dio origen a esta línea, están escritos en francés y no han sido nunca traducidos. No obstante, consideramos que pueden ser de gran utilidad en el esfuerzo de exploración interdisciplinaria de “lo urbano” desde la perspectiva del sujeto actante, así como para entender algunas de las lagunas generadas en relación al estudio del impacto de la turistificación sobre la población local.
Perla Korosec-Serfaty, psicóloga y socióloga francesa, fue una de las grandes impulsoras del estudio fenomenológico sobre la Apropiación del Espacio (Korosec-Serfaty, 1976; 2003). Esta autora sitúa los orígenes del concepto, fundamentalmente, en el pensamiento filosófico de Hegel y Marx, la antropología marxista y la Psicología soviética de Vigotsky y Leontiev. Al mismo tiempo, señala la importancia que determinados movimientos urbanos posteriores tuvieron en la configuración e inspiración de la idea del “derecho a la ciudad” lefèbvriano (Lefèbvre, 1968) y su vinculación con el habitar y la apropiación del espacio (Martínez, 2014). Paralelamente, en la década de 1960, la apropiación recobra interés en la psicología del espacio, liderado por Abraham A. Moles y su grupo de investigación en la ciudad de Estrasburgo. No es hasta el año 1976 cuando se introduce de manera exitosa en el ámbito académico de la Psicología Ambiental, a raíz de la celebración de la Conferencia Internacional de Estrasburgo promovida por Perla Korosec-Serfaty (Vidal y Pol, 2005).
La variedad de propuestas y aportaciones4 que surgió de aquella primera Conferencia sobre Apropiación del Espacio, con un marcado carácter interdisciplinario, ha generado diversas corrientes dentro de su estudio. Así, la noción de impronta del sociólogo Sansot (1976), la vertiente ecológica de David Canter (1976, 1977), su relación con la conducta territorial y defensiva de Sydney Brower (1980), la identidad de lugar (Proshansky, 1976, 1978; Proshansky, Fabian y Kaminoff, 1983), la dependencia al lugar (Stokols, 1981; visto en Pol, 1996) o el concepto de topogénesis (Muntañola, Morales y Pol, 1980), son algunos ejemplos de las diferentes proyecciones que tomó su estudio. No obstante, el concepto de Apropiación, tomado de manera holística, ha sido sustituido progresivamente por otros conceptos en los estudios psicoambientales, con una marcada tendencia cuantitativa o, como dicen Tomeu Vidal y Enric Pol (2005), “acotado desde otros conceptos cercanos, especialmente el apego al lugar (place-attachment)” (p. 283). Al mismo tiempo, como señala Pol (2002), las dificultades de acomodar el concepto de “appropiation de l´espace” al imaginario cultural y lingüístico anglosajón puede poner en riesgo la idiosincrasia de este concepto. Este mismo temor es expresado por Graumann (1976), y posteriormente por Korosec (2003), cuando señalan la necesidad de diferenciar la apropiación —propia de la psicología marxista— de la mera adaptación, de tendencia behaviorista.
En este sentido, basándose en los constructos de la teoría de la mente hegeliana como la exteriorización (Entäusserung), objetificación (Vergegenständlichung) y alienación (Entfremdung), Graumann (1976) propuso imbricar estos conceptos con una escala espacial. Para Marx, la exteriorización es el proceso por el cual el sujeto o self produce objetos (the other) y, así, “se reproduce a sí mismo” y encuentra “self-realization” (Marx, 1844/2007, p. 182). Graumann (1976) retoma esta idea y propone: “en sus productos el trabajo es objetivado, y el productor se encuentra a sí mismo confrontado con cosas extrañas (alien), a no ser que se apropie de ellas mediante operaciones o actividades” (p. 116). En otras palabras, si los sujetos no se sienten identificados con los productos (materiales y no materiales) que producen hacia el mundo exterior, se produce un proceso de alienación respecto del producto. La apropiación se plantea como el proceso contrario, mediante el cual se produce la “reinterización del objeto (…) mediante la actividad” (Pol, 1996, p. 5).
Manteniendo una fundamentación materialista, el uso psicológico de este concepto es desarrollado por Vigotsky y Leontiev, quienes lo aplicarán al desarrollo evolutivo humano, y plantearán la existencia de dos procesos básicos —“exteriorización” e “interiorización”—, a través de los cuales los individuos pueden incorporar los significados de la experiencia humana (su cultura, clase social, género, etc.), y así reproducir su trayectoria histórica. En esta línea, añade Graumann (1976, p. 119):
La apropiación individual es esencialmente la interiorización de los significados socialmente definidos, proceso que es equivalente a la humanización (…) siendo social en su naturaleza, refleja por necesidad la estructura específica de la sociedad en un momento concreto de la historia.
Por otra parte, una de las aportaciones más sugerentes al estudio de la apropiación es la que realiza la psicoanalista Villela-Petit (1976), en la que enfatiza el proceso de proyección (personalización) sobre el espacio. A través de la personalización, las personas —en numerosas ocasiones, de manera inconsciente y mediados por los mass media, dirá la autora— trasladamos la imagen deseada (ideal, superyoica) de uno mismo sobre el espacio, convirtiéndose así en una representación de la persona misma. No obstante, el proceso tiene un retorno, dado que configura al mismo tiempo la propia identidad. Es decir, “nos apropiamos del espacio pero el espacio se apropia de nosotros” (Pol, 1996, p. 10), en una díada dialéctica y constante de “espacio apropiado” y “espacio apropiante” (Villela-Petit, 1976). Siguiendo esta reflexión, la conclusión es paradójica: al tiempo que a través de la apropiación el sujeto/actor, desde su capacidad de agencia, es capaz de cambiar y configurar el espacio (que deviene apropiado), éste a su vez refuerza los procesos de identificación (“equivalencia”, dirá Pol, 1996) del individuo o grupo sobre el entorno. De esta forma, se dificulta el cambio, la transformación de ambos (persona y espacio apropiado). La tensión paradójica entre conservación y cambio es planteada también por Pol (1996) cuando señala (p. 23): “[La apropiación] Es pues un proceso cíclico y temporal, cambiante e inestable, aunque paradójicamente en la medida que afecta la identidad, la autoimagen del sujeto (o del colectivo), es resistente al cambio”.
El pasado tiene una impronta (a través de recuerdos, memorias, deseos, frustraciones, miedos) en el espacio habitado. En su escrito de 1976, la psicoanalista Maria Villela-Petit revive dos casos clínicos de la obra de Thomas R. Kuhn (1973), a través de los cuales ejemplifica esta dinámica, y en la que el peso de la balanza se inclina hacia la capacidad apropiante del espacio (en este caso, la casa, el hogar) sobre la vida de la persona.
No obstante, parece necesario atender a las condiciones de posibilidad que facilitan o dificultan que el ciclo de apropiación se estabilice o inicie una nueva configuración. Ésta era la tarea de los grupos de trabajo distribuidos en la III Conferencia de Estrasburgo en su aplicación a diferentes espacios físicos (hábitat, espacio público, espacios de trabajo, institucionales, etc.). Con base en los escritos de dicha Conferencia, la atención hacia la configuración física de los espacios no parecía menospreciar su vertiente más psico-sociológica. En este sentido, quizá una de las voces que más hincapié realizó en analizar las condiciones estructurales y socio-económicas que permiten la apropiación del espacio fue Paul-Henry Chombart de Lauwe (1976). A través de un estudio sobre las condiciones “espacio-geográficas” que impiden la apropiación de las clases trabajadores de sus espacios de trabajo (la fábrica o la multinacional), acuña el concepto de desapropiación. Así, “los habitantes de las sociedades industriales parecen haber perdido puntos de referencia” (p. 26), dejándoles “desorientados” (p. 27) o enajenados. Entre otros factores, el exceso de información y la rapidez de los cambios que ocurren en el espacio construido, la progresiva “impersonalización” de los mismos en un contexto de desigualdad socio-económica impiden, según este autor, la apropiación del entorno por parte de los actores sociales pertenecientes a las clases menos privilegiadas. Como él dice, “el poder de algunos sobre el espacio se opone a la apropiación del espacio por todos” (p. 26). Así, la apropiación deviene cuando se puede producir cierta familiaridad cognitiva (ajuste entre espacio-objeto/espacio representado) y familiaridad afectiva (entre el deseo y la representación y utilización de los objetos).
Todo ello es aplicable, también, a la construcción de entornos urbanos con significado (para el individuo o comunidad) y significantes (de la propia identidad de los mismos). En la medida en que los espacios son convertidos en lugares a través de los procesos de apropiación activa, las personas y grupos son capaces de identificarse con el entorno y atribuirse cualidades del mismo sobre su propia identidad (Korosec-Serfaty, 1976; Valera, 1996; Valera y Pol, 1994). Tomeu Vidal y Enric Pol (2005) resumen bien esta idea (p. 284):
No es absurdo suponer que el espacio apropiado pase a ser considerado como un factor de continuidad y estabilidad del “self”, a la par que un factor de estabilidad de la identidad y la cohesión del grupo. Por otro lado la apropiación del espacio es una forma de entender la generación de vínculos con los “lugares”.
En este sentido, las aportaciones del equipo de Psicología Ambiental de la Universidad de Barcelona desde los años 90 (Pol, 1996; Vidal, 1998) han sido especialmente relevantes a la hora de rescatar este concepto del olvido. A partir de los 2000, estos autores (Pol, 2002; Vidal et al., 2004) retoman el concepto y generan un modelo dual de apropiación del espacio. Así, la apropiación es entendida a través de dos procesos o componentes que interactúan dialécticamente, pero diferenciables: la acción-transformación y la identificación simbólica. Generan así un modelo que combina las esferas simbólicas (construcción de la identidad o subjetividad en base al espacio) y performativas (la transformación del entorno, la acción sobre el mismo). Así, entienden que, aunque ambos componentes no son excluyentes, a veces alguno de los dos componentes tome más peso en el proceso, en función de diversos factores, por ejemplo, el ciclo vital o el tipo de espacio. De esta manera, reconocen el origen filogenético y compartido de este proceso (“dejar la impronta en el territorio”, Pol, 2002, p. 125) propio de los enfoques más behaviouristas, pero complejizan el proceso en su vertiente humana añadiendo el componente simbólico y representacional. La apropiación, pues, sería el proceso por el cual las personas y comunidades, a través de la acción y la identificación, generan apego hacia el espacio, convirtiéndolo en lugar.
El objetivo fundamental que subyace a esta investigación es aportar una propuesta —con base empírica— sobre la experiencia fenomenológica de los llamados “residentes tradicionales” (Quaglieri y Russo, 2010) en áreas urbanas de progresiva monofuncionalidad turística, especialmente aquellos lugares donde se ha producido una intensificación del ocio nocturno. Por otra parte, nos interesa analizar las diferencias en las prácticas discursivas entre residentes de larga duración organizados alrededor de alguna figura colectiva, y aquéllos no organizados. Nos interesa comprender, no sólo la diversidad de formas en que las prácticas discursivas de los residentes tradicionales están mediadas por el grado en la adscripción identitaria a una u otra institución, sino indagar exhaustivamente acerca de las características discursivas de aquéllos a los que suele denominarse como “Nimby” (Not In My Backyard).
Para ello, siguiendo los principios del análisis del discurso en Psicología Social (Íñiguez, 2006; Íñiguez y Antaki, 1994; Potter y Wetherell, 1987), se abordaron las prácticas discursivas desplegadas por residentes de larga duración en un área que ha experimentado recientemente procesos de intensificación de la vida nocturna en el casco histórico de Madrid (barrio La Latina). Simultáneamente, tomamos como protagonistas las teorías psicosociológicas sobre apropiación del espacio (Korosec-Serfaty, 1976; Pol, 1996; Vidal y Pol, 2005), imbricando sus propuestas y debates fundamentales con el trabajo de campo realizado durante el período comprendido entre junio de 2012 y septiembre de 2015.
Para ello, hemos abordado a residentes que no forman parte de ninguna agrupación, así como a residentes que fundaron y participan activamente en una Asociación de Vecinos generada en 2006 de forma reactiva al crecimiento de la vida nocturna masificada en el barrio. Los detalles de las personas abordadas bajo este procedimiento categorial aparecen en detalle en el siguiente apartado (Muestra).
La muestra de informantes clave está compuesta por un total de 22 personas, todas ellas residentes del barrio La Latina, diversas en edad y en grado de implicación en la Asociación de Vecinos, manteniendo el criterio fijo de una alta antigüedad residencial (AR) (mínima AR=8 años; Media AR total muestra=38 años). Dividimos a la muestra en tres categorías etarias: ancianos (n=7; media edad=71 años), adultos (n=10; media edad=53 años) y jóvenes (n=5; media edad=21 años), así como en su participación (n=5) o no (n=17) en la Asociación de Vecinos. Dadas las características de la Asociación de Vecinos, sólo se pudo conseguir informantes de las mismas que corresponden con población adulta y anciana (no hay personas jóvenes participando de dicha Asociación).
Generamos ad-hoc un guión de entrevista semi-estructutada, que abordara de manera general y abierta los siguientes temas: (1) datos generales (edad, tiempo de residencia en el barrio, régimen de tenencia de la vivienda) (2) motivo de llegada al barrio (3) percepción del barrio (3.1.) en el pasado (3.2.) en el presente (3.3.) en el futuro. Nos interesaba que las preguntas de la entrevista fueran lo más abiertas posible, de manera que fueran los propios informantes quienes dirigieran el protagonismo de las temáticas sobre su percepción del barrio. Esto generó, en algunos casos, que la entrevista derivara hacia técnicas de abordaje histórico-biográficas (Bassi-Follari, 2014; Veras, 2010). En cualquier caso, como se puede observar de las grandes temáticas elegidas en la propuesta de guión, el componente temporal nos era especialmente relevante desde el inicio.
Realizamos, también, una deriva con tres informantes (dos mujeres ancianas y un hombre adulto) pertenecientes a la Asociación de Vecinos. La única propuesta para este procedimiento consistió en “dar un paseo por el barrio”.
Recolectamos un total de 22 registros, hasta llegar al criterio de saturación, al que habría que añadir otras numerosas (alrededor de 30) anotaciones de otras conversaciones e interacciones verbales en la vida cotidiana, no sólo con residentes, sino con comerciantes de la zona y visitantes ocasionales o asiduos. Para el presente trabajo, sólo hemos utilizado aquéllos extractos que fueron registrados durante la realización de entrevistas. No obstante, dicha información complementaria fue muy útil a la hora de encaminar el proceso de análisis.
Realizamos el análisis en dos fases:
(1) En una primera etapa, utilizamos la teoría fundamentada o grounded theory (Giraldo, 2011; Scandroglio y López, 2007) para extraer, de manera muy inductiva, algunos componentes verbales y generar una estructura de categorías. Para ello, en primer lugar, generamos códigos “in vivo” (utilizando expresiones propias de los y las informantes) y utilizamos el método de comparación constante para generar una estructura relacional entre códigos. Esto nos permitió tener un “mapa” de temas emergentes en la totalidad de la muestra (temas recurrentes, etc.) que posteriormente “tejimos” a través de una categorización axial. No obstante, esto sólo nos permitió obtener “el discurso en tanto que texto” (Íñiguez, 2006) así como un “análisis simple de frecuencias” (Íñiguez y Antaki, 1994, p. 58), escapándose al mismo todos los “efectos latentes” (p. 68) a toda práctica lingüística. Fue en esta etapa en la que nos dimos cuenta de la oportunidad de analizar las producciones discursivas de los y las residentes tradicionales, especialmente en relación a su “pertenencia” o no a la asociación de vecinos.
(2) En una segunda etapa, utilizamos el método de análisis del discurso siguiendo las propuestas de la escuela española (Ibáñez, J., 1985; Ibañez, T., 2006; Íñiguez, 2006) así como de las propuestas más cercanas al ámbito de la Psicología Social (Íñiguez y Antaki, 1994; Potter y Wetherell, 1987). Comenzamos, entonces, a contrastar los textos con: (1) el contexto en el que se habían producido dichas verbalizaciones, es decir, su indexicalidad (2) los usos y funciones de los mismos bajo el contexto institucional dado (en este caso, prestando especial atención a la pertenencia o no a la asociación de vecinos) (3) la inter-textualidad de las producciones discursivas de los y las residentes respecto de otros discursos (Íñiguez y Antaki, 1994). Al mismo tiempo, adoptamos las teorías psicosociológicas sobre Apropiación del Espacio (Korosec-Serfaty, 1976; Vidal y Pol, 2005) para comprender dichas producciones discursivas en relación al espacio social. Durante el camino, procuramos evitar ciertos atajos analíticos (Antaki et al., 2003), así como buscar la relevancia de los textos en función de sus efectos discursivos y de su representatividad como ejemplificadores de los roles analizados (Íñiguez y Antaki, 2003).
El término de “residente tradicional” ha sido un concepto relativamente poco abordado en la literatura científica. En general, se suele caracterizar por formas de apego estables al lugar (Quaglieri y Russo, 2010) y, en su vertiente organizada y defensiva, a través del uso de conceptos como “NYMBI” —Not In My Backyard— (Dear, 1992; Pendall, 1999). No obstante, parece existir cierta confusión respecto a su caracterización en base a un eje de clase social (DeVerteuil, 2013), así como acerca de los motivos de algunas de las acciones colectivas emprendidas por estos grupos. Así, en su vertiente deslegitimizadora, se les suele describir como “egoístas” (Pendall, 1999, p. 133) e “irracionales” (Dear, 1992, p. 290), sin atender a las trayectorias biográficas de estos individuos y a la diversidad que compone estos grupos, aspecto que pretendemos compensar en este trabajo.
En el presente apartado vinculamos los discursos de la diversidad de “residentes tradicionales” del barrio de La Latina, a la luz de las diferentes propuestas del marco analítico de las teorías sobre Apropiación del Espacio (Korosec-Serfaty, 1976; Pol, 1996, 2002; Vidal et al., 2004). Así, de manera general, encontramos que gran parte de las prácticas discursivas de las personas entrevistadas tienen una fuerte relación con diversas formas de desapropiación experimentadas en relación a los cambios recientes en el entorno. No obstante, las prácticas discursivas de los y las residentes organizadas alrededor de la Asociación de Vecinos varían enormemente respecto de aquéllos no organizados, aspecto que analizaremos detenidamente.
En el esfuerzo por brindar luz al concepto de “residente tradicional”, encontramos diferentes criterios inclusivos. En primer lugar, el tiempo de residencia en el lugar se configura como un eje que fortalece el moral ownership (Zukin, 2011) o “propiedad afectiva” (Korosec-Serfaty, 2003) en sus narrativas. La totalidad de los y las informantes han vivido prácticamente toda su vida en el barrio, han nacido allí (a menudo en sus propias casas) o acumulan una biografía generacional en el lugar. Esto les confiere un sentido de pertenencia hacia la escala de “barrio”, vehiculado a través de diferentes esferas espaciales. Dado que muchas de las viviendas de esta zona tienen un tamaño reducido, y siguiendo la tendencia general de los países mediterráneos (Janoschka, Sequera y Salinas, 2014), los espacios públicos (“la calle”, las plazas) y semi-públicos (ej. las entradas a los comercios, las aceras al pie de los portales) toman especial relevancia en el imaginario proyectado de estos residentes a la hora de generar cotidianeidad en el barrio. De esta forma, a diferencia de otras propuestas teóricas en las que la vivienda emerge como espacio especialmente intenso como objeto de apropiación (Korosec-Serfaty, 1976; Villela-Petit, 1976) y de generación de apego (Hidalgo y Hernández, 2001), la proyección de la escala identitaria en nuestro caso de estudio se vincula más con estos dos espacios sociales íntimamente ligados (comercio y espacio público [EP]). Al mismo tiempo, ambos espacios despiertan las formas de desapropiación más explícitas en relación a la llegada de nuevos comercios y usuarios en el entorno:
Fragmento 1 (vecina 15, entrevista personal, Diciembre 2014):
Vecina 1 (57 años): Entonces al final acabamos viviendo aquí, yo con mi marido, con los niños, formando una familia, una casa un poco pequeña, pero, bueno, estamos en este barrio, que nos gusta mucho. “¿Por qué no tenemos una casa más grande?” me preguntan, pues yo les digo: ay, porque hay que elegir entre Coslada o el centro, y entonces como que nadie dice ya nunca nada, nada. O sea, que sí, que en el fondo hemos primado el estar en esta zona, porque nos sentimos muy a gusto, porque es como un pequeño… barrio, pero con cierta… es muy acogedor, es como entre el pueblo y ciudad mezclado, sin que te agobie, y sin que te sientas solo y perdido y y bueno (…) Pues sí. Ya ves, no tenemos metros cuadrados, pero, bueno, mucha calle.
Fragmento 2 (vecino 2, entrevista grupal, Octubre 2014):
< class="quotation"p>Vecina 2 (77 años): A mí, el barrio me encanta, y… para todo. Es una cosa que nos están quitando pero que siempre hemos tenido por todo duplicado: mercerías, tiendas de todo… pero ya no lo siento mío.Fragmento 3 (vecina 3, entrevista personal, Noviembre 2014):
Vecina 3 (57 años; miembro de la Asociación de Vecinos): ¿Yo las plazas? Las uso poco, porque si te soy sincera, desde 4 años para acá, que es cuando yo me quedé en el paro, la verdad es que me muevo muy poco por el barrio, porque cada vez que me muevo me cabreo. Entonces, como me enerva, y a mi marido le sienta mal que me vaya pegando con la gente, pues nosotros no hacemos nada en el barrio.
Entrevistadora: - ¿Y antes?
Vecina 3: Antes sí, claro. Bajabas, bajabas al Rastro a darte una vuelta. Yo prácticamente he dejado de bajar al Rastro. No sé, quizás a lo mejor porque son muchos años ya y te cansa siempre lo mismo ¿no? Pero yo antes participaba de muchas más cosas. Ahora lo que participo es en la asociación, pero para poder recuperar lo que teníamos antes. Pero yo ya no me integro. No me siento del barrio. Me siento como apartada. O sea, a los vecinos de toda la vida nos han apartado del barrio. Luchamos por conseguir que el barrio sea nuestro, puesto que nosotros pagamos impuestos y estamos aquí y exigimos que el ayuntamiento se haga responsable de lo que está pasando, pero al ayuntamiento se le ha escapado de las manos.
De manera común, todas las personas entrevistadas destacan la aparición de un tipo de comercio “nuevo”, progresivamente terciarizado (especialmente con servicios gastronómicos y del ocio nocturno) y orientado hacia la población visitante o estacional. Al mismo tiempo, existe un tipo de queja compartida por todos y todas respecto de la pérdida de “comercio de proximidad”, que hemos caracterizado como aquél que cubre las necesidades —materiales y simbólicas— de la población local (venta de productos de primera necesidad; cercanía vendedor-cliente; prácticas como “dejar fiado”). No así ocurre con otro comercio que también desaparece en la zona, el “comercio tradicional”, cuyo lamento se asocia a cierta nostalgia patrimonialista respecto de las formas y usos de producción artesanal o pre-fordista (el trabajo laborioso y hecho a mano; la experticia del productor).
Las formas en que los “residentes tradicionales” conviven con los nuevos escenarios surgidos a raíz del crecimiento de la vida nocturna varían, especialmente en función de la edad. En general, todos los y las informantes describen diversas formas de evitación de las zonas más turistizadas (sobre todo las del Norte, masificadas y tematizadas para la noche), en un ejercicio que trasciende el mero esfuerzo racional de evitar la muchedumbre, y que se ha convertido para muchos de ellos en una estrategia de reafirmación de cierta forma de identidad al lugar. La población joven tiende a dejar de usar esos espacios y buscar otros, en otros barrios, o esconderse en los intersticios no mercantilizados que aún quedan en el área. La estrategia de la población anciana y adulta suele inclinarse hacia la evitación de las horas punta de la llegada de visitantes o, en ocasiones, recluirse o aislarse en casa.
No obstante, el crecimiento de la vida nocturna “turistizada” evoca diferentes interpretaciones y formas de lidiar con los cambios. La población joven señala la dificultad de usar el espacio público (“la calle”) de manera no mercantilizada (monetarizada), la dificultad de transitar dichos espacios debido al aumento de las terrazas que ocupan plazas y calles aledañas, así como por el miedo a la policía y las sanciones administrativas derivadas de la aplicación de la “Ley Antibotellón”. Al mismo tiempo, de una manera velada, la evitación de estos enclaves turísticos forma parte de una reafirmación de su identidad social a través de la dicotomía nosotros (del barrio) - los otros (turistas), colocando en primera línea la supuesta “ingenuidad” del que viene de fuera:
Fragmento 4:
Vecino 4 (20 años; entrevista grupal, Agosto 2014): Ya, a la hora de salir, intentamos evitar las calles en que hay mucha gente, mucha gente, porque tardas un huevo en cruzarla y cada dos por tres te están saliendo los relaciones públicas éstos, que te quieren meter en su bar, pero tú sabes que es un timo, porque a lo mejor es un euro una caña, pero el vaso es así y te ponen dos aceitunas ¿no? No, que, por un euro yo, me compro un litro y…
En el caso de las personas más mayores (ancianos), las estrategias de afrontamiento de los nuevos escenarios coinciden con la de los jóvenes en la evitación física de estas zonas, pero su discurso simbólico esconde otro tipo de sutilezas. Así, su sensación parece acercarse a la del “despojo” (Fine y Ruglis, 2009), derivada de lo que perciben como una banalización del entorno que consideran suyo, pero ahora desprendido de su historia biográfica. La desaparición de “lo de antes”, caracterizado simbólica y estéticamente por ciertas formas de tradicionalidad (simbologías religiosas, “la virgen de la Paloma”, etc.), usos del espacio público no mercantilizados o monetarizados (“estar en la calle a la fresca” vs. consumir en una terraza) y prácticas socio-espaciales de reproducción social (“ir a la tienda”) más pausadas y dilatadas en el tiempo frente a prácticas más líquidas (Bauman, 2007) e inestables:
Fragmento 5 (vecinos 2, 5 y 6, entrevista grupal, Octubre 2014):
Entrevistadora: Ustedes ¿por qué creen que ha cambiado....? Estaban diciendo: han desaparecido comercios de proximidad, de abastos... ¿Por qué creen que han desaparecido?
Vecina 2 (mujer, 77 años): Para mí, por las grandes superficies.
Vecina 5 (mujer, 80 años): Por la grandes superficies, evidentemente.
Vecino 6 (hombre, 56 años): Yo creo que ha cambiado la cultura.
Vecina 5: El ritmo de vida.
Vecina 2: Ahí, ahí
Vecina 5: La cultura.
Vecina 2: La gente va a comprar a las grandes superficies una vez a la semana y aquí es el día a día. Los comercios... yo desde luego compro muchas veces en los pequeños comercios. El otro día tenía que comprar una minipimer, buenísima, una Braun, y me fui a Humilladero.
Vecina 5: Yo, si puedo, compro en el pequeño comercio.
Vecina 2: Y ahí, no me fui al Corte Inglés porque no me daba la gana.
Vecina 5: Pero eso es una cultura, es inevitable que cambie.
Vecina 2: Con la gente joven ya no se puede. Yo, por ejemplo, cuando fui a comprar la miniprimer, dije: aconséjame, tengo confianza, era hablar con él, me aconseja, me ayuda si quiero una cosa, porque me conoce, porque voy allí, y además lo hago con mucha alegría, porque creo que debo... que me apetece, vamos. Es opcional, de acuerdo.
En la medida en que el espacio físico es portador de la identidad social, la eliminación de dichos lugares, de sus prácticas socio-espaciales asociadas y símbolos estéticos (Chombart de Lauwe, 1976) supone, especialmente para las personas más mayores, perder una parte de sí (Villela-Petit, 1976), desaparecer ellos mismos. En la medida en que no son capaces de apropiarse de estos cambios, estos son vividos con rabia y frustración (en el caso de las personas organizadas alrededor de la asociación de vecinos) o con cierta resignación (en las personas no organizadas):
Fragmento 6 (vecino 3, entrevista personal, Noviembre 2014):
Vecina 3 (57 años; miembro de la AAVV): ¿Cultura? ¿Ahora, aquí? Ninguna. ¿Aquí, en la zona nuestra? No hay ninguna. La cultura del alcohol, es la que existe. Eso es lo que ha propiciado el ayuntamiento dejando que se abran tantos locales, porque a la vez tú puedes dar una serie de licencias para algunos locales, pero no para todos, porque es que la gente va a ir al negocio que da más dinero. Y ¿qué negocio da más dinero? Pues el alcohol, el alcohol, la comida, el alcohol, la comida, el alcohol, la comida… Como es una zona que supuestamente es un centro cultural, tienes el Reina Sofía, el Palacio de Oriente, tienes una serie de… tienes un montón de atrayentes para la gente que viene de fuera y… tienes que darles de comer y de beber, vale, pero siempre dentro de un orden, creo yo ¿no? O sea, no se puede masificar, porque si masificas, al final acaba como la Sureña y todos estos que se han montado ahora, que lo único que propician es el alcohol, el alcohol, el alcohol… El alcohol, permanentemente.
Fragmento 7 (Vecina 6, entrevista personal, Diciembre 2014):
Vecino 6 (56 años): Carbonerías ya quedan dos o tres… En fin, supongo que… ¡todos no nos morimos! jajaja alguno quedamos… O sea que… qué se le va a hacer…
El ritmo del cambio es especialmente importante en este contexto. Según Graumann (1976), “la apropiación de un objeto siempre incluye la apropiación de las habilidades o aptitudes para lidiar [to cope] con esos objetos” (p. 116). Bajo esta óptica, el proceso de apropiación requiere de unas habilidades y recursos para que pueda producirse. Así, la dificultad de la población residente a la hora de generar los recursos necesarios para identificarse e interaccionar (Pol, 1996) con los nuevos espacios turísticos, en el orden de lo simbólico y estético, deviene en su imposibilidad para hacerse sujetos de pleno derecho en el mismo, para apropiarse de la sociedad en su conjunto (Graumann, 1976).
No es extraño entonces que se produzcan conductas xenófobas o incluso racistas por quienes se sienten portadores de los significados legítimos acerca del lugar. La “impronta” (Sansot, 1976) del turismo en un lugar es percibida por los residentes como abrasiva, generando conductas defensivas que tienden a la radicalización de las narrativas sobre pertenencia. “Los otros” son ajenos, desconocidos, y homogeneizados a través de la fortificación de los discursos del “nosotros”. No obstante, los “nimbies”, residentes tradicionales organizados, no son necesaria ni intrínsecamente egoístas, ni irracionales. Son personas afectadas por el ritmo de un cambio del que no puede interiorizar lo exteriorizado por otros. Así, mientras otros residentes se adaptan a los nuevos escenarios construidos en el lugar, la imagen idealizada del “barrio de antes” por estos residentes se instala en su versión “apropiante” (Villela-Petit, 1976), impidiendo o resistiéndose al cambio.
No obstante, son los discursos que emanan en el entorno de la Asociación de Vecinos los que se caracterizan por rechazar de manera más virulenta los cambios ocurridos en los últimos años. Sus demandas explícitas y formas de acción colectiva se caracterizan fundamentalmente en relación a: (1) registro de casos de incumplimiento de la normativa municipal, especialmente en relación a los horarios de apertura y cierre de los locales nocturnos y la disposición de terrazas en la vía pública (2) negociaciones con las autoridades locales (especialmente la Junta de Distrito local) (3) acciones concretas de denuncia (como la generación de carteles), con lemas como “stop barrio de alcohol” y “stop barrio low-cost” (4) generación de redes de acción vecinal, a través de su participación en entidades vecinales de carácter regional.
No obstante, a pesar de lo que se podría pensar, las personas organizadas alrededor de la Asociación de Vecinos, no rechazan todos los nuevos negocios que han surgido en los últimos años. Lamentan la pérdida de los “comercios antiguos”, y sienten rabia ante la entrada de los comercios de ocio nocturno “masificados” —especialmente proyectado en su fórmula franquiciada—, pero no así hacia las formas más “distintivas” (Bourdieu, 1979) de los negocios post-modernos o “post-turísticos” (Quaglieri y Russo, 2010; Ritzer y Liska, 1997; Santana, 2000) que han aparecido también en la zona. Así, el rechazo a lo nuevo pasa cuando está masificado, cuando es “low-cost”, en una suerte de desprecio a la trayectoria obrera del lugar y a su propio origen humilde. A modo de ejemplo:
Fragmento 8 (Vecino 7, entrevista personal, Diciembre 2014):
Vecino 7 (58 años; miembro activo de la Asociación de Vecinos): Lowcost lo que va a hacer es que venga un tipo de público con menos poder adquisitivo y que viene a lo que viene (…) Yo creo que el barrio ahora mismo, van a ir cayendo los bares que son más serios, los que dan tapas, los que la gente viene y que dan un cierto nivel… no digo nivel económico, sino nivel de gastronomía, del tipo de gente que viene al barrio, irán cayendo, porque no van a poder soportar lo que es la venta de bebidas lowcost, muy barata, muy barata.
(…)
Entrevistadora: Hay una cosa que no acabo de entender. Estaba retomando también un tema… Decías antes: aparecen una serie de sitios de gastronomía, de bar, de tal, que son lowcost, pero aun así la gente que viene es gente que puede pagarlo, gente que tiene dinero.
Vecino 7: Sí. Lo que pasa es que está cambiando ya. El problema está más allá. Por edad viene gente de ese tipo, pero hay gente que viene también a lo del alcohol. Entones ¿qué pasa? Que, si tú vienes, tienes más poder… alguien de 30 o 35 años que está trabajando, se puede pagar una copa o tomarse 5 botellines por 3 euros. Si se lo ponen más barato, van a ir a lo más barato. Aquí sabe que tiene marcha, y lo que viene es a la marcha. Ahora ya han abierto un cuboking, la Sureña, y han abierto un lowcost, el de los 100 montaditos también… Cuando hablamos de un lowcost, a mí me da lo mismo que el alcohol sea barato o sea caro. Yo lo que digo es el tipo de público que va y la forma que van a tener de venderlo. Si tú lo único que estás vendiendo es alcohol, el problema va a ser que, pasado un tiempo, y cuando digo un tiempo son unas horas, vas a estar borracho. Si tú lo que estás vendiendo es que vas a tomarte un vino o o una tapa, entiendo yo que no vas a acabar borracho si el vino cuesta 4 euros. Excepto que seas rico y no te importe un pepino gastarte 3 botellas de vino te cueste lo que te cueste. Va por ahí el tema.
Fragmento 9 (vecino 7, entrevista personal, Diciembre 2014):
Vecino 7 : Sobre todo, lo que ha pasado también es que la Cava Baja, que era una calle de hostelería cara, de pronto ha pasado a ser una calle de hostelería barata, low-cost, con el burguer botellín ése y con la Sureña y todas esas… Y eso… ¡es una barbaridad! La Cava Baja la cerró un día Bill Clinton para comer en Lucio [restaurante de postín].
Esta cuestión no es menor y requeriría abrir un debate profundo sobre la configuración de las clases medias en España (Rodriguez, 2016; Sequera, 2017). Si el rechazo hacia la “masificación” derivada de la vida nocturna esconde, de algún modo, cierta forma de desprecio a una trayectoria obrera, sería necesario atender a los factores históricos que han permitido que esto ocurra. Aunque analizar pormenorizadamente la construcción de subjetivación de las clases medias españolas excede el objetivo del presente trabajo, valgan dos ejemplos para reflexionar acerca de las contradicciones que subyacen entre los discursos clasistas y las trayectorias biográficas, a menudo humildes, de dichos residentes organizados alrededor de la Asociación de Vecinos. En el fragmento 10, una vecina justifica su expulsión residencial por procesos especulativos debido a la supuesta necesidad de respetar la propiedad privada; en el fragmento 11, una vecina en situación de precariedad laboral aguda, idealiza a los gitanos “de alcurnia” y compara a los juerguistas con “salvajes”:
Fragmento 10 (vecina 2, entrevista grupal, Octubre, 2014):
Vecina 2 (80 años; propietaria; miembro activo de la AAVV): Ésa era mi casa. La cocina estaba un poquito abuhardillada. Eso era un pasillo hasta el núcleo de la cocina, que estaba abuhardillado, y luego había una corrala, dentro, a donde daban los vecinos. Sigue la corrala… Y, ahí estuvimos. Ahí vivimos… viviríamos unos cuarenta y tantos años. Luego ya nos echaron. Nos fuimos a Aluche [barrio obrero de la periferia sur de Madrid]. Compramos allí una casa.
Entrevistadora: ¿Por qué les echaron?
Vecina 2: No, echaron no, perdona. Nos indemnizaron, porque el dueño tenía autoridad y era una casa alquilada. Alquilaba pisos, éramos alquilados. Hoy en día…
Entrevistadora: Pero ¿por qué no le interesaba que ustedes siguieran ahí?
Vecina 2: ¡Ah! Pues no le interesaría, quizá… porque luego lo alquiló, lo arregló, y la alquilaría a precios superiores. (…) La casa ésta, por ejemplo, éramos una gran familia. Alguien se casaba e íbamos todos a la boda. Alguien hacía la primera comunión, íbamos todos a la primera comunión, un bautizo, todos. Éramos una gran familia, todos. Era una maravilla. No había dentro de todas las casas lavabo. No había lavabo ni había cuarto de baño. En mi casa mi papá fue el de los primeros que puso cuarto de baño, pero los vecinos tenían que salir al pasillo, al váter, y al agua. O sea, era gente muy obrera, pero, en fin…
Entrevistadora: Y ahora ¿sigue viviendo gente tan obrera?
Vecina 2: No, no, digo que la vendieron. La vendieron a gente. Por eso digo que nos indemnizaron. Tenían su derecho. Podían hacerlo. Nosotros no teníamos nada. No teníamos a lo mejor más que un contrato… Pues, bueno, todas las casas tienen hoy en día que son propietarios y están alquilados… Por ejemplo, en la Fuentecilla, Felisa, son alquilados, allí. Pues, tienen derecho a… hasta segunda generación pueden continuar allí, pero, luego, ya, aquello ya…
Fragmento 11 (vecina 3, entrevista personal; Noviembre 2014):
Vecina 3 (57 años; en régimen de alquiler —reducido— en el piso de su tía; desempleada en el momento de hacer la entrevista; al comienzo de la entrevista hablaba del carácter obrero del barrio): Aquí vivían gitanos de alcurnia, porque tienen… no eran los del Polígono o del Pozo tío Raimundo, ni mucho menos, gitanos de dinero, anticuarios, de toda la zona de anticuarios y luego estaba el Madrid castizo de siempre (…) Ahora, con este tipo de licencias que dan ni siquiera promueven un alcohol de calidad, que ése es el problema. No es un alcohol de calidad. No, porque tú montas un sitio tipo Chicote, como el que hay en la Gran Vía, montas sitios de calidad, pues la gente que viene es gente más o menos de calidad. (…) el otro día a una le rompieron el portero automático la gente que estaba… si es que la gente viene y viene a hacer salvajadas.
Las teorías psicoambientales sobre “Apropiación del Espacio” —tomando en cuenta su innegable vinculación seminal con la microsociología y las teorías marxistas— emergen como una herramienta analítica útil en el propósito de llenar de contenido la experiencia fenomenológica de los actores que componen los nuevos escenarios post-turísticos en centros urbanos. En el caso tratado, los conflictos surgidos alrededor de la intensificación de la vida nocturna, percibida de manera alienante (exógena, sin interiorización) por parte de quienes habitan el lugar, responden a formas de desapropiación diversas. Concretamente, la organización defensiva de algunos “residentes tradicionales” ante la intensificación de una vida nocturna masificada —de carácter popular y periférica— desprende discursos exclusivos y excluyentes, en los que, excusándose en base al orden, el ruido y la limpieza, se prioriza una versión elitizada y clasista del lugar. No obstante, las biografías de dichos residentes esconden trayectorias humildes, configurándose entonces como un reflejo útil acerca de las contradicciones identitarias de las clases medias en este país. Frente a la simplificación de “los Nimbiers” a través de descripciones que apelan a su irracionalidad o egoísmo, en el presente trabajo abogamos por señalar la diversidad de los grupos y de sus acciones colectivas, así como invitamos a centrar la interpretación de las mismas desde una perspectiva histórico-biográfica (Bassi-Follari, 2014; Veras, 2010) y basada en las múltiples relaciones persona-lugar (Bailey, Devine-Wright y Batel, 2016; Devine-Wright, 2013).
En cualquier caso, la especialización de determinados territorios orientados hacia fines turísticos, abre un debate de difícil respuesta: aquél que se relaciona con la necesidad de delimitar quiénes son los actores legítimos a la hora de definir los significados y usos de un territorio potencialmente orientado al turismo o, como plantea Sharon Zukin (2011), quiénes son los portadores de la “propiedad moral” de un territorio que acumula siglos de historia. Futuros análisis deberían profundizar en la complejidad biográfica de estas personas, así como en el estudio de las estrategias de marketing urbano y las construcciones identitarias diversas y complejas de los visitantes nocturnos de los nuevos escenarios post-turísticos.
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