Reseña de García Dauder y Pérez Sedeño (2017) Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres

Review of García Dauder y Pérez Sedeño (2017) Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres

  • Rosana Triviño Caballero
Portada libro

S. García Dauder y E. Pérez Sedeño (2017)
Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres. Catarata.
ISBN: 978-84-9097-265-6



En tiempos en los que las reivindicaciones feministas parecen más vivas que nunca, resulta particularmente fácil detectar cómo afloran mentiras acerca de las mujeres, justo lo que Dauder y Pérez Sedeño califican en su libro de “falsedades manifiestas, invisibilizaciones y ocultaciones más o menos intencionadas o, directamente, invenciones sobre la naturaleza, comportamiento, etc. de las mujeres” (p. 9). Basta con rastrear en los medios de comunicación para percatarse de que sigue habiendo sesgos, prejuicios, violencia y no poca ignorancia que tienen como resultado un trato injusto hacia las mujeres. Esto ocurre en todos los ámbitos y, desde luego, la ciencia y la investigación no son una excepción.

Los abundantes datos y ejemplos que se recogen en el libro resultan abrumadores. Desde las falsedades científicas basadas en el determinismo biológico, la sociobiología, la psicología evolucionista y la neurociencia que tratan en el primer capítulo; hasta los sesgos de género que se producen en la práctica científica e investigadora del quinto y último capítulo; pasando por la invisibilidad, el ocultamiento espurio y la falta de reconocimiento de las mujeres como sujetos y objetos de conocimiento científico, que ocupan los capítulos 2 y 3, junto a la invención de enfermedades mentales y la medicalización de la sexualidad del capítulo 4, las autoras recorren la historia y la realidad científica de las mujeres, seleccionando aquellos episodios que consideran más significativos. En todos ellos, el denominador común es una construcción epistemológica basada en un patrón masculino monocorde que ignora la interseccionalidad que nos atraviesa a todos. Como resultado, se pierde la oportunidad de hacer ciencia desde un foco más plural, democrático, objetivo y justo. Según las autoras: “la presencia de mujeres en la ciencia no es condición suficiente para una mejor ciencia, pero sí necesaria (…). Cuando la ciencia se hace desde el punto de vista de grupos tradicionalmente excluidos de la comunidad científica, se identifican muchos campos de ignorancia, se desvelan secretos, se visibilizan otras prioridades, se formulan nuevas preguntas y se critican los valores hegemónicos” hasta provocar incluso “auténticos cambios de paradigma” (p. 10).

En el primer capítulo, que lleva por título “Falsedades científicas”, las autoras identifican la equivalencia entre diferencia sexual y desigualdad de género aplicada a lo largo de la historia. Las teorías darwinistas se recuperan una y otra vez para difundir la idea de que quienes son distintos no pueden aspirar a las mismas cosas. Es lo que las autoras han denominado como neurosexismos. A nosotras se nos da mejor ser cariñosas y a ellos las matemáticas, así que cada cual a lo suyo. Por supuesto, quienes se sitúan fuera de este tipo de dicotomía con frecuencia se consideran seres anormales, contranatura o patológicos, ignorando de ese modo la variabilidad intrasexos, las intersecciones con otras variables (edad, clase, raza, etc.). Como señalan las autoras, “el fetichismo de las diferencias sexuales refuerza estereotipos de género, simplificando de forma reduccionista lo que son mujeres y varones (…) y omitiendo los solapamientos y semejanzas entre ambos” (p. 201). Este tipo de discurso dicotómico tiene una fuerte influencia dentro y fuera del ámbito académico, de ahí el éxito de libros de divulgación como Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas, Por qué somos tan diferentes y qué hacer para llevarlo bien, ambos citados en el libro, o ese otro titulado Las mujeres vienen de Venus y los hombres de Marte, entre otros. Todo ello a pesar de que se ha demostrado, por un lado, que “las diferencias cerebrales entre los miembros del mismo sexo suelen ser superiores a las que hay entre los dos sexos” (p. 59); por otro, que la diversidad y variabilidad cerebral no puede reducirse al dualismo femenino/masculino (p. 61).

Además de esta producción de conocimiento sesgado, las autoras se encargan también de la generación de ignorancia en los siguientes dos capítulos. En ellos se distinguen cuatro mecanismos para construir el no-conocimiento, tomando como referencia la clasificación formulada por Nancy Tuana (p. 62 y ss.): saber que no se sabe sin que importe; no saber que no se sabe (es decir, no hay conciencia de la propia ignorancia); no querer saber (por falta de interés o por negligencia); no querer que se sepa y la habilidad de no saber (“ignorancia del cuidado”, que apelaría a la necesidad de convivir con la incertidumbre). Así, el segundo capítulo, sobre los silencios y las invisibilizaciones de las mujeres en la ciencia, da cuenta de cómo se aniquila la legitimidad epistémica de las mujeres en el ámbito científico. Las autoras identifican ejemplos del denominado efecto Matilda: “a quien no tiene, se le quitará incluso lo poco que tiene” (p. 71).

Junto con este sesgo propio del contexto científico, describen también casos que podrían agruparse bajo el llamado síndrome de Yentl, propio del ámbito asistencial, por el que se dice que una vez que la mujer demuestra que le puede ocurrir lo mismo que a un hombre, es tratada del mismo modo que un hombre (p. 89). Esto conduce a dos conclusiones: por un lado, que la mujer tiene que demostrar que puede ocurrirle lo mismo que a un hombre, es decir, que necesita llegar a ese diagnóstico normalizado como masculino; por otro, que será tratada como un hombre, es decir, que le será aplicado un tratamiento propiamente masculino, algo que no siempre da buenos resultados. Por tanto, como señalan las autoras, las diferencias y semejanzas afloran y desaparecen en el ámbito de la salud y la investigación de manera más o menos intencionada.

La falta de atención médica a la idiosincrasia propia de los cuerpos de las mujeres, de sus signos y síntomas, ha estado presente, por ejemplo, en el caso de las mujeres seropositivas y de aquellas que padecen enfermedades cardiovasculares agudas. Adicionalmente, en el diagnóstico del infarto agudo de miocardio se ha demostrado que las quejas de las mujeres han sido desatendidas en algunas ocasiones por presentar lo que en jerga médica se denomina “sintomatología atípica”; en otras, por considerarlas psicosomáticas. Ante una misma situación, se produce lo que las autoras llaman un doble estándar de salud que da como resultado que, ante una misma situación, se proporcione un tratamiento diferente, prescribiéndose, por ejemplo, más psicofármacos a las mujeres que a los hombres (p. 200).

Paradójicamente, en el campo de la investigación médica se ha dado por sentado que el cuerpo masculino sea el referente para el conjunto de la población. Así, las mujeres han estado excluidas de los ensayos clínicos de manera sistemática bajo justificaciones como que los varones son más baratos y fáciles de estudiar; que los ciclos hormonales de las mujeres complican el análisis y aumentan los costos; las potenciales consecuencias para la procreación o la mayor tasa de abandonos frente a la adherencia de los varones (p. 93, 100 y 101).

Junto a la ambivalencia entre la diferencia y la semejanza de los cuerpos, aparece también el contraste entre el subtratamiento (como en el caso de las enfermedades vasculares y el sida) y la hipermedicalización y el intervencionismo en el contexto sexual y reproductivo. En estas dimensiones es frecuente encontrar tratamientos innecesarios, inadecuados e incluso espurios para la menopausia y la menstruación, como la terapia hormonal sustitutoria y la píldora anticonceptiva, cuyas investigaciones están plagadas de irregularidades e irresponsabilidades que han resultado dañinas para la salud de muchas mujeres; el placer sexual, con la llamada “viagra rosa”, cuya ineficacia está sobradamente probada; la aplicación de cesáreas e histerectomías o el suministro de la vacuna contra el virus del papiloma humano. Fisiología y patología se entremezclan para acabar justificando intervenciones que responden más a intereses mercantilistas que a la salud y el bienestar de las mujeres. Frente a lo anterior, resulta curioso el ocultamiento que se hace de ciertas semejanzas relacionadas con la sexualidad no reproductiva y el placer de las mujeres. En ese sentido, las autoras abordan algunos secretos de la ciencia “sobre lo que se sabe y no se cuenta” en torno al clítoris, la próstata y la eyaculación femeninas.

El cuarto capítulo se centra específicamente en las invenciones científicas sobre las mujeres. Aquí Dauder y Pérez Sedeño muestran cómo la construcción de las enfermedades “convierten a las personas sanas en pacientes, desperdician recursos y causan efectos adversos en la salud” (p. 145). En concreto, hablan de la construcción de la enfermedad mental como mecanismo de control y regulación del comportamiento y la sexualidad femeninas. La histeria, la depresión o la inestabilidad emocional han sido consideradas como disfunciones típicas de las mujeres, siempre víctimas de los altibajos de nuestras hormonas. Bien porque tenemos la regla; bien porque no terminamos de funcionar como se espera sexualmente; bien porque acabamos de parir y estamos deprimidas o somos menopáusicas, el caso es que pareciera que siempre andemos necesitadas de alguna pócima que remedie nuestro malestar. Por el camino, señalan las autoras, queda la complejidad multicausal que provoca ese malestar. Como han denunciado los movimientos activistas críticos con el modelo biomédico dominante y la industria farmacéutica, los problemas sexuales pueden responder no solo a causas médicas, sino también a factores socioculturales, políticos y económicos; al tipo de relación de pareja que se tenga; a factores psicológicos relacionados con las experiencias vividas.

Bajo el título “Sesgos de género en el proceso de investigación”, las autoras resumen en su quinto y último capítulo los tipos de prejuicios que han sido el eje transversal del libro: la hiperponderación de las diferencias; la ignorancia o minimización de esas diferencias, que valida un referente masculino universal y la ausencia de preocupación por la diversidad y la interseccionalidad (p. 17). A partir de ahí, se recuerda que durante el proceso de investigación se producen sesgos de género en las prioridades científicas y la elección del objeto de investigación; en la formulación de problemas, de hipótesis e incluso en las bases teóricas; en la selección de variables, muestras y diseño; en la recogida y análisis de los datos, así como en la interpretación de los resultados y su publicación.

En síntesis, las autoras muestran de manera convincente a lo largo de estas páginas cómo la separación taxativa entre hechos y valores es impracticable, también en la ciencia, ese terreno que parece blindado de toda contaminación cultural, social y política. La ciencia es un producto humano, de manera que la investigación no puede dejar de estar influida por el contexto en el que se produce. Y ese contexto genera sesgos de toda índole, también de género. ¿Hasta qué punto son susceptibles de corrección esos sesgos? Es decir, ¿es posible conseguir una ciencia objetiva y verdadera en todas las etapas del quehacer científico? La neutralidad a la que siempre ha aspirado la ciencia se ha construido prescindiendo de las emociones, lo político, las particularidades sociales e históricas, la producción humanística (p. 239). ¿Es eso lo que queremos? ¿Es esa la buena ciencia? Para las autoras, “los valores sociales, éticos o políticos interactúan en la investigación científica, se coproducen y, por consiguiente, son inevitables, por lo que no puede distinguirse entre buena y mala ciencia por su presencia” (p. 241).

Pérez Sedeño y García Dauder se muestran abiertamente partidarias de una comunidad científica basada en la “democracia cognitiva”, es decir, una comunidad más incluyente, plural y socialmente sensible, que genere un conocimiento heterogéneo y sometido a revisión y crítica. No obstante su propuesta, cierran su libro abriendo el debate: ¿son los casos expuestos ejemplos de mala ciencia o de ciencia al uso? ¿La mejora de la ciencia pasa por la eliminación de los sesgos de género? ¿Es eso posible? ¿O deberíamos pensar en otras maneras de hacer ciencia?

Las autoras abordan de una manera rigurosa y directa trasuntos tan esenciales como generalmente desconocidos y cuestionan con firmeza la pretendida neutralidad científica que tendemos a asumir sin más. Por ello, su libro constituye una herramienta excelente para quienes deseen alimentar una conciencia crítica fundamental para hacerse mejores, individual y colectivamente.