Mahmoud Eid (2014) Exchange Terrorism Oxygen for Media Airwaves: the age of terroredia.IGI Global. ISBN: 978-146665776-2p>
La cultura funciona como una plataforma de mediación entre el sujeto y su estar en el mundo. Afirman Michael Cole y Yrjo Engestrom (1993) que la cultura permite al hombre navegar desde el presente al pasado y hacia el futuro. Cuando un nuevo integrante de la familia viene al mundo, podemos proyectar toda nuestra experiencia respecto al futuro del niño/a y al hacerlo (a diferencia de los animales) imaginamos la transformación del ambiente. De la misma forma, un avión comercial empleado generalmente para trasladar pasajeros puede ser usado como arma y re-dirigido contra blancos civiles comerciales. Sin lugar a dudas, el terrorismo internacional, luego del 11 de septiembre, ha tomado gran notoriedad en la opinión pública global en las últimas décadas. En forma reciente, el líder de IS (Islamic State) Al-Baghdadi ha proclamado la Jihad contra los espacios de ocio, consumo masivo y turismo en todo el mundo. Cabe destacar que, no solo Occidente ve en jaque su estilo de vida cuando se suceden ataques terroristas contra destinos turísticos internacionales como Egipto o Bali, sino que su propia supremacía ideológica es seriamente cuestionada. ¿Es conducente para Occidente permitir que sus medios de comunicación cubran estas noticias?, ¿pueden las potencias occidentales prohibir o silenciar al terrorismo?, ¿es esto una clase de nueva censura?
Dentro de este contexto de turbulencias, el libro del profesor Mahmoud Eid titulado Exchange Terrorism Oxygen for Media Airwaves, pone el tema de los medios de comunicación masivos en el tapete de la discusión. Eid introduce al lector a un “neologismo”, Terroredia, lo cual expresa la estrecha vinculación entre los medios y el terrorismo en el mundo contemporáneo. A diferencia de lo que se pensaba, no solo los terroristas islámicos modernos son nativos de habla inglesa, sino ciudadanos globales con altos conocimientos de las tecnológicas digitales vigentes y las redes de comunicación. Potencialmente, hoy el terror es administrado por estos grupos 24 horas en tiempo real apelando al sentido del espectáculo creado por Occidente. En perspectiva, el libro se compone de 8 secciones (conformados por 17 muy buenos capítulos). Si bien ellos difieren en su perspectiva, se encuentran ligados a un argumento común. La dependencia de las personas con el medio de comunicación no es nueva, pero en la actualidad, el terrorismo empuja hacia nuevas formas de co-existencia con la violencia. En este sentido, el eje temático de la sección primera apunta a discutir la “objetivación” que los medios hacen de la violencia. Si el terrorismo opera alterando el orden público (es decir, la vida cotidiana y las instituciones de las personas), los medios de comunicación dan un sentido a esa violencia hasta el punto en que se plantea una tesis, por demás polémica: el terrorismo y el periodismo son dos caras de la misma moneda. Por el contrario, la segunda sección explora los cambios tácticos y estratégicos del sentido conferido a la guerra en los últimos años. El discurso del 9/11 ha cambiado radicalmente la forma de comprender al “Otro” precipitando una situación paradojal. A la vez que los países más democráticos del planeta “demonizan” al terrorismo, poco dicen sobre las violaciones a los derechos humanos perpetrados sobre los potenciales sospechosos. La afiliación política o ideológica de los medios, por ejemplo, la prensa escrita, no solo configura diferentes interpretaciones sobre el terrorismo, sino que dispone a este último a seguir diferentes tácticas. Este tema es ampliamente desarrollado en los capítulos editados en la tercera y cuarta sección. Cada cultura establece sus propios objetos de temor los cuales difieren en intensidad y contenido. No obstante, existe una tendencia multi-transversal a considerar al “otro-diferente” como causa o agente de inestabilidad política. El terrorista es, antes que nada, un “otro diferente” que debe ser educado, disciplinado, democratizado según los parámetros culturales del Imperio Anglosajón. En este sentido, las secciones 5/6/7 dirigen una sustancial crítica a las formas que las democracias liberales manipulan el discurso para “democratizar” Medio Oriente. ¿Es la tecnología digital una plataforma para expandir la libertad en regímenes autocráticos, o simplemente un mecanismo de control?
Claramente, se da una situación por medio de la cual las coberturas mediáticas apuntan a replicar aquellos valores culturales que van a proteger los intereses del estatus quo. La crítica que los medios hacen sobre la falta de democracia en los países de Medio Oriente no es acompañada por los intereses de las petroleras y del Gobierno Estadounidense que (muchas veces) desoyen los actos de corrupción hasta que sus intereses están en juego. El hallazgo central de este libro consiste en resaltar el proceso de “commoditizacion del terror” para dar mayor legitimidad a la elite política y financiera. Declarar la guerra contra el terrorismo, como lo ha hecho la administración Bush, equivale a invisibilizar al enemigo dejando atrás cualquier postura ética sobre el tema. Las emociones negativas, si son debidamente manipuladas, permiten crear sentidos y discursos funcionales a una visión reducida y sesgada del Otro. Como bien lo explica Mahmoud Eid, estamos siendo entrenados para pensar al periodismo y a los medios como instrumentos necesarios para llegar a la verdad, mientras que los terroristas son tildados de criminales sin corazón, psicópatas o personas con altos grados de resentimiento. Si bien esos estereotipos pueden ser ciertos, Eid agrega, no menos interesante es descubrir que ambos tienen intereses comunes que los hacen complementarios. ¿Empero, en que consiste esa transacción?
Eid y los autores de la obra —desde diversas perspectivas— explican que ambas partes se ven mutuamente beneficiadas. El terrorismo usa a los medios de comunicación, no solo para crear un mensaje de terror, sino para llegar a todos los miembros de la sociedad en forma rápida e impactante. La libertad que caracteriza la performance de los medios periodísticos y la falta de controles por parte del Estado, sientan las bases para la creación de una atmosfera de miedo extremo. En este punto, los medios fabrican contenido tematizando sobre “el terrorismo” con el fin que ciertas políticas gubernamentales sean aceptadas. Eso explica la falta de interés de los gobernantes por reducir el acceso de información de sus ciudadanos sobre la violencia terrorista. A esa relación de co-dependencia, se la puede denominar el oxígeno necesario para que los medios y el terrorismo puedan, referencialmente, beneficiarse mutuamente. Al momento que, para su supervivencia, los terroristas buscan maximizar sus daños a través del signo que producen los medios, la atención pública permite mayores y más grandes sponsors, y compañías interesadas en el noticiero y/o medio. Esta forma de relación “tóxica” permite el funcionamiento de ambas partes. El terrorismo le da a los medios cierto background para la fabricación de historias de vida que validan la idea de una supremacía occidental ética sobre el mundo “incivilizado” —expresado en la victimización— mientras que los terroristas cumplen su cometido al lograr llamar la atención de gran parte de la sociedad.
Por lo expuesto, Exchange Terrorism Oxygen for Media Airwaves representa, no solo un intento por dar al lector una guía holística de la difícil situación en materia de política internacional, sino un complemento conceptual a nuestros trabajos, por medio de los cuales comprendemos que la movilidad occidental (turismo) no es otra cosa que el terrorismo por otros medios. La irrefrenable atracción de los terroristas modernos por los viajeros, periodistas, turistas, y todo aquello vinculado al ocio, se explicar por esta vinculación entre la democracia occidental y la violencia terrorista. ¿Qué evidencia puede constatar dicha afirmación?
Durante fines del siglo XIX y principios del XX, Europa atravesó una gran revolución que (entre otras cosas) produjo una migración masiva de campesinos empobrecidos hacia las grandes ciudades, y luego hacia aquellas naciones que paradójicamente habían inundado los mercados industriales con commodities a bajo precio; es decir, Estados Unidos, Brasil, Argentina y Australia. Esta gran migración europea que llega por vez primera a Estados Unidos trae consigo ciertas ideologías asociadas a la cooperación del trabajo. Como era de esperar, las condiciones en el nuevo continente no eran de las mejores. Los incipientes sindicatos estaban sujetos a una innumerable cantidad de arbitrariedades a la vez que los grupos privilegiados (capital-owners) tomaban ventaja de la situación para mejorar los canales de producción. Grupos de raigambre socialista, comunista y anarquista pronto comenzaron a organizar revueltas y ataques contra la clase dirigente en busca de mejoras de tipo social. Entre los pedidos de los trabajadores estadounidenses se encontraban menos horas de trabajo, mayores salarios, mejoras en la contribución del salario y vacaciones pagas. El Estado pronto reprimió a los pedidos salariales encarcelando y expulsando a los cuadros anarquistas, a los cuales encasillo como “terroristas”. No obstante, y casi en el mismo momento adoptó la parte más pura de su ideología, la extorsión. Los trabajadores no solo recibieron parte de los beneficios que reclamaron, sino que se les confirió la posibilidad de huelga y la personería sindical.
Si partimos de la base que la movilidad y el turismo moderno han nacido de las mejoras sindicales asociadas al tiempo libre y el consumo, en conjunción con la expansión de los medios tecnológicos, entonces debemos aceptar que el turismo es el terrorismo por otras vías. Aquello que fuera de las fronteras fue tildado de “terrorismo”, dentro se lo rebautizó como “huelga”. En el fondo, ambos mantienen las mismas características: a) funcionan bajo la lógica extorsiva; es decir, toman de rehén a la ciudadanía para negociar con el más fuerte (Estado), b) factor sorpresa (el cual se encuentra determinado por la necesidad de afectar al Estado), y c) la instrumentalización moral del otro. Es de particular interés este último punto, pues pone en el centro de la discusión la naturaleza del terrorismo, el cual consiste en “tomar al otro” como un instrumento para cumplir un objetivo. Su deseo, su sufrimiento nos es ajeno hasta el punto de objetivarlo para llegar a la meta (Korstanje, Skoll y Timmermann, 2014). Como bien observaba Michel Foucault (2003) cuando se refería por analogía a la diferencia entre virus y vacuna. La maquinaria bio-política disciplina la amenaza (terrorismo) para transformarla en un riesgo (sindicalización) que ayuda a co-gobernar dentro del sistema capitalista.
El libro de Eid recuerda esta naturaleza dual del terrorismo que, lejos de ser una cuestión de religiosidad, o enraizado al Ethos musulmán, se encuentra inserto en la propia concepción del capitalismo moderno. Cuando los expertos en la materia relevaron el perfil socio-demográfico de los ejecutores del 9/11, descubrieron que la mayoría de ellos no solo tenían residencia permanente en Estados Unidos y Europa, sino que habían estudiado en sus mejores centros universitarios. Ello da que pensar que, muy seguramente, la razón del terrorismo se encuentre dentro del corazón de Occidente.
Cole, Michael & Engestrom, Yrjo (1993). A cultural-historical Approach to Distributed Cognition. Distributed Cognitions, physiological and educational Considerations. Cambridge, Cambridge University Press.
Foucault, Michel (2003). Society Must Be Defended: Lectures at the Collège de France, 1975-1976 (Vol. 1). London: Macmillan.
Korstanje Maximiliano; Skoll Geoffrey & Timmermann, Freddy (2014). Terrorism, Tourism, and Worker Unions: the disciplinary boundaries of Fear. International Journal of Religious Tourism and Pilgrimage, 2(2), 1-12. https://doi.org/10.21427/D7HQ6C