• Antar Martínez Guzmán
Portada libro

Katherine Johnson (2015)
Sexuality: A Psychosocial Manifesto. Polity Press.
ISBN: 978-0-7456-4132-4



El término sexualidad es de por sí polisémico y puede evocarse para hacer referencia a un sinnúmero de fenómenos, objetos y campos de experiencia (i.e. procesos biológicos, comportamientos, emociones, relaciones, identidades, categorizaciones sociales e iniciativas políticas). Abordar la sexualidad en nuestros días implica inevitablemente ocuparse de una multiplicidad de categorías identitarias, prácticas sexuales, subjetividades, deseos y formas de relación –tanto emergentes como tradicionales–. En el campo de la sexualidad se libran feroces batallas en torno a las formas de vida que serán posibles, pero también disputas por los sentidos y significados de aquello que será considerado humano.

Las comprensiones modernas sobre sexualidad han estado signadas, en términos generales, por una marcada polarización. Tales pugnas de significado se han configurado en buena medida a partir de la escisión –y con frecuencia el antagonismo– entre aproximaciones centradas en las dimensiones biológicas y “naturales” de los cuerpos sexuados y sus manifestaciones, por un lado; por el otro, perspectivas que enfatizan el carácter cultural e históricamente determinado las experiencias sexuales. En este fracturado panorama, lo psicológico pareciera comprenderse como un “factor” o una “dimensión” más en el suma de elementos que componen la sexualidad, un ingrediente a menudo alineado con uno de los extremos de la mencionada polarización.

Sexuality: A Psychosocial Manifesto, de Katherine Johnson, es una obra que se propone elaborar una lectura crítica de tal fragmentación y, al mismo tiempo, vislumbrar horizontes teóricos para trascenderla. El libro identifica y desmenuza la polarización entre lo psicológico y lo socio-histórico, interrogando las principales modalidades en que las perspectivas psicológicas –y su diálogo con otras disciplinas y campos de estudio– se han aproximado a la comprensión de la sexualidad. Se propone, además, ofre

cer una ruta alternativa a esta restrictiva dicotomía: un manifiesto psicosocial que busca “suturar y remendar” tal polarización.

La autora advierte que esta tarea no está exenta de riesgos. En particular, advierte sobre una trampa que Sedgwick formula de manera precisa: ahí donde es posible reconocer el mecanismo de un problema, tratar de remediarlo, o inclusive articularlo, simplemente añade energía propulsiva al mismo mecanismo. Así pues, al intentar articular una comprensión psicosocial de la sexualidad, se corre el riesgo de caer de nuevo en la escisión de los elementos que constituyen tal aproximación. Advirtiendo este riesgo, la autora apuesta por una concepción de lo psicosocial como una vía dinámica, decididamente híbrida y transdisciplinaria que, más allá de todo canon disciplinario, permita explorar la sexualidad y las subjetividades.

Dicha elaboración de lo psicosocial constituye una de las contribuciones centrales de la obra. No se trata del uso común del término, que se encuentra de manera profusa en la psicología dominante y en los estudios de salud, y que termina por indicar la simple interacción entre ciertos factores psicológicos y factores sociales: una mera sobre-posición de variables o niveles de análisis (i.e. ingreso económico y rasgos de personalidad). En contraste, hace un uso de la noción de “psicosocial” proveniente de la academia británica donde han buscado plantearlo deliberadamente como una bisagra que articula formas múltiples y “migrantes” de indagación y pensamiento, donde la frontera entre lo psicológico y lo social se torna borrosa.

En el capítulo introductorio, Introducing Sexuality: Towards the psychosocial, la autora elabora la escena –histórica y teórica- en que se enmarca la polarización antes mencionada y plantea la ruta de reflexión que se propone seguir. Argumenta que, desde finales del siglo XIX, la sexología y la psicología han tendido a promover una visión de la sexualidad que tiene sus orígenes en procesos biológicos apuntalados por hormonas, instintos y, más recientemente, la genética. Por su parte, las ciencias sociales se han orientado a los procesos sociales como fuerzas determinantes que moldean y otorgan significado a las experiencias sexuales.

Muestra que esta partición tiene importante implicaciones sobre cómo se entiende –y cómo se vive– la sexualidad. La primera línea de pensamiento suele ignorar los fundamentales procesos de definición cultural e histórica de las experiencias sexuales, mientras que la segunda carece de comprensiones cabales sobre las subjetividades sexuales y sobre sus dimensiones materiales y encarnadas. En el intento por lidiar con las limitaciones propias de esta lógica departamentalizada, los estudios psicosociales se han embarcado en estimulantes intercambios con un amplio espectro de aproximaciones que incluyen, entre otros, a la sociología, psicología crítica, los feminismos, la teoría queer, los estudios culturales y postcoloniales.

El capítulo 2, Developing Sexuality, ofrece una revisión crítica de las principales perspectivas que han contribuido a generar la comprensión popular de la sexualidad como algo inherentemente individual. Específicamente, se centra en comprensiones psicológicas vinculadas con las perspectivas biológica y del desarrollo. Muestra la manera en que la evidencia empírica que ha buscado explicar el origen o la causa la orientación sexual (especialmente aquellas diferentes a la heterosexual) han resultado contradictoras y contenciosas. Muestra además cómo estas aproximaciones no han logrado abordar adecuadamente la diferencia entre identidad sexual, orientación sexual y prácticas sexuales. Aún así, reconoce la manera en que el psicoanálisis, la psicología experimental, la psicología del desarrollo y las neurociencias han jugado un papel importante en los debates actuales sobre la sexualidad y la subjetividad.

De particular interés en este capítulo es el análisis que la autora hace sobre la arcaica pero con frecuencia persistente intención de la disciplina psicológica por buscar una explicación causal de la variación sexual. Más allá de los efectos de naturalización de la orientación sexual con respecto a una norma social que este proyecto implica, la autora advierte los presupuestos morales sobre el valor de las sexualidades y los géneros que sostienen este interés y plantea preguntas necesarias sobre los aspectos éticos implicados en la investigación sobre orientación sexual.

El capítulo 3, Constructing Sexuality, discute el segundo extremo de la polarización: la perspectiva socio-histórica y la manera en que las perspectivas socio-construccionistas de la sexualidad han replanteado su comprensión ya no como “condición inherente y fija” sino como guión y discurso. El capítulo revisa algunas perspectivas sociológicas sobre la sexualidad y la manera en que cuestionan conceptos y teorías biologicistas y psicologicistas. También considera el impacto de la obra de Michel Foucault en los estudios de sexualidad y en la teoría social en general, haciendo énfasis en la influencia de la perspectiva foucaultiana sobre la psicología social crítica.

Este apartado explora además la forma en que la sexualidad ha sido “construida” y, eventualmente, “deconstruida”. Discute la manera en que esta aproximación ha generado un terreno fértil para la emergencia de múltiples posiciones de conocimiento y para su consecuente problematización y controversia. Especial atención reciben las metáforas construccionistas de rol, script (guión) y narrativa. Aún reconociendo sus aportes, la autora argumenta que la crítica socioconstruccionista es insuficiente para generar un abordaje psicosocial sobre la sexualidad y las subjetividades, al mismo tiempo que revalora las potenciales contribuciones que pueden tener las herramientas conceptuales psicoanalíticas y aquellas provenientes de las ciencias biológicas para la comprensión del cuerpo, el placer y el deseo.

El capítulo 4, Queering Sexuality, muestra la forma en que lo queer, como tropo político y teórico, busca superar el impasse generado por la dicotomía entre perspectivas construccionistas y esencialistas. A través de la discusión del trabajo de figuras icónicas como Eve Kosofsky Sedgwick y Judith Butler, expone el marco anti-identitario y anti-normativo que surge de estas perspectivas. Asimismo, analiza los aportes y los límites de la teoría queer para una comprensión psicosocial de la subjetividad sexual. A partir de un rastreo de las condiciones de emergencia de la teoría y los activismos queer –y de su especificidad para comprender la sexualidad– la autora discute la manera en que los estudios queer cuestionan y desafían la propia disciplina psicológica, pero permiten también re-definirla y re-imaginarla.

Nuevamente, la autora hace hincapié en la potencialidad del diálogo con el psicoanálisis para generar comprensiones psicosociales no-normativas y no-patológicas sobre la sexualidad, así como la relevancia del “giro afectivo” en la generación de nuevas direcciones de reflexión queer. Además, argumenta que tales cruces son claves para pensar lo psicosocial, puesto que, tanto el psicoanálisis como los estudios del afecto, al menos desde una particular lectura, permiten sumergirse en la brecha conceptual que se abre entre lo psíquico y lo social.

En el capítulo 5, Affecting Sexuality, la autora discute las complejas relaciones entre afecto, política y subjetividad. Este apartado integra conceptos y perspectivas discutidos en los capítulos anteriores para analizar algunos problemas específicos en torno a la sexualidad y el género vía el análisis de contenidos mediáticos, a la manera de los estudios culturales. A través del análisis de series televisivas o de reportes epidemiológicos sobre personajes y prácticas homosexuales, analiza el desplazamiento que ocurre del “orgullo gay” a la vergüenza y al insulto, así como las “ansiedades culturales sobre la sexualidad contemporánea”. En este contexto, la autora reflexiona sobre la manera en que la vergüenza y el insulto asociados a la homosexualidad que prevalecen en las expresiones culturales pueden vincularse con ciertos modos de subjetividad, experiencias afectivas y discursos sobre la salud mental que conducirán a un mayor riesgo de suicidio.

Un importante argumento desarrollado en este capítulo se refiere a la necesidad de no descartar las historias y narraciones vinculadas con el dolor y el daño. Asimismo, muestra la forma en que el gay shame movement (movimiento de la vergüenza gay) ha sido útil para queerizar las tendencias neoliberales asociadas al ‘orgullo gay’ que han privilegiado principalmente a hombres gay blancos a través de prácticas de marketing y de su capacidad económica de consumo. Se trata también de un análisis que muestra de forma lúcida la manera en que la comedia y el humor juegan un papel importante tanto en la producción como en el encubrimiento de la vergüenza y el insulto; todo ello sobre el telón de fondo de las tensiones y los tabús culturales producidos por las recientes transformaciones en torno a la vida pública de las sexualidades no normativas.

En el capítulo 6, Transforming Sexuality, la autora discute algunas contribuciones de la perspectiva post-estructuralista en relación con las políticas identitarias orientadas a la transformación social. Particularmente, reflexiona sobre la tensión en torno a las políticas sexo/genéricas basadas en la identidad y a la necesidad de considerar una lógica interseccional para generar mejores comprensiones sobre las subjetividades marginales. La autora también se pregunta sobre la posibilidad de que un “giro afectivo” (como ha sido comprendido por ciertas teóricas queer) ofrezca una ruta de salida al impasse en cuestión (entre el biologicismo y el historicismo, entre las políticas identitarias y las interseccionales).

Dicha ruta de escape implicaría, para la autora, un desplazamiento del lenguaje, la cultura y el conocimiento hacia la experiencia, la comunidad y los sentimientos (afecto). Para explorar esta posibilidad, expone algunos ejemplos relacionados con el matrimonio gay y la salud mental, así como la lectura de experiencias activistas y proyectos basados en las artes visuales. A partir de esta discusión, la autora propone la estrategia del “activismo afectivo”, como una herramienta útil para la transformación en torno a las subjetividades queer. Argumenta que el activismo afectivo ofrece nuevas formas de relación a través de las diferencias identitarias de manera que produce una “política vitalista” que hace la vida cotidiana de las personas más habitable y sostenible.

En el último capítulo, A Psychosocial Manifesto for Queer Futures, la autora trenza los hilos que ha venido hilvanando en los capítulos anteriores para articular un “manifiesto psicosocial”, una mirada en torno a la sexualidad, la subjetividad y los procesos de exclusión y marginalización. Este manifiesto es una invitación a reinventar los horizontes académicos con que nos aproximamos al estudio de la sexualidad y sus alrededores en una dirección decididamente transdisciplinaria e implicada políticamente; una trayectoria que permita trazar, en palabras de la autora, “futuros queer”.

El libro en su conjunto constituye un valioso recurso tanto para el mapeo de los debates existentes como para el esbozo de aquellos por venir. Por un lado, actualiza y organiza un complejo panorama de discusión en torno a la sexualidad, que incluye desde los desarrollos psicológicos tradicionales hasta las conversaciones en los estudios queer contemporáneos. De igual manera, ofrece una cantidad importante de recursos y referencias bibliográficas útiles para explorar discusiones específicas, para rastrear investigación empírica sobre asuntos particulares o para profundizar en perspectivas y enfoques determinados. Por otro lado, ofrece un conjunto de claves que, a la manera de un manifiesto, invitan a pensar en una renovada aproximación psicosocial hacia la sexualidad y el género través de nuevos puntos de partida.

Plantea, además, una sagaz defensa de las aportaciones de la psicología y los estudios psicosociales ante las voces que la reducen a inevitable cómplice de los regímenes de control. Pero, al mismo, tiempo, exhorta a re-imaginar y re-inventar lo psicológico y lo psicosocial; a re-significarles través de ojos resueltamente abiertos a la pluralidad metodológica y a la mixtura teórica, de manera que puedan contribuir a enriquecer la comprensión sobre las subjetividades, experiencias e identidades que habitan nuestros atribulados tiempos.

En su recorrido, el libro logra formular una preocupación generalizada (aunque con frecuencia soterrada) que permea el quehacer académico y político actual en torno a la sexualidad y el género; aquella sobre las formas posibles de articular comprensiones complejas y pertinentes sobre cuestiones de poder, violencia y desigualdad. Logra también vislumbrar un horizonte estimulante de borradura de fronteras y polarizaciones anquilosadas, de mezcla e hibridación, en aras de perseguir aquello que llamamos lo psicosocial en sus innumerables configuraciones, sin caer en las comunes tentaciones de clausurarle en torno a cánones teóricos o disciplinarios.