Niños y jóvenes excombatientes en Colombia: ¿por qué se vinculan y separan de la guerra?

Children and youth ex-combatants in Colombia: Why do they engage and separate from war?

  • Victoria Lugo
En este artículo examino la compleja situación social y familiar de niños y jóvenes excombatientes de grupos armados en Colombia, resultado de una revisión bibliográfica que incluyó investigaciones locales, nacionales e internacionales. Para el análisis de los datos documentales se utilizó la herramienta informática Atlas Ti, que permitió la codificación de los datos y la escritura de memos analíticos. Dichos memos fueron discutidos con algunos profesionales del equipo psicosocial que atendía a los jóvenes. También se llevaron a cabo conversaciones informales con algunos jóvenes y familiares. Como conclusión, argumento que la vinculación se debe a la interrelación de factores históricos, sociales, familiares y relacionales que hacen que este proceso sea esperable. Los niños y jóvenes pertenecen a territorios donde las lógicas de guerra los atrapan, son víctimas de reclutamiento, coacción, persuasión y seducción. Sin embargo, enlistarse es una oportunidad para que los niños y jóvenes aseguren su sobrevivencia física y social y una estrategia de protección frente a escenarios hostiles. Igualmente, ingresar a un grupo armado para los jóvenes, es encontrar vida y no solamente muerte e incluso después de separarse de estos grupos, siguen siendo guerreros pero sin armas. Esta revisión bibliográfica hizo parte de la investigación doctoral “Guerreros desarmados: narrativas con jóvenes excombatientes de Colombia”, realizada en Manizales con 20 jóvenes excombatientes de grupos armados ilegales y que después de salir de la guerra, hacen parte de un programa de protección del Estado Colombiano.
    Palabras clave:
  • Jóvenes ex-combatientes
  • Reintegración
  • Violencia
  • Colombia
This article examines the complex situation of children and youth involved in armed groups in Colombia, as a result of a documentary research review that included local, national and international research, informal conversations with youth and families, and focus groups with some psychosocial professionals engaged with youth ex combatants. As conclusion, it is argued that this involvement is due to interrelated historical, social, family and relational situations that render the phenomenon to be expected. Children and youth are trapped by the war logics as recruitment, coercion, persuasion and seduction. However, it is also suggested that enlisting in the war is an opportunity for them to ensure their physical and social survival as well as, nevertheless paradoxical this may seem, a protective strategy in a hostile environment. It is analyzed that they are looking for life not just for death and even after their unlinking, they are still warriors but without arms.
    Keywords:
  • Youth Ex-combatants
  • Reintegration
  • Violence
  • Colombia

1 Introducción

Colombia ha vivido un conflicto armado por más de 50 años, en donde las fuerzas armadas, grupos guerrilleros y grupos paramilitares han combatido en medio de la población civil. Los orígenes de este conflicto se encuentran vinculados con la profunda desigualdad e injusticia social, la exclusión política y la feroz ambición por el control de los diversos recursos de nuestra nación. Una gran parte de la población ha estado sumida en la pobreza, sin acceso a los recursos y unos pocos que pertenecen a las élites han controlado la política, la economía y la explotación de la tierra para su beneficio personal.

De acuerdo con Hernando Gómez, Carlos Vicente de Roux y Marc-André Franche, (2003), la guerra en Colombia es difícil de explicar debido a su longevidad, a la transformación de los actores involucrados, a la multiplicidad de intereses en juego, a la diversidad de motivos que la originaron, a la participación de múltiples actores legales e ilegales, a su extensión geográfica, a sus medios ilegales de financiación y a su vinculación con otras violencias como el narcotráfico. Una característica importante es que ha sido irregular, en el sentido que no se ha desarrollado como una guerra civil abierta en la que participa toda la nación, sino que se ha vivido en la marginalidad de las zonas rurales, las más pobres y las más olvidadas por el Estado (también las más ricas en recursos naturales), lugar fértil para que cualquier organización armada tome el control por la fuerza.

Son muchos los estudios realizados sobre las causas, la dinámica, las múltiples formas y transformaciones de la violencia en Colombia y cuyo análisis a profundidad supera los alcances de este artículo. Para otorgar al lector un contexto de lo que ha ocurrido en las últimas décadas, el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (2013) plantea que entre 1958 y 2012 se han producido 220.000 muertes a causa del conflicto armado y alrededor de 5.700.000 personas han sido desplazadas de su tierra; se ha producido masacres, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, secuestros, atentados terroristas, despojo de bienes y tierras, detenciones arbitrarias, torturas, implantación de minas antipersonales y reclutamiento forzado, todas acciones en su mayoría contra la población civil, especialmente comunidades empobrecidas, indígenas y afrocolombianas, opositores y disidentes, mujeres y niños.

A finales del año 2016, se firmó el acuerdo de paz entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo). Las víctimas están en el centro del acuerdo, es decir los niños y jóvenes excombatientes están incluidos como víctimas, con los mismos derechos en términos de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición. En el momento en que se convalidó el acuerdo de paz, los niños y jóvenes que hacían parte de las filas de las FARC se desmovilizaron, al igual que los demás combatientes y ob

viamente, se suspendió el reclutamiento forzado por parte, al menos, de este grupo armado. Así mismo, en el año 2017, se instaló la mesa de diálogo con el Ejército de Liberación Nacional, ELN..

2 Metodología

Este artículo lo presento como resultado del primer momento de la investigación doctoral “Guerreros desarmados: narrativas con jóvenes excombatientes de Colombia”, realizada en Manizales (2014) y cuyo principal propósito fue comprender la importancia de las relaciones sociales en el paso a la vida civil que enfrentan los jóvenes excombatientes (Lugo, 2014). Esta investigación la realicé bajo la orientación del construccionismo social propuesto por Kenneth Gergen (1994) y en el marco del programa doctoral del TAOS Institute y la Universidad de Tilburg (Holanda)1.

Los participantes de la investigación doctoral fueron 20 jóvenes, hombres y mujeres, provenientes de múltiples regiones del país y que hacían parte del Programa Hogar Tutor. Esta modalidad de atención fue creada en el año 2006 por el Centro de estudios sobre conflicto, violencia y convivencia social (CEDAT) de la Universidad de Caldas y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Los niños y jóvenes excombatientes se ubicaban en Hogares Tutores, que los acogían voluntariamente y de tiempo completo. También se llevaban a cabo actividades en las áreas de salud, educación, desarrollo, participación y protección.

Para poder abordar el objeto de investigación referido a las relaciones sociales en el paso a la vida civil, me pareció de fundamental importancia conocer los motivos por los cuales los jóvenes se vinculaban a los grupos armados y se desvinculaban de ellos. Me di cuenta que existía información suficiente y valiosa para responder este interrogante y por tanto me di a la tarea de desarrollar una investigación documental que me permitiera comprender dichos motivos. Este artículo presenta los resultados de dicha investigación documental, primer momento metodológico de la investigación doctoral “Guerreros Desarmados: narrativas de jóvenes excombatientes en Colombia”.

La investigación documental fue desarrollada en dos fases. La primera de ellas, consistió en la recopilación y estudio de investigaciones locales, nacionales e internacionales. Para ello se procedió a la elaboración de una base de datos en Excel donde se consignaron los datos de identificación de cada una de las 253 investigaciones encontradas. Las categorías de identificación fueron las siguientes: año, título, autor, editor, país, fuentes, tipo de documento, palabras clave, resumen y vínculo de ubicación en la web. Estos documentos se clasificaron en las categorías temáticas de: caracterización sociodemográfica, Desarme Desmovilización y Reintegración —DDR—, género y otros. De este total, se seleccionaron 120 documentos que incluyeron artículos publicados, libros, informes de organismos internacionales y nacionales e investigaciones locales y nacionales no publicadas que incluían a Colombia u otro país latinoamericano. Estos documentos se leyeron con detenimiento y se codificaron en el programa Atlas ti. También se elaboraron memos analíticos y redes semánticas para identificar las familias de códigos.

En la segunda fase, se llevó a cabo una validación de la información mediante las siguientes estrategias empíricas:

  1. Conversaciones informales con jóvenes excombatientes y familiares, por medio de la participación en actividades del Programa Hogar Tutor, como los encuentros con las familias de origen de los jóvenes.
  2. Grupos focales con profesionales del equipo psicosocial que atendía a los jóvenes, en donde se discutieron los memos analíticos producidos en la primera fase.

En este momento se consolidaron siete categorías analíticas, a saber: a) Lógicas de guerra: reclutamiento, coacción, persuasión y seducción; b) La guerra les llega a ellos más que ellos ir a buscar la guerra; c) Vincularse a un grupo armado es una forma de ganarse la vida; d) Vincularse a un grupo armado es resistirse a la violencia y al mismo tiempo, reproducirla; e) Pertenecer a un grupo armado es una forma de encontrar vida, no solamente muerte; f) Vincularse a un grupo armado es querer ser una mujer guerrera como los hombres; g) No dejan de ser guerreros porque hayan dejado las armas. La investigación documental realizada permitió profundizar en la comprensión sobre los motivos que llevan a los niños y jóvenes a vincularse y separarse de la guerra.

3 Resultados

3.1 Lógicas de guerra: reclutamiento, coacción, persuasión y seducción

Watch List (2012, p. 16) define el reclutamiento:

Como la conscripción o alistamiento obligatorio, forzado o voluntario, de niños y niñas a cualquier tipo de grupo o fuerza armada, que están por debajo de la edad estipulada en los tratados internacionales aplicables a las fuerzas o grupos armados en cuestión.

En Colombia, el reclutamiento forzado es un crimen de guerra, incluye a cualquier persona menor de 18 años y a cualquier grupo armado (legal o ilegal). Se consideran como víctimas aquellos niños y jóvenes que se desvinculen de la guerra teniendo menos de 18 años.

Aunque no hay estadísticas oficiales fidedignas sobre el número de niños y jóvenes combatientes, en Colombia, que pertenecen a grupos armados al margen de la ley (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia —FARC-EP—, Ejército de Liberación Nacional —ELN—, y grupos paramilitares como las Autodefensas Unidas de Colombia —AUC—), se estima que oscilan entre 7.000 y 14.000 (Human Rights Watch, 2004; Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 2006; UNICEF, 2002; Watch List, 2004). Se calcula que uno de cada cuatro combatientes asociados a grupos armados en Colombia, es menor de edad, es decir el 25%. La edad promedio de vinculación está entre los 12 y 14 años; la edad promedio de desvinculación se encuentra entre los 15 y los 17 años; la permanencia en los grupos armados oscila entre seis meses y tres años y existe una proporción de una niña por cada cuatro niños varones (Coalition to stop the use of child soldiers, 2008; Human Rights Watch, 2004; Watch List, 2012). En la década de los 90 se hicieron las más grandes campañas de reclutamiento por parte de los grupos armados en Colombia.

Los códigos internos de las FARC-EP y el ELN, prohíben cualquier reclutamiento forzado de personas menores de 15 años. Sin embargo, está demostrado que estas organizaciones desacatan sus propias reglas (Human Rights Watch, 2004). Las estrategias de reclutamiento que usan son diversas. En primer lugar, si bien es cierto que no secuestran a los niños y jóvenes, sí llevan a cabo reclutamiento forzado a través de la coacción que ejercen sobre las familias al exigir cuotas obligatorias de hijos, lanzar amenazas de muerte sobre el niño o su familia y hacer retención forzosa en la casa, en la escuela o en el pueblo (Álvarez-Correa y Aguirre, 2002). Más aún, ellos usan los niños que hacen parte del grupo para persuadir a otros niños y jóvenes a sumarse a sus filas. También se ha comprobado que realizan encuestas en las comunidades y escuelas para identificar a los niños que más tarde serán reclutados (Watch List, 2012). En las mismas escuelas, los grupos armados hacen campañas de reclutamiento para seducir a los niños y jóvenes: les prestan las armas, los proveedores, las gorras; les hablan de una nueva vida, de una vida de aventura, dinero, poder y armas.

Los grupos paramilitares, por su parte, establecieron los 18 años como la edad mínima de reclutamiento, norma que al parecer también es violada. Su principal estrategia es la seducción por el ofrecimiento de un salario que puede estar entre 200 y 400 dólares. Los niños vinculados a estos grupos no son plenamente reconocidos por el gobierno como víctimas del conflicto armado y no todos ellos tienen derecho a recibir beneficios del programa de reintegración (Coalición contra la vinculación de niños y jóvenes en Colombia, 2011; Conflict Dynamics, 2011).

Para algunos investigadores (Boyden, 2003; Universidad Nacional de Colombia, 2002) la incorporación de niños y jóvenes tiene ventajas para los grupos armados, como que su aprendizaje puede ser más rápido, son menos críticos, fáciles de intimidar, menos propensos a desertar, más fieles a los comandantes y raras veces levantan sospechas entre las fuerzas de seguridad. Comen menos, no exigen salario, se mueven más fáciles y rápidos, es decir, es una manera económica de mantener las tropas. Para los grupos armados, los niños son pérdidas menores, porque menor ha sido la inversión en su entrenamiento y la trayectoria al interior de la organización. Así lo expresó un joven excombatiente:

Un niño para la guerrilla, no significa nada. Un niño es una carnada para ellos. El niño es el que cubre a los grandes, o sea, el niño es el que está al frente de todos los combates.... y uno, uno, por ejemplo, cuando mataron a mi compañero del colegio, le dije al comandante: “mataron a J..., [y él respondió] “ah, tranquilo que reclutamos más” (Tomado de Cifuentes, 2012, p. 144).

3.2 La guerra les llega a ellos más que ellos ir a buscar la guerra

Los niños y jóvenes que se vinculan a un grupo armado provienen de territorios en donde se despliega el conflicto armado colombiano, es decir, las zonas rurales más pobres y aisladas del país, pero también las más ricas por los recursos naturales: la selva, los recursos minerales, el petróleo y el agua. Según la Organización Internacional de las Migraciones, ICBF, UNICEF y Defensoría del pueblo (2004), los departamentos de Antioquia, Cauca, Chocó, Cundinamarca, Huila, Putumayo y Santander, son los siete departamentos de mayor riesgo de vinculación de niños y jóvenes. Precisamente de estos departamentos provienen la mayoría de los muchachos excombatientes que ingresan al programa de protección Hogar Tutor.

Nacer y vivir en una zona de conflicto armado, implica una cercanía, o si se quiere convivencia, una relación cotidiana con los grupos armados, que en muchos casos son referentes de autoridad para la población civil. Las comunidades de origen de estos niños y jóvenes pueden percibir a los grupos armados como personas amables y solidarias, referentes de justicia social o calidad de vida, nutriendo un proceso de identificación positiva (Valencia y Daza, 2010). Los actores armados imponen su ley en las zonas de conflicto: son jueces y verdugos, deciden sobre la vida y la muerte de quienes se presentan contrarios a su ley, advierten, amenazan, desplazan, esto les hace ver como seres poderosos e infalibles.

En otros casos, la convivencia implica experimentar de cerca y a temprana edad, episodios de violencia severa como, tomas armadas, masacres, desplazamientos forzados, amenazas o secuestros. La percepción de la comunidad de origen acerca de los actores armados es la de agentes amenazantes que se imponen a través de las armas y que ponen en riesgo la vida, los bienes, la libertad y la convivencia.

Estas comunidades han experimentado un proceso de militarización progresiva, como Cynthia Enloe (2007) lo describe: un proceso socio-político en donde una sociedad se vuelve controlada o dependiente de las ideas y valores militares. Volverse militar, puede ser una alternativa atractiva para estos muchachos, en medio de un sistema de guerra que se ve como cíclico e inevitable (Corporación Alotropía, 2006). Esto incluye la admiración por las armas, por los uniformes, la idealización de la vida militar, todos aspectos presentes en los relatos de los niños y jóvenes que ingresan a diversos grupos armados participantes en las investigaciones que se han realizado sobre ellos (Bello y Ruíz, 2002; Brett y Spech 2005; Human Rights Watch, 2004; Páez, 2001).

Es frecuente encontrar en las historias de los jóvenes, que otro miembro de la familia pertenece a una organización armada, incluso varios miembros de la familia pueden pertenecer a grupos diferentes y aparentemente enemigos. Es decir, se establece una herencia familiar de vinculación, que hace que la decisión para ellos se racionalice y se justifique: enrolarse parece ser natural y aceptable (Brett y Specht, 2005).

La vinculación con los grupos armados no es un asunto que se refiera solamente a individuos, sino que, en territorios de conflicto armado, las familias y las comunidades tienen una larga historia de vinculación con la guerra, como participantes activos y pasivos, víctimas y victimarios, combatientes y espectadores. Allí nacen y crecen los niños, en medio de símbolos que los acercan de una u otra manera a la guerra.

Algunas familias pueden esperar o incluso desear que sus hijos se vinculen a los grupos armados, pueden facilitar, o al menos no impedir la vinculación. En una sociedad patriarcal como la colombiana puede ser bien visto que los niños varones tomen las armas para disciplinarse, para volverse hombres y para proteger a su familia y a su comunidad.

Otras familias se ven forzadas a entregar a sus hijos como parte de una cuota o un pago que se les exige por parte de los grupos armados. La familia intenta proteger, de esta manera, el resto de sus miembros, sus bienes y sus vidas, bajo la amenaza de la muerte o el desplazamiento de su tierra (Álvarez-Correa y Aguirre, 2002). Otras más, presentan un rechazo, expreso o tácito, al ingreso de sus hijos a los grupos armados. Temen que sus hijos mueran en la guerra. De hecho, en el Programa Hogar Tutor, se han conocido historias de madres y padres que han rescatado a los niños con acciones heroicas, en algunos casos con la consecuencia de que el niño o joven no acepta salir del grupo o se vuelve a enlistar, otros son casos de rescates exitosos:

La mamá de Camilo, un niño de 10 años que se unió a un grupo guerrillero, planeó un operativo para rescatar a su hijo. Con inteligencia casi militar, descubrió dónde estaba su hijo, averiguó la rutina del grupo, esperó el momento oportuno, una fiesta del grupo. Llegó al lugar con regalos, —alcohol y cigarrillos—, emborrachó al comandante y cuando todos estaban dormidos, embriagados de la fiesta, incluso su hijo, cargó al niño en silencio y lo sacó del campamento. Caminó por varias horas hasta su casa, recogió a sus otros tres hijos y se fue con todos, en canoa por el río, de noche, hasta la ciudad más cercana. Buscó una estación del ejército y entregó a Camilo porque sabía que corría peligro su vida, cuando en el grupo se enteraran que había escapado. A Camilo lo protegió el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y ella… se quedó en la ciudad, desplazada, sin trabajo, pues tampoco podía volver a su pueblo; pero como ella misma dijo: “con todos mis chinos vivos”. Este relato nos muestra el valor inmenso de una madre y también cómo estas familias se vinculan y sobreviven a la guerra. (Notas diario de campo, a partir de una conversación con la madre de Camilo en Manizales, agosto de 2012)

La vinculación al grupo armado de niños y jóvenes colombianos, no se puede entender entonces como un evento único en el que se toma una decisión individual, sino como un largo proceso previo de cercanía, vinculación afectiva, historia familiar y social, tradición militarista, admiración y miedo. Esta decisión debe ser entendida en el contexto de lo que aquí se está exponiendo y no puede considerarse como voluntaria en el sentido estricto del término. Sin embargo, tampoco puede pensarse que los niños y jóvenes son únicamente víctimas de sus circunstancias. Hemos podido observar en el Programa Hogar Tutor que algunos niños y jóvenes no intentan eludir su responsabilidad en la decisión de vincularse a un grupo armado. Ellos exponen las razones que los llevaron a tomar esta decisión: la guerra era una oportunidad.

3.3 Vincularse a un grupo armado es una forma de ganarse la vida

De acuerdo con el ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, 2002), el 95% de los niños y niñas excombatientes registrado en los programas de protección del Estado colombiano, son de origen rural. El informe de Naciones Unidas afirma que cerca del 90% del reclutamiento tiene lugar en zonas rurales (PNUD, 2011), en municipios cercados o aislados por el conflicto, en zonas de colonización o expansión de la frontera agrícola, con escasa presencia estatal y control prolongado por parte de los grupos armados.

La población rural en Colombia se caracteriza por ser la de mayor pobreza en el país y a la que se ofrecen menores oportunidades de desarrollo, en todas las áreas: nutrición, salud, educación, recreación, participación, afecto. Isabel McConnan y Sarah Uppard (2001) argumentan que la necesidad económica es el motivo más fuerte para la vinculación a los grupos armados y muchos niños y jóvenes expresan que este es el fondo del asunto. Jo Boyden (2003), afirma que la participación de los niños en la guerra es una estrategia adaptativa, un mecanismo extremadamente práctico de supervivencia, dado por los ejércitos, en donde los niños encuentran comida, techo, compañía, vestido, seguridad y protección.

Las alternativas reales de desarrollo en los sitios donde residen los niños y jóvenes son escasas. Esto se traduce en falta de oportunidades de educación, vivienda, salud, recreación y acceso a cualquier forma de vida digna. La Defensoría del Pueblo y UNICEF (2006) encontraron que cuando los niños y jóvenes ingresan a una organización armada, ya han desertado del sistema escolar, están excluidos o están en grados inferiores a los que deberían de acuerdo a su edad. El tiempo de permanencia en el grupo, es un tiempo muerto en términos de escolaridad, lo que quiere decir que suman dos desventajas: antes de ingresar y durante su paso por el grupo armado. Cuando salen de la guerra, la desventaja en términos de escolaridad, es aún mayor.

En cuanto a lo laboral, la investigación de la Defensoría del Pueblo y UNICEF (2006, p. 25) en Colombia arrojó que el 57% de los niños y niñas entrevistados trabajaban antes de entrar a las filas, y de ellos, el 30% lo hacía en el raspado y procesamiento de la hoja de coca. Otro 35.2% de los jóvenes que trabajaba realizaba labores propias al campo: recoger cosechas y otras tareas de finca. La investigación estableció que el 90% de los niños entrevistados realizó por lo menos un tipo de actividad productiva no doméstica antes de ingresar al grupo, seguramente como parte de una estrategia familiar de sobrevivencia, o como formas de explotación laboral infantil (Defensoría del Pueblo y UNICEF, 2006).

Pasar de una actividad productiva ilegal como ser raspachín (personas encargadas de raspar la hoja de coca para producir la cocaína) con su familia, a otra como cuidar laboratorios de coca en el grupo armado, no representa mucha diferencia para ellos. Es otro tránsito que se puede vivir de forma natural tras un largo proceso informal de relación, también laboral, con los grupos armados. Los niños y jóvenes ven su vinculación al grupo armado como una forma de ganarse la vida; acceden a un mercado laboral informal en condición de trabajadores rasos, es decir se convierten en “trabajadores de la guerra” (Corporación Alotropía, 2006, p. 43). Si estos muchachos se hubieran podido ganar la vida en su tierra, tal vez muchos no hubieran ido a la guerra.

3.4 Vincularse a un grupo armado es resistirse a la violencia y al mismo tiempo, reproducirla

Muchos de los niños y jóvenes excombatientes afirman que la violencia familiar es otra de las razones para enrolarse en un grupo armado. Para algunos investigadores la situación familiar es el factor más significativo en el involucramiento de los niños y jóvenes a los grupos armados (Brett y Specht, 2005; Defensoría del Pueblo y UNICEF, 2006). Las diferentes caras de esta violencia son la falta de familia estable, la ausencia de alguno de los progenitores, la explotación, el abuso sexual, el maltrato físico, la negligencia y el abandono.

Una situación común en estos muchachos es un permanente cambio de configuraciones familiares: viven con los padres, con los abuelos, con los parientes, con los vecinos (Keairns, 2003). Frecuentemente son expulsados, acogidos y nuevamente expulsados de hogares de paso. Son marginalizados de nuevos arreglos familiares, por ejemplo, cuando uno de los padres consigue un nuevo compañero y nacen otros hijos que los desplazan. Con frecuencia son enviados a otros hogares buscando mejores alternativas cuando el padre abandona la familia y la madre reparte sus hijos entre familiares y vecinos. Otros huyen, se escapan a estas realidades y ruedan de casa en casa, sin arraigo por ninguna.

La familia, por diversas circunstancias, entre ellas la situación de pobreza y violencia en la que vive, no puede proteger a sus integrantes. Los niños y jóvenes pasan de mano en mano, no solo entre familiares sino también entre amigos, vecinos y desconocidos. Un grupo armado es otra de estas manos. Santiago, un joven participante del Programa Hogar Tutor, escribió la historia de su vida en un libro llamado “Nacido para triunfar”. Este es el primer párrafo del libro:

Cuenta mi hermana que cuando yo tenía más o menos tres años mi padre se fue dejando a mi madre enferma de cáncer en la matriz. Un año después mi madre murió, nosotros éramos más o menos 13 hermanos, no sé en realidad cuantos éramos exactamente. Sin embargo nosotros, con la muerte de mi madre nos esparcimos, dos se ahogaron en el rio putumayo, otros los recogió una señora de esta zona, que tenía una bomba de gasolina. El hermano menor quedó de seis meses, el otro de dos años y yo quedé de cuatro años. Mi hermana la menor de las dos mujeres quedó de doce años, que a los días se ajuntó con un man. Mi hermano de dos años lo recogió la madrina y lo tuvo algunos años; mi hermano menor en esos días no quedó con nadie… Del resto de los hermanos, no supe de la vida de ellos. Desde allí comenzó mi historia. (Santiago, L., 2007, p. 19)

La decisión de vincularse a un grupo armado podría estar impulsada por el deseo profundo de salir de su casa lo que puede entenderse como una forma de resistirse al poder (Cifuentes, 2012), una estrategia de protección altamente racional, una utilización de los grupos armados para fines prácticos o “ganancias secundarias” (Carmona, 2012), es decir, no estamos frente a niños solamente inmaduros y vulnerables que se dejan manipular, sino frente a sujetos que están tomando un riesgo para defender su vida y encontrar mejores alternativas.

En el grupo armado, paradójicamente es donde menos libertad y autonomía van a encontrar, sin embargo, aunque mantengan en estos grupos peores condiciones de humillación y sumisión, por lo menos han dejado de vivir una violencia difusa para vivir una violencia organizada y ritualizada por la milicia (Cifuentes, 2012). Esta violencia, al interior de la vida militar, se organiza alrededor de tres aspectos fundamentales: la subordinación del individuo a la organización o institución, la desensibilización a la violencia, y la deshumanización del oponente real o potencial.

El primer objetivo, se logra con la creación de un sistema sobrenormatizado, en el que los miembros de un grupo armado están bajo la amenaza de sanciones severas incluida la muerte. Como lo dijo un excombatiente: “uno obedece o se muere”. Para el logro del segundo objetivo, la desensibilización frente a la violencia, los grupos armados despliegan múltiples estrategias de entrenamiento militar, manipulación del miedo y la rabia como “combustibles de guerra” (Cifuentes, 2012). Poco a poco, los muchachos aprenden a soportar la violencia, la naturalizan, pierden contacto consigo mismos, con sus emociones y se entrenan para esconder o evitar el sufrimiento. El tercer propósito, es la deshumanización del enemigo real o potencial. Esto significa, que no importa la manera como se muere, el sufrimiento que se le cause, las razonas por las que se aniquila, enemigo es enemigo, potencial o real y constituye una amenaza. Rápidamente, algunos jóvenes entienden que mientras más violentos se comporten, más seguros están al interior del grupo, pues los ven como sujetos valerosos dignos de respeto.

Afortunadamente, como lo mostró Michael Foucault (1970/1980), el poder no es solo negación, subordinación, prohibición, censura, exclusión y castigo. También es creación, generación, posibilidad de producir discurso, saber y deseo. La más clara faceta generativa en la situación de subordinación que viven los niños y jóvenes, es la oposición que crean a la dominación. Una estrategia, como ya se mencionó antes en este artículo, es la fuga, la acción de mayor valor en la vida de algunos de estos muchachos. También desarrollan estrategias de resistencia, por vías laterales, subalternas tales como la creación de fuertes relaciones de solidaridad que previenen la muerte o evitan ser descubiertos en actos punibles. Es frecuente encontrar en los testimonios, que los muchachos fallan un disparo, de manera que los objetivos humanos pudieron escapar sin ser heridos, por ejemplo. Esto podría verse como pequeñas victorias, pero realmente son acciones que muestran un gran valor, un cuestionamiento al orden instituido, pueden haber salvado sus vidas y son una expresión de oposición a la dominación a través de las redes de relaciones que tejen al interior de los grupos armados.

3.5 Pertenecer a un grupo armado es una forma de encontrar vida, no solamente muerte

La vida cotidiana en un grupo armado se caracteriza por el control de entradas y salidas, actividades estrictamente programadas, tener uniforme, cambiar el nombre de pila por uno de guerra, tener un mentor para que los supervise, jurar lealtad al grupo, realizar largas marchas, cargar el equipo, el rifle y la munición, y acceder a escasa comida (Defensoría del Pueblo y UNICEF, 2006, p. 35).

Los niños y jóvenes reciben el mismo entrenamiento militar que los adultos. En la guerrilla se entrena para lo que el grupo denomina “orden cerrado” y “orden abierto” (Defensoría del Pueblo y UNICEF, 2006). Los niños y jóvenes son sometidos al mismo sistema de castigos que los demás combatientes adultos en los grupos guerrilleros; los principales motivos para ser castigados son el incumplimiento de sus deberes, perder el arma, quedarse dormido durante la guardia, intentar desertar, informar al enemigo y actuar como infiltrados. Los castigos van desde cavar trincheras o letrinas, despejar un bosque, cortar y llevar leña, labores de cocina, hasta que se les realice un consejo de guerra, para decretar una sentencia de muerte.

Al interior del grupo armado, el vínculo que establecen los muchachos con el arma es potente. Es un objeto que prolonga su cuerpo, su fortaleza y su poder. Manejar bien un arma, incrementa su seguridad al interior de las filas y además los convierte en buenos combatientes, guerreros aptos para defenderse a sí mismos y al grupo frente a los enemigos. En el arma se deposita la mayor confianza del combatiente, no solamente es muerte sino vida, la propia vida que está en juego. Para los muchachos, el arma es compañía, “la única fiel”, “la mamá”, “el valor de uno”. En ella depositan su seguridad, su afecto, su confianza, es símbolo de poder. Esto dijo una joven excombatiente:

Me gusta el arma, disparar, eso da una emoción, el dicho de nosotros allá era que el fusil era como el marido de uno. Yo dormía con el fusil, eso era mejor dicho el esposo mío y sí, lo que más me gusta de eso es disparar. Sí, porque matar gente no me gusta – (risas) si... uno siente como cuando uno se estremece. La primera vez que yo disparé cuando estaba pequeña eso me tumbó, porque estaba muy pequeña. Sí, me encantan los fusiles, me encanta desarmarlos, armarlos, limpiarlos, me gusta dejarlos negritos, bonitos (Tomado de Cifuentes, 2012, p. 267)

Como afirma la Corporación Alotropía (2006), más que la guerra misma, lo que atrae a los jóvenes son los signos de prestigio, el convertirse en un guerrero adulto, que se muestra fuerte, invulnerable y que les sirve de garantía para ser respetados y reconocidos como seres humanos. Vincularse a un grupo armado podría entenderse como rito de pasaje al mundo adulto (Castro, 2001). Es una oportunidad para demostrar su valía y ubicarse en una posición en el orden social donde obtienen seguridad y prestigio social: el prestigio del guerrero.

Encontrar la vida en un grupo armado, significa encontrar pertenencia, reconocimiento de los otros y de sí mismos, identidad, capacidad de actuar, recursos propios desconocidos, fuerza y dignidad. Diversas investigaciones coinciden en que el grupo armado otorga a los niños y jóvenes una filiación y una pertenencia (Aguirre, 2010; Cifuentes, 2012; Corporación Alotropía, 2006). Pertenecer a una organización armada es encontrar un lugar social donde se puede ser útil, donde se puede ser alguien valioso, que lucha con otros para alcanzar una meta. La pertenencia otorga seguridad y cercanía con otros, que por lo menos, trabajan en igualdad de condiciones, como combatientes rasos.

La capacidad de actuar en colectivo, es algo que deja honda huella en los niños y jóvenes excombatientes. Aunque estén bajo una estructura autoritaria y jerárquica que ordena estrictamente lo que hay que hacer, ellos actúan en colectivo, viven en comunidad y respetan unas normas para preservar la supervivencia de todos. Como plantea María Clemencia Castro (2001), quienes han dejado la guerra, recuerdan con particular nostalgia la intensidad de los lazos, de los encuentros, de la filiación. Son relaciones estrechas, intensas, que no vuelven a presentarse de la misma manera por fuera de la guerra.

Esta cotidianidad de riesgos y aventuras, de sobrevivir en la selva, hace que los niños y jóvenes aprendan habilidades y destrezas valiosas, pero que no son bien reconocidas por ellos, ni por las otras personas cuando salen de los grupos armados. Vivir al límite, implica desarrollar o por lo menos descubrir, la vitalidad, la fuerza, el valor. Como afirma Ignacio Martín-Baró (1984), no todos los efectos de la guerra son negativos… enfrentados a situaciones límites, hay quienes descubren recursos de los que ni ellos mismos eran conscientes. Estos recursos son útiles para la sobrevivencia, para afrontar situaciones de riesgo, para soportar las más adversas condiciones de hambre, frío, humedad y miedo.

3.6 Vincularse a un grupo armado es querer ser una mujer guerrera como los hombres

Algunas de las niñas y jóvenes, como los hombres, viven en contextos de violencia familiar, pero con el agravante de la violencia de género, que con frecuencia implica violencia sexual, ser obligadas a desempeñar extensas jornadas de oficios domésticos o sentir que su voz como mujeres no cuenta en las decisiones relacionadas con su propia vida como el matrimonio o los hijos. Por lo tanto, algunas jóvenes, han afirmado que se unieron a los grupos armados con el fin de asegurar su igualdad con los hombres en la estructura social. Otras jóvenes expresan que, en comparación con el mundo civil, la vida guerrillera es igualitaria: hombres y mujeres reciben el mismo entrenamiento y son responsables de las mismas tareas, incluso en el combate. Esto dijo una joven excombatiente:

Eso allá no tiene nada de diferencia, no tiene nada de diferencia porque uno, la mujer y el hombre allá es igual; una mujer rancha, un hombre rancha; una mujer lava, el hombre lava; la mujer presta guardia el hombre también; la mujer carga leña el hombre también; hace trincheras la mujer el hombre también. Allá es por parejo. Allá que porque usted es mujer se queda aquí sentada no, vamos a trabajar por parejo mujer y hombre por parejo. (Tomado de Cifuentes, 2012, p. 327)

Este es un significado potente para ellas, y les permite dejar de ocupar una posición de sumisión y dominio, para pasar a una posición de mayor poder. Podría pensarse que lo que viven las niñas en los grupos armados es un proceso de identificación con símbolos que tradicionalmente se han visto como masculinos, se pliegan al signo de guerrero fuerte, valiente, arriesgado y al uso de las armas para obtener respeto e infundir miedo.

Sentirse iguales que los hombres, cuando hacen parte de un grupo armado, significa romper con los roles tradicionalmente asignados a las mujeres y poder desempeñar la actividad más masculina que existe, la guerra, en donde ellas toman el ideal masculino del guerrero, para fortalecer su identidad y sentirse reconocidas. Han demostrado valía frente a los hombres en el grupo armado, pueden ser combatientes como ellos, han participado en gestas heroicas, han hecho una carrera militar. Estas mujeres han abandonado el espacio de la vida doméstica, se han separado del destino de la maternidad, el único posible para ellas antes del grupo armado, y han hecho parte de un espacio social más amplio, colectivo, que las reconoce como útiles; un espacio si se quiere más público, en donde se rompen las fronteras de lo doméstico y se llega a conocer otros intereses, otros mundos, otros ideales, a los cuales ellas no tenían acceso en sus hogares (West, 2000).

Ser como los hombres y ser tratadas como ellos, genera en ellas cambios, de roles, de posicionamiento, de identidad. Según Judith Butler (1990), la identidad es una construcción social contingente que, a pesar de sus múltiples formas, se presenta a sí misma como estable y singular. El género no puede entenderse como un estado del ser, sino más bien como una actuación, un performance, que sigue reglas establecidas en la sociedad: no es una esencia que se exprese o se externalice y tampoco un ideal objetivo al que se aspire; no es un hecho dado, sino que es creado por los actos en los que participan también las otras personas, es producido siempre en relación con el otro.

Cyinthia Enloe (2007) plantea que en una organización armada la identidad de género es controlada y depende de los valores militares, los cuales exaltan lo que se supone que es masculino y degradan lo que se supone que es femenino. Las mujeres combatientes no se convierten simplemente en hombres; ellas viven un proceso matizado en donde sus identidades tradicionales se yuxtaponen con los requerimientos militares de una organización particular. Sus roles, experiencias y expectativas están circunscritas a unas demandas militares y patriarcales específicas en el contexto de la cultura y sociedad colombiana. Como combatientes, a las mujeres se les permite representar roles similares a los de los hombres, pero el estándar para evaluar su desempeño es “masculino” por definición.

La sexualidad juega un papel central en la militarización de las mujeres combatientes en las organizaciones armadas. Al mismo tiempo que se mantienen relaciones tradicionales y asimétricas de género, que incluyen violaciones a sus derechos sexuales, otras se transforman de acuerdo a las demandas y necesidades de la organización. La transformación de estas identidades de género revela la naturaleza performativa de los roles de género en un contexto militarizado (Méndez, 2012). Muchas relaciones sexuales no deseadas, se naturalizan y se legitiman en un mercado sexual de oportunidades, intereses, intercambios y ganancias. En ocasiones, por ejemplo, es conveniente para ellas mantener relaciones sexuales con los comandantes varones: es una combinación de protección y privilegios difícil de resistir. Podría entenderse como una estrategia inteligente de sobrevivencia, protección, poder y estatus (Chamorro, 2011; Denov y Maclure, 2007).

3.7 No dejan de ser guerreros porque hayan dejado las armas

Algunos de los niños y jóvenes que ingresan al Programa Hogar Tutor no tienen registro civil y la mayoría no tienen tarjeta de identidad. En ocasiones, es necesario calcular la edad con exámenes biológicos pues desconocen su fecha de nacimiento (no existían como ciudadanos antes de ingresar al grupo armado). A todos se les inicia un proceso judicial, que en la mayoría de los casos (a menos que se compruebe participación en crímenes de lesa humanidad) reconoce su condición jurídica de víctimas del reclutamiento forzado por parte de grupos armados al margen de la ley. Esto significa para ellos poder obtener la protección del Estado Colombiano hasta que cumplan la mayoría de edad (18 años).

Cuando los jóvenes se separan del grupo armado deben afrontar situaciones de inseguridad, sólo por el hecho de escapar o ser capturados. Se han convertido en enemigos de su propio grupo, posibles delatores y por tanto en objetivo militar; son también buscados por los que fueron sus antiguos enemigos; no pueden regresar a su territorio pues ponen en riesgo su propia seguridad y la de sus familias. Estas se ven expuestas a sanciones impuestas por los grupos armados como castigos, amenazas, persecuciones, destierros e incluso la muerte (Defensoría del Pueblo y UNICEF, 2006). Por tanto, la clandestinidad se convierte en una condición permanente; tal como en el grupo armado, hay que seguir escondiéndose.

Durante el paso a la vida civil, los niños y jóvenes excombatientes en Colombia se ven forzados a esconder su identidad, no solamente por razones de seguridad, sino también por razones de estigmatización. No manifiestan públicamente que hicieron parte de un grupo armado, algunos no quieren que sus hijos conozcan esta historia (Grupo focal con profesionales del Programa Hogar Tutor. Manizales, 2013). Entonces, todas las habilidades que se aprendieron en la guerra, para camuflarse, para mimetizarse, para pasar desapercibidos, para no ser vistos, cobran de nuevo importancia. Siguen siendo guerreros, pero sin armas.

Para muchos de ellos, es más difícil el tránsito de la vida armada a la vida civil, que de su hogar a un grupo armado. Hay mucho de continuidad entre la vida en el hogar y la vida en la guerra y mucho de discontinuidad entre la vida militar y la vida civil (Aguirre y Muñoz, 2011). Estas transiciones han sido analizadas en otros estudios como el de Kimberly Theidon (2007). Para los jóvenes del Programa Hogar Tutor, este tránsito trae consigo contradicciones: quieren ser tratados como los demás, pero al mismo tiempo se dan cuenta que no son iguales a los demás. En muchas ocasiones los tratan como niños, y ellos ya no lo son, han dejado de serlo en el grupo armado, salen precozmente envejecidos, como afirma María Clemencia Casto (2007), o han dejado de serlo, incluso antes de la vinculación al grupo armado, por las responsabilidades económicas y sociales que implicaba el cuidado de sí mismos y de otros. No quieren mostrarse como excombatientes pero tampoco como víctimas y necesitan hablar de lo que sucedió y asumir la responsabilidad que les corresponde. El ámbito urbano les plantea retos dado que la mayoría son oriundos de zonas rurales. Se enfrentan a desarraigo social, separaciones de sus seres queridos (miembros de sus familias de origen o del grupo armado) y de su territorio (sea el de origen o en donde operaba el grupo armado) a los que se sienten fuertemente atados. Antes, en el grupo armado, no había que pensar, no se podía pensar. Ahora deben pensarlo todo, tomar las decisiones sobre su vida, hacer un proyecto de vida. Antes no había futuro, en la guerra nunca hay futuro, ahora el futuro debe ser trazado con la ayuda de otros.

“En la guerra no se puede confiar en nadie, ni en su propia sombra”, es una de las certezas que tienen los jóvenes en su paso a la vida civil. El que confía se muere, es una estrategia de sobrevivencia en la guerra. De esto se desprenden significados que permean las relaciones cotidianas de los excombatientes, significados expresados en frases como “en el mundo no hay amigos” o “todo el mundo quiere joder a todo el mundo” (Corporación Alotropía, 2006), concepción del mundo basada en una desconfianza generalizada. En un mundo construido de esta manera, cualquiera puede ser un traidor. Los jóvenes sostienen relaciones transitorias y débiles, lo que hace difícil fortalecer vínculos basados en el afecto y la amistad. Esto dijo un joven excombatiente:

Pero yo le voy a decir por qué no confío. Yo no confío en el gobierno, yo no confío en ellos. ¿Ya va a creer usted que después de todas las cosas que uno hizo allá, contra los soldados y contra el ejército, ya va estar por aquí tranquilo? Sí, se supone que nos dan todas estas cosas, pero quien sabe qué pueden hacer con toda esa información que tienen de nosotros, en cualquier momento pueden venir y buscarlo a uno, y listo. Por eso no confío en el programa, porque uno siempre que va allá, las ve a todas (las profesionales) haciendo y haciendo informes, poniendo y poniendo cosas de uno, que quien sabe que cosas y toda esa información va para allá, va para el gobierno, y ellos pueden hacer lo que quieran con la información (Joven hombre excombatiente. Tomado de Aguirre, 2010, p. 123).

Tanto la clandestinidad como la desconfianza y la transitoriedad en las relaciones, llevan a que los jóvenes excombatientes constituyan identidades temporales, nómadas, versátiles, que adquieren formas diferentes (Cifuentes, 2012). Se convierten, a lo mejor siempre lo han sido, en itinerantes, de todas partes y de ninguna, que se sienten de paso, en una condición de desarraigo y deseo de huida permanente (Aguirre, 2010). Siguen siendo guerreros, luchan por salir adelante, pero sin las mismas armas. Lo que sabían que era útil para la guerra, ya no lo es tanto, deben aprender nuevas estrategias, nuevas habilidades, recuperar otras, reconocer recursos que habían dado por perdidos, restablecer relaciones, rehacer su vida, debatiéndose permanentemente entre volver a una vida militar que es terreno conocido, para el que se sienten aptos, o intentar pasar a una vida civil que no conocen, que es incierta e insegura. No dejan de ser guerreros porque hayan dejado las armas.

4 Conclusiones

En este artículo pretendí profundizar en los motivos que llevaron a niños y jóvenes en Colombia a vincularse a la guerra y salir de ella. Tal vez una de las conclusiones más importantes es que, aunque la denominación de desvinculado es la manera legal, oficial y común de nombrar a estos niños y jóvenes en Colombia, en esta investigación los he llamado excombatientes, lo cual reconoce el estatus de combatiente —que es importante en la definición que ellos hacen de sí mismos— y evita denominaciones descalificadoras como terroristas, rebeldes o bandidos. El combatiente fue aquel que tomó las armas como parte de un grupo implicado en un conflicto armado. Significa también no perder del todo la posición en el orden social que los jóvenes alcanzaron como combatientes, que les otorgó reconocimiento y respeto, el prestigio del guerrero.

También esta investigación documental arroja como conclusión que los niños y jóvenes no son solamente víctimas del reclutamiento forzado de los grupos armados, de situaciones de violencia intrafamiliar previas a su ingreso al grupo armado, de la herencia familiar de vinculación, de la militarización progresiva de la sociedad y de la negligencia del Estado que los ha olvidado, sino que también son agentes activos al tomar la guerra como una oportunidad. Vinculación que les permitió ganarse la vida, aliviar la pesada carga de subsistencia de su familia, resistirse a la violencia de sus familias, y obtener ganancias secundarias de la guerra, como pertenencia, identidad, capacidad de actuar en colectivo, desarrollo de habilidades y destrezas.

Es fundamental reconocer que los jóvenes excombatientes son mucho más que la clasificación estereotipada que hemos creado sobre ellos, que la historia de la guerra y el trauma no es la única, que son sobrevivientes además que víctimas, y que —por medio de estrategias racionales y altamente riesgosas— pudieron superar situaciones difíciles, se resistieron a la dominación y al abuso, incluso al interior de los grupos armados, bajo condiciones extremas de desensibilización y deshumanización. Lo que confirma que el poder, además de subordinación, también significa oposición y resistencia a la dominación.

A través del análisis de los múltiples y diversos documentos pude comprender que la guerra representa una oportunidad para ganarse la vida, defender la vida y construir la vida. Esta oportunidad debe ser garantizada por el Estado y no por los grupos armados, no a través de beneficios o subsidios sino de la transformación real de sus condiciones de vida. La discriminación que sufren ahora por haber sido parte de un grupo armado, y que en ocasiones se suma a la discriminación étnica, de clase y de género, hace difícil su vinculación a procesos de educación, trabajo, recreación y convivencia. Esto amenaza su supervivencia social y la posibilidad de reconstruir su vida dignamente, y los pone en riesgo de que los mismos o nuevos grupos armados los recluten de nuevo.

Al parecer, es más difícil el tránsito de la vida armada a la vida civil, que de sus hogares a los grupos armados. Por ello es relevante el concepto de paso a la vida civil planteado por María Clemencia Castro (2001), más que el de reintegración o desvinculación. Esto significa que los jóvenes se han separado físicamente de los grupos armados y al parecer conservan los vínculos afectivos, sociales y existenciales que los unen al grupo armado. Ellos se encuentran en el proceso de construir una vida civil sin armas, añoran de alguna manera lo que obtuvieron en el grupo, sufren por las situaciones de barbarie en las que participaron e intentan re-integrarse a una sociedad, a la que no han estado integrados previamente y que no los recibe con agrado, pues son marginalizados y discriminados. Los jóvenes excombatientes se encuentran en el proceso de construir una vida civil, sin armas y al mismo tiempo, continúan siendo guerreros, pues siguen en su lucha por la sobrevivencia física y social.

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