Como es sabido, el giro narrativo abrió un intenso debate sobre el peso de las significaciones y el discurso en la formación, control, legitimación y cambio en la sociedad. Entendemos el discurso como un enunciado de sentido práctico construido y dirigido a una audiencia que trata de explicar, discutir o presentar una realidad concreta. El discurso funciona como un potente dispositivo al poner en relación dialéctica significados, prácticas materiales y sujetos sociales. Así, la producción de sentido se manifiesta como un producto social, surge en un medio y persigue unas finalidades; de forma inversa, cualquier práctica social es indisociable de la producción simbólica, de tal manera que ambas dimensiones, prácticas materiales y significados, se entrecruzan dialécticamente (Fairclough, 1991). Esta óptica nos aleja de la opción de considerar los discursos como naturales, objetivos, necesarios o neutros; más bien, aquéllos obedecen "a razones prácticas de sujetos sociales en conflicto por la producción y distribución tanto de material como de sentido" (Alonso Benito, Fernández Rodríguez, 2013, p. 15). Por consiguiente, analizar y situar históricamente una formación discursiva nos remite a preguntar por los agentes sociales que la promueven, sus intereses y finalidades, sus valores, conocimientos, subjetividades o relaciones sociales.
El propósito general del artículo no es otro que problematizar el discurso responsabilidad social y sostenibilidad desde una perspectiva crítica -es decir, intentando evidenciar las relaciones de poder que lo atraviesan- con la finalidad de contribuir al debate sobre su pertinencia en espacios públicos bibliotecarios. Los objetivos específicos del estudio se centran, por una parte, en desvelar las contradicciones y servidumbres de una producción simbólica, presentada como neutra, al contextualizar genealógicamente su análisis en el escenario de la globalización neoliberal; por otra parte, el artículo busca poner de manifiesto la trascendencia política y educativa de la narrativa, así como valorar las relaciones, conocimientos, valores sociales, etc., que de su implementación puedan derivarse, en el marco de eficientismo académico y bibliotecario.
Desde una perspectiva crítica y social de análisis del discurso (Alonso Benito y Fernández Rodríguez, 2013; Fairclough, 1991; Wodak y Meyer, 2003), se estudian los conceptos responsabilidad social y sostenibilidad a través de una breve sociogénesis con el fin de cartografiar la historicidad del discurso y situar en una trama de relaciones agentes e intereses de producción de sentido.
Así mismo, se analiza la genealogía histórica de las conceptualizaciones mencionadas insertándolas en la coyuntura de su incorporación y recontextualización en la universidad al tiempo que se interpretan las implicaciones que puedan derivarse de su
imbricación en las estructuras institucionales y normativas que surgen en el proceso de extensión de la racionalidad económica en la universidad (Proceso de Bolonia).
Para abordar el estudio se ha seleccionado un Informe específico sobre el tema que nos ocupa de la Red de Bibliotecas Universitarias Españolas1 (Rebiun 2012) por ser el citado organismo el referente conceptual y de actuación de las bibliotecas adscritas a la universidad. El documento sobre el que se centra el análisis es: Contribución de las bibliotecas en materia de responsabilidad social y sostenibilidad universitarias, que se presenta como una fuente de inspiración, o marco, para la actuación bibliotecaria en España.
Como se ha indicado, el marco histórico aporta elementos clave para interpretar el surgimiento de discursos, su sentido, su finalidad o su adscripción a intereses concretos. Vamos a centrarnos, en primer lugar, en la sociogénesis de la parte inicial que compone el sintagma, responsabilidad social corporativa o responsabilidad social empresarial (RSC/RSE). Se trata de una noción procedente del mundo empresarial que tiene que ver con la contribución voluntaria de la empresa a la mejora y bienestar de la sociedad, más allá del cumplimiento de la normativa vigente.
Es importante constatar que la RSE, aunque surge en la primera mitad del siglo XX, se extiende con las políticas neoliberales desde el último cuarto del siglo pasado. Su difusión coincide con la globalización de la economía y los procesos de retirada del Estado social, un Estado que se inhibe de intervenir en materia de derechos laborales, sociales o medioambientales. La revitalización del discurso se produce, por consiguiente, en unas circunstancias históricas en que se dan pasos para una cesión de poder y legitimidad de instituciones públicas a entidades privadas. En un momento en el que se pasa de una situación en la que se reconoce la responsabilidad social sustentada en principios legales, de los Estados de bienestar, como mediadores entre dos fuerzas asimétricas, el capital y el trabajo, a otra en la que cambia la relación de fuerzas y en la que no sólo se desvanece el Estado mediador, sino que éste actúa como agente de propulsión de la competitividad y la forma empresa (Harvey, 2005/2009; Laval y Dardot, 2013).
Esta situación implica que el sujeto de derechos es sustituido por otro, desinstitucionalizado ya, que debe asumir que los derechos muten en riesgos, que debe gestionar de forma individual (para lo cual se le sugiere un amplio recetario, definido por conceptos como: adaptabilidad, empleabilidad, emprendeduría o aprendizaje continuo). No sólo juegan en esta dirección las fuerzas económicas: el papel del Estado es muy relevante en estos procesos de cambio porque, por una parte, desarrolla medidas que coadyuvan a destruir la responsabilidad obligatoria de las instituciones públicas derivada del cumplimiento de mandatos legales (fundados en el Derecho Público) asociados al Estado social. Por otra, como veremos, la RSE, más allá del medio empresarial, se transferirá a instituciones y servicios públicos que se apropiarán de una nueva idea de responsabilidad que se reformula en términos de voluntariedad (no sujeta al Derecho Público) y se delega su concreción a marcos de negociación entre grupos de interés.
En otras palabras, la responsabilidad social empresarial se generaliza cuando se despliega en el mundo una clara hegemonía de los intereses económicos del capital sobre las rentas del trabajo (Havery, 2009). Lo cierto es que el discurso se encuentra integrado en las corporaciones por su gran utilidad, entre otras cosas, porque el grado de responsabilidad que la empresa asume para con la sociedad es voluntario, unilateral y autorregulable2. Segundo, porque la noción puede utilizarse para limitar posibles intervenciones o controles de su actividad por instituciones públicas. También es una estrategia discursiva que puede resultar muy útil al poder económico de cara a evitar regulaciones en materia de derechos humanos, laborales y medioambientales, tanto a escala supranacional como nacional (Maira Vidal, 2013).
En este sentido, hay perspectivas que consideran viable la RSE como mecanismo mediador para el tratamiento de los problemas y los conflictos sociales a partir de la posibilidad de negociación de diferentes grupos de interés (stakeholders). Estos puntos de vista conceden un rol importante a las empresas (se presenta como heroica la imagen del emprendedor) como protagonistas del crecimiento económico y como reguladoras del orden social en las sociedades del capitalismo tardío, mientras que se adjudica un papel secundario al Estado y a las instituciones sociales, que deben adaptarse a un cambio permanente.
Estas corrientes que defienden la regulación del mundo social a partir de la hegemonía del libre mercado (que obvian otros marcos sociales que no tengan relación con el consumo u otras dimensiones humanas que vayan más allá del homo oeconomicus), y la presunta igualdad de oportunidades para negociar, obvian que no todos los colectivos o sujetos o grupos de interés están representados, tienen los mismos objetivos e intereses, y, sobre todo, que no todos detentan la misma posición de poder para negociar.
Aunque se presentan como discursos neutros obvian las relaciones de poder y los conflictos de intereses que existen en la sociedad, de forma que invisibilizan las contradicciones y la posición de supremacía de determinados grupos sociales y la vulnerabilidad de otros 3. Desde la perspectiva crítica de discurso que manejamos, la narrativa no puede desvincularse de la historia de desenvolvimiento del capitalismo y su lógica operativa, es decir, la búsqueda de beneficio como objetivo prioritario de sus promotores. Desde estas ópticas, y tras cotejar prácticas materiales y discursos, puede considerarse la responsabilidad social de las empresas como una estrategia retórica que, en última instancia, busca incrementar beneficios:
En general, el comportamiento de las empresas en materia laboral, social y ambiental no ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas, y los casos en los que esto ha ocurrido son puntuales. Esto es debido a que la RSE [responsabilidad social empresarial] no trata tanto de transformar las prácticas de las compañías como de modificar la manera en que éstas son percibidas por la sociedad. (Maira Vidal, 2013, p. 119)
Por lo que respecta a la conocida y exitosa noción sostenible o sostenibilidad su filiación es diferente: se trata de un término que nace en el siglo XVIII proveniente del campo de la economía y que recibió un fuerte impulso con el informe Nuestro futuro común (1987-1988) coordinado por Brundtland en el marco de las Naciones Unidas. Este informe puso en primer plano el objetivo del desarrollo sostenible entendiendo por tal aquel que permite "satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas". A la vez que se extendía la preocupación por la sostenibilidad, se subrayaba implícitamente la insostenibilidad del modelo económico de la civilización industrial (Naredo, 1996). Nosotros no vamos a entrar a valorar nociones o prácticas materiales relativas a ecosistemas y economía. Nos interesa referirnos al uso del concepto sostenible en el medio académico y bibliotecario.
El hecho de que la noción haya tenido un amplio eco, y se haya incorporado a modo de talismán a muchos campos, muestra hasta qué punto la batalla por las significaciones implica algo más que signos4. Esta circunstancia coloca en primer plano las potencialidades del discurso en los procesos de construcción, mantenimiento o cambio sociales. Como mantiene José Manuel Naredo (1996), buena parte del éxito y difusión de la noción se debe a su controlada dosis de ambigüedad; precisamente debido a esa falta de especificidad, la aceptación del término no ha significado, de facto, una reconsideración y reconfiguración operativa del modelo de desarrollo dominante5. Nos encontramos ante un término muy opaco que puede inducir a equívocos en su extensión al campo social y en sus formas de concreción, y por tanto entrañar incógnitas respecto a formas de entender y organizar la convivencia. Así ocurre, por ejemplo, al asociar el adjetivo sostenible a desarrollo humano: la ambigüedad en la conceptualización del sintagma genera muchas dudas respecto a las prácticas materiales específicas que puedan derivarse de su implementación social y política (Cortina, 2014)6 .
El mundo empresarial incorporará también a finales del siglo pasado la difusa idea de sostenibilidad, relacionada con vagos compromisos con el bienestar del medio. De modo que, a partir de una estrategia de recontextualización, se actualiza un discurso en el medio corporativo, conocido como triple botton line, que contempla, a la hora de hacer negocios, un juego regulado, e hipotéticamente equilibrado, de intereses (los económicos, los sociales y los ambientales).
Por lo que respecta a la incorporación de la noción en el medio universitario, los primeros referentes en Europa los fija la Estrategia de Lisboa (2000) y la Estrategia UE de Desarrollo Sostenible, de 2001 (EU2015, 2011). El mundo bibliotecario también se sumó al tren de la sostenibilidad a principios del siglo XXI. La IFLA (International Federation of Library Associations and Institutions) proclamaba la defensa y promoción de los principios del desarrollo sostenible en la Declaración de Glasgow, 2002. Como veremos, sostenibilidad y responsabilidad social se asociarán y relacionarán de forma harto borrosa.
Si la sociogénesis de la noción responsabilidad social empresarial y sostenibilidad aporta claves sobre su comprensión y sentido en general, ocurre lo propio cuando se indaga por el momento en el que las instituciones académicas y las bibliotecas universitarias comienzan a apropiarse de dicha idea. El discurso comienza a tomar cuerpo, justamente, cuando se inaugura el Proceso de Convergencia, a finales del siglo pasado; la práctica discursiva coge fuerza en la primera década del siglo XXI y, a partir de 2010, comienza a generalizarse en el ámbito universitario y bibliotecario7.
¿Por qué sugerimos que el Proceso que se inicia a finales del siglo XX en Europa funcionó como catalizador del discurso en la universidad y en sus bibliotecas? Básicamente, porque impulsó el sistema educativo, enmarcado hasta entonces en la lógica de funcionamiento del Estado social, hacia dinámicas de competitividad y mercado8. En este aspecto nos centraremos seguidamente.
El Proceso de Convergencia Europea fue un fenómeno que instauró un cierto consenso a la hora regular la relación entre el mundo productivo, la institución universidad, y las nuevas formas de poder conservadoras a través de la orquestación de dos importantes iconos discursos asociados a unas específicas formas de entender e intervenir en el mundo educativo y la cultura. Por una parte, el conocido discurso relativo a la sociedad de la información,9 que se venía gestando desde los años 70 del siglo pasado, que sustenta y legitima la forma de producir del capitalismo tardomoderno y que, a grandes rasgos, supuso la extensión y uso dominantes de la tecnología electrónica a la producción y a la sociedad. Se presenta como un discurso al margen, o por encima, de las categorías intelectuales en las que la modernidad había entendido el enfrentamiento y la forma de defender intereses sociales contrapuestos.
El discurso, retoma, una vez más, el mito mesiánico según el cual la tecnología (en este caso, la informacional) constituye la base de una sociedad sin conflicto, superada ya la etapa histórica de las ideologías, las clases y los enfrentamientos sociales (Mattelart, 2001/2007). Su repercusión en medios educativos y culturales supone la acentuación de una racionalidad sujeta a fines en detrimento de las relaciones entre sujetos para construir lo común (Habermas, 1968/1986); implica la extensión de la subordinación de las relaciones de enseñanza, de transmisión y apropiación de conocimiento a procesos cada vez más estandarizados y tecnologizados, por ejemplo a través de “cadenas de montaje virtual” (Rhoades y Slaughter, 2010, p. 53); las prácticas que el discurso condiciona, suponen, por tanto, la impulsión de medidas de gestión tecnocrática en diferentes espacios en las que la búsqueda de resultados se superpone a cualquier otra finalidad.
Junto con el discurso informacional, en los años 90, el capitalismo neoliberal promueve la narrativa de las economías basadas en el conocimiento (OCDE / GD (96)102, 1996; European Commission, 1997). El contenido del discurso, de forma sintética, contempla el conocimiento, la información o la educación en términos de beneficio y negocio. De forma que en el medio universitario su influjo y apropiación implicarán profundos cambios: la investigación se orienta hacia objetivos económicos, preferentemente; la educación es concebida en términos de inversión en capital humano, y la organización universidad y sus servicios se articulan como el modelo de empresa (Jessop, Fairclough y Wodak, 2008). Ambas formaciones discursivas, que se presentan como neutras10, se convertirán en dominantes a finales de la centuria pasada de forma que constituirán un potente dispositivo para sustentar los intereses del capitalismo informacional o cognitivo en el planeta y, por tanto, la producción de nuevas formas de exclusión social (Fumagalli, 2010; Harvey, 2005/2009; Laval y Dardot, 2013).
La ampliación del radio de acción de las relaciones de mercado al medio educativo (materializadas a través de procesos de (des) financiación o mediante la introducción del management empresarial) encauza la universidad y sus servicios hacia la competición por recursos, por clientes o por liderazgo. Debido a estas dinámicas de competencia comienzan a adquirir interés los mecanismos de captación y propaganda (marketing). Se asiste así en la universidad española del siglo XXI a un incremento notable del uso del discurso con fines de venta y promoción, como sucedió en países que habían incorporado con anterioridad el modelo empresarial a la universidad (Fairclough, 1993)11. La generalización del dispositivo del nuevo management jugó, y juega, un rol relevante para extender y naturalizar prácticas materiales, relaciones sociales o ideación de conocimientos y valores subordinados a la racionalidad de la eficiencia en perjuicio de otras formas de entender el conocimiento y de su relación con la mayoría social: así, se extienden prácticas y discursos relacionados con la cultura de la excelencia12, la emprendeduría13, o la rendición de cuentas (Sevilla Alonso, 2012).
Aunque habitualmente la nueva gestión se muestra como una herramienta neutra para modernizar las organizaciones, un análisis un poco pormenorizado la desvela como un potente dispositivo del capitalismo14 globalizado, desde una doble perspectiva, como tecnología de producción y también como mecanismo de subjetivación (Alonso Benito y Fernández Rodríguez, 2013; Boltanski y Chiapello, 2002; Han, 2014). Desde la perspectiva de tecnología de producción, la nueva gestión empresarial absorbe parte de los postulados críticos de los años 60 para integrarlos como principios organizativos de cara a incorporar a los trabajadores en el sistema de producción del capital global y legitimar así nuevas formas de explotación y dominio. De manera que hará suyas ideas como la colaboración entre trabajadores, la concesión de cierto grado de autonomía a los cuadros, el fomento de la creatividad o el difuminado de formas groseras de dominio y jerarquía.
Un aspecto relevante de la teoría de la gestión es que se basa en la concepción positivista15 y utilitarista del mundo por lo que reduce la realidad a aquello que puede ser medido, de forma que expulsa de su concepción y de sus prácticas los aspectos no reductibles a cuantificación y medida. Esta óptica, sustentada en los principios de la producción industrial, implica extender dinámicas de estandarización (mcdonalización) así como amputar dimensiones muy relevantes en las interrelaciones de enseñanza/aprendizaje (cada vez más tecnologizadas) o en las relativas a la producción, transmisión y apropiación de conocimiento, como ocurre en el medio universitario.
Como se ha avanzado, se producirá una fuerte simbiosis entre la nueva gestión y el capitalismo posfordista: el tipo de globalización económica que el neoliberalismo16 contribuyó a propagar incide en algunas nociones clave como innovación, competitividad, adaptación al cambio permanente o flexibilidad de la fuerza de trabajo que afectan de modo directo a la forma de producir, de organizarse, de relacionarse o de aprender. Estos cambios en el sistema productivo y en el orden político plantean retos tanto a sistemas educativos como a las organizaciones y empresas: se exigirán nuevas competencias y habilidades (know how) del capital humano que, en líneas generales, vienen siendo absorbidas por los nuevos curricula (Hirtt, 2009). De forma que tanto los programas universitarios como las prácticas del management empresarial coadyuvan a encauzar formas nuevas de producir, pero también de gobernar al sujeto posmoderno. En este marco de cambio permanente, las empresas y las organizaciones, mantiene la doxa, deben competir y adaptarse, innovar y aprender en un proceso de mejora continua.
Articulando los objetivos de la producción y las nuevas sensibilidades, el discurso del management va a facilitar la sustitución de los cuadros y las jerarquías de mando por líderes, coach y expertos que tienen como función no coaccionar sino movilizar las capacidades intelectuales y creativas de diferentes colectivos fomentando la intercomunicación y el intercambio de información, base de producción de plus valor. Como mantiene Han (2014), en el capitalismo neoliberal los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley en el interior de muchas empresas y organizaciones desde finales del siglo pasado. El nuevo management articulará materialmente estos principios de forma que del paradigma disciplinario se pasa a otro más blando que persigue, en última instancia, no tanto un trabajador obediente cuanto un sujeto de iniciativa y rendimiento, un individuo que hace de sí una empresa (Foucault, 1978/2009). El discurso del management empresarial, además de constituir un poderoso mecanismo enfocado a la producción, se articula como una eficaz y ergonómica tecnología de control y subjetivación17.
Como se ha visto, lejos de ser mera herramienta, el management supone introducir una racionalidad económica, un modelo de empresa, en la organización de la universidad pública y también en los servicios que presta (producción de conocimiento y docencia, básicamente). Estos fenómenos implican la aparición de una nueva casta de burócratas que se encargan de la implementación de procesos de calidad (Aróstegui, Martínez Rodríguez , 2008): elaboración de planes estratégicos, fijación de objetivos, medición de resultados, acreditaciones, evaluaciones, etc., como medio de incardinarse en el mercado. La competitividad y la comparación (benchmarking) son dos aspectos fundamentales en el contexto de la oferta y demanda del mercado educativo. La denominada transparencia de procesos o el márketing constituyen ahora mecanismos estratégicos: es una forma de rendir cuentas a stakeholders y agencias de acreditación18 y, al mismo tiempo, dentro de la lógica de extensión de mercado, son datos que el usuario/cliente, soberano en el neoliberalismo, debe conocer para ejercer su libertad de elección de mercancías educativas.
En este contexto, marcado por el régimen de verdad de narrativas hegemónicas y de dispositivos como el management, que orientan el sentido, la organización y la finalidad de la universidad en función de criterios coste/beneficio, surge y se promociona la adhesión de la universidad y sus bibliotecas a un discurso marcadamente corporativo, como es el relativo a responsabilidad social y sostenibilidad. Dándose la paradoja, además, de que la valoración o acreditación del cumplimiento de compromisos, ahora voluntarios, ligados a la responsabilidad social, tanto de empresas como de servicios e instituciones públicas, quede en manos de agencias con una clara orientación mercantil, en lugar de llevarse a cabo, en su caso, mediante una inspección pública, contrastada y no ligada a intereses económicos19. Situación que, sorprendentemente, tiende a aceptarse y naturalizarse, incluso en el medio académico.
Una vez especificada la gestación y el contexto de incorporación de las nociones en la universidad española, veamos cómo se articulan aquéllas en las bibliotecas universitarias. La Red de Bibliotecas Universitarias Españolas, contempló, no casualmente, este tema en el marco del III Plan Estratégico 2020, en la Línea Estratégica 1, “mejorar la organización, la comunicación y el liderazgo de Rebiun”. Más en concreto, en el objetivo 5, se proponía promover la integración de la biblioteca en los objetivos de la universidad, finalidad que incluye la implicación de las bibliotecas en el ámbito de la responsabilidad social en la universidad (Rebiun, 2012, p. 1)20.
¿Cómo se perfila la noción responsabilidad social y sostenibilidad por parte de la Red de Bibliotecas Universitarias? Por lo que respecta a la definición de la noción, una de las características que pueden observarse en este sentido es la ambigüedad terminológica y la falta de clarificación conceptual al respecto. Primeramente, Rebiun (2012) se distancia de la noción responsabilidad social corporativa y estima que la noción debe emigrar a sostenibilidad corporativa (Rebiun, 2012, p. 3). Y más adelante se indica que entre responsabilidad social universitaria o sostenibilidad universitaria “se opta por sostenibilidad universitaria o en su caso responsabilidad social universitaria (RSU)” (Rebiun, 2012, p. 3). Por otra parte, parece haber una intencionalidad por parte de Rebiun por hacer bascular la noción responsabilidad social, asociada a la idea de cierto activismo histórico bibliotecario21, hacia la noción más difusa de sostenibilidad:
La preferencia por la noción de sostenibilidad en detrimento del de responsabilidad tampoco resulta extraña a las bibliotecas. Así, hay que recordar que en sus inicios el concepto de responsabilidad social de las bibliotecas estuvo estrechamente asociado a aspectos fundamentalmente sociales referidos a la lucha contra la discriminación, la atención a colectivos específicos, la lucha contra el sida, la igualdad de oportunidades, el acceso libre e igualitario a la información. Estas preocupaciones sociales de las bibliotecas, aunque sin duda alguna loables, no son suficientes en términos de sostenibilidad y responsabilidad social tal como se entiende en la actualidad. (Rebiun, 2012, p. 4, resaltado en el original)
Sin embargo, el documento no especifica conceptualmente el sintagma responsabilidad social y sostenibilidad quizá porque, como Rebiun manifiesta en las conclusiones del Informe, los conceptos que lo forman pueden tener múltiples significados y, sobre todo, que éstos son cambiantes: “conceptos muy conectados entre sí que carecen de una definición única y que, además, están en evolución” (Rebiun, 2012, p. 13). Tampoco la Comisión técnica de la Estrategia Universidad 2015 aporta elementos de aclaración:
Cabe definir la responsabilidad social del sistema universitario como una re-conceptualización del conjunto de la institución universitaria a la luz de los valores, objetivos, formas de gestión e iniciativas que implican un mayor compromiso con la sociedad y con la contribución a un nuevo modelo de desarrollo más equilibrado y sostenible [...] Es cierto que, al igual que sucede con la responsabilidad social de las empresas, la referida a las universidades dista de contar con una definición precisa o unívoca […] Las universidades se refieren a este nuevo campo de interés recurriendo a muy distintas denominaciones. Así, es frecuente la utilización de los términos sostenibilidad o desarrollo sostenible, con un contenido casi equivalente al de responsabilidad social, englobando múltiples actuaciones llevadas a cabo en este terreno. En otras ocasiones, sin embargo, se emplea estos dos últimos términos limitándolos sólo a la dimensión ambiental. (EU2015, 2011, pp. 33-34)
Esta manifiesta indefinición entraña una profunda ambigüedad en relación con por qué o para qué deben desarrollarse unas prácticas materiales ligadas a supuestos compromisos muy positivos, pero muy vagamente formulados, con la economía, con la sociedad o con el medio, tanto en la universidad como en sus bibliotecas.
En cuanto a la implementación de las prácticas relativas a responsabilidad y sostenibilidad, en sintonía con el marco general de Convergencia Europea y el más específico de la Estrategia Universidad 2015 (Ministerio de Educación, 2010) que identifica en la “tercera misión” universitaria, junto con la transferencia de tecnología y conocimiento, el discurso de la responsabilidad social, se promueven en la universidad en términos de transversalidad, flexibilidad, adaptación y cierta autonomía (de gestión) en cada contexto específico, buscando la máxima participación de los grupos de interés, tanto internos22 como externos a la institución. En los documentos citados se proyecta la idea de una universidad con estilo empresarial que se embarca en proyectos y que remite a la formulación de la responsabilidad social empresarial en cuya implementación participan diferentes agentes sociales, presuponiendo objetivos comunes, no conflictivos:
Se debe promover una concepción de la responsabilidad social y sostenibilidad universitaria participativa, dialogada y plural, en estrecho contacto con la comunidad universitaria, con los agentes y órganos protagonistas del SUE [Sistema Universitario Español] y con las principales partes interesadas. (EU2015, 2011, p. 18)
Es deseable que los compromisos en este terreno [responsabilidad social y desarrollo sostenible] se amplíen también al conjunto de la cadena de proveedores, subcontratas, y entidades con las que colaboran estas instituciones, considerando, de forma destacada, tanto los aspectos sociales como económicos y ambientales. (EU2015, 2011, p. 39)
En el caso de los servicios bibliotecarios, Rebiun propone un doble plano de actuación: uno en el que la actividad bibliotecaria participaría de las iniciativas institucionales relativas a la noción estudiada y otro, más específico, de integración del discurso en la práctica bibliotecaria (Rebiun, 2012, p. 6).
Si tomamos como indicador del proceso de asunción del nuevo management empresarial el uso del significante calidad y las prácticas materiales, relaciones o valores que conlleva e implica, habremos de convenir que la difusión del management en el medio bibliotecario adquiere carta de naturaleza institucional a principios del siglo XXI contribuyendo a ello la promoción de prácticas discursivas, como Jornadas específicas sobre este tema organizadas por Rebiun23 o la inclusión del discurso en planes estratégicos del citado Organismo24. Por consiguiente, un campo como el bibliotecario, con una proyección eminentemente tecnicista, que se mostró muy receptivo a la propagación de la gestión tecnocrática empresarial25, contaba ya, como la propia institución universitaria, con un marco de anclaje que condicionará la recepción y desarrollo de discursos como el que analizamos.
Rebiun (2012), siguiendo las pautas de la Comisión Técnica Estrategia 2015, contextualiza la articulación del discurso en el marco de la triple cuenta de resultados, un concepto procedente del mundo empresarial, como se ha visto, cuya lógica de eficiencia en una organización o empresa se mide por la relación coste/beneficio, aunque tenga en cuenta esa triple dimensión a la hora de operar:
Partiendo de esta realidad podemos analizar la integración de la sostenibilidad en las bibliotecas basándonos en el marco conceptual de la “triple cuenta de resultados” (triple bottom line) que concibe la sostenibilidad en torno a tres dimensiones: social, económica y ambiental (Rebiun, 2012, p. 3).
Esta óptica se articula en el contexto de la nueva gestión que hemos visto incorpora la universidad española y sus servicios a partir de las dinámicas de convergencia con Europa. E implica, como es sabido, procesos de monitorización, de calculabilidad, de acreditación, etc., permanentes asociados a procesos de valorización y promoción de la empresa u organización en un contexto de ampliación de la lógica de mercado al medio educativo:
La definición por parte de las universidades de su responsabilidad social, así como la sostenibilidad del sistema universitario, deben acompañarse de una aplicación rigurosa y sistemática de las mismas, tanto por lo que hace a su diseño como por su seguimiento y verificación. El objetivo ha de ser conseguir la sistematización de dicha aplicación, favoreciendo su posible certificación y eventual acreditación y, con ello, la institucionalización y puesta en valor (EU2015, 2011, p. 18).
Por consiguiente, el enfoque desde el que se propone articular responsabilidad social y sostenibilidad en las bibliotecas es equivalente al del mundo empresarial. Cabe destacar que de la misma forma que hay una ambigüedad constante respecto del concepto sostenibilidad, o del conjunto del sintagma a que se asocia, también puede observarse, tanto en el documento elaborado por la Comisión Técnica (EU2015, 2011), como en el Informe de Rebiun (2012), la difusa diferenciación entre el mundo de las empresas y las organizaciones públicas, en la línea de actuación propuesta por la Unión Europea; de manera que en dichos documentos se difuminan las fronteras entre entidades privadas, definidas por el ánimo de lucro, de los referidos a las instituciones públicas, articuladas en torno al Derecho Público (o ideas como una racionalidad no sujeta a fines, ética de la equidad, participación intersubjetiva para construir la esfera pública, etc. [Habermas, 1986])26.
Efectivamente, la supeditación de la práctica discursiva a la racionalidad económica se constata en el Informe de Rebiun (2012). Por ejemplo, cuando liga la noción sostenibilidad a sostenibilidad financiera, o supervivencia, basándose argumentalmente en el fenómeno de la crisis:
Hay que considerar que una gestión responsable de las finanzas bibliotecarias es de crucial importancia en un momento como el actual marcado por la crisis económica. Una gestión eficiente y responsable de los recursos presupuestarios bibliotecarios tiene implicaciones sociales en la medida en que el gasto educativo interesa al conjunto de la sociedad. Por ello se puede considerar que la sostenibilidad financiera de las bibliotecas constituye una actuación socialmente responsable al estar relacionada con la supervivencia y mejora de la educación superior y la investigación. (Rebiun, 2012, p. 4, cursivas propias)
En el párrafo anterior, puede interpretarse el contenido que Rebiun asigna a gestión responsable: aquélla que es eficiente y que busca la sostenibilidad [financiera] de las bibliotecas27. En esta línea argumentativa, la Red de bibliotecas apunta que el gasto educativo [público] incumbe a toda la sociedad de igual forma (al conjunto de la sociedad), cuando es evidente que "la sociedad", en abstracto, no existe: no todos los grupos o clases sociales tienen los mismos intereses, el mismo status o el mismo poder [por lo que a todos ellos no afecta de la misma forma la existencia o no de servicios públicos o el tipo de prestaciones que puedan desarrollar]. También procede llamar la atención sobre cómo desde el enunciado de Rebiun se muestra de forma naturalizada la crisis28 en repetidas ocasiones, de forma que es utilizada como argumento para justificar la necesidad de aplicar una eficiencia financiera:
El actual contexto de crisis económica obliga a gestionar de forma responsable las finanzas universitarias, requiriéndose planteamientos más eficientes […] Las repercusiones de la crisis financiera sobre los presupuestos universitarios están afectando muy negativamente a las contrataciones de recursos-e por parte de bibliotecas y consorcios. (Rebiun, 2012, p. 10)
En esta exposición se encuentra un implícito: se propone que una actuación responsable de las bibliotecas en relación con la sostenibilidad financiera sería aquélla que es conforme con la (des)financiación actual, con no aumentar el gasto público29; lo que podría interpretarse como una forma de legitimar los recortes de las inversiones que se vienen produciendo en la educación superior30. La formulación retórica responsabilidad social y sostenibilidad se construye dentro de la lógica de la racionalidicad económica imperante, presentada como realidad natural, no como socialmente construida, y, por tanto, naturaliza la exclusión y la marginación social, de forma que permite calificar de ideológico el discurso en los términos que ya se han explicado (Eagleton, 1991/1997, p. 24).
Por consiguiente, debe cuestionarse, a nuestro entender, la pertinencia del discurso, las prácticas, los valores, las relaciones, etc., que promueven en la universidad pública y sus bibliotecas porque la noción coadyuva a potenciar la asociación reduccionista sociedad/mercado y a difuminar la función del Estado como garante de bienestar social al tiempo que pone de manifiesto el riesgo de desmantelamiento de los marcos de responsabilidad colectiva. El compromiso de la universidad con la sociedad debería articularse sin ambiguiedades, como mantiene Sousa Santos (2007, p. 75):
Es crucial que la apertura al exterior no se reduzca a la apertura al mercado y que la universidad se pueda desenvolver en este espacio de intervención de modo que se equilibren los múltiples intereses, incluso contradictorios, que circulan en la sociedad, y que, con mayor o menor poder de convocatoria, interpelan a la universidad.
En este estudio se ha problematizado desde perspectivas críticas del discurso la adopción de la noción responsabilidad social y sostenibilidad por las bibliotecas universitarias españolas. Su sociogénesis histórica indica que la universidad y la biblioteca académica se apropian del relato tras las políticas de extensión de competencia y mercado que inaugura el Proceso de Convergencia Europea.
Su asunción en el medio académico supone aceptar, al menos en parte, el proceso de desinstitucionalización del sistema educativo como un sector del Estado social. Este hecho implica por parte de la universidad y sus servicios asumir un nuevo status (el de funcionar como empresa en competencia con otras) desde el que se reformula, de forma subsidiaria, una responsabilidad, voluntaria ahora, sujeta a negociación (obviando por tanto marcos de Derecho Público).
Nuestro análisis pone de manifiesto que el discurso responsabilidad social y sostenibilidad se enuncia de manera equívoca y vaga, de forma que puede ser utilizado para legitimar los recortes en la financiación de las instituciones públicas. El hecho de que se articule dentro de la lógica operativa del management indica que la noción y las prácticas relativas a responsabilidad social y sostenibilidad, aparentemente al servicio del medio y de toda la sociedad, se supeditan a la racionalidad económica en detrimento de necesidades de los sectores sociales más desfavorecidos, así como al cumplimiento de objetivos de promoción y venta de una universidad impelida a comportarse como una empresa.
Cabe leer, entonces, responsabilidad social y sostenibilidad como un discurso sesgado que puede utilizarse para justificar la desregulación de la educación superior pública y sus servicios a partir de su desfinanciación, por una parte, y de la introducción de mecanismos de gestión empresarial, por otra (i.e., prioridad a la relación coste/beneficio en su lógica operativa, importancia de dinámicas de promoción y propaganda, etc.). La práctica discursiva analizada contribuye así a profundizar las relaciones de mercado en el medio académico-bibliotecario y a difuminar las fronteras entre esfera pública y espacios de negocio.
El procedimiento analítico utilizado pone de manifiesto la relevancia política de la producción de sentido en nuestra sociedad, y en el ámbito académico en particular, y permite catalogar responsabilidad social y sostenibilidad como un discurso ideológico al establecer un sistema de significados y valores, aparentemente aséptico, que tiene una repercusión práctica de dominio y exclusión social (al estructurar marcos de referencia de los sujetos, proyectar conductas o generar expectativas que reproducen y benefician los intereses y privilegios de los grupos dominantes).
Sigue siendo un desafío ineludible para la universidad pública del siglo XXI y sus bibliotecas enunciar, reinventar, otros discursos de forma no subalterna y conformista con los imaginarios hegemónicos, de manera que posibiliten prácticas emancipatorias más que de exclusión, si quiere legitimarse socialmente y proyectarse como bien común. Ese objetivo nos alejaría tanto del ideal de una universidad y sus bibliotecas al servicio de la reproducción de las estructuras sociales como de una institución dependiente del capital. Así, siguiendo a Adela Cortina (2014), sería recomendable sustituir el discurso responsabilidad social y sostenibilidad por el de justicia, derechos, ciudadanía; de la misma forma sería aconsejable usar el sintagma sostenibilidad ambiental y desarrollo humano en lugar de desarrollo sostenible.
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