Los movimientos sociales como contextos emocionales: el impulso emocional en la evolución del movimiento lingüístico vasco

Social movements as emotional contexts: the emotional drive in the Basque linguistic movement

  • Ane Larrinaga Renteria
Este artículo constituye una reflexión sobre algunas de las funciones que realizan las emociones en la construcción y mantenimiento en el largo tiempo de la acción colectiva de los movimientos sociales. Partiendo de un estudio de caso, hemos aplicado el instrumento conceptual conocido como “Frame Analysis” al estudio de los sucesivos marcos discursivos producidos por el movimiento lingüístico del País Vasco entre las décadas de los 80 y 2000. Con la ayuda de técnicas cualitativas, a través de entrevistas en profundidad realizadas a activistas cualificados del movimiento y el análisis de documentos producidos por aquél, hemos identificado los contextos emocionales asociados a los discursos y significaciones generados por el movimiento en diferentes momentos. La activación de los componentes emocionales ha facilitado tanto la solidaridad interna como la adhesión externa al movimiento y, en definitiva, ha favorecido la sostenibilidad en el largo plazo de un movimiento crecientemente institucionalizado y profesionalizado.
    Palabras clave:
  • Emociones
  • movimientos sociales
  • marcos discursivos
  • movimiento lingüístico vasco
This article is a reflection on some of the functions that the emotions perform in constructing and maintaining the collective action of social movements in the long term. Based on a case study, we applied the conceptual instrument known as “Frame Analysis” to the successive discursive frames produced by the linguistic movement of the Basque Country between the 1980s and the first decade of 2000. With the aid of qualitative techniques, consisting in in-depth interviews conducted with qualified activists of the movement and an analysis of documents it produced, we identified the emotional contexts associated with the discourses and meanings generated by the movement at different times. Activation of the emotional components aided both the movement’s internal solidarity and external adhesion and, in short, favored the long-term sustainability of an increasingly institutionalized and professionalized movement.
    Keywords:
  • Emotions
  • Social Movements
  • Discursive Frames
  • Basque Linguistic Movement

1 Introducción

La racionalización de la vida social y política como elemento vertebrador de la cultura moderna ha traído consigo una diversidad de efectos, tanto de orden político como cognitivo. Por un lado, el proceso de “vaciamiento emocional” de la vida pública, de las instituciones sociales y de la experiencia subjetiva; por otro, la reticencia sistemática a la toma en consideración de los factores emocionales en el estudio de la vida social y, en general, en el propio proceso de producción del conocimiento. Las emociones han estado, si no estigmatizadas, sí al menos olvidadas durante largo tiempo en la esfera social y en la académica. En este contexto racionalista, la atribución de sobrecarga emocional a determinados movimientos sociales, como son los movimientos de mujeres o aquellos que tienen una dimensión étnica (los movimientos lingüísticos, entre otros) ha sido una de las argumentaciones utilizadas a menudo en los discursos sociales para la descalificación de la acción colectiva desarrollada por éstos, para su deslegitimación política o, en último extremo, para su retiro a los confines categoriales del comportamiento irracional en el ámbito del análisis social. Tal y como recuerda Craig Calhoun (2001), la gran división emocional/racional no es un simple régimen neutro de descripción, sino que se inserta en una matriz de polaridades clasificatorias de gran resonancia cultural: las dicotomías del cuerpo y el espíritu, la pasión y la razón, lo individual y lo colectivo, lo particular y lo general, lo privado y lo público, lo masculino y lo femenino, la razón de las élites y las cóleras de las masas, están implicadas en ella.

Tomando como objeto de estudio la evolución del movimiento lingüístico vasco desde la década de los 80 hasta el 2000, pretendemos mostrar que la intervención de las emociones y componentes afectivos en las decisiones y orientación de la acción colectiva de un movimiento no es discordante con su progresiva racionalización e institucionalización, ni con el desarrollo cognitivo, la planificación sistemática y consecución de retos estratégicos. A través del análisis de los procesos de enmarcación discursiva que ha realizado el movimiento lingüístico vasco (ML, en adelante) para adecuarse a escenarios sociales y políticos cambiantes en la sociedad vasca, y las consecuencias que han tenido en su acción colectiva, intentamos mostrar que: (1) las emociones son un factor motivador de la acción colectiva, (2) que poseen un fuerte impacto en la construcción de la cohesión interna de los grupos movilizados, pero, pueden ser igualmente factores aceleradores de división y desagregación en los momentos de desacuerdo o conflicto interno, (3) que son la base de elecciones estratégicas y (4) que incluso en los contextos más institucionalizados nutren de energía a la acción colectiva del movimiento y le proporcionan adhesión social, ayudando a la sostenibilidad del movimiento a lo largo del tiempo.

Siguiendo la propuesta metodológica de James Jasper (2011) de que cualquier técnica utilizada para explicar significados puede adaptarse al estudio de las emociones y de que, como analistas, debemos emplear términos lingüísticos para aprehenderlas, se

han utilizado técnicas cualitativas para la producción de los datos que sustentan el análisis. Estos datos han sido recogidos, en primer término, de las entrevistas realizadas a informantes provenientes de distintas organizaciones y sensibilidades del ML. Se han realizado 10 entrevistas en profundidad semi-estructuradas en torno a la evolución del movimiento. Las personas informantes han sido seleccionadas, en primer lugar, en función de su posición cualificada dentro de las organizaciones del ML; todas ellas poseen una larga trayectoria tanto en el plano activista como en el rol de expertos, intelectuales, técnicos y divulgadores con amplia presencia en la esfera pública vascoparlante, lo que les permite mantener una perspectiva reflexiva de la evolución reciente de éste. En segundo lugar, han sido elegidas en función de su pertenencia a organizaciones que impulsan estrategias diferenciadas en cuanto a la acción colectiva del movimiento y las relaciones de éste con los poderes públicos. En este sentido, se ha buscado registrar discursos que reflejen la máxima diversidad posible. La segunda estrategia de obtención de datos ha sido la revisión y análisis de material documental proveniente de diferentes organizaciones y entidades que forman parte del movimiento. Hemos constituido la muestra de entidades y organizaciones en función de la relevancia atribuida a aquéllas en referencia a los fines de la investigación. Y hemos procedido a la revisión y registro de las páginas web de las organizaciones Soziolinguistika Klusterra, Euskaltzaleen Topagunea, Euskararen Gizarte Erakundeen Kontseilua, Tokikom, Euskal Herrian Euskaraz, así como de documentos publicados por estas y otras entidades.

A partir de los datos mencionados, y tomando como punto de partida el estudio de la evolución del movimiento lingüístico vasco, en el texto que sigue planteamos una reflexión sobre algunas de las funciones que realizan las emociones en la construcción y mantenimiento en el largo tiempo de la acción colectiva de los movimientos sociales.

2 Emociones y teorías sobre los movimientos sociales

En la última década los estudios del afecto y las emociones han comenzado a emerger en las ciencias sociales, atendiendo a nuevas y diversas propuestas para repensar la realidad social. Este conjunto de propuestas se ha conocido bajo el nombre de Affective Turn o giro afectivo (Lara y Enciso, 2013). La integración de las emociones en el análisis social ha supuesto la ruptura de la concepción que identificaba la emoción con lo irracional. Las actuales investigaciones realizadas tanto en el campo de las neurociencias como en la psicología y las ciencias sociales parecen confluir en la idea de que existe una estrecha relación entre la cognición y la emoción, más aún, entre la razón y la emoción: la neurociencia revela que los sistemas cerebrales que se ocupan conjuntamente de las emociones y las tomas de decisiones participan en la gestión de la cognición y el comportamiento sociales (Damasio, 1994/2006). Sin duda, tales desarrollos interdisciplinares están facilitando un cambio en la epistemología de las ciencias sociales (Maiz, 2010).

De las diferentes teorías establecidas para entender las emociones, la que prevalece hoy en día es la llamada teoría cognitivista, según la cual las emociones tienen un sustrato cognitivo y no meramente sensitivo (Camps, 2011). Frente a los planteamientos dualistas que han reinado largo tiempo en el pensamiento occidental, la teoría cognitivista recoge la simbiosis entre sentimiento e intelecto, entre cuerpo y mente, entre naturaleza y cultura. En contra de las perspectivas meramente fisiológicas de las emociones, las teorías cognitivistas propugnan que la estructura de las emociones está constituida por creencias, juicios o cogniciones, además de los deseos. De ahí su carácter irreductiblemente social (Gros, 2006) y también histórico, puesto que son construcciones culturales que solo adquieren significado en el marco concreto de un determinado contexto cultural que define los parámetros del régimen emocional vigente, disponiendo quién debe y puede sentir qué tipo de emoción en qué circunstancia (Mees, 2015). En efecto, el enfoque estrictamente biológico naturaliza las emociones y les atribuye una cualidad de sustancia, es decir, un estado inmutable que se encuentra de la misma manera y bajo las mismas circunstancias en la unidad de la especie humana. Pero, las emociones y los sentimientos no son sustancias transferibles de un individuo a otro ni de un grupo a otro, sino que son relaciones y, por tanto, producto de una construcción social y cultural (Le Breton, 2013). Las emociones responden a una actividad cognitiva y a las interpretaciones que las personas hacen de las situaciones sociales. Estas situaciones siempre son interpretadas a través de un sistema de conocimiento y de valores, de un código cultural vigente. El significado atribuido a la situación establece el tipo de emoción experimentada, de tal manera que la emoción es una modalidad de sentido (Le Breton, 2013). Las emociones sentidas, percibidas y expresadas por las personas forman parte del repertorio cultural del grupo social al que pertenecen: las emociones son modos de afiliación a una comunidad social, una forma de reconocerse y poder comunicar. Aunque puede haber lugar para las variaciones individuales, los sentimientos convenientes a unas circunstancias sociales concretas se aprenden en la socialización emocional (Duperré, 2008). De esa inscripción cultural y social deriva también la dimensión necesariamente normativa de las emociones (Sommier, 2015).

Una de las herencias del giro cultural acontecido en el campo de los movimientos sociales ha sido el redescubrimiento de las emociones en la investigación reciente de este ámbito (Goodwin y Jasper, 2006). Como recuerda Theodore Kemper, los movimientos son contextos sociales rebosantes de emociones. Sin emociones implicadas en el entorno del movimiento, en su dinámica y estructura, sería difícil explicar cómo surgen los movimientos, cómo acumulan diversos niveles de apoyo, mantienen ese soporte durante prolongadas etapas de acción colectiva y proveen medios para reclutar y mantener miembros activos y públicos favorablemente dispuestos (Kemper, 2001). El papel de las emociones en los procesos cognitivos a través de los que las personas interpretan el mundo y le otorgan sentido, hace que su estudio sea imprescindible en el estudio de la protesta y de los movimientos sociales (Poma y Gravante, 2013). En consecuencia, los paradigmas dominantes en el estudio de los movimientos sociales están siendo reexaminados en los últimos años, en la medida en que los modelos tradicionales de racionalidad instrumental, al obviar el componente emocional, no siempre han explicado satisfactoriamente la activación de los participantes en los movimientos (Goodwin, Jasper y Polletta, 2001) ni los significados atribuidos a su acción. El pragmatismo, el feminismo y otras tradiciones han promovido un replanteamiento del estudio de la acción colectiva, especialmente a través del redescubrimiento de las emociones y de una mayor atención a los contextos culturales y locales (Jasper, 2012; Latorre, 2005). Prácticamente todos los modelos teóricos y los conceptos usados en las teorías culturales (por ejemplo, el modelo de la identidad, los marcos discursivos, las narrativas) estarían mal encuadrados si no incluyeran explícitos mecanismos causales de tipo emocional (Jasper, 2011). El construccionismo cultural ha ofrecido herramientas útiles para comprender las emociones en la acción colectiva, especialmente al proponer que las emociones forman parte de la cultura junto con la cognición y la moralidad. De esta forma, los mecanismos emocionales han podido detectarse como subyacentes a numerosos procesos que de otra manera hubieran sido asumidos únicamente como cognitivos (por ejemplo, el alineamiento de marcos o la identidad colectiva) o como estructurales (las oportunidades políticas y el sistema social) (Jasper, 2012).

Por otro lado, las modernas teorías sociológicas sobre emociones con potencial interés para la investigación de los movimientos sociales no se limitan únicamente al ámbito cultural, sino que también comprometen la estructura social (Goodwin y Jasper, 2006). La concepción estructural de las emociones examina los vínculos entre relaciones sociales y emociones, más concretamente, aquellas condiciones sociales estructurales que explican el surgimiento de determinados tipos de emociones que pueden provocar el cambio o el mantenimiento de la estabilidad social. Desde esta perspectiva interesa estudiar, por ejemplo, qué tipo de condiciones sociales provocan emociones que ayudan a la emergencia o el reclutamiento de los movimientos, o a mantener a éstos unidos durante largos períodos de tiempo. El nivel de poder y estatus social que detentan los diversos grupos en la sociedad constituyen las dimensiones fundamentales de las relaciones sociales que interesan en esta perspectiva (Kemper, 2001; 2006).

La aproximación estructural a las emociones permite interpretar los procesos de enmarcación que realizan los movimientos en su significación relacional y, por tanto, prever y analizar las emociones implicadas en ellos. Sin lugar a dudas, los movimientos sociales suelen ser portadores de creencias e ideas. Además, constituyen agentes de cambio activamente implicados en la producción y atribución de significados tanto para las personas implicadas en ellos como para el resto de la sociedad. Mediante esta función de significación, los movimientos estructuran y moldean los discursos disponibles en la sociedad, “enmarcan” y atribuyen sentido, interpretando los acontecimientos que consideran relevantes y situándolos en un contexto discursivo o marco de interpretación determinado (Benford y Snow, 2000; Hunt, Benford y Snow, 1994; Snow y Benford, 1988). La acción de enmarcar tiene por objeto establecer estructuras cognitivas que guían la percepción y representación de la realidad social. Más específicamente, Snow y sus colegas diferencian la llamada enmarcación de diagnóstico (los términos de la definición del problema), de pronóstico (la resolución que el movimiento plantea) y la enmarcación motivacional (que lleva a las personas a implicarse en la acción colectiva). Este último proceso está especialmente relacionado con las emociones (Goodwin y Jasper, 2006; Goodwin, Jasper y Polletta, 2001). A pesar de que los teóricos de la enmarcación han puesto el acento en el carácter cognitivo del proceso, la construcción y alineamiento de marcos discursivos por parte de los movimientos sociales no puede más que comportar un importante componente emocional, aunque éste haya sido obviado hasta ahora (Jasper, 1998; Goodwin et al., 2001). De este modo, ampliar un marco interpretativo, conectar dos o más marcos ideológicamente congruentes o transformar un marco, implica no sólo reorientar el conocimiento sino también las emociones comprometidas en las nuevas condiciones relacionales de poder, estatus, etc. La transformación de un marco es, esencialmente, una transformación emocional, pues la reorientación del conocimiento de la agencia va a reconstituir también las emociones en el escenario relacional dado (Kemper, 2001).

3 La fractura afectiva en el movimiento lingüístico vasco: la crisis del marco reivindicativo heredado del franquismo

La acción colectiva a favor de la lengua vasca (euskara) tiene sus orígenes en los años 60 y 70. En las décadas posteriores a la guerra civil, la represión lingüística y cultural ejercida por el régimen de Franco sobre toda manifestación de la lengua y la cultura vascas visibilizó en la sociedad vasca la percepción de persecución, y ayudó a elaborar y extender en el conocimiento de sentido común de una gran mayoría social un “marco de injusticia” (Gamson, 1992). Se produjo lo que Ander Gurruchaga (1985) llama la “dramatización de la lengua”, un proceso de pérdida de funcionalidad que fue traumático y autoconsciente (Pérez Agote, 1984), que, desde un punto de vista cognitivo y emocional, produjo un “shock moral” (Jasper, 1997) y que hizo que a partir de entonces la lengua vasca adquiriera una importante sobrevaloración simbólica (Pérez Agote, 1984; Tejerina, 1992). De forma paradójica, al mismo tiempo que la represión lingüística generaba tal percepción de privación, también originó la difusión de emociones negativas sobre la lengua, constituidas por significados socialmente compartidos. Las prohibiciones oficiales expresas sobre su uso, las sanciones impuestas y las descalificaciones públicas por parte de los agentes sociales que detentaban la autoridad política y el prestigio social, implicaban necesariamente una política dirigida al descrédito y a la indignidad de los potenciales hablantes, minando la autoestima de éstos. Así, los sentimientos de frustración, de falta de confianza, de desprestigio y vergüenza, asociados a la lengua vasca y a sus hablantes, presidieron la socialización de gran parte de las nuevas generaciones de la posguerra en el País Vasco; al idioma vasco se le atribuía ser una lengua tosca propia del mundo rural y, por ello, estar invalidada para la vida moderna y la cultura. En este sentido, es preciso subrayar que la reputación es uno de los móviles más comunes de la acción de las personas, puesto que está relacionada con el reconocimiento de la propia humanidad.

Es sabido que muchos movimientos de protesta giran en torno a los intentos de transformar la vergüenza en orgullo (Jasper, 2011). Como señala Victoria Camps, en las situaciones de desigualdad social, no sólo los recursos sociales sino también las emociones están distribuidas de desigual manera: algunas personas monopolizan el orgullo y otras no encuentran nada en sí mismas que merezca ser exaltado (Camps, 2011). Ciertamente, las causas del orgullo y de la vergüenza no son naturales, sino sociales (Gross, 2006) y están directamente relacionadas con la estructura social y las relaciones de poder que de ella se derivan, puesto que las emociones negativas acompañan el déficit de poder y estatus de determinados grupos sociales. Justamente, el ML partió de esas percepciones y sentimientos, e intentó revertirlos. Para iniciar esa reversión hizo falta que aparecieran en la escena social de los años 60 y 70, generaciones de jóvenes provenientes de medios urbanos, provistos de un capital cultural significativo, capaces de hacer frente a las relaciones de poder vigentes, y de cambiar el marco discursivo dominante y la atribución de responsabilidades. En efecto, cuando el déficit de poder se atribuye a uno mismo, la emoción dominante es la vergüenza. Pero cuando se atribuye al otro, surge el enfado (Kemper, 2001) y la posibilidad de movilización y cambio.

Yo me doy cuenta de que este pueblo ha necesitado recuperar su autoestima, recuperar su autoconfianza. Y creo que una de las claves ha sido, por ejemplo, el discurso del movimiento (…) “debemos hacer una creación sin vergüenza, incluso vanguardista. Se puede hacer vanguardia en euskara (…) hacer cultura extraordinaria sin complejos” (…) Esos factores cualitativos que no se ven, la autoestima, visualizar que somos una cultura, visualizar que tenemos futuro (…) esa función de autoconfianza de la comunidad vascoparlante (Entrevistado nº 2, entrevista personal, abril de 2015, traducción propia).1

Las nuevas generaciones integraron el discurso reivindicativo sobre la lengua vasca en el marco más general del discurso nacionalista vasco. El movimiento por la lengua vasca desarrollado en los años 60 y 70, estrechamente ligado al resurgir del movimiento cultural y político nacionalista que comenzó a finales de la década de los 50, definió la lengua vasca como símbolo y referente nuclear de la identidad colectiva vasca; al hacerlo, atribuyó un valor político añadido a la lengua, superpuesto a su función comunicativa. La lengua vasca ha poseído y posee, pues, un fuerte valor simbólico y de identificación afectiva, que en esta época predominaba sobre su valor pragmático (Tejerina, 1992), y que ha permitido la adhesión de muchas personas que no son hablantes a la causa lingüística e identitaria. Por otro lado, la solidaridad social y la adhesión afectiva que generó el movimiento ML fueron más allá de sus miembros activos, puesto que el discurso y la acción del movimiento se encontraban en la misma sintonía que otros movimientos y fuerzas políticas antifranquistas, que participaban de un marco de interpretación general —un master frame más amplio (Snow y Benford, 1992)— de reivindicaciones democráticas opuestas a la dictadura. De esta manera, en los últimos años del franquismo y en los primeros de la transición “el problema lingüístico” aparece situado en el marco político general, más aún, en el contexto del conflicto político y de la lucha antifranquista, en el que la representación de una lucha de resistencia y la energía emocional asociada a ella se muestran de forma manifiesta. El ML aparecía como catalizador y gran beneficiario de esa fuerza afectiva, que alimentó la acción colectiva de éste en momentos en que la estructura de oportunidad política era totalmente desfavorable. La unificación lingüística, la creación de escuelas en lengua vasca (ikastolas) y el inicio de la enseñanza de euskara a adultos fueron algunos de los hitos del ML en esos años.

Me parece que es casi cuestión de energía (…) Mirando hacia atrás es increíble con qué energía y fuerza actuaron los movimientos sociales a favor del euskara (…) Cuando faltan recursos, entonces surge la fuerza (…) el movimiento por las ikastolas es ejemplo de ello (…) Se hicieron muchos imposibles. Entonces, yo valoro mucho la energía, la alegría de vivir, esas ganas de vivir, porque después se han convertido en valores en nuestra sociedad (…) las ikastolas, la alfabetización y la enseñanza de la lengua a adultos, las asociaciones locales pro euskara… (Entrevistado nº 7, entrevista personal, mayo de 2015, traducción propia).

La transición política trajo consigo la crisis del movimiento. En efecto, el cambio político que se inauguró en España tras la muerte de Franco supuso la división de las fuerzas nacionalistas vascas en función de las distintas estrategias que adoptaron ante la institucionalización autonómica. La ruptura interna del nacionalismo vasco, principal base social del ML, trajo graves consecuencias para el movimiento e invalidó la lógica que había guiado su actividad hasta ese momento. La crisis se vivió como un cisma político que comprendía una dimensión afectiva muy importante; siendo como es una de las claves de la nación su dimensión emocional y vivencial (Connor, 1994/1998), la división política implicaba la quiebra simbólica de la representación comunitaria que había caracterizado al universo nacionalista vasco hasta entonces. El dolor, el enfado y el desánimo cundieron entre las bases de un movimiento dividido e internamente enfrentado.

Se produce una atomización (…) siendo el País Vasco tan pequeño (…), al final, estamos en familia (Entrevistado nº 7, entrevista personal, mayo de 2015, traducción propia).

El proceso de esos años [lo viví] con dolor, como una especie de fracaso histórico (Entrevistado nº 4, entrevista personal, abril de 2015, traducción propia).

En los 80 no se podía trabajar conjuntamente. En la década de los 80 aquí hay un conflicto. Y ese conflicto tiene una gran incidencia en el movimiento cultural y lingüístico (Entrevistado nº 8, entrevista personal, mayo de 2015, traducción propia).

La progresiva institucionalización autonómica significó la apropiación por parte de las nuevas instituciones autonómicas de lo que habían sido los ámbitos de actuación de la acción colectiva en el marco de la sociedad civil. Las políticas desarrolladas por las instituciones, entre otras, las políticas culturales y lingüísticas, desplazaron progresivamente la acción colectiva de las iniciativas populares. La recuperación lingüística dejaba de ser una cuestión exclusiva de la sociedad civil, y pasaba a ser responsabilidad de las políticas de gobierno. Además, la división interna del nacionalismo vasco entre un nacionalismo conservador, que gestionaba el poder autonómico en la Comunidad Autónoma del País Vasco, y un nacionalismo de izquierda, que se oponía al nuevo marco institucional, desplazó el conflicto que anteriormente enfrentaba el movimiento a un agente externo (las autoridades del régimen franquista) hasta el interior del propio nacionalismo y, por derivación, al interior de la comunidad vascoparlante. Así, quedó rota la unanimidad formal que había existido sobre la lengua en la etapa franquista, y surgió el desacuerdo. Por distintas razones y desde intereses contrapuestos, el marco reivindicativo vigente hasta ese momento en el activismo lingüístico, que había suscitado gran unanimidad social, estaba siendo puesto en cuestión (Larrinaga, 2007; Larrinaga y Amurrio, 2016; Martínez de Luna, 2010). Una parte del movimiento se sentía decepcionado por los nuevos gestores de la autonomía, que impulsaban políticas orientadas hacia un bilingüismo que no consideraban real ni equilibrado, sino abiertamente diglósico.

Enfrentadas algunas de sus organizaciones a las políticas lingüísticas y culturales desarrolladas por la fuerza política nacionalista gobernante y a la facticidad de un marco jurídico-legal que consideran restrictivo, el inicio de la fase autonómica origina una verdadera crisis de identidad en el movimiento lingüístico: la división cada vez mayor entre sus organizaciones, los cambios de discurso y la sustitución del marco de actuación del País Vasco por el local van a ser algunos de los signos de las metamorfosis experimentadas en su seno. Conviven en el ML, de una parte, organizaciones herederas del modelo de activismo reivindicativo propio del ciclo anterior, con modelos de acción basados en manifestaciones y protestas para reivindicar los derechos lingüísticos para los vascoparlantes y una estrategia de confrontación con los gobiernos y las administraciones autonómicas y, de otra, asociaciones locales mejor adaptadas a las condiciones del nuevo ciclo político (Euskara Elkarteak o Asociaciones pro-euskara). Estas últimas, en tanto que manifestaciones despolitizadas y especializadas del movimiento, provistas de recursos técnicos y cognitivos y subvencionadas parcial o totalmente con fondos públicos, serán a medio plazo, las organizaciones nucleares de la nueva etapa.

La estrategia de confrontación de algunas de las organizaciones del movimiento coincide con una desmovilización parcial iniciada en la primera etapa autonómica, y con el comienzo de un proceso de diversificación interna del movimiento y la profesionalización progresiva de éste. La nueva etapa también trae consigo una cierta pérdida del capital emocional y de adhesión afectiva acumulado por la causa lingüística en el período franquista. Tal y como revelan las publicaciones de la época, la crisis del movimiento inaugura un intenso debate interno en torno a las relaciones entre la autonomía y la heteronomía del movimiento en referencia al ámbito político y los perjuicios que había provocado la supeditación a aquél. En el debate autonomía/heteronomía un sector del movimiento manifiesta la necesidad de que la lengua y la cultura tengan una centralidad propia, independiente de las estrategias políticas de cada coyuntura, y también la urgencia de elaborar un nuevo marco discursivo acorde con esta perspectiva. De este modo, se configuran y diferencian progresivamente en el seno del movimiento dos marcos cognitivos, dos formas de entender la acción en pro de la lengua vasca; una más política, que comprende la lengua necesariamente vinculada a las relaciones de poder y a la acción política y reivindicativa, y otra más cultural, y progresivamente gerencialista, que pretende atribuirle un espacio autónomo de actuación. Las dos perspectivas entrañan dos modelos de interpretación del activismo lingüístico y de las relaciones con las instituciones políticas autonómicas, conflictivas y de confrontación en el primer caso, y consensuales y colaborativas, en el segundo. Ambas definiciones coexisten y compiten en el interior del movimiento por imponer su hegemonía.

Pero, la ruptura discursiva y cognitiva viene también acompañada de un cambio de “estado de ánimo”, entendiendo éste como un contexto emocional relativamente duradero (Jasper, 1998; Poma y Gravante, 2013). En efecto, se produce una quiebra afectiva que es inherente a esta fractura del marco reivindicativo inicial, y que se manifiesta en dos sentidos. De un lado, se propaga entre todos los miembros del movimiento, ahora dividido, un estado de desaliento generalizado, un sentimiento de pérdida de la solidaridad propia del orden comunitario. Del otro, emerge entre las personas partícipes de la nueva interpretación la necesidad creciente de mostrar manifestaciones emocionales más atemperadas en su activismo, mejor ajustadas a la nueva situación del movimiento ante la emergencia de las instituciones políticas autonómicas, lo que implica inversiones afectivas de menor intensidad por parte de sus participantes. De este modo, la acción activista en el nuevo marco de interpretación se aleja de la alta intensidad emocional propia del tipo de acción colectiva contemplado en el marco anterior.

Las condiciones que vivimos no fueron las más idóneas. Y culturalmente yo creo que somos bastante brutos, lo que no es una buena base (…) Ahora vamos en el buen camino (…) Hoy en día es agradable trabajar en torno al euskara. Porque es posible la interlocución con todo tipo de agentes, y si pones de tu parte un poco de cuidado, y vas con tiento, y al mismo tiempo eres reconocido, es posible la colaboración (Entrevistado nº 3, entrevista personal, abril de 2015, traducción propia).

4 Los expertos del movimiento en acción: la reorganización del marco cognitivo y emocional del movimiento en el posfranquismo

Existe unanimidad entre los informantes entrevistados al considerar que la publicación de la obra “Un futuro para nuestro pasado” de José María Sánchez Carrión (conocido como Txepetx) en el año 1987 constituyó un hito en la historia del ML, que ha determinado la reconfiguración cognitiva del movimiento en las décadas de los 90 y 2000. Las numerosas reseñas positivas que recibió su obra, anunciando un nuevo discurso y una nueva práctica para el movimiento, revelan que ya a finales de la década de los 80 comienza a darse por concluido un ciclo de acción colectiva y a anunciarse el comienzo de otra etapa en el seno del movimiento. Tales manifestaciones también suponen el reconocimiento tácito de la relevancia de los conocimientos expertos y de los “intelectuales del movimiento” en la reformulación de una nueva identidad y en la reorientación estratégica de éste.

En efecto, en las condiciones de la Modernidad Tardía, los movimientos sociales producen conocimiento y acción, conjugan lógica cultural y práctica política (Melucci, 2001). Puesto que las formas vigentes de dominación no pueden ejercerse ya si no es incorporando conocimientos científicos (Bourdieu, 1994/1997), la resistencia a ellas y la puesta en marcha de proyectos de acción colectiva y de cambio social no pueden sino recurrir necesariamente a los mismos recursos cognitivos (Epstein, 1996/1998). A fin de subrayar la función creativa que tiene el conocimiento en toda acción colectiva, Ron Eyerman y Andrew Jamison (1991) utilizan el concepto de cognitive praxis. Este concepto de conocimiento no se limita al conocimiento científico y académico en sentido estricto, sino al sustrato cognitivo que va generando todo movimiento a través de las acciones continuadas de sus participantes, y que les permite compartir determinadas visiones sobre la realidad social y configurar una identidad e intereses. En este contexto puede hablarse también de “intelectuales de movimiento”. A la manera de los ideólogos clásicos, los actuales intelectuales de movimiento cumplen funciones imprescindibles para orientar la acción colectiva: seleccionando y estructurando la información significativa, dotando de sentido y forma a la voluntad colectiva, definiendo sus intereses y, en definitiva, dando a conocer una estructura de significado para comprender la acción individual y colectiva. Pero, a través de su labor intelectual, tales agentes contribuyen no sólo a la compactación cognitiva que permite la acción colectiva, sino también a la compactación afectiva o emocional de los miembros del movimiento y de sus seguidores. Como recuerda Jasper, los choques morales suelen despertar en la sociedad emociones reflejas, de temperamento, de afectos básicos, como el miedo, la sorpresa o la alegría (Jasper, 1997), pero posteriormente se necesita un trabajo intelectual y político de construcción de una emoción moral que favorezca y facilite la acción colectiva. Los intelectuales de movimiento cumplen un papel relevante en este cometido. El ML es un buen ejemplo de movimiento en el que, en distintas épocas y condiciones sociopolíticas, se ha producido un gran desarrollo de conocimientos expertos, elaborándose conceptos y discursos de resonancia social acordes a distintos contextos culturales que, de forma paralela, han contribuido a rehacer o mantener los vínculos de solidaridad de sus seguidores y a orientar y “traducir” sus sentimientos, percepciones y experiencias vitales en acción colectiva (Larrinaga, 2007; Larrinaga y Amurrio, 2016).

[los intelectuales] diría que son generadores de cohesión (…) Son generadores de cohesión (…) Son creadores de identidad (…) hacen su aportación a la comunidad lingüística y le dan un plus a esa comunidad con su aportación (Entrevistado nº 5, entrevista personal, abril de 2015, traducción propia).

Los vínculos afectivos son la forma más estudiada en que las emociones afectan la cohesión interna de los grupos movilizados (Goodwin y Jasper, 2006). El éxito de las propuestas de Sánchez Carrión puede comprenderse mejor en el contexto emocional del ML a finales de los 80: una situación de abatimiento generado por la división que viven las bases del ML, con fuertes sentimientos de pérdida, y expectativas proclives a superar la división reinante entre las bases. La aportación de Sánchez Carrión no ha sido una mera contribución intelectual que dota de instrumentos cognitivos al movimiento, sino una herramienta para reconstruir su cohesión, poniendo en consonancia los sentimientos y emociones experimentados por muchos hablantes y las elaboraciones intelectuales que orientan la acción colectiva en unas condiciones sociales cambiantes. En una coyuntura en que el colectivo vascoparlante aparece política y emocionalmente fracturado, propone la constitución de un nuevo sujeto colectivo del cambio lingüístico para reorientar la acción del movimiento. Su propuesta de recuperación de la lengua vasca puede resumirse en dos premisas básicas, que son las ideas-matriz que incorpora el ML en su giro discursivo y estratégico de los últimos años. La primera idea es que el sujeto de dicho proceso de recuperación lingüística lo constituye la propia comunidad vascoparlante en proceso permanente de reconstrucción; de esa idea infiere el movimiento que debe ser la comunidad lingüística y no los agentes políticos quien ha de liderar también la acción colectiva de éste. La segunda idea es que el objetivo de la acción en pro de la lengua no tiene que centrarse en el mero conocimiento de la lengua vasca sino en su utilización por la persona hablante; y puesto que el uso lingüístico se materializa en los espacios de la vida cotidiana, el movimiento debe situar ahí y en la persona hablante sus focos de atención.

[Se juntaron] por un lado, una energía, un fuerte deseo de ser en nuestro interior, una experiencia y, por otro, unas bases teóricas, una capacidad para la reflexión (…) Esas bases teóricas y las vivencias de esas personas tenían grandes concordancias: ¡Hostia! ¡Es que eso es lo que siento, eso es lo que quiero hacer! Entonces, todo eso tiene una gran energía (…) que ha servido para articular la comunidad de hablantes, ha sido un espacio para unir a gente de diferentes opiniones políticas (Entrevistado nº 7, entrevista personal, mayo de 2015, traducción propia).

A partir de estas proposiciones, el planteamiento de Sánchez Carrión ofrece al ML, por un lado, la posibilidad de crear un marco interpretativo más adecuado a las nuevas circunstancias socio-políticas y de adaptarse a la estructura de oportunidad que le brinda el nuevo escenario y, por otro, de superar la quiebra emocional generada en el movimiento por el cisma político. Ello exige reconstruir los vínculos de solidaridad grupal que habían quedado rotos entre los hablantes: puesto que la prioridad de la acción se centra ahora en la articulación y compactación de la comunidad vascoparlante, el ML ve necesaria la apelación a la unidad y el recurso al vínculo afectivo que quedó roto en el período anterior. Cerrar las heridas emocionales generadas en el movimiento por el proceso de institucionalización autonómica implica relegar a un segundo plano los ámbitos de reivindicación política y las estrategias de confrontación con las instituciones de la administración autonómica, estrategias que habían creado división interna y paralización en el seno del movimiento.

Se crearon dos mundos, lo que antes era homogéneo se partió en dos (…) en lugar de unir fuerzas, esa ruptura las anuló. Y se generaron muchos debates, muchos enfrentamientos. Entonces, si a una lengua que se encontraba en una situación tan débil se le abre ese espacio de enfrentamiento, las fuerzas se anulan (…) Y como antídoto o ungüento maravilloso, llegó la teoría de Txepetx (Entrevistado nº 10, entrevista personal, mayo de 2015, traducción propia).

De este modo, y siguiendo la estela de la experiencia exitosa iniciada por la organización local AED, Arrasate Euskaldun Dezagun (asociación local creada en 1983 en el municipio guipuzcoano de Mondragón), el movimiento se centró en la década de los 90 en la creación de asociaciones locales. En esta línea, se incrementó el número de asociaciones orientadas a articular la comunidad vascoparlante en el ámbito local y a ofrecerle servicios. La acción política reivindicativa y conflictual propia de la etapa anterior fue sustituida por la acción colectiva colaborativa con los proyectos de “planificación lingüística” desarrollados por los gobiernos locales. Lógicamente, este giro no pudo materializarse más que a costa de un importante proceso de despolitización del propio movimiento, y de la disolución discursiva de los vínculos que lo unían, si no orgánicamente, si de manera simbólica e identitaria, al universo nacionalista vasco (Abad et al., 1999; Larrinaga, 2007). En palabras de los miembros del movimiento, se pretendía que la lengua vasca, el euskara, fuera patrimonio y objetivo común de toda la sociedad, por lo que era necesario construir acuerdos por encima de ideologías políticas u opciones partidistas. Esta interpretación intenta resignificar el “problema lingüístico” a fin de situarlo en un marco no-político. Y ello se hace en nombre de la autonomía cultural y de la superación de la identificación entre lengua vasca y nación vasca: la lengua debía de pasar a ser patrimonio prioritario de todos los hablantes, fuese cual fuese su condición política.

Normalizar [la lengua] es constituir a la comunidad lingüística como lo que, por naturaleza, le corresponde ser: un organismo vivo, abierto y en crecimiento. Y no un organismo cerrado, coto enfermizo de un partido político o de una élite de poder (Sánchez Carrión, 1987, p. 218)

El movimiento pro-euskara no es sólo para [la revitalización de] la lengua, el movimiento está vinculado a una comunidad (…) hace referencia a una comunidad, no sólo a una lengua (Entrevistado nº 5, entrevista personal, abril de 2015, traducción propia).

A la cohesión que se propugnaba en la comunidad vascoparlante por encima de las divisiones políticas se añadía en el planteamiento de Sánchez Carrión la necesidad de concienciación del hablante vasco individual. Mientras que en el marco discursivo hegemónico hasta entonces se había atribuido la responsabilidad de la situación lingüística y, por ende, de la recuperación social a los factores objetivos y estructurales de carácter macro-social (las restricciones del marco jurídico, la falta de oficialidad de la lengua, su ausencia de los ámbitos formales de socialización, la omisión de políticas lingüísticas), la nueva interpretación, más acorde con la lógica de una sociedad crecientemente individualizada, desplaza esta responsabilidad al ámbito subjetivo: el hablante, su conciencia y motivación, se convierten en el foco del movimiento para el cambio lingüístico. En este nuevo marco interpretativo, el discurso del movimiento ha de asumir las implicaciones cognitivas y emocionales que conlleva el reto del estímulo motivacional de los hablantes cuya acción, finalmente, es el punto de partida de la construcción de la comunidad lingüística. En efecto, a diferencia de las interacciones sociales que se producen en una lengua normalizada, la interacción lingüística en una lengua socialmente minoritaria necesita las más de las veces la existencia de una gran consonancia afectiva entre las personas hablantes que interactúan, así como su identificación positiva con la lengua. En ausencia de estas emociones positivas, el intercambio lingüístico tiende a desarrollarse en la lengua mayoritaria. A su vez, una experiencia exitosa en la interacción lingüística puede proporcionar a la persona hablante la fuerza motivacional necesaria para emprender nuevas interacciones lingüísticas.

El giro del movimiento y de su marco de interpretación que se produce a partir de los 90 entraña una metamorfosis de múltiples dimensiones en la práctica colectiva. Se produce un cambio en la escala geográfica y social prioritaria para el movimiento, puesto que el ámbito preferente de acción de muchas organizaciones pasa del escenario del País Vasco al escenario local, y, en la misma medida, la acción eminentemente política a nivel macrosocial deviene acción prioritariamente cultural, y también técnica, desarrollada en los micro-espacios de la vida cotidiana. Este giro permite que la confrontación se trastoque en colaboración o, en el peor de los casos, en un pacto de no agresión con el poder autonómico. En la dimensión estrictamente lingüística, el foco de atención se traslada del corpus de la lengua a su estatus, y del conocimiento al uso efectivo. Por ello, en esta nueva lógica, el movimiento no considera ya suficiente la adhesión simbólica hacia la lengua, sino que apela a la práctica lingüística real materializada por el hablante en los actos comunicativos cotidianos. En consecuencia, su acción estará dirigida en adelante a la intervención planificada y regulada en los ámbitos del uso lingüístico, en los que debe impulsarse la motivación y vinculación afectiva del hablante a la causa lingüística: actuando en el mundo donde éste desarrolla su vida (su lugar de residencia, su pueblo, su barrio, su lugar de ocio o de trabajo) y en las actividades cotidianas lingüísticamente mediadas que aquél realiza (la relación con familiares y amistades, el deporte, la compra, la lectura del periódico o el consumo mediático). La conquista de estos micro-espacios de la vida diaria, buscando la complicidad emocional del hablante y transformando las pequeñas acciones lingüísticamente mediadas de la cotidianeidad en subversiones a la norma lingüística dominante, se convierte así en la estrategia fundamental del movimiento en su objetivo de recuperación lingüística.

5 La reconstrucción de la comunidad lingüística en los ámbitos de la vida cotidiana

Las aproximaciones sociológicas sobre la vida cotidiana han destacado que las prácticas cotidianas son posibles porque las personas poseen un acervo de conocimiento a mano, que está integrado por tipificaciones y recetas de acción del mundo de sentido común (Adler, Adler y Fontana, 1987; Berger y Luckmann, 1966/1986; Shutz, 1932/1993). Hasta épocas recientes, tales aproximaciones han descrito este mundo intersubjetivo, por un lado, como el ámbito de la reproducción social por excelencia y, por otro, como un medio social en el que la interacción viene dada por la dimensión cognitiva (en su vertiente de conocimiento común) de las personas que en él interactúan, mientras se soslaya la influencia de las emociones en éstas.

No ha sido hasta las últimas décadas, con la aparición de las propuestas teóricas sobre la acción colectiva y los nuevos movimientos sociales, cuando se ha dado un gran giro sobre la concepción del cambio social, que en las nuevas perspectivas comienza a materializarse y localizarse en las esferas de la vida cotidiana y no sólo en el plano estructural de la sociedad. Tal y como afirman algunas teorías de las nuevas formas de acción colectiva, en las actuales sociedades complejas, los conflictos han superado ya el escenario tradicional del sistema económico y se amplían a las áreas culturales: afectan a la identidad personal y colectiva, el tiempo y el espacio de la vida cotidiana, la motivación y los patrones de la acción. Es así que surgen colectivos de personas que experimentan y ponen en práctica formas de innovación cultural, nuevos códigos culturales que suponen un desafío simbólico a los patrones sociales dominantes (Melucci, 1999). A esta nueva visión sobre el cambio social se ha sumado, mucho más tarde, la integración de la dimensión emocional en el estudio de la movilización social. Con el redescubrimiento del estudio de las emociones y su aplicación al ámbito de la acción colectiva, queda al descubierto que las prácticas innovadoras que se insertan en las experiencias de la vida cotidiana implican procesos de construcción de identidades, atribuciones de sentido y otros mecanismos culturales en los que concurren con fuerza los componentes emocionales tanto individuales como colectivos de la vida intersubjetiva.

La separación analítica que se realiza entre la estructura social y el mundo intersubjetivo de la vida cotidiana no significa que las relaciones estructurales estén ausentes de la interacción cotidiana. Bien al contrario, están presentes en un alto grado. En especial aquellas vinculadas a las asimetrías de poder y estatus. También las emociones que se manifiestan en el día a día de la vida intersubjetiva tienen, en gran medida, un anclaje estructural. Como recuerda Kemper, una aproximación estructural a las emociones nos permite ver que un numeroso tipo de emociones es resultado —real, anticipado, recordado, imaginado…— de las relaciones sociales (Kemper, 2001; 2006). Las emociones positivas acompañan, con carácter general, la detentación de poder y estatus, al mismo tiempo que su privación acarrea emociones negativas tales como el enfado, la vergüenza, la decepción, la ansiedad y la indignación, como consecuencia de la percepción de las asimetrías sociales. Es bien conocido que los movimientos sociales surgen a menudo desde la percepción de injusticia y desde los sentimientos que acompañan a cualquier tipo de privación social (Kemper, 2001), tanto material como simbólica. El ML no ha sido una excepción.

En los últimos años una gran parte de las organizaciones del ML han promovido preferentemente un tipo de acción orientado a la transformación de las prácticas lingüísticas que los hablantes materializan en su vida cotidiana. Es un tipo de acción dirigido a subvertir la norma lingüística dominante que rige los intercambios lingüísticos en situaciones de contacto de lenguas. Esa norma no escrita pero socialmente en vigor atribuye un valor positivo a la lengua mayoritaria y desvaloriza la lengua minoritaria a los ojos de la persona hablante y de la sociedad; la norma posee fuertes componentes tanto cognitivos como emocionales: sentimientos de inferioridad, vergüenza e inseguridad acompañan frecuentemente a los hablantes potenciales. La categorización y etiquetado social de las lenguas en contacto, emocionalmente anclada en las actitudes lingüísticas, funciona a modo de disposición inconsciente, interiorizada por muchas personas vascoparlantes a través de una socialización que ha sido informal, difusa, cotidiana y continuada en el tiempo, y a la que se pretende hacer frente. Las creencias en la superioridad de una lengua y la inferioridad de otra en una situación de contacto lingüístico comportan emociones hacia una y otra que también están asimétricamente distribuidas. Cuestiones estructurales de estatus y poder están fuertemente implicadas en estas asunciones individuales de orden cognitivo y emocional.

Las Asociaciones locales pro-euskara o Euskara Elkarteak que se fueron creando en distintas localidades del País Vasco de mediana dimensión a partir de mediados de los 80 y a lo largo de los 90 son fruto del nuevo marco de interpretación generado por el movimiento en el posfranquismo. Tales asociaciones han encarnado el esfuerzo del ML por cohesionar a la comunidad vascoparlante y por implicar al hablante común en un nuevo tipo de acción cotidiana, consciente y transformadora, que conlleva una reversión emocional y cognitiva de las actitudes citadas. Este objetivo comporta el impulso de procesos de empoderamiento individual y colectivo y su correspondiente generación de emociones positivas hacia el uso de la lengua minoritaria: orgullo, autoestima, confianza, dignidad.

Ahuyentar los miedos, arrancar la vergüenza, despojarnos de la creencia de insuficiencia y vestirnos de dignidad (fragmento del mensaje final leído en la Korrika número 19, 29 de marzo de 2015, traducción propia)2

Efectivamente, en estas asociaciones locales, la acción colectiva de los hablantes más concienciados tiene como fin activar la motivación de otros hablantes menos sensibilizados, aquellos que siguen asociando el uso de la lengua vasca con sentimientos de subordinación y vergüenza; busca con ello crear “espacios de vida” para la lengua en la interacción intersubjetiva de la vida diaria, es decir, en los ámbitos más informales en los que no inciden las políticas lingüísticas. La acción colectiva pretende ser un instrumento de desnaturalización de las relaciones de dominación lingüística, que, expresado en la terminología de Bourdieu, lleve las acciones del hablante ordinario de su estado pre-reflexivo a una acción reflexiva, que desvele la violencia simbólica que tiene incorporada la norma lingüística vigente y las reglas que rigen la economía de los bienes simbólicos en el campo lingüístico (Bourdieu, 1991). Esa acción reflexiva implica necesariamente la resocialización de muchos hablantes, que deben reorientar su habitus lingüístico y, por ende, las disposiciones afectivas que aquel tiene adheridas, puesto que las emociones son, también, disposiciones a actuar (Goodwin et al., 2001).

En consonancia con el marco de interpretación que elabora el movimiento desde los años 90, siguiendo las formulaciones de Sánchez Carrión, las asociaciones locales han difundido el mensaje de que el futuro de la lengua no reposa sólo en la planificación lingüística realizada desde instancias superiores, o en las decisiones políticas; por el contrario, señalan que la existencia de la lengua se materializa en cada acción social lingüísticamente mediada, y que ésta depende, por tanto, de la capacidad y voluntad del hablante ordinario que forma parte de la comunidad lingüística. Así, la conquista del cambio lingüístico es también un proceso de emancipación del hablante individual, que no sólo ha de ser consciente de sus hábitos lingüísticos para reorientarlos de manera intencionada, sino que debe gestionar también la transformación emocional que dicha reorientación comporta.3

Pero los hablantes individuales deben interactuar lingüísticamente en una colectividad que es necesario articular y recomponer. Reconstruir el vínculo comunitario en la población local se convierte en el objetivo prioritario de las asociaciones locales. Las asociaciones locales ponen en marcha una estrategia mediante la que buscan la adhesión voluntaria de todos los agentes, tanto individuales como colectivos, que forman parte de la comunidad vascoparlante local en cada población. En primer lugar, la de aquellos más concienciados y que, además, por sus profesiones o actividades anteriores poseen visibilidad, influencia y prestigio en la comunidad local. Después, la de los hablantes ordinarios. Intentan transferir los sentimientos de respeto y prestigio que generan los primeros a la propia práctica lingüística, y que esta práctica pueda extenderse y contagiarse a través de procesos de identificación. Una vez conseguidas y publicitadas esas adhesiones iniciales, desarrollan proyectos y campañas que implican progresivamente a todas las entidades y redes asociativas que tienen presencia en los espacios de la vida cotidiana comunitaria: las asociaciones locales de carácter deportivo, cultural, de ocio juvenil y de tiempo libre, las sociedades gastronómicas, los comercios, bares, restaurantes y empresas. Todos ellos son invitados a sumarse a acuerdos voluntarios que les comprometen en un determinado grado de utilización de la lengua. Estos acuerdos, que son siempre publicitados, permiten representar y visibilizar al mismo tiempo el proceso continuado de reconstrucción de la comunidad lingüística y de sus redes de sociabilidad en la vida cotidiana de la familia, las amistades, el pueblo, el barrio o la vecindad. Todas ellas constituyen la prolongación y ramificación simbólica de la comunidad afectiva original en la comunidad local. Una comunidad que es la suma de solidaridades fuertemente afectivas entretejidas en torno al vínculo lingüístico.

El desarrollo de las agrupaciones locales ha conllevado un incremento del proceso de institucionalización del movimiento. La estructura organizativa y la capacidad de acción de las asociaciones se ve reforzada a partir del año 1996 con la creación de una macro-organización, Topagunea (“lugar de encuentro”), una federación compuesta por múltiples asociaciones y medios de comunicación local, que permite acometer proyectos más complejos. Esta estructura, más centralizada y profesionalizada, posibilita la oferta de servicios comunes a las agrupaciones locales, por ejemplo, de servicios culturales, espectáculos y eventos, a través del establecimiento de determinados circuitos. También la conformación de un espacio comunicativo en lengua vasca, a partir de una red de radios y tv locales y publicaciones.4 Progresivamente, la acción de algunas organizaciones del movimiento se ha ampliado al ámbito de la empresa.

Sin duda, los proyectos mediáticos son una muestra de la extensión progresiva de la acción de algunas organizaciones del movimiento a determinados ámbitos sociales de carácter más formal que los espacios familiares, vecinales y comunitarios. Su puesta en marcha ha implicado nuevos desafíos para el ML, retos relacionados sobre todo con la gestión de la complejidad de las grandes organizaciones formales, y con el diseño, desarrollo y financiación de proyectos empresariales. La incursión de las organizaciones del movimiento en proyectos mediáticos y en la planificación lingüística del mundo de la organización y de la empresa han constituido un paso más en un proceso continuado de especialización y tecnificación de las actividades desarrolladas y, paralelamente, de profesionalización de los participantes y miembros de las organizaciones del movimiento.

6 Entre la profesionalización y el ritual participativo: el reto de producción de energía emocional en un movimiento institucionalizado

La construcción de un marco interpretativo que ha desplazado las acciones colectivas desde la protesta y la reivindicación iniciales hacia la intervención social, ha tenido como consecuencia la amplificación y diversificación progresiva del campo de acción del ML y, paralelamente, la disminución de su dimensión movilizadora. Ciertamente, la ampliación de los planes de actuación del ML desde los ámbitos comunitarios a los espacios más formales del mundo del trabajo y de la empresa ha traído consigo un importante cambio cualitativo. Los proyectos de intervención del movimiento para la normalización del uso de la lengua en el mundo del trabajo y para la creación de una esfera pública de comunicación en lengua vasca han reforzado el proceso de profesionalización y tecnificación progresiva iniciado con los primeros planes de intervención a nivel vecinal o comunitario. También han supuesto un incremento exponencial de la producción cognitiva orientada al desarrollo de planes de intervención, y de la ingeniería lingüística vinculada a la innovación organizacional, así como un “enfriamiento” relativo del capital emocional que ha acumulado históricamente el ML. En los ámbitos mencionados, el discurso del movimiento ha evolucionado hacia una retórica técnica y de eficiencia, crecientemente despojada de la apelación sentimental o emotiva hacia la lengua.

Me parece que, en el caso del movimiento cultural, en las primeras etapas las ideas fueron más importantes que el aspecto técnico, porque no había expertos. No había. Entonces, eran las ideas, los sentimientos y las ideas. Quizá primero los sentimientos y después las ideas o, bueno, no sé, unas ligadas a las otras. Los sentimientos y las ideas eran lo más importante (…) A medida que se van haciendo cosas, surge el aspecto técnico (Entrevistado nº 8, entrevista personal, mayo de 2015, traducción propia).

En efecto, la irrupción de la acción del movimiento en las organizaciones formales del ámbito laboral, una de sus áreas preferentes de acción en la última década, ha provocado la apropiación por el ML de discursos que son característicos de la gestión empresarial y del gerencialismo, así como la integración en sus acciones de estrategias provenientes de dichos ámbitos. Tal y como señala Jacqueline Urla (2012), los nuevos cometidos del movimiento, la necesidad de elaborar planes estratégicos de actuación, concretando objetivos, identificando fortalezas y debilidades de las organizaciones sobre las que se interviene, han ido ligados a la aplicación de métodos de gestión, de autoevaluación y de calidad total. En la misma línea, algunas organizaciones del movimiento han adquirido un formato empresarial bajo el modelo de consultorías privadas o de empresas cooperativas de servicios lingüísticos; todas ellas ofrecen sus prestaciones técnicas para el diseño de planes lingüísticos. Así, la lógica de mercado y la organización empresarial impregnan hoy en día una parte significativa del movimiento, y enraízan a éste en la larga tradición de cultura empresarial y cooperativa vasca. Este proceso de cambio del movimiento se ve reforzado desde la administración mediante discursos públicos sobre la lengua que buscan su legitimación social apelando a logros económicos5.

El carácter progresivamente especializado del movimiento y la dimensión técnica y de eficacia profesional que se desea atribuir a sus cometidos tienen su reflejo institucional en los nuevos modelos organizativos de coordinación que va adquiriendo el movimiento, en sus formas internas de funcionamiento, y en los proyectos que aborda6. También ha traído como consecuencia la constitución de un cuerpo de expertos y profesionales, que a menudo desarrollan identidades fragmentadas en las que coexisten, con mayor o menor congruencia, las ideas de activismo y compromiso emocional junto con las del desempeño profesional. La tensión entre profesionalización y militancia, entre objetivos pragmático-racionales y vinculaciones de orden afectivo a la causa lingüística e identitaria están presentes en las manifestaciones de los activistas expertos entrevistados. A pesar de su perfil profesional, todos ellos destacan la inversión y el compromiso emocional que, en tanto que disposición o habitus profesional, les vincula aún a su trabajo.

La perspectiva militante es en un sentido positivo. Es muy difícil vivir este trabajo solamente desde el punto de vista profesional. Uno mismo tiene que poner un plus, una alegría vital, diría yo (Entrevistado nº 7, entrevista personal, mayo de 2015, traducción propia).

El giro estratégico y técnico asociado a la institucionalización y profesionalización del movimiento, sin embargo, no ha traído consigo la renuncia absoluta a la utilización de los componentes más afectivos de la dinámica del ML, aquellos que están asociados a la identidad colectiva, a la participación activista y a los vínculos de solidaridad de la comunidad vascoparlante y de los simpatizantes de la causa lingüística, aunque tales componentes sí se han atenuado de forma manifiesta, especialmente en los discursos públicos. Las apelaciones a la participación popular y las declaraciones reivindicativas vinculadas a la solidaridad grupal de orden emocional se mantienen en la medida en que sigue vigente en la mayoría de las organizaciones del movimiento la percepción de un “marco de injusticia”, que alimenta periódicamente la agenda de demandas y acciones dirigidas a las administraciones públicas. La dimensión reivindicativa, que no es exclusiva de las organizaciones que tradicionalmente han abanderado la protesta, está por ejemplo presente en los últimos años en las denuncias sobre las carencias lingüísticas de la administración de justicia y de los servicios de salud pública en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV).

Así, junto a las formas más profesionalizadas del trabajo de las organizaciones, restringidas a un número concreto de profesionales y técnicos cualificados, el movimiento se ve obligado a mantener también modelos participativos de carácter más inclusivo. Precisamente, uno de los retos más importantes de un movimiento altamente institucionalizado como es el ML es el mantenimiento de formas de producción de energía emocional que susciten adhesiones y motivación para la participación en las acciones del movimiento, que refuercen el sentido de solidaridad interna de la comunidad minoritaria vascoparlante en un entorno cultural y lingüísticamente diverso, y que insuflen un sentimiento de orgullo a las personas hablantes que pueda posteriormente traducirse en práctica lingüística en su vida cotidiana. En este sentido, a través de sus publicaciones y acciones culturales, y a través de sus acciones de denuncia de las desigualdades y actos de agravio que experimentan los hablantes vascos, el movimiento ayuda a mantener en vigor una percepción del marco de injusticia, que permite generar indignación y solidaridad y, por ende, motivación para actuar en la comunidad lingüística.

Uno de los recursos que facilita esta labor de reproducción es la llamada periódica a la movilización. La presencia física, corporal, es uno de los fundamentos de toda acción colectiva, lo que revela la importancia de los cuerpos movilizados en la existencia de todo movimiento (Sossa Rojas, 2013). A su vez, la presencia de los cuerpos nos remite indefectiblemente a la emergencia de emociones (Scribano, 2012). La movilización actual del ML es, la mayor parte de las veces, de carácter ritual. El movimiento lingüístico, como entidad difusa que va más allá de sus organizaciones formales y profesionales manifestándose en la acción colectiva popular, sigue concitando la adhesión masiva a través de determinados rituales, simultáneamente reivindicativos y festivos, que constituyen una forma de movilización periódica, y más o menos multitudinaria. La llamada Korrika (“Corriendo”) y las fiestas de las ikastolas7 (escuelas en lengua vasca) constituyen las manifestaciones más significativas y conocidas de tales rituales, que tienen además un anclaje físico en todos y cada uno de los territorios en los que se habla actualmente la lengua vasca.

Las fiestas reivindicativas constituyen “rituales de interacción” (Collins, 2001), masas de personas que convergen corpóreamente en una acción coordinada en torno a la lengua, la mayor parte de las veces en movimiento (las fiestas de las ikastolas se realizan en torno a un circuito que debe recorrerse; la Korrika, a su vez, es una carrera sin descanso, que se materializa gracias a relevos colectivos de grupos que recorren un itinerario preestablecido a lo largo de varios días). Tales movilizaciones, que poseen un importante componente lúdico, son ilustrativas de las emociones colectivas relacionadas con el “placer de la protesta” y los beneficios que ésta genera en las dinámicas de los movimientos (Poma y Gravante, 2013). Según Collins, todo ritual de interacción gravita sobre dos dimensiones fundamentales: en qué medida brota un foco de atención común (mutual focus) y cuánta consonancia afectiva (emotional entrainment) nace entre las personas participantes (Collins, 2001; 2005/2009). Cuando el foco común y la consonancia se intensifican pueden emerger procesos de retroalimentación positiva que gestan, como ocurre en estas congregaciones festivo-reivindicativas, importantes experiencias cognitivas y emocionales que constituyen momentos cargados de significación cultural y de fuerza motivacional. En efecto, lo interesante para el ML no es sólo la efervescencia colectiva del momento de celebración ritual, sino el hecho de que de esos rituales muy centrados y emocionalmente energizantes emerge una fuerza que se inocula en las personas y puede ser “transportada” por éstas como energía emocional a otras situaciones y tiempos de la interacción social. Justamente, la energía emocional es susceptible de tener una cierta permanencia en el tiempo y de “desplazarse” a otras situaciones sociales. Es decir, que las personas participantes salen de la situación llevando por un tiempo en sus cuerpos esa emoción generada en el grupo que se traduce, por un lado, en una sensación de confianza, contento, entusiasmo e iniciativa para la acción y, por otro, en el reforzamiento del vínculo afectivo con la comunidad.

La acumulación de fuerza, de alegría vital (…) de la Korrika nos ayudará a partir de hoy a empoderarnos para dar nuevos y eficaces pasos… (Final del comunicado de agradecimiento de la organización de la Korrika número 19, 29 de marzo de 2015).

Es bien conocido el efecto que tienen los rituales de las movilizaciones colectivas en la renovación de las lealtades afectivas y las emociones morales (Fernández Poncela, 2013). Aunque las fiestas reivindicativas del ML realizan una función explícita de orden económico (tienen por finalidad la recaudación de fondos para las ikastolas y para las instituciones de enseñanza de la lengua a los adultos), cumplen en realidad un cometido simbólico que es, aparentemente, de menor visibilidad, pero no menos relevante para el movimiento lingüístico, desde el punto de vista motivacional y emocional. Definitivamente, tales acontecimientos de movilización tejen una red de continuidad con los modelos reivindicativos anteriores del movimiento, enlazando el movimiento actual (altamente institucionalizado y profesionalizado) con su pasado y actualizando su memoria histórica; le otorgan al movimiento, y a través de él a la comunidad vascoparlante, un sentido de comunión emocional y participación que su creciente dimensión estrictamente técnica y empresarial no podría proporcionar; refuerzan el sentimiento de pertenencia afectiva a la comunidad (lingüística, cultural, nacional, según las diversas significaciones atribuidas); difunden unos sentimientos de moralidad, de lo que es correcto hacer respecto al grupo, de la lealtad que se le debe; y transfieren a las personas congregadas una emoción que, en la línea del interés del movimiento, les permita afrontar los retos de su activismo lingüístico militante en situaciones de la vida social más desfavorables. De tal manera, que esa energía emocional puede potencialmente convertirse en fuerza transformadora de las prácticas lingüísticas.

7 Conclusiones

Como todos los movimientos sociales, el ML constituye un contexto que es, de manera indisociable, cognitivo y emocional. Ambas dimensiones aparecen estrechamente unidas y se revelan en los procesos de enmarcación discursiva que ha ido realizando el movimiento a lo largo del tiempo. Asociados a las sucesivas definiciones del “problema lingüístico” y a la atribución de sus causas, en definitiva, a la producción de significados y a la asignación de sentidos que comporta la construcción de diferentes marcos de interpretación, aparecen determinados contextos emocionales que componen el substrato motivacional de los discursos y subsiguientes formas de acción colectiva elaborados por el ML. Todos ellos, conocimientos y emociones, adquieren sentido en el marco de los cambios políticos y sociales acontecidos en la sociedad vasca y en la necesidad del movimiento de adecuarse a las nuevas situaciones.

Además de constituir el impulso motivacional de la acción del ML, la dimensión emocional aparece como un elemento facilitador de la cohesión interna del ML, al que se apela en los momentos de conflicto. La dimensión comunitaria que se otorga al conjunto de participantes del movimiento y al colectivo de hablantes en cuyo nombre actúa éste, precisa de una construcción basada en el vínculo afectivo. Más aún, la activación del componente afectivo y emocional permite la sostenibilidad de un movimiento de larga duración como es el ML, que se encuentra en una fase avanzada de institucionalización y profesionalización. Tal componente le procura una adhesión popular y un sentimiento de lealtad que trasciende los propios límites del movimiento y se erige en fuente de fuerza moral y, por tanto, de efectividad de su acción colectiva.

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