Sangres políticas

Political bloods

  • Gabriel Gatti
  • Elisabeth Anstett
Trabajamos en las tensiones entre dos continentes en permanente disputa: “sangre” y “política”, “realidad” y “dispositivo”, “naturaleza” y “cultura”. Son viejos asuntos, y viejas tensiones, pero que no dejan de actualizarse y que ahora se manifiestan por doquier en cuestiones como la biometría, los mapas genéticos, la identificación de desaparecidos, las políticas de la identidad indígena o de género o de menores o de drogas, la gestación subrogada o la gestión de la marginalidad. Los diez textos recogidos en este número especial discuten desde una mirada interdisciplinaria sobre la presencia de la sangre —en sus distintas declinaciones— en la definición contemporánea de lo que entendemos por identidad, derechos humanos o ciudadanía.
    Palabras clave:
  • Biopolítica
  • Dispositivos
  • Biometrías
We work on the tensions between two continents in permanent dispute: “blood” and “politics”, “reality” and “device”, “nature” and “culture”. They are old issues, and old tensions, but they do not stop updating and now they are manifested everywhere in issues such as biometrics, genetic maps, identification of disappeared, policies of indigenous identity or gender or underage or drugs, surrogate pregnancy or the management of marginality. The ten texts collected in this special issue discuss from an interdisciplinary perspective the presence of blood — in its different declensions — in the contemporary definition of what we understand by identity, human rights or citizenship.
    Keywords:
  • Biopolitics
  • Devices
  • Biometrics

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La sangre siempre ha sido un líquido pesado. Pero aunque nunca del todo relegada del Olimpo de las mejores metáforas y metonimias, de las que se refieren a las cosas del querer, el comer y el poder (sangre es aún hoy cuerpo, sigue siendo continuidad familiar, es hijos, nación, o lazo roto, y es también dolor, sufrimiento y violencia) parecía haberse ido definitivamente del horizonte de nuestras explicaciones teóricas. Así es, la habíamos dado por muerta. Pero nos precipitamos, y hoy ha regresado —y cómo— a los libros de los científicos sociales.

Es verdad que no siempre se la llama así, y que no siempre es roja. Pero aparece, sí, por todas partes: en un carné de identidad de última generación con los datos de sangre de siempre (apellidos, nombre de los padres, lugar de nacimiento) pero con otros de los de ahora (como el ADN, o biometrías varias, o alguna referencia a la etnia medida en términos de “porcentaje de sangre nativa”). O en los trabajos de identificación de despojos sin nombre encontrados en un desierto mexicano, en una isla italiana, en una montaña peruana, en un bosque ruandés, en un cementerio uruguayo… que son recuperados para el mundo de los “nombrados con el nombre justo” por medio de un enorme abanico de finas técnicas de identificación que tiene en las “cosas que se llevan en la sangre”, en las esencias, su sostén y en algunos colegas con bata blanca y gorro de explorador a sus intérpretes. O en la política médica de muchos países ya, que aspiran a hacer mapas genéticos de su población para garantizar saludes de hierro a las generaciones futuras, sea de ovinos, de bóvidos, de equinos o de humanos. O en comunidades antes (y ahora) subalternas que recurren al argumento genético para construir con solidez las explicaciones que necesitan para dar materialidad a su diferencia. O en colectivos cuya ciudadanía no es reconocida o lo es parcialmente, que instalan en el espacio público sus reclamos de reparación, sus deseos de justicia o sus reivindicaciones de reconocimiento a través de argumentos que se objetivan por una secuencia de su ADN, que prueba que disponen en sangre de un patrimonio (genético, es claro) propio de viejas ancestrías, esas que han de ser reconocidas y reparadas. O en un pinchacito al nacer, del que sale una muestra que se incorpora a un archivo que representa a una población de la que se tiene, en fin, un mapa genético completo con el que se podrá controlar, prevenir, diseccionar, visibilizar, enfermedades, epidemias, en fin, frenar el mal.

La lista puede ser infinita y muestra hasta qué punto la sangre ha vuelto a escena, en los grandes y en los pequeños relatos, en las prácticas de dominación o en las resistencias, en las políticas más espectaculares de I+D+i o en las cosillas técnicas, más banales, las propias de los laboratorios. La sangre, en efecto, ha vuelto a ser cosa social y materia política. Hoy, como siempre, sin ella, sin ella tal cual o sin ella en las muchas declinaciones que la tienen como metáfora, sería no solo difícil explicar patrias o naciones, etnias o historias de parentesco largo, sino cosas como el indigenismo, la gesta

ción subrogada, las políticas públicas de juventud, la gestión de la salud en poblaciones marginalizadas, la razón securitaria y sus traducciones técnicas, las experticias planetarias del mundo de la razón humanitaria, las identidades duras, de las de antes, y las más flexibles, de las de ahora.

De todo eso nos encontramos en los diez textos que integran este “tema especial” de Athenea Digital. El mismo nace de una inquietud que ha tenido distintas materializaciones, sobre todo una, el encuentro Sangs politiques / Sangres políticas: ciudadanías y biométrica en Europa y América Latina, que se celebró en la Universidad de la República, en Montevideo (Uruguay), en diciembre de 2016, coorganizado por los dos firmantes de este texto, además de por Natalia Montealegre, Sonia Mosquera, Marcelo Rossal, Pilar Uriarte y Luisina Castelli1. En él buscamos reunir a un conjunto de investigadores europeos y latinoamericanos en ciencias médicas y sociales2 para mantener una discusión interdisciplinaria sobre la presencia de la sangre en sus distintas declinaciones en la definición contemporánea de lo que entendemos por identidad, derechos humanos o ciudadanía. El proyecto combinó en origen dos interrogantes, uno presente en el trabajo de Elisabeth Anstett, una antropología de los usos políticos y sociales de los restos humanos en contextos de violencias de masas y de genocidio, el otro repetido en los de Gabriel Gatti, un programa de investigación sociológica comparada sobre la figura de la víctima en Europa y en América Latina. Ambos constatamos en nuestros respectivos terrenos de trabajo la presencia de algo muy pequeño, el ácido desoxirribonucleico, el ADN, en argumentarios de cosas muy grandes, desde el parentesco a la identidad, desde lo humano a la ciudadanía, desde el Estado a la naturaleza. Daba pistas eso de que la cartografía de las relaciones sociales se ha llenado y, parece que irremisiblemente, de biología. La sangre hoy es eso.

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Tal y como suele argumentarse, tal y como inclusive lo hemos hecho en las pocas líneas que llevamos de esta presentación, “biología” y “sociedad”, o “sangre” y “política”, o “realidad” y “dispositivo” o, por qué no, “naturaleza” y “cultura” parecerían ser dos entidades separadas que, aunque siempre se juntan, que aunque sabemos que constituyen mutuamente, no pueden si no ubicarse en continentes teóricos (y académicos, y profesionales, y disciplinares) distintos. Todos los textos que hemos reunido en este “tema especial” intentan trabajar esa frontera y mostrarla frágil, porosa, precaria e históricamente fundada, en algún caso poniendo atención en lo que las cosas del segundo lado del par hacen con aquello sobre lo que operan; en otro, mirando lo que hacemos nosotros con ellas.

El primer grupo de textos encara esa tensión, entonces, aplicando la sospecha a las consecuencias de las conexiones entre ciertos dispositivos para ordenar la realidad y lo biológico. No es raro que estas conexiones deriven en recelo: la omnipresencia del recurso al argumento biológico por parte de los Estados contemporáneos en los controles de fronteras, en las políticas de regulación de la edad penal, en la supervisión de “poblaciones peligrosas” o en el cuidado de los vulnerables, que no es lo mismo pero es igual, o en general en la administración de las cosas de la ciudadanía a través de la biométrica debe ser mirada con desconfianza. Ya lo hizo quien, por pionero, siempre debe ser mencionado hablando de estos asuntos, Michel Foucault, que señaló que “dispositivos” y “biología” tienen muchos lugares de encuentro. Algunos responden a aquello que llamó anatomopolítica, y otros a lo que el mismo denominó biopolítica, política de los cuerpos individuales y política de los cuerpos colectivos.

A lo primero mira en su texto Estela Schindel (“Biométrica, normalización de los cuerpos y control de fronteras en la Unión Europea”), un trabajo atento al estatuto del cuerpo y de lo humano que revelan estas tecnologías y a cómo administran las siempre frágiles diferencias entre lo normal y lo que no ¿Qué es un cuerpo normal para estas tecnologías? ¿Y cuál no? No muy diferentes son las preguntas que subyacen al artículo de Joëlle Vailly (“Las políticas sobre el origen de los sospechosos en Francia (2006-2014): testigos genéticos y problematización”), que yendo a lugares más pequeños, los de los análisis genéticos, rasca en las controversias que los rodean en lo que afecta a la determinación de las responsabilidades penales.

El cuerpo social, se encuentra —y mucho— en Uruguay, un lugar siempre muy asociado a muchas de las cosas que hacen al gobierno de poblaciones en las sociedades modernas: políticas públicas, legislaciones progresistas, clases medias, ciudadanía comprometida, higienismo… A él se acerca un tríptico de textos, que revisa críticamente los elementos estructurantes de su “agenda de derechos” (en el caso del trabajo de Sebastián Aguiar —“Agenda de derechos en Uruguay. Acontecimiento, biopolítica, inmunidad y fuerza de ley”—, que repasa tres iniciativas novedosas del país sudamericano, la regulación de la marihuana, la legalización del aborto y el matrimonio igualitario y otras); el tratamiento que el Estado uruguayo reserva a sus ciudadanos al margen (lo que encara Marcelo Rossal en su “El Uruguay progresista: entre la soberanía y el biocontrol”, sensible a los roces entre las políticas de población y las políticas de seguridad y a las paradojas que producen en un contexto de políticas de progreso); y aquel con el que gestiona a la población “de fuera” (lo que analizan Natalia Montealegre y Pilar Uriarte en su “’Al menos un puñado de gurises’. Una experiencia de reasentamiento de niños sirios en Uruguay”, un estudio sobre las disputas en torno a la buena edad de la vulnerabilidad y a los muchos modos de afirmar la identidad nacional sobre soportes biológicos o biologizados.

Si los anteriores trabajos miran la relación entre sangre y política con recelo, otros, si no con simpatía, lo hacen escudriñando en sus potencialidades, que en algunos casos pueden incluso ser calificadas de liberadoras. No es raro que ocurra esto: como muchos otros dispositivos de poder una vez se hacen ordinarios, la ciudadanía pensada y hasta hecha por ellos se los reapropia. Y así ocurre en esta materia con, por ejemplo, las cosas de la sangre, del ADN, de la biométrica, que se han convertido en los últimos años, no muchos, en herramientas muy poderosas para armar el argumentario de grupos de ciudadanas y ciudadanas en posiciones de esas que llamamos “subalternas”. En efecto, en muchos casos todas estas pequeñas cosas han salido de los laboratorios de las ciencias duras para transformarse en pilares esenciales de las reivindicaciones de sujetos antes invisibilizados y hoy, gracias en parte a las posibilidades que abren estos dispositivos, algo menos. Sin estas tecnologías serían imposibles las políticas de derechos humanos sostenidas por la identificación vía ADN de los desaparecidos, sin ellas se hubieran desarrollado de otro modo los reclamos de reconocimiento de colectivos tan diversos como las poblaciones indígenas, los afrodescendientes, los grupos LGTB que acceden a la procreación por medio del amplio abanico de técnicas hoy disponibles y que contribuyen a redefinir nuestra idea de parentesco, filiación y herencia. “Sangre política” también, pero pensada ahora como la superficie de luchas que se sostienen en el “argumento biológico”, que empodera, lo que no deja de tener sus ironías.

En este número esta segunda manera de encarar las tensiones entre “sangre” y “política” se aborda en cinco textos. Elixabete Imaz (“’Quem nuptiae demonstrant…’. Algunas consideraciones sobre filiación y maternidades lesbianas desde la antropología”) trabaja las tensiones entre biología y política de un modo que resulta contraintuitivo, mostrando que, lejos del tópico, sujetos implicados en prácticas de reproducción asistida legitiman su estatus familiar desde argumentos que no invocan lo biológico sino el uso de tecnologías de manipulación de lo biológico. Lo contrario podría ser también cierto3, lo que no hace difícil dar el siguiente paso en el argumento: “biología” y “sociedad”, “naturaleza” y “cultura”, “sangre” y “política” cuando aparecen juntas aparecen siempre de forma tensa y problemática. En otros tres textos, los protagonistas de esa tensión son siempre ADN y derechos humanos. Así, el trabajo de Eduardo Schwartz Marín y Arely Cruz Santiago (“Antígona y su biobanco de ADN: Desaparecidos, búsqueda y tecnologías forenses en México”) se fija en ese ácido y en sus usos, pero lo hace a contrapelo, observando no ya a sus manejadores expertos, genetistas a veces, otras antropólogos forenses —estrellas, por cierto, en esta era de racionalidad biológica y humanitarismo—, sino a experiencias de reapropiación de las tecnologías forenses desarrolladas en México por parte de afectados de desaparición forzada de personas, que revierten, afirman, los lugares comunes del “humanitarismo forense”. Claudia Fonseca por su parte (en “Mediaciones políticas del parentesco: tiempo, documentos y ADN”), describe un caso rico en matices y complejo en el dibujo de los actores que intervienen, presentes y ausentes, humanos y no humanos, el de los herederos de quienes sufrieron en Brasil internamiento compulsivo por “razón biológica” (la enfermedad de Hansen, la temida lepra) que mucho tiempo después de aquello, acuden a lo biológico para reclamar el derecho a ser reparados por el Estado brasilero. El ADN sirve a los de ahora para conectar con los de entonces y reclamar ante el Estado su condición de víctimas. La sangre heredada es también la protagonista del texto de José López Mazz (“Sangre indígena en Uruguay. Ciudadanías post étnicas y Derechos Sociales”), la uruguaya en concreto, su presunta pureza (léase ahí europeidad) que una nueva mirada —científicamente sostenida— revela que no es tal —o que es otra—, sirviendo así de arma narrativa para que identidades indígenas siempre invisibilizadas comparezcan con mayor solidez que antaño a un espacio público que siempre les fue negado. Esa sangre fue en origen imposición, homogeneización, pureza y esencia. Ahora, sin abandonar sus usos políticos, sirve para argumentar lo contrario. A veces la sangre, cuando es poder, es violencia, cuerpo descarnado y desencarnado. Es destrozo. Pero como nos muestra en el último trabajo que recoge el “tema especial” Ileana Diéguez (“Encarnaciones poéticas. Cuerpo, arte y necropolítica”), es también soporte de posibilidades en el arte que se despliega en contextos en los que la necropolítica no es solo una abstracción, sino que sostiene formas desestabilizar nuestro imaginario de cuerpos individuales y sociales destrozados.

Más allá de las virtudes de cada texto, considerados en conjunto los trabajos de este tema especial reúnen las de los estudios comparativos, esencialmente una: llevar las mismas preguntas a contextos de investigación diferentes. Cumple este dossier esa regla en un sentido ya habitual, el de la interdisciplinariedad (firman trabajos aquí sociólogos, antropólogas, arqueólogos, biólogos y analistas de la cultura y del arte), pero también en otro que no lo es tanto, y del cual nos jactamos, en el de las geografías. Así es, Brasil, España, México, Uruguay, la frontera de Europa al sur y al Este, o Francia se pasean por este texto, pero más que eso, la voluntad de dinamizar el diálogo entre los mundos académicos europeo y latinoamericano, algo que está presente en este número y lo estuvo en el encuentro que le dio lugar4.

Referencias

Anstett, Elisabeth; López Mazz, José & Merklen, Denis (Eds.) (2016). Después de la violencia. El presente político de las dictaduras pasadas. Montevideo: Banda Oriental.

Gatti, Gabriel & Mahlke, Kirsten (Eds.) (2018). Sangre y filiación en los relatos del dolor. Fráncfort: Iberoamericana Vervuert.