En los últimos años ha cobrado gran protagonismo en medios de comunicación y en el mundo intelectual el pensamiento de Byung-Chul Han. Aunque ciertamente todavía puede ser prematura una valoración de su filosofía social (que, por otro lado, todavía está en fase de consolidación y mejora continua), algunos de sus conceptos y aproximaciones a los problemas de la sociedad resultan muy iluminadores y, en este sentido, pueden ser decisivos de cara al futuro de la teoría social.
En concreto, quisiera acercarme a su noción de psicopolítica (unida al concepto de “sociedad del rendimiento” y “sociedad de la transparencia”) desde su crítica a la interpretación de la sociedad en términos de “biopolítica”. La crítica a este modo de ver la sociedad como un cuerpo sujeto de control inmunitario reside fundamentalemente en las carencias que ofrece este modelo en la actual sociedad del rendimiento. De este modo, no se trata de una crítica negativa al pensamiento de Michel Foucault, Roberto Esposito o Giorgio Agamben (con los que comparte muchos puntos de vista) sino más bien una propuesta que va más allá e intenta superar las deficiencias en un nuevo modelo.
En las próximas páginas intentaré rastrear los fundamentos filosóficos de esta crítica y de su noción de psicopolítica. Para ello parto de la consideración de la biopolítica en pensadores recientes y la comprensión del poder que subyace en el pensamiento de Han.
La biopolítica como comprensión de la sociedad en términos de cuerpo sobre el que se ejerce un poder-control de cara a su inmunización aparece con nitidez en el pensamiento de Michel Foucault. Aunque ciertamente parece que es una noción que no pudo desarrollar de manera completa y directa (Cfr. Agamben, 1995/1998, p. 14), se encuentra muy presente en su pensamiento político y social. En concreto es posible rastrear esta noción en La voluntad de saber, en Vigilar y castigar y algunos escritos menores tomados de una serie de conferencias de 1976 en las que Foucault ya hizo mención al término (Cfr. Foucault, 1976/1994).
La biopolítica es tratada por Foucault (1976/1978) de una manera breve pero directa en el quinto capítulo de La voluntad de saber, que lleva por título “Derecho de muerte y poder sobre la vida”. Aquí desarrolla Foucault la tesis de que el poder del soberano de conservar la vida o dar la muerte, propio de la sociedad de la Edad Media, se convierte en una política de la vida del cuerpo social en el mundo moderno. La modernidad, especialmente en el siglo XVIII, vino caracterizada por el afán de productividad y eficiencia. La sociedad, entendida como un cuerpo compuesto de individuos, debía ser sometida a control y regulada para mantener su propia vida y mejorar su eficiencia:
El derecho de muerte tendió a desplazarse o al menos a apoyarse en las exigencias de un poder que administra la vida, y a conformarse a lo que reclaman dichas exigencias. Esa muerte, que se fundaba en el derecho del soberano a defenderse o a exigir ser defendido, apareció como el simple envés del derecho que posee el cuerpo social de asegurar su vida, mantenerla y desarrollarla. (Foucault, 1976/1978, p. 165)
De este modo sostiene Foucault que el poder de vida y de muerte que ejerce el soberano se transforma en una biopolítica o regulación de la vida del cuerpo social: “Ese formidable poder de muerte […] parece ahora como complemento de un poder que se ejerce positivamente sobre la vida, que procura administrarla, aumentarla, multiplicarla, ejercer sobre ella controles precisos y regulaciones generales” (Foucault, 1976/1978, p. 165). El ejemplo paradigmático se da en la amenaza atómica, donde “el poder de exponer a una población a una muerte general es el envés del poder de garantizar a otra su existencia” (p. 165).
Este poder sobre la vida es el eje de la biopolítica, que se ejerció en dos direcciones: por un lado, se centró en el cuerpo individual como máquina, al cual había que someterlo a disciplina para aumentar sus aptitudes y eficacia; por otro lado, el control del cuerpo de la población como especie mediante mecanismos de regulación (Cfr. Foucault, 1976/1978, pp. 168-169). La anatomopolítica surgió como control del cuerpo mediante disciplinas; la biopolítica emerge como un poder centrado en la vida y, más en concreto, en el aumento de la productividad vital. La escuela, el cuartel, el taller, son lugares para la disciplina del cuerpo individual; la demografía y la geografía humana permiten el control de la población. La política de la Edad Media, que se ocupaba de la guerra y la administración de penas contra delitos, deviene en la Edad Moderna en una bio-política que pretende la salud del cuerpo social. Foucault (1976/1978) sostiene que fue esta biopolítica la que contribuyó al desarrollo del capitalismo. Las instituciones de poder se concentraron en el control del cuerpo individual y social para aumentar su eficacia y beneficios.
El ajuste entre la acumulación de los hombres y la del capital, la articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las fuerzas productivas y la repartición diferencial de la ganancia, en parte fueron posibles gracias al ejercicio del bio-poder en sus formas y procedimientos múltiples. (Foucault, 1976/1978, p. 171)
Esta noción de biopolítica permitiría entender las sociedades disciplinarias como estrategias de control ejercidas sobre un cuerpo social. Tales sociedades cerradas, propias de la modernidad (escuela, fábrica, cuartel, hospital, cárcel) tienen sus propias reglas y mecanismos, enfocadas a mejorar el rendimiento del cuerpo social. Esta es la idea que vertebra buena parte de su obra Vigilar y castigar. Aquí Foucault desarrolla una historia de los castigos y el control de los cuerpos a través de su noción de “tecnología política”.
El poder sobre el cuerpo es nombrado como “tecnología política”: un saber (en términos foucaultianos, una estrategia) que se impone sobre el cuerpo para hacer de él un instrumento o fuerza de producción.
El cuerpo está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos. […] Pero este sometimiento no se obtiene por los únicos instrumentos ya sean de la violencia, ya de la ideología; puede muy bien ser directo, físico, emplear la fuerza contra la fuerza, obrar sobre elementos materiales, y a pesar de todo esto no ser violento; puede ser calculado, organizado, técnicamente reflexivo, puede ser sutil, sin hacer uso ni de las armas ni del terror, y sin embargo permanecer dentro del orden físico. Es decir, que puede existir un «saber» del cuerpo que no es exactamente la ciencia de su funcionamiento, y un dominio de sus fuerzas que es más que la capacidad de vencerlas: este saber y este dominio constituyen lo que podría llamarse la tecnología política del cuerpo. (Foucault, 1975/2002, pp. 32-33)
Esta “tecnología política del cuerpo” se aplicaría a los cuerpos individuales, pero también a la sociedad entendida como cuerpo social. Es en la época moderna donde aparece la biopolítica como una estrategia de dominación sobre el cuerpo que pretende incrementar su mecanismo productivo. Emerge así un poder sobre la vida que intenta aumentar su propia productividad. La disciplina regulada sobre el cuerpo mediante ejercicios físicos y mentales en el ejército, en la escuela, en la prisión, en la fábrica, produciría cuerpos sometidos, dóciles y eficaces.
El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una «anatomía política», que es igualmente una «mecánica del poder», está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se determina. La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos «dóciles». (Foucault, 1975/2002, p. 142)
Ahora bien, como ha puesto de manifiesto Pierre Macherey (2009) en relación a la concepción de la norma de Canguilhem y Foucault, la norma que se aplica al cuerpo social no tiene por qué ser únicamente exterior al cuerpo, sino que resulta también productiva, creadora de sus objetos de referencia. Esta idea, como veremos más adelante, resulta clave en la comprensión psicopolítica de la sociedad tal como la plantea Han.
En la misma línea del pensamiento foucaultiano ha centrado su atención Giorgio Agamben (1995/1998) en el concepto de biopolítica1. Al igual que afirmaba Foucault (1975/2002), aquello que caracteriza la política moderna es que la vida devenga un objeto de cálculo y previsiones del poder estatal. Agamben centra su atención en el papel del Estado como productor de un cuerpo biopolítico; el Estado pone el centro de atención de sus cálculos en la vida biológica: su acción es la regulación del cuerpo biopolítico (Cfr. Agamben, 1995/1998, pp. 16-18). La pareja categorial fundamental de la política occidental no es la de amigo-enemigo, sino la de nuda vida-existencia política, y el eje de la política sería el control o regulación de la vida. De este modo para Agamben toda política es en realidad biopolítica. La vida biológica se transforma en vida política mediante un proceso disciplinario:
El estado de excepción, en el que la nuda vida era, a la vez, excluida del orden jurídico y apresada en él, constituía en verdad, en su separación misma, el fundamento oculto sobre el que reposaba todo el sistema político. Cuando sus fronteras se desvanecen y se hacen indeterminadas, la nuda vida que allí habitaba queda liberada en la ciudad y pasa a ser a la vez el sujeto y el objeto del ordenamiento político y de sus conflictos, el lugar único tanto de la organización del poder estatal como de la emancipación de él. Todo sucede como si, al mismo tiempo que el proceso disciplinario por medio del cual el poder estatal hace del hombre en cuanto ser vivo el propio objeto específico, se hubiera puesto en marcha otro proceso que coincide grosso modo con el nacimiento de la democracia moderna, en el que el hombre en su condición de viviente ya no se presenta como objeto, sino como sujeto del poder político. (Agamben, 1995/1998, p. 19, cursivas propias)
Pero quizás es Roberto Esposito (2004/2006) quien ha hecho de la biopolítica una noción capital para la comprensión social. Siguiendo la línea que interpreta la sociedad como un cuerpo que es sometido a control, Esposito vincula la biopolítica con la idea de “inmunización”, propia del ámbito médico.
Sólo si se la vincula conceptualmente con la dinámica inmunitaria de protección negativa de la vida, la biopolítica revela su génesis específicamente moderna. No porque no haya una raíz de ella reconocible también en épocas anteriores, sino porque sólo la modernidad hace de la autoconservación del individuo el presupuesto de las restantes categorías políticas, desde la soberanía hasta la de libertad. (Esposito, 2004/2006, pp. 17-18)
De este modo el concepto de biopolítica pone en relación la vida y el poder. El poder entra dentro del campo de la vida y, a través de un esquema inmunológico, trata de preservarla mediante mecanismos de control negativos.
La inmunización es una protección negativa de la vida. Ella salva, asegura, preserva al organismo, individual o colectivo, al cual le es inherente, pero no lo hace de manera inmediata, frontal, sino, por el contrario, sometiéndolo a una condición que a la vez niega, o reduce, su potencia expansiva. (Esposito, 2004/2006, pp. 74-75)
Este modo de entender el poder como biopolítica encuentra su símil en la vacunación. El poder logra “inmunizar” el cuerpo político frente a los enemigos externos o internos mediante un mínimo de control y negatividad represiva que permite preservarlo. Como se tratará de mostrar más adelante, es precisamente esta concepción de la sociedad en clave inmunitaria y biopolítica la que es rechazada por Han para la actual sociedad y precisamente el punto de partida para la comprensión de las “sociedades de rendimiento”.
El pensamiento francés postmoderno ha sido consciente de los límites del esquema biopolítico de Foucault. Las vías hacia una comprensión de la sociedad contemporánea más allá del esquema biopolítico-inmunológico fueron abiertas en los últimos decenios de la mano de Gilles Deleuze y Jean Baudrillard.
En un breve, pero penetrante artículo sobre las sociedades de control, Deleuze sitúa los límites de la comprensión social a través del esquema de “sociedades de control cerradas”. Deleuze señala cómo la sociedad disciplinaria descrita por Foucault está dando lugar a una nueva sociedad de control. Si la sociedad disciplinaria se vertebraba en círculos cerrados con normas propias (escuela, fábrica, hospital, cárcel, etc.), en la nueva sociedad de control esas instituciones se difuminan y se sustituyen por el control continuo:
La fábrica hacía de los individuos un cuerpo, con la doble ventaja de que, de este modo, el patrono podía vigilar cada uno de los elementos que formaban la masa y los sindicatos podían movilizar a toda una masa de resistentes. La empresa, en cambio, instituye entre los individuos una rivalidad interminable a modo de sana competición, como una motivación excelente que contrapone unos individuos a otros y atraviesa a cada uno de ellos, dividiéndole interiormente. (Deleuze, 1990/1999, p. 280)
De este modo Deleuze intuye que el esquema de la sociedad cerrada disciplinaria es un modelo que está siendo sustituido por otro en el que el control no viene dado desde fuera, sino más bien desde dentro de los propios individuos que componen la empresa. Estrictamente hablando los límites de las sociedades desaparecen, se desdibujan las disciplinas y sobre todo, los tiempos de cada una.
En las sociedades disciplinarias siempre había que volver a empezar (terminada la escuela, empieza el cuartel, después de éste viene la fábrica), mientras que en las sociedades de control nunca se termina nada: la empresa, la formación o el servicio son los estados metaestables y coexistentes de una misma modulación. (Deleuze, 1990/1999, p. 280)
Deleuze había entrevisto la transformación de las sociedades disciplinarias en algo nuevo. Han parte de ese análisis de la sociedad de control y trata de ir más allá. Lo que define el cambio de la sociedad disciplinaria no es el nuevo tipo de control (que también), sino la ausencia de negatividad alguna. Se ejerce control sin imponer control alguno. La pura positividad, el afán de rendimiento, de mostrar, de estar informado, genera un nuevo tipo de control basado en la dependencia.
Con su característico estilo crítico también Baudrillard ha puesto de manifiesto los límites de la sociedad de control. Precisamente lo principal del nuevo modelo es que el control no es puesto desde fuera, sino que son los mismos individuos los que se vuelven imágenes para sí mismos. Si lo propio del panóptico de Bentham era la vigilancia desde fuera (ser visto sin poder ver al vigilante), las redes de comunicación han invertido el proceso: ahora somos nosotros mismos los que mostramos nuestra imagen sin ningún tipo de coerción externa:
Nos encontramos más allá del panóptico en el que la visibilidad era fuente de poder y control. Ya no se trata de conseguir que las cosas resulten visibles para un ojo exterior, sino de que sean transparentes, esto es, de borrar las huellas del control y lograr que también el operador sea invisible. La capacidad de control se interioriza y los hombres ya no pueden ser víctimas de las imágenes: ellos mismos se transforman inexorablemente en imágenes (ya sólo existen en dos dimensiones o en una sola dimensión superficial). Esto significa que son legibles en cualquier instante, están sobreexpuestos en todo momento a las luces de la información y sujetos a la exigencia de producirse, de expresarse. (Baudrillard, 2006, pp. 49-50)
Pero precisamente ese “exceso de imagen” es la mayor fuente de violencia. Toda nuestra vida se convierte en imagen hacia fuera que debe poder ser visible, precisamente porque hacerse imagen es exponer por completo la propia vida cotidiana. Hacerse imagen es no guardar ningún secreto. “Hablar, hablar, comunicar incansablemente. Esta es la violencia más profunda de la imagen. Es una violencia penetrante que afecta al ser particular, a su secreto” (Baudrillard, 2006, p. 50). Aquí reside el principal punto de inflexión respecto a una comprensión biopolítica de la sociedad. La característica fundamental en los actuales procesos sociales reside en la positividad sin secreto: mostrar la imagen, mostrar los resultados, mostrar los datos. Es lo que Han llama la “sociedad de la transparencia”, que analizaré más adelante.
Hasta aquí he tratado de ofrecer un recorrido a través del desarrollo de la noción de biopolítica en los últimos decenios y cómo se han intuido las deficiencias de este modelo explicativo para la actual sociedad. Ahora quisiera observar cómo Han incorpora esta crítica a su pensamiento y vertebra a través de estas nociones una comprensión distinta de la sociedad. Sin embargo, sólo es posible entender el alcance del pensamiento político y social de Han teniendo en cuenta su particular filosofía del poder. Ésta se encuentra fundamentalmente en su obra Was ist Macht? (2005) donde se pregunta por la esencia del poder en la comunidad.
La idea fundamental que recorre su filosofía del poder es que éste debe ser comprendido como la capacidad de prolongar la propia voluntad en la voluntad de otros. Aunque el poder se ha interpretado a menudo desde un modelo coercitivo de obligatoriedad, sin embargo:
Un gran poder es realmente aquel que forma el futuro del otro, y no aquel que se lo bloquea. En vez de ir contra una determinada acción del otro, más bien influye y conforma el entorno de acción (Umfeld) o el terreno previo (Vorfeld) de acción del otro, de modo que el otro (Alter) voluntariamente se decide, incluso sin sanciones negativas, por aquello que corresponde a la voluntad de uno (Egos Willen). (Han, 2005, p. 11)
El modelo coercitivo (Zwangsmodell) interpreta el poder desde categorías de enfrentameniento y oposición. Entre aquel que manda y el mandado aparece una relación antagónica. En cambio, un poder realmente poderoso no parece que sea aquel que se presenta de manera violenta, sino más bien aquel que consigue configurar la acción del otro, incluso libremente. Por eso mismo son precisamente las intermediaciones y los procesos comunicativos los que ayudan a desarrollar un gran poder. Alguien es poderoso no cuando logra unos resultados mediante la amenaza de violencia, sino cuando el otro cumple un mandato que asume libremente; ahora bien, esto sólo es posible en tanto que hay mediación, proceso comunicativo.
El poder es un fenómeno complejo, que implica cierta reciprocidad entre aquel que tiene poder y aquellos subordinados. Incluso en un modelo de poder jerárquico aquel que ostenta el poder necesita de consejeros de los cuales se vuelve dependiente. El poder se dispersa a través de las múltiples interacciones: “Quien quiera lograr un poder absoluto, deberá hacer uso no de la violencia, sino de la libertad de los otros. Lo conseguirá en el momento en que la libertad y la subordinación coincidan” (Han, 2005, p. 14). Desde esta concepción del poder vertebra una crítica a la descripción de Niklas Luhmann de las relaciones de poder. Luhmann afirma que el poder del que manda y del subordinado crece si, en lugar de establecerse una relación autoritaria, se ofrece un modelo descentralizado del poder (Cfr. Luhmann, 1975/1995, pp. 149-150). No obstante, Han observa que no se debe confundir la esfera del poder con la esfera de la productividad. Posiblemente sea cierto que un reparto del poder, un poder no autoritario y con intermediaciones (es decir, basado en la confianza y el reconocimiento) sea más efectivo y productivo para la empresa; esto sin embargo no significa que aumente el poder de ambos (jefe y subordinado). Se hace preciso diferenciar entre poder e influencia:
La influencia puede ser neutral respecto al poder. No le es inherente la específica intencionalidad del poder que conforma un continuo del yo (Kontinuum des Selbst). Un subordinado, que por razón de sus conocimientos especiales puede tener mucha influencia en el proceso de decisión, no tiene que tener mucho poder. La posibilidad de tener influencia no desemboca de suyo en una relación de poder. (Han, 2005, p. 24)
Tampoco consiste el poder en la mera capacidad de castigo o uso de la violencia. Aunque esa posibilidad de castigo exista y sea necesaria para garantizar el orden, sin embargo, el respeto del derecho y la ley viene, en primer lugar, por el reconocimiento de un orden jurídico y social que se siente como propio y se debe respetar. Por eso mismo “quien sólo puede establecer su decisión mediante la fuerza de una sanción negativa tiene poco poder” (Han, 2005, p. 25).
Luhmann parece interpretar el poder en una relación lineal (lineare Beziehung) entre alguien que manda y alguien que obedece, entre los distintos actores del proceso comunicativo del mando. Pero no se debe perder de vista que el poder no es sólo un proceso lineal, sino que configura un espacio, una red de sentido en la que las distintas acciones y poderes individuales quedan configurados en una dirección:
El poder funciona aquí no tanto como una causa que produce una acción concreta por parte de los subordinados, sino que más bien abre un espacio (Raum) en el cual una acción posee una dirección, un sentido: un espacio que precede a la línea de la causalidad o de la cadena de acciones. (Han, 2005, p. 29)
Este espacio de sentido que vertebra el poder será de importancia capital en la noción de psicopolítica, precisamente porque la sociedad de rendimiento caracterizada por la globalización y el uso de las tecnologías crea un espacio anónimo de sentido: la dictadura del “se”. Habrá que analizarlo con detalle más adelante.
La tesis de Han es que el poder configura distintas formas de continuidad en las cuales la voluntad del yo puede expandirse y continuar en el otro. El auténtico poder crea un espacio de posibilidades y aumento de energías. Por eso mismo el poder basado en el miedo o en la violencia es un poder muy efímero, porque apenas crea espacio de desarrollo. El espacio del poder basado en el miedo no es ningún espacio positivo de acción (Cfr. Han, 2005, p. 36), sólo de temor frente al gobernante. En cambio, un poder fundado en la comunicación y las intermediaciones crea un espacio de libertad donde aumenta la capacidad de acción y, por tanto, el poder mismo. La pregunta que se genera desde esta noción de poder es: ¿hay un verdadero poder en la sociedad del rendimiento y la transparencia, propia de la psicopolítica?
Más allá del paradigma biopolítico basado en un sistema inmunológico, Han propone que la sociedad contemporánea avanza por un paradigma distinto, basado en el exceso de positivización que lleva al malestar individual y social, tal como ha sido intuido también por Deleuze y Baudrillard.
Han entiende que la comprensión biopolítica de la sociedad en clave inmunitaria (que sería un tránsito a la gubernamentalidad, tal como lo expone Foucault y desarrolla Esposito) sitúa el control disciplinario como eje negativo que posibilita el rendimiento del cuerpo social. En el esquema inmunológico el problema es lo otro, el elemento negativo que desde fuera afecta al sistema y frente al cual es sujeto (o el cuerpo social) se autoafirma mediante la negación. La analogía con la medicina es clara: en un periodo en que la enfermedad médica son las bacterias y los virus, el remedio es atacar al enemigo de fuera para conservar la salud. Del mismo modo el cuerpo social ve al enemigo en el cuerpo extraño, en el otro que es totalmente distinto y amenaza la existencia del cuerpo social.
Sin embargo, la sociedad contemporánea ha cambiado su paradigma y, del mismo modo que para la medicina la inmunología ha perdido peso (puesto que las enfermedades causadas por virus, bacterias y elementos extraños han sido controladas), han aparecido nuevas enfermedades causadas en el interior del sujeto y desde el propio sujeto (depresión, déficit de atención, cansancio crónico, etc.). El enemigo ha dejado de ser el elemento extraño, frente al que hay que estar preparado mediante medidas preventivas, y ha pasado a ser el mismo sujeto el que está problematizado. Del mismo modo, Han entiende que el problema en la sociedad actual no viene dado por un control negativo, sino, paradógicamente, por un exceso de positividad o ausencia de barreras: “El tú puedes incluso ejerce más coacción que el tú debes” (Han, 2012/2014, p. 21, cursivas en el original). En el ámbito social había sido descrito por Foucault el esquema inmunológico en términos de “sociedad disciplinaria”, es decir, sociedad regulada y controlada para obtener beneficios mediante la negatividad del mandato. Las instituciones de esta sociedad son la cárcel, el hospital, la fábrica, el cuartel. Sin embargo, el esquema inmunológico de la sociedad disciplinaria, basada en la negatividad y la fuerza del mandato, ha sido remplazado por una sociedad del rendimiento. Ya no se insiste en la prohibición y el mandato externo en el ámbito laboral, sino en el propio rendimiento, la capacidad de iniciativa y la promoción.
Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del poder hacer, pues a partir de un nivel determinado de producción, la negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un crecimiento ulterior. La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. (Han, 2010/2012, p. 27)
Como había señalado Han en Was ist Macht? (2005), el poder se expande y se vuelve efectivo en la medida en que se desarrollan mediaciones entre los individuos. En la sociedad de rendimiento precisamente desaparecen los elementos coercitivos, negativos, del poder, pero, en contrapartida, no se generan vínculos sólidos de intermediación, sino más bien mero intercambio de información y resultados positivos:
La sociedad del rendimiento está dominada en su totalidad por el verbo modal poder, en contraposición a la sociedad de la disciplina, que formula prohibiciones y utiliza el verbo deber. A partir de un determinado punto de productividad, la palabra deber se topa con su límite. Para el incremento de la producción es sustituida por el vocablo poder. La llamada a la motivación, a la iniciativa, al proyecto, es más eficaz para la explotación que el látigo y el mandato. (Han, 2012/2014, p. 19, cursivas en el original)
Paradójicamente, el aparente aumento de libertad y poder no genera ni una auténtica libertad ni un auténtico poder, sino más bien un mecanismo de dominación tanto más efectivo cuanto más callado y aceptado es por todos. Esta sociedad de la pura positividad viene marcada por el afán de absoluta transparencia y la falta de ocultamiento o elemento negativo. Con su estilo directo y claro afirma en las primeras páginas de La sociedad de la transparencia:
Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, cuando se alisan y allanan, cuando se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la información. Las acciones se tornan transparentes cuando se hacen operacionales, cuando se someten a los procesos de cálculo, dirección y control. (Han, 2012/2013, pp. 11-12, cursivas en el original)
El cuerpo biopolítico era un cuerpo sólido, rígido, que permitía un control disciplinario desde fuera, como en el famoso panóptico de Bentham. La sociedad del rendimiento no es un cuerpo, no tiene rigidez ni tampoco capacidad de disciplinas regladas, podría ser considerado líquido (Cfr. Bauman, 2000/2006) o incluso algo que va más allá de lo líquido, es transparente: es psique dominada por la mera positividad de datos e información. Aquí es donde se distancia Han del concepto de biopolítica:
Foucault vincula expresamente la biopolítica con la forma disciplinaria del capitalismo, que en su forma de producción socializa el cuerpo. […] El neoliberalismo como una nueva forma de evolución, incluso como una forma de mutación del capitalismo, no se ocupa primeramente de lo «biológico, somático, corporal». Por el contrario, descubre la psique como fuerza productiva. (Han, 2014, p. 41, cursivas en el original)
La característica fundamental de la sociedad del rendimiento es la positivización como puro “estar expuesto”, “poder hacer sin barreras”. La positivización propia de la sociedad del rendimiento ha invadido también la esfera de la comunicación gracias a las nuevas tecnologías de la era digital. Aparentemente estos medios de información (internet, móviles, etc.) nos dan una apertura sin límites, una libertad total, pero curiosamente esa libertad y comunicación ilimitadas se convierten en control y vigilancia totales: “La información es una positividad que puede circular sin contexto por carecer de interioridad. De esta forma es posible acelerar la circulación de información” (Han, 2014, p. 22).
La pura positividad de la información se reclama en la sociedad del rendimiento en términos de transparencia. Hay que mostrarlo todo y que nada permanezca en secreto. Pero, de este modo, todo se convierte también en susceptible de control y vigilancia. Todo puede ser observado, todo debe quedar plasmado como mera información sin interioridad. Por eso mismo la sociedad del rendimiento va ligada al concepto de psicopolítica. Si Foucault mantenía que la política propia de las sociedades disciplinarias había que entenderla como un control sobre el cuerpo social, Han señala que ya no es el control de un cuerpo físico (individuos) frente a las amenazas del ambiente o enemigos externos, sino más bien el dominio basado en la libre exposición de las psiques individuales mediante los medios digitales. El concepto de psicopolítica se construye así partir de la noción de poder inteligente. La manifestación más inmediata del poder aparece como la capacidad de los poderosos de imponer su voluntad mediante la coacción y la violencia. Sin embargo,
El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. (Han, 2014, p. 27)
De este modo se pueden describir los términos en los que se enmarca el poder propio de la sociedad neoliberal, la sociedad del rendimiento. En la sociedad disciplinaria el poder se articula de manera inhibitoria, mediante la negatividad de la prohibición y la coacción. En la sociedad neoliberal, en cambio, el poder se ejerce de manera sutil y flexible, “el sujeto sometido no es consciente ni siquiera de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto” (Han, 2014, p. 28): lo importante no es tanto someter a los sujetos como hacerlos dependientes. De este modo aparece el poder inteligente, que no se enfrenta a la voluntad de los sometidos, sino que los seduce. “El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones” (Han, 2014, p. 29). La psicopolítica supone un paso en aquella dirección marcada por Foucault desde la biopolítica. El poder productivo desde la regulación de la vida se transforma en un poder de productividad desde la psique.
Han sitúa también su perspectiva de la sociedad del rendimiento en diálogo con Marx. Aunque le parece un acierto el análisis de las formas productivas que surgen con la industrialización, discrepa que la situación a la que conduzca el capitalismo sea una revolución final comunista. Más bien sostiene que la dialéctica entre trabajador explotado y capitalista explotador se resuelve en el nuevo liberalismo en una coincidencia entre el sujeto explotador y el sujeto explotado:
El neoliberalismo, como una forma de mutación del capitalismo, convierte al trabajador en empresario. El neoliberalismo, y no la revolución comunista, elimina la clase trabajadora sometida a la explotación ajena. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se transforma en una lucha interna consigo mismo. (Han, 2014, p. 17, cursivas en el original)
En último término se trata de una “autoexplotación sin clases”, precisamente porque afecta a todas las clases. Además, el sujeto de rendimiento, al trabajar sólo para sí mismo, se encuentra aislado frente a los demás, de modo que se vuelve incapaz para la acción en común. La revolución sólo era posible en el esquema de Marx debido a esa contraposición entre explotador y explotado. Ante la explotación ajena, surge la unión de proletarios para luchar contra su situación. En el liberalismo no cabe tal opción, porque uno se explota a sí mismo: entonces sólo cabe dirigir la agresividad hacia uno mismo, pero no en forma de violencia, sino en forma de depresión.
La sociedad del trabajo y rendimiento no es ninguna sociedad libre. Produce nuevas obligaciones. La dialéctica de amo y esclavo no conduce finalmente a aquella sociedad en la que todo aquel que sea apto para el ocio es un ser libre, sino más bien a una sociedad de trabajo, en la que el amo mismo se ha convertido en esclavo del trabajo. En esta sociedad de la obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados (Han, 2010/2012, p. 48).
De modo que la “sociedad de rendimiento”, en la que hay una supuesta libertad y capacidad de hacer, se vuelve una auténtica sociedad de dominación encubierta mediante la autotransparencia. Concretamente las “tecnologías del yo”, que Foucault entendía como ciertas prácticas que hacen que uno tenga su propio estilo, y las estudiaba separándolas de la esfera del poder y la dominación, se han convertido en los medios propios de dominación de la psique. Han entiende que en realidad esas “tecnologías del yo” son precisamente la técnica de poder de la sociedad neoliberal: “se ocupa de que el individuo actúe de tal modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación que es interpretado por él como libertad” (Han, 2014, p. 46). Las “tecnologías del yo” en realidad serían formas de autoexplotación inconscientes en las que uno se vuelve transparente para los demás convirtiendo su vida en mera información de datos sin interioridad.
Un poder es realmente efectivo cuando menos se nota su presencia. Un poder ejercido desde la fuerza supone un sometimiento momentáneo. En cambio, cuando en una sociedad se asumen ciertos comportamientos y hábitos hay un poder que opera sin fuerza y que no es cuestionado por nadie. Siguiendo la filosofía de la cotidianidad de Heidegger (1927/2003, §51), la sociedad genera un horizonte de sentido que puede ser asumido de manera aséptica. El imperativo del “se” (das Man) es un poder impersonal, proporciona un sentido que los individuos toman como suyo sin más cuestionamiento: lo que “se” piensa, lo que “se” dice, lo que “se” hace.
La «dictadura» del “se” (des Man) no se realiza por medio de la presión o la prohibición. Más bien toma la forma de lo que es habitual. Es una dictadura de lo que parece en sí mismo elemental (Selbstverständlichkeit). El poder que opera sobre la costumbre es mucho más eficiente y estable que el poder que articula órdenes o ejercita la violencia. (Han, 2005, p. 61)
La sociedad genera comportamientos y esquemas de pensamiento habituales que son asumidos por todos y a la vez no le pertenecen a nadie en concreto. Cuando un poder logra generar estos hábitos o esquemas de sentido es cuando es realmente poderoso. El poder tiene que ver, ante todo, con la propia afirmación (Selbstbejahung) frente a los obstáculos externos o internos, frente a la negatividad. Esta afirmación no tiene por qué consistir en un dominio negativo sobre el otro, sino que se ve reforzada, ante todo, en la medida en que hay mediación: “La afirmación de sí no tiene que darse con la fuerza o la negación del otro. Depende más bien de la estructura de mediación. Con una mediación intensa no está negando o excluyendo, sino más bien integrando” (Han, 2005, p. 78).
El espacio del poder que se crea en las sociedades del rendimiento podría parecer un espacio positivo de acción, pero en realidad no lo es. Precisamente porque la comunicación se vuelve mera información positiva (transparencia de datos), no hay auténticas intermediaciones, ni tampoco un espacio de libertad consciente. En realidad, la sociedad de rendimiento no aumenta la capacidad de acción individual, sino que la hace colapsar.
Vivimos en una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a coacciones. La libertad del poder hacer genera incluso más coacciones que el disciplinario deber. El deber tiene un límite. El poder hacer, por el contrario, no tiene ninguno. Es por ello que la coacción que proviene del poder hacer es ilimitada. (Han, 2014, p. 12, cursivas en el original)
Un mero poder hacer sin intermediaciones no genera un verdadero poder comunitario, precisamente porque el poder hacer individual anula la cooperación y el sentido global de la acción en común. Cuando desaparece un esquema de sentido que agrupa las acciones individuales en torno a un fin, el poder individual se torna en una coacción contra sí mismo.
Más allá de la biopolítica, que surge de la comprensión de la sociedad como un cuerpo que hay que inmunizar y controlar para mejorar su efectividad y su salud, la psicopolítica surge en una sociedad del rendimiento, entendida como una red de positividad en la que los individuos son competidores de sí mismos y muestran su propia vida sin necesidad de un control externo explícito. Han desarrolla así un concepto que sitúa el eje de los problemas sociales en una dinámica interna y referida a la psique, más que al cuerpo social. La biopolítica se ha convertido en psicopolítica. Precisamente ese poder sobre la vida, que buscaba incrementar la productividad, se ha transformado en un poder sobre la psique, un control que paradójicamente no se ejerce desde fuera, sino desde dentro. Es el propio individuo el que asume la tarea del propio rendimiento y se impone a sí mismo una disciplina férrea. A la vez, este proceso ha ido acompañado de un nuevo uso de las tecnologías, en las cuales el sujeto se expone de manera voluntaria. De este modo los gobiernos y empresas pueden ejercer un gran dominio silencioso sobre los individuos, precisamente porque su poder, su capacidad de encauzar las voluntades, no topa con ningún obstáculo. Si admitimos con Han que un poder realmente poderoso no es aquel que se presenta de manera violenta, sino más bien aquel que consigue configurar la acción del otro incluso libremente, entonces habría que deducir que el poder de empresas y gobiernos en una época psicopolítica es verdaderamente abrumador. Sin embargo, añadiría que se ha desdibujado a su vez el sujeto portador de tal poder. La “dictadura del se” aparece como un poder impersonal al que libremente nos configuramos. La sociedad del rendimiento es también una sociedad anónima, también en términos de poder porque, aunque el control al que los individuos se someten es total, sin embargo, se trata de un control que no genera una trama con sentido. La transparencia y la ausencia de negatividad alguna no parecen engendrar un auténtico poder, sino más bien lo contrario, puesto que el gobierno de lo impersonal no es poder alguno. Ni siquiera produce algo nuevo: se repite, expone los datos, logra objetivos concretos, pero no apunta a nada más. Sin intermediaciones y comunicación auténtica más allá del tráfico de datos, no hay espacio de auténtico poder; en todo caso, hay espacio de eficiencia, de productividad, de positividad. La psicopolítica se nos revela entonces como un poder desdibujado, perdido entre la mera exposición transparente y la falta de libertad o, por decirlo de otro modo, como una libertad transparente que anula la propia libertad. En los próximos años habrá que ver los efectos de esta psicopolítica en el plano político y social. Parece que este poder impersonal, anónimo, conduce hacia una nueva manera de gobierno sin que parezca que haya un poder claro y establecido.
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