Reseña de Mendoza García (2015) Sobre memoria colectiva. Marcos sociales, artefactos e historia

Review of Mendoza García (2015) Sobre memoria colectiva. Marcos sociales, artefactos e historia

  • Rigoberto Reyes Sánchez
Portada libro

Jorge Mendoza García (2015)
Sobre memoria colectiva. Marcos sociales, artefactos e historia. Universidad Pedagógica Nacional.
ISBN: 978-607-413-208-3



Sobre el marco social de la obra1

La presente publicación tiene como tema central la memoria colectiva, podría dividirse en un apartado teórico y otro histórico centrado en el estudio de las memorias, silencios y olvidos en torno a las guerrillas que surgieron en México desde mediados de los años sesenta con el simbólico Asalto al Cuartel de Madera en Chihuahua. Para reseñar el libro decidí dividir este escrito en tres partes; en esta primera parte describiré lo que he llamado el marco social de la obra (siguiendo la conceptaulización de Maurice Halbwachs), es decir, el contexto sociopolítico y académico local del que surge el libro y con el que entra en diálogo. En la segunda parte señalo algunas de las principales apuestas conceptuales del autor, así como sus aportes en el estudio de las organizaciones armadas en el país. Finalmente comento sus reflexiones finales planteando una idea que surge tras la lectura del libro a la luz de la relación entre guerrilla, memoria y narrativa nacional.

En México, a diferencia de lo ocurrido en otros países de América Latina y Europa, el campo de los estudios de la memoria social sobre el pasado reciente es bastante reducido y fragmentario, careciendo aún de un corpus teórico propio y de “escuelas” consolidadas. Existen sí, interpretaciones disimiles, estudios de caso detallados, así como algunos intentos de irrupción conceptual que en general no suelen ganar muchos adeptos. Tal situación puede ser explicada por diversos factores, algunos de corte intelectual como el hecho de que en no pocos casos la academia local está cargada de un historicismo poco receptivo a la interdisciplina que exigen los estudios de la memoria. Otro factor que explica esta situación se deriva de las particularidades de la historia política del país en la segunda mitad del siglo XX, caracterizada por una política interior represiva que marchaba en paralelo con una política internacional fraternal y receptora de perseguidos políticos, algo muy distinto a lo ocurrido con otros países azotados por dictaduras militares o sangrientos conflictos armados internos alentados por Estados Unidos. Esta ambigüedad política y aparente consistencia democrática opaca el hecho de que en México se vivió un proceso violento en el que el Estado persiguió, encarceló, ejecutó y desapareció personas de manera masiva y sistemática, algo que en nada se diferencia de lo ocurrido en otros países de la región latinoamericana que vivieron bajo dictaduras militares. Asimismo, es evidente que la permanencia de estructuras de poder surgidas precisamente en esos años de persecución y vigilancia inhibe la discusión académica sobre tales temáticas en el presente.

Sin embargo, esto ha ido cambiado al menos en los últimos 15 años, pues a la par de una modesta y breve apertura institucional, se dio un recambio generacional en el ámbito de la investigación: los trabajos de jóvenes investigadores que no vivieron el conflicto armado han constituido una pequeña pero destacable “oleada” de estudios renovadores sobre guerrilla y memoria. Las redes sociales y las publicaciones electrónicas han permitido también cierta proliferación de nuevas interpretaciones, así como la apertura de algunos debates que llevaban décadas acallados o silenciados por propios y extraños. Pero esta situación presente sólo ha sido posible gracias a un largo proceso de insistencias, esfuerzos y colaboraciones emprendidas por exmilitantes, familiares, amigos, periodistas y un puñado de investigadores a lo largo de décadas.

En materia de memoria política, la literatura y el testimonio fueron largamente los principales y en ocasiones los únicos acercamientos escritos a este pasado reciente. Por lo general, tales producciones eran realizadas por los propios protagonistas o sus familiares y amigos sin gran apoyo institucional, por lo que sólo lograban salir a la luz pública en pequeñas editoriales independientes y algunas revistas o diarios. La alternancia política de comienzos del siglo XXI posibilitó algunas investigaciones de mayor envergadura, a veces inclusive vinculadas a apoyos estatales o a procesos judiciales. Sin embargo, la apertura fue breve y la posibilidad de que el Estado enfrentara la responsabilidad por sus crímenes, así como el establecimiento de una Comisión de la Verdad pronto se desvaneció. El retorno del Partido Revolucionario Institucional al poder presidencial, aunado a un conflicto armado devastador para el país implican nuevos desafíos intelectuales y políticos para este tipo de estudios. En un panorama de vigilancia y control de archivos, las nuevas investigaciones requieren de audacia y compromiso crítico para señalar las continuidades y consecuencias de las políticas represivas que el estado desarrolló contra organizaciones guerrilleras y movimientos sociales desde mediados del siglo pasado.

A pesar del discreto auge que existe actualmente en los estudios sobre estas cuestiones en algunos espacios de la academia y de los movimientos sociales, el tema de la memoria colectiva y de las luchas contra el olvido no ha llegado a formar parte de la discusión pública y mucho menos ha entrado de manera consistente al debate político. Existen más bien grupos de memoria. Destacables pero minoritarios esfuerzos por preservar el recuerdo y exigir justicia. Esta indiferencia o desconocimiento resulta sintomática y está directamente vinculada con la esfera política e ideológica, pues los aparatos ideológicos y represivos del Estado mexicano se encuentran bien engrasados, adaptándose aceleradamente a nuevas realidades para mantenerse en pie sosteniendo versiones de la historia reciente edulcoradas, como puede observarse en ceremonias, conmemoraciones o libros de texto en los que sólo se reconoce al movimiento estudiantil de 1968 en la medida en que se inscribe en un supuesto procesos democratizador cívico y pacífico. Las organizaciones guerrilleras, cuyo intento era derrocar por la vía armada al Estado e instaurar la dictadura del proletariado, no tienen lugar en estas narrativas nacionales.

Es en este estado de la cuestión social y académica en el que aparece la obra de Jorge Mendoza, la cual es en buena medida la culminación de un largo proceso de reflexión, investigación y escritura cuyas primeras irrupciones en la discusión local datan, al menos, de 2004 cuando el autor comenzó a publicar artículos en los que exploraba los fenómenos del olvido y la memoria colectiva teniendo como horizonte de estudio la “guerra sucia” y cómo base teórica a clásicos como el sociólogo Maurice Halbwachs y el psicólogo Lev Vigostky, además de investigadores mexicanos de entre los que destacan las voces de Enrique Florescano y el psicólogo Pablo Fernández Christlieb. Estos autores forman parte del corpus teórico de la obra de Mendoza y se mantienen como pilares fundamentales en este libro, lo cual le otorga un fondo cimentado en la psicología social, desde el que desarrolla una perspectiva interdisciplinaria que lo mismo recurre a ideas planteadas por autores tan disímbolos como Jean Baudrillard o Zygmunt Bauman, como vuelve a otros clásicos del tema tal como Paul Ricoeur o Tzvetan Todorov.

Algunas apuestas conceptuales del autor

Esta obra contiene índices de legibilidad inscritos en su propio título, cuidadosamente elegido: Sobre memoria colectiva. Marcos sociales, artefactos e historia en él se sintetizan los principales temas discutidos a lo largo del trabajo, muestra con claridad su deuda con la obra de Maurice Halbawchs la cual no sólo es reseñada sino debatida y actualizada, además anuncia la que quizá es su apuesta conceptual más sugerente: la noción de artefacto. Finalmente, el título pone el acento en la historia, señalando los debates, a veces estériles, entre la memoria como parte viva de las culturas y la historia como ciencia o disciplina de especialistas. Este libro trata, según las palabras del autor, “de cómo se va forjando la memoria en la sociedad, del proceso de reconstrucción de un pasado significativo, habla de los elementos que van conformando la memoria colectiva” (Mendoza, 2015, p. 13) en el que se privilegia la mirada psicosocial, aunque, como mencioné, embebe de otras disciplinas, acercándose por momentos a cierta sociología clásica europea o incluso, por su tonalidad y amplia sensibilidad, a los estudios culturales. Se trata de un libro eminentemente teórico que, además de mostrar un amplio conocimiento de los debates sobre memoria suscitados en la academia europea y sudamericana, no oculta sus deudas vivas con pensadores como Christlieb o grupos de trabajo como la red de memoria colectiva e identidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Por tener en su centro a la teoría misma y aventurar propuestas de precisión conceptual propias es un libro que hacía falta en el panorama mexicano de estudios de la memoria, tan cargados hacia el testimonio y la descripción densa. Por su amplitud de mira, que no se circunscribe a la memoria política, sino que ahonda en los afectos, los cuerpos y los recuerdos familiares, es un libro que tiene la virtud de dar pie a posibilidades, caminos apenas trazados, aperturas.

Para desarrollar sus argumentos y posicionamientos teóricos el autor recupera ideas emanadas de diversas corrientes de pensamiento articuladas en un nuevo entramado crítico. Además, algo destacable: recurre insistentemente al ejemplo histórico que en el marco del libro no funciona como mera ilustración de un argumento acabado sino que forma parte de la propia reflexión. El ejemplo es una estrategia de pensamiento teórico en esta obra, se trata de un método escriturario en el que el ejemplo con su carga narrativa y emotiva contribuye al tejido argumental; cada pasaje histórico o actual narrado es una hebra que se suma a la urdimbre teórica que va tejiendo el autor.

Más allá del índice propuesto, el libro puede dividirse en dos grandes apartados, el primero teórico y el segundo, que podríamos llamar el estudio de caso. No se trata de dos islotes separados sino de territorios interconectados que se evocan constantemente y que permiten traslados reiterados de ida y vuelta. El libro abre con una elección conceptual al recuperar los términos clásicos de “memoria colectiva” y “marcos sociales”, ambos desarrollados inicialmente por Maurice Halbwachs a comienzos del siglo pasado. Para Halbwachs, la memoria colectiva se refiere a procesos sociales mediante que los grupos y las culturas preservan y transmiten interpretaciones de su pasado que les resultan significativas, mientras que los marcos sociales hacen referencia a los repertorios culturales e históricos que posibilitan y dan sentido a determinados pasajes del pasado mirados desde un presente cambiante. Se trata de dos conceptualizaciones que, ya cuando fueron acuñadas por el sociólogo francés, tenían afinidades con lo que ahora se conoce como sociología social ya que ponían de relieve las relaciones entre individuo y sociedad así como entre racionalidad y afectos en los modos de recordar personales y colectivos.

Quiero detenerme especialmente en la noción de artefacto que propone Jorge Mendoza. Los artefactos, dice, son “una especie de almacenes de acontecimientos significativos que permiten comunicar a posteriori lo acontecido en tiempos pretéritos” (Mendoza, 2015, p. 79, cursivas del original). Los artefactos pueden ser objetos hechos especialmente para preservar la memoria o aquellos que adquieren dicha cualidad con el paso del tiempo, como son las cosas que pertenecieron a algún personaje famoso; los lentes que usó Salvador Allende el día de su muerte exhibidos en un museo en Santiago de Chile, por ejemplo. Artefactos son también los utensilios de uso cotidiano o doméstico que adquieren un valor especial en algunas familias como el viejo sofá del abuelo o alguna cazuela que ha estado en una familia por generaciones y que se usa exclusivamente para preparar algún platillo especial. Los artefactos son recipientes, son objetos de los que irradia cierto “halo” o, en términos de Walter Benjamin, un “aura”, evocan un pasado en ocasiones muy anterior a nuestra propia existencia, como aquellos recipientes como jarrones o platos de barro usados día a día por miembros de alguna cultura desaparecida siglos atrás y que llegan a nosotros cargados de un aire de dignidad, poseedores de una presencia que nos interpela. Pero la noción de artefacto no se refiere únicamente a los objetos sino también a otras obras humanas como son la arquitectura, las fotografías, las reliquias, el cine o los monumentos e incluso las marcas como las placas o señalamientos. Para Jorge Mendoza “los artefactos de la memoria permanecen, porque significan y ‘contienen’ algo que la sociedad les ha depositado: sus experiencias” (Mendoza, 2015, p. 90), por ello cuando son atacados o destruidos la memoria que se depositaba en ellos corre el riesgo de perderse.

Tras dedicar algunas páginas a los debates entre memoria e historia y sobre cómo problematizar el pasado en la educación se abre el segundo territorio del libro, el estudio de caso consagrado al estudio de la guerrilla y la llamada “guerra sucia” en México. Más que una investigación avocada al recuerdo de estos sucesos se trata de un ejercicio de memoria en clave narrativa e interpretativa, en este apartado el autor describe algunos de los aspectos más atroces del actuar del estado mexicano como son las cárceles clandestinas, la tortura, la desaparición forzada y el destierro. Quiero anotar una pregunta que esta parte de la obra leída, en correlación con el apartado teórico, permite plantear ¿estas historias (las de la guerrilla y la violencia del Estado) han sido olvidadas, es decir, han dejado de ser significativas para el cuerpo social o más bien nunca llegaron a ser acontecimientos significativos? O dicho de otro modo ¿no será que lo que ha sucedido no pertenece al campo del olvido social —la fractura de la transmisión de experiencias significativas— sino al ámbito de la borradura como una práctica profiláctica del poder? Pues nada puede ser olvidado si no fue antes conocido y recordado. Lo “sucio” de esta política contrasubversiva radicó principalmente en el despiadado y desmedido actuar del Estado contra su propia vida de la población, pero se extendió hasta el ensuciamiento de la ética periodística y de la vida pública, sus tentáculos ensuciaron la documentación existente oscureciéndola y dejando manchas de su actuar en los archivos.

Olvidos y memorias subterráneas

En sus comentarios finales el autor escribe que ante los relatos impositivos es necesario contraponer los relatos de la memoria, aquellos recuerdos de grupos marginados, relegados u olvidados por la historia oficial con el objetivo de tener otras miradas y así reconocernos en ese pasado escondidos. No se trata de temer al olvido, pues es parte constitutiva de la memoria, sino de preservar las memorias que han intentado ser arrasadas.

En el caso de las guerrillas la política aplicada ha sido en general el negacionismo, la borradura, la aniquilación de su existencia, incluso en el recuerdo. Esta desaparición forzada de una parte de la historia reciente oculta un aspecto importante que destaca el autor: las guerrillas no fueron derrotadas y perviven bajo nuevas formas en el país. Quizá la memoria pública fue proscrita pero no la memoria subterránea, un relato entre cofrades que se preservó y transmitió. Una historia cuyo tono sólo fue escuchado por quienes estaban dispuestos a seguir la lucha aprendiendo de los errores del pasado.

Finalmente, quiero anotar una alerta que puede lanzarse tras la lectura de los comentarios finales ponderados a la luz del resto del volumen: quizá más peligroso que el olvido puede ser la apropiación de la memoria, su inscripción mortuoria en el relato nacional. Es probable que la derrota total de una causa se consuma completamente en el momento en que su victimario le rinde un homenaje. Cuando un estado perpetrador de crímenes de lesa humanidad erige artefactos de memoria destinados a insertarse dócilmente en determinados marcos sociales para conformar un nuevo relato histórico incluyente y dócil de un pasado doloroso, lo que puede ocurrir es la fagocitación de un pasado colectivo que es devuelto en forma de pieza de museo, como una escultura hermosa y acéfala que se yergue en el vacío de su prístina vitrina.

Referencias

Mendoza García, Jorge (2015). Sobre memoria colectiva. Marcos sociales, artefactos e historia. Ciudad de México: Universidad Pedagógica Nacional.