En la historiografía se encuentran estudios que sostienen el origen militar de la educación física y el deporte en la antigüedad (Elias, 1939/2010; Huizinga, 1938/1957; Spivak, 1990; Veblen, 1899/2008). Estas opiniones resultan convincentes cuando se considera el deporte en su pasado remoto. En cambio, cuando estas argumentaciones se presentan todavía para sostener el origen de la educación física y el deporte contemporáneo, la incredulidad o el escepticismo surge espontáneamente, porque socialmente, no es agradable que se presente el deporte como un alegato a la redención de las prácticas instructivas militares y a las relaciones de poder y dominación. En el caso de España, no existen apenas estudios centrados en la historia social preocupados por indagar las caras escabrosas del deporte, como tampoco se aprecian estudios revisionistas sobre la citada cuestión. La poca documentación existente todavía sustenta la historia del deporte contemplando sus orígenes y desarrollo en el inmaculado pedestal del mundo victoriano.
No es nuestro propósito examinar las raíces antropológicas o epistemológicas del deporte, pero sí participar de un análisis revisionista de su desarrollo en España. Amparándonos en el conducente análisis de la historia social, pretendemos acercarnos a (re)conocer cuál fue la influencia, o más bien el impacto sociopolítico desencadenado en España por los sucesos y los discursos que personificaron el devenir del deporte en el contexto de la Primera Guerra Mundial (PGM), entre agosto 1914 y agosto de 1920.
En este estudio sostenemos que a raíz de la contienda europea y en el contexto de la coyuntura socio-política internacional de postguerra, el deporte español adquirió una cognición institucional y gubernamental que sirvió para engendrar discursos y prácticas subyacentes —relaciones de saber/poder— encaminados a la solución del problema mediante la excitación patriótica.
Este período fue además decisivo para proyectar el impulso asociativo del deporte que se generó en la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado. Asimismo, el estudio nos permite descubrir, a través de fuentes primarias de la prensa, la bibliografía de la época y el análisis crítico de los textos, un discurso subyacente que surge del contexto regeneracionista del período; un discurso que sirvió de sostén ideológico para configurar la dimensión (bio)política del deporte y una entronizada sujeción de dispositivos disciplinarios de saber/poder que han llegado hasta nuestros días incorporados en las prácticas deportivas y de la educación física (Moraes e Silva, 2012; Smith, 2002).
El estudio ha partido de la búsqueda y el análisis de contenido de las fuentes históricas primarias (Torrebadella, 2011). La búsqueda de las fuentes se ha centrado, fundamentalmente, en el entorno de la prensa deportiva y la bibliografía contextual del período
objeto de estudio (1914-1920). Principalmente han sido abordadas las publicaciones editadas en Barcelona —El Mundo deportivo, Stadium y El Sport—, y en Madrid —Heraldo Deportivo, Madrid-Sport, Gran Vida y Educación Física—, que certifican una palmaria representatividad de la prensa deportiva de la época. Estas publicaciones tienen la peculiaridad de su fácil acceso a través de las bases documentales informatizadas y digitalizadas: La hemeroteca de El Mundo Deportivo, el Arxiu de Revistes Catalanes Antigues (ARCA) de la Biblioteca de Cataluña y la hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
El corpus analizado está compuesto de 34 textos originarios de la prensa deportiva de la época. Otros textos significativos provienen de la prensa de noticias, de revistas de sociedad y de pedagogía. También se han considerado 15 monografías en el ámbito del deporte (Barba, 1912, Elías, 1914, Nogareda, 1925; Orbea, 1919, Sanz, 1913; Viada, 1903), de la pedagogía (Caballero, 1916; Camba, 1916; López Franco, 1906; Revuelta, 1912; Roselló, 1915; Sanz y Escribano, 1915) y del ejército (Infantería La Albuera, 1915; Reyes, 1921; Villalba, 1927). Estos documentos contribuyen a completar la compleja trama de intertextualidad del discurso. La elección del corpus viene determinada por la naturaleza ideológica del texto considerado. Se han seleccionado los textos de gran alcance social (prensa deportiva de mayor impacto) y de autorías de acreditado reconocimiento cuyas opiniones son un referente institucional en el discurso ideológico trasmitido.
La parte hermenéutica se centra en el análisis crítico del discurso (ACD) y en una organizada secuencia cronológica de los textos. Mediante el ACD (Íñiguez, 2003; Van Dijk, 1995, 2009; Wodak y Meyer, 2003), indagamos en las relaciones de poder institucional y social que surgen de la retórica del discurso público y político de la educación física y el deporte en el contexto de la PGM.
En el examen de los textos, las operaciones analíticas se han centrado en fijar los campos semánticos que señalan las relaciones de poder (dominación, abuso, disciplina, miedos, obediencia, sacrificio, esfuerzo, sumisión, competición, violencia, patriotismo…) y el encubrimiento de dispositivos ideológicos de subjetivación de las mentalidades. La pregunta clave ¿Cómo se divulga y se visualiza a través del deporte la nacionalización y gobernabilidad de la conciencia colectiva? ha permitido trazar el hilo conductor del ACD.
El enfoque contextual del período se ha reforzado a través de los propios documentos objeto de estudio y de otras aportaciones recientes (Bahamonde, 2012; Corriente y Motero, 2011; Dietschy, 2013; Planella y Vilanou, 2009, Pujadas, 2010; Schulze, 2013, Torrebadella, 2014; Waquet, 2011).
Al considerar la coyuntura sociopolítica decimonónica europea, las referencias gimnástico-militares siempre estuvieron presentes en los portavoces del movimiento regeneracionista español de la educación física. Estas referencias rebrotaron a partir de la guerra Franco-Prusiana, que tanto afectó al barón Pierre de Coubertin y a la gestación del movimiento deportivo internacional (Corriente y Montero, 2011). En estos momentos fue cuando en España surgieron varias tentativas para oficializar un sistema de educación física premilitar en la segunda enseñanza (Cambeiro, 1997). Al respecto, hablan por sí solas algunas de las afirmaciones del poder discursivo que —parafraseando a Bismarck— avivaban a los círculos propagandísticos de la educación física y el deporte: “Hay que ser fuerte para que no le molesten a uno y le dejen vivir en paz” (Monserrate, 1892, p. 201). Así lo referenciaba el también influyente profesor Marcelo Sanz (1895, p. 10), al considerar las ventajas del ejército alemán en la guerra Franco-Prusiana; una victoria gracias a “la instrucción gimnástica que han recibido, primero en la escuela, después en el cuartel”.
Con la crisis del ‘98, los proyectos de la política militar regeneracionista pusieron las miradas en la gimnástica escolar (Cambeiro, 1997; Pajarón, 2000; Pastor, 1997). Como señala Xavier Torrebadella (2014), la crisis finisecular reafirmó un proceso de iniciativas regeneracionistas de todo tipo, y dolía que en círculos internacionales se atribuyera la perdida de Cuba a la escasa preparación deportiva del ejército español (D’Hurcourt, 1899; Viada, 1903). En este escenario todavía se hacían más evidentes la presencia de instituciones patrióticas como los batallones escolares (Lázaro, 1983). A pesar de las reacciones sociales y pedagógicas opuestas a la militarización escolar, las iniciativas propagandísticas dirigidas a dicha formación no cesaron durante todo el período y se presentaron enardecidas por el contexto bélico internacional (Caballero, 1916; Camba, 1916; López Franco, 1906; Roselló, 1915). Asimismo las tentativas pedagógico-militares encontraron a partir de 1912 en la organización de los Exploradores Españoles (EE) o Boy Socuts, una continuidad subyacente; una formación militar eufemísticamente “civilizada” y patriótica de niños jugando a la guerra (Álvarez Santullano, 1909; Escudero, 1910). Esta institución patriótica fue muy bien acogida en las élites militares y aristocráticas, que junto a la protección de Alfonso XIII (Pozo, 2000; Rivero, 1912), se presentaba como expresión regeneracionista envuelta de un discurso de exaltación nacional, que venía muy adecuado para sostener la campaña militar en Marruecos. Los EE se configuraron como un dispositivo de beneficencia patriótica y de reclutamiento para moldear e instruir masivamente a la población infantil y protegerlos institucionalmente. El desarrollo y la expansión institucional de los EE coincidió con la PGM; un periodo beligerante que proporcionó un vínculo idóneo para ejercer la proyección doctrinal que lideró el capitán Teodoro Iradier con la colaboración de otras destacadas personalidades como fueron Augusto Condo, Arturo Cuyás, Rafael Tolosa Latour o Ricardo Ruiz Ferry (Exploradores de España, 1912; 1913). Los EE recibieron el apoyo de la prensa más elitista del deporte. En Madrid, Gran Vida y, en Barcelona, Stadium, anunciaban que a través de los EE el país daría “un gran paso hacia la regeneración de la raza” (Institución de los boy-scouts, 1912, p. 4). Estas actuaciones venían también subscritas por las políticas higiénico-pedagógicas de protección a la infancia de las clases más desfavorecidas (Ruiz, 2004). Los EE también actuaron como dispositivo de protección de la infancia o, mejor dicho, como dispositivo de rescate de la llamada infancia peligrosa (Varela y Álvarez-Uría, 1991).
La mayoría de los tratados o manuales de gimnástica del primer cuarto del siglo XX, a la vez que denunciaron el abandono de la educación física, insistieron en edificar un impulso regeneracionista (Torrebadella, 2011). En el ámbito escolar, la gimnasia sueca, que se presentaba como un excelente método para atender la educación física, trataba de substituir metodológicamente a una rudimentaria gimnástica de aparatos (Cambeiro, 1997, Pajarón, 2000; Pastor, 1997). Esto sucedía mientras el fútbol, que iba ganando terreno en los mejores colegios privados (Torrebadella, 2013), se prestaba como el mejor sistema de educación física; pero sin olvidar, como citaba José Elías (1914, p. 36), que este juego consistía en “una batalla en toda regla”.
Tanto desde los sectores militares como civiles se insistió en el establecimiento de una gimnástica de preparación física castrense. Las contiendas militares de otros países en el extranjero, así como las propias, pusieron de relieve la importancia de una buena preparación física de los ejércitos (Sampérez, 1906). El militarismo español se sentía adolecido por no disponer de un centro gimnástico propio tal y como poseían Francia o Alemania. Las guarniciones militares no disponían de espacios gimnásticos y de instructores especializados; aún disponiendo de los manuales oficiales de gimnástica, éstos no eran profesados con el oportuno cumplimiento (Torrebadella, 2011).
La Guerra de Marruecos supuso una larga lacra de contradicciones político-militares de un alto coste económico y humano. Es precisamente a partir de 1911 cuando la percepción ante la incertidumbre de finalizar el conflicto se manifestaba socialmente angustiosa. Los sucesivos gobiernos fueron incapaces de ofrecer respuestas al precario y desequilibrado reclutamiento de mozos. La posibilidad de liberarse del servicio “por cuota” beneficiaba a las clases pudientes. En estos años es cuando se trató de encontrar un sistema de educación física dirigido a la formación militar que finalmente condujo a la aceptación del método sueco prescrito por el Reglamento provisional de gimnasia (1911).
El caldeado ambiente exacerbó continuas y contundentes críticas ante el precario sistema de educación física nacional, aspecto que se evidenciaba entre las tropas y las recientes campañas en África. Los resultados del alistamiento levantaban las alarmas y las preocupaciones:
El saber ahora oficialmente que la mitad del cupo de reclutas no pesaban 50 Kilos, ni tenían tórax digno de tal nombre, ni estatura, ni circunferencia anatómica, ni nutrición suficiente para ser soldados de combate, podrá ser novedad para los frívolos (Revuelta, 1912, pp. 12-13).
Ante la escasa preparación física del soldado y la inoperante política de formación de las tropas, la situación fue popularmente denunciada durante varios años (Condo, 1919b; Llopis, 1916). En estos momentos, esta problemática se manifestaba fehaciente en el profesor Sanz, que era considerado una de las autoridades más competentes en materia de educación física:
Hora es ya de que comience el verdadero fomento de la educación física de la juventud masculina, no solo como necesidad física y como medio de hacerla apta para la misión encomendada al Ejército, sino como único medio de subsanar en el cuartel las deficiencias y las omisiones de nuestros absurdos planes de instrucción pública (Sanz, 1913, pp. 152-153).
Fueron precisamente las revistas Gran Vida y Stadium las que representaron el status elitista del deporte español. En estas publicaciones se delata una autocomplacencia, a veces rimbombante, de las clases más acomodadas que miméticamente desencadenaron una distinción social hacia la emergente clase medio-burguesa. Sin embargo, ello provocó el distanciamiento y una reacción opuesta a la práctica deportiva en las clases populares. El deporte fue identificado como la diversión de los ricos. Sin embargo, en esta época se adelantaban los discursos progresistas que demandaban una mayor “vulgarización” de los deportes “sobre profundos cimientos, convirtiéndolos en patrimonio de todas las clases sociales como ocurre en los países donde nacieron” (Barba, 1912, pp. 5-6). Este cambio ya se estaba evidenciando en Barcelona (Sanz, 1913), con la presencia de importantes estructuras asociativas de índole popular que hacían del deporte un mecanismo de progreso social (Pujadas y Santacana, 1995). En estos años, la capacidad organizativa del deporte era facunda, como lo atestigua el Manual de Sport “Resumen de 1913” al detallar el considerable despliegue de competiciones y de eventos de promoción. En Barcelona, entre 1910 y 1920, se concentraron importantes iniciativas institucionales del deporte como el Sindicato de Periodistas Deportivitos, la Sociedad de Entidades Deportivas o la Federación Atlética Catalana. De la intervención de estas tres entidades se canalizaron importantes proyectos; el más ambicioso fue el de engendrar un movimiento olímpico catalán y el propósito de organizar unos Juegos Olímpicos en Barcelona (Pujadas y Santacana, 1995).
Antes de llegar a la PGM, la situación en España no alcanzaba más allá de unos cientos de clubes en las capitales más urbanizadas e industrializadas (Bahamonde, 2011; Rivero, 2003; Sanz, 1913). La educación física y el deporte, aun conviviendo y convergiendo en un único discurso, padecía de la total incomprensión de las elites dirigentes, que enfrascadas en el deporte de la política y de sus negocios de guerra, desatendían las “propagandas de regeneración física” (Revuelta, 1912, p. 33). Esta situación de abandono al deporte, por parte las instituciones públicas, fue visiblemente denunciada en las revistas profesionales de la educación física (Torrebadella, 2012b).
En el momento de iniciarse la PGM, España ya llevaba cinco años de conflagración con Marruecos y el ejército vivía sumergido en un período de críticas continuadas. Durante el transcurso de la contienda europea, España degustaba del oasis de una cierta paz militar y civil al margen del conflicto y acomodada como espectadora neutral. En este contexto, el deporte de la belle époque proporcionó una expansión territorial y consolidó una primera base asociacionista que propició el impulso federativo del deporte de los años veinte.
La empobrecida representación del deporte queda patente en un momento en el que apenas existen obras ilustrativas de las diferentes prácticas deportivas (Torrebadella, 2011). El librero y editor Francisco Síntes visionó la colección de “Los Sports”, que empezó a publicar en 1914. Veintiún títulos deportivos, de obras inéditas y genuinamente nacionales, ilustraron esta colección hasta 1919 (Balius, 1998). No cabe duda que con esta popular iniciativa se otorgaba al aficionado un valioso acercamiento al conocimiento del deporte y al discurso apologético subyacente. Así lo entendió José Elías, director de la colección y autor de Football asociación, primer número publicado:
Ya que debemos necesariamente practicar los deportes para hacernos fuertes y equilibrados, para entrar en la gran lucha por la vida, en la que tenemos obligación de aspirar a los primeros puestos, para nuestro provecho particular y para el bien público, permítasenos, aunque tal vez pequemos de inmodestos, en nombre de varios lustros que llevamos propagando los ejercicios físicos como el medio más eficaz para la regeneración de nuestra raza que por el esfuerzo de todos ha de volver a ocupar el lugar preeminente que tuvo un día, permítasenos que nos detengamos un momento en nuestro camino, para dirigir una ojeada a uno de los deportes más completos a la par que atrayente bajo muchos conceptos. (Elías, 1914, p. 19).
En este escenario se configuran importantes instituciones para el desarrollo de la cultura física popular y, a la sazón, para la llamada “regeneración de la raza”. Sin embargo, la sombra de la guerra cubría de noticias la prensa (Alzamora, 1915; Camba, 1914, 1915; Raduán, 1915). La prensa deportiva tampoco se mostró ajena a los acontecimientos. Incluso la referencia a la contienda fue testimoniada como reflexión obligada cuando se trata de encauzar el problema de la educación física en España (La educación física, 1916).
Como trata Ingrid Schulze (2013), en la PGM los medios de comunicación tuvieron por primera vez en la historia la oportunidad de protagonizar un papel decisivo. Sobre todo en el bando aliado, el rol publicitario y discursivo de la prensa tuvo una vital consideración para propagar una visión doctrinal de guerra. La prensa deportiva tuvo especialmente en Francia un poder de seducción patriótico frente a la movilización de la juventud y las asociaciones atléticas (Dietschy, 2013; Waquet, 2011). En España, las noticias y las aportaciones periodísticas en torno al deporte y la guerra yacieron condescendientes para concentrar un discurso subyacente en los poderes que trataban de capitalizar las movilizaciones del asociacionismo deportivo emergente (Alzamora, 1915; Blasco, 1914; Camba, 1914, 1915; El Foot-ball en Campaña 1917; Masferrer, 1917).
En el Heraldo Deportivo la presencia de la contienda militar estaba presente en casi todos los números. En Madrid existía una colonia germana que desde hacía años confraternizaba con las pujantes familias aristocráticas que tenían apropiado el deporte madrileño. Desde la creación de la Sociedad Gimnástica Alemana en 1897, la comunidad germanófila estuvo presente en multitud de manifestaciones gimnástico-deportivas. También se encontraba una importante comunidad inglesa, cuya representación tenía el Club Inglés de Deportes (Ruiz-Ferry, 1916).
En Barcelona, la revista Stadium que dirigía Ricardo Cabot mantuvo una generalizada neutralidad evitando cualquier discurso ideológico. Sin embargo, se posicionó al final de la contienda con la incorporación de algunos artículos que ponían de relieve el poder deportivo de los países aliados. Uno de ellos fue el reportaje de la Olimpiada Interaliada en el Estadio Pershing de París (Las pruebas olímpicas interaliadas en París, 1919).
Desde esta revista, precisamente se manifestó el impulso para la constitución de la Federación Atlética Catalana, que para Ricardo Cabot (1915, p. 178) vendría a ejercer una influencia en “la regeneración de la raza” y a fecundar una verdadera cultura física popular. La situación condicionante aguantaba la inmediatez, que en plena PGM, la preocupación por la capacidad física del ejército español se hacía más evidente. Las voces más críticas tomaban la tribuna y la prensa para denunciar su decadencia física e higiénica. Al respecto, las propuestas presentadas como soluciones fueron de todo tipo. Manuel Nogareda, en el discurso inaugural de la Federación Atlética Catalana en 1915, se ocupó del papel de los deportes en el ejército. Manuel Nogareda (1925, p. 433) veía en la incorporación del deporte un poderoso antídoto para recuperar el restablecimiento de la raza y decía: “Es indispensable que se les inculque a los soldados principios de las doctrinas colectivas, y para conseguirlo nada tan práctico ni tan poco costoso como los deportes”.
Así pues, los despropósitos de la sinrazón pusieron el punto de mira en la guerra. Surgía entonces en España la “tradición inventada” o (re)inventada (Hobsbawm y Ranger, 1983/2002), que trataba de justificar el discurso subyacente de la “defensa nacional”. Este discurso desafiaba a la cognición de círculos institucionalistas e ideológicos del emergente antimilitarismo como la Institución Libre de Enseñanza, el movimiento asociativo obrero socialista o el ateneísta de signo anarquista. Así citaban los profesores Marcelo Sanz y Roberto Escribano (1915, p. 11): “En estos últimos años toda la atención de la Educación física ha sido por y para la guerra. Tal y como dijimos en 1895”.
Siguiendo el discurso de Nogareda, las propuestas en torno a una educación física y enseñanza militarizada fueron elocuentes en las propuestas de Pedro Roselló, Juan Caballero o Alberto Camba. Estos coincidían en replantear la formación militar dentro de la escuela civil. Aunque las fórmulas eran diferentes: organización de los batallones escolares (Roselló, 1915), ejercicios de instrucción física militar (Caballero, 1916) o ya fuese introducir en los EE los ejercicios gimnásticos y del deporte con el objeto de preparar al futuro soldado, defensor de los intereses de la patria (Camba, 1916); los discursos ideológicos pretendían resarcirse de los valores de la educación tradicional católica y patriótica. En consecuencia, fueron los EE el mejor dispositivo de adoctrinamiento hacia los valores cívicos y tradicionales:
El niño de hoy será el soldado del mañana, el defensor de los intereses nacionales, el centinela del terruño y del hogar. Los pueblos fuertes son aquellos en las treguas de paz otean el porvenir, acumulando energías para rechazar los retos y los ataques de extraños. El primer elemento de la guerra es el soldado, y el soldado debe ser sano, para tener capacidad de resistir las penalidades de las campañas y los rigores del combate.... Si en el explorador se quiere moldear al buen soldado del porvenir, habrá que dedicarlo con frecuencia a ejercicios físicos. La gimnasia, la natación, el salto, el ciclismo, el ski, las carreras pedestres, la equitación, el tiro al blanco, la esgrima, el boxeo y cuantos deportes contribuyan al desarrollo del organismo, deberán ser aprendidos y practicados por los exploradores. (Camba, 1916, pp. 50-51).
En la conflagración internacional los soldados ingleses conceptuaron su acción militar como el deporte de ir a la guerra. La similitud de sus ejércitos con los equipos de foot-ball fue un paralelismo inevitable de referenciar en toda la prensa internacional. Así lo hacía Julio Camba (1915, p. 8), que desde Londres escribía: “Su espíritu no es lo que nosotros entendemos por espíritu militar. Es un espíritu sportivo, lo mismo que son sportivos los trajes de los soldados. ¡A jugar la gran partida!”. En la revista deportiva Gran Vida, Antonio Alzamora (1915) presentó un artículo que con el título “Los deportes en la juventud y su influencia en el Ejército”, ponía de relieve la importancia que tenía el deporte en la preparación militar:
Tienen una relación completamente directa la educación física de los pueblos y la formación de sus soldados; así lo entienden la mayoría de las naciones de Europa, y el individuo que ingresa en el ejército, no solo recibe instrucción militar, sino que tiene que efectuar en el curso de su instrucción multitud de ejercicios puramente gimnásticos; en Alemania, en Inglaterra, en Francia, etc., comprendiendo la importancia de la práctica de los deportes en el elemento militar, se organizan grandes partidos de fútbol interregionales, carreras a pie, concursos de natación, etc. En España el resurgimiento físico se ha iniciado ya, y si bien es verdad que nos queda mucho por hacer, vamos afortunadamente caminando por derroteros. (Alzamora, 1915 p. 179).
El deporte en el ejército español todavía no había adquirido carta de naturaleza. Solamente algunas intervenciones aisladas en Academias habían organizado equipos de fútbol. Desde Lérida el regimiento de Infantería La Albuera (1915), a cargo del capitán José Martínez Vallespí, pedía para incentivar la cultura física en el ejército la reglamentación de unos campeonatos deportivos o Juegos Olímpicos.
En la Escuela Moderna Rodolfo Llopis (1916), al considerar el estado de la cuestión escolar de la educación física, negaba que existiese en España el llamado “renacimiento físico” y mostraba una desafección ante cualquier medida legislativa al respecto. Las pruebas se constataban, una vez más, antes las listas de reclutamiento:
Ayer fueron muchos, pero muchos, los mozos que no pudieron ser útiles a su patria porque ni daban la el peso necesario ni su pecho estaba suficientemente desarrollado, y este hecho bochornoso se repite anualmente: mañana serán nuevos síntomas de degeneración de la raza; hoy es una juventud débil enfermiza, con ataques al cerebro, con calvicie iniciada, usando lentes, encorvados, con un estado diatésico perenne que los hace propensos a toda enfermedad; unos a dos pasos de la tuberculosis que troncha tantas vidas en flor; otros, que no pudiendo resistir las crisis del crecimiento, murieron cuando soñaban las cosas más deliciosas para su porvenir (Llopis, 1916, pp. 292-293).
Aprovechando el interés suscitado por la guerra se trató de organizar en 1917 el frustrado Primer Congreso Nacional de Educación Física. Consistía en una iniciativa propuesta por el capitán Augusto Condo que contaba con la colaboración de destacadas personalidades de la educación física, la medicina y la pedagogía. Lamentablemente el Congreso no pudo realizarse debido a los precipitados acontecimientos de la Guerra de Marruecos (Pastor, 1997) y, posteriormente, por el poco interés de los sucesivos gobiernos (Condo, 1919a).
Las opiniones de influyentes publicistas como el mismo Narciso Masferrer, director de El Mundo Deportivo, considerado el primer apóstol del deporte en España, no hacían más que recordar el resarcimiento de Francia ante Alemania y como esta guerra era vista como “el gran match”:
Esta guerra es la guerra de fuerzas atesoradas en los campos del deporte y los que más fuerzas reunieron a fuerza de sabias lecciones, esos serán los que vencerán al fin y a la postre, y aunque todo perezca y se derrumbe todo, triunfará por encima de ello el sport y merced a estas cruelísimas, sangrientas y grandes enseñanzas, fuerza engendrará fuerza y vigor, y los pueblos de mañana, siendo fuertes serán libres. (Masferrer, 1917, p. 1).
La influencia de la sentencia de Masferrer tenía continuación en el futbolista y entrenador donostiarra José Ángel Berraondo (1918), el cual confirmaba que en el frente los mejores combatientes eran los que ya antes habían combatido en el estadio. Por esta razón, y dirigiéndose al Gobierno, vaticinaba que después de la guerra el deporte iba a imponerse con una mayor rapidez:
¿No se habla en España de renovación? Pues ahí tienen los gobernantes españoles uno de los factores más importantes para la ansiada regeneración. Amparen, ayuden, impongan que los deportes sean obligatorios en los centros de enseñanza y en el ejército, y verán como de este modo contarán para la Patria con una juventud fuerte y sana de cuerpo y espíritu. (Berraondo, 1918, p. 29).
Una de las actuaciones más emblemáticas hacia el nuevo cambio de rumbo del deporte fue protagonizada en la pequeña ciudad de Lleida por la Joventut Republicana (JR). Al amparo de destacados líderes políticos de la escena catalana, este partido político de raíz popular supo encauzar, entre 1918 y 1919, la consolidación de un fabuloso campo de deportes (Camp d’Esports), con el objeto de servir a la cultura física y deportiva de los jóvenes. Este complejo deportivo llegó a ser el más importante de toda España. En él se localizaba una piscina, un campo de fútbol, un velódromo, varias pistas de tenis, una pista de patinaje, un campo de tiro, un frontón, un gimnasio y un parque infantil. A partir de estas magníficas instalaciones y un discurso de “ciudadanía y juventud”, la JR organizó una plataforma de signo catalanista y popular de estilo europeizante que lamentablemente se vio detenida por la censura y las trabas de Dictadura de Primo de Rivera (Torrebadella, 2003; 2011).
No obstante, coincidiendo con el citado testimonio de vitalidad deportiva, España se cuestionaba la participación de una selección deportiva en los Juegos Olímpicos de Amberes. Isidro Corbinos (1919) se lamentaba del poco desarrollo que había alcanzado el deporte en estos años de neutralidad bélica. Sus palabras estaban llenas de razón, puesto que muy poco se había hecho por el deporte. Esta confirmación quedaba también refrendada por Álvaro Aguilar (1919), presidente del Atletic-Club de Madrid.
Una vez terminada la PGM las declaraciones evocativas hacia el papel que había protagonizado el deporte se sucedieron de forma machacona. Antonio Royo (1919, p. 567) se refería al “valor educativo de la guerra” incidiendo que “la guerra completa la educación física mejor que pudiera hacerlo ninguna higiene ni ningún ejército”. Otras declaraciones en esta dirección hablan por sí mismas:
¿Nos habrán servido de poderoso ejemplo las heroicidades y brillante actitud de los hombres de sport en la guerra? Cada día, cada hora, cada momento fue consagrada la lucha por el sacrificio generoso de un atleta, de un ciclista, de un pedestrista, de un aviador. La guerra nos ha enseñado con multicolora elocuencia, lo que vale, lo que puede y lo que hace una raza. Allí el deporte ha sido uno de los poderosos acicates que ha sostenido la voluntad de los vencedores [...]
Se mencionaba que si antes de la guerra estábamos convencidos de la supremacía que en la vida física ejerce el sport, hoy lo consideramos como hábito vital, porque hacer sport es hacer patria. (Kant, 1919, p. 730).
El reconocimiento a la nueva coyuntura internacional del deporte y la impasividad de la situación de España no hacían más que profundizar en la herida. La prensa deportiva también maximizó sentencias y aportó propuestas. Las declaraciones al respecto asomaban por los cuatro costados:
Si aspiramos a ser un pueblo fuerte, si queremos responder a este momento en que queremos conquistarnos un puesto entre las naciones, hemos de hacer atletas, atletas que el día de mañana puedan jugar al rugby, deporte que es una especie de barómetro para marcar la potencialidad física de un pueblo. (Isicor, 1919, p. 14).
Como opinaba el general José Villalba (1927, p. 5), director de la Escuela Central de Gimnasia del ejército en Toledo creada a finales de 1919, fue singularmente después de la Gran Guerra, cuando los gobernantes fijaron su interés en la educación física, momento en el que también se generalizaron los deportes especialmente los colectivos; por eso “se ha dicho que el poderío del Imperio británico ha nacido en los campos de fútbol”.
Siguiendo la influencia de la coyuntura europea, entre 1919 y 1920 se desencadenaron en España una serie de discursos ideológicos y acontecimientos de apoyo que iban a marcar el nuevo rumbo hacia la expansión popular del deporte. Primeramente se produce una complicidad entre los diferentes rotativos que se disputan las razones ideológicas de la educación física y el deporte. El crecimiento significativo de la prensa deportiva a partir de 1919 se extiende y se diversifica (Pujadas y Santacana, 2001, 2012). Surge así una prensa comprometida con los intereses burgueses y liberales que avistan en el deporte un instrumento para cohesionar un ambiente social, controlar y dirigir las clases populares y el movimiento obrero hacia los intereses productivos de la clase dominante que cede espacio de actuación. El fútbol, el atletismo, el boxeo, el ciclismo y otros deportes atléticos se desprenden de la etiqueta burguesa y pasan a las clases populares. Publicaciones como Stadium, El Mundo Deportivo Heraldo Deportivo, Madrid-Sport o la revista La Educación Física, actúan en esta dirección.
El Mitin del 17 de octubre en el Teatro del Bosque de Barcelona, organizado por el Stadium Club marcó una crucial complicidad de todos los sectores sociales a quienes les interesaba el deporte. El Mitin congregó prácticamente a todo la representación directiva del deporte nacional. En un auditorio con 1.500 comensales, las autoridades deportivas, emplazaron al Gobierno a tomar medidas urgentes ante el gravísimo problema de la educación física nacional, insistiendo que mientras tanto “se hagan deportes, deportes y deportes. Aún con todos los inconvenientes que su desordenada práctica actual presenta” (Mitin deportivo, 1919b, p. 416; Pro educación física. El Mitin de afirmación deportiva, 1919). Días más tarde, ante el proyecto de otro mitin de afirmación deportiva a iniciativa de la Sociedad Cultural Deportiva de Madrid y el Comité Olímpico Español, Ricardo Ruiz-Ferry (1919b, p. 435) añadía, en una actitud pesimista, que el “dinero necesario para organizar la educación física en España, para fomentar el desarrollo deportivo, no lo dará jamás el Estado español”.
Solamente el temor aparente a la guerra, ya fuera por el desenlace de la PGM o por el rebrote del conflicto en Marruecos, puso en este Mitin de propaganda deportiva una voz unánime para concienciar a los responsables públicos que se dieran “cuenta de que en nuestro país existe una nutrida masa de opinión ansiosa de que se dé a la educación física salvadora de los pueblos, la importancia que se requiere” (Mitin deportivo, 1919a, p. 6). Sin embargo, las declaraciones de Ricardo Ruiz-Ferry (1919a, p. 479) invitaban a la reflexión: “el problema de la educación física en España es tan extraordinariamente complejo, que si hubiéramos de pensar de su resolución, tendríamos que considerarnos vencidos antes de empezar”.
Si el primer libro de la colección de “Los Sports” trataba de una renovación social a través del deporte, en el último libro de Manuel Orbea sobre Concursos atléticos, se apreciaban los cimentos que había dejado el impacto de la PGM: “¡Preparación sportiva¡ Este es el lema, la idea dominante en la formación de los ejércitos para la guerra moderna” (Orbea, 1919, p. 29).
Otro punto de movilización crítica se produjo ante la pasividad del COE para organizar la participación a los Juegos Olímpicos de Amberes. Federico Reparaz (1919, p. 472) respondía en que “es preferible ir seguros de la más aplastante derrota, antes que repetir la vergonzosa abstención de años anteriores”. Ante la apatía del COE, la Federación Atlética Catalana sostenía que la Mancomunidad de Cataluña pagaría los gastos para que un equipo catalán participara en Amberes (Pro educación física. El Mitin de afirmación deportiva, 1919). Finalmente, España participó en los Juegos y destacó por su brillante participación en la competición de fútbol, en donde alcanzó un segundo puesto, con la laureada “furia española”.
Las continuas quejas sobre el contingente militar estaban documentadas y se fundamentaban sobre todo en la falta de medios, en la escasa formación del profesorado y en los contundentes datos del reclutamiento: “Según los datos estadísticos del reclutamiento en España, es esta la nación más depauperada fisiológicamente, y, por tanto, la que recluta menos soldados en proporción a los mozos que se alistan anualmente” (Una buena política, 1919, p. 6).
Finalizada la Gran Guerra, la primera medida que adoptó el ejército fue encauzar el problema de la educación física. Los primeros campeonatos deportivos militares y la creación de la tan solicitada Escuela Central de Gimnasia, fueron las primeras soluciones.
El 30 de agosto de 1919 el Diario oficial del Ministerio de la Guerra publicaba una Real Orden sobre el concurso de gimnasia en los establecimientos militares de toda la guarnición española. Los concursos gimnásticos pretendían ser unas lecciones completas de gimnasia que recibirían los militares en los gimnasios civiles. La propuesta no gustó a algunos de los sectores que opinaban que la mayoría de los gimnasios civiles no requerían las condiciones necesarias:
Y sépase que en los gimnasios civiles apenas se conoce la gimnasia moderna, según hemos tenido ocasión de observar personalmente en Madrid y numerosas capitales de provincia, y que esos gimnasios no ofrecen en su mayor parte garantía por incompetencia de sus fundadores, y basta por las malas condiciones de higiene con que están montados muchos de esos centros de pseudocultura física. (Apostillas a una Real Orden, 1919, p. 27).
Lo que sí agradó fue la organización de un Campeonato de España Deportivo Militar. En un primer lugar se realizó solamente para las guarniciones de Madrid, pero tras el éxito fue extendido a todos los regimientos. La dirección fue a cargo del comandante Eduardo Suárez Sousa, que fue quien organizó el campeonato de Madrid. En el Campeonato de España se inscribieron 46 regimientos (El primer campeonato de Foot-ball en Madrid, 1919).
En la revista Stadium se ponían de manifiesto los campeonatos militares de fútbol de los aliados, quejándose al respecto del poco interés que se prestaba en la organización de la educación física en el ejército:
Mientras en Francia se ha venido practicando durante los cuatro años de guerra, no solo en las poblaciones del interior sino aun en las mismas líneas de combate, innumerables pruebas atléticas y partidos de fútbol y rugby, aquí en España nada se ha hecho, que sepamos, para la educación física del soldado. (Fútbol: Campeonato militar de los aliados, 1919, p. 176).
En febrero de 1919 se exclamaba “¡Gracias a Dios! ¡Ya tenemos atletismo en el ejército¡”, puesto que el Ministerio de la Guerra presentó las bases para los concursos deportivos para el Arma de Infantería (¡Gracias a Dios!, 1919). Alberto Martín-Fernández (1919) argumentaba sobre el campeonato de fútbol militar, que tuvo que ser necesario el terminar la PGM para comprobar la necesidad y los excelentes resultados que proporciona la preparación física del soldado mediante el deporte. Sin embargo, los posicionamientos y las preocupaciones regeneracionistas aún continuaban insistiendo en el fortalecimiento de la raza. La pésima condición física de los españoles hacia mella en un ejército que se observaba lastimosamente carente de soldados verdaderamente útiles. Desde las páginas de la revista La Educación Física, Carlos Vilaplana (1919) imploraba un llamamiento al deporte como salvación a la degeneración física de la juventud:
Tal es la explicación de por qué en España se muere la gente en proporción realmente aterradora, y de que nuestra población no aumente apenas, no obstante tener una natalidad crecida: que la tuberculosis se cebe en nuestras gentes como en ningún otro pueblo; que la viruela, el tifus y otras enfermedades por el estilo, tengan su campo abonado en nuestro país; que las enfermedades avariósicas, la sífilis y otras, sean una verdadera plaga entre nuestra juventud, y, finalmente, que más de la mitad de los mozos llamados actualmente a filas, sean excluidos del Ejército por enfermedades y defectos físicos, prueba la degeneración anatómica y fisiológica de la raza. (Vilaplana, 1919, p. 23).
En La Educación Física se reclamaba con mucha insistencia una mejora de la política militar, sobre todo en lo concerniente a la organización de la educación física, al igual que se estaba haciendo en los países más avanzados del mundo (Primo de Rivera, 1919; Una buena política, 1919). También Miguel Primo de Rivera criticaba con dureza la falta de educación física en el Ejército, ya que en los cuarteles no se hacía cumplimiento del Reglamento oficial. Asimismo se lamentaba de la falta de cultura física del ciudadano en el momento del ingreso a filas. Citaba que en vez de mandar a las filas a “hombres robustos de cuerpo, sanos de moral y cultivados de inteligencia, nos envía enclenques, inmorales y analfabetos” (Primo de Rivera, 1919, p. 24).
El Reglamento provisional de 1911 fue muy cuestionado por la falta de aplicación en los cuarteles y regimientos, y poco servía si no existía un profesorado instructor adecuado para ello (Una buena política, 1919). Hacia 1919, las críticas iban dirigidas a una reforma absoluta de la educación física militar (Alférez, 1919). Las propuestas demandaban la urgente creación de un centro nacional de educación física militar como el de otros países. Definitivamente este centro llegó a finales 1919 con la creación de la Escuela Central de Gimnasia del Ejército de Toledo (ECG), que también se ocupó de cubrir las deficiencias formativas de la educación física escolar hasta finales de 1930 (Cambeiro, 1997; Chinchilla, 2012).
El 6 de marzo de 1920, el general José Villalba ordenó la creación de equipos de fútbol en todos los cuarteles militares y la organización de campeonatos (Villalba, 1920). Finalmente España participó en los Juegos Olímpicos de Amberes —llamados de la paz—, con el éxito del sorpresivo segundo puesto de la Selección de fútbol, acontecimiento que fue aprovechado desde los poderes discursivos de la prensa como un símbolo de reafirmación patriótica de España.
Las adversidades en la Guerra de Marruecos y el fatal desenlace de Annual pusieron, una vez más, el punto de mira en la escasa condición física de los reclutas (A. C. y M., 1922). Obras como El ejército y su influencia en la educación física nacional, del capitán Eduardo Sanz de los Reyes (1921), no pasaron desapercibidas ante las declaraciones que el ejército es únicamente el
Organismo que puede educar físicamente a todos los ciudadanos. (…) sea el ejército la escuela ideal de educación física de cada nación, es decir el organismo donde todos los ciudadanos útiles de ella, reciban el beneficio de la educación física (Reyes, 1921, p. 11).
La influencia de la PGM en España envolvió la política de la educación física y el deporte en el Directorio Militar del general Primo de Rivera. Ello prácticamente coincidía con la presencia de la primera participación organizada del COE en los JJ.OO de París. El Directorio quiso hacer de la educación física y el deporte un instrumento doctrinal al servicio de los intereses político-militares (Quiroga, 2005; Vizuete, 2009). La Dictadura intentó proyectar todas las acciones civiles desde el Ministerio de la Guerra a través de la ECG que ejercía también como órgano consultivo, director y ejecutor de los proyectos de organizar y dirigir el deporte con miras patrióticas y casi meramente militares. El ejemplo de la contienda europea se hacía elocuente y era puesto de forma recurrente. Todo y cuanto concibió la Dictadura en asuntos de educación física se “hizo por y para la guerra”:
Tan evidentes fueron los resultados obtenidos, que después de la guerra, todos los países han procurado impulsar y también centralizar y encauzar cuanto concierne a la educación física de la juventud unificando sus métodos de enseñanza desde la niñez hasta la edad adulta, y atendiendo de modo preferente a su aprovechamiento para el Ejército. (Presidencia del Directorio Militar, 1925, p. 765).
Es a partir de entonces cuando en España el deporte se instaló como dispositivo subyacente en la sociología del poder vinculado a las políticas de Estado. La PGM constituye un cambio radical para encuadrar las identidades simbólicas de las naciones. Los aparatos ideológicos de las naciones-estado utilizaron, en la llamada “paz civil”, el asociacionismo deportivo —un reclutamiento militar encubierto— para pugnar por el poder y el orden internacional. España no deseaba quedar al margen de esta coyuntura. Por eso, las disposiciones del Directorio Militar pusieron el punto de mira en el deporte (Vizuete, 2009); una perfecta carga ideológica para configurar y reforzar la idea patriótica, contribuir a la unidad territorial de la nación española, y a la “paz civil”.
Durante el transcurso de la PGM el deporte español experimentó un tímido desarrollo, protegido a instancias de los discursos del regeneracionismo y de la pequeña burguesía. Con el estímulo de una emergente prensa deportiva en las principales ciudades industriales del país, el deporte aún fue privativo y clasista, al margen del movimiento obrero y de las clases más populares. La neutralidad en la guerra sirvió para incoar algunos proyectos como el reto de crear la Biblioteca Deportiva “Los Sports”, la creación de la Federación Catalana de Atletismo o la institucionalización de los Exploradores de España. Todo ello sucedía ante un tímido desarrollo del asociacionismo deportivo, en medio de un oasis acomodado a la pequeña burguesía residente en las ciudades industriales más favorecidas del país. Asimismo, el proyecto deportivo y de excitación de la JR puso en evidencia el poder que podía engendrarse desde el deporte para proyectar discursos doctrinales y políticos y constituir proyectos de ciudadanía popular, más allá de las iniciativas de los poderes públicos, que para el caso tampoco existieron.
La PGM marcó la puesta en acción de unas medidas que determinaron la organización política-social de la educación física y del deporte español. Como tratan Xavier Pujadas (2010) o Manuel Vizuete (2009), a partir de entonces, sobre todo en España, el deporte dejó de ser el privilegio minoritario de las clases acomodadas y experimentó un rápido proceso de popularización y de mercantilización hacia el espectáculo de masas. Este cambio de signo social, como indica Michel Merckel (2012), fue uno de los legados de PGM en toda Europa. Finalizada la contienda, los mandatarios del deporte internacional, la entonces ya poderosa y adoctrinada prensa deportiva incorporó el discurso subyacente en deportes como el fútbol, el boxeo o el atletismo para conquistar a las masas proletarias, otorgándoles el derecho que habían conquistado por “méritos de combate”: el de poder practicar también deporte. Así 1919 marcó el fin definitivo de la gimnástica decimonónica e inició la etapa del dominio internacional del deporte (Spivak, 1990). Hemos de considerar que la mayor colonización del deporte anglosajón en el mundo fue a través de la PGM, cuando el deporte cambió de signo y dejó de mantener sus raíces victorianas. Como trataba el dolorido Georges Hébert (1925, p. 33), el deporte se había convertido en un refractario sistema en contra de la educación física (Torrebadella, 2012a), que “en lugar de hacer “hombres” hemos buscado la manera de hacer campeones de sport imposibles. En lugar de emprender una obra pedagógica, hemos montado espectáculos”.
Antes de PGM, en Prusia, Francia, Inglaterra o Suecia, el deporte y la gimnástica se movilizaron como políticas para engendrar la ávida acción de la juventud y encender el patriotismo. Los jóvenes, aún impregnados del espíritu romántico, fueron enrolados en la trampa de un nuevo dispositivo de guerra, en donde el cuerpo convertido en una maquina disciplinada resistía absurdamente en las trincheras contra la ingeniería moderna y las máquinas de destrucción masiva (Planella y Vilanou, 2009). Para llegar al reclutamiento masivo de las tropas, la movilización discursiva subyacente del deporte ya se había gestado en las décadas precedentes (Corriente y Montero, 2011; Planella y Vilanou, 2009). Los discursos regeneracionistas contribuyeron en toda Europa a edificar una maquinaria bio-política que perversamente llevó a millones de deportistas directamente a la muerte. Finalizada la Gran Guerra, la lógica mercantilista conducía a una máxima soberana: si quieres ganar la guerra prepárate para ser fuerte en la paz.
Parafraseando a Michel Foucault (1975/2012), diremos que las institucionalizaciones deportivas, a partir de entonces, se convirtieron en disciplinas de la “microfísica” del poder dispuestas a fabricar “cuerpos dóciles”, “sometidos y ejercitados”. Se trata pues del escondite perfecto hacia el llamado proceso civilizador, en donde el deporte aparece protegiéndose a sí mismo en el poder simbólico consustancial que ejerce para preservar una paz civil. Es precisamente en la ética de las competiciones deportivas donde el examen se hace público, donde llegado el momento hay que demostrar la preparación física, la eficacia del método, el esfuerzo, la capacidad agonística y los caracteres de la raza. En definitiva, se debe demostrar el respeto y el poder para ganar una “guerra”. Este examen tiene lugar en el “estadio deportivo”, dispuesto simbólicamente a modo de panóptico y para todo el mundo; un mundo que se ha convertido en vigilante de sí mismo.
En España, a partir de 1919 se desencadena la reacción ante los momentos de crisis institucional del deporte. El papel de la prensa deportiva, la revista La Educación Física, el Mitin deportivo de Barcelona, la constitución de la Escuela Central de Gimnasia de Toledo, la organización del campeonato militar de fútbol y la participación a la Olimpiada de Amberes, son los cambios producidos y precipitados por la coyuntura internacional.
Concluimos pues, admitiendo la importancia del impacto social e institucional que ejerció la PGM en el deporte español. Si la burguesía liberal deseaba las transformaciones necesarias para su crecimiento productivo, necesitaba de una convivencia social, que difícilmente se daba en España. Los continuos procesos revolucionarios del movimiento obrero, el clima generalizado de agitación social, recuérdese los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona, cuyo detonante provino del inesperado llamamiento a filas para ir a la guerra de Marruecos, o los sucesos del pistolerismo y los atentados políticos, no profetizaban grandes esperanzas. En una clase productivamente ociosa, el caciquismo, el dinero rápido, las luchas entre poderes hacía del habitus de distinción una continua y personalizada rivalidad. En el deporte, la “clase ociosa” que cita Thorstein Veblen (1899/2008), también en España se regocijaba, pero temerosamente a escondidas y encerrada en sus círculos clasistas de protección. Mientras Europa estaba en guerra, la España “productiva” se enriquecía en su oasis, haciendo también dinero de su propia guerra de ese deporte —trabajo— de ir a la guerra —negocio— de Marruecos. Con el final de la PGM el nuevo contexto discursivo sirvió para que en España los temores de las elites productivas quedaran escondidos o camuflados en un nuevo discurso ideológico que se apropiaba de valores regeneracionistas nacionalizadores (o europeizantes) y de una excitación patriótica. Eran entonces discursos, no provocados por el temor de recaer en otra guerra, sino por los temores subyacentes de una coyuntura económica en crecimiento, que en cualquier momento podía verse perjudicada por los conflictos revolucionarios del movimiento obrero. La solución continuaba prevaleciendo en el dicho: “pan y toros para el pueblo” o, parafraseando a Manuel Vizuete (2009, p. 29): “si el trabajador está ocupado con el deporte no se ocupa de la política”.
El deporte se presentó pues sufragado por el poder político-militar y económico. Se trataba —se trata aún— de una “microfísica” del poder que disciplina a los cuerpos —y solamente cuerpos— para la dominación, para el provecho productivo a expensas de los códigos del honor —o de ciertos valores— y del patriotismo. Es un poder que reclama “en la guerra tu sangre; en la paz tu esfuerzo”. Este poder biopolítico es pues, el de una “guerra continuada con otros medios”, también en tiempos de “paz civil”; es la “guerra silenciosa” que trata Foucault (1977/1979, pp. 135-136). Y, una vez más, hemos de recordar las palabras de Carl Diem, quien tenía que ser el secretario general del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1916: “¡El deporte es la guerra!” (Corriente y Montero, 2011, p. 159).
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