La lógica de la pacificación: guerra-policía-acumulación

The logic of pacification: war-police-accumulation

  • Mark Neocleous
Este artículo mantiene que el concepto de pacificación nos permite entender el papel productivo que la violencia estatal juega a la hora de asegurar el capital y fabricar el orden burgués. Tomando como referencia la larga historia sobre el pensamiento de la clase dominante en la teoría y la práctica de la pacificación, el artículo argumenta que para propósitos tácticos, la teoría crítica necesita realmente reapropiarse el término de “pacificación” para dar cuenta de la naturaleza de la violencia en tanto que parte nuclear de la colonización sistemática. Esta es una violencia que se nos ha vendido como “paz y seguridad”.
    Palabras clave:
  • Pacificación
  • Seguridad
  • Policía
  • Acumulación primitiva
This article argues that the concept of pacification allows us to understand the productive role that state violence plays in securing capital and fabricating bourgeois order. Using the long history of ruling class thinking on the theory and practice of pacification, the article claims that for tactical purposes critical theory really needs to re-appropriate the term ‘pacification’ to help grasp the nature of the violence at the heart of systematic colonization. This is a violence that is sold to us as ‘peace and security’.
    Keywords:
  • Pacification
  • Security
  • Police
  • Primitive Accumulation


En 1957 hubo una reunión en el Cuartel General de los Poderes Aliados en Europa. Se trataba de uno de los dos mandos estratégicos de la OTAN en aquel momento, y una de las personas presentes era el general francés Jaques Allard, que pronunció un discurso sobre cómo derrotar a la revolución. En 1957 Francia había abandonado lo que se había conocido como su "guerra sucia" en Indochina, aunque iba a comenzar una serie de guerras en otros lugares que no eran más "limpias" y tales guerras se entendían, por parte del oficial francés y de sus aliados en la OTAN, como "guerras revolucionarias". El problema que afrontaban era cómo vencer en estas guerras.

La perspectiva de Allard era que la guerra contra los diversos movimientos comunistas y socialistas tenía que implicar acción militar. No obstante, Allard sugirió que tal acción, por sí sola, no era suficiente. También se necesitaba un segundo tipo de acción. Este segundo tipo era, en realidad, un amplio conjunto de acciones menores coordinadas, que él prefería juntar porque funcionaban mejor cuando operaban al unísono. Este grupo de acciones consistía en propaganda, acción psicológica sobre la población, acumulación de inteligencia, contactos personales con la población y un conjunto de programas de reforma económica y social. De este modo, Allard trabajaba con dos tipos de acción: acción puramente militar, pero también una amplia serie de "otras" formas de acción (que podrían describirse hoy como "medidas policiales"). Allard señalaba: "Clasificaré estas diversas misiones en dos categorías: destrucción y construcción. Los dos términos son inseparables. Destruir sin construir es una tarea inútil; construir sin haber destruido antes sería un delirio" (citado en Paret, 1964, p. 30). A continuación, siguió desarrollando estos términos. El significado de "destrucción" queda bastante claro con su referencia a la acción militar "pura": implica la actividad coordinada del ejército y de los poderes estatales asociados para aniquilar al enemigo. "Construcción", sin embargo, significa "construir la paz", "organizar a la población", persuadir al pueblo "mediante el recurso a la educación" y, en último término "preparar el establecimiento de un orden nuevo". Y entonces dijo "Esta es la tarea de la pacificación" (citado en Paret, 1964, p. 31).

En este momento no quiero gastar mucho tiempo en debatir sobre un general francés que la mayoría no habrá oído mencionar nunca. No obstante, lo que quiero es destacar su perspectiva: preparar el establecimiento de un nuevo orden es la tarea de la pacificación. Quiero usar su punto de vista como trampolín para analizar la lógica de la pacificación. En el proceso, quiero apuntar dos cuestiones. La primera, que se sustenta en argumentaciones que he desarrollado en otros textos, es que la "pacificación" es un concepto muy útil para la teoría crítica, en particular a los efectos de entender mejor la violencia (Neocleous, 2011, pp. 23-56; 2013, pp. 7-31; 2016). La segunda cuestión es que la "pacificación" es un concepto tan nuclear y útil para entender la violencia porque nos permite analizar detalladamente la naturaleza productiva de la violencia. En particular, su naturaleza productiva en la fabricación del orden capitalista.

Desentrañar la lógica de la pacificación es un modo de combatir uno de los conceptos centrales del lenguaje social y político contemporáneo, a saber, la seguridad; así, señalando estas cuestiones estoy intentando desarrollar la crítica de la seguridad. "Para la pacificación es fundamental la seguridad". Este punto de vista fue afirmado por el general estadounidense William Childs Westmoreland durante el periodo en que lideró las tropas de ese país en Vietnam (Westmoreland, 1976, p. 68). Su comentario no era en absoluto infrecuente en aquel entonces. Robert McNamara, Secretario de Defensa de EEUU durante la misma etapa, describió la guerra como un "trabajo de seguridad y pacificación" (McNamara, 1966/1971, p. 596), y Robert W. Kromer, Asesor Especial para la Pacificación entre 1966-1968, sugirió que "la seguridad es la clave para la pacificación" (Komer, 1971, p. 570). Los autores han pasado por alto con facilidad estos comentarios, entendiéndolos como específicos del conflicto de Vietnam, o como una afirmación más de la idea abstracta de que la guerra se realiza en nombre de la seguridad. Aun así, sin duda hay algo más en juego. Si, como he analizado en otros textos, necesitamos entender la seguridad, no como un tipo de valor universal o trascendental, sino como un modo de gobierno o como una tecnología política de construcción de un orden liberal, quizás la categoría de pacificación nos puede ayudar a dotar de sentido a este proceso. En otras palabras, la seguridad es pacificación, como he apuntado en otros lugares. Siendo así, el concepto de pacificación debe tener una importancia capital para la crítica de la seguridad.1

En consecuencia, pretendo extraer del lenguaje de la pacificación un argumento más amplio sobre el papel productivo que juega la violencia estatal en el aseguramiento del capital y en la fabricación del orden burgués. De este modo, pretendo formular una sugerencia teórica de mayor alcance: por motivos tácticos, la teoría crítica realmente ha de reapropiarse del término "pacificación" para contribuir a entender la naturaleza de la violencia.

Para muchas personas, el término "pacificación" está estrechamente vinculado a la guerra EE.UU.-Vietnam, y los ejemplos que he enunciado parecen reforzar esa relación. Tras su acogida por el Gobierno estadounidense en 1964-1965 como un sustitutivo del término "contra-insurgencia", la "pacificación" fue clave para la estrategia de EE.UU. en Vietnam, lo que otorgó al término poderosas connotaciones de carácter imperial-militar. No obstante, incluso la terminología militar ha abandonado actualmente el término "pacificación", en favor de términos más sutiles como "conflicto de baja intensidad", "operaciones diferentes a la guerra" y "fenómeno en escala de grises" (gray area phenomenon). Tomemos como referencia el Counterinsurgency Field Manual (Manual de campo de contrainsurgencia) del US Army and Marine Corps (Ejército de Estados Unidos y Cuerpo de Marines, 2006). El texto hace una referencia ocasional a la pacificación y menciona brevemente Vietnam, pero finalmente subsume la pacificación en la idea de contrainsurgencia.

No obstante, surge una pregunta: ¿Por qué debemos seguir hablando de pacificación, si el término parece obsoleto?

En 1970, la RAND Organization (Komer, 1970a) publicó un informe denominado Organization and Management of the “New Model” Pacification Program (Organización y gestión del "nuevo modelo" de programa de pacificación). Escrito por Komer, el texto detallaba los acontecimientos ocurridos en Vietnam desde 1966 y destacaba la vinculación entre pacificación y seguridad, apuntando que tal nexo implica "una serie de programas interrelacionados", relativos a la reforma agraria, al desarrollo económico, a las carreteras y a las comunicaciones. La idea de la "recuperación" de la seguridad era clave en aquel momento —"la pacificación requiere, ante todo, la recuperación de la seguridad", señalaba Komer (1970a, p. 168)—, pero la recuperación iba a ser una acción civil-militar conjunta de transformación de la sociedad vietnamita. El combate militar contra la insurgencia solo era una dimensión de un proyecto mucho más amplio de creación de un entorno socio-político en el que no volviese a surgir la insurgencia en el futuro. En otras palabras, la pacificación implica "acciones de tipo policial y programas político-económicos constructivos que recuperen la seguridad" (Komer, 1970a, p. 257). La pacificación se entendía como un uso productivo de la violencia, a los efectos de construir y asegurar un nuevo orden social.

En este momento, lo que quiero extraer de la literatura sobre la pacificación es esta idea de la pacificación como un poder productivo y señalar que precisamente esa idea es lo que nos permite entender mejor la violencia mediante la que se constituye la sociedad capitalista. Antes de ello, hagamos dos observaciones históricas generales.

La primera es que EE.UU. fue a Vietnam tras un fracaso francés en la región y los franceses, junto con otros aliados de la OTAN, también habían reflexionado sobre la naturaleza específica de la pacificación. Ya lo vimos en el comentario del general Allard en 1957, con el que comenzó el texto, pero hay muchos otros ejemplos. En 1960, la principal revista teórica del ejército estadounidense, Military Review, publicó un artículo sugiriendo que "la experiencia francesa y sus problemas merecen el análisis más cuidadoso y detallado por parte de nuestros expertos militares cualificados" (Kelly, 1960, p. 12), a lo que siguió una serie de artículos a principios de la década de los 60. Los estadounidenses también tradujeron La Guerre Moderne, de Roger Trinquier, una serie de reflexiones sobre la experiencia del autor en el trabajo de pacificación francés, publicado originalmente en 1961. Para Trinquier, "un conflicto bélico es hoy un sistema interrelacionado de acciones —políticas, económicas, psicológicas, militares" (Trinquier, 1961/2006, p. 5). Del mismo modo, en 1963 la RAND Corporation encargó a David Galula que escribiese sobre la pacificación francesa de Argelia. Galula que había sido capitán y, posteriormente, teniente coronel del ejército francés, había supervisado buena parte de la pacificación de Argelia, tras una experiencia similar en guerras en China, Filipinas, Malasia y Grecia, y su trabajo tuvo un notable impacto en la reflexión estadounidense sobre la pacificación de Vietnam. En su informe sobre la pacificación de Argelia refleja una aproximación basada en "la zanahoria en la mano izquierda (...) el palo en la mano derecha" (Galula, 1963/2006a, p. 269). La oportunidad ofrecida por RAND le permitió desarrollar más ese punto.

La orden era "pacificar". Pero, ¿cómo, exactamente? La triste realidad era que, a pesar de toda nuestra experiencia previa, no había una única doctrina oficial sobre la guerra de contrainsurgencia. Por el contrario, había varias escuelas de pensamiento, todas oficiosas, y algunas muy vociferantes (...) En un extremo se situaban los "guerreros", oficiales que no habían entendido nada, que cuestionaban la idea de que la población era el objetivo real, y sostenían que una acción militar desarrollada con vigor y durante un tiempo suficientemente largo derrotaría a los rebeldes (...) En el otro extremo estaban los "psicólogos" (...) Para ellos, la acción psicológica era todo, no simplemente la mera propaganda y la acción psicológica sumada a otros tipos de operaciones, convencionales o no. "Usamos la fuerza contra el enemigo", me dijo uno de los líderes, "no tanto para destruirlo, sino para hacer que cambie su perspectiva sobre la necesidad de continuar el combate. En otras palabras, hacemos acción psicológica" (Galula, 1963/2006a, pp. 64-65).

De este modo, el informe se dedica fundamentalmente a analizar la lucha por lograr el control y el apoyo de la población mediante "unidades de pacificación" basadas en "zonas de pacificación", y realizando esfuerzos médicos, educativos e ideológicos, todo en nombre de la "seguridad". Un año después, Galula desarrolló sus argumentos en un libro denominado Counterinsurgency Warfare: Theory and Practice (Galula, 1964/2006b). (Cabe añadir una cuestión importante en relación con las publicaciones citadas: todas ellas han sido recientemente reeditadas en EE.UU., durante los primeros años de la "guerra contra el terrorismo", aproximadamente al mismo tiempo que la publicación del US Counterinsurgency Field Manual. Podríamos describir tales publicaciones como los cimientos del pensamiento teórico sobre la "guerra contra el terrorismo" como forma de pacificación).

Este saber experto francés en realidad data de mucho tiempo atrás, en concreto de una serie de pensadores que hoy denominaríamos "teóricos de la contrainsurgencia", pero que eran militares que lideraron el proceso colonizador, siendo también pensadores clave en materia de pacificación. Pensadores como el teniente coronel Louis Hubert Gonzalve Lyautey y el general Joseph Galliéni a fines del s. XIX y comienzos del s. XX, y antes que ellos el mariscal Thomas-Robert Bugeaud, a mediados del s. XIX. Lo que resulta significativo de esta serie de pensadores es que, a pesar de las diferencias entre ellos, todos hablan de pacificación como construcción de un nuevo orden, tanto como destrucción de un orden viejo.

Bugeaud, por ejemplo, fue enviado a Argelia para quebrar la resistencia a la colonización francesa. Para ello, abandonó el modo bélico "napoleónico" y acogió el modo de guerrilla, en el que la clave reside en una guerra de movimiento, centrada en usar columnas móviles e infantería ligera, saquear almacenes de grano y atacar los rebaños de los argelinos. La intención no era implicarse en batallas orquestadas de tropas civilizadas, sino emplear tácticas no convencionales para destruir al enemigo, arrasando sus cosechas, su ganado, sus ciudades y sus pueblos. Esto era la razzia, una técnica empleada desde antiguo en África, en la que el nivel de violencia —directa e inmediata— era enorme, ya que las tropas rastreaban el país matando y quemando, dividiendo y arrasando a su paso. Para Bugeaud, la razzia era total. No obstante, al mismo tiempo que perfeccionaba el sistema de destrucción, los métodos de Bugeaud implicaban intentar reconstruir el terreno, mediante la introducción de nuevos caminos, viviendas y mercados: "cuando los árabes están sometidos", comentaba en 1847, "les doy el mejor trato posible (...) y los gobierno con humanidad" (citado en Thrall Sullivan, 1983, p. 105). En consecuencia, gastó una cantidad muy considerable de tiempo y esfuerzo repartiendo materiales de construcción, semillas, animales, equipamiento agrícola, y distribuyendo tierras para nuevos pueblos modelo. Incluso daba consejos en materia de jardinería, ganándose el apodo de "Gran Jefe Jardinero". En suma: arrasarlos, pero también tratarlos con humanidad; expoliarlos, pero también darles el mejor trato posible; destruir sus cosechas, pero también enseñarles jardinería. En otras palabras, combinar la violencia directa con una gobernanza más productiva.

"La mejor forma de lograr la pacificación en nuestra nueva colonia es mediante la aplicación combinada de fuerza y política" (Galliéni, 1900/1994, p. 814). Esta es una afirmación de Galliéni, pronunciada medio siglo más tarde. Con "fuerza" y "política" quería decir "destrucción" y "reconstrucción", respectivamente.

En el marco de las luchas coloniales, debemos recurrir a la destrucción solo como último recurso, y únicamente como preparativo para mejorar la reconstrucción. Siempre debemos tratar al país y a sus habitantes con consideración, ya que aquél está destinado a recibir nuestras futuras empresas coloniales, y éstos serán nuestros principales agentes y colaboradores en el desarrollo de tales empresas. Cada vez que las necesidades de la guerra obliguen a uno de nuestros agentes coloniales a entrar en acción contra un pueblo o un lugar habitado, su primera preocupación, una vez que haya logrado el sometimiento de sus habitantes, tiene que ser la reconstrucción del pueblo, la creación de un mercado y el establecimiento de una escuela (Galliéni, 1900/1994, p. 814)

"Destrucción" y "reconstrucción" van de la mano. No obstante, aunque "la pacificación de un país y su futura organización se logran mediante el uso combinado de la política y de la fuerza", "la acción política, con mucho, es lo más importante", y se deriva "de la organización del país y de sus habitantes" (Galliéni, 1900/1994, p. 814). De este modo, lo que cuenta es la política y la reconstrucción (o, podríamos decir: la reconstrucción política), porque en ello reside la verdadera pacificación: "Un país no se conquista ni se pacifica cuando una operación militar ha diezmado y aterrorizado a su población" (Galliéni, 1900/1994, p. 815). Por el contrario, "a medida que la pacificación gana terreno, el país se hace más civilizado, los mercados se abren de nuevo, el comercio se restablece. El papel del soldado se hace secundario. Comienza la actividad del administrador" (Galliéni, 1900/1994, p. 815). Como señala Lyautey: "durante el periodo que sigue a la conquista, el papel de las tropas se reduce a la función de policía, que pronto es asumida por tropas especiales, la policía militar y civil" (Lyautey citado en Gottman, 1943, pp. 243-244).

Así, el apunte histórico general que estoy enunciando se refiere a que los poderes coloniales habían estado desde antiguo pensando en la pacificación como una guerra para construir: para construir civilización, el mercado, órdenes sociales en los que la resistencia al capital sea amputada antes de iniciarse. Cabe destacar en qué medida surge esta idea de la construcción. La pacificación es una violencia destinada a construir tanto como a destruir. Recordemos el comentario de Allard: debemos construir la paz. Si retornamos brevemente a Vietnam, vemos que una de las frases clave empleadas por los estadounidenses que estaban luchando en esa guerra era Construir-Asegurar-Despejar. Esto era una inversión del modo francés de pacificación "Despejar-Asegurar-Construir". Y si vamos hacia delante, hasta el US Army and Marine Corps Counterinsurgency Manual de 2006, el principal manual empleado en la "guerra contra el terrorismo", ¿qué encontramos? Un principio similar: "Despejar-Mantener-Construir" (Ejército de Estados Unidos y Cuerpo de Marines, 2006, secciones 5-50–5-51). En cada caso, lo importante es "construir".

La segunda observación histórica general que quiero hacer incide en mayor medida en esta línea argumental porque la ubica en el núcleo mismo de la idea de pacificación desde sus comienzos en tanto que idea política. El término “pacificación” tiene una historia mucho más antigua que las guerras coloniales de los siglos XIX y XX. De hecho, la “pacificación” entra en el discurso político moderno a finales del siglo XVI. En inglés, la palabra “pacificación” aparece por primera vez en los Edictos de la Pacificación de 1563 y 1570, en donde se describen los poderes empleados por el príncipe o el estado “para poner fin a un conflicto o descontento” y para “reducir a una sumisión pacífica” a una determinada población. Las fechas son importantes ya que apuntan directamente al período de una temprana acumulación global y a la historia del capital; en otras palabras, son el punto de partida de un ejercicio de la violencia en nombre del orden burgués.

Por otra parte, todo esto estaba muy relacionado con el proyecto colonial. Felipe II llegó a creer que la violencia infligida en la conquista de las colonias estaba causando un cierto descontento entre su propia población. Y es así que proclamó en julio de 1573 que todas las futuras extensiones del imperio fueran nombradas como “pacificaciones” y no como “conquistas”:

Los descubrimientos no serán llamados conquistas. En la medida en que queremos llevarlos a cabo de un modo pacífico y caritativo, no queremos emplear el término “conquista” para ofrecer cualquier excusa que diera lugar al empleo de la fuerza o que causara daño a los indios… Sin mostrar ninguna codicia por las posesiones de los indios, ellos [los “descubridores”, los “conquistadores”] tienen que establecer una cooperación amistosa con los señores y nobles que parezcan más susceptibles de proporcionar ayuda en la pacificación de la tierra (citado en Todorov, 1984, p. 173).

En cuanto a las instrucciones para esta pacificación:

Ellos [los pacificadores, los conquistadores] deben recoger información sobre las tribus, lenguajes y divisiones de los indios en la provincia… Deben buscar la amistad con ellos a través del comercio y el trueque, mostrándoles un gran amor y ternura y dándoles objetos que ellos aprecien... Con el fin de que los indios puedan oír la fe con mayor asombro y reverencia, los sacerdotes deberán llevar la Cruz… Los sacerdotes deberán también persuadirles para construir iglesias en donde puedan enseñar y en donde se puedan sentir por ello más seguros. Por estos y otros medios, los indios serán pacificados y adoctrinados, pero en ningún modo serán dañados porque lo que buscamos es su bienestar y su conversión (citado en Todorov, 1984, pp. 173-174).

Si esto es violencia es una violencia para construir y reconstruir un nuevo orden social, y fundamentalmente un orden organizado en torno a la construcción de un mercado.

Estas mismas ideas están en el primer tratado pormenorizado sobre pacificación escrito por un pensador militar, el capitán Bernardo de Vargas Machuca en su Milicia Indiana (1599). Este texto es a todos los efectos el primer manual mundial contra-revolucionario en situación de conflicto armado, pero ha sido ampliamente ignorado en los análisis convencionales de la revolución militar de este período, que pone el énfasis en la centralización de la violencia y la burocratización y disciplina de los ejércitos en liza. Como todas las grandes potencias del siglo XVI, España estaba involucrada en un contexto de relaciones militares de amplia escala con otras naciones pero también estaba involucrada en la colonización de otras tierras. La colonización requería un tipo muy diferente de violencia política y es a la luz de esto que Machuca escribe su manual sobre enfrentamientos militares con los indios. Machuca ignoró el modelo generalizado del conflicto armado europeo y en lugar de ello argumentó que en las colonias era preciso un modelo diferente de táctica, un modelo que requería un tipo diferente de conocimiento y experiencia y que estaba basado en la adopción de los métodos nativos. Apostó por la creación de grupos al estilo de comandos para llevar a cabo misiones de búsqueda y destrucción en el interior del territorio indio durante un período de hasta dos años, al tiempo que adoptaba los modos indios de supervivencia. La idea de Machuca, en otras palabras, no era la clásica idea de encuentros militares basada en unidades nacionales organizadas militarmente que se confrontaban entre sí. Más bien, su idea era la de un imperio que tenía que confrontarse a poblaciones indígenas rebeldes y recalcitrantes. Machuca creía que al luchar contra estas poblaciones el imperio tenía que adoptar los métodos de estas poblaciones. Tales métodos, argumentaba, habían sido aprendidos por él, “después de veintiocho años empleados en las pacificaciones de los indios” (Machuca, 1599/2008, p. 7). La pacificación es así, por una parte, una violencia brutal y sangrienta asociada a las atrocidades llevadas a la cabo en el período colonial y que incluían quemar vivos a los rebeldes, ejecuciones sumarias y el ahogamiento ocasional de bebes. Por otra parte, Machuca también insistía en que “el trato justo” debía ser garantizado a los indios:

La distribución y la asignación de los indios en sus encomiendas debe ser realizada con la aprobación de las autoridades locales, se les debería conceder rebaños, regalos y cuidado, y los comandantes tendrían que llevar a cabo censos. Resumiendo, deberían gobernar “en paz” (Machuca, 1603/ 2010, p. 33).

¿Paz? En lo que hace referencia al Oxford English Dictionary, cuando la “pacificación” entró en el discurso político, hacía alusión a “un proceso u operación (usualmente una operación militar) designada para asegurar la pacífica cooperación de una población en una zona en la que se piensa que los enemigos de uno están activos”. Pacificar es “reducir a una sumisión pacífica”. Adoptando consideraciones de la tradición romana sustentada en la gloria imperial a través de la dominación militar, la pacificación implicaba la imposición de la paz. La “pacificación” se entendía como un proceso para construir la paz; el término “pacificador” aparece en ese mismo período. Por el contrario, también se podría apuntar que la pax (paz) suponía “pacificación”. Además, esta conexión aludía no sólo a la paz impuesta en algún lugar lejano de las colonias, sino también a la constitución de una paz interna a la actividad política en su conjunto, en un lugar cercano, por así decirlo. En otras palabras, en sus orígenes, la “pacificación” capturaba la idea de una creación de un cierto tipo de paz y, con ello, la creación de un cierto tipo de orden y seguridad. Podríamos decir que la pacificación es un acto militar, adornada como la “paz” de una sociedad civil y conseguida a través de la construcción de nuevos órdenes denominados “seguros”. Por tanto, podríamos también decir que el tiempo y el espacio de la modernidad burguesa pueden ser entendidos como el tiempo y el espacio de la pacificación.

Esto es, simultáneamente, el tiempo y el espacio del poder policial. “Mantener la paz” y asegurar el espacio social pacificado es, más o menos, la definición del poder policial y es con el auge de la modernidad burguesa que la categoría de “policía” (‘Policey’, ‘Policei’, ‘Polizei’) llegó a ser central en el pensamiento político, poniendo de manifiesto la regulación administrativa y legislativa de la vida interna de una comunidad con el fin de promover el bienestar general y las condiciones necesarias para un buen orden. Esta idea primera de “policía” no es la policía de los “estudios policiales” tal y como han sido estudiados en la universidad moderna. Los estudios policiales están centrados en algo llamado “la policía”, concernida con la ejecución de la ley y el control del crimen, pero detrás de esto estaba la imposición de un significado al término “policía” por parte de un liberalismo crecientemente hegemónico a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Hay, sin embargo, una concepción mucho más amplia y antigua de la policía, cuyo principal fundamento era el “buen orden” en el sentido más amplio posible, incluyendo el control del crimen y la ejecución de la ley, pero que se extendía a través de la regulación del trabajo y del comercio, la disciplina del trabajo, el proceso de educación y aprendizaje, el bienestar y la salud, los detalles de la vida social y, por supuesto, cualquier cosa entendida como infracción de la “paz”. En mi trabajo anterior he buscado recuperar esta concepción más amplia y antigua de la policía y ubicarla en el núcleo mismo de una teoría crítica del poder estatal. Se trataba de sugerir que la “policía” tenía que ser entendida menos en términos de una institución llamada la policía y más en términos de un amplio abanico de poderes a través de los cuales se fabrica el orden social y se constituye a los sujetos mediante —el poder policial— un conjunto de agencias de policía situadas a través del estado y las instituciones que administran la sociedad civil (Neocleous, 2000). Este es un poder policial entendido como un principio global para crear —para construir— un cuerpo social a partir de sujetos-ciudadanos individuales. Sin embargo, el poder policial es fundamentalmente un conjunto de medidas para la fabricación de un trabajo asalariado.

El poder policial supone así un conjunto de aparatos y tecnologías desde las que se constituye el orden político en general y el derecho laboral en particular. En este marco de buen orden, la función clave de la policía era “mantener la paz”. De hecho, es más que mantener la paz: es la fabricación coercitiva de un orden social que la clase dominante podría llamar “pacífico”. Desde la perspectiva de la teoría crítica, necesitamos entender este proceso como una guerra social para construir y luego reconstruir el orden burgués. Es esto lo que entendemos por pacificación: la articulación de un espacio para la construcción de un orden social organizado a través de la acumulación y el dinero. Desde este punto de vista, la pacificación es una guerra de clases: el ejercicio de la violencia en la colonización sistemática del mundo por el capital con el fin de construir un orden burgués.

La “colonización sistemática” es un término empleado por Karl Marx en el primer volumen de El capital para describir la naturaleza de la violencia capitalista (o la “así llamada acumulación primitiva”). Marx adopta la idea de colonización sistemática de los influyentes estudios de Edward Gibbon Wakefield sobre la acumulación colonial. Wakefield fue la figura clave de un movimiento de la década de los 30 del siglo XIX que buscaba resucitar el arte perdido de la colonización y Marx adoptará, en nuestra opinión, de un modo entusiasta este arte como el secreto fundamental de la acumulación primitiva. La acumulación primitiva es el proceso a través del cual se constituyen las relaciones sociales capitalistas en tanto que separación del conjunto de la población de los medios de producción (Marx, 1858/1973, p. 489). Este proceso es de una obvia importancia histórica dado que sin el proceso de separar a los trabajadores de sus medios de producción, el capital no podría haber llegado a aparecer; sin tal separación no podría haber habido una acumulación capitalista. El secreto de la acumulación primitiva es que “la oferta de trabajo debe ser constante y regular” (Marx, 1861-1894/1976, p. 939). Pero Marx apunta que hay dos dimensiones inherentes en este secreto. La primera es que alude a la verdad de las relaciones capitalistas tanto en la metrópoli como en las colonias. La segunda es que no es un proceso histórico ya concluido sino un proceso permanente constantemente reactualizado. Así, la “colonización sistemática” captura un proceso inherente al capital en tanto que sistema, más que remitir a un tiempo histórico concreto o a un espacio geográfico. A lo que Marx está apuntando es a la violencia empleada para producir el orden capitalista (Marx, 1861-1894/1976, pp. 915-916). El capital de Marx, por ello, tiene que ser leído, tal y como afirma Etienne Balibar, como “un tratado sobre la violencia estructural que el capitalismo inflige” (Balibar, 2009, p. 99) con el fin de que el capital pueda ser creado y recreado al tiempo que el orden burgués es construido y asegurado. La violencia, sin embargo, no sólo coge la forma del arma o de la porra sino que también se ejerce a través del aparato estatal y el sistema monetario en su conjunto. O como recientemente se ha formulado: “el dinero como munición” (Ejército de Estados Unidos y Cuerpo de Marines, 2006, p. 49). El capitalismo siempre y en todas partes está involucrado en una violencia proyectada contra cualquier forma no capitalista que encuentre. La violencia estructural en cuestión, entonces, es una guerra en donde el mundo en su totalidad se convierte en un campo de batalla. El capital pide ¡que haya acumulación! y se presta a construir un orden social para tales propósitos. Esta es la clave de la pacificación.

Hablar de la violencia que dio lugar al capitalismo y del capital en sí mismo como una forma de violencia es hablar fundamentalmente, como he sugerido, de la guerra de clases. Lo que esto significa es que si la teoría crítica ha de emplear la categoría de “guerra” necesitamos expandirla más allá de su tradicional marco militar. Estoy sugiriendo, en consecuencia, que el mecanismo a través del cual la gente es puesta a trabajar dentro de las condiciones que establece el capital es una forma de guerra. De un modo convergente, esta es una forma de guerra llevada a cabo a través del poder policial. Como concepto, la “pacificación” nos permite aprehender esta conjunción desatada entre la guerra y la policía en términos de acumulación. La fabricación del orden social es históricamente un proyecto policial, pero es un proyecto a través del cual el capital se constituye como capital y el trabajo asalariado se constituye como trabajo asalariado. Esta violencia del capital significa que tenemos que entender realmente la guerra de clases en tanto que guerra.

Una última consideración. Se nos dice constantemente que estamos viviendo un período en el que los poderes bélicos y policiales están confluyendo. Se nos dice de un modo recurrente que estamos presenciando “una politización de lo militar” y “una militarización de la policía”. En contraposición a estas aseveraciones, el concepto de pacificación nos permite entender los poderes convergentes de la guerra y la policía y comprender que estos poderes siempre han sido convergentes. Las implicaciones de este argumento son que las consideraciones de la “politización de lo militar” y “la militarización de la policía” están basadas en una dicotomía liberal entre “la policía” y “lo militar”. Pero desde la perspectiva de la teoría crítica esta dicotomía no tiene sentido. Desde la perspectiva de la teoría crítica, los poderes bélicos y policiales siempre han funcionado conjuntamente en tanto que medios a través de los cuales el orden social se constituye.

Asimismo, el enfoque de que “la guerra ha devenido policial” que se encuentra en varias disciplinas y en distintos intentos por pensar críticamente sobre la guerra hace ciertamente poco para poner en relación la “guerra” y la “policía” y arroja poca luz sobre ambos; repitiendo más o menos la concepción liberal de la policía, acaba por mistificar más que explicar. Por el contrario, la teoría crítica de la pacificación asume que la guerra y la policía están desde siempre juntas. Afirmar esto no supone remitirnos a una institución llamada el “ejercito” y el modo en que se pone en relación con una institución denominada “policía”. Desde una perspectiva crítica tal distinción es irrelevante dado que asume una tendencia general liberal que se repite a través de las ciencias políticas y sociales, aquella que simplifica la complejidad del poder estatal en un conjunto de dicotomías: el derecho frente a la administración, lo constitucional frente a lo excepcional, lo normal frente a la emergencia, tribunales frente a juzgados especiales, lo legislativo frente a lo ejecutivo, el estado frente a la sociedad civil y, por supuesto, el ejército frente a la policía. Frente a ello, tenemos que pensar la guerra y la policía como procesos que funcionan de forma conjunta como parte del poder estatal y para la fabricación del orden social burgués.

1 Referencias

Balibar, Etienne (2009). Reflections on Gewalt. Historical Materialism, 17(1), 99-125. http://dx.doi.org/10.1163/156920609X399227

Ejército de Estados Unidos y Cuerpo de Marines (2006). Counterinsurgency Field Manual. U.S. Army Field Manual No. 3-24. Chicago: Marine Corps Warfighting Publication.

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