El miedo es saber que ahora vendría lo peor. Sentirlo en el corazón, en la piel, en los ojos que apretaba detrás de la venda para que desapareciera el mundo. (...) No podía pensar en lo que vendría. Me dolía el corazón, me sentía cayendo en algo que no terminaba, como en las pesadillas, y caía, caía, caía, estaba cada vez más empapada, mojada entera, pero la boca cada vez más seca, más amarga. Y todo eso era el resultado de ese esfuerzo por detener el paso del tiempo. Sabía que en unos minutos iban a llegar, los escucharía bajando los peldaños, sentiría que se acercaban y después oiría sus voces, sentiría esas manos en mi cara. Eso lo sabía, pero cuando eso finalmente llegaba, ya no era el miedo.
Ahí yo podía gritar, y entonces me pegaban, pasaba todo eso que ya no es necesario contar. El miedo, lo que yo descubrí en el miedo, pasaba antes de escuchar que se abría la puerta y que los pasos se acercaban. El miedo era esa horrible necesidad de parar el tiempo. Era lo que estaba antes de los pasos. Era ese momento que seguía pasando aunque una quisiera detenerlo. El miedo era saber que lo peor estaba por venir. Que llegaría en el instante siguiente. Si. Creo que así podría contarle como era el miedo: tratar de impedir el momento siguiente y darse cuenta de que eso es imposible.
Carlos Cerda, 1996, pp. 243-244.
El escritor Chileno Carlos Cerda publicó en 1996 una estupenda novela llamada “una casa vacía”, de la que tomé los párrafos anteriores en los que creo que se encuentra la mejor descripción del miedo con la que me he encontrado. La historia relatada por Cerda transcurre principalmente en una casa de la ciudad de Santiago que es restaurada por una pareja —Manuel y Cecilia— con la esperanza de iniciar una nueva etapa en sus vidas y en su relación. La restauración les llevó trabajo, pues la casa estaba muy deteriorada, con manchas indelebles, quemaduras inexplicables, y con un jardín completamente abandonado. Durante su inauguración, una de las invitadas reconoce en algunos elementos de la casa, como en los ocho peldaños que conducen al sótano o en el ruido que producen las ramas de un árbol al golpear en la ventana– el escenario de tantos testimonios de tortura que ha escuchado en el ejercicio de su trabajo en la Vicaría de la Solidaridad. A lo largo de la noche los personajes acaban dándose cuenta que la casa había sido utilizada como centro de detención y torturas durante la dictadura militar de Pinochet. Al estar ahí, habitando el testimonio material de la historia reciente del país, los personajes no pueden evitar sumergirse en una experiencia colectiva de memoria que gira en torno a la violencia y la tortura. La casa los atrapa en una experiencia de miedo que está contenida en sus marcas, sonidos y rincones, que se resisten a cualquier restauración, y que derrumban las esperanzas de una nueva vida feliz con todo el peso de su horror. Lo que se recuerda son relatos de miedo como el que cito al principio de este texto.
El autor se pregunta si “habrá un corazón abierto a las voces de la casa” (Cerda, 1996, p. 324). Más de una década después, un grupo de psicólogas sociales nos planteamos algo parecido aunque formulado de manera mucho menos poética y más aburrida, como suele suceder en la investigación científica. Nos preguntamos por la experiencia afectiva de visitar lugares de memoria —monumentos, memoriales y ex centros de detención y tortura— y para ello invitamos a personas de distintas generaciones a recorrer algunos de esos espacios. En este artículo voy a reflexionar en torno al miedo como uno de los afectos que marca la experiencia de los y las participantes de nuestra investigación. Ellos y ellas si estaban abiertos/as a las voces de los espacios, y al igual que los personajes de la novela de Cerda, lo que más escucharon fueron los gritos de miedo.
Entre las prácticas de memoria colectiva más frecuentes en las últimas décadas se encuentra la señalización de aquellos espacios en los que han ocurrido situaciones de violencia tales como atentados, asesinatos masivos o enfrentamientos, o que han sido utilizados como centros de detención, tortura y/o exterminio. La marcación territorial de un lugar para hacer memoria supone la voluntad política de conservar su historia y hacerla visible. Los ejemplos son muchos, se encuentran en lugares diversos y se refieren a situaciones de violencia ocurridas en contextos diferentes. Así, nos encontramos con la transformación en museos de antiguos campos nazis como Auschwitz o Dachau en Europa; con la utilización para diversas acciones de memoria del ex centro de detención clandestino de la ESMA (Escuela de Mecánica de la armada) en Argentina; la transformación en parque por la Paz de la Villa Grimaldi o en espacio de memorias de la casa de la calle Londres nº 38, ambos ex centros de detención y tortura en Chile; o del memorial y museo construido en Nueva York en recuerdo del atentado a las torres gemelas2. Lo común de estos y otros cientos de lugares de memoria es que recuerdan casi siempre a víctimas de violencia política y se construyen con la finalidad explícita de mostrar y recordar los horrores ocurridos, señalándole al mundo aquello que jamás debería volver a suceder, en lo que se ha llamado una cultura del nunca más (Winn, 2014).
Chile no se ha quedado atrás en esta carrera por la memorialización, es decir, en el camino de realizar acciones colectivas de recordar, En los últimos 20 años en el país se han construido cientos3 de estos sitios, casi siempre por la iniciativa y voluntad agrupaciones de familiares y amigos/as de los y las desaparecidos/as y muertos/as que dichos lugares recuerdan. Con ellos se busca materializar un particular nexo entre pasado, presente y futuro, apropiándose y habitando ciertos espacios mediante prácticas de recuerdo que les confieren un sentido de pasado, es decir que los convierte en lugares de memoria. Nuestras ciudades están plagadas de inscripciones que hablan de la violencia de nuestro pasado reciente y que son usados para recordar la dictadura: sus crímenes y sus víctimas, así como a quienes lucharon en su contra. Aunque a menudo estos lugares son construidos con la voluntad de constituirse en espacios de resistencia —por ejemplo a las políticas de reconciliación y olvido de las gobiernos post-dictatoriales— nuestras investigaciones nos han mostrado que, al menos en el caso chileno, suelen producir versiones del pasado centradas en la experiencia de victimización y recordar a quienes fueron desaparecidos o murieron, nunca a quienes lucharon y sobrevivieron (Piper y Hevia, 2013).
La mayoría de los trabajos en este campo (Jelin y Langland, 2003; Winn, 2014) utilizan como referente el concepto de lugar de memoria elaborado por Pierre Nora en 1984. Este se refiere a una unidad significativa, de orden material o ideal, que la voluntad de las personas o el trabajo del tiempo transforma en un elemento simbólico del patrimonio memorialista de una comunidad. En nuestras investigaciones hemos ido más allá de la idea de intención de recordar para plantear que un lugar de memoria deviene en tal sólo en la medida en que es utilizado para hacer memoria. Ello implica poner atención en los usos y apropiaciones que, por medio de acciones de memoria enuncian, articulan y construyan sentidos del pasado (Jelin y Langland, 2003). Aunque resulta muy relevante la voluntad de transmisión de los/as actores sociales que originan el proyecto, más aún lo es el cómo dicho espacio es interpretado y habitado en el presente. Entendemos como lugar de memoria aquel espacio significativo que es usado y apropiado por medio de acciones de recuerdo que enuncian, articulan e interpretan sentidos del pasado. Es decir, aquellos lugares en y con los cuales se hace memoria (Piper, Fernández e Iñiguez, 2013).
Los lugares de memoria son creados y gestionados por actores sociales diversos —habitualmente organizaciones sociales vinculadas a la defensa de los derechos humanos— que buscan materializar sus mensajes a través de distintas formas y materialidades. Sin embargo, un mensaje que significa una cosa para sus autores/as y gestores/as, puede significar otra totalmente distinta para quienes lo visitan, y ese significado cambia según el contexto de interpretación. En la visita de un lugar de memoria se produce un ensamblaje entre elementos materiales y simbólicos, constituyéndose una tensión entre lo que se quiere expresar y lo que se interpreta. El resultado es una experiencia plena de significados y afectos, en el contexto de la cual se construyen versiones diversas sobre el pasado y sobre el presente, que pueden corresponder o no con el mensaje que se propone transmitir.
Considerando lo anterior es que resulta relevante preguntarse por la experiencia misma de visitar los lugares de memoria, conociendo y analizando los significados y afectos de los y las visitantes. En este artículo reflexionaré en torno a la experiencia de personas que visitaron cuatro lugares de memoria en Santiago de Chile —Londres 38, Villa Grimaldi, la Estatua de Allende y el Memorial del Detenido Desaparecido y Ejecutado Político— a través de un dispositivo metodológico en el que se acompañó a las personas en su visita y se indagó sobre lo que sintieron, imaginaron y pensaron durante la misma (Piper, Fernández y Espinoza, 2013).
Los dos primeros lugares en los que trabajamos son ex centros de detención, tortura, asesinato y desaparición. El primero —llamado actualmente “Londres 38, espacio de memoria”— fue un recinto secreto de detención y tortura de la DINA en la región metropolitana. Se trata de una casa ubicada en el centro de la ciudad y que se ha mantenido prácticamente intacta. Actualmente funciona como un espacio de conservación y construcción de memorias que es gestionado por organizaciones de Derechos Humanos. El segundo de los lugares es el “Parque por la Paz Villa Grimaldi”, construido sobre las ruinas del centro de detención y tortura “Cuartel Terranova”. En él se encuentran algunas reconstrucciones, diversos elementos y espacios de conmemoración, así como información sobre su funcionamiento durante la dictadura. Es gestionado por una corporación integrada por ex detenidos/as y familiares de desaparecidos/as, y en él se realizan diversas actividades vinculadas con la memoria histórica y la defensa de los derechos humanos.
Los otros dos lugares fueron construidos con el fin de recordar a personas desaparecidas o asesinadas durante el golpe y la dictadura. La estatua de Salvador Allende fue construida en homenaje al ex presidente asesinado en La Moneda —el palacio de gobierno— durante el Golpe de Estado de 1973. Se encuentra emplazada frente a ese mismo edificio, el que está permanentemente vigilado, y a menudo cercado, por fuerzas policiales. El Memorial del Detenido Desaparecido y Ejecutado Político está localizado en el Cementerio General de Santiago. Se trata de una enorme pared de piedra en la que están esculpidos los nombres de todas las víctimas de la dictadura reconocidas oficialmente por el Estado. Junto a él hay dispuestos una gran cantidad de nichos. A un costado se ubican aquellos que dan sepultura a los ejecutados políticos mientras al otro se encuentran los nichos que fueron construidos para los cuerpos de los detenidos desaparecidos y que siguen vacíos.
Con el objetivo de conocer las memorias que se producen en y con lugares de memoria es que entre los años 2011 y 2013 realizamos en Chile la investigación construcción de relatos generacionales sobre nuestro pasado reciente (1970- 1990) en el escenario de cuatro lugares de memoria de Santiago. Siempre desde un paradigma cualitativo, desarrollamos un método ad hoc de producción de datos que llamamos acompañamiento dialógico interactivo (Espinoza, Piper y Fernández, 2013). Se invitó a personas de distintas generaciones, que no tuvieran vinculación alguna con el mundo de los derechos humanos y que no militaran en partidos políticos, a visitar los lugares de memoria elegidos. El método constó de dos momentos. Primero las personas recorrieron el lugar acompañadas de un/a miembro del equipo de investigación con quien comentaban sus puntos de vistas, sensaciones e impresiones sobre esta experiencia. Una vez concluido el recorrido por el espacio, en un segundo momento, las personas visitantes participaron de una conversación grupal para compartir sus experiencias y elaborar conjuntamente relatos de memoria. Esta discusión grupal siguió los postulados del grupo triangular que es una instancia intermedia entre las entrevistas personales y los grupos de discusión para comentar dicha experiencia. (Conde, 2008).
Mientras la primera etapa (el recorrido) busca profundizar en la interacción de las personas con el espacio y los objetos que lo constituyen, la segunda (el grupo) permite profundizar en la experiencia afectiva de la visita a la vez que se construye memoria colectivamente. En este análisis utilizaré los datos producidos en el grupo.
Los participantes fueron seleccionados en función del criterio de que no hubiesen sido víctimas directas la violencia política durante la dictadura, ni que tuvieran familiares que lo hubieran sido. Asimismo, estas personas no debían pertenecer o haber pertenecido a algún partido político o agrupación de memoria o de defensa de Derechos Humanos. La elección de esta muestra se basa en el interés por conocer el impacto que los lugares de memoria tienen en personas ajenas a los proyectos que promueven los colectivos que los construyeron y/o gestionan, y que, al menos en Chile, están casi siempre estrechamente vinculados a las asociaciones de víctimas.
Se realizaron un total de 16 grupos triangulares en los cuatro lugares de memoria señalados. En este texto presentaré algunas reflexiones en torno a la violencia política como eje articulador de las memorias que los y las participantes construyen, así como a la amenaza y el miedo como afectos producidos por la experiencia visitar los lugares de memoria.
Siguiendo a Félix Vázquez (2001) hemos entendido la memoria como una acción discursiva que se realiza en el presente construyendo relatos sobre el pasado. Es a través de estas acciones que construimos simbólicamente aquello que recordamos y lo hacemos a través del lenguaje. Considerando que los discursos y narraciones son prácticas que mantienen y promueven ciertas relaciones sociales, su análisis implica, por tanto, preguntarse por el tipo de relaciones o realidades que éstos contribuyen a construir (Iñiguez y Antaki, 1998).
Pero la memoria no sólo se hace con palabras sino también a través de otras prácticas enunciativas, entre las cuales se encuentra la construcción de lugares en y con los cuales recordar. Estos espacios son en sí mismos acciones de memoria, y los discursos que aquí analizo han sido construidos en diálogo con su materialidad. No quiero decir que la materialidad produzca o determine ciertos discursos y afectos, sino que las memorias construidas en y con el lugar emergen de ensamblajes semiótico-materiales que se producen en la relación de quien visita el lugar, incorporando a la vez discursos hegemónicos sobre el pasado y elementos originales que transforman al sujeto (Basu, 2011; Guggenheim, 2009). Los lugares de memoria no sólo entregan información sobre los hechos sino que permiten sentir y vivir la experiencia en un proceso en el que se diluyen las distinciones de tiempo y espacio.
Es por ello que parece pertinente, por una parte conocer las memorias sobre nuestro pasado reciente que se construyen en y con los lugares de memoria en el contexto estar teniendo la experiencia de visitar dicho espacio, y preguntarse por el tipo de relaciones o realidades que éstos contribuyen a construir. En este proceso, nos hemos encontrado con que en la construcción de estas memorias la violencia política, la amenaza y el miedo operan como referentes (Piper; Fernández y Espinoza, 2013). Ello nos ha llevado a plantearnos la hipótesis de que los recuerdos de nuestro pasado reciente se articulan en torno a las experiencias (propias y ajenas) de violencia política, así como al miedo que esta produce tanto en sus víctimas directas como en otros/as ciudadanos/as que se saben amenazados por la posibilidad de que esta ocurra. Lo que se recuerda suele ser el terrorismo de estado y en menor medida las violencias revolucionarias o insurgentes. Es decir, mientras la memoria opera como un proceso articulador entre pasado-presente-futuro, lo constitutivo de dicha conexión es la violencia política del Estado, la amenaza que esta constituye para quienes llevan a cabo acciones políticas que cuestionan o tensionan el orden social y el miedo que ello produce.
Voy a profundizar en torno a cómo estos referentes son utilizados, en primer lugar para comprender el presente y, en segundo lugar para definir sujetos generacionales.
Los lugares de memoria son una escenificación material de la existencia de violencia política en la historia reciente del país. En ella se ensamblan las memorias del pasado dictatorial con las experiencias del presente democrático. La convicción —ahora sabemos que ingenua— de que dictadura y democracia eran sistemas opuestos se ha diluido dejando en su lugar la idea de que la violencia política —como hecho factual o como amenaza— forma parte de toda acción política.
Esta percepción es confirmada por el ejercicio sistemático de la violencia policial hacia quienes participan en manifestaciones políticas, por la práctica de torturas hacia los y las detenidos/as por motivos políticos o hacia los pueblos originarios, y por otras violencias de Estado denunciadas por organismos nacionales e internaciones. (Amnistía Internacional, 2013; Comisión Ética Contra la Tortura, 2012; Instituto Nacional de Derechos Humanos, 2013; 2014).
La experiencia de visitar un lugar de memoria —especialmente los ex centros de detención y tortura— produce la sensación de no poder escapar del todo a la violencia. Al mostrarla como una realidad factual, e incluso material, se amenaza con su retorno provocando miedo de que vuelva a ocurrir. Surge la pregunta por el vínculo que existiría entre el autoritarismo y la violencia de la dictadura, y las mismas prácticas ejercidas por el Estado democrático actual. Los y las participantes de nuestra investigación se refieren tanto a las manifestaciones sociales y políticas que se han producido en nuestro país en los últimos años como a la violencia con la que se les suele reprimir. Ambas son relacionadas con el pasado reciente e interpretadas según referentes de la época de la dictadura. El uso de la memoria como clave de interpretación del presente es especialmente importante cuando se hace referencia a la violencia que la policía ejerce sobre los participantes de las manifestaciones, o a la violencia ejercida por instituciones del Estado contra grupos étnicos y otros actores sociales. La interpretación de la violencia del presente se hace en clave de pasado, y lo que permite esta continuidad es la memoria.
Durante la realización de esta investigación (2011-2013) hubo en Chile un auge importante de movilizaciones sociales, entre las cuales destacan las múltiples y sistemáticas acciones del movimiento estudiantil que, aunque no se pueden restringir al año 2011, tuvieron ese año una especial visibilidad y contaron con la participación masiva de diversos sectores sociales. Durante las conversaciones desarrolladas en los lugares de memoria surgen referencias a estas movilizaciones y a la reacción de la policía frente a ellas. El pasado de violencia —materializado en el lugar en el que se sostiene la conversación— es comparado con ese presente de movilizaciones y acciones políticas. Para algunos/as participantes que vivieron la Unidad Popular, el golpe militar y la dictadura, estas prácticas políticas del presente son percibidas como una amenaza de volver a ese pasado. Las movilizaciones son interpretadas como una repetición de una experiencia que acabó mal, lo que puede observarse en el siguiente diálogo, sostenido por personas mayores de 60 años en la Villa Grimaldi:
¡No puede la gente polarizarse! Yo lo veo en este minuto con los estudiantes. A mí me da pánico ver la televisión, porque era muy parecido a lo que nosotros vivíamos en esa época. Gente, sin miedo a nada, sin respeto a nada, es una cosa horrible. Entonces, a eso voy yo. Que tenemos que tener cuidado y cuidar la democracia. Porque por Dios que costó. Entonces en este minuto estamos, con, dicen en un lado desgobierno, yo no diría tanto, pero estamos con una falta de respeto, En este minuto la juventud está, eh, como te voy a decir yo, quiere más sus derechos que sus deberes. (Participante Nº 11, Entrevista de Grupo Triangular, 60+, 26 de octubre de 2012).4
Yo no. Yo harto tiempo, y lo que comparto contigo es no temor, sino terror, de lo que está pasando con los estudiantes y esto, que se hace moco, se hace nada la historia. Oye, por Dios que costó llegar a la democracia. (Participante Nº 12, Entrevista de Grupo Triangular, 60+, 26 de octubre de 2012).
Una persona mayor de 60 años, también visitando la VG afirma:
Por Dios que costó sacarse Pinochet. ¿Me entiende? Y ahora se está volviendo a lo que había antes de Pinochet, lo que estamos comentando ve, y nuevamente, blanco y negro. (…) Nosotros allá estábamos, canalizados. Los estudiantes hoy día están canalizados. Es que eso... bueno, para que más, dices tú, sabemos, porque esto lo estamos viviendo poh. (…) Pero esto ya pasó… fue el inicio. Y ese es el terror mío. (Participante Nº 12, Entrevista de Grupo Triangular , 60+, 26 de octubre de 2012).
Mientras las generaciones mayores de 60 años temen que las luchas sociales promuevan un regreso a la violencia de la dictadura, para algunos/as jóvenes el pasado y el presente se unen en la acción política y en la amenaza que esta conlleva. La información que les entrega el lugar y la experiencia afectiva de visitarlo, contribuyen a la identificación con quienes fueron torturados y/o murieron en el lugar. En la superposición entre pasado y presente está el miedo a ser ellos y ellas mismas víctimas de la violencia
Un joven de entre 15-18 años que visita Villa Grimaldi dice respecto del lugar:
Sinceramente a mí se me viene a la mente mucho de lo que ocurrió en el golpe y muchas de las imágenes que conocemos como de protesta. Entonces a mí me pasa eso que, que yo me imagino como una protesta y que de repente alguien te agarrara y te trajera para acá, entonces eso es lo que a mí como que lo, lo intertextualizo a la actualidad. (Participante Nº 44, Entrevista de Grupo Triangular, 15-18, 15 de septiembre de 2012).
No es necesario que la dictadura amenace con regresar como sistema político pues lo hace como golpe de la policía, como disparo y como detención por sospecha de terrorismo. En la experiencia de la violencia política se ensamblan el pasado con el presente, y el afecto con la materialidad.
El miedo —como todo afecto— es un motor de acción colectiva. En torno a él se construyen recuerdos, posibilidades y sujetos. Cuando los y las participantes de nuestra investigación visitan lugares de memoria hablan continuamente de un miedo que parece “flotar en el ambiente” y lo usan como argumento de diferenciación de diversas posiciones generacionales.
Se construyen tres posiciones generacionales definidas por su relación con el miedo: la generación traumatizada, la generación heredera del miedo y la generación sin miedo.
Quienes vivieron el golpe y la dictadura dicen de sí mismas y son dichas por otros/as como aquellas personas “traumatizadas” por la violencia y marcadas por miedos que no han sido capaces de superar. Se trata de personas que sienten la amenaza de la violencia como un afecto que se instaló en las relaciones sociales y con el que se debe convivir. El miedo y la incertidumbre son afectos que —pese a haber sido habría producidos en otra época— siguen presentes, como se observa en el siguiente diálogo sostenido junto a la Estatua de Salvador Allende situada frente a La Moneda (casa de gobierno).
Perdona que te diga, pero siempre que siento un helicóptero, a mí me trae recuerdos de esa época. (Participante Nº 40, Entrevista de Grupo Triangular, 60+, 1 de septiembre de 2012).
Imagínate. (Participante Nº 41, Entrevista de Grupo Triangular, 60+, 1 de septiembre de 2012).
Entonces es algo no sé innato. (Participante Nº 40, Entrevista de Grupo Triangular, 60+, 1/9/2012).
Te quedó. (Participante Nº 41, Entrevista de Grupo Triangular, 60+, 1 de septiembre de 2012).
Y te queda a ti esa sensación como de temor, de miedo de qué irá a suceder. (Participante Nº 40, Entrevista de Grupo Triangular, 60+, 1 de septiembre de 2012).
Para estas personas, los principales miedos tienen que ver con la posibilidad de que todo vuelva a ocurrir: la polarización de la Unidad Popular, el Golpe y la violencia de la dictadura. Para algunos/as la memoria es lo que garantiza el nunca más, es decir, la conciencia de aquellos errores que no se pueden volver a cometer. Sin embargo para otros/as la memoria —y especialmente la existencia de lugares de memoria— son acciones que promueven la transmisión del odio, el rencor y por tanto la polarización social y la violencia. La memoria de los horrores contribuiría a crear un escenario en que estos podrían volver a suceder.
Esta generación se describe a sí misma y es descrita por otros/as como caracterizada por relaciones sociales inciertas, poco confiables y marcadas por el miedo. Estas características son usadas como argumento que justifica que no sean ellos quienes lleven a cabo luchas transformadoras del status quo, pues el miedo es un afecto que paraliza y no les permitiría comprometerse activamente en luchas transformadoras. El miedo es construido como un elemento que define a la generación, y que parece ser algo factible de ser elaborado o gestionado, como afirma una visitante de la Estatua de Salvador Allende.
Pero como que crecimos eh… con mucho miedo, con, con mucho no hablar, con mucho cuidado, no puedes decir mucho, no sabes quién es la persona con la que estas compartiendo esta opinión eh entonces somos temerosos, nuestra generación es muy temerosa, de hecho yo veo ahora, es lo que ocurrió este año bueno el año que recién paso, con los estudiantes, qué se yo, y son, no sé poh, son súper fuertes los cabros5, porque la juventud es así, esa es una característica de la juventud y que, que a nosotros… (Participante Nº 19, Entrevista de Grupo Triangular, 30-60, 14 de enero de 2012).
Es interesante la forma en la que se plantea su relación con el miedo. Dicen “somos temerosos, nuestra generación es muy temerosa”, contribuyendo así a construirlo como una característica que los define y no como un afecto posible de ser elaborado o trasformado. En contraposición, la juventud es descrita como “súper fuerte, porque la juventud es así”. Nuevamente se utiliza el término ser para otras generaciones que, en contraposición con ellos/ellas mismos/as no serían temerosos sino fuertes. Lo que diferencia a ambas generaciones vendría a ser esta característica, que es formulada como temor en contraposición a fuerza, contribuyendo así a asociar el temor con la debilidad.
Quienes nacieron durante los últimos años de dictadura o a inicios de la transición a la democracia se refieren a sí mismos como “herederos/as” tanto de los traumas como de los miedos de sus padres y madres. Los y las participantes de esta generación dicen no haber adquirido el miedo por sus propias experiencias con la violencia sino a través de la generación anterior. La violencia se formula como una acción que no necesita ser ejercida para provocar miedo pues existiría en las memorias colectivas, y esa sola existencia basta para convertirla en una amenaza. Esto ocurre en el siguiente diálogo sostenido junto a la estatua de Salvador Allende.
Pero ellos no poh, es como que bueno mi mamá por ejemplo, le tiene pánico a los pacos6 porque claro le pegaron muchas veces entonces como que ya, yo eh igual les tengo mi respeto porque ella me infundió mucho temor con eso, pero mis hermanas chicas es como que (mira hacia la micro) cuando fuimos a las marchas por el tema de la educación, se pasean por al lado así como que incluso ir a tocar el guanaco7 así como es como que ellas no le tienen respeto. (Participante Nº 05, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 24 de septiembre de 2011).
No, yo veo el con uniforme y me da miedo, miedo, miedo me da. (Participante Nº 04, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 24 de septiembre de 2011).
Claro, nosotros sí tenemos eso poh, pero las nuevas generaciones ya no lo tienen entonces en ese sentido habría una diferencia yo creo. (Participante Nº 05, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 24 de septiembre de 2011).
El miedo es reificado de tal manera que resulta ser algo que se tiene, como una condición que es heredable e insuperable. De esta manera, habría sido necesario un recambio generacional para dejar de sentirlo. El miedo es un afecto que borra la temporalidad produciendo la sensación de que se está en otro momento y en otro lugar, uno en el que la peor de las violencias puede ser ejercida. El miedo parece no ser de una persona en particular si no que un afecto propio de ciertos sujetos sociales vinculados a determinados momentos históricos.
Pero por eso hay como, por eso nosotros donde nos criamos con nuestros padres que lo vivieron nos traspasaron este como respeto por decirlo así con el tema poh, yo creo que eso es heredable, en cambio las generaciones de ahora no sé poh quince años ellos son hijos no sé poh de nosotros poh o sea los que no vivimos poh, los que nacimos después entonces ya no tienen este temor poh, no no se les traspasó este este respeto. Yo me acuerdo que yo también yo cuando estudié en el Pedagógico, entonces del principio era como, ya voy a ver qué está pasando, y después era como que no, los pacos así ah, no sé, huir hasta donde no sé, y corría todo lo que podía y que me llegara un varillazo porque no, qué atroz, no, era horrible. (Participante Nº 05, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 24 de septiembre de 2011).
En el marco de las movilizaciones estudiantiles del año 2011, en la sociedad chilena empezó a circular la referencia a los jóvenes como la generación sin miedo. La audacia con la que salieron a la calle a protestar impresionó a quienes nos posicionamos “fuera” de esa generación y su aparente falta de temor se constituyó en un tema de conversación y análisis. Un ejemplo de lo anterior, es la columna del diario digital El Mostrador del 8 de Agosto de 2011 en la que se sostiene que los estudiantes de esta generación:
No cargan con fantasmas ni sombras del pasado. Son una nueva generación, más crítica y audaz. Usan las nuevas tecnologías como plataformas de información. No necesitan partidos tutores ni líderes mesiánicos. Son una generación sin miedo. (Cabalin, 2011, párrafo 4).
Los y las participantes de esta investigación se refieren también a esa generación sin miedo, depositando en ella expectativas e ilusiones. En esta categoría incluyen a los y las jóvenes nacidos en democracia, que no tuvieron la experiencia directa de vivir en dictadura y —probablemente por eso mismo— no habrían asumido el miedo de sus padres y madres. Se ven y son vistos como aquella generación que fue capaz de deshacerse de los traumas del pasado y por tanto serían quienes tienen el poder de liderar los cambios que nuestra sociedad necesita, especialmente liberarla del autoritarismo heredado de la dictadura (Piper, Fernández y Espinoza; 2013). El siguiente diálogo, sostenido en el ex centro de detención y tortura llamado Londres 38, se refiere a ello:
Siento que no es pasado, en el sentido en que no ha sido superado (…) pero sí yo creo que ha habido una nueva como generación, que si bien está marcada por la dictadura en el sentido de una memoria histórica, eh, han superado ciertos temores que mis papás por lo menos tienen, por ejemplo mi mamá ve una protesta y se asusta muchísimo, muchísimo, y que no salgas a la calle y quédate en la casa, que es muy distinto también de la asociación que uno tiene. (Participante Nº 01, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
No se te ocurra nunca inscribirte en un partido político. (Participante Nº 02, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
¡Nunca! ¿Cachai?, o sea, le dije a mi mamá que me había inscrito pa la cuestión del plebiscito y me dijo cómo se te ocurre ponerte-inscribirte en algo. (Participante Nº 01, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
Poner tu nombre en una lista. (Participante Nº 02, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
Exactamente, ¿cachai? (Participante Nº 01, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
Cómo se te ocurre firmar en alguna lista que te identifiquen. (Participante Nº 02, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
O en facebook, no pongas nada contra. (Participante Nº 01, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
JA, JA. (Participante Nº 03, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
Entonces a mí me pasa que yo no tengo ese temor y que para mí en ese sentido es pasado, pero un pasado obviamente que no ha sido superado, ¿me entiendes? (Participante Nº 01, Entrevista de Grupo Triangular, 18-30, 3 de septiembre de 2011).
El miedo es construido como una marca afectiva indeleble que la violencia habría dejado en otros y otras, en quienes nacieron y/o vivieron en dictadura. Es esta primera generación nacida en democracia la que ha podido liberarse de él.
Como dije antes, diversos organismos nacionales e internacionales han denunciado el uso recurrente de la violencia política por parte del Estado democrático chileno ya sea en el marco de las movilizaciones estudiantiles, protestas de grupos contrahegemónicos o luchas indígenas. Aunque existen diferencias importantes en las prácticas actuales de la violencia de Estado en relación con las ejercidas por el Gobierno militar, la continuidad de su existencia no sólo tiene efectos en los cuerpos que la sufren, sino también en el campo de lo simbólico, de la manera de significar la democracia y la vida política. Aunque la represión política se ha manifestado de distintas maneras en nuestra historia, el carácter aparentemente arbitrario de su uso que instala la dictadura generalizó la experiencia de la amenaza de muerte y tortura como una posibilidad real vinculada a la acción política, como parte constitutiva de lo político (Lira y Castillo, 1991). Es decir como una amenaza permanente de quien participa en acciones que reivindican proyectos contrahegemónicos. La investigación realizada en torno a las memorias construidas en y con lugares de memoria, nos ha hecho preguntarnos qué rol ocupan los lugares de memoria en esta relación. No pretendo dar una respuesta acabada a esta pregunta, pero sí quisiera proponer algunas reflexiones al respecto que implican introducir la noción de miedo a la articulación de afectos y significados que se producen en la acción de recordar.
El sociólogo Chileno Norbert Lechner se refirió a la producción de una cultura del miedo como una estrategia de perpetuación del autoritarismo de la dictadura militar. El miedo es para él una experiencia resignificada históricamente que es tematizada de diversas maneras según el contexto en el que ocurre. La cultura del miedo se constituye como la actualización de miedos anteriores provenientes del ejercicio de otros autoritarismos (Lechner, 2006, pp. 337-470). Los lugares de memoria visitados en esta investigación constituyen prácticas de enunciación de dicho autoritaritarismo y su violencia, y el miedo es un afecto que parece producirse en la experiencia de visitarlos.
La visita de los lugares de memoria estudiados —especialmente los ex centros de detención y tortura— llevó a las personas a experimentar aquellos afectos que imaginan que vivieron quienes pasaron por el lugar. El afecto que predomina y cruza a las distintas generaciones de visitantes es el miedo. La memoria da miedo, y este constituye un ensamblaje afectivo entre el pasado y el presente. Re-conocer el sufrimiento de quienes lucharon por cambiar la sociedad produce terror de que la experiencia se repita, y que a los jóvenes activistas de hoy les pueda pasar lo mismo. No es necesario vivir directamente la violencia, pues la memoria muestra claramente qué es lo que pude suceder. La dictadura naturalizó la posibilidad de la tortura, el dolor extremo y la muerte, como parte inherente a la acción política. O sea, a cualquiera que actúe políticamente le puede pasar. Los lugares de memoria estudiados parecen traer al presente dicha naturalización, sin ser hasta ahora capaces de romper o al menos tensionar esa relación.
Inspirada en Freddy Timmermann (2014) Entiendo al miedo como una experiencia afectiva producida en relación con la interpretación de una situación como potencialmente peligrosa, y a la percepción de posibilidades inciertas de control o resistencia al peligro. Esta interpretación puede realizarse a partir de una experiencia anterior de inseguridad que es re-interpretada desde el presente dando lugar a una nueva experiencia de miedo. Para Bauman este miedo del pasado es un miedo derivativo (Bauman, 2007), o lo que el mismo autor llama “temor de <<segundo grado>>, un miedo <<reciclado>> social y culturalmente” (Bauman, 2007, pp. 11) que se produce ya sea que la existencia del peligro esté presente o no. Se trata de una sensación de inseguridad y de vulnerabilidad que Lechner atribuye, entre otras cosas, a la precariedad de nuestra convivencias (Lechner, 1999) y Timmermann a la falta de confianza en las defensas disponibles.
Cuando los y las participantes de nuestra investigación hacen referencia a la generación sin miedo no ponen en cuestión el carácter natural de esa relación entre violencia y política. Lo que haría diferente a esa generación de las otras no es la convicción de poder manifestarse y participar en política de manera segura, sino su poder efectivo para gestionarlo o resistirse a él.
Lo que provoca miedo no es la información sobre el pasado, no es la historia propia ni la ajena, sino la amenaza de que esa violencia sea posible hoy y la falta de confianza en las propias capacidades para enfrentar el peligro. Como explica la cita con la que se inició este artículo, el miedo es en relación a la expectativa de lo que puede ocurrir, a lo que se sabe que puede pasar a continuación. La experiencia de visitar lugares de memoria provoca eso: imaginar lo que pasó, sentir la amenaza, conocer la posibilidad de su ocurrencia y sentir miedo.
Como mencioné anteriormente, uno de las funciones que buscan cumplir los lugares de memoria es la normativa, es decir, señalarle a la sociedad que la violencia a la que hacen referencia nunca más debe volver a ocurrir. El análisis realizado muestra que entre los posibles efectos de estos lugares está el producir miedo entre los y las participantes. De esa manera, estarían contribuyendo no sólo a señalar la violencia ocurrida durante la dictadura, sino a la construcción de la cultura del miedo que esta instauró. Si esto es efectivo, surge la pregunta de si es posible construir una cultura del nunca más y del respeto a los derechos humanos basada en el miedo. La respuesta es que claramente no es posible. Más bien me lleva a pensar que algunos lugares de memoria podrían ser parte de un dispositivo de gobierno que contribuye a construir sujetos temerosos.
Ante eso se abre otra pregunta y es por cómo construir políticas de la memoria que no tengan el efecto de paralización que tiene el miedo. No se trata de negar la violencia del pasado, ni mucho menos la amenaza que implica la acción política contrahegemónica en nuestras democracias actuales. Efectivamente la violencia política de Estado es una práctica que se mantiene plenamente vigente en el presente. Se trata más bien de pensar las resistencias posibles a la amenaza y el temor. Se trata no sólo de construir las memorias del horror, la amenaza, el miedo y la violencia; sino de las prácticas de resistencia y transformación social. Aquellas que ocurren no sin miedo, sino que a pesar del miedo.
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