Freddy Timmermann (2014) El Gran Terror. Miedo, emoción y discurso. Chile, 1973-1980. Copygraph. ISBN: 9789567119707
Cuando han pasado más de 40 años desde el Golpe de Estado que el 11 de septiembre de 1973 derrocó al gobierno de la Unidad Popular en Chile, muchas interrogantes siguen aún sin ser respondidas. Entre ellas una de las más recurrentes es ¿cómo fue posible que una parte de la sociedad desplegara una violencia extrema contra otro sector al que consideraba su enemigo?, es aquello que hoy se reconoce como terrorismo de Estado y que estuvo basado en la práctica sistemática de las violaciones a los derechos humanos.
En Chile, al igual que en otros países del Cono sur latinoamericano que vivieron dictaduras cívico-militares, se ha producido una amplia literatura testimonial y diversos estudios desde las ciencias sociales y las humanidades se han dedicado a describir y analizar las experiencias y memorias de las violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, abordar los fundamentos para el ejercicio brutal de la violencia a la que se refieren esos registros, supone ir más allá del relato de las víctimas, y adentrarse en el estudio de los grupos que ejercieron, apoyaron y justificaron la acción de la dictadura. Este es el desafío que asume el último libro del historiador chileno Freddy Timmermann El Gran Terror. Miedo, emoción y discurso. Chile, 1973-1980, al intentar comprender la violencia a través de los marcos interpretativos que la justificaron y la transformaron en un camino plausible a seguir para la elite cívico-militar opositora al gobierno de Salvador Allende.
Con sus dos libros anteriores El Factor Pinochet. Dispositivos de Poder, Legitimación, Elites. Chile, 1973-1980 (2005) y Violencia de Texto, Violencia de Contexto: historiografía y literatura Testimonial. Chile 1973 (2008), Timmermann había preparado el camino para abordar directamente los problemas que le ocupan en su última obra, y que por entonces habían sido prefigurados. De esta manera el estudio sobre Pinochet advertía la importancia de la emoción en la comprensión del accionar del dictador, al cual Timmermann caracteriza como un dispositivo de poder en sí mismo. En esa oportunidad el autor se refirió a su obra como un ejercicio de psicohistoria al abordar las “coyunturas subjetivas” o estados psíquicos que Pinochet requería resolver y coordinar con su accionar político (Timmermann, 2006). Luego, en el libro sobre literatura testimonial de víctimas de violaciones a los derechos humanos, introduce el uso del análisis de discurso como perspectiva útil para comprender las formas de legitimación del recurso de la violencia, y la importancia que determinados contextos discursivos tienen para ese fin.
El libro El Gran Terror, además es continuador de un conjunto de descripciones y análisis que se efectuaron sobre la dictadura, y que se refieren al miedo como una experiencia socialmente transversal. En ellos el miedo fue aludido como vivencia característica que atravesaba a la población chilena (Politzer, 1984); descrito como uno de los principales efectos de la amenaza política en tanto arma predilecta de la guerra psicológica librada por la dictadura (Lira, 1978; Lira y Castillo, 1991; Padilla y Comas-Díaz, 1987) y como recurso de control necesario para la formación de un nuevo orden hegemónico en la sociedad (Brunner, 1981), practicado bajo los principios de una guerra social (Valdivia, Álvarez y Donoso, 2012). El miedo habría sido vehiculizado a través de soportes discursivos (Munizaga, 1988; Munizaga, De la Maza y Occhsenius, 1983; Souza y Silva, 1988; Timmermann, 2014) que buscaban legitimar el proyecto dictatorial tanto hacia sus adherentes como adversarios (Timmermann, 2013a; 2013b). A su vez, el miedo fue considerado dentro de las formas de mediación y articulación entre Estado y sociedad civil propia a regímenes autoritarios de carácter dictatorial (Garretón, 1987; 1988), incluso como una condición de perpetuación del autoritarismo (Lechner, 1998; 2006), pero también como uno de los factores que condicionaron la transición a la democracia y el comportamiento asumido por las elites políticas (Silva, 2002).
Por otra parte, el libro El Gran Terror representa una contribución al interés que el estudio del miedo ha comenzado a concitar en la agenda investigativa de diversas disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales en los últimos diez años (Barker, 2009; Bauman, 2008; Calveiro, 2012; Klein, 2008; Linke y Smith, 2009; Robin, 2009; Virilio, 2012), y que intentan trascender el análisis de sus dimensiones psicofisiológicas y las formas en cómo éste se elabora y manifiesta a nivel individual, para abordar la dimensión social del miedo, cómo éste es significado, provocado e incluso manipulado con fines políticos y económicos. En este escenario, la obra de Timmermann se adscribe a una nueva corriente historiográfica llamada historiografía de las emociones (Zaragoza, 2013), que se abre paso al interior de la historia cultural. Sin lugar a dudas, el presente libro perfectamente podría asociarse a los escritos sobre el miedo de Jean Delumeau (1989; 2002) y Joanna Bourke (2003; 2006), no sólo porque tratan sobre el miedo, sino porque la perspectiva asumida es similar, la que Bourke sintetiza señalando que al margen de las manifestaciones psicofisiológicas del miedo, que parecen ser universales, su aparición y elaboración al interior de la sociedad dependerá de los contextos histórico-culturales, en otras palabras a lo largo de la historia los miedos van cambiando, o no se teme siempre a lo mismo (Bourke, 2003).
A partir de lo anterior, El Gran Terror asume que para el análisis y comprensión de la violencia dictatorial no resulta productivo simplemente señalar que el miedo era usado como medio de control social o experimentado a lo largo de la sociedad, sin detenerse a analizarlo de acuerdo a su contexto (limitación que se encuentra en la mayor parte de las referencias que distintos textos y estudios hicieron sobre el miedo durante la dictadura). Sino que es preciso buscar una forma operativa de abordar este concepto y trabajar con él a través de las fuentes para el análisis historiográfico del período específico al que se refiere el libro (1973-1980), y que configura un contexto histórico-cultural particular.
Así pues, el trabajo de comprensión impuesto por El Gran Terror se organiza a lo largo de ocho capítulos precedidos por un prefacio a cargo de Maximiliano Kornstanje, el cual destaca el aporte de Timmermann por reconstruir la episteme que permite el uso de la violencia por parte de las elites cívico-militares. En la introducción el lector se enfrentará a una de las declaraciones que, en el contexto chileno donde las memorias del terrorismo de Estado representadas por la experiencia de las víctimas de violaciones a los derechos humanos han alcanzado gran legitimidad y reconocimiento público, puede resultar altamente controversial como es aseverar que las élites cívico-militares opositoras a la Unidad Popular padecían de dolores y temores que:
Son distintos al de la restante población. También están aterrados, aunque de diferente forma. Hay que resaltarlo: la gran originalidad histórica del período es el padecimiento diferenciado por todos los integrantes de la sociedad del terror y, con ello, el desarrollo, también diferenciado, de formas de naturalización del mismo (Timmermann, 2014, p. 34).
A lo largo del libro Timmermann demostrará que el miedo no fue monopolio de las víctimas, y que la dictadura trabajó y gestionó miedos hacia distintos sectores de la sociedad, invitando al lector a abrirse a esta idea. La introducción señala además el corpus documental sobre el cual se efectuó el análisis, pero más importante aún indica que habrá un apartado dedicado al análisis de la dictadura argentina en cuanto a distinguir fundamentos comunes de la violencia que se encuentran en el llamado Proceso de Reorganización Nacional, contrapunto que no se advierte en el título del libro.
Luego de la introducción, el lector se encontrará con el primer capítulo dedicado a discutir y proponer una definición del concepto de miedo que permita efectuar un análisis discursivo sobre el corpus documental considerado por el autor. En mi opinión este capítulo es de gran valor para los estudios del miedo, pues a pesar de que hay un creciente interés por el tema, a lo largo de distintas publicaciones que se refieren a él no hay un trabajo conceptual que vaya más allá de definirlo como una emoción desatada frente a la percepción de una amenaza (real o imaginaria). En este sentido El Gran Terror representa un importante avance que bien podría ser considerado un referente para otras investigaciones y publicaciones.
Los capítulos II, III y IV se encargan de construir el contexto histórico-cultural que permite comprender las fuentes interpretativas que fueron configurando en las élites cívico-militar chilenas una lectura de distintas situaciones como amenazantes, y que desencadenaron una respuesta de violencia extrema en 1973 con el fin de neutralizar los peligros que amenazaban con destruir la patria y el orden social tradicional. Para lograr esta contextualización el autor debe remontarse a los cambios socio-políticos que venían ocurriendo en Chile desde fines de la década de los cincuenta y durante los años sesenta, períodos en los cuales identifica experiencias fundantes para los miedos de las élites analizadas, los que irán derivando a lo largo del tiempo. El aporte de este antecedente imprime fuerza y permite comprender perfectamente el concepto de miedo derivativo que Timmermann toma de Zygmunt Bauman (2008), y que resulta adecuado para un análisis histórico o de la progresión del miedo a lo largo del tiempo.
El capítulo V aborda en plenitud el análisis de los marcos interpretativos del miedo en Chile entre 1973 y 1980 a través de los distintos documentos considerados por el autor, a los que trata propiamente como discursos. En este sentido Timmermann advierte que los documentos históricos, no sólo son fuentes de información, sino que pueden y deben ser usados como soportes que comunican visiones y formas de entender el mundo. En este capítulo el lector verá cómo el miedo resultó ser un potente movilizador para las élites, que a lo largo del tiempo terminaron igualando el temido marxismo internacional con la democracia liberal, y por lo tanto impidiendo circunscribir la amenaza a un período o momento específico a pesar de que el Golpe había prometido terminar con el peligro. La persistencia del miedo, no sólo en las élites sino en toda la sociedad, y la incapacidad de marginarlo de la realidad, hacen que el miedo se transforme en terror, más aún cuando las Fuerzas Armadas se erigen como protectoras y agresoras a la vez, y no se ve el final de la violencia introducida por ellas:
Solo cuando era evidente que (las Fuerzas Armadas) permanecerían en el poder, que la violencia lejos de disminuir aumentaba, que la prensa y la propaganda evidenciaban la proyección política de una ideología distinta y diametralmente contraria a la del proyecto de la Unidad Popular o a la democracia liberal, cuando la violencia se sumó sin señales de mejoría a la miseria económica del régimen, entonces posiblemente los iniciales miedos a la acción de las FF.AA. y de Orden escalaron a percepciones más amplias de sus alcances, porque afectaron la propia identidad ideológica y los espacios cotidianos donde las dispensas o salidas de los nuevos miedos que se padecían tenían posibilidades parciales y reducidas de ser concretadas. Es el miedo a la muerte física y social y a la pérdida de la propia identidad lo que comenzó a establecer el miedo permanente, el Gran Terror. La esperanza de una construcción comunitaria se fue alejando (Timmermann, 2014, p. 165, cursivas del original).
El capítulo VI está dedicado de manera muchísimo más breve al análisis del caso argentino. En esta sección se siguen buscando las formas que tanto militares como civiles activaron para legitimar la violencia contra los llamados agentes de la subversión, y el miedo aparece ahí como un factor fundamental. El análisis propone aspectos diferenciadores con el caso chileno, principalmente en relación con la capacidad que tuvo el Proceso de Reorganización Nacional para ofrecer una visión transformadora que trascendiera las urgencias represivas hacia los llamados subversivos.
El contrapunto entre Chile y Argentina se efectúa en el capítulo VII, estableciendo dos grandes conclusiones aplicables a ambos casos: “Un gran miedo a la democracia y a los regímenes militares ‘burocrático-autoritarios’ se desarrolló gradualmente en Latinoamérica desde la década del sesenta, imponiéndose las acciones de dispensa del segundo sobre la primera.” (Timmerman, 2014, p. 293) y “En ambos países se desarrolla miedo político, en dos expresiones diferenciadas que existen antes y después, aunque esta frontera temporal es variable según su padecimiento en individuos y segmentos sociales.” (Timmermann, 2014, p. 298).
El último capítulo titulado Nuestros miedos, hace un guiño al texto de Norbert Lechner de 1998 titulado de igual manera, y por lo tanto con esta cita se asume que El Gran Terror desea ofrecer una lectura que trascienda los discursos justificatorios del miedo referidos al contexto específico del período estudiado. Digo esto porque el texto de Lechner proponía que el miedo era un componente fundamental del autoritarismo, y que éste podía ser rastreado desde la época de la colonia hasta la postdictadura, lo que llamó cultura del miedo. En este sentido, el capítulo sintetiza varias ideas que más allá de la especificidad histórica del caso chileno, podrían ser consideradas útiles para abordar otras experiencias. Hacia el final de este capítulo, Timmermann ofrece una aseveración que resulta muy interesante en el contexto actual chileno actual donde se ha abierto el debate por la necesidad de una nueva constitución, cual es considerar que la Constitución de 1980, redactada y promulgada por la dictadura, y que aún rige en Chile “cierra un círculo del miedo, del que (las élites cívico-militares) no podrán salir, incluso, en parte, hasta hoy” (Timmermann, 2014, p. 320). Lamentablemente el autor no se explaya acerca de esto en esta oportunidad, y quizás éste pueda ser el objeto de su próxima obra. De todas formas el problema ya ha sido tratado por otros autores, que ven en la Constitución del 80 una forma de proteger el derecho de propiedad que venía siendo vejado desde la década de 1960 (Cristi y Ruiz-Tagle, 2014).
En términos generales, diría que tal vez un punto débil de la propia propuesta analítica de la obra, sea el esfuerzo comparado con el caso argentino, que incluso no aparecía mencionado en el título y que en el desarrollo queda disminuido ante la importancia y detalle que adquiere el análisis del caso chileno. A la vez, porque tal como lo señala el propio autor, la comprensión del miedo requiere de la reconstrucción de los contextos interpretativos y justificatorios de la violencia en cada caso, adquiriendo mayor profundidad sin duda la reconstrucción que se hace para la experiencia chilena. Por otra parte, los ejercicios comparados no sólo debieran ser útiles para conocer cómo un fenómeno se comporta en un contexto u otro, sino cómo un caso o varios, pueden ser interrogados e iluminados gracias al diálogo que el investigador es capaz de hacer entre ellos.
Más allá de lo anterior, el libro El Gran Terror constituye un aporte tanto para la comprensión de la violencia dictatorial, como para al estudio del miedo en el campo de las ciencias sociales y las humanidades.
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