Un asunto de central importancia para las disciplinas que estudian a la sociedad es determinar cómo investigan a los actores que la componen. Desde la época clásica, las ciencias sociales y las humanidades se han preguntado cómo las psicologías, las mentes, los cuerpos y las capacidades de los seres humanos han sido conformadas socialmente por el capitalismo (Marx, 1867/1975), la división del trabajo (Durkheim, 1893/2001), la economía monetaria (Simmel, 1903/1971), la ética religiosa (Weber, 1905/1975), la inhibición de los impulsos (Elias, 1938/2009), los regímenes discursivos (Foucault, 1973/1994; 1979/1995), las instituciones totales (Goffman, 1959/1972), las ciencias psiquiátricas y psicológicas (Rose, 1989/1999), la detradicionalización (Beck & Beck-Gernsheim, 2001; Beck, Giddens & Lash, 1994; Giddens, 1991; 1992), las categorizaciones sociales (Hacking, 1999, 2002) y por la propia idea ilustrada del sujeto como una entidad autónoma, singular, racional y unitaria (Baudrillard, 1983/1994; Callon & Law, 1997; Foucault, 1999; Thrift, 2008).
Pero es en las últimas décadas que el estudio del individuo pasa al centro del interés de estas disciplinas y, especialmente, de la sociología, tras una serie de movimientos y programas intelectuales (como el psicoanálisis, la teoría crítica, el feminismo, los estudios de la gubernamentalidad o los estudios postcoloniales) y, por sobre todo, luego de la crisis de la idea de sociedad (Latour, 2005) y el giro hacia el individuo (Martuccelli, 2007; Touraine, 2000; 2002; Wagner, 2002) como unidad clave de problematización de lo social.
Como explica Danilo Martuccelli (2007), el corazón analítico de la sociología se forja en un período en que prima la idea de sociedad. Desde allí emerge un tipo de lectura sobre el individuo que concibe las conductas individuales como resultado de la posición social de cada actor. En las últimas décadas, con la desestabilización de la noción de sociedad para hacer sentido de la experiencia y para el análisis social, la pregunta por la configuración de individuos adquiere especificidad. Se hace evidente que la comprensión de los individuos ya no deriva unívoca y certeramente de sus adscripciones sociales —de por sí, para algunos, mucho más líquidas que en el pasado— (Bauman, 2000/2004). Se hace evidente también que los agentes responden, manipulan, cuestionan y modelan sus referentes. Se vuelve interesante, entonces, posar la mirada en el individuo. Con ello, para algunos autores, la propia tarea de la sociología se transforma: no le correspondería el “análisis de los sistemas sociales sino la comprensión de los actores sociales” (Touraine, 2002, p. 389). Para otros, este giro resulta indispensable pues en adelante serán las experiencias del individuo “las que definirían el sentido de lo social” (Martuccelli, 2007, p. 5).
Y es que el mundo global contemporáneo interpela al individuo desde diversos —y en ocasiones contradictorios— sitios de auto/producción: orientación sexual, ocupación, clase, etnicidad, ciencia, espiritualidad, consumo, ciudadanía y tecnología, entre otros. Esto induce a ciertos autores a pensar al individuo como un constructo en permanente conflicto, saturado de ansiedades y tensiones (Lasch, 1979/1991; Sennett, 1998/1999). Otros reparan en la desactivación de la gestión colectiva de asuntos de política identitaria, propia de órdenes capitalistas donde prevalece la elección individual por sobre la acción colectiva y se expanden los procesos de privatización de los asuntos de interés público hasta desplazar el propio concepto de ciudadanía (Bauman, 2001, Espósito, 2011). Recordemos que la cultura de la modernidad es, esencialmente, una cultura individualista (Wagner, 2002) o singularizante (Martuccelli, 2007) caracterizada por otorgar centralidad a la independencia y auto-suficiencia y por promover visiones de la vida buena basadas en el compromiso individual (Taylor, 1989/2006).
Otros autores realizan una lectura más positiva de las consecuencias del actual ordenamiento mundial sobre la conformación de la individualidad. Con la globalización y los nuevos movimientos sociales han surgido reflexiones esperanzadoras ligadas a la capacidad crítica, a la reformulación y negociación identitaria y al pensamiento autónomo (Giddens, 1991). Más aún, la propia noción de individuo ha sido clave en la articulación de demandas políticas frente a asuntos variados como la equidad de género o la relación entre ciencia y sociedad.
En efecto, la emergencia de este campo de estudio se ha visto reforzada por la sociedad civil. Muchos de los nuevos movimientos sociales justifican sus demandas por derechos individuales o colectivos en el reconocimiento de su diferencia identitaria (minorías sexuales, reivindicaciones de género o étnicas, entre otros). Así también, los avances de las ciencias médicas desafían las distinciones entre humanos y animales (clonación) y los procesos de nacimiento y muerte de los seres humanos (aborto, fertilización o eutanasia).
Las recientes propuestas de una sociología de la persona (Cahill, 1998), de una sociología del self (Callero, 2003) y de una sociología del individuo (Martuccelli, 2007) reflejan los esfuerzos de sistematización de esta área. Este no es, sin embargo, un rasgo exclusivo de la sociología. Hoy, la pregunta por la configuración de individuos atraviesa un grupo amplio de disciplinas y escuelas de pensamiento: historia, antropología, psicología, filosofía, estudios culturales, estudios de género, psicoanálisis, entre otras. A su vez, el estudio del individuo es asociado a otras configuraciones como trabajo, género, clase, raza y etnicidad, cuerpo, estilo de vida, consumo o globalización.
La centralidad del individuo para la comprensión de las sociedades contemporáneas requiere de herramientas teórico-metodológicas apropiadas para la investigación social. Con el interés de contribuir al desarrollo de dicho instrumental, en este artículo propongo un enfoque de indagación social. Procedo en tres pasos. Primero introduzco los elementos conceptuales y metodológicos que estructuran mi perspectiva, luego ilustro esta propuesta con material empírico sobre el individuo emprendedor y, finalmente, expongo las principales contribuciones que este enfoque ofrece al estudio social de individuos.
Desde los años ochenta, una serie de corrientes intelectuales (teoría relacional; teoría del actor-red; teoría post-humana; estudios de la gubernamentalidad, feministas y de la performatividad; y sociología pragmática, entre otras) han venido proponiendo principios que, como veremos a continuación, reportan gran utilidad para el campo de estudio de individuos y subjetividades, al menos por tres motivos. Primero, porque permiten orientar indagaciones empíricas, evitando el uso de varias de las dicotomías en que se apoya parte importante de la teoría social occidental convencional y que han sido de uso intensivo en este campo. Me refiero a oposiciones como objeto/sujeto, micro/macro, agencia/estructura, significado/materia, subjetivo/objetivo o sociedad/individuo. Segundo, porque permiten evitar enfoques antropocéntricos, al rechazar la idea instaurada de que el ser humano es el actor preponderante en la formación de individuos y subjetividades, como también la concepción de este actor como una entidad única, estable y discreta. Tercero, porque permiten desarrollar indagaciones en base a nociones múltiples y distribuidas de individuos, evitando análisis singulares y unívocos.
Estas corrientes, que convergen en lo que podríamos denominar una sensibilidad post-constructivista y post-social, me permitieron poner en operación un enfoque alternativo para el estudio empírico de las formas en que los individuos son hechos existir en prácticas socio-materiales concretas. Se trata de un abordaje post-antropocéntrico, relacional y pragmático que comporta un giro hacia una ontología política (Mol 2002/2005; 2010) o, en otros términos, hacia alternativas performativas que redireccionan la atención de la investigación social desde temas de correspondencia entre descripción y realidad hacia asuntos de “prácticas, haceres y actividades” (Barad, 2003, p. 829).1
El primer elemento de mi enfoque radicó en remitir el estudio de individuos a las prácticas socio-materiales que hacen que éstos sean, como dice Annemarie Mol “visibles, audibles, tangibles y posibles de ser conocidos” (2002/2005, p. 33). La premisa fue que los actores, individuos inclusive, adquieren existencia en actividad. Asumí entonces que la producción del individuo no es prerrogativa del agente humano sino que deviene de la asunción misma de una práctica concreta.
Convencionalmente, el concepto de práctica ha sido asociado a un modo habituado (Bourdieu, 1990/1992) y normativizado (Foucault, 1973/1994; 1979/1995) de hacer cosas. La sociología pragmática francesa (Boltanski & Thévenot, 2000; Dodier, 1993; Thévenot, 2001; 2007; 2009) y la teoría del actor-red (en adelante TAR) han enriquecido esta conceptualización enfatizando que el carácter situado de estos arreglos no debe comprenderse como un mero telón de fondo de la actividad particular de ciertos agentes, sino como un elemento que participa en la composición, estabilización y modificación de la misma práctica.
En los años 90, el giro pragmático en la teoría social marca el deslinde del trabajo de Luc Boltanski y Laurent Thévenot del de Bourdieu, e implica el rechazo de una teoría cultural de la reproducción social en favor de una teoría social centrada en las dinámicas de la acción (Thévenot, 2007). Más que las actitudes disposicionales de los actores, la sociología pragmática va a estudiar al actor lidiando en situaciones concretas de radical incertidumbre y ambigüedad, relevando en la noción de prácticas el rol activo de los agentes y el carácter situado y temporal de los arreglos en que participan (Law & Singleton, 2005). Ello no significa una reducción a lo local. Como argumentan Boltanski y Thévenot (1999/2006) estos arreglos solo hacen sentido en relación a órdenes convencionales. La TAR, por su parte, ofrece métodos de indagación y un vocabulario que permite reparar en los esfuerzos persistentes y en las luchas en que actantes heterogéneos se intrincan para sostener los arreglos que articulan. Su apropiación, creo, permite orientar el estudio de individuos hacia actividades poco exploradas como las de interesamiento, traducción, estabilización, coordinación o distribución de prácticas y semánticas individualizadoras.
Para denominar al estudio de individuos en prácticas socio-materiales concretas en lugar de producción (Foucault, 1973/1994; 1979/1995), fabricación (Martuccelli, 2007) o performatividad (Butler, 1997; Goffman, 1959/1972), elegí la noción de traer a existencia, hacer existir o directamente enactar individuos (enactment en su original en inglés) propuesta por Annemarie Mol (2002/2005) y posteriormente incorporada al vocabulario TAR (ver, por ejemplo, Law, 2004/2007, 2009; Law & Urry, 2004). Mediante trabajo etnográfico en un hospital holandés, Mol usó este concepto para estudiar cómo una enfermedad concreta, la arteriosclerosis, era hecha a través de las prácticas que la constituían. A este enfoque lo denominó praxiográfico.
Por una parte, me interesaba retener el carácter ontológico que Mol le otorgara a este concepto. En mi caso, estudiar la ontología no ya de una enfermedad, sino de un individuo, significaba suponer que las entidades que describiría no son por naturaleza, ni tienen forma o contenido inherentes, sino que adquieren realidad en “procesos continuos de producción y reproducción” fuera de los cuales no tienen estatus o existencia (Law, 2004/2007, p. 159), incluyendo dentro de estos procesos el acercamiento de quien investiga. En este doble sentido con la noción de enactment asumía que solamente en el acto el individuo es.
Supuse entonces que las características del individuo en estudio serían reunidas, transformadas y negociadas en el curso de la interacción. El argumento que suscribía era que la realidad, individuo inclusive, es un efecto relacional (Latour, 2005) y, por lo tanto, el individuo debía observarse como una imputación o un ejercicio de atribución (Callon & Law, 1997). En consecuencia, correspondía atribuirle al individuo una ontología variable (Callon, 2008), es decir, presumir que su composición podría adquirir geometrías diversas y, en principio, impredecibles.
Por otra parte, la noción de traer a existencia o enactar indicaba también que los individuos no son la “fuente de la acción sino un blanco móvil de una enorme cantidad de entidades que convergen hacia ellos” (Latour, 2005, p. 73). Así, el concepto me recordaba que los individuos no están nunca solos y que siempre requieren de otros actores para actuar. En definitiva, el concepto remarcaba que son las asociaciones que enactan individuos las que les permiten existencia social. Y que esa existencia, como cualquier realidad, tiene efectos o consecuencias productivas para el ordenamiento en que participa. En este sentido, Mol argumenta, la noción de enactment no arrastraría, como sí lo hace la de performatividad en Erving Goffman (1959/1972), la idea de que al traer a existencia identidades habrían acciones adicionales en el trasfondo (backstage) de la escena social o sentidos del yo que permanecerían ocultos a su presentación (ver también Law, 2004/2007, p. 56).
El giro pragmático junto al giro ontológico me permitieron seguir un camino oblicuo con respecto a las dicotomías imperantes en el estudio de individuos y las subjetividades: sujeto/objeto, individuo/sociedad, agencia/estructura o micro/macro. A su vez, me alejaba de aquellas propuestas epocales, basadas en alguna filosofía de la historia, que conciben la actuación (siempre humana) como un asunto de emancipación o libertad. Desde este enfoque, asuntos de habilitación o constreñimiento no son concebidos como propiedades de agencias o estructuras, sino como resultados de una formación que posee su propio trasfondo socio-histórico y sus relaciones de poder tanto en su conformación como en su ordenamiento. Así también, más que orientar la indagación al modo de las teorías convencionales hacia preguntas sobre cuán modernos somos, o cuán engañosa y dañina ha sido la promesa de la ilustración para la formación de individuos, situé la indagación un paso más atrás para acoger a las propias antropologías del ser humano que circulan por nuestros entramados socio-técnicos.
Estas elecciones me hacían abandonar también la opción de utilizar a priori cualquier categoría, substancia (como la mente, la capacidad reflexiva o el cuerpo) o metalenguaje (Latour, 2005) para anticipar el comportamiento de mi objeto de estudio. Los metalenguajes disponibles en este campo (socialización, subjetivación, individuación, sujeción, etc.) suelen asumir que los individuos son compuestos y organizados en torno a procesos de producción social unívocos, generales y orientados a un fin. Sucede, por ejemplo, con la noción de socialización, que estudia el proceso de internalización —frecuentemente unidireccional— de ciertas pautas valóricas que orientan la acción y permiten la membresía del ser (humano) a la sociedad.
Finalmente, mis premisas implicaban reemplazar la pregunta por el origen de la acción por la de cómo elementos heterogéneos se reúnen, distribuyen y movilizan. En este sentido, el enfoque no ofrece una sociología de lo que el individuo es, sino una sociología de lo que hace existir a un determinado individuo (Mol, 2002/2005, p. 54). Más que a la adquisición de atributos, este enfoque en su pragmatismo se orienta al examen de las habilidades actualizadas y operativas —y cuyo uso produce efectos— en las actividades prácticas de un colectivo (Baszanger & Dodier, 1997).
En concordancia con sensibilidades post-sociales, un tercer elemento de mi enfoque consistió en otorgarle significancia en el estudio de individuos a las relaciones entre humanos y objetos. Esta no es una propuesta innovadora en la historia de las ciencias sociales, piénsese solamente en el trabajo antropológico; es más bien una decisión inevitable si tomamos conciencia de los mundos socio-técnicos en que vivimos. No intenté reemplazar determinaciones estructurales por determinaciones materiales ni atribuirle reflexividad o intención a las cosas. Asumí más bien la imbricación entre materia y significado y, por lo tanto, que así como los humanos modelan y crean objetos, también se ven afectados por ellos. Los objetos participan de la acción dándole recursos, alentándola, sugiriéndola, permitiéndola, bloqueándola o acelerándola (Callon, 1995; Hardie & MacKenzie, 2006; Knorr Cetina, 1997; Knorr Cetina & Bruegger, 2002; Latour, 2005) y, como los estudios de usuarios han demostrado, los objetos prefiguran individuos y acciones (Oudshoorn & Pinch, 2003). A su vez, los humanos crean, manipulan, transan, desechan, acarrean o conservan objetos. Para remarcar la participación de agentes humanos y no humanos en el enactment de individuos, la literatura ha producido distintas figuras: cyborg (Haraway, 1991), ensamblajes heterogéneos (Latour, 2005), cuerpo múltiple (Mol, 2002/2005) o persona distribuida (García Selgas, 2010; Gell, 1998/2013), por ejemplo.
La introducción de materialidades y otros seres vis a vis personas, hizo necesario descentrar el estudio de individuos del ser humano, y reconocer la heterogeneidad de agentes que concurren a la configuración de este objeto (Callon, 1995; Callus & Herbrechter, 2012; Hardie & MacKenzie, 2006; Latour, 2005). Este descentramiento opera al menos en dos sentidos: primero, para distanciarse de posturas que restringen los procesos de individuación a la labor que realizan las personas; segundo, para alejarse de posturas que restringen la individuación al trabajo de agencias individuales. No adscribo a la tendencia mayoritaria de estudiar a los individuos tomando como punto de partida a un sujeto individual. No hay duda, las personas realizan trabajo de individuación, pero no conviene reducir los procesos de individuación solo a dicha tarea y actor. Es necesario incluir agencias materiales, colectivas e institucionales. Para ello elegí como punto de partida la red de relaciones heterogéneas que traen a existencia a un determinado individuo y los agentes que participan movilizando la acción y componiendo y estabilizando en el tiempo al individuo en cuestión.
Consecuentemente, utilicé una noción amplia de agencia para incluir el rol de objetos y artefactos en conjunto con textos y personas para pensar una ecología del individuo. Entre estos varios actantes heterogéneos, la agencia fue comprendida como una capacidad distribuida y enraizada en procesos concretos de combinación y transformación de recursos. Así también la subjetividad fue entendida relacionalmente como aquella capacidad de un ser humano de volverse descriptible en la medida que aprende a afectase (Thrift, 2008) por un modo de actividad específico (el emprendedurismo, la terapéutica de sí o la discapacidad, por ejemplo).
La inclusión de materialidades comportó importantes desafíos analíticos. Por una parte, abstenerse de atribuir a priori rangos específicos a los elementos que componían el objeto de estudio, aplicando el principio de simetría entre ellos que promueve la TAR. Por otra parte, revisar el privilegio del dato interpretativo por sobre el dato material. Frente a los significados interiores, las actividades y objetos suelen suponerse con menor rendimiento empírico. Pero, como advierte Rouse, parte del poder que se le ha otorgado al lenguaje sobre la materia está sustentado en un sustrato metafísico que le asigna al lenguaje, y no a los objetos, “acceso directo y privilegiado al contenido de nuestros pensamientos” (citado en Barad, 2003, p. 806, traducción propia).2
Así tomaba distancia de perspectivas que piensan a los humanos “de forma aislada”, como “teniendo una definición en sí” (Arruda, 2011, p. 199) para concebirlos, en cambio, como hechos y sostenidos por los artefactos con que viven y mueren. Intenté asimismo eludir el individualismo modernista (Wagner, 2009) que permea a parte importante del conocimiento en el campo de estudio de los individuos. Premunida de este lente más amplio, pude someter a observación empírica las distinciones entre agencias que los mismos actores hacen. Mantener presupuestos antropológicos, como sucede en algunos enfoques tradicionales, impedía atender estos asuntos.
Siguiendo a Mol (2010), observé al individuo como un efecto de los arreglos en los que es hecho existir. Y es que todo individuo requiere de una red de relaciones que lo enacte. Entonces en el ejercicio empírico trasladé la atención desde la persona en sí misma como una entidad referida a un contexto, hacia los elementos que en su relación hacen posible su figuración en un sitio concreto. Esta figuración emerge porque hay diversas entidades actuando o haciendo algo por movilizar acciones. El concepto de affordance (soporte, apoyo) del repositorio de términos de la teoría del-actor-red fue relevante aquí, en la medida que destaca que “los actores se proveen (impiden, interceptan) mutuamente existencia y capacidades” (Mol, 2010, p. 265).
Consecuentemente, el objeto empírico no debía ser exclusivamente el ser humano, el grupo o la categoría a la que pertenecía, sino el agenciamiento socio-material, es decir, aquel régimen o arreglo de relaciones y líneas de fuerza de distinta naturaleza e intensidad donde el individuo es compuesto y recompuesto en procesos dinámicos a través de los cuales las conexiones por las cuales transita alteran su extensión y diversidad, sea sobre flujos semióticos, materiales o sociales (Deleuze, 1997/2002).
Situar el estudio de individuos en sus agenciamientos provocó al menos dos movimientos adicionales en el perfil de mi indagación. Primero, me llevó a concebir la acción de enactar individuos como un logro colectivo y “no como algo llevado a cabo por personas en un colectivo” (Callon & Law, 1997, p. 177). Segundo, me permitió identificar la geografía de las prácticas sociales que hacían existir al individuo en estudio: analizar su extensión y seguir las huellas del entramado que estaba conociendo y desentrañando de modo de identificar formas de hacer o pensar que lo impregnaban y que remitían a otros tiempos y lugares.
Desde este enfoque, pues, no basta con recolectar cualidades inherentes de agentes humanos individuales, o distintas perspectivas en torno a un individuo, o argumentar que cierto individuo está determinado por, o está sujeto o sometido a mecanismos institucionales y existenciales a través de los cuales es individuado: reglas, normas, convenciones, roles o pruebas (Martuccelli, 2007). Lo propio de una sociología relacional y pragmática del individuo es la identificación y el análisis de las asociaciones que llevan a la composición de esta entidad en lugares y tiempos específicos que no son mero trasfondo de la acción de los humanos sino actores de su individuación. Entendiendo este arreglo como un logro práctico (Garfinkel, 1967/2004), este enfoque enfatiza el registro y descripción de los esfuerzos sistemáticos que elementos heterogéneos realizan para ordenar, coordinar y mantener reunida la red de relaciones que enacta al individuo en cuestión.
Siguiendo los argumentos de Annemarie Mol (2002/2005; 2010), Annemarie Mol & John Law (2004/2007) y John Law & Vicky Singleton (2005), asumí también que en estos agenciamientos el individuo no correspondía a una entidad singular, homogénea o constante; ni a un todo discreto y unitario o una serie de tipos ideales. A diferencia de aquellos enfoques convencionales que estudian la multiplicidad como distintas facetas que se reúnen de manera aditiva y más o menos coherente en una persona concreta (su rol como padre, como ciudadano o como persona de negocios), asumí que una actividad que puede parecer singular podría en la práctica traer a existencia individuos distintos. Lo que tendría bajo el lente sería una formación no solo contingente y situada sino también multi-referencial.
Sin embargo, como advierte Mol (2002/2005), sostener que el individuo es una figura plural no equivale a afirmar que admite infinitas encarnaciones. Enfatiza, más bien, la idea de que la diversidad no es un rasgo a restringir, a subsumir en afanes de generalización, o a tratar solo aditivamente, sino que se trata de un elemento a abordar empíricamente, explorando cómo se gestiona la multiplicidad en la práctica. Cabe aquí extrapolar las proposiciones que Mol (pp. 5-6) hiciera para los objetos y comenzar a preguntar, por ejemplo: ¿qué sucede cuando el individuo que se maneja en la práctica no es el mismo de un lugar a otro?, ¿cómo se coordinan estas distintas versiones cuando se encuentran? Y, si permanecen separados, ¿qué los mantiene a distancia? A la vez, podemos indagar lo siguiente: ¿cómo hacen diferentes individuos que circulan con el mismo nombre para evitar confrontaciones?, ¿o es que estas varias versiones de un mismo individuo se requieren de algún modo? Puede suceder. En efecto, como plantea Mol, la multiplicidad puede relacionarse armónicamente, entrar en fricción o coordinarse mediante esfuerzos continuos y diversas operatorias que pueden ser indagadas, como las de jerarquización y distribución.
Los métodos etnográficos son especialmente adecuados para indagaciones de este tipo. Su perspectiva naturalista, abierta, flexible y procesual permite estudiar las prácticas de los agentes en los ambientes dispuestos para sus operaciones e identificar los atributos del objeto de estudio según se moviliza por los arreglos que lo articulan. En el estudio etnográfico de prácticas el conocimiento “no radica en las mentes de los sujetos” sino que “principalmente en sus actividades, eventos, instrumentos y procedimientos” (Mol, 2002/2005, p. 32). En particular, un trabajo etnográfico de corte pragmatista, atenderá a “las actividades reales de las personas dentro de marcos de referencia normativos que se asocian a la situación y que no representan un todo unificado” (Baszanger & Dodier, 1997, p. 19). Por su parte, una etnografía en el marco de un ejercicio praxiográfico investigará cómo el individuo es hecho existir no genéricamente, sino en situación —como el producto una red fluida de relaciones— y como un objeto múltiple que gestiona esas diversas existencias.
Dentro de los métodos etnográficos la etnografía multi-sitio (Marcus, 1995) permite desarrollar una indagación distribuida, identificar distintas modalidades en que el individuo es traído a existencia y conocer las conexiones o desconexiones entre ellas, mientras se traza la geografía del agenciamiento que lo sostiene. Este tipo de indagación se basa en la elección estratégica de varias localidades de indagación, utilizando diferentes modalidades o técnicas. El trabajo simultáneo en distintos sitios permite generar un casebook, identificar diferentes formas de acción o producción del individuo (Baszanger & Dodier, 1997) e indagando hasta dónde viajan y qué transformaciones sufren para traducirse y hacerse inteligible en otros sectores del agenciamiento.
El estudio etnográfico multi-situado de cómo los individuos son hechos ser en prácticas socio-materiales concretas abre áreas de indagación poco exploradas en el estudio de subjetividades e individuos: por ejemplo, permite “seguir las posiciones que actores estructuralmente equivalentes ocupan dentro de una red y analizar como distintos patrones de relaciones distribuyen recursos en dicha red” (Emirbayer, 1997, p. 301). También permite trazar las distintas instancias de traducción que inscriben, movilizan y difunden al individuo estudiado a medida que circula por la red, estabilizando su figuración y excluyendo otras posibilidades, incluyendo en ellas a la propia escritura científica (Callon, 1995).
En efecto, la etnografía es un proceso de producción de conocimiento y de escritura, comunicación e intervención. A continuación ejemplifico brevemente el tipo de descripción que este enfoque genera, usando parte del material del estudio etnográfico multi-situado del individuo emprendedor conducido recientemente.
En la sociedad chilena actual, las prácticas emprendedoras son parte del mundo empresarial, pero también circulan por universidades y escuelas, medios de comunicación y programas sociales. La investigación que lideré entre noviembre de 2011 y noviembre de 2012 se restringió al estudio del emprendimiento de negocios: el epicentro de este régimen. Diversos agentes conforman este tipo de actividad en Chile: agencias gubernamentales, oficinas de intermediación laboral, centros de incubación universitarios o intra-empresariales, laboratorios de incubación o investigación, escuelas de negocio, gremios, inversionistas, regulaciones, tecnología, política pública y dispositivos retóricos como slogans, consignas y testimonios. La definición de emprendimiento es igualmente amplia: es tanto una nueva chapa para hablar de la actividad del trabajador por cuenta propia, como la etiqueta para referir a ‘cualquier nuevo negocio’ o, en su acepción más específica, la rúbrica de moda para denominar aquellos de ‘alto impacto’ asociados a una innovación tecnológica.
Junto a un equipo de investigación organizamos la producción de datos en dos etapas. La primera buscó reconocer el nivel de penetración de esta actividad en el país, las etapas del ciclo de vida del emprendimiento, las significaciones y modos de emprender operativos y los roles y funciones de cada actor. Para abordarlo, primero caracterizamos las agencias de promoción del emprendimiento operativas en Santiago, utilizando datos secundarios como antigüedad, propósitos, población objetivo, tipo de emprendimiento al que apuntan o forma de trabajo. Luego realizamos más de 20 entrevistas a gerentes de incubadoras y fundaciones que prestan servicios al emprendimiento (capacitación, crédito, asesoría, etc.) y a otros actores centrales en la gestión del régimen, como académicos que investigan y miden el emprendimiento, miembros del aparato estatal que gestionan la política pública pro-emprendimiento, emprendedores exitosos, mentores, coaches e inversores. Estos actores fueron seleccionados por ser mencionados por los entrevistados como centrales para el desarrollo del emprendimiento y a ellos nos acercamos progresivamente hasta que no aparecieron actores nuevos. Seguimos, así, una aproximación realista: para definir los contornos de la red en estudio usamos “el punto de vista de los involucrados” (Emirbayer, 1997, p. 303).
Las entrevistas, de una hora de duración en promedio, buscaban conocer las nociones y clasificaciones del emprendimiento, las razones para apoyar la actividad y los modelos de intervención utilizados por las entidades indagadas, así como las barreras y recursos para emprender en Chile, los efectos del emprendimiento en la sociedad y en las organizaciones que lo promueven y, finalmente, quién es y cómo se hace un emprendedor y con qué consecuencias.
La segunda etapa de la investigación consistió en la indagación etnográfica en siete proyectos de emprendimiento de negocios que cubrían distintos procesos y formas de promover la actividad, desde el emprendimiento por necesidad dirigido a poblaciones de escasos recursos y financiado con microcrédito hasta el emprendimiento por oportunidad, de alta tecnología, financiado por el Estado y apoyado técnicamente por incubadoras universitarias, pasando por el emprendimiento social, que se instala en el vértice del régimen intentando modificar desde dentro los propósitos del lucro y la acumulación. En particular, investigamos un centro de innovación de una empresa privada, una incubadora de negocios universitaria, un centro de fomento al emprendimiento científico, una fundación de microcréditos, la formación de la asociación gremial de emprendedores de Chile, un emprendimiento social y la gestación, diseño y transformación de la política pública pro-emprendimiento. Entre ambas etapas realizamos 72 entrevistas, 95 observaciones y fichaje de información documental de 25 organizaciones en Santiago.
En lo que resta ilustro el enfoque propuesto analizando brevemente cómo es hecho existir el individuo emprendedor en dos de los agenciamientos socio-materiales que exploramos etnográficamente: la incubación de Startup tecnológicos por una incubadora universitaria a la que en general acceden profesionales jóvenes de clase media alta, y el apoyo a emprendimientos de base por una fundación de microfinanzas orientada a la población en situación de pobreza.
La agencia que llamaremos Venture es una incubadora de negocios capitalina ligada a una universidad de alto prestigio. Su misión, según aparece en su página web, es “potenciar emprendimientos altamente innovadores y de base tecnológica, enfocándose de manera importante en su internacionalización”.3 Entre 2012 y 2013 la entidad apoyó 96 emprendimientos con fondos por US$ 7,6 millones provenientes de subsidio estatal y US$ 15 millones de aportes privados, entregando a cada emprendimiento un máximo de 60 mil dólares. Entre marzo y septiembre de 2012 acompañamos etnográficamente el proceso de incubación de once Startup tecnológicos en Venture, asistiendo a talleres semanales, conversando con mentores, brokers, inversores, emprendedores exitosos y otros invitados.
Según observamos en Venture, el emprendimiento y el individuo emprendedor son traídos a existencia en la gestión del proyecto emprendedor. Es la concreción de esta actividad la que reúne a todo un entramado socio-técnico. Es el proyecto el que según la norma vigente concursa a financiamiento, el que es seleccionado en un boot camp para ser incubado mediante subsidio estatal, el que debe encontrar su nicho de mercado y escalar. Y es el proyecto el que reúne a los actantes humanos: el equipo a su cargo; los mentores y asesores que entrenan y corrigen el negocio y al emprendedor que lo lidera; redes de contactos que ayudan a difundirlo; modelos de rol a quienes emular y por cuya mediación renovar el compromiso con la actividad; y distintos tipos de consumidores —potenciales, reales, early adopters o testers—, que experimentan con/el producto.
En el proceso de desarrollo del Startup el proyecto no permanece constante, sino que mediante las capacidades y competencias que le provee la red de entidades que lo sostiene va a transitar desde la existencia inmaterial a la materialidad (Espinoza, 2010): comienza siendo una idea de negocio alojada en la mente y conversaciones de un par de emprendedores, a veces vaga o imprecisa, generalmente incompleta, pero con potencial, hasta convertirse en un producto de mercado: una entidad acotada, con nombre y logo; características y funciones; fecha de nacimiento, creadores y genealogía; portadora de la promesa de “satisfacer” alguna necesidad o palear algún “dolor de mercado” y transable por un cierto valor que genera ganancias.
Estas distintas existencias del proyecto interactúan de diversas maneras: en ocasiones se adicionan —por ejemplo cuando se expone el proyecto a inversionistas en la estructura del denominado elevator pitch, que consta de un diagnóstico de mercado y una descripción del producto, el modelo de negocios y la presentación del equipo emprendedor—. En otras ocasiones estas existencias se alternan o jerarquizan, como sucede con la ecuación que circula por el régimen: en el éxito de un emprendimiento el emprendedor representa el 70%, la idea de negocio el 30%.
El desarrollo del proyecto no es un proceso lineal ni obvio. Generalmente requiere de importantes esfuerzos y varios intentos. Sobre todo con el dinamismo del mercado actual, que hace que el éxito de los emprendimientos innovadores no dependa solo de la inserción de un producto en el mercado global sino también de la capacidad de poder “cambiar rápido”. El “pivoteo” es la práctica que permite esta adaptación constante. Ella refiere al ejercicio de volver iterativamente sobre el proyecto hasta dar con la forma justa, es decir, con un producto que “agregue valor”. Pivotear es rearmar, recomponer, adaptar y mejorar. En el siguiente extracto Paul, un mentor norteamericano que participa del entrenamiento de los Startup de Venture, sintetiza estas ideas con un caso icónico:
Angry Birds fue [la versión] 51º [del] juego, lo otro no lo escuchaste. La idea del éxito de un día para otro es un mito, tienes que seguir trabajando, hacer trabajo duro, no solo ser inteligente. Creo que si estás dispuesto a trabajar puedes crear grandes cosas y continuamente aprender a como pensar como emprendedor y cuáles son las diferentes habilidades que necesitas. (Paul, entrevista personal, 27 de Julio de 2012, traducción propia).4
Pivotear es una práctica individualizadora: se le asocia un sujeto creador y con capacidad de “escucha fina”, con una mente “analítica y sintética”, que “traduzca ideas” y “ajuste” piezas del proyecto “rápidamente”. Pivotear modula la mente del emprendedor en ciernes de modo que, como nos indica Paul citando un estudio de la Universidad de Berkeley, las fixed mindset se transformen en grown mindset: mentes abiertas, plásticas, resilentes, persistentes y tenaces, el tipo de mente requerida para lograr iterativamente dar con un buen proyecto emprendedor e “irrumpir” en el mercado. No solo la inteligencia sino también la práctica ardua habilita para pensar como emprendedor y desarrollar la reflexividad suficiente para identificar las habilidades que la actividad va demandando de sí a quien la ejecuta. Lo interesante es que el pivoteo constante a lo largo de meses permite al emprendedor entrenar esta plasticidad mientras el negocio avanza en su concreción. En el siguiente extracto, comentando sobre los resultados de la estadía en Silicon Valley para uno de los emprendimientos, Gonzalo, otro broker de Venture asocia el que hayan podido levantar capital de inversión con la capacidad del fundador de pivotear su proyecto e integrar observaciones:
[Al dar el pitch] Juan escuchaba primero el punto y de ahí le decía lo que él creía, y te decía por qué, él integraba, y cambiaba el pitch de nuevo, y levantaron 100 mil dólares, en un mes, allá, que es una cuestión alejada de las probabilidades, la hicieron [lo lograron] y eso tiene que ver con que los tipos tienen esa capacidad de escuchar y flexibilizar. (Gonzalo, entrevista personal, 29 de Agosto de 2012).
Así, emprendimiento (negocio) y emprendedor (actor) emergen como co(a)gentes (Michael, 1999) afectándose mutuamente. En este proceso el desarrollo de las habilidades emprendedoras descritas no es mero asunto subjetivo o de diálogo interno del actor, sino que es crucial para materializar y viabilizar el proyecto de negocios.
Si la innovación remite a la capacidad de anticipar la conducta del mercado y los deseos de posibles consumidores para generar productos competitivos y escalables, según aprendimos con el segundo caso de estudio el “emprendimiento de base” es, para la Fundación sin fines de lucro que llamamos El Esfuerzo, una alternativa de “habilitación” económica, social y también moral mediante la incorporación al mercado de individuos en situación de pobreza que, estando en edad de trabajar, permanecen pasivos.
Desde 2001 funcionan en el país instituciones como fundaciones, bancos, cooperativas, cajas de compensación y ONG que, agrupando poco más de 300 mil “beneficiarios”, distribuyen más de un millón de dólares todos los años. En una de ellas realizamos trabajo etnográfico durante cuatro meses, acompañando la gestión de estos microcréditos y las capacitaciones a los micro-emprendedores. La fundación El Esfuerzo otorga créditos entre 120 y 1.000 dólares a 21 mil beneficiarios en todo el país, distribuidos en 1.170 Centros de emprendedores. Más del 90% de los clientes corresponde a mujeres jefas de hogar; 60% pertenece a los quintiles más pobres de la población y sus negocios más frecuentes son venta de alimentos o ropa en ferias libres o en bazares domésticos y venta ambulante estacional. 18 personas aproximadamente componen cada Centro, constituyéndose como co-deudores solidarios de créditos que se reembolsan en 20 cuotas semanales. Para reunir y pagar esta cuota cada semana se realiza un encuentro de los miembros del Centro en el que también reciben una capacitación a cargo de una asistente social.
Este tipo de emprendimiento de base raramente se encuentra con el emprendimiento innovador y de alta tecnología incubado en organizaciones como Venture. En los términos de Mol (2002/2005), pese a que ambas formaciones enactan emprendedores y emprendimientos, estos dos modos de la actividad se encuentran distribuidos y no parecen requerir coordinarse en la práctica. Cada uno tiene actores, prácticas, financiamiento, justificaciones, tipos de negocio y lugares de operación distintos.
Aquí el emprendimiento se difunde, reproduce y distribuye; busca y enrola nuevos sujetos a través de otros mediadores, entre ellos: microemprendedores que reclutan y respaldan a vecinos que viven a no más de cinco cuadras de distancia: “hombres o mujeres de 17 a 70 años de edad, física y psicológicamente aptos para realizar una actividad económica”, sin créditos pendientes, con residencia permanente mínima de un año, y de buena reputación en el barrio (Fundación El Esfuerzo, Manual de Operaciones: metodología del crédito grupal, 2006, p.8)5; asistentes sociales del propio barrio que difunden a la organización y que operan como asesoras de cada grupo, controlan el pago de las cuotas crediticias y entregan capacitación; y manuales institucionales que guían y homogeinizan el entrenamiento en terreno.
En este sector del ecosistema, lo que hay que probabilizar no es la innovación sino el pago del crédito. De ahí que el emprendimiento por necesidad se articule alrededor no ya del proyecto de negocios sino de un circuito financiero, que sostiene la capacidad crediticia de los microemprendedores. En el caso estudiado este circuito está compuesto de los siguientes instrumentos: i) la cuota del crédito que se paga semanalmente y que incluye el pago del interés crediticio; ii) las multas por retraso en el pago de dicha cuota o por inasistencia a las reuniones del grupo; iii) el fondo de reserva o “caja chica”, que cada grupo mantiene para poder cubrir a miembros que coyunturalmente no pueden cancelar su cuota (recordemos que son deudores solidarios) y que se financia con iv) la organización de rifas o bingos; v) la garantía del crédito que se paga al fin de cada ciclo; vi) el dinero a beneficio que se recolecta mediante concursos o preparación y venta de comida rápida para poder apoyar a un miembro del grupo o alguno de sus familiares frente a casos de enfermedad, muerte u otro evento catastrófico. A diferencia del dinero de la caja chica, el de beneficio se regala y no debe ser devuelto y no está destinado a mantener la probabilidad del crédito sino que utiliza la red para fines de beneficencia social dentro de la vecindad, operando como lo que Viviana Zelizer (2011) denomina monedas especiales; y vii) los incentivos que otorga la Fundación y que, según nos explicó su Gerente, sirven para “ordenar” a los beneficiarios en su vida y “derrotar la cultura asistencialista”, la gran adversaria que “opaca” la capacidad emprendedora y la generación de nuevas ideas.
María es una micro-emprendedora solidaria de 33 años que vende alimentos fritos en invierno y helados artesanales en verano. La forma en que narra cómo suceden las reuniones semanales evidencia el rol estructural que cumplen estos distintos dineros:
Primero llegamos allá [lugar de reunión del centro] y esperamos hasta las 13:10, la gente que llega atrasada paga multa, se paga lo que se tiene que pagar, la ejecutiva da como 10 minutos más o menos, se paga, se compran los números de rifa y se comienza la capacitación. Después Teresa termina la capacitación y se tira la rifa. (María, entrevista personal, 20 de Noviembre de 2012).
El registro de los dineros marca el inicio y fin de las reuniones semanales y es condición necesaria para que el grupo sesione. Por regla, los encuentros comienzan sólo luego de que el tesorero ha entregado a la asesora el comprobante de depósito del pago de la cuota semanal del grupo. Según observamos, en la práctica los emprendedores pueden prescindir de las capacitaciones pero no del pago de las cuotas y dineros asociados, por lo que suelen enviar a parientes, compañeros de centro o amigos a pagar en su nombre al inicio de las sesiones de las que se ausentan. Asimismo, según los reglamentos, el incumplimiento en el pago semanal de la cuota es causal de expulsión del centro y de no renovación del crédito en un ciclo futuro, no así el carácter innovador del negocio, o la generación de ingresos, que si bien deseable puede suspenderse temporalmente. Además, el criterio fundamental para recomendar a algún vecino es que quien lo invita al centro confíe en su capacidad de pago y lo avale financieramente en los dos primeros ciclos crediticios. Finalmente, la propia condición de cercanía habitacional entre los micro-deudores está asociada a la vigilancia mutua: al ser vecinos, pueden informarse de sus respectivas vidas y acceder a quienes no cumplen con el pago o faltan a las reuniones.
La capacitación también participa sustentado este circuito financiero. Ella es organizada en ocho cuadernos de trabajo divididos en dos ejes: gestión de negocios y autoconocimiento y conducción de la vida doméstica (Fundación el Esfuerzo, Manual de Operaciones para la Orientación y Formación de Centros, 20066). Este segundo eje, que pareciera ser ajeno a la gestión de negocios, imparte y comparte conocimientos en salud, cuidado de hijos, actualidad, tecnología y desarrollo personal mediante prácticas de auto-observación, auto-conocimiento y auto-conducción que se nutren de experiencias personales que se ponen en común. Ellas permiten entrenar a un individuo capaz de superarse y cooperar con el crecimiento de otros.
En este agenciamiento se deviene emprendedor aprendiendo a gestionar, administrar y acumular un circuito financiero activado por la cuota crediticia y destinado a sostener una fuente externa de recursos. Este circuito no solo media las relaciones entre humanos sino que enacta al emprendedor como agente económico capaz de contabilizar dineros, multiplicarlos, acumularlos, invertirlos, transferirlos, predecirlos y equipararlos. Aquí el emprendimiento se difunde como una opción de individuación que transforma, mediante incentivos, a un sujeto pauperizado por una cultura asistencialista en un sujeto capaz de asumir su autogestión económica y, más aún, vital.
Esta somera descripción indica que existirían diversos ordenamientos enactando emprendimientos y emprendedores alrededor de prácticas distintivas. Como plantean Liliana Doganova & Marie Eyquem-Renault (2009), y Juan F. Espinoza (2010), en estos ordenamientos el emprendimiento sería una actividad distribuida a lo largo de cadenas variables de actantes. Más aún, en cada agenciamiento la organización de los actantes no es constante sino dinámica, es decir, su modo de articulación varía con el desarrollo de la actividad. Igualmente evidenciamos que no estamos frente a dos visiones del emprendimiento, sino frente a ontologías diferentes. En cada sitio el emprendimiento despliega una serie de prácticas particulares que demandan capacidades específicas para existir como emprendedor y delinean formas diferenciales de conducir personas. Si en el primer caso el emprendimiento trae a existencia a un individuo capaz de gestionar capacidades, atributos, conocimientos, relaciones y recursos para insertar en el mercado un proyecto innovador, el segundo hace ser a un individuo capaz de gestionarse y organizarse alrededor del circuito financiero que viabiliza su capacidad crediticia.
De ahí que sea importante comprender los gestos de singularización del emprendedor como esfuerzos por administrar la multiplicidad. En este sentido, siguiendo a Mol (2002/2005) sugiero que la figura del emprendedor operaría como un “mecanismo de coordinación” (p. 117) que intenta hacer converger actividades, sitios, significados, fines, agentes y dispositivos diversos en realidades singulares como las expuestas. En el ecosistema emprendedor chileno, este ejercicio de conciliación de la multiplicidad no es solo retórico sino que también práctico. Los dos casos ilustrados son polares y no conviven en la práctica pero al ponerlos en relación en la investigación social apreciamos que más allá de sus modalidades de operación, ambos sitúan en el individuo la responsabilidad y el riesgo de gestionar su producción económica.
El individuo ha devenido una unidad clave de problematización en las ciencias sociales contemporáneas. Sin embargo, las propuestas convencionales adolecen de limitaciones para enfrentar el desafío que hoy comporta su investigación. En este artículo propongo un enfoque conceptual y metodológico alternativo con la intención de complementar las aproximaciones existentes. La sociología postula que el individuo es socialmente construido, esto es, que no hay individuación posible en un tiempo y espacio distinto al de la sociedad. El enfoque propuesto sigue a pies juntillas este supuesto y promueve el examen empírico situado de los procesos que hacen ser al individuo un producto social. Para ello sigue el enfoque praxiográfico propuesto por Mol, y asume que la ontología de los individuos no pertenece a ellos por naturaleza sino que es hecha en prácticas socio-materiales concretas. El individuo no corresponde a una entidad con propiedades intrínsecas sino a una formación híbrida de ontología variable, un ensamblaje situado y heterogéneo que emerge de asociaciones y es utilizada por ellas, y al que se le atribuyen competencias, conocimientos, agencias, semánticas y formas de comprensión y relación. Por lo mismo, es una formación que permite a los miembros ser competentes en sus contextos, premunidos del equipamiento necesario para codificar sus ambientes, evaluar las proposiciones que les son hechas e intervenir en ellos. Suscrito a ciertos individualizadores que circulan a través de los conductos de la red, el individuo del que hablamos es alguien ya actuado por lo social (Latour, 2005). Este compromiso con la relacionalidad borra distinciones ontológicas fundacionales del pensamiento social moderno occidental (lo humano y lo no humano, significado y materia, grande y pequeño, social y técnico, naturaleza y cultura, micro y macro, etc.) y evita diferenciar de antemano entre seres humanos y otras entidades.
Desde este enfoque, la particularidad de la construcción social individuo con respecto a otras disponibles como clase o cultura, por ejemplo, es permitir la singularización del ser. Sin embargo, la unidad del individuo no está dada por una conciencia que lo reconoce como tal. Este es un supuesto cuestionable porque ubica la singularización en la conciencia individual y otorga a la conciencia individual la capacidad de unificar el enfoque de individuación al que la persona es sometida. Ni uno ni otro son gestos espontáneos de la conciencia, sino que mandatos que la modernidad hace al individuo: singularizarse a través del pensamiento reflexivo y pensarse como ente singular. Postulo, en cambio, que la singularidad del individuo proviene de la movilización de una serie de recursos que lo vuelven una entidad específica y que es tarea empírica indagar de qué agencias se trata y cómo actúan en común para gestionar tal multiplicidad.
La perspectiva propuesta mantiene lo que Martuccelli (2007) denomina como el interrogante original de una sociología del individuo: saber cómo el individuo es capaz de sostenerse en el mundo. Pero le asigna un área de indagación mayor al que le otorgan las aproximaciones convencionales. Si para éstas el campo de estudio del individuo está orientado a observar cómo se estructuran los fenómenos sociales a nivel de las experiencias personales, de modo de dar cuenta de su faceta intima, subjetiva y existencial, situar el estudio de individuos en las prácticas socio-materiales que los traen a existencia hace pasar a primer plano temas de agencia, materialidad y situacionalidad y, con ellos, la pregunta por sus relaciones y por la productividad de sus lazos (Law, 2004/2007). Observar de este modo la configuración del individuo supone asumir que “ser un actor es completamente artificial” (Latour, 2005, pp. 212-213, traducción propia). Supone, en definitiva, reinstalar la noción robusta del individuo que la sociología históricamente ha propugnado.
Estudiar empíricamente individuos de la manera expuesta permite ampliar la agenda del campo, abriendo interesantes líneas de indagación. Los estudios sociales de individuos y subjetividades tienden a concentrarse en dos procesos: la producción o fabricación del individuo (por las estructuras) y las formas de comprensión, experimentación y reflexión que hacen las personas de su individualidad —la auto-interpretación (el nivel micro o subjetivo)—. Una aproximación post-humana, relacional y pragmática permite acceder al estudio de procesos complementarios. Por una parte, habilita para investigar la multiplicidad de formas en que un individuo es traído a existencia y, seguidamente, indagar en los procesos de movilización, distribución y transformación de individuos en y por lo social, de modo de incorporar la dimensión espacial y los asuntos de escala, de coordinación y de traducción. Caben aquí cuestiones como ¿qué viaja cuando se moviliza una figura de individuo desde un espacio o desde un campo socio-técnico a otro?, ¿cómo se traducen individuos de un lugar a otro de modo de participar en ambos?, ¿cómo y qué distribuye a individuos del mismo tipo? o ¿cómo son estratificados los individuos en un arreglo determinado? Por otra parte, así como la etnometodología, este enfoque permite registrar los esfuerzos que los agentes hacen para estabilizar individuos y los efectos que estas formaciones producen en los colectivos que los enactan. Indagar, por ejemplo, asuntos como los siguientes: ¿qué inversiones hacen los agentes para mantener cierta figuración de individuo estable?, ¿a qué recursos echan mano?, ¿qué controversias deben resistir para sostenerla en el tiempo? El concepto de enactment sirve al estudio de estos procesos y permite, además, mantener la pregunta por el individuo anclada a las redes de actividad que lo hacen existir, impidiendo así la escisión de sujeto y sociedad.
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