Nación, sujeto y psique: la construcción psicológica del nacionalismo

Nation, subject and psyche: the psychological construction of nationalism

  • Juan García García
El objetivo principal del trabajo ha sido el de explorar la estrecha, compleja y poco estudiada relación entre las ciencias de la mente y la doctrina política del nacionalismo, entre los lenguajes académicos de la psique y las voces ideológicas de la Nación. Para ello, hemos rastreado las múltiples huellas del lenguaje psicológico en la literatura académica sobre el nacionalismo producida durante el último siglo y medio, desde las primeras aportaciones de la psicología de los pueblos y los estudios sobre el carácter nacional, a la psiquiatría degeneracionista, la psicología de las masas o multitudes, la psicología social del prejuicio y el psicoanálisis. Aunque la psicología se ha presentado no pocas veces como una disciplina capaz de explicar en último término la adhesión de los individuos a la Nación o la pasión de masas del nacionalismo, nuestro objetivo en esta ocasión ha sido presentar los lenguajes de la psicología como parte de los relatos o discursos ideológicos que han contribuido a la construcción social y cultural de naciones y nacionalismos.
    Palabras clave:
  • Nacionalismo
  • Psicología
  • Discurso
  • Representaciones sociales
The main objective of the research has been to explore the close, complex and understudied relationship between the sciences of the mind and the political doctrine of nationalism, between the academic languages of the psyche and the ideological voices of the Nation. With this aim, we have traced the multiple imprints of psychological language in the academic literature on nationalism produced in the past one and half centuries, from the first contributions of the psychology of peoples and the studies on the national character, to degenerationist psychiatry, the psychology of the masses or multitudes, the social psychology of prejudice and psychoanalysis. Although psychology has often claimed to be a discipline ultimately capable of explaining the adhesion of individuals to the Nation or the passion that nationalism stirs in mass followings, our objective here has been to present the languages of psychology as part of the ideological accounts or discourses that have contributed to the social and cultural construction of nations and nationalisms.
    Keywords:
  • Nationalism
  • Psychology
  • Discourse
  • Social Representations

Ha pasado casi un siglo desde que William McDougall viera en la psicología la clave para resolver los enigmas del nacionalismo y de la llamada cuestión nacional. Ahora que las fronteras de Europa van a redefinirse en la Conferencia de París —afirmaba al término de la Gran Guerra— se hace más necesario que nunca la utilización de conceptos psicológicos precisos y operativos de qué es una Nación y cómo se constituye en el curso de la historia. En este sentido —proponía el profesor de Harvard— debemos clarificar la naturaleza y condiciones que hacen posible la formación de la mente y el carácter nacional (1920/1927, pp. 98, 100, 270). McDougall no estaba solo en la defensa o reivindicación de una perspectiva psicológica que explicara la naturaleza del nacionalismo (Gooch, 1920; Hayes 1926; Herbert, 1920; Madariaga, 1928/1931; Zangwill, 1917; Zimmern, 1918). Durante el período de entreguerras y, de nuevo, al término de la Segunda Guerra Mundial un número importante de intelectuales, historiadores y académicos buscaron en la psicología la explicación última del fenómeno. El nacionalismo no es enteramente lógico ni racional —afirmaba el historiador americano Louis Snyder—, “debe ser considerado ante todo un estado mental, un acto de conciencia, un hecho psicológico” (1954, pp. 196-7).

En este trabajo hemos tratado de explorar la estrecha, compleja y poco estudiada relación entre las ciencias de la mente y la doctrina política del nacionalismo; entre los lenguajes académicos de la psique y las voces ideológicas de la Nación. Para ello, y en vez de invocar una posición epistémica privilegiada —como hiciera McDougall— nuestra intención ha sido la de considerar la psicología como un lenguaje más, si bien uno de extraordinaria importancia, en la construcción social y cultural del nacionalismo. Como veremos, una serie de conceptos o constructos psicológicos ha tenido una enorme influencia o penetración en la forma en que hemos concebido la Nación y/o explicado el nacionalismo; como si el mundo del nacionalismo y de las comunidades nacionales necesitara en cierto modo de la psicología para ser imaginado (Anderson, 1983/1991; Reicher y Hopkins, 2001). Así, resulta muy difícil referirse a ese mundo sin hablar al mismo tiempo del carácter nacional, la psicología nacional, la conciencia colectiva, la personalidad colectiva, la defensa de la identidad, la necesidad de pertenencia, la mente del grupo, la sugestión colectiva, la memoria colectiva, el instinto de la horda, el instinto territorial, el miedo al extraño, la lógica del resentimiento, el inconsciente colectivo, el encuentro con el Otro, la necesidad de reconocimiento, la autoestima colectiva, la falacia de la Nación, la lógica de los prejuicios, el peso de los estereotipos

Esta es la hipótesis de partida: el papel indiscutible de la psicología en la representación académica y social de la ideología nacionalista. Para su contrastación, rastrearemos la presencia del lenguaje psicológico en la literatura experta o especializada, esto es, la producida durante el último siglo y medio por médicos, higienistas, psicólogos y psiquiatras pero también por historiadores, sociólogos, politólogos, filósofos, educadores, ensayistas e intelectuales en general. “Algunos tipos de la psicología social más antigua contribuyeron a crear la imagen global de las naciones y el nacionalismo presentada por la modernidad clásica” —afirmaba hace algunos años Anthony Smith (1998/2000, p. 46)—. Nuestro propósito es explorar más minuciosamente su influencia y constatar su penetración a lo largo del tiempo, desde las primeras aportaciones de la psicología de los pueblos a los estudios sobre la raza y el carácter nacional, la psicología de las muchedumbres, la psicología social del prejuicio y, por supuesto, el psicoanálisis freudiano. 1

La estructura del trabajo parte de una diferenciación entre psicologías naturalizadoras y psicologías críticas del nacionalismo —aunque la división entre aquellas y éstas no sea siempre fácil o sencilla (Billig, 1995)—. Entre las primeras destaca la llamada psicología de los pueblos y los estudios del carácter nacional, de notable influencia a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Si se ha podido decir que las naciones son ‘comunidades de carácter que se han formado de comunidades de destino’ ello constituye una corroboración del papel decisivo que a la idea de carácter nacional le ha tocado desenvolver en la concepción de las modernas formas de comunidad política a las que llamamos naciones (Maravall 1963, p. 257).

Las psicologías críticas con el nacionalismo surgirían con mucha fuerza a raíz de la I y la II Guerra Mundial, sobre todo a partir de la psicología de las masas, la psicología social del prejuicio y el psicoanálisis (Reicher y Hopkins, 2001; Scheibe, 1983).

El nacionalismo es ignorante y prejuicioso o inhumano y envidioso […] una forma de manía, un tipo de egotismo extendido y exagerado, con síntomas fácilmente reconocibles de egoísmo, intolerancia y jingoísmo, indicativos de los delirios de grandeza de quien lo sufre (Hayes, 1926, p. 275).

1 Parte I: Las voces de la naturalización. Origen y desarrollo de la psicología de los pueblos

El sociólogo Florian Znaniecki describía la Nación como un tipo de organización política y social cuyo nacimiento estaría relacionado con el desarrollo de la cultura secular y el papel de los intelectuales y hombres de letras (1952, pp. 21-24, 35). De forma parecida, Jürgen Habermas señalaba que las ideas fundadoras de la Nación y la identidad nacional habrían surgido de una herencia profana apropiada por las ciencias del espíritu (1989, p. 101). De hecho, parece hoy suficientemente probado que fueron los intelectuales y académicos, influidos a la vez por la Ilustración y el Romanticismo, quienes codificaron el relato de la Nación y naturalizaron su existencia (Delanty y O’Mahony, 2002; Smith, 1991). Poetas, pintores, novelistas, dramaturgos y, junto a ellos, historiadores, filólogos, arqueólogos, geógrafos, antropólogos, médicos, psiquiatras y psicólogos dieron vida y hasta voz a la nueva comunidad. Descubrían identidades, clasificaban caracteres, estandarizaban gramáticas, reescribían historias, excavaban rastros y huellas milenarias, delimitaban territorios y, en una palabra, demostraban la cualidad intemporal de la Nación (Spencer y Wollman, 2002). Aunque la objetividad no fuera nunca su principal preocupación, recurrían una y otra vez al lenguaje de la ciencia para certificar y naturalizar la existencia de un Volk, Pueblo o Nación.

La 1ª parte de la tesis, dedicada a las voces de la naturalización, se estructura en cuatro capítulos. En el primero de ellos nos remontamos en el tiempo hasta la época de Herder, Rousseau y Fichte. Como ideología política contemporánea, el nacionalismo deriva su aparición de una serie de lenguajes o discursos filosóficos, históricos y antropológicos que fueron cristalizando en Occidente en el siglo XVIII y se consolidaron y expandieron globalmente a lo largo de los siglos XIX y el XX (Smith, 1991). Durante el período de Ilustración europea, una minoría de pensadores críticos con la Enciclopedia y la religión establecida comenzó a postular una nueva concepción del sujeto. Frente al racionalismo, mecanicismo y determinismo imperantes, ellos veían al sujeto individual como una entidad unitaria e indivisible, individualizada y original, como un ser libre y creativo señalado por la divinidad para el desarrollo de sus facultades, potencias y valores. Esta concepción alternativa del sujeto no sólo va a ser una de las piedras angulares de la cultura moderna sino que puede considerarse uno de los fundamentos ideológicos del nacionalismo (Calhoun, 1994; 1997; Macdonald, 1997; Taylor, 1989/2006).

En el capítulo segundo analizamos el modo en que los críticos de la Enciclopedia presentaban y naturalizaban la Nación como si se tratara de un individuo real, una personificación del pasado, el Sujeto de la Historia (Hall, 1997). De hecho, desde los tiempos de Herder y Fichte hasta nuestros días, la Nación aparece una y otra vez imbuida de rasgos o características humanas, de atributos o cualidades asignadas sólo a las personas, con alma, conciencia, voluntad, genio, carácter (Bloom, 1990; Langman, 2006; Tyrrell, 1996; Verdery, 1996). Además, y a semejanza del concepto moderno de individuo, los historiadores, filólogos y poetas del nacionalismo han descrito repetidamente la Nación como una colectividad única e indivisible, capaz de regir por sí misma su destino —autodeterminarse—, heredera de una estirpe de creadores y hombres de genio, dotada de cualidades propias, talentos únicos, valores diferenciados y una vocación irrenunciable de continuar en el presente la obra de los ancestros (Calhoun, 1994; 1997; Kedourie, 1960/1993).

Durante la segunda mitad del siglo XIX la visión vaga, poética y providencial del nacionalismo romántico —que hacía sobre todo referencia a un Volkgeist, Alma o Espíritu nacional— hubo de revestirse de una terminología más rigurosa o ‘científica’, de un lenguaje más positivo. Así, en el contexto intelectual definido por el positivismo y el evolucionismo iba a surgir lo que se dio en llamar la psicología de los pueblos y los estudios del carácter nacional. Para Moritz Lazarus, Hajim Steinthal, Wilhelm Wundt, Otto Bauer, Hippolyte Taine, Charles Letourneau, Gustave Le Bon, Alfred Fouillée, Paolo Orano, Émile Boutmy, Eloy André o el propio William McDougall, entre tantos otros autores, el Volkgeist no era una entidad metafísica separada e independiente de los individuos —como a su juicio se desprendía de los escritos de Herder y Fichte— sino el resultado de procesos y características psicológicas particulares que resultaban de la interacción social de los miembros del Volk en el curso de la historia. En todo caso, la psicología de los pueblos encerraba el mismo intento de legitimar y naturalizar las reivindicaciones del nacionalismo, asignando rasgos caracterológicos diferenciales a los miembros de una misma Nación o comunidad de destino (Ramírez y Torregrosa, 1996; Reicher y Hopkins, 2001; Reicher, Hopkins y Condor, 1997).

Aunque el conjunto de autores referidos participaba del deseo de fundar la nueva disciplina sobre bases científicas, no existía un criterio común sobre cómo conseguirlo, ni un acuerdo mínimo sobre los factores históricos explicativos del denominado carácter nacional. En este trabajo hemos dividido sus propuestas en dos corrientes más o menos diferenciadas. En el capítulo tercero nos detendremos en la primera de ellas, la Völkerpsychologie, que mantenía una estrecha relación con el idealismo y el historicismo alemán de Herder y Fichte, y otorgaba al lenguaje, la cultura tradicional y las manifestaciones artísticas populares un peso fundamental en el desarrollo histórico de la psicología de los pueblos. En el capítulo cuarto analizamos una corriente alternativa que, tomando sus conceptos de la biología evolutiva y la psiquiatría finisecular, explicaba la formación del carácter nacional a partir de la raza, el medio o territorio y los procesos de interacción social inconsciente de la élite sobre la masa. “Los acontecimientos más importantes [de la Historia] […] emanaron de factores psicológicos inconscientes” (Le Bon, 1910/1912, pp. 159-160). Las ideas de esta segunda corriente servirán enseguida de justificación ideológica a un nuevo nacionalismo, irracionalista y de masas (Mosse, 1973; Nye, 1975; Sternhell, 1972; 1978).

La hipótesis del carácter nacional, que había sobrevolado la literatura escrita por historiadores y diplomáticos, antropólogos y aventureros, filólogos y folcloristas, se hizo muy presente a finales de siglo en la investigación clínica de médicos, psicólogos y psiquiatras, y en las obras pioneras de la psicología social y colectiva (Ginsberg, 1921; Groppali, 1902; Maxwell, 1911; McDougall, 1920/1927; 1925; Orano, 1902; Sprowls, 1927). De este modo, las nuevas ciencias de la mente no iban a ser ajenas al proceso de construir la Nación y naturalizar el nacionalismo. Porque los hombres pertenecen por naturaleza a una colectividad llamada Nación —afirman— y esta pertenencia condiciona el desarrollo de su carácter. Además, y a pesar de las numerosas críticas a la metafísica del Volkgeist, todos ellos van a dar por buena la retórica habitual del nacionalismo romántico: la Nación es, por un lado, una comunidad de sujetos equivalentes y, por el otro, un Sujeto Colectivo con atributos humanos, con cuerpo, conciencia, voluntad y psicología propias (Fouillée, 1902/1903; Le Bon, 1894/1912; Orano, 1902; Partridge, 1919; Wundt, 1886/1917; 1912/1990). La mente de la Nación —repetirá McDougall— no puede reducirse a la suma de sus miembros (1920/1927, pp. 12-13, 106-107).2

No habría de ser ésta la única contribución de la psicología a la naturalización de las naciones, como analizamos en el capítulo cuarto. De hecho, una vez se hubo asimilado la idea de Nación a la idea de cuerpo y mente colectiva, la medicina y la psiquiatría degeneracionista pudieron considerarse disciplinas privilegiadas para componer el relato histórico-evolutivo de la patria (Campos y Huertas, 1999; Nye, 1984; Pick, 1989; Winock, 1994). Así, en un contexto intelectual dominado por el evolucionismo y el organicismo racial se fueron filtrando otros lenguajes médico-psiquiátricos en el debate social y político de las naciones. A finales del siglo XIX y, por lo menos, hasta después de la I Guerra Mundial, la presencia del lenguaje psicológico en la construcción de los relatos nacionales resultaba cada vez más evidente, e incorporaba ideas y conceptos procedentes del alienismo, la psiquiatría degeneracionista, la psicología de los pueblos y la psicología de las masas (Abad de Santillán, 1917; Altamira, 1902/1998; Barrès, 1902/1987; D’Annunzio, 1895/1900; 1898/1900; Ganivet, 1897/1998; Le Bon, 1910/1912; 1916; 1920; Martí i Julià, 1913/1984; McDougall, 1920/1927; 1925; Sighele, 1908; 1912). Entre los diversos elementos que pueden determinar el porvenir de las naciones —diría años más tarde Gustave Le Bon— “los más poderosos serán siempre los factores psicológicos” (1920, p. 21).

2 Parte II: El lenguaje de los críticos. La fundamentación psicológica del antinacionalismo

Esta paulatina psicologización de los relatos sobre la Patria y la Nación reflejaba otros muchos cambios intelectuales e ideológicos que se habían ido produciendo simultáneamente en torno a la visión o el concepto del sujeto individual. Sobre todo ello hablaremos en el capítulo quinto, que abre la segunda parte del trabajo. Con la crisis final del positivismo y la “reorientación del pensamiento social europeo” un número cada vez mayor de científicos y pensadores pasó a considerar la irracionalidad una característica definidora del sujeto (Burrow, 2000; Hughes, 1958/1979). Desde los parámetros de la biología, la psiquiatría y la psicología de la época, el individuo aparecía a sus ojos como un ser de constitución mental frágil y conducta irracional, incapaz de regir su propio destino, determinado por necesidades instintivas y procesos inconscientes, manipulado con facilidad por agentes externos mediante la sugestión y el contagio de las emociones, impulsado por sentimientos y asociaciones de imágenes, no por ideas ni por argumentos; un miembro de lo que los intelectuales de la época denominaban la masa (Sternhell, 1972; 1978). La nueva concepción del yo va a ser decisiva en la denuncia del nacionalismo al término de la I Guerra Mundial.

En esta 2ª parte de la tesis —estructurada también en cuatro capítulos— ponemos el foco de atención en el discurso psicológico de unos autores que, a partir de los años veinte, abanderaron la denuncia y condena del nacionalismo como una ideología irracional y violenta (Alter, 1985/1989; Tiryakian, 1989). Para ellos, el nacionalismo no guardaba ya relación con el despertar del Volkgeist a la llamada de su Historia, con la defensa de su autonomía o la reivindicación de su creatividad. En vez de ello, el nacionalismo estaba relacionado con la lógica del prejuicio, la ignorancia y la estrechez mental, con el fanatismo y la pulsión a la guerra. Aunque a menudo participaban simultáneamente en la naturalización de la ideología (dando por supuesta la antigüedad de las naciones y la existencia de los caracteres nacionales), el propósito fundamental de sus escritos e investigaciones era la crítica del nacionalismo como una amenaza a la paz mundial. Después de la I y la II Guerra Mundial, una mayoría de académicos e intelectuales de Occidente pasó a identificar el nacionalismo con conductas extremas, intolerantes y belicistas que debían ser reprobadas desde la moral y explicadas desde la psicología (Adorno, Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford, 1950; Allport, 1927; Bernard y Bernard, 1934; Hayes, 1926; Katz, 1940; Snyder, 1954; Stagner, Brown, Gundlach & White, 1942; Sulzbach, 1943; Vaussard, 1924).

Distintas escuelas y ámbitos de investigación van a participar en el giro psicológico de la literatura. En el capítulo sexto nos fijamos en la influencia de los conceptos y planteamientos elaborados por la psiquiatría degeneracionista y la psicología de las multitudes (Le Bon, 1895/1931; Sighele, 1892; Taine, 1876/1996; Tarde, 1890/1907). Al término de la Gran Guerra una serie de intelectuales y académicos de muy diferente adscripción política —conservadores, liberales, socialistas, pacifistas— vieron el nacionalismo como una manifestación de las partes oscuras o tenebrosas de la psique (las pulsiones primitivas, brutales y sanguinarias) y como un síntoma de degeneración moral (enfermedad, crimen y perversión de la vida civilizada). Además, y sobre todo, la conducta del nacionalista era asimilada a la del miembro de unas masas o multitudes irracionales manipuladas por agitadores y demagogos irresponsables, siguiendo las leyes psicológicas de la sugestión y el contagio de las emociones (Boehm, 1933/1949; Hankin, 1937; Hertz, 1944; Howerth, 1919; Martin, 1920; Mead, 1929; Starr, 1929). “El nacionalismo… es un problema para el psicólogo social y el filósofo interesado en la conducta de grupo y las emociones de masas” —decía el historiador Frederick Schuman (1931, p. 522).

De acuerdo con el nuevo esquema explicativo, el origen o las causas últimas del nacionalismo no debían buscarse en el pasado colectivo de los pueblos —como había postulado el historicismo decimonónico— sino en la mente individual de una ciudadanía transformada en masa irracional y engañada por mitos, quimeras y prejuicios. El nacionalismo es “una condición mental” —decía el historiador Carlton Hayes (1926, pp. 6)—. En el capítulo séptimo analizamos algunos conceptos mentalistas en torno a los que va a cristalizar a mediados de siglo una nueva representación académica y social del nacionalismo: ficciones y creencias falaces, emociones primarias, ideas inconscientes, prejuicios irracionales, imágenes o estereotipos simplificadores. Al tiempo que una generación de científicos neopositivistas hacía abstracción del significado y contexto de la ideología, el nacionalismo era reducido a una serie de constructos de la mente —actitudes, falacias, prejuicios, estereotipos— y medidos con los nuevos procedimientos metodológicos de la psicología social (F. Allport, 1927; 1932; G. Allport, 1954/1971; Fyfe, 1940; Katz y Braly, 1933; King, 1935; Pillsbury, 1919; Schuman, 1931; Thurstone, 1928; Vaughan, 1948)3.

El giro psicologista de la literatura va a completarse con la penetración o influencia del psicoanálisis a raíz de las dos guerras mundiales. Durante este periodo, como exponemos en el capítulo octavo, un número considerable de académicos occidentales no dudó en localizar el origen del nacionalismo en el inconsciente, como una manifestación de la personalidad narcisista del sujeto, y una vía socialmente aceptada de liberar la agresividad reprimida (Appel, 1945; Brinton, 1950; Fessler, 1941; Flugel, 1945; Freud, 1921/2010; Fromm, 1941/1982; Hegedus, 1947; Lasswell, 1933; Reich, 1933/1972; Snyder, 1954). De hecho, la hipótesis más aceptada o popular después del Holocausto iba a atribuir las pasiones del nacionalismo a individuos con una personalidad inestable, inmadura o patológica. Y la investigación del prejuicio —que se iba a limitar al estudio de los puntajes extremos— terminará fijando el diagnóstico o retrato de un sujeto con poca autoestima y graves problemas emocionales, débil e inseguro, obsesionado por su propia insignificancia, incapaz de reconocer sus dudas, temores y deseos reprimidos (Adorno et al, 1950; Bay, Gullvag y Tönnessen, 1950; Forbes, 1974; 1985; Levinson, 1957; Smith y Rosen, 1958). Se trata, a nuestro juicio, de una de las representaciones sociales más penetrantes del nacionalismo a lo largo del siglo XX.

3 Conclusiones

Por último, en el apartado de conclusiones insistimos en el peso o influencia de estos relatos o explicaciones dentro y fuera de la academia. A pesar de que un nuevo paradigma sociológico iniciado hace algunas décadas por autores como Ernest Gellner, Anthony Smith, Benedict Anderson o Eric Hobsbawm parece hoy prevalecer en la literatura experta sobre el nacionalismo, no debemos pasar por alto la pervivencia de los viejos modelos explicativos, ni podemos ignorar su indudable penetración fuera de los círculos académicos o intelectuales (Hroch, 1993/2000; Nairn, 1997). De hecho, todas las ideas y conceptos que hemos analizado en este trabajo siguen teniendo una fuerte incidencia en el discurso profano o popular: la hipótesis de la psicología de los pueblos o el carácter diferencial de las naciones; la medicalización o psiquiatrización de los partidos políticos y los movimientos sociales nacionalistas; la retórica habitual sobre sus masas manipuladas, irracionales o inconscientes; y la representación del sujeto nacionalista como un fanático con problemas afectivos y personalidad narcisista. Todo ello sigue formando parte del debate contemporáneo sobre naciones y nacionalismos, articulando una y otra vez las voces de la naturalización y el lenguaje de los críticos.

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