Identidad, experiencia, diferencia. Re-significaciones de lo político en Esta puente mi espalda

Identity, experience, difference. New meanings of the political in Esta puente mi espalda

  • Panchiba Francisca Barrientos
Las posibilidades de utilizar las referencias identitarias y los imaginarios del género para construir una mirada capaz de dar cuenta de la experiencia de los sujetos y de sus contradicciones, constituye en la actualidad un escenario reflexivo que fuerza los márgenes de las cartografías simbólicas que se imprimen sobre los cuerpos, obligándonos a cuestionar los mecanismos a través de los cuales, aquello que queda en sombra y que es marcado como “otro”, desborda las identidades que antes parecían unificadas y coherentes: En la escritura de las mujeres de color, la mujer, la experiencia, la diferencia y la identidad se tornan articulaciones ya no lineales sino desmontables, que requieren ser revisadas desde espacios capaces de movilizar ya no sólo certezas o verdades últimas, sino más bien, preguntas, dudas y contradicciones
    Palabras clave:
  • Mujer
  • Identidad
  • Experiencia
  • Diferencia
  • Márgenes Identitarios
The possibility of utilizing identity references and gender imaginaries in order to construct a glance that is capable of conveying subjects’ experience and their contradictions, currently constitutes a reflective scenario that pushes the boundaries of symbolic cartographies that are printed over our bodies, making us question the mechanisms through which that which stays in the shadows, and is branded like ‘other’, overflows the identities which before seemed unified and coherent: In the writing of colored women; woman, experience, difference and identity turn into not-linear-anymore but dismountable articulations, which need to be revised from spaces capable of mobilizing not only certainties or ultimate truths but more so, questions, doubts and contradictions.
    Keywords:
  • Woman
  • Identity
  • Experience
  • Difference
  • Identity Margins


Lo múltiple hay que hacerlo, pero no añadiendo constantemente una dimensión superior, sino al contrario, de la forma más simple, a fuerza de sobriedad, al nivel de las dimensiones de que se dispone, siempre n-1 (sólo así, sustrayéndolo, lo Uno forma parte de lo múltiple)

Deleuze & Guattari, 1977/2005, p. 16, cursivas del original.

Para sobrevivir en este mundo tenemos que comprometernos a cambiarlo; no a reformarlo - sino a revolucionarlo.

Parker, 1981/1988, p. 197.

Las preguntas que surgen en torno a la relación que se establece entre las nociones de experiencia, diferencia e identidad, son fundamentales para comprender el sentido de lo político y las posibilidades de desarrollar acciones transformadoras radicales. Al mismo tiempo, estos nudos —simbólicos, pero también profundamente materiales— abren paso a la articulación de lógicas de reconocimiento y a distintos sentidos de comunidad a través de los cuales imaginamos, re-significamos y codificamos lo que nos rodea y lo que somos o creemos ser.

El presente trabajo busca problematizar las nociones de Identidad, experiencia y diferencia a partir de la revisión de las ideas presentadas por distintas mujeres de color —feministas, lesbianas, escritoras, artistas, profesoras, activistas— en Esta puente mi espalda (Moraga & Castillo 1988), libro conformado de fragmentos, que a partir del rescate de las voces de algunas mujeres tercermundistas viviendo en Estados Unidos durante la década de 1970, da cuenta de la importancia de desmantelar aquellas nociones de sujeto que apunten a la búsqueda de lo completo, lo coherente y lo permanente.

En Esta puente mi espalda los cruces, las tensiones de lo local y lo extranjero y los desdoblajes de los sujetos cuyas voces surgen desde conciencia de lo minoritario, se articulan en torno a la construcción de un feminismo de color que obliga a tender uniones más allá de las posiciones identitarias dominantes, cuestionando nuestras propias posibilidades de nombrarnos y ser nombradas.

A partir del surgimiento de las voces de las autoras de Esta puente mi espalda observamos que el feminismo es “una palabra doble que interroga sin cesar a las mujeres y a la política” (Castillo, 2007, p. 17), dando paso a lo que Alejandra Castillo ha denominado “una política de lo múltiple” (2011, p. 11), acción irrefrenable que desdobla, tensiona y a la vez articula cada una de las aristas desde las que es posible pensar e interrogar las nociones de experiencia, diferencia e identidad.

En este nuevo marco “los sueños de identidad no son prerrequisitos para la participación política” (Butler, 2004/2006, p. 22) y tampoco lo son para la construcción de imaginarios feministas potentes, sino que, más bien, deben ser comprendidos como una posibilidad de fuga, capaz de descentrar nuestros lugares más cómodos, problematizando una y otra vez las posiciones de sujeto que les otorgan sentido.

Es importante destacar que las voces de las feministas y lesbianas de color a las que nos acercaremos en el desarrollo de este trabajo, se encuentran escasamente estudiadas en nuestro país. El silencio impuesto sobre ellas —profundizado por las dificultades que, por la falta de traducciones, se nos imponen para acercarnos a su escritura— nos abre a la posibilidad de re-pensar cuáles han sido las lógicas de articulación de los feminismos en Chile y cómo éstas muchas veces reproducen los saberes y privilegios asociados a los discursos dominantes, ocultando otras voces y cuerpos posibles, así como también cerrando los espacios de análisis que contienen críticas capaces de evidenciar las tensiones que surgen al interior de nuestros propios quehaceres políticos.

A partir de nuestro contexto local en el que las nociones de raza, clase, migración y sexualidad siguen siendo los ejes centrales a través de los cuales se busca diferenciar y jerarquizar la experiencia y modos de vida de las personas, la revisión crítica de Esta puente mi espalda, da cuenta no sólo de la actualidad de sus textos y de las importantes miradas que establecen las autoras que intervienen en este libro a través de su escritura, sino también, de la urgencia de cuestionar y tensionar las lógicas del nombre y lo propio, a fin de derribar las barreras que nos construyen como “otras inapropiadas/inapropiables, desubicadas de las cartografías occidentales y modernas de la política, de la identidad, del lenguaje, del deseo”. (hooks, bell et al., 2004, p. 9)

1 La enunciación de la identidad como política
transformadora radical

Surgido al calor de los años 70 entre mujeres de ascendencia asiática, latinoamericana, africana e indígena estadounidense, el término mujeres de color —auto-enunciado y problematizado desde una mirada feminista y también lésbica— da cuenta de un horizonte de acción política a través del cual la identidad es disputada y reformulada constantemente.

El pensamiento de las feministas y lesbianas de color surge desde distintos escenarios políticos, culturales y geográficos. Se trata de una reapropiación dispersa de la experiencia como marco de referencia de lo político, la diferencia y la identidad, que busca la articulación de un movimiento que no siempre se levanta desde un único lugar y cuya potencia se funda en la imposibilidad de ser referido con una sola voz, evidenciando que “ya no es posible concebir la identidad —ni femenina, ni feminista— como algo que se cierra linealmente sobre un núcleo garantizado de atributos predeterminados” (Richard, 2008, p. 47).

El de las mujeres de color es un feminismo sin lugar de llegada, pero siempre situado y urgente —“deseo de una identidad hecha de transiciones, de desplazamientos sucesivos, de cambios coordinados, sin una unidad esencial y contra ella” (Braidotti, 1994/2000, p. 58)— a través del cual se busca dar cuenta de la disputa por una identidad mujer disputada y constantemente reconstruida e interpelada a la que le “zumba la cabeza con lo contradictorio” (Anzaldúa, 1987/2007, p. 99).

Las miradas de lo político feministas desarrolladas por las mujeres y lesbianas de color dan cuenta de la posibilidad de articular un movimiento con centro en la identidad, pero que al mismo tiempo se perfila más allá de esta, promoviendo el desmantelamiento de las marcas dominantes que construyen la diferencia y ampliando los marcos de enunciación del yo, a partir de la idea de que ni siquiera aquellas experiencias que nos parecen más íntimas y privadas nos acontecen de forma aislada, sino que se encuentran articuladas en términos sociales y, por tanto, sólo adquieren sentido al interior de las relaciones de poder que surgen en las distintas comunidades superpuestas, paralelas y multidimensionales en las que participamos y nos desenvolvemos.

Para las mujeres de color las identidades adquieren un carácter fundamental a la hora de imaginar nuevas formas de acción política. Sin embargo, al comprender que estas “se construyen [siempre] dentro de la representación y no fuera de ella” (Hall y du Gay, 1996/2003, p. 18), relevan el rescate y la enunciación de las diferencias como un elemento fundante para todas las luchas por el reconocimiento y transformación de las condiciones simbólico-materiales a las que buscan hacer frente.

A partir de “la necesidad de unir las voces de aquellas que han experimentado la opresión múltiple por raza, sexo y clase” (Castillo y Moraga, 1981/1988, p. 2), surge un pensamiento feminista fundado en una conjunción de miradas que tienen en común la construcción de preguntas en torno al valor de la experiencia y la fuerza articuladora de los discursos de la diferencia desde una mirada interseccional y no jerárquica basada en la “el principio de que las mujeres de color no tienen que “escoger” entre sus identidades (Castillo y Moraga, 1981/1988, p. 4) a la hora de buscar construirse como sujetos conmovidos y movilizados por lo político (cf. Anzaldúa, 1987/2007; Brah, 1996/2011; Byrd, 2009; Davis, 1981/2005; Hill, 2004; hooks, 2004; Jabarda, 2012; Moraga y Anzaldúa, 1990; Suárez y Hernández, 2008). .

La obligación de definirse en función de una identidad que aparecería como principal o más relevante que otras —siempre articulada desde una mirada supuestamente universal y libre de marcas, silencios y violencias— se encuentra ampliamente referida en las investigaciones de distintas feministas de color —y también en las construcciones discursivas del feminismo negro— por lo que resulta fundamental para entender la potencia de ambos movimientos y sus demandas.

Las denuncia sobre la invisibilización de las mujeres y sus problemáticas en los movimientos antirracistas y de lucha de clases fue un espacio de enunciación común entre las feministas y lesbianas de color, quienes muchas veces vieron relegadas a un segundo plano sus necesidades y disputas particulares en aquellos espacios de contienda política en los que la raza y la clase se articulaban como la identidad predominante. En estos contextos, el reclamo de aquellas mujeres que acusaban la violencia sexista ejercida sobre ellas por sus propios compañeros de trinchera, era comúnmente denunciada y entendida como una acción de carácter contrarrevolucionario, a partir de la cual se corría el riesgo de quebrar “el movimiento”. Cherry Moraga y Ana Castillo, hacen eco de estas críticas señalando: “nos negamos ahora a escoger entre nuestra identidad cultural y la identidad sexual, entre raza y ser mujer. No estamos dándole la espalda a ninguno de nuestros compromisos múltiples ni a nosotras mismas” (1981/1988, p. 77).

Dar cuenta de la sensación de haberse construido imaginariamente a partir de marcas identitarias contrapuestas y en disputa, es una experiencia constantemente referida entre quienes se atreven a interrogar sus recuerdos y anhelos infantiles a partir de una mirada feminista de color y es también, un llamado de atención sobre la importancia de la revisión de las identidades y los lugares de lo propio como espacios de una acción transformadora radical. Estas situaciones, entre las que destacan por ejemplo la imagen de la güera, problematizada por Cherry Moraga (1981/1988, pp. 19-28), los relatos de crecer hambreando la comida americana de Nellie Wong (1981/1988, p. 14) y la ansiedad por conocer a los indios, de la que da cuenta Barbara Cameron (1981/1988, p. 36), son fundamentales para comprender las formas en las que actúan los imaginarios de la diferencia y como estos atraviesan nuestras historias de formas complejas y contradictorias, articulándonos como sujetos siempre otros y obligándonos a repensar los puntos de anclaje de nuestra propia identidad.

En la voz de las mujeres de color se vuelve evidente que “esa ficción que llamamos “yo” se hace sujeto dentro de prácticas discursivas específicas” (Brah 1996/2011, p. 33) y que, si bien es cierto, es la experiencia la que nos permite narrar nuestra historia y reconocer nuestra individualidad, es también la experiencia aquello que nos constituye como sujetos y nos posiciona en diálogo y tensión con el mundo que nos rodea.

¿Con cuál comunidad se une la mestiza chicana -con la “hispana” o con la indígena americana? Y el color solo no puede definir su estado en la sociedad. ¿Cómo comparamos las batallas de la negra educada de clase media con las de la madre de piel clara que recibe ayuda del gobierno? (Castillo y Moraga 1981/1988, p. 76).

Las preguntas en torno a las posibilidades de construir nuevos imaginarios de lo propio que sean desafiantes y que permitan el reconocimiento con otros en términos de comunidad, serán centrales en el pensamiento de las feministas de color y estarán articulados en una compleja búsqueda de movimiento constante y de desconfianza frente a los lugares identitarios demasiado cómodos, coherentes o cerrados sobre sí mismos.

Las feministas y lesbianas de color relevan la importancia de “la diferencia de la raza, la clase la sexualidad y la edad” (Lorde 1981/1988, p. 89) poniendo en claro que la ausencia o la falta de valoración de cualquiera de estos elementos por no ser lo suficientemente importante o representativo para la movilización política “disminuye cualquier discusión feminista de lo personal y lo político” (Lorde 1981/1988, p. 89)

Esta posición se alía con las miradas expuestas por autoras como bell hooks, quien a partir de su mirada desarrollada desde el feminismo negro como una interpelación a los imaginarios que ocultan las diferencias entre todas las mujeres, señala acertadamente que:

Si bien resulta evidente que muchas mujeres sufren la tiranía sexista, hay pocos indicios de que este hecho forje «un vínculo común entre todas las mujeres». Hay muchas pruebas que demuestran que las identidades de raza y clase crean diferencias en la calidad, en el estilo de vida y en el estatus social que están por encima de las experiencias comunes que las mujeres comparten; y se trata de diferencias que rara vez se trascienden (hooks, 2004, p. 37).

No hay revolución sin feminismo, pero este no debe —bajo ningún punto de vis-
ta— ser asumido como un asunto exclusivo de mujeres ni como algo que pueda ser trabajado al margen de las violencias impuestas por la raza, la clase, las sexualidades o por cualquier otro sistema de dominación.

Los escritos de las autoras que forman parte de la compilación de trabajos presentada en Esta puente mi espalda, dan cuenta de la imposibilidad de construir una representación de sujeto capaz de nombrar la experiencia de todas las mujeres, ayudándonos a comprender que “lo que cuenta como experiencia no es ni evidente ni claro y [ni] directo: está siempre en disputa, y por lo tanto siempre es político” (Scott, 1992/2001, p. 72). Nuestras experiencias y las diferencias que nos conforman —así como también, las formas en que las vivimos, percibimos y enfrentamos— son fundamentales para comprender cómo nuestra identidad es creada y resignificada constantemente, y también son claves, para articular miradas críticas que nos permitan imaginar formas de pensar y vivir que, al desafien las lógicas de la heterosexualidad obligatoria (Rich, 1980/1996) y las construcciones discursivas/materiales excluyentes.

2 El feminismo de color como figuración

Me parece que para pensar en la escritura y las acciones de las feministas y lesbianas de color puede resultar tremendamente útil la noción de figuración desarrollada por Rosi Braidotti en el texto Sujetos nómades (Braidotti, 1994/2000).

Para Braidotti una figuración es “una versión políticamente sustentada de una subjetividad alternativa” (Braidotti 1994/2000, p. 26). Es decir, se trataría de una linea de fuga mediante la cual es posible ficcionar nuevas posiciones y construcciones de sujeto. Concebida por Braidotti como “un pensamiento que evoca o expresa salidas alternativas a la visión falocéntrica del sujeto” (1994/2000, p. 26), la figuración está marcada por un deseo implacable de desplazamiento que abre las brechas de lo posible, reinscribiendo a los cuerpos y a los sujetos en nuevos horizontes imaginativos.

En la mirada de Braidotti las desviaciones e interpelaciones del discurso heterocentrado articuladas a través de las conceptualizaciones ficcionales que surgen desde los desarrollos teóricos inscritos en el trabajo de ciertas pensadoras feministas, dan cuenta de las diversas formas en que pueden ser intervenidas y re-inventadas las subjetividades de las mujeres y la lucha política, con el fin de abrir paso a disputas en el lenguaje que son capaces de crear nuevas realidades cognitivas y de re-apropiación simbólica. En este sentido, construcciones como la imagen del “sexo excéntrico” de Teresa de Lauretis (1990/1993), la articulación de lo “lesbiano” en Monique Wittig (1985/2006), la idea de los “otros inapropiados” desarrollada por Trinh T. Minh-ha (1989), la “política paródica del género” explicada por Butler (1990/2007) y la ampliación de la noción de los “sujetos poscoloniales” que propone Chandra Mohanty (1984/2008), podrían ser comprendidas bajo la imagen de la figuración (Braidotti, 1994/2000, p. 29)

La utilización del imaginario de la figuración de Braidotti, desde el cual se hace referencia “al tipo de conciencia crítica que se resiste a establecerse en los modos socialmente codificados de pensamiento y conducta” (Braidotti 1994/2000, p. 31), constituye una plataforma especialmente interesante para acercarse a las escrituras de las mujeres y lesbianas de color, que ellas buscan descentrar sus propios imaginarios y reconstruir sus cuerpos, identidades historias y experiencias a través del despojo y la fuga constante.

En atención a lo anterior, podemos observar que toda figuración cuenta con la capacidad de erosionar y corroer las superficies lisas y blanquecinas de las identidades fijas. Actúan como el viento, que moviliza incansable partículas de arena y viento que incluso terminan por corromper a las rocas más fuertes, haciéndolas devenir y transformando sus formas sinuosas y puntiagudas para volverlas suaves o impulsarlas a quebrarse.

Puesto que su irrupción desafía la linealidad de los espacios de lo conocido y deshilacha las costuras invisibles que unen los significados y los significantes, la figuración es una estocada “en el propio corazón de la subjetividad dominante” (Guattari y Rolnik, 2005/2006, p. 42) ya que no le basta con denunciarla, sino que actúa revelándola y poniéndola en evidencia.

Las figuraciones, entendidas como un desborde, estarían entonces en condiciones de quebrar los antiguos espacios que daban sentido de lo propio y lo natural, desafiando constantemente las posibilidades de desarrollar una conjunción imborrable entre las nociones de identidad, experiencia, diferencia.

Me hace sentido el rescate de la idea de figuración para dar cuenta de la potencia de la escritura de las mujeres de color, puesto que en ella se crea un pensamiento feminista que reclama y re-articula la identidad, lo distinto y lo vivido como un espacio desde el cual abrir los discursos y explotarlos.

Si la noción de figuración es entendida como un territorio extremadamente fértil en lo político, que viene a romper las barreras de representación que pretenden una identidad lineal, fija y aprehendida de antemano, la posibilidad de leer la articulación discursiva de las mujeres de color bajo este término, estaría marcada por la urgente necesidad de romper las barreras de lo invisible y lo inaudible que se incrusta en la experiencia de estas feministas.

Las mujeres de color miran a sus demonios y los confrontan a través de la escritura (Anzaldúa, 1981/1988a, p. 225). Les restan poder al acercarse a ellos cara a cara y así, mediante de un ejercicio en el que se dejan inundar por lo contradictorio, comprenden la importancia de denunciar las violencias que conforman la ilusión de la unidad. Y es que justamente, porque la identidad no es un concepto ni transparente ni libre de problemas (Hall, 2010, p. 349), debemos asumir que toda lucha estaría mutilada si se refugia en una sola trinchera en lugar de propiciar enfrentamientos en los campos abiertos en los que es posible problematizarnos entre cruces.

Desde la escritura de las mujeres de color la palabras son concebidas como una guerra (Anzaldúa, 1981/1988b, p. 220) y en ellas está contenida la posibilidad de despertar en nosotros todos “los potenciales atrofiados” (Anzaldúa, 1981/1988a, p. 167). Se trata de un desplazamiento que busca un futuro inundado de nuevos mundos, que buscan construirse en el ejercicio interminable de desatar los nudos de las fuerzas que nos han formado (Cameron 1981/1988, p. 10).

El trabajo de quienes han desarrollado sus horizontes de lo político al alero de la ficción mujeres de color, retoma las discusiones en torno a la importancia de las alianzas, sopesando las posibilidades de desequilibrar los múltiples escenarios de la opresión mediante la articulación de nuevas imágenes y sentidos de pertenencia. En atención a lo anterior, se observa, que en la escritura de las mujeres de color “se desinvisten las cadenas de montaje de la sujetividad [y] se invisten otras líneas, esto es se inventan otros mundos” (Guattari y Rolnik, 2005/2006, p. 22).

Para las feministas de color la posibilidad de reconstruir la identidad se transforma en un ejercicio clave de resistencia, puesto que frente a las opresiones de raza, clase y sexualidad, las posibilidades de ser nombrado y nombrarse desafían la violencia de la anulación de las experiencias y las diferencias. A partir de aquí la búsqueda por articular nuevas construcciones-mundo se vuelve recurrente a la hora de buscar formas de imaginar posturas identitarias que sean asumidas como armas de lucha política: “en nuestro mundo —señala Audre Lorde—, divide y conquistarás debe convertirse en define y te apoderarás” (Lorde 1981/1998, p. 92)

En una dirección muy similar, Merle Woo, en su precioso texto Carta a Amá, señala que “mientras no podamos presentarnos al mundo con toda nuestra integridad, tan llenos y bellos como nos vemos desnudos en nuestras recámaras, no somos libres” (Woo, 1981/1998, p. 110)

3 El feminismo de color como interruqción

La noción de interruqción (flores, 2013) —que ha sido recientemente desarrollada en Neuquén, a propósito del empoderamiento de su lengua tortillera—, da cuenta de una fractura discursiva, busca explotar las posibilidades de suspender los significados con afán de desmarcarse de la invisibilidad colonial y heteropatriarcal (flores, 2013, p. 20)

Una interruqción, es un desafío a las epistemologías y a los ordenamientos que han dado sentido a nuestras formas de conocer y conocernos: es una re-apropiación bastarda de la anatomía de la lengua, a través de la cual se afirma el carácter incierto de la vida (flores, 2010, p. 28)

El uso de la noción de interruqción es un quiebre en las continuidades del lenguaje, un error o una fuga que evidencia lo ficticio y lo artificioso de los anclajes conceptuales y de aquello que nos ordena.

Val King —valeria flores— quien no duda en hacer evidente las contradicciones que surgen entre los múltiples espacios identitarios que ocupa y la convocan, señala que la interruqción es un acto de contestación deliberado que “consiste en insertar un corte en una conversación, un modelo, un acto, un movimiento, una quietud, un tiempo… y abrir la posibilidad a otros devenires u acontecimientos, a otras líneas de pensamiento.” (2013, p. 22)

Me parece que es posible establecer un puente entre la potencia teórica de las escrituras de las mujeres de color y la noción de interruqción, puesto que desde ella surge un rico escenario de análisis que, promete fructificar, al entrar en contacto con las concepciones sobre la diferencia, la experiencia y lo identitario que se expresan en los textos de Esta puente mi espalda.

Si una interruqción “es una práctica vandálica que habilita canales para pensar histéricos reenvíos entre cuerpo y escritura” (Ztardust, 2013, p. 11), entonces constituye también, una maravillosa puerta de entrada para interrogar los imaginarios de aquellas mujeres que han buscado cultivar sus pieles de color y reclamar sus lenguas a través de la palabra escrita (Moraga y Castillo, 1981/1988, p. 153).

Las feministas de color formulan interesantes imágenes-mundo que, como representación de los escritos de Esta puente mi espalda, pueden servir para acceder a lecturas en las que se conjuguen -como en un laboratorio fuera del tiempo- las nociones críticas de la identidad y la idea de interruqción de valeria flores.

La Güera (Moraga, 1981/1988, p. 19) es un texto muy decidor respecto a esto último, en el la que la autora da cuenta de la irrupción forzada de los problemas de la raza en la supuesta linealidad y objetividad de la blanquitud que ella creía habitar. Aquí la autora reconstruye las nociones de raza, clase y cuerpo, dando cuenta del carácter relacional y contextualizado de nuestros imaginarios e identidades. Moraga, de una forma bastante desgarradora, relata los mecanismos que la llevaron a desmantelar las narraciones identitarias que había construido de sí misma y los enfrentamientos internos que debía superar al verse reflejada —por la fuerza— a partir de una imagen racializada y sexualmente no-normativa.

Cuando Cherry Moraga escribe: “todo el tiempo sentí la diferencia, pero no fue sino hasta el momento en que puse las palabras “raza” y “clase” junto a mi experiencia, que pude entender mis sentimientos” (Moraga, 1981/1988, p. 19), se hace presente en su voz la idea de la interruqción descrita por valeria flores. El quiebre es el ejercicio de hacer presente la diferencia, aprehendiéndola para no dejar jamás de problematizarla.

En los textos de Gloria Anzaldúa, la interruqción también se hace presente. En torno a los problemas de la lealtad y frente a la pregunta “¿quién es mi gente?” (Anzaldúa, 1981/1998a, p. 165), la autora construye una metáfora de sujeto des-corrido que evidencia cómo los quiebres en el lenguaje posibilitan puntos que fuga respecto a las construcciones únicas e infranqueables.

En la Prieta, de Anzaldúa retoma la idea de lo imposible de las identidades como formaciones discursivas coherentes, realizando una metáfora que abre su cuerpo y lo muestra en una dimensión que es al mismo tiempo inabarcable y múltiple.

¿Me dices que mí nombre es la ambivalencia? Piensa en mi como Shiva, con un cuerpo de muchos brazos y piernas con un pié en la tierra color café, otro en lo blanco, otro en la sociedad heterosexual, otro en el mundo gay, otro en el mundo de los hombres, de las mujeres, un brazo en la clase obrera, los mundos socialistas y ocultos. Un tipo de mujer araña colgando por un hilo de su telaraña (Anzaldúa 1981/1998a, p. 165).

En este mismo texto, haciendo referencia a un espacio simbólico, pero tan material que se encuentra enraizado en su propio cuerpo, Anzaldúa explica su rareza y sus afinidades, dándole una interesante potencia política a su experiencia múltiple, a partir de la posibilidad de ser reconocida y reconocerse a partir del quiebre:

La mezcla de sangres y afinidades, en vez de confundirme o desequilibrarme, me ha formado a lograr un cierto balance. Las dos culturas me niegan un lugar en su universo. Entre ellas y entre otras, yo construyo mi propio universo. El Mundo Zurdo. Yo me pertenezco a mí misma y no a cierto grupo (Anzaldúa 1981/1998a, p. 168).

En estos textos la escritura de la linealidad es interpelada y deconstruida a partir de una relación incómoda pero imposible de ocultar entre aquello que es dicho y eso que se intenta mantener oculto, pero que salta a la luz como un impulso constante e irrefrenable.

A partir de estos ejemplos —aunque por supuesto que podríamos encontrar muchos otros— observamos cómo las ideas de experiencia, diferencia e identidad, presentes en los textos de las feministas y lesbianas de color, pueden ser interpeladas a partir de la noción de interruqción. Observamos entonces que “la escritura puede ser un arma radical de balbuceo y desgarro, conspiraciones sigilosas que comienzan apenas se enciende un lugar para la duda, la intemperie y el problema, esto es, apenas se enciende un lugar para el deseo” (Ztardust, 2013, p. 7).

4 Conclusiones

Desde el feminismo de color recibimos una invitación a deshacer la linealidad de nuestras lealtades, cuestionando la coherencia de nuestras propias articulaciones discursivas con la intención de revisar cuánto de norma hay en ella.

El trabajo de las feministas y lesbianas, articulado en oposición a la certeza de los lugares universales que nos conforman- nos recuerdan que las identidades “no son una esencia sino un posicionamiento” (Hall, 2010, p. 352), son espacios de disputa a partir de la cual es posible vivir pero también significar lo vivido.

El imaginario de las mujeres de color se desarrolla a partir de la urgencia. En su escritura se releva la necesidad apremiante de “elaborar versiones alternativas a fin de aprender a pensar de un modo distinto la relación con el sujeto” (Braidotti, 1994/2000, p. 26). Ellas no están buscando levantar una nueva apreciación estática o experimentar en un espacio controlado, ponen su propio cuerpo y su vida en una acción política que las obliga a abandonar sus espacios de resguardo y a confrontar aquello que no quieren ver.

Es tiempo de repensar al cuerpo como campo de batalla y como espacio abierto a la insubordinación política: en definitiva ha llegado la hora en que urge generar espacios de contradicción y de fuga a fin de construir ficciones de sujeto multiplicadas e inabordables, que busquen “inmiscuirse en esos silencios que cada identidad construye en las sombras que toda luz proyecta, en esos blancos que toda escritura genera, en esa indecibilidad que todo régimen del decir provoca” (flores, 2013, p. 22).

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