El presente trabajo tiene como objetivo presentar y problematizar una experiencia de Investigación Feminista desarrollada en el marco del curso Innovaciones Metodológicas en Investigación Cualitativa, dictado en la carrera de Psicología de la Universidad de Chile y del cual uno de los autores (Roberto Fernández) es el profesor a cargo. La investigación que se analizará consistió en una autoetnografía de una experiencia Drag-King desarrollada en tres espacios públicos de la ciudad de Santiago de Chile, desarrollada por tres estudiantes del curso (Catalina Álvarez, Luciana Hedrera y Tamar Negrón) y cuyo objetivo fue indagar en la construcción performativa de la identidad de género.
Esta investigación se inscribe en la perspectiva de formación propuesta en el curso, la cual se caracteriza por fomentar el desarrollo de investigaciones que puedan problematizar uno o varios aspectos de los usos más tradicionales de las metodologías cualitativas, poniendo en práctica métodos y/o técnicas que permitan generar innovaciones que aporten a una mirada crítica de los fenómenos psicosociales. En este sentido el marco preferente que orienta la labor de investigación es la psicología social crítica (Doménech e Ibáñez, 1998; Fernández 2006), con particular énfasis en la idea de que el conocimiento es una construcción social que se desarrolla desde posiciones particulares que van perfilando miradas específicas sobre los fenómenos investigados (Montenegro y Pujol, 2003).
El presente texto se basa en un dialogo colaborativo entre las ejecutoras de la investigación y el docente a cargo del curso en torno al proceso de investigación y sus resultados. Abordamos este dialogo considerando las diferentes voces y posiciones que se han articulado en torno a la investigación, por lo cual algunos segmentos están escritos en conjunto mientras que otros se desarrollan siguiendo la voz de las ejecutoras de la experiencia Drag-King. Nuestro eje de análisis se encuentra en una revisión crítica de la articulación entre la metodología utilizada en la investigación y la perspectiva epistemológica feminista. En la primera parte del texto se da cuenta de los fundamentos teóricos y metodológicos de la investigación. En la segunda parte se explica cómo se desarrolló la investigación y cuáles fueron los resultados obtenidos. Este segmento está escrito por las ejecutoras de la investigación. En la tercera parte, se presenta la discusión desarrollada en torno a las principales problemáticas de la experiencia investigativa, el cual si bien mantiene la voz de las investigadoras, es el resultado del dialogo con el docente del curso tanto durante el proceso investigativo como en la elaboración del presente artículo. Finalmente, en las conclusiones, reflexionamos conjuntamente en torno sobre las posibilidades y desafíos de la Investigación Feminista en el marco de la Psicología como una disciplina que participa de modo fundamental de la problematización de los modos de producción de las identidades sexo-genéricas.
En la medida que la investigación se centró en indagar en la construcción performativa de la identidad de género, nos referiremos brevemente a la discusión sobre las teorías de la identidad y particularmente sobre los enfoques que entienden a la identidad como el resultado dinámico y parcial de performances de género. Siguiendo los postulados de Judith Butler (1990/2007; 1993/2010), entenderemos que el género es un acto basado en una actuación repetida de carácter público que instituye una identidad débilmente formada en el tiempo. Esta perspectiva se aleja drásticamente de una concepción sustancial, homogénea y estable de la identidad, situando a la identidad como una construcción social y política, históricamente situada y susceptible de ser tensionada y transformada (Gil, 2002).En tanto se encuentra inscrita en un marco heterosexual de carácter binario, la construcción de la identidad de género tiene su sustento en un sistema héteronormativo que genera categorías constitutivas de sexo y género. Estas categorías si bien se plantean desde una materialidad distinta (biológica y cultural) permiten la correspondencia absoluta entre cuerpo e identidad, de forma que a un cuerpo de mujer le corresponde un género femenino mientras que a un hombre le corresponde necesariamente un género masculino. De esta manera la subjetividad se construye en función de la coherencia dentro de este sistema, conformando subjetividades masculinas y femeninas. A su vez, la identidad se construye a partir de actos performativos constituidos como una práctica discursiva, la cual se realiza como si fuese una obra teatral frente a un público donde lo que se construye es una realidad que surge como efecto del acto que es realizado. Lo característico del acto performativo, es que no es un acto único sino que repetitivo que logra su efecto a través de su naturalización en el contexto del cuerpo. De esta manera al momento de performar para construir la identidad de género no se considera a priori un sujeto que pre-existe a la acción, sino que el género mismo se constituye siempre como un hacer, un sujeto que construye la realidad y su identidad mediante actos que interpreta y realiza. Sin embargo, como precisa Butler (1993/2010), la performatividad de género no es un acto singular y deliberado sino una práctica que en su reiteración produce la identidad. En este sentido, cabe destacar que la performance de género siempre opera en un marco de normas y de relaciones de poder que entre otros elementos implican que la identidad de género no es una mera opción que pueda tomarse o dejarse sin otro fundamento que la propia voluntad. Sin embargo, siguiendo los planteamientos de Mari Luz Esteban (2008), tampoco pensamos que la identidad sea el resultado de un mero determinismo social.
Ser o sentirse hombre, mujer, o como quiera que se viva el género, es un proceso sustancialmente corporal, una vivencia encarnada que se sitúa en unas coordenadas sociales e históricas determinadas y cambiantes (…) Esta perspectiva nos sirve así para superar esquemas deterministas desde los que la conformación de la identidad sería un proceso exclusivamente social, consecuencia “mecánica” de ideologías y prácticas sociales o institucionales (Esteban, 2008, p. 139).
Nos interesa situar la experiencia investigativa que vamos a analizar en un marco que analizar y comprender de qué modos específicos operan diferentes constricciones a la realización contextual de determinadas performances de género que ponen en tensión las lógicas binarias heteronormativas, como sería el caso de las prácticas Drags. En el caso de estas prácticas (Escudero, 2009), la performance se entiende como una práctica que apunta a desdibujar las normas de género, creando una ambigüedad semántica que cuestiona las nociones tradicionales de la identidad sexual mediante el desplazamiento paródico de lo masculino a lo femenino (Drag Queen) o de lo femenino a lo masculino (Drag King). Si bien las nociones más recurrentes asociadas a la experiencia Drag dicen relación con la sátira performativa de transformación de un hombre en mujer o vice-versa, este tipo de performance puede considerarse como un campo de experimentación donde se tensionan y problematizan las normas que rigen las definiciones de género. En tal sentido, lo Drag apunta a romper la idea de un género “real” (esencia) al que se le superpone otro “ficticio” (apariencia), subvirtiendo así la distinción entre un yo interior y otro exterior (Escudero, 2009).
Uno de los grandes aportes de las epistemologías y metodologías feministas ha sido relevar un aspecto cada vez más fundamental de la investigación cualitativa, que es asumir y productivizar el hecho de que toda investigación se desarrolla desde una posición particular, posición que no solamente implica un lugar epistemológico sino también un cuerpo (o varios cuando hablamos de equipos de trabajo) que ocupa ese lugar. Como sostiene Mari Luz Esteban (2004), la práctica científica es una práctica encarnada que se desarrolla desde una/o misma/o.
Desde esta perspectiva, la autoetnografía es un método apropiado investigar fenómenos donde el cuerpo juega un rol preponderante, como es el caso de las performances de género. La autoetnografía puede entender como un cruce entre el lugar del investigador y de lo investigado, lo que conecta la experiencia personal con el contexto social en que ésta se desarrolla (Reed-Danahays, 1997). Es decir que hay una inversión de la lógica tradicional de la etnografía, ya que el investigador deja de ser una figura que se sumerge en un contexto social que no es el suyo para participar de las prácticas sociales que ahí se desarrollan con el objetivo de llegar a comprender dicho contexto, sino por lo contrario, observamos nuestra propia participación en un campo del cual somos parte.
Para autores como Deborah Reed-Danahays (1997) y Norman Denzin e Ivonna Lincoln (2000), la autoetnografía se inscribe en un movimiento crítico más amplio de las ciencias sociales, con una fuerte influencia de planteamientos postmodernos cuestionadores de los fundamentos positivistas de las ciencias sociales dominantes. Para Denzin y Lincoln (2000), la aparición de estas perspectivas es parte de la crisis de representación de las formas tradicionales de investigar, caracterizadas por buscar una aproximación objetiva una realidad concebida como independiente de la mirada del investigador. Esta concepción objetivista es reemplazada por una mirada del proceso investigativo que lo entiende como la producción de una versión interpretativa de la realidad social, que en el caso de la autoetnografía tiene como eje la experiencia del investigador.
Desde esta perspectiva, se intenta superar la dicotomía objetividad-subjetividad a favor de una concepción social e histórica del conocimiento y un reconocimiento del lugar situado del investigador. Como plantea Donna Haraway (1991/1995) el reconocimiento de la visión parcial del conocimiento implica el abandono de una visión total y totalitaria del conocimiento, a favor de una concepción situada del mismo.
La topografía de la subjetividad es multidimensional, y también la visión. El yo que conoce es parcial en todas sus facetas, nunca terminado, total, no se encuentra simplemente ahí y en estado original. Está siempre construido y remendado de manera imperfecta y, por lo tanto, es capaz de unirse al otro sin pretender ser el otro (Haraway, 1991/1995, p. 331).
Este posicionamiento experiencial y político, y la exigencia de hacer explicita la subjetividad del investigador en el proceso de investigación, si bien ha tenido una creciente aceptación, no ha sido un cuestión exenta de polémica. Como señala Nicholas Holt (2003), la autoetnografía ha sido criticada por ser considerada autoindulgente, introspectiva, individualista y narcisista. No obstante “escribir sobre una experiencia individual es escribir sobre una experiencia social” (Holt, 2003 p. 16), y por lo tanto es articulación de lo individual y lo social debería ser parte fundamental tanto del proceso investigativo como de sus productos cientificos. Para Esteban (2004), las críticas a la autoetnografía como excesivamente personalizada y centrada en la experiencia son parte del paternalismo y moralismo de ciertas perspectivas en ciencias sociales, desde las cuales se sanciona lo que es una interpretación adecuada de los hechos y lo que se puede y no se puede contar. En oposición a esta postura, Esteban (2004) plantea que “en la autoetnografía, informante e investigador en una misma persona reivindican su derecho a hablar hasta las últimas consecuencias” (Esteban, 2004, p. 21).
Teniendo en cuenta el sistema hegemónico heterosexual en el cual crecimos y nos formamos como mujeres heterosexuales representativas de aquello, junto al acercamiento a los estudios y teorías feministas de género y experiencias previas que ya habían problematizado la conformación de nuestra identidad femenina como algo natural durante nuestra formación como psicólogas, nos vimos en la necesidad de poner en jaque nuestra identidad de género. Esto tenía por fin problematizarnos como mujeres y encarnar aquellas teorías que si bien tenían sentido conceptualmente carecían de un alcance práctico para nosotras. Es por esto que el método autoetnográfico como forma de dar cuenta de los efectos de la performance Drag King, surge como pertinente para analizar los elementos subjetivos y relacionales de la identidad de género como construcción, elementos que no pudimos encontrar en la teoría. A raíz de esto decidimos realizar tres performance Drag King en distintos espacios públicos que buscaban una problematización progresiva de nuestra identidad.
La primera experiencia la realizamos de forma individual en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Esta consistió en utilizar una prótesis de pene bajo nuestras ropas comunes (femeninas) durante el tiempo y en los lugares que más nos acomodaran, logrando así un primer acercamiento que nos permitió obtener una suerte de diagnóstico respecto a nuestras primeras impresiones sobre la implementación de la performance y al reconocimiento de los soportes de nuestra identidad de género. En esta oportunidad tuvimos que ser capaces de lidiar con los sentimientos de incomodidad, vergüenza e inadecuación, y principalmente con los cambios corporales relacionados a la extrañeza de uso de la prótesis, lo que nos presentaba el desafío de aprender una corporalidad estereotipadamente masculina. En esta instancia el elemento tecnológico incorporado (prótesis) constituyó la centralidad de la experiencia de acuerdo a su carácter novedoso, no obstante, no se integró como elemento identitario, sino más bien como un aporte a la fragmentación de nuestro cuerpo.
La segunda experiencia tuvo lugar en una discoteque gay nocturna donde nos enfrentamos por primera vez a un otro vestidas completamente de hombres. El foco de conflicto se dio en torno al género como elemento relacional y las disputas subjetivas que eso generaba en nosotras, como el autoestima, el cambio de posición en relación al otro, etc. Lo interesante fue que al desplazarnos de nuestra posición acostumbrada como mujeres heterosexuales, nos pudimos dar cuenta de las categorías que establecíamos como normales en torno a lo que era un hombre y lo que era una mujer, y lo difícil que nos resultó salirnos de esto para analizar de manera crítica tanto a los sujetos que estaban en ese espacio (que muchas veces mezclaban rasgos femeninos y masculinos) y a nosotras mismas como performadoras de otro género. Además para nosotras, estas categorías eran indisolubles de ciertas sensaciones o pautas de comportamiento en torno al otro.
Por último, la tercera experiencia tuvo lugar en un café ubicado en las cercanías de una plaza altamente transitada a media tarde, en la cual intensificamos los rasgos masculinos que buscábamos performar. En esta experiencia queríamos enfrentarnos de lleno a los cánones genéricos acostumbrados de nuestro contexto social. Lo que nos ocurrió aquí fue que nos sentimos muy cómodas con nuestras ropas y rasgos masculinos, acostumbradas ya a esta identidad que habíamos creado, identidad que no podía ser encasillada completamente en la de un hombre o en la de una mujer. De esta manera, los elementos relacionales y tecnológicos del género pasaron a segundo plano, para dar paso a la comodidad de habitar una identidad ambigua, y por ende, más libre en cuanto a las posibilidades corporales de significación y comportamiento.
Los resultados de esta investigación fueron en primer lugar que la identidad de género se construye en la performance Drag King bajo la problematización de la identidad propia, lo que deviene en una tensión entre identidad acostumbrada e identidad performada novedosa. En segundo lugar, su construcción se da a partir de referentes sociales hegemónicos que determinan lo femenino y lo masculino. En tercer lugar, todo esto se desarrolla bajo un elemento relacional que tiene que ver con la expectativa que la visión del otro aporta a la significación de los elementos identitarios por medio de la afirmación o rechazo de éstos, siendo los efectos emotivos determinantes para la configuración de esta nueva identidad. Finalmente, en cuarto lugar, la repetición y normalización de las prácticas y su adecuación al contexto determinan fuertemente la dificultad de convergencia entre elementos masculinos y femeninos que desafían la categorización dicotómica hombre/mujer, generando una identidad ambigua que instala cierta perplejidad y dudas en el reconocimiento, tanto para quienes ejecutan ese desdibujamiento identitario como para quienes lo presencian.
Los resultados de esta investigación se tradujeron en la conformación de una identidad ambigua, ya que no nos sentíamos ni hombres ni mujeres al momento de performar, aunque buscáramos posicionarnos constantemente desde uno o de otro, ya sea como mujeres que performan, u hombres performados. Así también, producto de la experiencia reiterativa, la diferencia entre cuerpo y tecnología se vio progresivamente difuminada, pasando a considerar nuestras prótesis como pertenecientes a nuestro cuerpo. Esta ambigüedad, si bien fue significativa en términos experienciales, presentó dificultades para nosotras al momento de sistematizarla en la narrativa de la investigación, tanto en términos de encontrar la forma adecuada de dar cuenta de la experiencia corporal como en cuanto a la persistencia de la dicotomía masculino-femenino en la mayor parte de las perspectivas teóricas sobre el tema. En este sentido, la incidencia de esta dicotomía operó significativamente en la primera performance, generando en las investigadoras cohibición y restricción, para luego dar paso a mayores espacios de libertad y conformidad, lo cual permite afirmar que el carácter radical de la experiencia pone en tensión de manera efectiva la posición femenina heterosexual desde la cual desarrollamos la experiencia.
Los resultados de la investigación nos llevaron a desarrollar ciertas reflexiones en torno al uso y alcance de metodologías autoetnográficas y feministas en relación al género y la incidencia fundamental de los contextos específicos en el que se llevaron a cabo, permitiéndonos revisar y cuestionar los procesos constitutivos de la identidad y sus posibilidades transformadoras. Debido a la suerte de empoderamiento que la experiencia autoetnográfica produce, en la medida que instala a la investigadora en una posición que le permite elaborar un conocimiento desde la encarnación del fenómeno que se investiga, pudimos contrastar aquellas teorías de construcción de identidad de género que impulsaron nuestra decisión de investigar. Esto nos resultó relevante ya que permite articular la experiencia identitaria Drag con las reflexiones que el feminismo en sus distintas variantes ha puesto a disposición del debate político y académico.
Desde esta perspectiva notamos que el componente emocional juega un rol importante al momento de sentar o transgredir los límites de la identidad de género, generando consecuencias en nuestras decisiones metodológicas al momento de realizar la peformance Drag King. Cabe señalar que al comienzo de la investigación, este aspecto no tenía mayor relevancia en la guía teórica que habíamos armado, sin embargo, al momento de realizar la experiencia se volvió algo decisivo en nuestras reflexiones, en la medida que nuestras respuestas afectivas a lo que iba sucediendo durante la investigación iba tiñendo de manera imprevista dicha experiencia. Al acercarnos de manera gradual y construccionista a nuestra identidad de género planeamos el primer acto Drag King con el fin de desnaturalizar el género femenino asociado al órgano de la mujer. Por esta razón decidimos experimentar la inserción de una prótesis de pene por encima de nuestra vagina. Ésta prótesis constituyó entonces el primer elemento tecnológico que formó parte de los pasos metodológicos el cual lo creamos en base a un condón relleno de algodón dándole el tamaño y la forma que cada una concebía un como pene: mediano y grande, asemejándose éste último a un pene erecto. Utilizamos preservativo pues lo consideramos familiar (a diferencia de portar un calcetín u otro elemento fálico) el cual se halló cumpliendo una doble función: como soporte masculino para mantener relaciones sexuales que suele estar al interior de nosotras pasando a ser un elemento externo el cual gracias a su forma se usó como un verdadero pene.
Otro aspecto metodológico relevante de esta experiencia radica en que la prótesis de pene no se hizo visible, por lo que la transformación corporal se configuró como algo íntimo y privado, que no desdibujaba los límites con lo público en forma permanente. Las consecuencias emocionales impactaron al comienzo con una fuerte incomodidad y vergüenza pero que culminaron con una suerte de acostumbramiento. Estas sensaciones nos condujeron a su vez, a la elección de vestirnos con pantalones holgados para que el bulto no fuese visible. En efecto, el acto de permanecer vestidas de mujeres pero portar simultáneamente una prótesis de pene durante todo un día en distintos contextos, nos hizo sentir aún mujeres. No obstante, provocó cambios significativos en la forma de comportarnos y movernos como hombres (con las piernas abiertas y la pelvis hacia adelante), lo que nos hacía sentir por otro lado, masculinas.
Nuestra identidad femenina sustentada en gran parte en la autoestima que generaba una imagen corporal representativa del “ser mujer”, al verse afectada en esta experiencia, determinó que nos moviéramos al otro polo de la dicotomía hombre-mujer, es decir, determinó la decisión referente al tipo de hombre que queríamos performar y a las tecnologías que utilizamos para lograrlo, pues intentamos valernos de ellas para encarnar la imagen de hombre que más nos acomodara. Esto también tuvo su sustento en la seguridad que nos otorgaba el asemejarse al ideal de hombre heterosexual, el cual fue representado con diferentes matices por cada una de nosotras en consideración de los parámetros masculinos más bien tradicionales que manejábamos, lo cual está a la vez mediado por nuestras trayectorias biográficas
Una última decisión fue contar o no con un acompañante (hombre) conocido a lo largo de la investigación (el cual se sumó sólo en la segunda experiencia), lo que responde a una “necesidad de protección” en caso de que tuviésemos que enfrentar alguna situación hostil a raíz de la performance que estábamos realizando.
De acuerdo a lo anterior, resulta importante poner de manifiesto el rol del otro (figura diferente de acuerdo al contexto intervenido) en este proceso de (de)construcción de identidad, ya que fueron nuestros parámetros de femineidad y masculinidad, sumado a nuestras percepciones de las respuestas de los demás a nuestra performance, las que determinaban el grado de libertad que sentíamos para comportarnos de tal o cual forma y nos retroalimentaban respecto a la coherencia de esto con la identidad performada. No obstante, cabe aclarar que dichas percepciones se sustentaban meramente en lo que nuestras historias personales pudieran habernos hecho pensar, ya que de haber intencionado la pregunta por nuestro sexo y género a las personas que circundaban los lugares escogidos, probablemente esas respuestas, de no haber sido concordantes con nuestras expectativas, hubiesen cambiado las decisiones metodológicas y sus consecuencias.
Al momento de poner en tensión la propia identidad, es interesante ver que ésta se construye en función de normas que se van volviendo costumbres y que se naturalizan al punto de no cuestionarlas. Es por esto que el poder llegar a analizar la construcción de la identidad sexo-genérica, en nuestra experiencia, necesita de un otro que pueda visibilizar aquellas normas que no están siendo cuestionadas. En este sentido el debate entre el docente y las investigadoras fue imprescindible para poder cuestionar ciertos supuestos que estaban operando al momento de investigar, y que por ejemplo, estaban pasando por alto el carácter construido de la masculinidad, cuya representación utilizamos como parámetro para analizar nuestra experiencia en un primer momento, determinando la consecución de los objetivos de la performance en base a parámetros heteronormativos, vale decir, analizando si nos habíamos convertido en hombres comparando la imagen conseguida con la imagen y comportamiento del característico hombre heterosexual.
En este sentido, una de las sensaciones fuertes que acompañaron en todo el proceso fue la ambigüedad. Ambigüedad identitaria de ser y no ser mujer, de ser y no ser hombre, es otras palabras, nos sentíamos en el medio: teniendo elementos de sentido en nuestros cuerpos para ambos géneros pero para ninguno por completo. Esto se tradujo a su vez en una dificultad para poder plasmar en narrativa los resultados de la investigación, ya que primero no sabíamos muy bien cómo transmitir aquellos componentes emocionales, experienciales y ambiguos a través de un lenguaje más serio y que, además, diferenciara claramente entre femenino y masculino. Desde aquí, la investigación también nos sirvió para explorar la construcción de la experiencia en el lenguaje y cómo este va cifrando determinadas maneras de transmitir realidad, resultándonos muchas veces inútiles las palabras que acostumbrábamos a utilizar.
Es por esto que en términos metodológicos, el diseño de investigación inicialmente propuesto fue modificándose según nuestras experiencias durante el trabajo de campo y cómo éstas nos afectaban, por lo que la experiencia personal-emocional de investigar sobre nuestros propios límites fue determinando el camino a seguir en la experiencia investigativa con fines de conocimiento. También contribuyó de manera importante la problematización permanente del proceso de investigación y de sus resultados a través del dialogo entre el docente y las investigadoras. En este sentido, esta experiencia y su problematización va más allá de la generación de los resultados investigativos obtenidos, sino que contribuyó a cuestionar y en algún sentido transformar nuestra identidad, nuestro cuerpo y nuestra manera de ver ciertos aspectos relacionados al género.
En tanto discurso científico sobre la identidad sexual, no el único pero uno sin duda de alta relevancia, la Psicología participa de la construcción de los saberes y conocimientos sobre las formas de definición y relación de lo masculino y lo femenino. Investigar en el marco de la Psicología desde la Investigación Feminista supone situar a la investigadora en un lugar epistemológico donde su posicionamiento personal y social se asume como constitutivo del conocimiento que se construye (Montenegro y Pujol, 2003), atendiendo particularmente a sus implicaciones sexo-genéricos. Sin embargo, consideramos que la Investigación Feminista no solamente implica este reconocimiento del cuerpo y del género en los procesos de investigación, sino también un compromiso con la vocación emancipadora de los postulados feministas. En términos generales, desde la investigación social, esto implica no solamente problematizar las formas tradicionales de entender las construcciones de género y las relaciones de poder que se derivan de estas construcciones, sino también pensar e investigar en torno a formas concretas de puesta en tensión y/o de transgresión y transformación de estas construcciones.
En la experiencia de investigación feminista aquí descrita consideramos que existe coherencia entre el método utilizado y la perspectiva epistemológica feminista, en términos de lograr encarnar la producción de conocimiento en cuerpos sexuados que se tensionan y problematizan en espacios públicos de la mano de prácticas Drag. Sin embargo, dicha coherencia se inscribe en un horizonte de construcción social de la identidad sexual que está siempre situada en contextos específicos de (falta de) reconocimiento que obligan a problematizarlas, identificando en qué sentidos se alteran las normas sexo-génericas pero también de qué formas estas normas se mantienen y reproducen. Desde este punto de vista, la mera puesta en escena de performances que alteran las normas dominantes de la identidad sexual en procesos de investigación de tipo feminista debe considerar no solamente los procesos de puesta en escena de identidades alteradas sino también las lecturas y re-lecturas que estas puestas en escena generan tanto en quienes las implementan como en quienes las presencian. La carencia de dispositivos de dispositivos de interpretación crítica de las performances puede tener como consecuencia política una cierta banalización de puestas en escena problematizadoras de la identidad sexual. Como señala Esteban (2008, p. 144) “lo que interesa es subrayar la interrelación, la tensión entre acción social, entendida como corporal y contexto/s social/es diferentes y múltiples en los que se desenvuelve la persona, entre prácticas corporales e ideologías sociales y políticas”.
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