Salvador Arciaga Bernal, Juana Juárez Romero y Jorge Mendoza Garcia (Coords.) (2013) Introducción a la Psicología Social. México DF: UAM-MAPorrúa. ISBN: 978-607-28-0109-7
Se me ocurren varias razones para sugerir que un manual de introducción no debería ser reseñado. ¿Qué se podría decir de un libro que promete una introducción a una disciplina cualquiera que esta sea? acaso señalar que lo logra, o que no lo hace, o que lo hace a medias o que le faltan o le sobran partes. Se me ocurre también que el índice mismo de un manual de introducción es ya su propia reseña; y que por lo tanto, no se necesita un texto que parafrasee los contenidos que ahí estarían mejor y más brevemente dichos. Sin embargo, se me ocurre algo más: que para poder entender el porqué esos contenidos son los que son y no otros, y para entender si una introducción a la psicología social esta mejor o peor lograda se necesitan además un par de coordenadas más allá de dichos contenidos. Y es que las valoraciones a la ciencia y el carácter de aportación que estas puedan o no tener, están sujetos siempre al contexto socio-histórico en que se desarrolla dicho aporte, a las particularidades con que los dominios más amplios de la disciplina se entretejen desde un lugar y un tiempo muy concreto. El lugar desde el que se articular la pretendida introducción, como una puerta de entrada que promete conectar a la psicología social con el mundo desde el cuál se invoca dicho acceso. En adición a la necesidad de dichas coordenadas contextuales, tampoco se puede perder de vista el hecho de que escribir un manual de introducción es una acción que sugiere en sí misma una labor de reclutamiento. Una invitación para no quedarse solamente con dicha introducción, para explorar más allá después de cruzar la puerta ofrecida. Los compiladores de este libro intentan aquí una maniobra de seducción, intentan que nuevos estudiantes se interesen y se adentren en la psicología social, y para eso, le han puesto forma de quince capítulos y un vestido verde a dos tonos, que como no es muy lindo, despierta de inmediato las ganas de abrir el libro, ahí el primer acierto de los autores.
Se supone que en una reseña tendría que señalar el contenido del libro, pero hacer eso sin más me parece aburridísimo; así he decidido entretejer un par de notas sobre ese contenido a lo largo del desarrollo de dos ideas que me ha despertado este libro, y que son en realidad los puntos que quiero hacer, porque considero que son necesarios para la lectura de este texto y que ayudan a enmarcar su comprensión. Bien, mis dos puntos son: 1) el contexto de esta publicación y 2) un breve comentario sobre la tónica del libro:
Michel-Louis Rouquette y Juana Juárez Romero hacen una breve nota introductoria, en lo que probablemente fue uno de los últimos textos de Rouquette antes de su reciente muerte, ahí subrayan que la importancia de escribir un manual de introducción a una disciplina en la lengua local radica en la posibilidad de recurrir a contextos mas conocidos por los lectores, además de la obvia ventaja lingüística que eso supone. Señalan también que la redacción de un manual de introducción a una disciplina da cuenta de la madurez con que esta cuenta. Desde mi punto de vista, encontrar síntomas de la madurez de un campo en su expansión a ‘nuestra lengua’ me parece ya una primera coordenada política a explorar sobre la posición desde la cual se esta construyendo eso que llamamos psicología social. Como bien se señala en más de un capítulo en este libro, la psicología social debe sus orígenes a desarrollos que tuvieron lugar mayoritariamente en el siglo xx y en Europa y Estados Unidos. Dichos desarrollos, si bien no delimitan del todo los orígenes históricos, si son el referente de los orígenes de la sistematización de la psicología social como disciplina.
Nombres como Wundt, Turner, VanGannep, o incluso Durkheim, provienen de estos contextos y han sentado las bases para lo que Salvador Arciaga Bernal aborda en este libro bajo el estandarte de ‘Teorías de los grupos’. Lo mismo sucede con el abordaje de las ‘Relaciones intergrupales’ que nos ofrece Josue Tinoco Amador en su capítulo, y en el que necesariamente recurre a rastrear los orígenes de la disciplina en McDougall, y en Allport, en las teoría de la conformación de Ash, la normalización de Sherif, los desarrollos en minorías de Moscovici, incluso las dinámicas de grupos de Lewin, o la categorización e influencia social de Tajfel y Turner; ¿Podríamos buscar en otros lados? Quizá, pero una introducción a la psicología social atina muy bien en empezar por ahí. Además porque ayuda a construir esta versión de la psicología social como hermanada con cierta sociología y cierta antropología, este punto, por cierto, se explica muy bien en el capítulo de Juan Soto: Microsociología. Estas coordenadas de rastreo ayudan también a clarificar ciertos focos de interés, que podríamos incluso llamar los objetos de estudio de la psicología social y que se recogen con sobrada suficiencia a lo largo de los capítulos; como son la comunicación social, la memoria, la persuasión, etc. Pero que además, aquí son pertinentemente enmarcados por Rodolfo R. Suárez Molnar en su capítulo ‘Breves antecedentes de la Psicología Social’, en el que Rodolfo pone en cuestión el carácter explicativo del pasado y los orígenes per se, predisponiéndonos así a la lectura critica de todo los capítulos siguientes. El desfile de clásicos e indispensables de la psicología social continúa a lo largo de los capítulos, pero el punto que quiero señalar es que resulta inevitable rastrear los orígenes de la psicología en el siglo xx y en Europa y Estados Unidos, eso lo saben bien los autores de esto libro. Una vez reconocida esta imposibilidad, el proyecto entero de escribir una introducción a la psicología social en nuestro idioma se torna un proyecto político de producción y democratización del conocimiento. Ya sea que cuando escribo ‘nuestro idioma’ se entienda Español, o Castellano, o Mexicano (además de Chileno, Argentino, Colombiano, etc.), aunque ninguna de esas etiquetas tenga una función unificadora, las compartimos como expresiones de una matriz de comunicación.
Según iba leyendo el libro, me preguntaba si como manual de introducción funcionaría también para otros contextos de habla hispana. Concluyo que si. A primera vista pudiera parecer que algunos de los escenarios que se abordan son demasiado locales, pero la teoría siempre se ha generado así, interpretando circunstancias localizadas a partir de teoría generalizable. Por ejemplo, el caso de La Villa de las niñas de Chalco que utiliza Juan Soto para explicar el ‘pensamiento mágico’ en la producción de conocimiento, refleja un hecho que provee familiaridad para los estudiantes Mexicanos que leerán este libro; pero al mismo tiempo, la elección de este evento abre la posibilidad de entretejer un escenario local con formas teóricas abstractas que pueden hacer sentido en otras latitudes. Lo que quiero decir es que, si todos entendimos lo que es un ‘Hecho Social’ cuando Durkheim utilizó los suicidios en diferentes grupos europeos para explicarlo, no veo porqué no se pueda internacionalizar una teoría del pensamiento mágico en la producción de conocimiento utilizando como ejemplo el caso de La Villa de las niñas de Chalco. Mi sentir es que este manual de introducción podría ser de la misma utilidad para los estudiantes en Madrid o Santiago de Chile, para los de Buenos Aires o Bogotá, ahí podría resonar con la misma contundencia que ya lo hace en el Distrito Federal.
Pero la comprensión de este proyecto político/académico requiere ser completada por una sensibilidad ante el contexto de la psicología social Mexicana. La versión de la psicología social que presenta este libro, si bien no es una versión definitiva, ni incluye todas las ramas, ni todas las más relevantes, debe sus particularidades a una contexto académico-histórico en el que la psicología más mainstream es aún la dominante. Entiéndase por mainstream la psicología experimental, de corte conductual, y una versión de la psicología social interesada en escalas de actitudes y estadísticas varias —no importa de qué— porque suponen que todo es medible y cuantificable. Un contexto como este enmarca el carácter reactivo del nacimiento de este libro, y enmarcó también las sonrisas que se escucharon cuando en la presentación del libro en la Universidad Nacional Autónoma de México, el maestro Ricardo Trujillo citó a Daniel Guerra para decir que ‘en la Facultad de Psicología se ‘ratifica’ al sujeto’, es decir, que se le vuelve ‘rata’, no que se le ratifique su subjetividad. Así pues en un contexto académico en el que la vida cotidiana no es aún una divisa sobre la que haya consenso al interior de la psicología, este libro surge como un síntoma de la madurez de un tipo de psicología social que se alimenta de la historia y la sociología, que recurre al mundo simbólico para abordar las relaciones sociales y que se preocupa por los componentes políticos al interior de los fenómenos sociales.
El libro ofrece acercamientos a algunas teorías de la psicología social como las representaciones sociales a cargo de Marco Antonio Gonzales Pérez, en la que se agradece una visión un poco más amplia que no se reduce a los aportes de Moscovici o Jodelet, y en la que el autor se anima a terminar su capítulo proponiendo que “las representaciones sociales podrían dar lugar a modelos de intervención social”. Las teorías de la Influencia Social aquí tipeadas por Jorge Mendoza, hacen un gesto comparativo que también se agradece mucho, el de presentar las teorías de influencia social mayoritaria en contraposición a las teorías de influencia de las minorías; este movimiento le permite a Jorge moverse desde autores como Sherif, Ash, Milgram y Festinger a otros más contemporáneos como Moscovici y Tomás Ibáñez. No quiero aquí hacer un listado de virtudes o defectos de cada capítulo ni mucho menos, más bien quisiera comentar un atributo de los capítulos que me ha parecido curioso y sintomático, y que he prometido al principio de mi redacción como el segundo punto: la tónica del libro.
El tejido que conforman estos capítulos es un reflejo curioso de la psicología social, captura por muchos sus cualidades hibridas. Y es que la psicología social siempre ha sido una disciplina de segunda, alimentada por los desarrollos en sociología, antropología, lingüística, etc., pero siempre creciendo a la sombra de una psicología que lucha por legitimarse como ciencia positivista ante la física, la biología o las matemática. Así, la psicología social, ha sido al mismo tiempo la hija bastarda de las ciencias duras, y la hermanastra incómoda de las ciencias sociales. ¿Cuánto Edipo puede caber en un nicho de conocimiento, ¡eh!? Sin embargo, es justo bajo el estandarte del ‘patito feo’ donde la psicología social ha logrado desarrollar sus aportes, y es ahí a donde ha regresado una y otra vez para reiterar sus líneas de interés hasta consolidarse como disciplina. Según avanza la lectura, he tenido la impresión de que los capítulos se hablan entre sí, no todos con todos, y no todos se dicen cosas lindas unos a otros. Pero me parece importante comentar este espíritu dialógico porque me ha parecido que es sintomático de la construcción de una psicología social plural, con desacuerdos, riqueza y versiones variopintas con virtuales potencialidades que se antoja mucho imaginar. Cuando digo que los capítulos se hablan entre sí, se me antoja pensar en esto como reflejo del diálogo constante que ha parido a nuestra disciplina, como buena hija bastarda, siempre anda buscando agradar, como hermana incómoda siempre quiso creer que valía igual. Estas imposturas, aciertos y contrariedades de la historia de la psicología social resuenan aquí, en los capítulos de este libro.
Por ejemplo, cuando uno esta a punto de reprocharle a Octavio Nateras que aborde la socialización sin siquiera mencionar el papel de las nuevas tecnologías, las redes sociales, los gadgets, o sin recurrir a los estudios tecno-científicos, aparece Martín Mora y su ética hacker para señalar todo el potencial de la tecnología para la psicología social y toda de la virtualidad que también está presente en las relaciones. Quizá por eso mismo, tanto la socialización como la tecnología resuenan en la metáfora de Pablo Fernández Christlieb de la mente como espacio, porque los huecos ahí descritos y su utilidad para unir cosas, invitan también a pensar en huecos que no son espaciales, sino más bien virtuales. De forma similar, el capítulo de Memoria colectiva de Alfonso Díaz Tovar y Valentín Albarrán Ulloa, aborda muy bien las bases de esta rama, ahí aparecen referencias al trabajo más general de autores como Vygotsky, Barttlet, Mead e Ibañez, cuya importancia para la psicología va más allá de la psicología social. Sin embargo se abre la interrogante sobre las implicaciones sociales de esta memoria en la vida cotidiana; y es ahí donde Jorge Mendoza clava bien sus desarrollos sobre Olvido Social para establecer el componente político del recuerdo y el olvido en la vida publica. Y si para este punto del libro hemos asumido que la memoria y el olvido construyen las versiones de la realidad, uno se empieza a preguntar como afecta esto a la construcción del conocimiento, a la construcción de la psicología social en concreto. Justo en ese punto Iván Rodríguez interrumpe con un ejemplo del papel de esos olvidos y esos recuerdos en la construcción de la psicología social en México. Cada capítulo habla por sí solo, pero quién lee podrá notar el diálogo histórico de la disciplina emulado en estas páginas. Este dialogo a veces más explícito, a veces más imperceptible, trae un efecto colateral como otra contribución que hace este libro: insinuar constantemente que la psicología social está hecha de divergencias, que a veces son complementarias y a veces confusas, pero en cualquier caso siempre invitan a desbordar la disciplina en búsqueda de más.
Finalmente, quiero advertir de un efecto posible en la lectura de este libro: Deja al lector con ganas de más. O eso me pasó a mí. No porque le falte nada, tampoco porque lo tenga todo, sino porque es evidencia de que la psicología social esta lista para evolucionar (y lo ha estado haciendo). El texto demuestra que, al menos algunos de sus representantes en México, tienen los pies bien puestos en la disciplina, que gozan de experticia en el área. Entonces a mí se me ocurre preguntar: ¿qué sigue? Salvador Arciaga, Juana Juárez, Jorge Mendoza, ¿qué hay para la psicología social una vez que se conoce a sí misma, una vez que se mira al espejo y nota lo guapa y grande que ya está?, ¿le toca salir a pasear?, ¿será acaso que nos toca movernos a las nuevas formas de psicología social e introducirnos ahora —ya no a los inicios— sino a la actualidad en las formas de producción de conocimiento que rondan nuestra disciplina?, ¿Podríamos re-introducir ahora la disciplina desde las escuelas discursivas y todo el bagaje transdisciplinar que en ellas se moviliza?, ¿podríamos ir más lejos aún y mirar entonces las implicaciones que para la psicología social han tenido las teorías queer, las perspectivas decoloniales, los nuevos materialismos especulativos, la teoría del actor red, los avances en necropolítica o las teorías contemporáneas del afecto?, ¿podríamos mirarnos de nuevo a nosotros mismos y entonces a las líneas evolutivas de la psicología que configuran algunos de sus rostros contemporáneos como los estudios en teoría crítica psicoanalítica o las nuevas líneas de Neo-Darwinismo crítico?, ¿qué sigue Martín Mora, Juan Soto, Pablo Fernández, Rodolfo Suárez, Iván Rodriguez, Angélica Bautista (y los que me falten)?, ¿Qué devenires pudiera esperar la psicología social en contextos como el que se refleja en este libro? Se me ocurre que la deshagamos. Que nos aventuremos a desarrollar nuevas teorías que mejoren las que conocemos. Al parecer, y como deja claro este libro, aquí hay un puñado de gente que está más que lista para eso.